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AMARGA LLUVIA

Sentimientos de una madre ante la muerte de su hijo

María José Brito

Prólogo de Carlos Goñi

© María José Brito Romeva, 2008

© del prólogo: Carlos Goñi Zubieta, 2009

© de esta edición: Editorial Milenio, 2009

Editorial Milenio

Sant Salvador, 8 - 25005 Lleida

www.edmilenio.com

editorial@edmilenio.com

Primera edición: noviembre de 2009

Esta edición corresponde a los contenidos de la segunda edición

en formato papel, de marzo de 2009

ISBN: 978-84-9743-322-8

A Hugo, que aunque no esté, fue,

es y siempre será.

A mi padre, que ya llevaba

demasiado tiempo sin Hugo.

A mi madre, por haber sido

la segunda madre de Hugo.

Índice

Prefacio

Prólogo

Capítulo 1

El tsunami emocional

Buscando el equilibrio

Desenredar la madeja de sentimientos

Capítulo 2

El dolor es más fuerte que la vida

La lucha diaria

Parir hacia dentro

Capítulo 3

¿Y ella, qué?

Capítulo 4

Él también sufre

Capítulo 5

El vacío del futuro

La oxitocina

Yaya, el polvo de una estrella

Capítulo 6

Me duele tanto

La “resiliencia”

Atravesando el infierno

“Correspondencia virtual”

El tiempo

Capítulo 7

“Hacheybé”

Capítulo 8

Carta a Hugo

Capítulo 9

Final

Capítulo 10

Palabras para Hugo

Ausencia

Tu vida

Desesperanza

Soledad

Gritos salvajes

Necesito que vengas

Esperanza

Necesidad de saber

El cambio

Hoy quiero

La nada

Soñando

Y llovía…

Sin ti

Tu aroma

Mi valle

Agradecimientos

Prefacio

Dime, por favor, dónde estás,

en qué rincón puedo no verte,

dónde puedo dormir sin recordarte

y dónde recordar sin que me duela.

Dime, por favor, dónde puedo caminar

sin ver tus huellas,

dónde puedo correr sin recordarte

y dónde descansar con mi tristeza.

Dime, por favor, cuál es el cielo

que no tiene el calor de tu mirada,

y cuál es el sol que tiene luz tan solo

y no la sensación de que me llamas.

Dime, por favor, cuál es el rincón

en el que no dejaste tu presencia.

Dime, por favor, cuál es el hueco de mi

almohada

que no tiene escondidos tus recuerdos.

Dime, por favor, cuál es la noche

en que no vendrás para velar mis sueños...

Que no puedo vivir porque te extraño

y no puedo morir porque te quiero.

Atribuida a Jorge Luis Borges

Prólogo

El 19 de marzo de 2008, en un análisis rutinario, a Hugo le detectaron leucemia. Hasta el momento no presentaba ningún síntoma, la enfermedad había asaltado de repente, sin aviso previo, a bocajarro. Aquella misma tarde ingresó en el hospital y llamó a Adrián, su amigo y mi hijo. Acudimos todos a verle. Estaba asustado y desconcertado. Se encontraba perfectamente bien, pero le habían dicho que estaba mal. Desde aquel mismo momento se ponía manos a la obra para luchar contra una visita inesperada. Con su habitual ironía nos comentó: “Ahora, aunque suene sarcástico, a luchar a muerte”. Y luchó durante todo un mes, pero, al final, venció la muerte.

Tras un mes en el hospital, el 19 de abril, a las ocho y veinte de la tarde murió Hugo. En aquel momento comenzó a llover, primero gruesas gotas descompasadas que bombardeaban la calle sedienta de agua, después más y más, hasta formar un torrente impetuoso que acabó con una sequía que auguraba ser inacabable. La lluvia, tan deseada, se volvió amarga al mezclarse con las lágrimas de todos los que lloramos la pérdida de Hugo.

Tenía 18 años y toda la vida por delante. Era maduro, inteligente, fiel, humilde, bueno. Gastaba una fina ironía, pero que nunca hería a nadie. Le gustaba el fútbol. Era buen polemista y encajaba bien las bromas. Nunca pretendía sobresalir, al contrario, jugaba siempre, y en todo, para el equipo. Caía bien a todo el mundo. Estudiaba Odontología en Barcelona con el fin de seguir los pasos de su padre, quizá para trabajar juntos algún día. Estaba muy unido a su familia, a su padre, Ángel, a su hermana, Ares, y especialmente a su madre, María José. Madre e hijo hablaban mucho y de todo, como dos amigos, como dos confidentes. Para nadie como para ella su muerte podrá ser tan dolorosa.

Me gustaría no haber tenido que escribir el párrafo anterior en pretérito imperfecto. No lo volveré a escribir más, porque tras haber leído el libro de María José me queda el hondo convencimiento de que Hugo está presente. Aunque asistimos a una madre desgarrada por el dolor, que se despoja de todos los convencionalismos para expresar sus sentimientos, hasta los más recónditos, hasta los que ella misma ni siquiera logra entender, al final te queda lo que ella pretende: el aroma de su hijo.

