La vida de

Lazarillo

de Tormes

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Director de la colección

Fernando Carratalá

 

La vida de

Lazarillo

de Tormes

y

de sus fortunas

y adversidades

 

 

 

Edición de

María Teresa Otal

 

 

 

 

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Primera edición impresa: mayo 2011

Primera edición en e-book: septiembre 2012

Edición en ePub: febrero de 2013

 

© de la edición: Teresa Otal Piedrafita

© de la presente edición: Edhasa (Castalia), 2012

 

www.edhasa.es

 

ISBN 978-84-9740-545-4

Depósito legal: B.25476-2012

 

Ilust. de cubierta: Bartolomé Esteban Murillo: Niño con perro (antes de 1660). Museo Estatal del Ermitage, San Petersburgo.

Diseño gráfico: RQ

 

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Presentación

 

 

 

 

I. El Lazarillo de Tormes en los orígenes de la novela moderna

 

 

Problemas de autoría

 

Una de las mayores incógnitas de la literatura española es saber quién es el autor del Lazarillo. Porque en la novela Lázaro cuenta su propia vida, pero ¿es creíble que un pobre pregonero, que no sabe leer ni escribir, pueda contar sus vivencias por escrito? ¿O es que «dictaba» y alguien escribía sus recuerdos? Además, ¿quién es ese «Vuesa Merced» a quien dirige el escrito? ¿A qué se debe ese empeño en esconder su auténtica personalidad? Quizá el miedo a posibles represalias —por la carga de crítica social y religiosa que la obra contiene— obligara a este encubrimiento.

Poco tiempo después de la aparición de la novela ya se especulaba con nombres de escritores conocidos y se daban razones, más o menos argumentadas, para sustentar posibles autorías. El primero que se barajó fue el del fraile jerónimo Juan de Ortega, ya que se halló un manuscrito de la novela en su celda. También se atribuyó a Diego Hurtado de Mendoza; e incluso se llegó a pensar que realmente existió un pregonero en Toledo que pudo escribir su vida. Otro nombre señalado fue el de Sebastián de Horozco, por la semejanza de algunos temas que aparecen en el Lazarillo y que también se encuentran en las obras de ese escritor.

Actualmente parece que cobra nueva fuerza una teoría —formulada hace ya un tiempo—, y que sostenía que el autor del Lazarillo era un hombre culto, de origen converso, muy afín al pensamiento erasmista, y defensor de la llaneza de estilo a la hora de escribir. En concreto, Rosa Navarro ha señalado una serie de concomitancias entre esta novela y la vida y obra de Alfonso de Valdés (1490-1532), que parecen dejar poco espacio para la duda, a pesar de que otro sector de la crítica anota otras razones para seguir sustentando la anonimia de esta novela.

Respecto a la identidad de «Vuesa Merced», tampoco hay opinión unánime: para unos pudo ser un superior de Lázaro que le pide cuentas de un «caso» (la posible mancebía de su mujer con el arcipreste de San Salvador); pero, para la profesora Navarro, se trata de una mujer, que se confesaría con este arcipreste, y a la que Lázaro intentaría tranquilizar con la narración de su vida diciéndole que son falsas las habladurías que circulan sobre su mujer y ese sacerdote.

 

 

Fechas de edición y composición

 

La Vida del Lazarillo de Tormes, de sus fortunas y adversidades se publica en 1554 simultáneamente en Burgos, Amberes, Alcalá y Medina del Campo. Algunos eruditos han supuesto que, anteriormente a esa fecha, la novela debió circular durante un tiempo manuscrita, e incluso es muy posible que existiera una edición anterior a aquellas, hecha probablemente en Amberes, en 1553; pero hasta el momento no se han encontrado ejemplares de ella. Siguiendo la opinión prácticamente unánime de toda la crítica, pensamos que la edición de Burgos es la más próxima al original perdido, y su texto fue reproducido con muy escasas variantes por las de Amberes y Medina.

Sin embargo, no sabemos todavía con certeza la fecha de su composición, y sucede algo parecido a lo que vimos con la autoría: mientras unos críticos consideran que fue escrita en el primer tercio del siglo XVI, otros la retrasan hasta unos años muy próximos a 1554.

