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Ramon Prat i Pons

LA CAÑA DE PESCAR

Un camino para explorar el misterio de la vida

Editorial Milenio

Lleida

Prólogo de Josep M. Esquirol

Traducción de Ramón Sala Gili

Título de la edición original en catalán:

La canya de pescar:

Un camí per explorar el misteri de la vida.

© Pagès Editors, S L, 2007

© de la traducción: Ramon Sala Gili, 2009

© del prólogo: Josep Maria Esquirol, 2009

© de esta edición: Editorial Milenio, 2009

Sant Salvador, 8 - 25005 Lleida (España)

www.edmilenio.com

editorial@edmilenio.com

Primera edición: mayo de 2009

Depósito legal: L-645-2009

ISBN: 978-84-9743-292-4

Impreso en Arts Gràfiques Bobalà, S.L.

© de esta edición digital: Editorial Milenio, 2010

Primera edición digital: mayo de 2010

ISBN digital (epub): 978-84-9743-356-3

Conversión Digital: O.B. Pressgraf, S L

Jaume Balmes, 52, bxs.

08810 Sant Pere de Ribes

Al teólogo Josep M. Rovira Belloso,

testimonio viviente de la búsqueda de Dios.

A Cáritas, expresión

del amor de la Iglesia.

Índice

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN: DOS PREGUNTAS Y UNA PEQUEÑA HISTORIA

¿Cuál es el oficio de teólogo en la sociedad contemporánea?

Los desafíos a la religiosidad de estas últimas décadas

Un punto de inflexión en la vivencia religiosa y la investigación teológica

Mirar y escuchar

PRIMERA PARTE: EXPLORACIÓN DEL MISTERIO DE LA VIDA

CAPÍTULO I - LA RELIGIOSIDAD EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO

Reflexión espontánea y vital.

Teología académica

La «lectura creyente de la realidad», un puente entre la reflexión vital y la teología académica

Cambios internos

Referentes

Intuiciones

CAPÍTULO II - LA «CAÑA DE PESCAR», UN CAMINO PARA EXPLORAR EL MISTERIO DE LA VIDA

Modelo práctico para escuchar y observar la realidad de cada día y hacer una lectura creyente de ella

Ejemplos concretos del uso de esta metodología

Segundo ejemplo. El conflicto generacional

El uso de «la caña de pescar»

SEGUNDA PARTE: HERRAMIENTAS DE TRABAJO

CAPÍTULO III - RETOS Y SIGNOS DE ESPERANZA

Reír y sonreír

Autoritarismo y debilidad

Pensar en los demás

Elogio de los sentidos

Enfermedad y sabiduría

La energía vital

Las turbulencias de la vida

Paradojas y diálogo

«Cuidar», una palabra muy humana

La fe nos posee

No somos nada

Moneda de cambio

Perdonar, algo muy poderoso

Preguntas y más preguntas

Flexibilidad y resistencia

La burocracia en el lenguaje

Sistema inmunológico

Compasión activa

Etapa contemplativa

Resignación luminosa

El freno y el acelerador

Ternura y alegría

Realismo transformador

La angustia, fiebre del alma

El presente, tiempo y regalo

Sacar el genio

La frialdad, camuflaje del miedo

Entre la espada y la pared

Pesimismo y optimismo

El reto de la pobreza

El síntoma de la violencia

El amor, una razón para vivir

El misterio de la esperanza

Tirar la toalla ante la corrupción

La estética, irradiación del misterio de la vida

Vivir amenazado

La publicidad: ¿una información que desinforma?

El silencio reparador

El menosprecio

La ingratitud

La conformidad pasiva

Del «¿por qué?» al «¿para qué?» y el «¿cómo?»

Relación entre agresividad y autoestima

Salir de sí mismo

Autocrítica y autocensura

La llamada de un amigo

Los límites del método científico

El impacto de la muerte

La gran mentira de las medias verdades

No puedo más

Las contradicciones del día a día

Yo soy apolítico

Cortos de vista

El diálogo entre religiones

El rechazo

Valores y virtudes

La mujer y el hombre

Carencias afectivas

Ecología del espíritu

CAPÍTULO IV - LUCES EN LA OSCURIDAD

Peregrinos hacia Dios

Los pobres, Jesús y la comunidad

¿Todavía no tenéis fe?