María José habla consigo misma, gime de dolor, intenta razonar, busca, llora, se enfada, pregunta; a veces, parece consolada; otras, rabiosa. Abre el corazón de par en par, como si necesitara que le entrara el aire, y consigue que el lector abra el suyo y conecte con lo que ella siente.

Casi diría que el libro de María José no se lee, se siente, tal es la fuerza de su prosa sencilla y expresiva. Pero no sólo eso, también te hace pensar en muchas cosas: en la muerte, en la vida, en las relaciones humanas, en Dios, en el sentido del tiempo, en los sentimientos más profundos, esos que nos da miedo sentir.

Amarga lluvia es un testimonio desgarrador de una madre que ha perdido a su hijo. Se siente, como ella misma afirma, engañada, rota, ninguneada, furiosa, pero consciente de que tiene que sobrevivir en una nueva etapa. Se da fuerzas a sí misma, lucha contra sí misma y busca incesantemente un equilibrio que le permita seguir viviendo con dignidad. Por eso, vuelca en estas páginas todo lo que tiene dentro, desnuda su alma y abre el corazón, como si al hacerlo le fuera más fácil respirar.

Nadie que lea este libro quedará indiferente, haya experimentado o no la pérdida de un ser querido, algo se le removerá muy dentro, allí donde cala, ineludible, la amarga lluvia.

Carlos Goñi

1

El tsunami emocional

¡Hugo ha muerto! ¡Mi hijo Hugo ha muerto!

Dice la sabiduría popular que la muerte de un hijo es una muerte en contra del sentido de la vida, un sufrimiento intenso, inmenso, el más devastador que un ser humano pueda experimentar. Deja profundas e indelebles cicatrices en los progenitores, en los hermanos y en los demás familiares.

“Ahora sé que la muerte no es morirme, sino que se muera alguien querido”, escribe Miquel Martí i Pol. Y William Shakespeare lo expresa de esta manera: “El pesar oculto, como un horno cerrado, quema el corazón hasta reducirlo a cenizas”.

Estas sentencias pueden dar una idea de la infinidad de sentimientos, estados de ánimo, pensamientos, preguntas… en definitiva, del tsunami emocional que provoca la muerte de un hijo.

Ésta es una de las razones por las que he empezado a escribir este libro, pero hay más. Tengo en el alma mucho más de lo que cabe en unas cuantas páginas. Se amontonan los sentimientos, se pelean, se contradicen. Tengo necesidad de expresarlo todo: el sentimiento del primer día, del segundo, del décimo… Un alzheimer, una demencia, una amnesia total podrían borrarlo de mi mente.

Quisiera comparar y valorar lo que vivo ahora con lo que viviré en el futuro. Lo verdaderamente trágico y doloroso de esta historia es la vida que ha perdido Hugo, no sé si en su mejor momento, pero sí, seguro, en un muy buen momento. Todo el dolor descrito en estas páginas es por él, por lo que ha perdido, porque él no está, porque él no puede ver el sol, ni ver llover, ni enfadarse, ni reír, ni estudiar, ni bailar, ni andar, ni querer, ni salir, ni entrar… nada. Sin embargo, los que no hemos podido elegir nos hemos quedado aquí y tenemos que seguir adelante.

Sé que este acontecimiento, esta trágica historia, que va a formar parte de mi vida para siempre, va a ir moldeándose, va a cambiar con el tiempo, y tengo miedo de no encontrar las palabras adecuadas dentro de un mes, de seis o de dos años para poder transmitir los sentimientos primeros. Quiero que quede constancia de ellos, porque en ellos está Hugo, los ha provocado él y él es el protagonista.

Estos sentimientos primeros siempre serán los mismos en el fondo, pero no en la forma. La forma variará (así lo espero y deseo) debido a la erosión del tiempo, un tiempo que bien utilizado hará que entre dentro de mí un poquito más de oxígeno para poder respirar, que no me moleste oír cantar el mirlo que cada madrugada me despierta, que lo pueda paralizar todo para poderme parar a pensar en Hugo sin que me duela tanto. Y, entonces, cuando esto pase, no podré, ya no querré, escribir con el sentimiento del primer día.

Es tal la tormenta interior que estoy viviendo que se están viendo afectadas cuestiones importantes de mi vida, no en relación con los demás, sino conmigo misma: los valores, las prioridades, los principios, la fe…

Hay muchas preguntas en nuestra vida que no nos planteamos en serio, simplemente dan vueltas, revolotean a nuestro alrededor. Sabemos que están ahí, pero no queremos prestarles demasiada atención. Únicamente afloran en nosotros con toda su fuerza cuando nos sacude una adversidad que hace que todo se tambalee.

Un antiguo proverbio chino dice que “todas las crisis tienen dos elementos: peligro y oportunidad”. Con independencia de la peligrosidad de la situación, en el corazón de cada crisis se esconde una gran oportunidad.

Abundantes beneficios esperan a quienes descubren el secreto de encontrar la oportunidad en la crisis.

Además de la necesidad de sobrevivir, tengo la curiosidad de saber si todo volverá a su curso, de qué modo, si se perderán cosas en el camino, si se encontrarán otras… Será bueno algún día comparar y valorar lo que estoy viviendo ahora con lo que estaré viviendo entonces.