Cultivos transgénicos para la agricultura latinoamericana

Carlos A. Blanco


Fondo de Cultura Económica

Primera edición, 2008
Primera edición electrónica, 2012

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ISBN 978-607-16-0327-2

Hecho en México - Made in Mexico

La Ciencia para Todos

Desde el nacimiento de la colección de divulgación científica del Fondo de Cultura Económica en 1986, ésta ha mantenido un ritmo siempre ascendente que ha superado las aspiraciones de las personas e instituciones que la hicieron posible. Los científicos siempre han aportado material, con lo que han sumado a su trabajo la incursión en un campo nuevo: escribir de modo que los temas más complejos y casi inaccesibles puedan ser entendidos por los estudiantes y los lectores sin formación científica.

A los diez años de este fructífero trabajo se dio un paso adelante, que consistió en abrir la colección a los creadores de la ciencia que se piensa y crea en todos los ámbitos de la lengua española —y ahora también del portugués—, razón por la cual tomó el nombre de La Ciencia para Todos.

Del Río Bravo al Cabo de Hornos y, a través de la mar océano, a la Península Ibérica, está en marcha un ejército integrado por un vasto número de investigadores, científicos y técnicos, que extienden sus actividades por todos los campos de la ciencia moderna, la cual se encuentra en plena revolución y continuamente va cambiando nuestra forma de pensar y observar cuanto nos rodea.

La internacionalización de La Ciencia para Todos no es sólo en extensión sino en profundidad. Es necesario pensar una ciencia en nuestros idiomas que, de acuerdo con nuestra tradición humanista, crezca sin olvidar al hombre, que es, en última instancia, su fin. Y, en consecuencia, su propósito principal es poner el pensamiento científico en manos de nuestros jóvenes, quienes, al llegar su turno, crearán una ciencia que, sin desdeñar a ninguna otra, lleve la impronta de nuestros pueblos.

Comité de selección de obras

Dr. Antonio Alonso
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Dr. José Sarukhán
Dr. Guillermo Soberón
Dr. Elías Trabulse

SUMARIO

Introducción

I.

¿Qué es una planta transgénica?

II.

Resistencia de plagas a cultivos transgénicos

III.

¿Son benéficos los cultivos transgénicos?

IV.

La agricultura transgénica y los recursos fitogenéticos en México. Aspectos sociales

V.

Efectos potenciales en organismos que no son el objeto de control de la tecnología Bt.

VI.

El futuro de la biotecnología en América Latina

Acerca de los autores

INTRODUCCIÓN

CARLOS A. BLANCO
JULIO S. BERNAL
ALEJANDRA ALVARADO

La producción de alimentos es una actividad humana muy importante, pues de los alimentos se obtiene la energía para realizar todas las demás labores del hombre. La comida no es sólo comida, sino que es parte importante de nuestras actividades recreativas y además es fundamental en nuestra cultura.

Lo anterior no es únicamente nuestra opinión. Con un poco de reflexión y dejando de lado la comodidad a la que estás acostumbrado, piensa cuál sería la preocupación principal del día si te sacaran de tu entorno privilegiado.

En todo el mundo producir comida presenta serios retos y problemas; sólo por mencionar algunos de los más importantes diremos que esta producción compite con otras actividades humanas por el uso del espacio y el agua, además de que contamina el aire, el suelo y el agua, y utiliza gran cantidad de hidrocarburos para su transporte. Recientes cálculos conservadores indican que una tercera parte de la energía que se capta del sol a través de la fotosíntesis de plantas y algas —lo que se denomina “producción primaria neta” —se aprovecha en actividades humanas como la producción de alimentos, la pesca, la tala y la quema de madera (Tilman y cols., 2001; INEGI, 2004). Esta producción primaria neta es la fuente de energía de todas las especies de todos los ecosistemas; utilizar un tercio de ella deja al resto de los seres vivos sólo con dos terceras partes del total, lo que nos permite ver lo cerca que estamos de apropiarnos por completo de los recursos del planeta.