Dios, amigo de la vida

La mirada corta y la mirada larga

Una Iglesia no arrogante ni vergonzante, sino confesante

Acoger y acompañar

Amor y eucaristía

La luz que brilla en la oscuridad

Fe y utopía

Fe y razón

Saber vivir en minoría

Tradición y tradiciones

Ver claro

La otra cara del sufrimiento

Credibilidad del mensajero

Sumar o restar

La escuela del amor

«Dame un vaso de sed, que me estoy muriendo de agua»

Para tener dignidad no hace falta un «ascenso»

¿Hacia dónde vamos?

¿A quién damos el poder de nuestra vida?

La elegancia de doña María

¿Vale la pena haber nacido?

La verdad, estatuto de la libertad

Abrir los ojos

Pasión por la justicia

El Adviento, un retablo de la vida

El sueño de José y la intuición del sentido

La maduración integral

El drama de Dios

Opciones definitorias y opción definitiva

Las pequeñas cosas de cada día

La iniciativa de Dios

Crítica del sistema

La sal de la tierra

Bienestar o «bien ser»

Cómo Dios se hace presente

Conocemos el examen final

Creo en Dios

El tráfico de influencias

La libertad liberada

La serenidad luminosa

Necesidad básica

Las piedras sillares

Respirar hondo

Los mecanismos del miedo

El derecho a vivir con serenidad

Vivir la ternura

La llamada a la vida

Las pruebas de la vida

La plegaria en los momentos decisivos

Darse una nueva oportunidad

Dios jamás deja de querer

El incidente de la adúltera, signo de liberación para la humanidad

El misterio del sufrimiento

El regalo de la alegría

La comunidad, caldo de cultivo de la fe

La «segunda ingenuidad»

Dar la vida

La entraña del cristianismo

Convicciones y tolerancia

Las «presencias» de Cristo

El «quinto Evangelio»

CONCLUSIÓN: ESCUCHAR LA «VOZ INTERIOR»

PRÓLOGO

Quizá porque siempre se añora algo de tiempos pasados, a menudo, hoy en día, echamos en falta los viejos oficios algunos de los cuales ya irremisiblemente perdidos y otros que apenas cuentan con un puñado de gente del gremio, por lo demás en vías de pronta jubilación. Entre estos últimos, pienso, por ejemplo, en el de campanero o en el de afilador ambulante; personas que, aparentemente, tienen entre manos algo tan sencillo como tañer las campanas o afilar las herramientas de corte, respectivamente, pero que, al ser observadas de cerca, delatan una larga experiencia acumulada, justamente la necesaria para convertir en arte el trabajo de repicar o el de vaciar. La cadencia y la intensidad del golpe de badajo o la inclinación de la hoja del cuchillo con respecto a la muela, no son cosas que se aprendan en un día.

Este libro de Ramon Prat es un libro sobre un oficio, el más antiguo y a la vez el más actual de todos; el más sencillo y, a la vez, el más arduo: el oficio de vivir.

Matizo: en realidad, más que un libro sobre la vida, es un libro de la vida. Con esto quiero decir que no se trata de una especulación, un estudio o una disquisición sobre un tema, sino de una reflexión hecha junto a la vida; una descripción de lo que se vive y se desea. Se trata de una característica que hay que tener muy en cuenta, sobre todo porque vivir no es un asunto técnico, no es algo que pueda aprenderse con un manual de instrucciones (tal como, en vano, pretenden la mayoría de los libros de autoayuda). Para este proyecto tan importante no hay instrucciones, sólo —y no es poco— compañía.

Para la opción de vida que ha escogido Ramon Prat —a estas alturas ya bien intempestiva—, saber estar al lado de los demás resulta ser lo que más se le ajusta, lo que más naturalmente va con él, y esto es lo que, no por casualidad, se ve reflejado en cada página de su obra. Acompañar de verdad sólo es posible si se ama. Y sólo quien ama puede aconsejar; únicamente el que ama puede convertirse en un humilde maestro de vida.

Un libro de la vida, no un libro que explica la vida. La vida es un misterio y precisamente por esto es inexplicable. Demasiadas veces, y especialmente hoy, creemos tener, o estar a punto de hacerlo, la explicación de las cosas; incluso de las más relevantes. No obstante, tal como decía Kant, aquello que mejor conocemos no es lo que más nos interesa y lo que más nos interesa es lo que peor conocemos. La vida y su sentido nos interesan muchísimo y, a pesar de ello, debemos contentarnos con algunas migajas; sólo somos capaces de vislumbrar unos pocos indicios. De ahí que Prat hable de «explorar el misterio de la vida» y no, en cambio, de comprenderlo o de explicarlo, es decir, de disolverlo. El misterio persiste: cuanto más uno se aproxima a él, más profundo se le revela. Aún así, el esfuerzo no es en balde; por eso la exploración vale la pena, incluso si no nos lleva a ninguna meta definitiva. Como escribe el poeta Joan Vinyoli: «Sólo el misterio es alimento/ del corazón que vive y no descansa.»