 

 

Argumento, temas, personajes e intención general de la obra

 

El Lazarillo recoge, en forma autobiográfica, las andanzas de un muchacho a quien la pobreza obliga a ponerse al servicio de diversos amos —presentándonos así el panorama social de su tiempo— y a aguzar de continuo el ingenio para no morirse de hambre. Huérfano de padre, y siendo todavía muy niño, su madre lo entrega a un ciego para que, acompañándole y sirviéndole de guía, se gane la vida. Para aplacar el hambre, pues el ciego le daba poco de comer, el muchacho le hace objeto de numerosas travesuras, que son vengadas atrozmente por éste. Tras abandonar al ciego, entra al servicio de un clérigo de Maqueda, más avaricioso que su primer amo, hasta el extremo de que tiene que robarle para poder comer, ingeniándoselas para hacerse con los panes que éste guardaba en un arcón. Sale descalabrado de las manos del clérigo, y pasa a servir a un escudero de Toledo, prototipo del hidalgo dispuesto a morirse de hambre antes que emplearse en algún trabajo útil, y de quien Lázaro con frecuencia se compadece, e incluso recurre a la mendicidad para alimentarlo. Tras abandonar al hidalgo, a quien persiguen sus acreedores, pasa a servir a un fraile de la Merced, de fáciles costumbres, luego a un buldero estafador, después a un capellán y, finalmente, a un alguacil, hasta que encuentra acomodo más estable, consiguiendo ser nombrado pregonero en Toledo y casar con la criada y concubina del arcipreste de San Salvador.

El hambre y la honra son los dos temas fundamentales de la obra. Desde muy pequeño, Lázaro tiene que ganarse la vida, y entra al servicio de diferentes amos, cuya miserable condición le obliga a recurrir a pequeñas artimañas y raterías para proporcionarse alimentos. Pero la relación cotidiana con la bellaquería de tales amos va conformando una personalidad que lo conducirá al deshonor: la ingenuidad y bondadosas inclinaciones del Lázaro de los primeros capítulos de la obra sucumben ante la maldad, que es su gran maestra a lo largo de su vida; y, al final de la obra, acepta, sin escrúpulos de conciencia, un matrimonio deshonroso que le proporciona cierta estabilidad, pues ha aprendido que la honra no da de comer, y que la astucia, el engaño, el desprecio de la opinión ajena... son condiciones indispensables para ascender en la escala social. El hambre y la honra están, pues, en estrecha relación con la crítica social y religiosa: la pobreza, la mezquindad y avaricia, la hipocresía, los defectos de muchos personajes eclesiásticos...; características de una época que el anónimo autor trata con desenfado y un cierto sentido del humor, que suavizan la amargura que se desprende de su relato.

La caracterización psicológica de los personajes produce una asombrosa impresión de realidad. Nada ejemplares son los rasgos de los amos a los que Lázaro sirve, especialmente los tres primeros —que es precisamente en los que más se ceba la sátira social del autor—: la astucia, tacañería y mezquindad del ciego —egoísta y cruel—, y de quien Lázaro recibe las primeras lecciones de su «lucha por la vida»; la avaricia y falsedad del clérigo de Maqueda, a quien le hurta —impulsado por el hambre— unos mendrugos encerrados en un arcón; el aparentar lo que no se es que define la conducta del escudero pobre, el cual soporta con dignidad su miseria, y con el que Lázaro comparte la comida que obtiene mendigando. A estos tres amos, sin duda las figuras de más relieve, siguen otros, que tampoco destacan por su ejemplaridad; y así vemos la liberalidad de costumbres y el apego a lo mundano que definen al fraile de la Merced; la prodigiosa habilidad para la estafa que exhibe el buldero; y la hipocresía y lascivia de que hace gala el arcipreste de San Salvador.

Tipos todos estos extraídos de esa sociedad española del siglo XVI en la que malviven instalados mendigos, estafadores, rufianes, soldados sin empleo, frailes sin devoción, clérigos amancebados...; y que configuran una amarga realidad presidida por la miseria moral y en la que una existencia digna no tiene cabida. Con semejante «escuela de la vida» en el paulatino desarrollo de su personalidad, el Lázaro adulto —que no es sino el resultado de las experiencias vitales que le han ido marcando— se incorpora a esa galería de personajes sin escrúpulos morales, a quienes no les importa sobrevivir sin honra; y por eso acepta un matrimonio de conveniencia, casándose con la criada amante de un arcipreste a cambio de la aceptable seguridad económica que le proporciona el oficio de pregonero. Largo camino el recorrido por Lázaro, que comenzó aguzando el ingenio para hacer frente al hambre y a las privaciones materiales de todo tipo, y que desemboca en la más execrable ruindad moral.

