V.1: enero, 2016
Título original: Second Chance Boyfriend
© Monica Murphy, 2013
© de la traducción, Azahara Martín, 2015
© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2016
Fotografía de cubierta: @ annebaek / iStock Photo
Diseño de cubierta: Taller de los Libros
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Publicado por Oz Editorial
C/ Mallorca, 303, 2º 1ª
08037 Barcelona
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ISBN: 978-84-16224-36-4
IBIC: FR
Conversión a epub: Taller de los Libros
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Traducción de Azahara Martín
A mi familia, que aguanta que esté sentada frente al ordenador todo el tiempo, gracias por vuestro apoyo y amor. Lo sois todo para mí.
A veces tienes que quedarte solo para asegurarte de que todavía puedes.
Anónimo
Dos meses. No he visto ni escuchado nada de él en dos malditos meses. ¿Quién hace eso? ¿Quién pasa la semana más intensa de su vida con otro ser humano, comparte sus pensamientos más íntimos, sus secretos más locos y oscuros, tiene sexo con esa persona (y hablo de sexo increíble, de ese que hace temblar la tierra), le deja una nota que dice «Te quiero» y se larga? Te diré quién.
Drew voy-a-darle-una-patada-en-las-pelotas-la-próxima-vez-que-lo-vea Callahan.
He pasado página. Bueno, eso es lo que me digo. Pero el tiempo no se detiene solo porque lo haga mi corazón, así que he seguido cumpliendo con mis responsabilidades. He estirado muy bien los tres mil dólares que gané por fingir ser la novia del imbécil durante una semana. Todavía me queda algo de dinero en la cuenta de ahorros. Le compré a mi hermano, Owen, algunos regalos de Navidad y también cogí algo para mamá.
Ella no nos compró nada. Ni una sola cosa. Owen me regaló un cuenco poco profundo que hizo en la clase de cerámica del instituto. Estaba tan orgulloso que me lo regaló. También se sintió un poco avergonzado, sobre todo cuando hablé emocionada del cuenco. El pobre lo envolvió en papel brillante y todo. Me impresionó que se tomara la molestia de prepararme algo. Tengo el cuenco en el vestidor y lo uso para dejar ahí los pendientes.
Al menos alguien se preocupa por mí, ¿sabes?
No le regaló nada a mamá, lo que me satisfizo (sí, soy una bruja superficial) hasta límites insospechados.
Se supone que enero es un mes de nacimiento. Año nuevo, nuevas metas, objetivos o como quieras llamarlo. Es el momento en el que una persona debe albergar esperanzas respecto a todo ese territorio inexplorado que se extiende ante ella. Intenté por todos los medios ser positiva cuando llegó el año nuevo, pero lloré. El reloj dio las doce y yo estaba sola, con las lágrimas recorriendo mi cara mientras veía en la tele cómo caía la bola. Una chica sola y penosa sollozando en su sudadera y echando de menos al chico al que ama.
Ya ha pasado casi todo el mes y eso está bien. Pero anoche lo comprendí. En lugar de temer cada día que llega, tengo que saborearlo. Necesito averiguar qué quiero hacer con mi vida y luego llevarlo a cabo. Me gustaría irme, pero no puedo dejar aquí a Owen. No tengo ni idea de lo que le pasaría y no puedo arriesgarme.
Así que me quedo. Prometo que aprovecharé al máximo esta vida que tengo. Estoy cansada de vivir hundida en la miseria.
Estoy cansada de sentir pena de mí misma. Cansada de querer zarandear a mi madre para que comprenda que tiene hijos de los que debería preocuparse. Ah, y que necesita encontrar un trabajo. Dormir todo el día y salir de fiesta cada noche con Larry el Perdedor no es la manera adecuada de hacer frente a las cosas.
Estoy cansada de lamentar la pérdida de un hombre guapo y jodido que me persigue en mis pensamientos esté donde esté.
Sí, sobre todo estoy harta de eso.
Aparto los pensamientos sombríos de mi cabeza y me dirijo al reservado donde un cliente espera para decirme qué quiere tomar. Entró hace unos minutos, un tipo alto, que se movía rápidamente e iba demasiado bien vestido para un paseo a media tarde de un jueves por La Salle. El bar está animado por la noche, lleno de universitarios bebiendo sin límite. Pero ¿y durante el día? Los clientes son sobre todo vagos perdedores que no tienen otro lugar al que ir y alguna persona que viene ocasionalmente a almorzar. Las hamburguesas son decentes, así que están empatados.
—¿Qué desea? —pregunto cuando me detengo frente a la mesa con la cabeza inclinada mientras saco el bloc de notas para apuntar la comanda.
—¿Su atención, tal vez?
La pregunta, pronunciada con una voz profunda y aterciopelada, me hace levantar la vista del cuaderno.
Son los ojos más azules que he visto en mi vida. Más azules que los de Drew, si es que eso es posible.
—Eh, lo siento.
Le ofrezco una sonrisa vacilante. Me pone nerviosa. Es demasiado guapo. Mucho más que eso, con el cabello rubio oscuro que le cae sobre la frente y una estructura ósea clásica. Quijada muy marcada, pómulos afilados y nariz recta; podría haber salido de una valla publicitaria.
—¿Sabe lo que quiere?
Sonríe revelando unos dientes blancos y aprieto los labios para mantenerlos cerrados y evitar quedarme con la boca abierta. No sabía que los hombres pudieran ser tan atractivos. A ver, Drew es guapo, lo admito aunque esté furiosa con él. Pero este chico… deja a los demás a la altura del betún. Su rostro es endemoniadamente perfecto.
