Juan Pedro Aparicio
El juego
del diábolo
Juan Pedro Aparicio, El juego del diábolo
Primera edición digital: mayo de 2016
ISBN epub: 978-84-8393-541-5
© Juan Pedro Aparicio, 2008
© De la fotografía de cubierta, Miguel Ángel Martín, 2008
© De esta portada, maqueta y edición, Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2016
Voces / Literatura 105
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Prólogo cuántico
Diàvolo es diablo en italiano.
Un diábolo es asimismo un juguete que tiene la forma de dos conos unidos por su parte más estrecha. Como tal juguete siempre me resultó ciertamente diabólico, siquiera fuera por mi torpeza para manejarlo.
Hace dos años publiqué en esta misma colección un libro titulado La mitad del diablo. Este libro es su complemento. Entre los dos forman un diábolo. Aquel correspondería a la mitad izquierda, este, a la derecha. Aquel iba de más a menos, pues empezaba por el relato más extenso para concluir en el más diminuto; mientras que este va de menos a más, del cuento de apenas una línea al de poco más de un página.
A estos cuentos los he llamado cuánticos. En ellos lo que no está a la vista pesa mucho más que lo que está. A veces se trata del eco de un mito, otras de una leyenda, en ocasiones se alude a personajes históricos, a clásicos de la literatura, incluso a comics o a lugares comunes de nuestra cultura.
En física lo cuántico es lo relativo al quanto y el quanto es la cantidad discreta de energía de un átomo o molécula proporcional a la frecuencia de la radiación emitida o absorbida. Dicho así parece que tuviera poco que ver con cualquier fenómeno literario. Lo destacable sin embargo es la distinta ley que gobierna ese mundo de los quantos, ajena a lo que se conoce por física convencional o newtoniana. Lo mismo ocurre con nuestros relatos cuánticos.
¿Cuál es esa ley del cuántico? Sin duda, la elipsis. La relación específica entre lo que no se dice y lo que se dice, muy descompensada a favor de lo primero, mucho más que en cualquier otra forma narrativa. El cuántico más pequeño sería aquel que contuviera una materia oscura más grande. Algún exagerado dirá, claro, y el mejor de los cuánticos sería aquel que dejara la página en blanco. Y ¿qué otra cosa es el propio relato de nuestra vida en el que lo más importante, en términos de extensión, está antes de su principio y después de su final? Breve intervalo entre dos eternidades, se dice.
Pero los cuánticos son literatura y precisan de alguna palabra para representar ese intervalo, al menos de una. En El juego del diábolo empezamos con las seis del cuento titulado Desayuno.
Desayuno
Cuando regresó, el funcionario seguía ausente.
Felicidad
–Serás feliz, pero nunca lo sabrás –le dijo la vidente.
Una voz de socorro
Sólo cuando leí aquel libro a voz en grito lo entendí.
La sombra de la dicha
Era un autor demasiado celebrado. Envidiosos de su éxito, sus personajes lo mataron a puñetazos.
Políticamente incorrecto
La población reclusa no cumple la cuota femenina. Habrá que hacer algo.
Amor
Era inmune a la picadura de las avispas hasta que se enamoró de una de ellas.
Rivalidad
Aquellos dos autores acabaron odiándose tanto que sus libros no podían estar juntos en las bibliotecas
Felicidad conyugal
La quise porque me dio la gana; ella no me quiso por lo mismo. Fuimos un matrimonio muy feliz.
Misil inteligente
El científico creó un misil verdaderamente inteligente. En la primera prueba se volvió contra su creador y lo mató.
... pero honrada
La novia de mi hermano era tan rara que hasta volaba. De mi casa, sin embargo, nunca faltó una escoba.
El aire que respiramos
Dije: «los árboles son columnas para sostener el aire». Ellos se rieron y talaron los árboles. El cielo se cayó.
La mujer
Le gustaban tanto que hasta la mera palabra mujer le hacía temblar. Acaso por eso empezó a salir sólo con hombres.
Desamor a primera vista
La vi y lo comprendí enseguida. Pero ella lo sabía desde mucho antes. Una mujer así nunca sería para alguien como yo.