 

 

Estilo y estructura del Lazarillo

 

En el Lazarillo se produce una sabia combinación de lengua coloquial y algunos recursos cultos (figuras retóricas relativamente complejas, alusiones eruditas...). Sin embargo, y aunque da cabida a algún periodo subordinado largo que enriquece y matiza el discurso de la voz del narrador, lo que más sobresale en la novela es su economía expresiva, algo que era propio del género epistolar, y que se hace especialmente patente en sus diálogos. Este uso de una lengua llana y popular hace que el estilo del Lazarillo resulte sencillo y natural, y, como tal, se caracterice por poseer una sintaxis suelta, en la que abundan las construcciones nominales, las enumeraciones, los coloquialismos, los refranes y expresiones proverbiales... Sin embargo, el resultado final es de una elegante sobriedad, de una rapidez y agilidad expresivas que la sitúan muy lejos de la retórica y farragosa ampulosidad de los libros de caballerías. A esto hay que añadir el asombroso realismo con que retrata escenas, costumbres, lugares...; la parodia de géneros consagrados (y, en concreto, de las novelas idealistas); la ironía con que penetra en la sociedad del momento; el uso de simetrías y contrastes —repitiendo o enfrentando situaciones y escenas—; y la aguda penetración psicológica que revela su anónimo autor. Todos estos ingredientes son los responsables de que nos encontremos ante una obra escrita con un talento narrativo extraordinario.

A simple vista, la estructura general de la novela es la de una sucesión de cuentos o «tratados»; ahora bien, no aparecen de forma yuxtapuesta como en obras anteriores (libros de cuentos de don Juan Manuel, del Arcipreste de Hita, de Chaucer o de Boccaccio), sino que están integrados y estructurados en un engranaje superior: Lázaro, ya adulto, e instalado en Toledo, le cuenta a «Vuesa Merced» —en primera persona— los sucesos más significativos de su vida para que pueda comprender un «caso» sobre el que la gente habla y que, al parecer, también interesa a la persona a la que dirige su historia. Su estructura comprende un Prólogo y siete Tratados, de longitud desigual; y su acierto estriba en que da coherencia a una serie de anécdotas folclóricas que se ensartan en esta autobiografía: con ellas el protagonista, desde su presente, recuerda y reflexiona sobre lo que ha vivido e intenta explicar cómo su situación actual es fruto de las condiciones en las que ha tenido que vivir. En el fondo, el Lazarillo es la obra de un autor un tanto determinista, algo que está ejemplificado, a nivel anecdótico, en un hecho que abre y cierra la obra: el hombre que nace hijo de madre que se amanceba, no puede ser más, haga lo que haga, que marido de amancebada.

 

 

II. El Lazarillo en su contexto

 

Las primeras ediciones que conservamos del Lazarillo son de 1554, y en ella se nos narran con gran verosimilitud algunos momentos de la vida de Lázaro de Tormes, que se convierte así en testigo de singular excepción de esta época de grandeza y miseria, de luces y sombras, que fue el reinado de Carlos I.

En 1516 Carlos I —nieto de los Reyes Católicos, nacido y educado en Alemania— es declarado rey de España, y en 1519 pasa a ser Carlos V, emperador de Alemania. Con el establecimiento del Imperio nuestro país adquiere una dimensión internacional hasta entonces desconocida: se llevó a cabo la vuelta al mundo y la colonización de Méjico y Perú; tuvo lugar el «saco de Roma»; y se realizaron campañas militares victoriosas contra otros estados europeos —fundamentalmente para combatir la herejía protestante— y contra los turcos. Sin embargo, en el interior peninsular, la monarquía autoritaria del primero de los Habsburgo no acababa de ser bien recibida por las consecuencias que trajo consigo: las cortes castellanas habían perdido su antiguo poder; se había colapsado el poder municipal; y los cargos de prestigio los habían copado los nuevos aristócratas flamencos que habían acompañado a Carlos en su venida a España. Esta situación —añadida a la crisis económica— creó un gran descontento entre la nobleza peninsular, y amplios sectores de la población se alzaron en armas contra el monarca (rebelión de las germanías valencianas y baleares, y sublevación comunera castellana), que, no obstante, fueron derrotados por las tropas imperiales en la batalla de Villalar (1521).

