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WISŁAWA SZYMBORSKA

PROSAS REUNIDAS

TRADUCCIÓN Y PRÓLOGO DE

MANEL BELLMUNT SERRANO

PRÓLOGO: LA PROSA DE SZYMBORSKA ENTRE EL HUMANISMO Y LA IRONÍA

El poeta, si es poeta de verdad, siempre tiene que repetirse «no sé».

WISŁAWA SZYMBORSKA

Cuando la Academia sueca concedió el 3 de octubre de 1996 el Premio Nobel de Literatura a Wisława Szymborska (Kórnik, 1923), en España solo unos pocos conocían su obra poética y se encontraban en disposición de enumerar los méritos que la habían hecho acreedora de tal galardón. Así que cuando la noticia se dio a conocer, la mayoría se encogió de hombros y trató de recabar información sobre esa autora polaca llamada Wisława Szymborska. Era, dicho sea de paso, una reacción del todo normal: en nuestro país solo se habían publicado por entonces algunos poemas de Szymborska en una antología de Fernando Presa González. Pero en Europa la situación era otra. En países como Alemania, Inglaterra o Francia la obra de Szymborska ya era conocida y la concesión de dicho galardón no comportó sorpresa alguna. Algo más de una década después, sus poemarios aparecen casi anualmente en las librerías de nuestro país y el aficionado a la poesía conoce su obra. Es posible, incluso, que haya memorizado alguno de sus poemas («Cuando pronuncio la palabra Futuro / la primera sílaba pertenece ya al pasado / Cuando pronuncio la palabra Silencio / lo destruyo...»). Para el resto, es decir, para todos aquellos que desdeñan el improductivo placer de leer poesía, el suyo no es más que otro impronunciable nombre que, de vez en cuando, aparece en los periódicos.

Quienes conocen la obra poética de Szymborska no escatiman adjetivos para elevarla al olimpo de la lírica contemporánea; y lo cierto es que tienen motivos para hacerlo. La suya es una poesía sencilla en apariencia, que adopta un tono intimista, casi confesional, y que trata de tender un puente entre el autor y el lector, un nexo de unión en donde ambos puedan compartir sus vivencias, sus experiencias, sus referentes culturales y sus historias. No es una poesía destinada a las élites de la lírica (aunque su obra también está dotada de diferentes niveles), sino un punto de encuentro para gente corriente. Szymborska, gracias a la gran versatilidad de contenidos presentes en su obra, nos muestra la inexistencia de temas inherentemente poéticos. Todo es poesía y todo es poetizable, aunque algunos se lleven las manos a la cabeza. Y en el centro mismo de ese cosmos poético se encuentra el ser humano, «el más pasmoso y absurdo eslabón de la cadena biológica evolutiva». Pero no nos engañemos. La suya no es una visión pesimista de la existencia; justo lo contrario. Para Szymborska, el que estemos aquí y ahora constituye un hecho extraordinario, de una importancia capital, que debe ser subrayado y entendido. No hay pesimismo en su obra, y en su lugar se erige un humor refinado y cáustico. «Todos mis poemas nacen del amor», dirá la poetisa, pues toda creación poética «es en el fondo una forma de amor hacia el mundo». Y el fundamento y la aspiración última de esta poesía es, paradójicamente, la llegada al conocimiento máximo, es decir, el de quien sabe que no sabe. «El poeta, si es poeta de verdad, siempre tiene que repetirse no sé.» Así lo expresó la propia Szymborska en la ceremonia de entrega del Premio Nobel.

Todos sus poemas anhelan llegar a una revelación, tratan de encontrar una respuesta. Pero cuando aparentemente la consigue, la duda se apodera de ella y toma conciencia entonces de que esa verdad, si realmente lo es, no durará más que un instante... algo fugaz que devendrá insuficiente. Pero el libro que quiero presentarles no es una antología de sus poemas, y con razón se preguntará el lector por qué hago referencia a su poesía. Las razones son múltiples, pero únicamente referiré dos: en primer lugar, los temas tratados en este volumen de prosas son, en su mayoría, los mismos a los que alude su poesía y, en segundo lugar, para comprender la dimensión moral y ética de la autora es necesario comprender su poesía y su visión del arte. Y esa visión del arte coincide tanto en su obra poética como en su prosa, y podríamos definirla como un humanismo revestido de ironía.

