Portada: Los reinos de papel. Jesús Marchamalo
Portadilla: Los reinos de papel. Jesús Marchamalo

 

Edición en formato digital: septiembre de 2016

 

Agradecemos a la Fundación Miguel Delibes

su valiosa colaboración para la publicación de este libro.

 

En cubierta: fotografía de © Jesús Marchamalo

Diseño gráfico: Ediciones Siruela

© Jesús Marchamalo, 2016

© Del colofón, Damián Flores

© Ediciones Siruela, S. A., 2016

 

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Ediciones Siruela, S. A.

c/ Almagro 25, ppal. dcha.

www.siruela.com

 

ISBN: 978-84-16854-67-7

 

Conversión a formato digital: María Belloso

Índice

Vivir los libros

 

La biblioteca de Sherezade
Prólogo de Gustavo Martín Garzo

 

 

LOS REINOS DE PAPEL

 

BERNARDO ATXAGA
Los libros del capitán

 

JULIO LLAMAZARES
El lector del Oeste

 

IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN
Libros y ventanales

 

MANUEL VICENT
La celda de los libros

 

ELVIRA LINDO
La perrita Lola y el libro de Caravaggio

 

LUIS GOYTISOLO
El viejo Conrad y el silencio carcelario

 

FÉLIX DE AZÚA
El paraíso de la cronología

 

ÁNGELES CASO
Todo ordenado

 

ANTONIO COLINAS
Encuentro con Ezra Pound

 

DAVID TRUEBA
La foto de Ava Gardner

 

JAVIER GOMÁ
El misterio de no saber leer

 

LUIS ANTONIO DE VILLENA
Gabinete de prodigios

 

MARTA SANZ
«Querida Kate»

 

MANUEL LONGARES
Inventario de libros, luz y sombra

 

VICENTE MOLINA FOIX
La casa de los libros

 

LORENZO SILVA
Kipling y el libro del abuelo

 

J. J. ARMAS MARCELO
Hemingway, el vigía

 

LUIS GARCÍA MONTERO
¿Qué libro quieres ver?

 

ROSA MONTERO
Libros y salamandras

 

MIGUEL DELIBES
El sello de correos

 

A Emilia García, mi madre,

en todos los cielos te encuentro.

 

Los libros van siendo el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo.

JULIO CORTÁZAR

Vivir los libros

A finales de 2007 empecé a publicar en el suplemento cultural del diario ABC el que, con el tiempo, ha sido uno de mis proyectos más exitosos y con el que, de una manera persistente, se me asocia. Se titulaba «Bibliotecas de autor» y, durante algo más de año y medio, me permitió visitar las bibliotecas de algunos de los escritores a los que más admiro, y recorrer con ellos ese universo suyo, tan singular siempre, de obsesiones y secretas manías con los libros, autores y lecturas. El inspector de bibliotecas me bautizó con poético acierto, no exento de una ironía sutil, Antonio Gamoneda.

Es cierto que cada biblioteca se rige por una serie de códigos, la mayor parte de las veces inconscientes, sin duda caprichosos, que trazan un retrato de sus dueños. Siempre cito a Marguerite Yourcenar, quien sostenía que la mejor manera de conocer a alguien es ver sus libros. Y creo que es verdad: los lectores se reconocen y se muestran en la manera en la que viven, conviven, con sus libros, y escribir sobre sus bibliotecas es, de algún modo certero, definirlos.

De la serie «Bibliotecas de autor» se publicaron quince entregas, a las que sumé otras cinco que completaban Donde se guardan los libros, el libro que publicó Siruela en 2011 y que tuvo una generosa acogida por parte de los lectores. Meses más tarde la Fundación Mapfre me invitó a preparar un ciclo en el que participaron cinco escritores quienes, ante un público que llenó el auditorio en cada una de las sesiones, hablaron de sus bibliotecas y sus libros.

Así, cuando a mediados de 2013, desde la Fundación Miguel Delibes, me propusieron colaborar con ellos, les planteé recuperar el proyecto. Durante algo más de dos años visitamos las bibliotecas personales de otra veintena de autores con quienes después conversé en diversas bibliotecas públicas de Castilla y León ante un auditorio siempre acogedor y entusiasta. De cada una de ellas se publicaba un texto en el suplemento cultural de El Norte de Castilla, y aquellos artículos, con apenas alguna ligera corrección, son los que ahora se han convertido en este libro.

Es curioso cómo estas bibliotecas, a pesar de su disparidad, parecen tener una continuidad, encajan misteriosamente unas en otras y construyen entre todas una más amplia, extensa y colorista, inmensa, de títulos y autores. Cada escritor recomienda, además, tres lecturas: una propia, otra de la literatura universal que por algún motivo le resultó en su momento decisiva, y otra de Miguel Delibes, con lo que se añade otra biblioteca más de propuestas y sugerencias lectoras.

Quiero agradecer a todos los protagonistas su generosidad a la hora de franquearnos las puertas de sus casas, y de mostrar esa intimidad inconfesada que cada uno tiene con sus libros.

Gracias a Gustavo Martín Garzo por su precioso prólogo y su inmejorable amistad de años, gracias a mi generoso amigo Damián Flores por su viñeta, que sirve de colofón a este libro, y gracias, infinitas, a Vicente Molina Foix por su título. Es sabida mi inutilidad manifiesta para titular, y siempre es un asombro gozoso ver con qué certeza y naturalidad acierta la consolidada «agencia Molina» cuando se trata de buscar uno.