¿En qué se apoya la exploración? En la sensatez y el sentido común. Este libro no pretende sorprender a nadie, no busca la filigrana intelectual. Resulta, sin embargo, que el intento de mirar y vivir las cosas con sentido común es más raro de lo que por definición debería de ser; paradójicamente, el sentido común es cada vez menos común y más insólito. La obra de Prat huye del lenguaje académico y lo plantea todo con un estilo ameno y coloquial, con preguntas metafísicas formuladas de este modo: «Estamos solos, ¿sí o no?». Creo que éste es uno de los mejores aciertos del libro. No hay ninguna necesidad de recurrir a formas abstrusas del lenguaje. Lo más profundo, por muy inasequible que sea, está cerca. Si se guarda el debido silencio y se presta atención, se escucha su eco y quizá puedan detectarse algunas de sus huellas.

Sin embargo, el sentido común de Ramon Prat no camina en solitario, sino que tiene en la esperanza una inseparable compañera de andadura. Todo el libro irradia y desprende esperanza. Y la esperanza hace que el sentido común no sea árido, ni hermético, ni se vea conducido al callejón sin salida del pesimismo; y, viceversa, el sentido común hace que la esperanza no sea ciega ni abstracta. Aquí, el sentido común y la esperanza se fertilizan mutuamente, alrededor del mensaje de Cristo.

Dice Ramon Prat en este libro que tiene la impresión de palpar en el ambiente actual una nueva búsqueda de Dios, hecha desde la humildad. Me parece que lleva razón. Afortunadamente, hay personas sensibles y afines a esta aventura, con los problemas que conlleva la intemperie, pero con las ventajas de caminar sin lastres, con lo único indispensable en la mochila. No es necesario andar en la más absoluta oscuridad, puesto que siempre está el regalo de algún testimonio personal que hace funciones de faro o de candil.

Esperanzado y confiado, pero nada prepotente ni dogmático. La caña de pescar, nos dice Prat, es «como una imagen de la búsqueda de sentido en medio de las turbulencias de la vida.» El sentido de las cosas cotidianas: de la frialdad y de la gratitud, de la risa y de la tristeza, de los afectos y de los desafectos... Y sentido último.

Buscamos el sentido último de la vida porque no lo tenemos. Lo presentimos y lo anhelamos. La esperanza es, sobre todo, una esperanza de sentido; una esperanza de que la vida tenga finalmente un sentido. Si, como dice Wittgenstein, «la plegaria es pensar en el sentido de la vida», todo este libro es una modesta y sincera plegaria.

Josep M. Esquirol

INTRODUCCIÓN: DOS PREGUNTAS Y UNA PEQUEÑA HISTORIA

El desencadenante de este libro han sido dos preguntas vitales que me he planteado estos últimos años tras haber pasado por la experiencia de estar al lado de personas que sufren y que buscan un sentido a la vida; personas que han puesto a prueba mi labor como profesor en una facultad de Teología. Escuchar el llanto del dolor a lo largo de los años acaba cambiándole la vida a uno. Es un cambio que, por un lado, me ha llevado a descubrir y explorar el amor como única respuesta a las preguntas del dolor y, por otro, me ha abierto los ojos al presente, como una puerta abierta a la búsqueda de sentido.

La primera pregunta que ha aparecido al escuchar la voz del dolor es ésta: «¿Vale la pena vivir?». La segunda es la que la gente me plantea cuando se interesa por mi trabajo profesional, y respondo que soy profesor de teología: «¿En qué consiste el oficio de teólogo en la sociedad contemporánea?»

¿Cuál es el oficio de teólogo en la sociedad contemporánea?

Los humanos somos los únicos seres del mundo que hacemos preguntas a los demás y nos las hacemos a nosotros mismos. Y lo más curioso del caso es que, incluso antes de ser conscientes de ello, somos una pregunta andante desde que nacemos hasta que morimos. Levantarnos cada mañana nos parece la cosa más natural del mundo, pero sabemos perfectamente que un día dejaremos de hacerlo. Nos consolamos diciéndonos que para trascendernos a nosotros mismos, según reza la sabiduría popular, basta con plantar un árbol, escribir un libro o tener un hijo. Aunque la mentalidad contemporánea haya captado que esto no es suficiente. Resulta inevitable hacerse preguntas sobre el sentido de la vida.