—Tomaré una cerveza rubia suave —pide mientras señala con la barbilla el pegajoso menú que está sobre la mesa frente a él—. ¿Me recomienda algún aperitivo?
Debe de estar bromeando. Además de las hamburguesas, no recomendaría nada de lo que La Salle sirve a este perfecto espécimen masculino. No quiera Dios que se manche.
—¿Qué le apetece? —pregunto con voz débil.
Arquea una ceja, coge el menú y le echa un vistazo sin perder el contacto con mis ojos.
—¿Nachos?
Niego con la cabeza.
—La carne casi nunca se cocina bien.
Suele salir más bien con un tono rosado. Un asco.
—¿Patatas rellenas? —Hace una mueca.
Le devuelvo el gesto.
—Muy de los noventa, ¿no cree?
—¿Y qué me dice de las alitas de búfalo?
—Están bien, si quiere que la boca le arda eternamente. Escuche. —Miro a mi alrededor para asegurarme de que nadie, como por ejemplo mi jefe, esté cerca—. Si quiere comer algo, le sugiero la cafetería que hay calle abajo. Hacen unos sándwiches fantásticos.
Se ríe y sacude la cabeza. El vibrante y abundante sonido me inunda y me calienta la piel, a lo que le sigue rápidamente una gran dosis de cautela. No reacciono así con los chicos. El único chico que podía hacerme reaccionar así era Drew. Y él no está cerca… Entonces, ¿por qué sigo tan obsesionada con él?
¿Tal vez porque todavía estás enamorada de él como una idiota?
Mando al fondo de mi cerebro la molesta vocecita que aparece en los momentos más inoportunos.
—Me gusta su sinceridad —dice el hombre mientras me escudriña con la mirada azul fría—. Entonces, solo tomaré la cerveza.
—Una decisión inteligente —confirmo—. Vuelvo enseguida.
Me dirijo hacia el fondo, me deslizo detrás de la barra, agarro una botella de cerveza rubia suave, alzo la vista y pillo al chico mirándome. Pero no aparta la vista, lo que me hace sentir incómoda. No me mira como un pervertido; simplemente… es muy observador.
Resulta desconcertante.
Una ráfaga de ira me atraviesa. ¿Acaso llevo una señal invisible colgada al cuello que dice «Oye, soy fácil»? Porque no lo soy. Sí, he cometido errores buscando un poco de atención en sitios inadecuados, pero tampoco es que me vista con las tetas o el culo al aire. No me pongo nada para marcar intencionadamente las caderas, ni saco pecho como hacen muchas chicas.
Entonces, ¿por qué cada tío con el que me cruzo parece mirarme descaradamente como si fuera un pedazo de carne?
Después de pensar que ya es suficiente, me dirijo hacia su mesa y coloco la cerveza frente a él con un golpe. Estoy a punto de marcharme sin decir una palabra (que le den a la propina) cuando pregunta:
—Entonces, ¿cómo se llama?
Miro por encima del hombro.
—¿Qué le importa? —¡Oh, soy una zorra! Podría haber ofendido al chico y hacer que me despidieran. No sé qué me pasa.
Soy casi tan mala como mi madre, que saboteó su trabajo con sus borracheras y su horrorosa actitud. Al menos yo solo tengo una mala actitud.
Si pudiera darme una patada en el culo ahora mismo, lo haría.
El chico sonríe y se encoje de hombros, como si mi impertinente respuesta no lo perturbara.
—Soy curioso.
Me doy la vuelta del todo para estar frente a él y lo contemplo con tanta intensidad como él a mí. Los largos dedos de su mano derecha envuelven el cuello de la botella de cerveza, el otro brazo descansa en la mesa rayada y llena de marcas. Su actitud es relajada, fácil, así que bajo las defensas lentamente.
—Me llamo Fable —respondo, preparándome para la reacción.
He escuchado un sinfín de bromas y comentarios groseros sobre mi nombre desde que tengo memoria.
Pero no me lo hace pasar mal. Su expresión permanece neutra.
—Encantado de conocerte, Fable. Soy Colin.
Asiento con la cabeza sin saber qué más decir. Me tranquiliza al mismo tiempo que me pone nerviosa, y me deja confusa. Definitivamente, no encaja en este bar. Va vestido demasiado bien y tiene un aire de autoridad que roza la superioridad, como si estuviera por encima de todos los de aquí (y probablemente lo esté). Apesta a clase y dinero.
Pero no actúa como un gilipollas y debería, ya que he sido muy grosera con él. Se lleva la botella de cerveza a la boca, da un trago y lo observo sin reparos. Es guapo, arrogante y un problema.
No quiero tener nada que ver con él.
—Entonces, Fable —dice después de beberse media cerveza—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
Arrastro los pies y echo un vistazo al bar. Nadie nos presta atención. Probablemente podría quedarme aquí y charlar con Colin, el cliente misterioso, durante quince minutos y nadie se quejaría.
—Claro.
—¿Por qué una mujer como tú trabaja en un bar de mierda como este?
—¿Por qué un chico como tú pide una cerveza en un bar de mierda como este? —replico al sentirme momentáneamente insultada.
Pero entonces me doy cuenta… Me acaba de hacer un cumplido. Y se ha referido a mí como una mujer. Nadie lo había hecho antes. Ni siquiera yo hago eso.
Inclina la cerveza hacia mí, como si estuviera ofreciéndome un brindis.
—Touché. ¿Te sorprendería si dijera que he entrado aquí para buscarte?
¿Sorprenderme? Más bien me pone los pelos de punta.