Y gracias a la Fundación Miguel Delibes por su confianza. Conocí a Miguel Delibes hace dieciséis años, cuando me otorgaron el premio de periodismo de lleva su nombre, y fue desde entonces un amigo entrañable y generoso. Vincularme con su fundación me pareció desde el principio una inesperada fortuna, como lo fue visitar su biblioteca, poder ver sus libros y conocer su mundo de lecturas.

Gracias, muy especiales, a todos los que nos acompañaron y apoyaron a lo largo de este tiempo con su presencia y aliento, y gracias a los lectores que, al final, son lo que importa.

Gracias.

 

Madrid, julio de 2016

 

La biblioteca de Sherezade

¿Cómo era la biblioteca de Sherezade? Porque Sherezade, tal como se cuenta al comienzo de Las mil y una noches, era una lectora insaciable y no tomó sus historias de labios de mercaderes o narradores de cuentos, sino de las páginas de los libros que guardaba en su palabra. Y una lectora no se conforma con leer sino que quiere tener a su alcance todos los libros que existen, ya que nunca está satisfecha con los que ya guarda y siempre anda buscando otros nuevos, como si en nuestro corazón hubiera lugares que todavía no conocemos y para que pudiéramos entrar en ellos surgiera en nosotros la necesidad de leer.

Y era como si Sherezade, gracias a la lectura de esos libros, ya hubiera estado en sus sueños en una alcoba como la del sultán y por eso supiera qué había que hacer si alguna vez entraba de verdad en una parecida. Que eso es leer, visitar esos lugares malditos y asomarte al misterio de lo que allí ocurre, pero también, y sobre todo, encontrar la manera de regresar de ellos. Y lo que hizo Sherezade con ese contar interminable fue conseguir que la alcoba del decapitador y su biblioteca se confundieran, y así transformar ese reino mudo que es el reino de los ogros en un reino de palabras.

Y bien podemos decir por eso que una biblioteca, todas las bibliotecas de los escritores que aparecen en este libro, son como la biblioteca de Sherezade, pues siempre se lee para burlar a la muerte. Y esta es también la razón de que en las bibliotecas no estén solo los libros que se escribieron alguna vez, sino también los que nunca fueron escritos o tal vez se olvidaron o fueron quemados, y que sean estos precisamente los que los escritores no dejan de buscar, como si la escritura no fuera sino la restitución de esos libros que a lo largo del tiempo fueron perdiendo los hombres. Y era eso lo que hacía Sherezade en la alcoba del sultán, que aunque llevaba en su memoria las historias que había leído lo que quería era encontrar una nueva que a todas contuviera, y que era la historia de lo que le pasaba en la alcoba con el ogro: la historia de su propia sexualidad, ya que nadie sabe más de sexo que los ogros.

Pero Sherezade no fue sola a aquella alcoba, y esto no se debe olvidar. Se llevó con ella a su hermana pequeña y le pidió en secreto que cuando ella y el sultán hubieran terminado con sus juegos amorosos, y mientras esperaban aburridos el amanecer, le pidiera que les contara una historia. Así fue una noche tras otra, que Sherezade no contaba sus historias porque el sultán se lo pidiera, que los ogros no saben pedir, sino que era esa hermanilla suya quien lo hacía. Y algo así les pasa a los escritores, que también ellos escuchan una voz que recuerda la de esa hermanilla, una voz que no saben de dónde viene y que les hace ver lo raro que es que ciertas historias nadie las haya contado todavía y que les anima a que se pongan ellos a hacerlo. Pues ¿acaso la razón última por la que alguien escribe no es para añadir a los libros que guarda en su biblioteca ese libro perdido donde se cuenta la verdadera historia de su vida?

Y también se cuenta que en tiempos de Sherezade existía una costumbre que aún se mantiene viva en las bodas de ciertos pueblos de Oriente. Antes de llevar a la novia a la que iba a ser su casa durante el resto de su vida, donde la esperaba su marido, todas las mujeres del pueblo se reunían a su alrededor en el patio y cantaban durante toda la noche. Eran canciones llenas de tristeza, en las que hablaban de ese largo tiempo que habían compartido y que ahora tenía que concluir. Al amanecer, y momentos antes de la partida, ofrecían a la novia un espejo para que se despidiera de su ser no desposado, que se quedaría allí, junto a los que fueron los suyos, mientras ella se iba alejando.

Esa hermanilla que Sherezade pidió llevarse con ella no era sino ese ser no desposado, esa parte de sí misma que tenía que ver con aquello que fue antes de acudir a la alcoba del sultán, pero también con esos otros deseos que esa relación excluyente que mantendrá a partir de ese instante con lo real le impedirán expresar. Y entonces lo que Sherezade nos dice es que narrar es recibir a ese ser no desposado, a esa otra que la novia ve en el espejo en el ritual de los campesinos antes de dejar su casa y encontrar para ella un lugar en el mundo. Lo que es lo mismo que decir que la literatura es el reino de la gloriosa inmadurez. Vivir con cabezas que hablan sobre una bandeja, con dulces muchachas que cuentan historias terribles, con libros que envenenan a quien los lee y con cosas así.

Y Jesús Marchamalo es como esa hermanilla de Sherezade. Entra en la casa de los escritores y les pregunta por esos libros que guardan como el mayor de los tesoros. Y quiere saber cuándo los compraron, cuáles son sus preferidos, por qué los tienen colocados así en las estanterías de sus casas. Y los escritores no tardan en descubrir que la historia de esa biblioteca por la que Marchamalo les pregunta se confunde con la de su propia vida.

 

GUSTAVO MARTÍN GARZO

Comillas, verano de 2016

LOS REINOS DE PAPEL