Para responder a esta pregunta hay diversos caminos. Está, en primer lugar, la vía de la ciencia. Es un camino que se adentra en la constitución de la materia, la pequeñez de los átomos y la inmensidad del universo. Qué duda cabe de que la aportación de la ciencia contribuye a resolver muchos problemas concretos de la sociedad y nos ayuda a sobrevivir con dignidad. La ciencia, que tiene su propio método de trabajo, configura en gran parte la mentalidad de nuestro tiempo.

Otro camino de respuesta es la vía de las ciencias humanas y la filosofía. Es el camino que investiga el misterio de la persona. Cierto es que la sociología, la psicología, la antropología, la literatura, la historia y, especialmente, la filosofía y el arte constituyen un sendero de investigación que ha aportado muchos elementos positivos a la realización de la persona y la construcción de la sociedad. Las ciencias humanas tienen una metodología propia que se basa en la observación y el análisis de la realidad, en la reflexión crítica y en la interpretación de los comportamientos humanos. A su vez, la filosofía reflexiona sobre la naturaleza, la persona y la historia y, de esta manera, intenta esclarecer el misterio de la vida humana a la luz de la razón. El arte es una intuición y profecía del futuro.

Las ciencias de la naturaleza, las ciencias humanas, la filosofía y el arte son esenciales para la humanidad, porque facilitan la vida y sirven para explicar el mundo y la vida. Aun así, hay una pregunta ulterior del ser humano que no puede encontrar una plena respuesta en la ciencia o en la mera luz de la razón. A esta última pregunta sólo se le puede dar una respuesta adecuada en el momento en que descubrimos que el misterio de la persona está enraizado en el misterio de Dios. Ésta es la vía de las grandes religiones y, además, la música de fondo de la sutil búsqueda espiritual propia de los humanistas contemporáneos.

La investigación de esta respuesta a la pregunta última es el objetivo de la teología, que también dispone de su propia metodología de investigación crítica. Por eso podemos decir que, junto al trabajo del científico, el filósofo y el artista, la labor del teólogo no es un quehacer arcaico en la sociedad moderna, sino que es el testimonio de una cuestión muy antigua, pero siempre nueva: la cuestión de Dios.[1]

Se acercan tiempos, quizá no demasiado lejanos, en que científicos, filósofos, artistas y teólogos deberán encontrar terrenos de diálogo y cooperación para que hombres y mujeres podamos encontrar respuesta a los grandes retos de nuestro tiempo, transformando las dificultades en oportunidades de crecimiento. Las disciplinas mencionadas, ciencia, filosofía, arte y teología, se necesitan mutuamente a fin de no quedar encerradas en un minúsculo mundo sin ventanas.

Cuando sumamos las cuatro, sin confundir sus métodos, todos salimos ganando. Pueden contribuir a que cada mañana nos despertemos con libertad, humildad y confianza. La libertad, tal como afirmó Erich Fromm, proviene de superar el miedo a vivir, mediante el pensamiento, el trabajo y el amor. La humildad emerge de la conciencia de la propia limitación, vivida no como algo dramático, sino como una oportunidad para explorar el gozoso misterio de la vida. La confianza nace del convencimiento de que no estamos solos; de que nuestro pequeño misterio no es una hoja mecida por el viento, sino que está enraizado en el misterio de Dios.

La ciencia, la filosofía, el arte y la teología deben ayudar a vivir a las personas, mientras disfrutan de un hogar, un entorno o un horizonte. Un hogar donde cada uno pueda vivir con autonomía, espontaneidad y libertad. Un entorno en el que hombres y mujeres podamos reencontrarnos en el diálogo, la cooperación y la comunicación abierta. Un horizonte dentro del cual podamos ir descubriendo a lo largo de la vida que los pequeños hechos cotidianos no finalizan en un vacío sin sentido, sino en la serenidad y la esperanza.

Alguno habrá que piense que todo esto son monsergas, pero otros creerán que preguntarse no es perder el tiempo, puesto que dirán: «¿Y si fuese verdad?»[2]Finalmente, están las personas que a ello han dedicado sus vidas.



[1] . Geffré, Claude, Un nouvel âge de la théologie, Les Éditions du Cerf, París, 1972, p. 66.