—No te conozco. ¿Cómo podrías estar buscándome?
—Debería reformular la frase. He venido con la esperanza de encontrar a alguien con quien poder escabullirme. —Se ríe ante mis cejas alzadas—. Soy propietario de un restaurante nuevo en la ciudad. The District. ¿Has oído hablar de él?
Sí. Algún lugar de moda que satisface a los universitarios ricos, los que tienen dinero ilimitado que pueden gastarse en comer, beber e irse de fiesta. Así que no es para mí.
—Sí.
—¿Has estado allí?
Niego con la cabeza lentamente.
—No.
Se vuelve a apoyar contra el asiento, me observa con los ojos penetrantes mientras hace una lectura lenta de mí. Ahora está fijándose completamente en mí y siento cómo me arden las mejillas por la vergüenza. El chico es un gilipollas.
Siempre he tenido predilección por los gilipollas.
—Ven conmigo al restaurante esta noche. Te lo enseñaré. —Su boca se curva en casi una sonrisa y me siento tentada.
Pero también me he prometido alejarme de los hombres, así que sé que es una mala idea.
—Gracias, pero no estoy interesada.
—No intento pedirte una cita, Fable —dice en voz baja, con los ojos brillantes.
Doy un paso atrás y echo un vistazo alrededor. Necesito apartarme de este tío. Rápido. Pero entonces, sus palabras detienen mis pasos.
—Trato de ofrecerte un trabajo.
—Vamos a hablar de Fable.
Me tenso, pero asiento con la cabeza. Hago lo que puedo para parecer neutral, como si el nuevo tema de conversación no me afectara.
—¿Qué quiere saber?
Mi loquera me observa con mirada cautelosa y firme.
—Todavía te molesta escuchar su nombre.
—No —miento.
Intento con todas mis fuerzas parecer indiferente, pero mi interior se agita. Temo y al mismo tiempo disfruto al escuchar el nombre de Fable. Quiero verla. Necesito verla.
Todavía no puedo ir a buscarla. Y ella, claramente, se ha dado por vencida conmigo. Merezco que se haya dado por vencida. Yo fui el primero en hacerlo con ella, ¿no?
Es más bien como si me hubiera dado por vencido conmigo mismo.
—No tienes que mentirme, Drew. Es normal que todavía sea difícil. —La doctora Sheila Harris se detiene y se da unos toquecitos en la barbilla con el dedo índice—. ¿Has considerado la idea de intentar verla?
Niego con la cabeza. Lo pienso todos los días, cada minuto de mi vida, pero mis consideraciones son inútiles.
—Me odia.
—Eso no lo sabes.
—Sé que me odiaría por lo que hice si fuera ella. Me encerré en mí mismo y la aparté, como siempre hago. Me rogó una y otra vez que no lo hiciera. Prometió que estaría ahí para mí sin importar qué pasara.
Aun así la dejé. Con una nota estúpida que tardé mucho en escribir y que contenía un mensaje secreto que mi inteligente y hermosa chica averiguó enseguida.
Pero ya no es mi chica. No puedo reclamarla. La ignoré y ahora…
La he perdido.
—¿Por qué la apartaste? Nunca me lo has contado.
A mi psicóloga le encanta hacerme preguntas difíciles, pero ese es su trabajo. Aun así odio responderlas.
—Es el único modo que conozco de salir adelante —admito.
La verdad me golpea en la cara. Siempre salgo corriendo.
Es mucho más fácil.
Yo mismo busqué a la doctora Harris. Nadie me empujó a hacerlo. Después de volver de Carmel, después de abandonar a Fable y dejarle esa nota de mierda, me refugié en mí mismo todavía más de lo que solía hacerlo. La cagué en el fútbol, las notas fueron un desastre. Las vacaciones de invierno llegaron y huí. Salí corriendo, literalmente, hacia una cabaña en medio de un bosque que le alquilé a una agradable pareja mayor en el lago Tahoe.
¿Cuál era mi plan? Hibernar como un oso. Apagar el teléfono, refugiarme en mí mismo y solucionar mis problemas. Aunque no preví lo duro que sería estar a solas con mis pensamientos. Mis recuerdos, tanto los buenos como los malos, me perseguían. Pensaba en mi madrastra, Adele, sobre mi cuerpo. Pensaba en mi padre y en lo mucho que la verdad (si es que realmente es la verdad) le afectaría. Pensaba en mi hermana pequeña, Vanessa, y en cómo murió. En cómo, después de todo, podría no ser mi hermana…
Pero sobre todo, pensaba en Fable. En lo enfadada que estaba cuando aparecí en su puerta y aun así me dejó entrar. La forma en que la toqué, cómo me tocó ella a mí, en cómo siempre parecía romper mis barreras y ver mi yo real. La dejé entrar. Quería dejarla entrar.
Y luego la abandoné. Con una nota sin sentido. Ella intentó hacer lo imposible por salvarme y no se lo permití. Me envió dos mensajes. El segundo me sorprendió, porque sé que es obstinada y pensé que lo dejaría después de no responderle el primero.
¿Cómo iba a contestar? Dijo todo lo que había que decir y yo habría respondido todo lo que no debería decir. Así que mejor no decir nada.
También me dejó un mensaje de voz. Todavía lo tengo. A veces, cuando me siento muy jodido, lo pongo. Escucho esas palabras increíbles que dice con su suave y desgarrada voz. Cuando el mensaje termina, me duele el corazón.
Escucharlo es una tortura, pero no puedo borrarlo. El mero hecho que saber que está ahí, que le importé aunque solo fuera durante un minuto, es mejor que borrar esas palabras y su voz y fingir que no existe.