La actividad humana también trae consigo la alteración de la composición de la atmósfera como consecuenciade la combustión interna, la quemade madera y la producción de metano, así como la pérdida de biodiversidad por ladestrucción de la naturaleza; el desequilibrio que esto ocasiona en el flujo de energía en los ecosistemas es el impacto más tangible de nuestra presencia. Lo que nos restade superficie que no ha sido alterada para la agricultura, la ganadería y la construcción de ciudades es la base que nos permite tener una atmósfera respirable, suficiente agua limpia y lugares naturales de recreación, indispensables para evitar la pérdidade especies y la capade suelo arable.

El agua es otra limitante fundamental para la producción de alimentos, ya que se ha calculado que para ese propósito se utilizade 30 a 50% del vital líquido en el mundo (Imhoff y cols., 2004; Ehrlich, 2004).

Para ser eficientes en la producción de comida sobresalen dos factores que determinan la cantidad producida por persona en una región o país: la superficie cultivable y la población. En la práctica, la superficie arable de una región es una cantidad constante, que en muchos casos tiende a decrecer (debido a la urbanización, salinidad, erosión, etc.) y en pocos casos tiende a aumentar (por ejemplo, gracias a la recuperación de superficies pantanosas). En contraste, la población de una región es, con pocas excepciones, una cantidad creciente.

En México la superficie arable equivale a 1 500 000 hectáreas aproximadamente, de las cuales se cultiva en promedio 80%; y del crecimiento poblacional sabemos que el número de habitantes creció de unos 25 millones en 1950 a más de 97 millones en el año 2000 (Tilman y cols., 2001), situación no muy diferente a otros países en desarrollo. La disparidad entre el factor constante de la superficie adecuada para el cultivo y el crecimiento de la población implica un reto claro y bastante serio: debemos producir cada vez más alimentos sobre una superficie que en el mejor de los casos se mantiene constante. Ante este reto las ciencias agronómicas, biológicas, químicas, ecológicas, etc., nos han ofrecido respuestas acertadas que han consistido en incrementar continuamente el rendimiento de nuestros cultivos y en reducir las pérdidas ocasionadas por factores ambientales bióticos y abióticos. A la fecha, hemos enfrentado con cierto éxito el reto de producir alimentos suficientes para una población creciente a partir de una superficie arable fija. Sin embargo, muchas de las tecnologías empleadas para lograrlo no son enteramente sustentables. Por ejemplo, aunque en los últimos 50 años hemos incrementado considerablemente el rendimiento de nuestros cultivos básicos—maíz, trigo y frijol—, en gran medida mediante la introducción de variedades mejoradas y el uso creciente de fertilizantes químicos, sabemos que no es factible incrementar indefinidamente de esta manera su rendimiento. De igual modo, aunque en los últimos 50 años hemos reducido, o por lo menos mantenido constante, la proporción de la producción agrícola que se pierde debido a las plagas—en gran medida por el uso de plaguicidas químicos—, sabemos que esto acarrea problemas de contaminación. En este momento se requiere mejorar las técnicas de cultivo y protección de cosechas, así como hacer más eficiente la superficie dedicada a la agricultura, situación que parece haberse olvidado.

A pesar de que en los últimos dos siglos la población se transformó de predominantemente agrícola a urbana, el sector que tradicionalmente se ha dedicado a producir alimentos ha sufrido pocos cambios; aún continúa siendo menos de 5% de la población mundial y siempre se ha encontrado entre el sector menos favorecido económicamente. En México, la población que se dedica a la agricultura representa 1.5% (Tilman y cols., 2001). Descontando a los enfermos que no pueden o no quieren comer, el resto de la población lo quisiera hacer todos los días. De seguir con esta tendencia, ese 5 o 1.5% de la población enfrentará retos mayores para darnos de comer, pues aunque esa proporción se mantuviera constante (cuestión que resulta dudosa en el futuro, ya que actualmente menos jóvenes se quieren dedicar a la agricultura), llegaremos al punto en que no haya más superficie cultivable. Hay que recordar que la población aumenta pero el área donde se produce la comida ya está casi totalmente explotada.