[2] . Ratzinger, Joseph, Introducción al cristianismo, Sígueme, Salamanca, 1979, p. 27

Los desafíos a la religiosidad de estas últimas décadas

Así pues, el objetivo de este libro es exponer los resultados, intuiciones y perplejidades de una exploración del misterio de la vida humana, llevada a cabo en los últimos decenios. Con la expresión «misterio de la vida» se quiere expresar que la existencia del ser humano tiene un primer aspecto que puede ser observado y analizado con los instrumentos corrientes del conocimiento humano, como son la ciencia, la sociología, la economía, la política, la psicología, la antropología, la cultura y la filosofía. No obstante, una vez se ha explorado el fenómeno humano a través de todas estas sendas, aún quedan unas capas más profundas que escapan al conocimiento del que somos capaces, pero que emergen y se manifiestan claramente en determinados momentos especiales y, de un modo más sutil, en las pequeñas cosas de cada día.

A lo largo de los años he intentado comprender la sorpresa y el significado de estar vivo un día más. A la gente a menudo le preocupa el hecho ineludible de que vayamos a morir, algo bien comprensible a causa del enigma encerrado en saber que nuestras vidas tienen fecha de caducidad. Pero si se piensa bien, lo que realmente debería sorprendernos, e interpelarnos incluso más, es el hecho de estar vivos y empezar un nuevo día con cada despertar.

Nadie nos preguntó si deseábamos nacer y nadie nos consultará si queremos morir. Cuando alguien joven muere todos decimos: «Es una lástima, con todo lo que le quedaba aún por hacer...» En realidad, creo que cuando una persona ya mayor se muere, cabe decir: «Es una pena que se haya muerto, con todo lo que había hecho...» Si se analiza bien, veremos que hablamos por hablar y que a veces lo hacemos sin mucha lógica.

En el mundo de nuestros días se ha intentado eliminar esta sorpresa del vivir y este drama que a menudo acompaña a la vida, afirmando que somos materia y energía, y que de la misma manera que la energía, a través de sus mecanismos específicos, ha engendrado la vida, la propia energía se acaba. Así pues, se dice que la muerte no esconde ningún otro enigma. Se afirma también que toda persona que se hace preguntas más allá de esta mirada «científica», pierde el tiempo en entelequias que no llevan a ningún lado. En esta situación, el razonamiento conduce a la conclusión de que no debemos complicarnos la vida con preguntas carentes de todo sentido o de respuesta. De lo que se trata es de ir tirando; es decir, triunfar profesionalmente, formar una familia y tener hijos, alcanzar una relevancia social, encontrar un espacio de diversión y fiesta..., y ya está: no hace falta más, con esto hay bastante. No obstante, la pregunta permanece viva; es tozuda y vuelve a aparecer periódicamente.

Debemos reconocer que la ciencia empírica, las ciencias humanas y sus descubrimientos han contribuido a superar muchas enfermedades y a mejorar la calidad de la vida social, y que, de hecho, las nuevas tecnologías han prolongado mucho la duración de la vida de cada uno y las posibilidades de supervivencia de la comunidad. Sin embargo, con todo lo útiles que resultan, las ciencias empíricas y las humanas no pueden eliminar la pregunta sobre la calidad de la vida y su sentido, que continúa planteándose con toda su cruda terquedad.

Existen distintas aproximaciones al enigma de la vida que por un lado aportan algo de luz, pero que no dan una respuesta completamente satisfactoria; esto es, que son informaciones que aun siendo válidas e importantes, nos dejan indiferentes. Son las miradas de la economía, la sociología, la psicología, la antropología y la filosofía. Cada camino de investigación tiene su lógica, pero su aportación es tan limitada que acaban siendo inútiles para resolver el enigma subyacente a la vida. Así pues, ninguno de estos caminos de búsqueda genera excesivos entusiasmos para vivir esperanzadamente.[3]La mirada de la economía es muy importante, porque permite averiguar la manera de dar satisfacción a las necesidades humanas, y no solamente las materiales, puesto que también ofrece los medios que permiten desarrollar muchas de las necesidades y potencialidades espirituales, como todas aquellas relacionadas con la cultura, la convivencia y la espiritualidad.