—Espero ayudarte con eso. Estás usando mecanismos de defensa —dice la doctora Harris, sacándome de mis pensamientos—. Sé que Fable significa mucho para ti. Espero que, en algún momento, vayas a por ella y le digas que lo sientes.
—¿Y qué pasa si no lo siento? —pronuncio las palabras, pero no tienen ningún sentido. Lo siento tanto que no puedo empezar a explicar lo jodido que estoy.
—Entonces ese es otro tema que tenemos que tratar —dice amablemente.
Seguimos así durante otros quince minutos hasta que finalmente puedo irme. Salgo a la fría y clara tarde de invierno. El sol me calienta la piel a pesar del frío que hace y camino por la acera hacia el lugar donde aparqué la furgoneta. La consulta de la doctora Harris está en el centro, en un edificio inclasificable, y espero no ver a nadie que me conozca. El campus universitario está a solo unas calles de aquí y los estudiantes pasan el rato en las tiendecitas, cafeterías y restaurantes de esta calle.
No es que tenga muchos amigos pero, demonios, a todo el mundo le gusta pensar que me conoce. En realidad nadie lo hace, excepto una persona.
—¡Oye, Callahan, espera!
Me detengo y miro por encima del hombro para ver a uno de mis compañeros de equipo corriendo hacia mí con una gran sonrisa en su cara de mentecato. Jace Hendrix es un grano en el culo, pero por lo general es un buen tío. Nunca me ha hecho nada malo, aunque en realidad ninguno de ellos me lo ha hecho.
—Hola —le saludo. Meto las manos en los bolsillos de la chaqueta y espero hasta que se detiene justo frente a mí.
—Cuánto tiempo sin verte —dice Jace—. Prácticamente desapareciste después de la última derrota.
Hago una mueca de dolor. La última derrota fue culpa mía.
—Me sentía jodido por ello —confieso.
Vaya, no puedo creer que acabe de admitir mis errores, pero Jace no parece molesto.
—Sí, tú y todos los demás, tío. Oye, ¿qué vas a hacer este fin de semana?
La forma en la que Jace le resta importancia a mi afirmación (joder, la forma en la que está de acuerdo con ella) me sorprende.
—¿Por?
—Es el cumpleaños de Logan. Lo vamos a celebrar en el restaurante que acaba de abrir. ¿Has oído hablar de él? —Jace parece emocionado, literalmente está dando saltos y me pregunto qué pasa.
—Algo he oído. —Me encojo de hombros. Como si me importara. Lo último que quiero es ser sociable.
Pero entonces, las palabras de la doctora Harris resuenan en mi cabeza. Quiere que socialice y actúe como una persona normal.
—La fiesta será allí, en una sala privada y todo. No he estado todavía, pero he oído que todas las camareras son preciosas, las bebidas son fantásticas y están cargadas de alcohol. Los padres de Logan han reservado una sala privada, se rumorea que podrían haber contratado strippers para el evento. Logan cumple veintiuno, así que queremos conseguirle todo tipo de mierdas. Jace mueve las cejas.
—Suena genial —miento.
Es como una tortura, pero tengo que ir. Al menos hacer una aparición breve y luego marcharme. Podré informar a mi loquera de que fui y así me dará una estrella de oro por hacer ese esfuerzo.
—¿Vendrás?
Jace parece asombrado y sé por qué. Rara vez hago algo con los chicos, especialmente en los últimos meses, en los que me he comportado como un fantasma.
—Allí estaré —confirmo, sin saber muy bien cómo voy a conseguir energía para aparecer por la fiesta, pero tengo que hacerlo.
—¿Sí? ¡Estupendo! Qué ganas tengo de contárselo a los chicos. Te hemos echado de menos. Casi no te hemos visto últimamente y sabemos que los últimos partidos fueron duros para ti. Fueron duros para todos. —La expresión de Jace es solemne y por un segundo me pregunto si me está tomando el pelo.
Pero entonces, me doy cuenta de que es sincero. Lo gracioso es que me sentí responsable de todas las derrotas cuando seguro que todos los chicos del equipo hicieron lo mismo.
—Dile a los chicos que tengo muchas ganas de verlos.
Las palabras salen fácilmente de mis labios porque son ciertas. Necesito dejar de regodearme en la miseria. Tengo que dejar de preocuparme por mi pasado, por mi padre y la zorra de mi madrastra y de la pequeña que murió porque estaba demasiado ocupado peleándome con su madre y diciéndole que mantuviera sus malditas manos alejadas de mí.
Una de las cosas de las que más me arrepiento es de que nunca le expliqué del todo a Fable lo que sucedió ese día. Sé que cree que estaba enrollándome con Adele. Yo pensaría lo mismo, pero ese fue el día en que le dije que nunca más. No estaba interesado en lo que ella quería en ese momento. Había terminado. Ese fue el día en que me liberé.
Y también el día en que me volví un prisionero de mi propia culpa.
Para siempre.
—Nos vemos, Drew.
Jace se despide y se aleja de mí silbando. Me quedo quieto, observando cómo se aleja hasta que se convierte en una mancha en la distancia, y deseo como un loco poder estar tan tranquilo como él. Que mis máximas preocupaciones fueran las notas, la próxima chica a la que le pondría las manos encima y la excitación por la gran fiesta que se va a celebrar en unos días.
Tal vez, y solo tal vez, podría perderme en lo mundano durante un rato. Fingir que no me importa nada más que los amigos, la universidad y las fiestas. La doctora dice que no podré seguir adelante hasta que me enfrente al pasado.