Varios factores principales deben ser corregidos para aminorar la presión que causa alimentar a tantas personas y preservar lo poco que nos quedade ecosistemas naturales y biodiversidad. El más imperioso es detener el crecimiento de la población; aunque con logros significativos en este sentido, el aumento demográfico continúa siendo impresionante. Como perspectiva sabemos que en menos de 50 años habrá 50% más de gente en el mundo, lo cual no significa que tengamos que producir 50% más de comida; las demandas de la población son otras. Por ejemplo, el crecimiento poblacional entre los años 1950 y 2000 fue de 244%, pero la necesidad de producción de alimentos se incrementó más de 300% (Imhoff y cols., 2004), lo que hace imposible encontrar 50% más del área que ya se dedica a la agricultura; si así lo hiciéramos, ¿qué sucederá dentro de 60 años? La demanda de una mejor alimentación (estimada en una mayor cantidad de calorías consumidas por persona al día) ha venido también en aumento. Sin embargo, en México todavía hay más de medio millón de personas con cierto grado de desnutrición (6.1% de la población), y en Latinoamérica el porcentaje es de 11.7 (“The State of Food…”, 2003). Entonces, dentro de 50 años tendremos que alimentar a otros 3 000 millones de personas y, ¿por qué no?, ya que estamos haciendo planes tan ambiciosos, incrementar la dieta de ese ≥ 6% de desposeídos—9 540 millones de personas bien alimentadas en el planeta—para el año 2050. ¿No es esto un reto suficientemente grande como para empezar a buscarle solución de inmediato?

La situación de la producción de alimentos en México, como ya se destacó, es dramática. En la última década 64% de la población percibió menos ingresos de los necesarios para comprar suficiente comida para satisfacer las necesidades básicas de nutrición. De 1990 a 2000, la proporción de habitantes que se encontraba en algún grado de “inseguridad alimentaria” creció de 32 a 45% (Smill, 2000). Y a pesar de haber disminuido la tasade crecimiento, la población aún aumenta 1.8% anual (Tilman y cols., 2001). Para cubrir estas necesidades de alimentación hacia finales de este siglo e incrementar la dieta de la tercera parte de la población mundial, considerada como lade los desposeídos, se tendrá que aumentar la producción agrícolade 65 a 100% (Imhoff y cols., 2004). Tal vez sea éste un buen momento para empezar a invertir nuestro dinero en bulldozers, sierras de gasolina para derribar árboles, herbicidas para aniquilar la maleza nativa, implementos para disecar las especies que se van a extinguir y que quizá más tarde puedan tener un buen precio como ejemplares de museo, o almacenar agua para revenderla después a un precio más alto. La otra opción puede ser pensar en producir más comida, pues según las proyecciones poblacionales, tendremos 50% más de “clientes” a mediados de este siglo.

A este respecto, el argumento de los “despreocupados” siempre ha girado en torno a la reconfortante creenciade que “hay suficiente comida para todos, pero lo que pasa es que está mal repartida”. Creemos que ya es tiempo de cambiar esta manerade pensar tan absurda e irresponsable, que tal vez vengade siglos atrás, para ubicarnos en la realidad. Una tercera parte de la producción primaria neta es utilizada por el hombre; una tercera parte de la energía que utilizamos proviene de quemar biomasa, lo que no incluye hidrocarburos; dentro de menos de 50 años seremos otros 3 000 millones de habitantes; una tercera parte de la población mundial no obtiene diariamente las calorías necesarias; el agua es un recurso finito que muestra signos de escasez más agudos cada día y de la cual ya se utilizade 30 a 50% (Ehrlich, 2004; Tilman y cols., 2001). ¿Dónde estará la comida mal repartida que los “despreocupados” afirman que existe y que una tercera parte de la población mundial no encuentra diariamente?