Lecturas no obligatorias1 es una recopilación de textos aparecidos durante décadas primeramente en Zycie Literackie, un conocido semanario polaco de literatura y cultura, y, más tarde, en otras revistas como Pismo u Odra. A partir de 1993, estas breves piezas en prosa se publicaron en Gazeta Wyborcza, un importante periódico polaco nacido en 1989. Como la misma autora explica en un breve prefacio, sus columnas no son reseñas literarias, sino comentarios a obras que normalmente no acaparan la atención del crítico. Obras que pasan desapercibidas, pero que más tarde se convierten en éxitos de ventas. En ocasiones, Szymborska se olvida ex profeso de las obligaciones del articulista y divaga sobre temas que guardan poca o ninguna relación con el libro. Rara vez se centra exclusivamente en la obra en cuestión, sus características formales o su calidad literaria, pero siempre arroja una va­loración crítica —a veces sutil; otras, despiadada— sobre el asunto en cuestión. Esas opiniones son las que nos brindan la oportunidad de conocerla mejor. Sin embargo, no caeremos en el error de identificarla plenamente con lo expuesto en los artículos: hay algo de ficción también en ellos. Además, esa ironía de la que magistralmente se sirve ya se encarga de desdibujar el perfil de la autora. En el fondo, sus artículos no son más que un pretexto para adentrarse en el campo de una prosa que siempre se ha declarado «incapaz de escribir». El lector pronto se dará cuenta de la realidad que subyace bajo esa aseveración, y de que la autora polaca utiliza el lenguaje con maestría y precisión también en prosa. Hay artículos sobre ­biología, arqueología, historia, geología, botánica, psiquiatría, gastronomía... Pero en todos ellos se aprecia a trasluz el lado más humanista de Szymborska, un humanismo recubierto de ironía. Mordemos y saboreamos sus artículos, y cuanto más lo hacemos, más clara se nos antoja la irrealidad de lo aparente. Pues, para la autora, el ser humano es simultáneamente una criatura pensante y un primate, capaz de lo maravilloso y lo abominable. Y ambos lados se tornan translúcidos a través de un lenguaje sencillo, pero pre­ciso, como firmaría el mismo Joseph Brodsky. El humanismo de Szymborska destaca por su marcado antiantropocentrismo (he ahí parte de la ironía), dado que niega que seamos la culminación del mundo animal y que este nos pertenezca. ¿Por qué no nacemos sabiendo componer un soneto decente? ¿O las tablas de multiplicar? ¿O el idioma de nuestros padres? Pero no, nacemos igual de analfabetos que nuestros padres, igual de ineptos para la música, la literatura, la pintura... Del mismo modo, la autora ironiza sobre ese orden que hemos creído imponer sobre el mundo. No es más que una construcción humana, parece decir, un castillo de naipes. No tenemos ni idea de cómo se sienten los otros animales, parece decir Szymborska. Ni siquiera nosotros hemos sabido darle sentido a nuestra propia muerte, cómo vamos a dárselo a la vida de otros. Y aún dice más. El ser humano carece de ese mecanismo de freno que impide la muerte del oponente (ni siquiera hace falta poner ejemplos). En cambio, los otros animales sí han conservado esa virtud: «Todos los instintos me parecen dignos de ser envidiados. Pero uno de ellos, especialmente: se llama el instinto de frenar los golpes. Los animales a menudo se pelean con otros de su misma especie, luchas que, sin embargo, concluyen por regla general sin sangre. En un momento determinado, uno de los oponentes se retira y así queda la cosa. Los perros no se devoran unos a otros, los pájaros no se matan a picotazos y los antílopes no se ensartan mortalmente. No se debe a que sean dulces por naturaleza. Simplemente que actúa un mecanismo que pone freno al ímpetu, a la fuerza del impacto o a la oclusión de las fauces...».