Las campañas bélicas no sólo grabaron fuertemente el erario público castellano, sino que también sustrajeron mano de obra al campo que, junto con la conquista y colonización del Nuevo Mundo, harán que se produzca una considerable merma en la población activa. A ello se añadió el hundimiento de la banca castellana y el hecho de que la burguesía industrial y mercantil de origen textil castellano no acabara de despegar. Todo esto originará un empobrecimiento progresivo de las ciudades, que se llenarán de heridos de guerra y de mendigos, hasta tal punto que se tuvieron que promulgar una serie de pragmáticas que regulaban la mendicidad, como la que afectó a Lázaro: «como el año en esta tierra fuese estéril de pan, acordaron el Ayuntamiento que todos los pobres extranjeros se fuesen de la ciudad, con pregón que el que de allí adelante topasen fuese punido con azotes» (tratado III).

Los tres primeros amos de Lázaro (el ciego, el clérigo de Maqueda y el escudero) representan, respectivamente, los tres estamentos en los que la sociedad desde la Edad Media adscribía a los individuos: pueblo-clero-nobleza. Cada uno de estos tres estados hacía posible la existencia de los otros dos, y la relación que debía unirlos era la caridad para con el más débil; sin embargo, ninguno de los tres amos la practica con Lázaro: el ciego y el clérigo por avaros y mezquinos, y el hidalgo por pobre. En la novela se traza un fresco muy duro de toda la sociedad española, aunque la clase social que más malparada sale de los ojos del pícaro es la clerecía: a los servidores de la Iglesia el autor los retrata avaros, lujuriosos, falsarios y mercaderes, muy lejanos al ideal que predicaba Erasmo, monje holandés amigo y preceptor de Carlos, que denunciaba la falsedad en la que vivía buena parte del clero católico. Mención aparte merece el hidalgo, ejemplo del último escalón del estamento nobiliario: sin riqueza, pero con honra; sacrificará toda su existencia a «aparentar».

Paralelamente al movimiento erasmista y a los brotes protestantes que germinaban en Europa, surge en España un movimiento de regeneración del catolicismo, auspiciado por personalidades como Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús o Juan de la Cruz que, sin renegar de ningún principio de su fe, intentan reformar costumbres y hábitos de vida para mejorar conductas. Es el movimiento de la Contrarreforma, cuya argumentación teológica emana del Concilio de Trento (1545-1563). Para la vigilancia de la fe y de los conversos o cristianos nuevos —judíos o moriscos que habían preferido renegar de su antigua fe antes que ser expulsados de España— surgirá el Tribunal de la Inquisición, que, entre otros cometidos, velará por la salud espiritual de los lectores, y prohibirá o expurgará aquellos libros que contengan detalles nocivos para un católico. El Lazarillo sufrirá la censura de este Tribunal: fue incluido en el Índice de 1559, y cuando sale de nuevo a la luz en 1573 lo hace censurado.

Por otra parte, en esta época la visión del mundo y del hombre han cambiado respecto a la Edad Media, ya que asistimos al triunfo del Humanismo, con su defensa del «hombre nuevo», que ha de ser bueno tanto para las armas como para las letras. Y, en lo cultural, estamos en pleno Renacimiento, que, como su nombre indica, supone el renacer de la tradición clásica (tanto en temas como en motivos). Esta nueva mentalidad trajo también consigo la valoración de lo sencillo y de lo natural en todas las facetas del arte, incluida la literatura. El ideal de lengua del siglo XVI —que predicaba en su Diálogo de la lengua Juan de Valdés— era: «escribo como hablo». Y así es como el autor del Lazarillo dice que escribe en «grosero estilo» (Prólogo), lo que hace que la lengua de esta novela recuerde en muchos momentos la andadura coloquial.

 

 

III. La novela picaresca

 

Suele decirse que la novela picaresca es uno de los fenómenos literarios españoles más importantes del Siglo de Oro. Sin embargo, no es el único producto de la narrativa de ficción del Renacimiento y Barroco, ya que en el gusto de la época tienen cabida tanto obras de carácter realista, como novelas de corte idealista.

. En este contexto literario surge la novela picaresca.