Pero ¿qué cojones sabe ella?
Monica Murphy nació en California, USA. Esta escritora de Young Adult y romántica bebe café continuamente y pasa demasiado tiempo frente a la pantalla de su ordenador (es adicta al trabajo, ya que escribir es su mayor pasión). Vive en las laderas bajas de Yosemite con su marido y sus tres hijos y, cuando no está escribiendo, le encanta leer y viajar con su familia.
Atrévete a darle una segunda oportunidad al amor
Drew ha apartado a Fable de su vida porque cree que no la merece, pero no puede olvidarla.
Fable ha intentado pasar página y seguir con su vida. Su madre sigue siendo un problema constante y es ella quien tiene que cuidar de su hermano Owen. Para poder pagar las facturas, Fable encuentra otro trabajo en The District, el nuevo bar de moda de la ciudad, que dirige el misterioso Colin.
Pero cuando el equipo de fútbol de Drew elige celebrar un cumpleaños en The District, el corazón de Fable da un salto al pensar que volverá a verlo…
Segundas oportunidades vuelve a montar a Drew y a Fable en una montaña rusa de emociones. De la alegría más desbocada a la pena más oscura, Drew y Fable son dos almas que se enfrentan al dolor de su entorno con el poder del amor y la pasión que hay entre ellos.
«Monica Murphy ha escrito un tórrido romance entre dos personajes con una química increíble y convierte lo que era una historia de ficción en algo mucho más grande. Es real, tangible y hermoso.»
The Life of Fiction
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Agradecimientos
Sobre la autora
Ella está rota por dentro pero nadie se dará cuenta jamás.
Anónimo
—Entonces —Owen da un sorbo a la soda gigante que le compré en la gasolinera en la que paramos para llenar el depósito del viejo coche de mamá de camino a casa—, ¿puedo comer gratis en el antro en el que trabajas?
Sacudo la cabeza.
—Es demasiado elegante. Los chicos no son bienvenidos.
El eufemismo del año. Definitivamente, el restaurante no es para críos. De hecho, creo que tampoco es para mí, pero voy a darle una oportunidad. Colin dice que puedo ganar un montón de dinero en propinas, aunque no sé si creérmelo.
Mis pensamientos me llevan a Colin. Es el propietario del restaurante porque su papá rico se lo regaló para que jugara. Eso es lo que averigüé de él la primera vez que me llevó allí. Es amable, atractivo y encantador.
Más allá de mantener una charlar como jefe y empleada, lo evito siempre que puedo. Acepté su oferta de trabajo, aunque parece demasiado buena para ser real.
Lo gracioso es que ni siquiera he avisado en La Salle todavía. Mantener ese trabajo hasta saber con seguridad que el nuevo va a funcionar es la única forma de garantizar que el dinero siga entrando de forma constante.
Y, como siempre, el flujo de dinero es lo más importante para mí. Nuestra madre no hace nada para garantizarlo.
Owen hincha el pecho con indignación.
—¿Estás de broma? No soy un crío. ¡Tengo catorce jodidos años!
Le doy un guantazo en el brazo y grita.
—Ese vocabulario —le advierto, porque, por Dios, tiene que vigilar esa lengua suya. ¿Y desde cuándo la mayoría de edad se ha adelantado cuatro años? En sus sueños.
—En serio, Efe, ¿no puedes colarme? —Owen sacude la cabeza en clara señal de irritación—. He oído que las tías que se pasan por allí están muy buenas.
No necesito escuchar a mi hermano pequeño hablar sobre tías buenas y no sé qué más. Ya fue bastante duro encontrar una bolsita de maría en el bolsillo de sus vaqueros cuando hice la colada el otro día. Se la enseñé a mi madre, que se encogió de hombros y me dijo que le diera la bolsa a ella.
La abrió, inhaló profundamente y comentó la buena calidad de la maría. Sé que se la llevó a casa de Larry más tarde y probablemente se pusieron hasta el culo. Sigo sin creérmelo. ¿Cómo me he convertido en una persona normal y estable cuando mi madre es tan… irresponsable?
No tuviste elección.
¿Acaso no es esa la maldita verdad?
—Escucha, la comida que se sirve cuesta como cincuenta pavos el plato. Es para parejas y eso. Y hay un bar. Después de las diez, no permiten entrar a menores de veintiún años —explico.
En realidad es el restaurante más bonito y elegante que he visto, y no digamos en el que he trabajado. Es organizado y eficiente; todo y todos tienen un lugar. Aunque el personal no es muy simpático, sino más bien pretencioso. Estoy segura de que se burlan de mí a mis espaldas; la lugareña blanca de mierda que va a trabajar entre sus elitistas filas.
Da igual. Lo único que me importa son las propinas y el hecho de que Colin cree en mí. Ha pasado mucho tiempo desde que alguien creyó en mí. Pensaba que Drew lo hacía, pero cuanto más tiempo pasa desde que desapareció de mi vida, más me doy cuenta de que todo era mentira. Acabamos atrapados en un mundo de fantasía.
—¿Ni siquiera puedes traerme las sobras? —La pregunta de Owen me devuelve a la realidad y le echo un vistazo, veo la sonrisa en su rostro.
Se está haciendo cada vez más guapo. No tengo ni idea de si tiene novia o no, pero espero de corazón que deje a un lado ese tipo de cosas durante un poco más de tiempo. Las relaciones de pareja solo dan problemas.
—Lo que me pides es un poco grosero. —Pongo los ojos en blanco. A veces le llevaba a casa hamburguesas de La Salle. Lo que demuestra que lo he malcriado.