Además de su marcado antiantropocentrismo, su visión de la naturaleza es característicamente antirromántica y antimística: para ella, la naturaleza no es en ningún caso una proyección de nosotros mismos, sino que posee una existencia propia, independiente y material. Y su manera de acercarse a ella se aleja de las concepciones holísticas y se abraza al empirismo, a la concreción y a lo observable: los nombres, las ideas y las concepciones que normalmente le atribuimos a la naturaleza no son más que el resultado de nuestra conciencia. Son imputaciones humanas. En ningún caso hacen referencia a las características intrínsecas del mundo natural. Esto no implica que se dude de la existencia real y material del mundo, sino que sus valores sensitivos y estéticos solo son percibidos a través de nuestros sentidos. El ser humano, a diferencia de otros seres vivos, es capaz de percibir cuándo sus acciones suponen un claro perjuicio para otros. Pero Szymborska también subraya el prodigio que supone nuestra existencia: «¿No podría, por el contrario, fortalecernos, reforzarnos, enseñarnos el respeto mutuo, hacernos pensar un poco en una forma de vida más humana? ¿Diríamos tantas estupideces y mentiríamos a sabiendas de que resuenan en todo el cosmos? ¿Podría esta simple y extraña vida adquirir finalmente su valor, el que merece, el valor de un fenómeno, de una revelación, el valor de algo sin parangón a escala universal?».

La filosofía de Szymborska se decanta por la moderación (que no el conservadurismo) y el escepticismo. Trata cautamente de evitar las grandes frases y las grandes aseveraciones y prefiere las contradicciones a las verdades generalmente aceptadas. El mundo que nos presenta no se basa en una cosmogonía aparte, sino que añade glosas a la realidad en que vivimos. Como ella misma añade en algunas ocasiones a sus artículos, su lugar se encuentra en el margen, junto al conocimiento aceptado. Es una heterodoxa que, sin embargo, prefiere no alejarse en exceso de la ortodoxia. Mantenerse a distancia y levantar la voz para conceder la palabra a la excepción. Por ejemplo, en uno de los capítulos, Szymborska pone en duda la idea preconcebida de que el instinto siempre cuida de buscar las mejores soluciones para cada especie. En Una felicidad compulsiva escribe sobre las aves migratorias: «El instinto que le obliga cada otoño a alzar el vuelo y migrar, a veces, a decenas de miles de kilómetros de distancia, solo parece serle favorable y velar por su segu­ridad. Si la razón fuese únicamente el encontrar un buen cebadero con un clima más templado, muchas especies de aves finalizarían su persistente migración mucho antes. Pero estas irresponsables criaturas vuelan más allá, por encima de las montañas, donde sorprendidas por el temporal se hacen añicos contra las rocas, o, sobre los mares, se hunden en ellos. El propósito de la naturaleza ni siquiera es la despiadada selección natural: en estas circunstancias mueren de igual forma los ejemplares más débiles y los más fuertes».

Ese humanismo cargado de excepciones, de reglas que no se cumplen, de glosas y notas a pie de página, inunda las páginas de Lecturas no obligatorias. Ese humanismo enmascarado por la ironía siempre esconde una revelación tras de sí. A veces no es evidente; otras, sí lo es. Es posible que el lector piense de diferente manera. Puede que disienta de sus opiniones. Pero la reflexión sobre la cotidianeidad, sobre lo trivial, sobre lo comúnmente aceptado, no le dejará indiferente. Y cuando concluyan las páginas y la lectura llegue a su trágico y prometido final, solo una cosa será evidente: nuestra existencia es un misterio insondable, uno maravilloso, frente al que únicamente podemos encogernos de hombros y ex­perimentar su riqueza y diversidad. Pero son muchas las ideas y conclusiones que se desprenden de su lectura. Por ello, debe ser el lector quien, en última instancia, encuentre ese puente de unión entre él/ella y la autora.