Apocamiento sincero
Entre los personajes de sus novelas había un líder muy agresivo, le tomó miedo y dejó de escribir para no enfrentarse a él.
El cartero
Cuando se supo que el cartero Suárez Lidón en veinticinco años de servicio nunca había escrito una carta, fue inmediatamente ascendido.
Nada
Llegó a la conclusión de que sólo la nada es perdurable y abandonó la escritura. Pero había presentado un libro con ese título a un concurso y fue premiado.
La amenaza
En lo más profundo del océano hay un pez que piensa. Todavía no ha inventado la palabra. Cuando lo haga dará instrucciones para terminar con el hombre.
Misión cumplida
Cada noche en el recuento había un soldado menos. Cuando sólo quedó el capitán que mandaba la compañía, consideró que había cumplido la misión y regresó a la base.
Amor eterno
–Yo no me divorcio –comentó Blas– . Creo en el amor eterno.
–¿Y si es ella la que se divorcia de ti?– le preguntaron.
–¡La mato! – contestó sin dudarlo.
Lealtad
Mi querida madre marcó hasta el final los calcetines a mi padre con un hilo blanco. ¿Por qué, si él ya era el único hombre de la casa?
La buena conciencia
Aquel político se ufanaba de tener la conciencia muy tranquila; y tan bien dormía que se vio obligado a tomar pastillas para poder estar despierto durante el día.
El maestro nacionalista
Los nuevos niños a su cargo tenían tal virginal ignorancia que cayó en la tentación de enseñarles que el Norte era el Sur y que el Este era el Oeste.
El trino
No me llames embustero –protestó don Juan– que el enamorado cuando dice te querré siempre, ni miente ni dice la verdad; simplemente trina como los pájaros cuando hacen el cortejo.
Secciones de paraíso
Le bastó una ojeada para saber que en la vida eterna seguirían los conflictos; ni un solo cristiano dejaba de contemplar con envidia la zona llena de huríes de los musulmanes.
Capturar el tiempo
Las ecuaciones de Einstein obsesionaban al matemático Pezuela. Un día logró capturar el tiempo y se convirtió en estatua. Hoy se le puede ver a la entrada del Museo de Ciencias.
Las vías de tren
Mirándose siempre la una a la otra sólo practican el amor cuando un tren las hace vibrar pasándolas por encima. A veces eso no es suficiente y se produce un descarrilamiento.
El Único
En la tertulia de veteranos alguien con un punto de pesadumbre comentó: «Si el tiempo tuviera pecho tendría que ser condecorado por haber acabado con Franco, fue el único de nosotros que lo consiguió».
Seducción colectiva
El gran ídolo dijo: «Yo». El pequeño ídolo dijo: «Tú». Los demás dijeron: «Él». El gran ídolo añadió: «He hablado». El pequeño ídolo añadió: «Has hablado». Los demás dijeron : «Ha hablado». Y todos: «¡Obra maestra!».
Voyeurismo
Ligaron. Entraron en un cine porno. Empezaron a meterse mano. En un momento dado, los protagonistas de la película, al fin y al cabo falsos amantes, abandonaron su actividad, más mecánica y forzada, y se dedicaron a mirarles.
El Serbal
El eremita Serbal recogía hierbas del bosque cuando se topó con un animal feroz. «¡Oh, Dios mío, que no me pueda hacer daño!», suplicó. Y cuando quiso moverse se dio cuenta de que se había convertido en árbol.
El contador de historias
En Samarcanda vivía un hombre llamado Sillas que era el mejor contador de historias. Pero nadie pudo nunca llegar a comprobarlo porque su aliento era tan apestoso que cuando principiaba a hablar la gente se alejaba de él.
Sadomasoquismo
Preocupado por reprimir la excitación que le producía oír en confesión a algunas mujeres, se colocó un cilicio que se apretaba hasta hacerse sangre mientras le hablaban. Con horror descubrió que ese tormento aún le excitaba más.
Criaturas
El grito fue de alarma y de protesta a la vez: «¿Es que no eres capaz de distinguir a un ser humano de una cucaracha?». Y, sin esperar respuesta, se vio obligado a dar un salto para evitar que el extraterrestre lo pisoteara.
Proteína animal