La mirada sociológica cuantifica la diversidad de posiciones ante la vida de las personas, informa sobre sus razones e incluso elabora una escala de valores descriptivos de las diversas soluciones que damos al enigma de la existencia. No obstante, esta constatación y análisis de las posiciones no llega a ninguna conclusión y, por lo tanto, deja franco el camino al misterio de la vida.[4]La mirada psicológica es muy interesante porque analiza el mundo consciente, penetrando en el mundo sub-consciente o in-consciente y apunta incluso hacia el mundo meta-consciente. De cualquier modo, el enigma de la vida, por mucho esfuerzo que se haga, no tiene una respuesta únicamente psicológica. Hace falta algo más.[5]La mirada antropológica nos sorprende incluso más, al ver que las mismas preguntas humanas reciben respuestas bien diversas en las culturas y religiones del mundo, que en la actualidad y gracias a los medios de comunicación de masas vamos conociendo poco a poco. Si no nos encerramos dentro de nuestro pequeño mundo y nos abrimos a la diversidad de los modos de vida, podemos encontrar recursos nuevos en las demás culturas, puesto que todas intentan dar una respuesta al enigma de vivir. Al observar su diversidad, nos damos cuenta de que las cuestiones verdaderamente profundas del ser humano son las mismas en todas partes.[6]A veces intentamos escapar de la realidad catando superficialmente las diversidades culturales, una tras otra con espíritu consumista. Es algo estimulante mientras dura la novedad, pero que nos devuelve al punto original una vez la hemos agotado. La opción de la gente que intenta escapar del enigma de la vida encerrándose y autoafirmándose en su propia tradición, mostrándose agresivos hacia quienes piensen diferentemente, no representa ninguna solución. Esta irracional cerrazón, a parte de ser un signo de debilidad interior, termina limitando los horizontes de la persona y del grupo a un universo pequeño y asfixiante.

La mirada de la filosofía, la que se hace desde una reflexión racional, es la que, de alguna manera, pretende plantearse las preguntas de fondo en el entorno de la vida.[7]En realidad, cuando leemos a los pensadores contemporáneos y dialogamos interiormente con ellos, encontramos algunos elementos que nos ayudan a enfocar el enigma de la vida. Yo, personalmente, debo admitir que este diálogo filosófico, visto desde mi dedicación a la teología como una reflexión a partir de la fe, es el terreno en el que me he movido toda la vida. Reconozco que los libros que he leído y las reflexiones que me han suscitado han resultado sugestivos, alimentando el sentido de mi existencia y haciendo que me plantee cuestiones muy interesantes. Aun así, es necesario reconocer que en la actualidad ha emergido una actitud crítica y autocrítica hacia la filosofía y la teología. A la filosofía cabe reprocharle que el ambiente de sus servidores ha alcanzado un tal grado de subjetividad que dificulta un diálogo realista, crítico y creativo entre todos nosotros. La crítica que se le puede hacer a una determinada manera de entender la teología es la incapacidad de muchos teólogos para salir de la abstracción, de los grandes principios generales, y, al hacerlo, confrontar los problemas concretos de la vida, el misterio del sufrimiento y la exploración del amor, que afectan a la gente de a pie.[8]Este subjetivismo de la filosofía y esta abstracción de la teología están tan implantados entre algunos filósofos y teólogos profesionales que llegan incluso a mirar con desconfianza a quienes intentan acercarse a la realidad de la vida para trabajar al servicio del entorno social y de la persona concreta. Siguiendo esta senda, la filosofía corre el peligro de terminar siendo un coto cerrado y un diálogo de sordos entre expertos. Por otro lado, la teología queda expuesta al riesgo de acabar aislada en un mundo especial, con un lenguaje asimismo especial que prácticamente nadie será capaz de seguir y que en definitiva, de no renovarse, puede convertirse en un pequeño universo arqueológico o un club de amigos.

Por lo tanto, vale la pena reflexionar sobre el sentido de la teología en el debate contemporáneo en cuanto al significado de la vida y, sobre todo, reflexionar sobre la manera de elaborar un pensamiento alrededor del misterio de Dios (teología) que resulte significativo para la sociedad actual.

Hablando académicamente, podemos definir la teología como una reflexión ordenada, crítica y sistemática sobre el misterio de Dios. Al referirnos a Dios, el término misterio tiene un doble significado. Por un lado, misterio proviene del griego misterion (sacramentum, en latín) y equivale a las señales e hitos de la realidad vivida que guían a la persona en el rastreo de la búsqueda y comunicación con Dios. En este sentido, misterio equivale a decir revelación, manifestación y apertura al Dios vivo presente en el mundo. Asimismo, la palabra misterio se identifica también con una realidad oculta, oscura y no manipulable, que nos trasciende y que, por mucho que nos esforcemos, rebasa siempre nuestras capacidades humanas. A la luz de estos dos significados del término misterio, cuando nos referimos al misterio de Dios afirmamos la necesidad que tiene el ser humano de la teología, a fin de dilucidar el sentido último de la vida; subrayando a la vez las limitaciones internas de la búsqueda y la tarea teológicas. Es por esto que antes he afirmado que la labor del teólogo en los tiempos modernos no es un trabajo arcaico, sino el testimonio necesario y humilde sobre una cuestión humana muy antigua, pero siempre nueva, como es la pregunta acerca de Dios y del sentido último y definitivo de la vida.