Lecturas no obligatorias es muchas cosas, todas a la vez. Es por eso que esas piezas en prosa son tan entretenidas y amenas. Y lejos de vulgarizar la literatura, buscan todo lo contrario: devolverle su dignidad y su humanidad. Porque el Libro, como diría Szymborska, es una de las mayores invenciones del Homo ludens. Nos hace libres, nos invita a soñar y nos entretiene, entre otras muchas cosas. Szymborska sigue escribiendo, para disfrute del resto. Y la sonrisa, aunque digan lo contrario, nos acerca a nosotros mismos.

MANEL BELLMUNT SERRANO

 

 

1 Los textos aquí reunidos aparecieron originalmente en tres volúmenes: Lecturas no obligatorias, Otras lecturas no obligatorias y Más lecturas no obligatorias. (Todas las notas son del traductor.)

NOTA DE LA AUTORA

La idea de escribir Lecturas no obligatorias surgió de la columna que normalmente aparece en todas las revistas literarias con el nombre de Libros recibidos. Era fácil comprobar que únicamente un pequeño porcentaje de los libros en ella mencionados conseguían llegar después al escritorio de los críticos. Se solía otorgar preferencia a las bellas letras y a los artículos sobre la política actual. Las memorias y las reediciones de los clásicos gozaban de una menor importancia. Prácticamente ninguna se concedía a las monografías, las antologías y los diccionarios. Y ninguna en absoluto a los libros de divulgación científica o a cualquier tipo de guía. Pero las cosas se veían de otra manera en las librerías: la mayoría de los libros afanosamente reseñados (la mayoría, aunque no todos) acumulaban polvo en los estantes durante meses hasta que los empaquetaban para convertirlos en pasta, mientras que todos los otros (los no valorados, los no discutidos y los no recomendados) se agotaban en un visto y no visto. Sentí la necesidad de dedicarles un poco de atención. Al principio pensaba que escribiría verdaderas reseñas, es decir, que determinaría en cada caso la naturaleza del libro, lo colocaría en una determinada corriente y daría a entender cuál de ellos es mejor o peor. Pronto me di cuenta de que no era capaz de escribir reseñas y que ni siquiera tenía ganas de hacerlo. Que en realidad soy y quiero continuar siendo una lectora amateur sobre la cual no recaiga el apremiante peso de la constante evaluación. El libro es a veces el tema central; en otras ocasiones, solo el pretexto para entretejer libres asociaciones. Aquel que califique estas Lecturas de folletinescas estará en lo cierto. Quien se empecine en que son reseñas se llevará un desengaño.

Y una cosa más, lo digo de corazón: soy una persona anticuada y creo que leer es el pasatiempo más hermoso creado por la humanidad. El Homo ludens baila, canta, realiza gestos significativos, adopta posturas, se acicala, organiza fiestas y celebra refinadas ceremonias. Para nada desprecio la importancia de estas diversiones: sin ellas, la vida humana pasaría sumida en una monotonía inimaginable y, probablemente, la dispersión. Sin embargo, son actividades en grupo sobre las que se eleva un mayor o menor tufillo de instrucción colectiva. El Homo ludens con un Libro es libre. Al menos, tan libre como él mismo sea capaz de serlo. Él fija las reglas del juego, subordinado únicamente a su propia curiosidad. Puede permitirse no solo leer libros inteligentes de los que aprenderá cosas, sino también libros estúpidos de los que algo sacará. Es libre de no leer un libro hasta la última página, y de empezar otro por el final e ir retrocediendo. Puede echarse a reír en un punto no destinado a ello o, de repente, detenerse ante unas palabras que recordará durante el resto de su vida. Y, finalmente, es libre —y ningún otro pasatiempo puede ofrecerle esto— de escuchar de qué habla Montaigne o de zambullirse en el Mesozoico por un instante.

W. S.

PRIMERA PARTE

LECTURAS NO OBLIGATORIAS