—Bueno, está jodidamente claro que mamá no me dará de comer. Lo siento —dice cuando ve mi mirada funesta por la blasfemia que ha lanzado—. Y me siento como un capullo por lo mucho que me paso por la casa de Wade. Su madre va a hartarse de mí.
La culpa me invade. Necesito este trabajo, necesito los dos trabajos y eso significa que no puedo estar ahí para Owen. No puedo hacerle la comida, asegurarme de que se mantenga al día con sus deberes ni obligarle a limpiar el vertedero de habitación que tiene. El apartamento dispone de tres dormitorios, una rareza, pero en una ciudad universitaria los pisos de estas características están muy solicitados y el alquiler cada vez es más caro. Si tenemos en cuenta que mi madre no suele estar y que normalmente solo Owen y yo dormimos aquí, creo que valdría la pena buscar otro apartamento. Solo para los dos.
La noticia molestará a mi madre cuando se lo diga. No importa que pase la mayor parte del tiempo con Larry. No importa que casi nunca esté aquí, que no tenga trabajo y que no pueda permitirse pagar el alquiler. Aun así se enfadará y se lo tomará de forma personal, como si Owen y yo la estuviéramos obligando a irse.
Aunque en realidad estoy haciendo algo así. No la quiero con nosotros. No es una buena influencia. Owen se siente incómodo con ella y yo también. Se acabó.
Por la razón que sea, tengo miedo de enfrentarme a ella. No quiero lidiar con un drama innecesario. Y mi madre es precisamente eso: un completo y absoluto drama.
Suena mi móvil, señal de que tengo un mensaje. Es de mi nuevo jefe. La inquietud se desliza por mi espalda cuando lo leo.
¿Qué haces?
Me decanto por una respuesta de buena empleada.
Preparándome para ir a trabajar.
Es la verdad.
Estoy en el barrio. Deja que te recoja y te lleve.
Me quedo mirando el mensaje demasiado tiempo, ignorando a Owen que empieza a quejarse de que se las tendrá que apañar para cenar. ¿Qué demonios querrá Colin? ¿Por qué estará en el agujero de mierda que es mi barrio? No tiene sentido. A menos que haya venido a buscarme a propósito…
Le respondo:
No tengo que estar en el trabajo hasta dentro de casi una hora.
Me llega otro mensaje:
Te pagaré el tiempo extra. Venga.
Suspiro y le escribo en respuesta:
Dame cinco minutos.
—Tengo que irme —le digo a Owen mientras me dirijo a mi dormitorio.
No me he puesto el uniforme del trabajo, si es que se le puede llamar así. Las camareras tienen que llevar los vestidos más escandalosos que he visto en mi vida. Son al menos cuatro vestidos diferentes y absolutamente sexys en los que sobresalen las tetas o quedan demasiado ajustados. Dan mucho sex appeal. No parecemos busconas ni nada, pero si me agacho más de la cuenta, se me ve un poco el culo. La ropa interior para estos vestidos se llama culotte.
Estoy sacando el vestido de la percha cuando pillo a Owen espiándome en la puerta.
—¿Qué pasa? —pregunto.
Se encoge de hombros.
—¿Qué te parece si me hago un tatuaje?
La cabeza me da vueltas por un momento. Dios mío, ¿de dónde ha sacado esa idea?
—En primer lugar, solo tienes catorce años, así que legalmente no puedes hacerte un tatuaje. Segundo, solo tienes catorce años. ¿Qué podrías querer tatuarte para siempre en tu cuerpo?
—No sé. —Se vuelve a encoger de hombros—. Pensé que podría estar chulo. Tú tienes uno, ¿por qué yo no puedo?
—¿Tal vez porque yo soy adulta y tú no?
Unas cuantas semanas antes de Navidad, cuando todavía creía que Drew y yo teníamos una oportunidad, me hice uno. El tatuaje más estúpido que te puedas imaginar. Pensé que al hacérmelo, al tener un trozo de él permanentemente grabado en la piel, sin importar lo pequeño que fuera, podría de algún modo hacer que volviera a mí.
No funcionó. Y ahora me tengo que quedar con él. Gracias a Dios que es pequeño. Probablemente podría rellenarlo, si quisiera.
Pero ahora mismo no quiero hacerlo.
—O sea, que tú te pones las iniciales de un tío en tu cuerpo y está bien, ¿pero yo no puedo hacerme un tatuaje artístico de un dragón o algo así en la espalda? Qué injusto. —Sacude la cabeza con el cabello rubio sucio cayéndole en los ojos y me entran ganas de abofetearlo.
Y también quiero abrazarlo y preguntarle dónde está el chico sencillo y dulce que era hace menos de un año. Porque está claro que ya no está por aquí.
—No es lo mismo. —Me doy la vuelta, tiro del vestido y lo agarro con la mano—. Necesito cambiarme, así que tienes que irte.
—De todos modos, ¿quién es el chico? Nunca me lo has contado.
—No es nadie. —Las palabras son duras cuando salen de mis labios. Por supuesto que era alguien. Lo fue todo para mí durante el momento más breve e intenso de mi vida.
—Es alguien. Te rompió el corazón —dice Owen rezumando veneno—. Si alguna vez averiguo quién es, le daré una paliza.
No puedo evitar sonreír. Su defensa hacia mí es… maravillosa. Somos un equipo, Owen y yo. Solo nos tenemos el uno al otro.
***
Salgo del apartamento porque no quiero que Colin llame a la puerta y conozca a Owen. O peor todavía, que vea el interior de nuestro apartamento. Apuesto a que Colin vive en un lugar increíble. Si su casa es la mitad de bonita que su restaurante, tiene que ser asombrosa.