La biotecnología que ha creado las ya famosas plantas transgénicas posee bases científicas y avances prácticos muy importantes para ayudarnos a cumplir con nuestras metas de producción de alimentos. Es una manera más avanzadade lograr plantas con mejores características y al mismo tiempo marca un cambio radical en ciertos aspectos de la producción.

México ha sido escenario principal de los dos acontecimientos agrícolas modernos más importantes: las llamadas “revoluciones verdes”. En ladécadade los sesenta comenzó una nueva manerade producir cultivos como el maíz y el trigo. Con la aplicación del mejoramiento genético y el apoyo de justas cantidades de fertilizantes y plaguicidas la producción agrícola tuvo un incremento de 300%. Estas técnicas genéticas aplicadas a la agricultura, con las que comenzó la revolución verde, hoy en día dan de comer a la mayoríade los habitantes del planeta.

En 1994 México volvió a ser escenario de una revolución verde: la biotecnología agrícola. Por primera vez se plantaron a nivel comercial tomates genéticamente modificados para tener una larga vidade anaquel. Esta modificación, cuya explicación es tema del siguiente capítulo, permite cosechar los tomates cuando ya están maduros en el campo, a diferenciade lo que se hace normalmente, que es pizcarlos verdes, almacenarlos en cuartos fríos y someterlos a una atmósferade etileno cuando se desea llevarlos al mercado. Este pequeño paso marca el comienzo de la producción comercial de cultivos transgénicos, la segunda revolución verde.

Una gran diferencia entre las dos revoluciones antes mencionadas consiste en que lade los años sesenta dio resultados en formade variedades mejoradas gratuitas para todo el mundo. La actual consiste en una pesadillade patentes por parte de universidades y compañías transnacionales principalmente de los países desarrollados, que impide su libre acceso. A pesar de los claros beneficios que la primera ha traído para cumplir con las necesidades de alimentación mundial, hay quienes aún se oponen a ella sin ofrecer mejores alternativas. Creemos que algo similar está pasando con los cultivos transgénicos: la faltade información fidedigna aumenta el temor de la población y da pie al rechazo injustificado. Las transformaciones que ahora tienen los cultivos transgénicos no son completamente novedosas; llevan varias décadas siendo probadas en otra forma, como el uso del insecticida Bacillus thuringiensis que como tal, aplicado a nuestras verduras, tuvo sus comienzos hace 70 años y que algunas de estas plantas transgénicas lo producen.

Como en todo cambio fundamental, la opinión del público se ha dividido. Algunos estamos básicamente a favor de la biotecnología bien empleada y otros están totalmente en contra, sin importar a quién afecte o pueda ayudar. Lo innegable es el impacto que esta revolución ha tenido. A partir de la introducción de los cultivos importantes (maíz, algodonero y frijol de soya), en 1996, la manera de estudiar y registrar estos cultivos ha sentado un precedente sin igual. Se han establecido mecanismos de vigilancia y corrección que las plantas convencionales no tienen. A estos cultivos transgénicos se les exige, por ley, contar con áreas en las que se siembre la variedad “no transgénica” para que las plagas resistentes que se pudieran desarrollar en ellos se “diluyan” (véase el capítulo de resistencia). Sólo se comercializan las plantas que expresan altas dosis de su transformación para combatir el proceso de inmunidad en las plagas; para ello se hacen pruebas de alergias en animales para proyectar lo que pudiera suceder en nuestro organismo, se estudia el procesamiento de estas plantas en el tracto digestivo de animales y humanos, se valora su impacto en otros organismos que no son blanco de estas modificaciones y se estudia su efecto en la salud, entre otras cosas; lo que, como ya se dijo, no se lleva a cabo con la introducción de variedades mejoradas, ni cultivos nuevos en un área; tampoco se analiza el impacto que pueda tener otro tipo de producción de alimentos (convencional, orgánica o manejo integrado de cultivos). Todo esto dentro de un marco constante de evaluación por parte de investigadores, agencias gubernamentales y la industria, ya que a medida que conocemos más de estas plantas, surgen nuevas preguntas. En otras palabras, no se aprueban los cultivos transgénicos sin haber aprobado análisis rigurosos básicos antes de salir al mercado.