Así pues, la teología es el discernimiento y la reflexión crítica sobre la fe, y su significado en cuanto a dilucidar el sentido de la vida. La teología cristiana es esta misma reflexión hecha a la luz de la Palabra revelada por Dios en la persona de Cristo y vivida en la comunidad cristiana bajo la guía del Espíritu Santo. La teología, pues, intenta ofrecer desde la fe respuestas cristianas a las preguntas humanas. Por esta razón, debe escuchar todas las investigaciones sobre el sentido, y, desde esta perspectiva, es deudora de todo el saber humano. La observación y escucha cuidadosas, diligentes y solícitas de las personas concretas y de las sabidurías humanas como la ciencia, la sociología, la economía, la psicología, la antropología, la filosofía, el arte y las escuelas de espiritualidad, es condición de posibilidad para que pueda llevar a cabo su tarea específica. Sin embargo, la teología tiene su campo específico y una metodología propia, y desde esta especificidad no debe dejarse manipular, sino que ha de permanecer libre para reflexionar con autonomía, criticidad y creatividad. Así pues, la calidad de la reflexión cristiana depende de su fidelidad a la vida real y a la Palabra de Dios. Dicho de otro modo, podemos afirmar que el teólogo cristiano, tal como afirmaba Karl Barth, trabaja con la Biblia y el periódico. Le es necesario, ciertamente, ser un experto en el conocimiento bíblico, pero no debe conformarse con esto. Debe contemplar la belleza de la vida, escuchar el sufrimiento del mundo y de los pobres, y estar muy atento a las preguntas de la vida.



[3] Planck, Max, El coneixement del món físic, Edicions 62, Barcelona, 1984. Véase especialmente el capítulo «Ciencia y fe», p. 263-266, y el capítulo «Ciencia y religión», p. 333-348

[4] Berger, Peter, Para una teoría sociológica de la religión, Kairós, Barcelona, 1971; ÍD., Rumor de ángeles, Herder, Barcelona, 1975; ÍD., The heretical imperative, Collins, Londres, 1980; ÍD., Una gloria lejana, Herder, Barcelona, 1994

[5] Rosal, Ramón, ¿Qué nos humaniza? ¿Qué nos deshumaniza?, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2003; ÍD., Mis convicciones sobre el cristianismo, explicadas a mis amigos no cristianos, Instituto Erich Fromm de Psicología Humanista, Barcelona, 2005. Agustí, Carme, Feblesa i plenitud. Psicopedagogia de l’harmonia de contraris, Pagès Editors, Lleida, 2000

[6] Sahagún Lucas, Juan de, Antropologías del siglo xx, Sígueme, Salamanca, 1976

[7] Gaarder, Jostein, El mundo de Sofía, Siruela, Madrid, 2004. Marina, José A. Por qué soy cristiano. Anagrama, Barcelona, 2005

[8] Lonergan, Bernard, Philosophy of God, and Theology, Darton, Longman & Todd, Londres, 1973

Un punto de inflexión en la vivencia religiosa y la investigación teológica

La concreción de este intento de la religión para mirar al mundo y escuchar atentamente las preguntas de la vida ha experimentado grandes cambios durante las últimas décadas del siglo xx, y en la actualidad es una cuestión candente. Por lo tanto, es importante disponer de un conocimiento histórico a la hora de valorar el momento presente, para poderlo relativizar en sus justas proporciones.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, la humanidad se hizo consciente por primera vez de su capacidad para autodestruirse y eliminar masivamente toda vida en la Tierra. Esto tuvo, y continúa teniendo, unas notables repercusiones sobre el modo de mirar al mundo sin ingenuidad. El fin de la Segunda Guerra Mundial en el año 1945 marca un antes y un después. La reacción ante este nuevo fenómeno humano implicó la aparición de diversos movimientos reflexivos y alternativos que tuvieron una repercusión sobre todas las indagaciones humanas, teología inclusive. Movimientos que estuvieron muy presentes en la convocatoria y celebración del Concilio Ecuménico Vaticano II que se celebró en Roma entre los años 1962 y 1965. Sin entrar a hacer un análisis formal de aquella etapa histórica, vale la pena resaltar algunos acentos teológicos que han aparecido desde aquel acontecimiento, porque la reflexión sobre la vida a la luz de la Palabra de Dios es una tarea que está inscrita en un contexto económico, geográfico, político, social, cultural y antropológico.