Cuando bajo las escaleras, Colin está ahí, en un Mercedes negro y elegante con el motor ronroneando, un coche tan nuevo que todavía no tiene matrícula. Doy un paso atrás cuando abre la puerta y sale del coche. Parece un dios rubio con una sonrisa devastadora y unos ojos azules brillantes.
Rodea el coche y me abre la puerta del lado del copiloto con una floritura.
—Su carruaje espera.
Dudo. ¿Es un error meterme en el coche con él? No tengo miedo de Colin, pero sí de la situación en la que puedo estar metiéndome. Es un ligón, pero veo que flirtea con todas sus empleadas, y con las clientas. Aunque nunca se pasa de la raya; siempre es educado y sabe cuándo dar un paso atrás si es necesario.
¿Le estoy mandando señales contradictorias al permitir que me recoja para llevarme al trabajo? ¿Pasa cerca de mi apartamento para aparecer por aquí y recogerme? No lo creo.
Ni por asomo.
—¿Has venido expresamente para recogerme? —le pregunto en cuanto se monta en el coche y cierra de un golpe la puerta.
Se gira para mirarme, nuestros rostros están excesivamente cerca. El coche es bonito, pero pequeño, y el espacio es bastante íntimo. Él huele a perfume caro y a cuero y me pregunto por un instante si podría sentir algo por este chico.
Comprendo enseguida que no. Mi corazón todavía le pertenece a alguien. A alguien irreal.
—Eres muy directa, ¿no? —comenta Colin con los ojos brillantes en la penumbra del interior del coche.
—Mejor eso que decir un montón de mentiras, ¿no? —Arqueo una ceja.
Se ríe y sacude la cabeza mientras pone el coche en marcha.
—Totalmente de acuerdo. Es cierto que estaba por el barrio, Fable. Y recordé que vivías aquí, así que te escribí por eso. Sé que no siempre tienes acceso a un coche.
He trabajado en su restaurante tres turnos y ya conoce toda esa información sobre mí. ¿Eso es señal de que es un buen jefe o de que es un pervertido?
—Hoy tenía el coche de mi madre.
Nos ponemos en marcha y se incorpora a la carretera con una mano colocada de forma relajada sobre el volante y el otro brazo descansando en la consola central. Hay naturalidad en él. Lo hace sin esfuerzo. Parece como si pudiera conseguir todo lo que quiere de la vida y como si mereciera cada pedacito de ella.
Envidio eso de él. Es una seguridad que nunca podré tener.
—¿Quieres que dé la vuelta para que puedas conducirlo? —La diversión se nota en su profunda voz. Debe pensar que soy un chiste.
—No —suspiro. Es estúpido. ¿Qué estamos haciendo?—. Aunque no podré volver a casa en coche.
—Te llevaré.
No me molesto en contestarle.
Me quedo callada, quitándome las cutículas mientras conduce, los dos estamos en silencio. Tengo las manos secas y muchas pieles muertas y creo que las demás chicas del trabajo tienen una manicura y pedicura perfectas. Parezco una Cenicienta un tanto andrajosa a la que al final sacan del sótano para trabajar entre las brillantes y hermosas princesas. Puedo brillar, pero frótame un poco y verás cómo aparece el deslustre.
Me siento… inferior cuando estoy en mi nuevo trabajo y eso no me gusta.
—Una costumbre desagradable —dice Colin rompiendo el tenso silencio—. Deberías ir a que te hagan las uñas.
Vale, eso me molesta mucho. Sus conjeturas son groseras.
—No puedo permitírmelo.
—Te lo pagaré.
—Por Dios, no —gruño. Su oferta me molesta todavía más.
Colin me ignora.
—Y mientras estés allí, deberías ir a ver a un estilista. Lo pagaré también. Llevas el pelo demasiado decolorado y parece estropeado.
¡Qué descaro! Este tío es un imbécil. ¿Por qué acepté trabajar para él? Ah ya, por el dinero. La avaricia va a llevarse lo mejor de mí, lo sé. Ya he tomado dos decisiones realmente estúpidas por el dichoso dinero.
—¿Quién eres? ¿La policía de la moda?
—No, pero soy tu jefe y en The District tenemos ciertas directrices que hay que respetar.
—Entonces, ¿por qué no me despides? Sabías a quien estabas contratando.
—Vi tu potencial —dijo suavemente—. ¿Y tú, Fable? ¿Lo ves tú?
No puedo responderle porque la verdad no es lo que Colin quiere escuchar.
No.
Estoy en clase, aunque no quiero. Cogí menos asignaturas después de la cagada suprema del semestre anterior. ¿Por qué arriesgarme a suspender o a dejar las clases otra vez? Tendré que compensarlo en las vacaciones de verano haciendo algunos cursos extra, pero no me importa. ¿Dónde más podría ir?
A casa no, por supuesto.
Al menos mientras estoy en el campus me siento normal. Puedo olvidarme de mi padre, de Adele y de lo que me dijo. No he hablado con ella desde que la llamé para que me lo contara todo. Casi no he hablado con mi padre tampoco. Sabe que me pasa algo, pero no me presiona. Yo también sé que me pasa algo y tampoco me presiono. ¿Para qué? ¿De verdad quiero averiguar lo que me ocurre?
No.
Paso el día como un robot, conectándome y desconectándome. Cuanto más tiempo estoy solo, más me meto en mi cabeza. Recordar que le prometí a Jace que iría a la fiesta de cumpleaños de Logan este sábado me causa pánico. Pero tengo que hacerlo. La doctora Harris dijo que necesito volver a actuar como una persona de verdad y tiene razón.