De acuerdo con el reciente análisis hecho por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y Alimentación (FAO) (“The State of Food…”, 2003), para que un país obtenga los beneficios inmediatos de la biotecnología debe contar con un sistema de investigación agrícola bien establecido, como aquellos con los que ya contamos (INIFAP, CIAT, etc.), con un proceso de regulación en bioseguridad, también ya implementado (Conabio, etc.), con la protección legal de los derechos intelectuales (Secretaría de Comercio, etc.) y con acceso a los mercados (TLC, etc.). Algunos países en Latinoamérica como México, Colombia, Argentina y Brasil cuentan con todos estos requisitos. Tal vez sea en parte la razón por la cual son los que han adoptado los cultivos genéticamente modificados.

El escrutinio que se le da a la biotecnología es bueno y sano; no podemos permitir su intromisión en nuestras vidas sin hacer algún tipo de cuestionamiento y análisis. Hay varias dudas y quejas de la población que se deben principalmente a la falta de información. Una mala interpretación de lo que en este momento sucede con la comercialización de estos cultivos es la creencia de que los precios de los productos pudiesen bajar o que el consumidor recibirá un beneficio económico inmediato. Actualmente éste no es el caso, que obedece sobre todo a razones comerciales. ¿No deberíamos preguntarnos si en realidad la biotecnología tal como se utiliza en este momento puede ayudar a ese pequeño grupo de ciudadanos (5%), los agricultores, que nos da de comer? ¿No es hora de que ellos también gocen de los avances tecnológicos? Los beneficios ya están ahí también para nosotros, aunque no los hemos visto directamente en el bolsillo; pero si sigues leyendo, en este trabajo los conocerás. Entre ellos se encuentra el menor uso de plaguicidas en el ambiente, la disminución de la erosión de los campos agrícolas, la eventual conservación de nuestros recursos naturales, menos trabajadores intoxicados; todo lo cual tiene un impacto directo en nuestra economía.

Hay que hacer una clara distinción entre la biotecnología como tal, una técnica genética, y el impacto que tienen estas aplicaciones. Por ejemplo, pensemos que necesitamos someternos a un tratamiento de antibióticos: ¿cuál sería el impacto en nuestro cuerpo al utilizarlos vía oral, subcutánea, intramuscular, con dosis homeopáticas o con otra alternativa? En este momento existe una variedad de brócoli (no disponible comercialmente) que produce la bacteria B. thuringiensis. Habría que comparar el impacto al ambiente y a nuestra salud y las múltiples aplicaciones que se hacen de este insecticida comercial en un ciclo de cultivo, con la necesidad de no hacer ninguna aplicación al utilizar el brócoli transgénico. Lo mismo sucede actualmente a nivel comercial con el algodonero y en el corto plazo ocurrirá con otros cultivos.

Creemos que así se debería diferenciar la biotecnología (por ejemplo, vía oral, subcutánea, etc.) y la transformación (antibiótico), lo que representa dos aspectos bastante diferentes.