Pero me asusta mucho.
Estoy en la clase de Comunicación, que es muy grande. También está la chica junto a la que me siento todos los días. Es menuda, con el cabello largo y rubio y me recuerda tanto a Fable que casi es doloroso verla.
Pero soy masoquista. Me gusta sentarme a su lado. Fingir que es otra persona, contener la respiración cuando gira la cabeza en mi dirección, siempre dispuesto a sorprenderme al ver que Fable está sentada junto a mí. Ocuparme de la decepción cuando me doy cuenta de la verdad. Ella no es quien quiero que sea. Nadie lo será.
El profesor está hablando, pero no le escucho. Saco una hoja de papel y empiezo a escribir. Una carta que nunca daré a cierta persona. Pero necesito expresar mis sentimientos por ella o voy a explotar. En cuanto el bolígrafo toca el papel, las palabras fluyen solas y no tengo ningún control sobre ellas.
Gran error fue el dejarte y no sé cómo hacer lo correcto.
El arrepentimiento que me invade todos los días,
Lentamente se acumula y me hace odiarme por
Añorarte. Por hacerte daño. Y quiero que sepas que…
Te extraño, que
Irremediablemente te quiero y
Ninguna otra persona puede cambiar el hecho de que
Ambos, tú y yo, estamos hechos el uno para el otro.
Me quedo embobado ante el estúpido poema que la chica a la que amo nunca leerá. Dibujo pequeños garabatos a su alrededor. Una F en cursiva, como me enseñaron a escribir en primaria. La inicial de su nombre. Fable. Una historia. Un mito. Un cuento de hadas. Ella es mi historia. Quiero vivir, respirar y morir por ella, y Fable no tiene ni idea de lo mucho que invade mis pensamientos hasta el punto de no pensar en nada más. Preferiría sentarme en clase y escribirle poemas de amor con mensajes secretos antes que prestar atención a lo que realmente está pasando en mi vida.
¡Vaya puto lío estoy hecho!
Fabulosa es la chica
A la que quiero
Besar hasta
La eternidad.
Ella es mi todo.
Pero no soy lo suficientemente valiente para decírselo. Observo este nuevo fragmento que he escrito para ella y el disgusto me embarga. No soy lo bastante bueno para ella. Ni siquiera puedo decirle a la cara lo que de verdad siento por ella.
—¿Eres escritor?
Alzo la vista para encontrar a mi pseudo-Fable sonriéndome y frunzo el ceño. Su cara no es la correcta. Tiene los ojos marrones y no es tan guapa, aunque sí es atractiva. No sé cómo pensé que se parecía a Fable.
—¿Qué has dicho? —pregunto.
Inclina la cabeza hacia el trozo de papel que he escrito.
—No prestas atención a la clase. ¿Estás escribiendo un poema?
Deslizo la mano sobre el papel para tapar las palabras y le estudio el rostro deseando que se parezca más a Fable, pero no ocurre. La chica no se parece en nada a ella. Y la odio por eso.
—Estoy tomando apuntes.
Sonríe.
—No te preocupes. No diré nada si no lo estás haciendo.
—Pero sí lo estoy haciendo —insisto a la defensiva porque estas palabras no son para nadie más. Son para mí y para la chica que nunca las verá.
—No es necesario perder los papeles ni ponerse a la defensiva —susurra. Entorna los ojos como si pudiera ver en mi interior, a través de mí, y me siento tentado de salir corriendo.
No digo nada. ¿Cómo puedo defenderme contra eso cuando dice la verdad?
—Oye, ¿no eres Drew Callahan? —Inclina la cabeza con una expresión de interés repentino—. ¿El quaterback Míster Gran Chute?
Su voz está cargada de sarcasmo. Decepcioné a toda la universidad al final de la temporada encadenando un espectacular fallo tras otro. Me derrumbé y nadie lo sabe. Veo el desdén en su mirada, lo siento irradiar desde su cuerpo y sé que piensa que soy un hazmerreír.
Arrastro la mochila a mis pies, guardo en ella el trozo de papel y el libro, me levanto de la silla y me la coloco en la espalda.
—Ese ya no existe —murmuro y huyo de la clase.
Pero no me importa. Sigo caminando hasta que estoy fuera y respiro el aire frío e intenso. El sol me ilumina y la gente se choca contra mí mientras me abro paso entre la multitud. Escucho a alguien decir mi nombre, pero lo ignoro. Todo el mundo parece conocerme, pero yo no sé quiénes son.
Esa es mi puta historia, aunque no quiero que sea así.
Siento la vibración del teléfono en los vaqueros y lo cojo. Es mi padre. Normalmente dejo que salte el buzón de voz, pero por alguna estúpida razón masoquista estoy de humor para hablar con él, así que respondo.
—Drew. —Suena sorprendido.
—¿Qué pasa? —Mi voz es aparentemente normal. Debería haber sido actor. Es increíble lo bueno que soy fingiendo mi vida.
—Esperaba poder ir a verte. —Se aclara la garganta y percibo lo incómodo que está incluso por teléfono—. Hay algunas… cosas de las que tengo que hablarte.
Se me hace un nudo en el estómago y siento que voy a vomitar. Suena serio, tan serio que da miedo.
—¿Como qué?
—Bueno, preferiría hablarlo en persona, pero… puede que sea mejor que te lo diga ya. —Respira profundamente y yo también—. Adele y yo nos vamos a divorciar.