Otra queja está relacionada con el problema de no poder distinguir los productos genéticamente modificados que entran a la cadena alimenticia y que cierto sector de la población preferiría evitar. Esto también obedece a cuestiones económicas y de infraestructura. Algo se debe hacer y se está haciendo actualmente. La misma biotecnología nos puede ayudar a detectar material genético “extraño” dentro de los productos. Aquí cabe otra reflexión: ¿qué pasa con los otros productos, como los bajos en calorías, que debido a la propaganda de sus supuestos beneficios han venido a sustituir a los productos convencionales (por ejemplo, el yogur)? ¿No es esto una imposición por parte de las cadenas comercializadoras para orillarnos a comprar sus productos haciéndonos sentir que es lo correcto para nuestra salud?

Una manera de juzgar el desarrollo de la biotecnología sería comparar sus aplicaciones en la agricultura con el costosísimo descubrimiento de nuevas medicinas que involucra también el uso de ésta. Para una gran gama de enfermedades se puede decir que ya existe en cierto sentido algún medicamento efectivo; así que ¿cuál sería la importancia y el impacto de descubrir nuevas medicinas? En algunos casos podría ser que sólo beneficiaría a las grandes corporaciones que las producen y al limitado número de habitantes que las puede pagar; así que ¿debería detenerse la investigación en este aspecto? ¿No sería mejor continuar como estamos y aceptar las molestias que nos imponen las enfermedades sin hacer algo al respecto o aceptar el cambio? ¿Acaso no es esto lo que pretenden los que no quieren que nuestro campo se haga más productivo? En una de las áreas donde hay mayores aplicaciones de la biotecnología es precisamente en la medicina. El uso de microbios genéticamente modificados, lo mismo que animales que producen medicamentos y vacunas, es ya una realidad. Incluso hay plantas como el maíz que producen ciertas sustancias que se pueden utilizar como medicamentos y que ya se están estudiando en su fase de campo. Lo paradójico e inconsistente es cuando se les pregunta a las personas sobre su aceptación o rechazo a la biotecnología (“The State of Foods…”, 2003). Su aceptación empieza a crecer a medida que resultan palpables sus beneficios directos. Por ejemplo, si se utiliza con fines médicos, sólo 13% de los encuestados está en desacuerdo con su uso, pero cuando se trata de producción agropecuaria el rechazo crece a 62%. ¿No se necesitará más información y ser más conscientes al respecto? En general, 59% de la población de Latinoamérica está a favor de la biotecnología, 25% en contra y aún 16% está indecisa.

El presente trabajo nació por tres motivos básicos: 1) Responder a la crítica que se hace a la mayoría de los investigadores por no comunicarse de manera clara y frecuente con el resto de la sociedad. En eso estamos de acuerdo y queremos dar respuesta a esta necesidad. 2) El grupo que escribimos aquí y quienes nos han ayudado con sus comentarios a mejorar esta obra creemos firmemente en las posibilidades que tiene la biotecnología de mejorar nuestro ambiente, y de hacer un mejor uso de nuestros recursos agropecuarios para que tengan un impacto positivo en la sociedad. 3) El enfado que nos causa oír o leer los comentarios mal fundamentados o sesgados debido a la desinformación difundida por los medios y por ciertos grupos.

Reconocemos que algunos de los cuestionamientos que hace la sociedad a esta tecnología novedosa son legítimos y parte de nuestro quehacer profesional es presentar un panorama honesto de lo que sabemos al respecto. Esta tecnología se encuentra en su fase inicial; nunca nos habíamos enfrentado a cambios tan fundamentales con respecto a la genética y la agricultura, y en nuestras actividades cotidianas tenemos que incluir todo este nuevo conocimiento. Estamos descubriendo, inventando y ahora comunicando la nueva manera de producir nuestra comida.

Los comentarios y los análisis de este trabajo se basan principalmente en nuestra experiencia con tres cultivos comercialmente disponibles: algodonero, maíz y frijol soya. Lo anterior obedece a que tenemos acceso a ellos y podemos comprobar sus características en el campo y en el laboratorio. Al mismo tiempo, como actualmente son los cultivos genéticamente modificados más importantes en el mundo, nuestros comentarios se basan también en lo que han observado colegas en otras regiones.