En la época previa a la década de 1960, la teología europea dialogó con diversas corrientes del pensamiento alternativo, y especialmente con el marxismo y el existencialismo. Esta interlocución colocó en el centro de la investigación teológica, entre otras, a dos temáticas de fondo muy amplias: el ateísmo-agnosticismo y la política. Sin entrar en el tema, algo que no es el objetivo de este libro, debemos reconocer que concentró los esfuerzos de los teólogos en la denominada Teología Fundamental, que, como ya indica su nombre, es la que se ocupa de los fundamentos de la teología: la existencia de Dios; su manifestación en el mundo; la capacidad de conocer a Dios y relacionarse con él; y el significado de la teología en la convivencia humana a nivel local y mundial, edificada sobre la verdad, la justicia, el amor, la libertad y la paz. Los debates y los documentos aprobados en el Concilio Vaticano II contribuyeron a consolidar este proceso de toma de conciencia y de cambio. Además, este camino de búsqueda propició un diálogo fructífero entre la fe y la política. La transformación de la mentalidad y de las estructuras fue aún más intensa en aquellos países que habían estado sometidos a un régimen político dictatorial y que poco a poco fueron recuperando un sistema democrático.[9]En las décadas de 1970 y 1980 se hicieron patentes las dificultades y la complejidad del diálogo de la reflexión teológica con el mundo, las distintas ideologías y, especialmente, con la política. Por otro lado, con la irrupción de la Teología de la Liberación en la América Latina y de las teologías africanas y asiáticas, esta complejidad pasó de ser considerada una particularidad del debate europeo a adquirir un carácter mundial. Esta nueva situación provocó un doble argumento dentro de la comunidad cristiana: el relativo al modo de transmitir la fe a las nuevas culturas y generaciones, y, en segundo lugar, el del papel de la comunión interna y del uso del poder dentro de la Iglesia. Una polémica que fue en aumento, creando muchas tensiones, y que aún subsiste en la actualidad, con suma importancia para la evolución de la teología. Estos debates internos, unidos al nuevo fenómeno de la globalización, han dado paso a un periodo de incertidumbre y de una nueva evaluación del papel de la teología en el mundo.

A partir de la década de 1990, con la aparición de una incertidumbre en la vida moderna que genera un cierto desengaño y cansancio, se ha iniciado una nueva época en la que, dentro de una atmósfera de una cierta dispersión, la teología europea se ocupa de los temas relacionados con la transmisión de la fe, poniendo el énfasis en el diálogo con la persona concreta, su dolor, sus expectativas y su subjetividad. Es pues una teología que dialoga más con la dimensión psicológica que con la magnitud política, en diálogo con las culturas y religiones, antes que con el racionalismo y las ideologías. Entre las características de esta nueva etapa cabe destacar la importancia de la persona concreta en su originalidad, del momento presente en su especificidad, y de la provisionalidad en su debilidad. Aun así, esta búsqueda concentrada en la persona concreta, en el presente y en la provisionalidad, contiene en su interior un diálogo sincero y abierto con el ateísmo, el agnosticismo y la increencia existentes, con la secularización y el secularismo, con las culturas y las religiones y, también, la reflexión sobre las bases de la comunión eclesial y la transmisión de la fe. Es, en definitiva, un diálogo sobre el sentido de la vida.

A lo largo de estas décadas he seguido y compartido este proceso de la reflexión teológica en su búsqueda del sentido de la vida. Los trabajos publicados han sido el resultado de esta investigación y no una cavilación al margen de la realidad académica y la situación del mundo. Voy a hacer una breve referencia a fin de centrar la aportación específica de este libro, continuando con la reflexión anterior. El pensamiento humano tiene su itinerario y es deudor del pasado, pero debe responder a las nuevas preguntas del presente y encarar sin miedo el futuro.

En un primer momento intenté dialogar con el ateísmo que emergió en la universidad y el mundo de la cultura durante las décadas de 1960 y 1970. El camino concreto para iniciar este diálogo religioso fue a través de la preparación de la tesis doctoral, que consistió en una reflexión teológica a partir de la observación directa y del análisis de la vida real de los estudiantes de la Universidad de Barcelona de aquel tiempo, la época inmediatamente posterior a las revueltas del Mayo del 68 en Francia, Europa y Estados Unidos Algunas de las conclusiones de la reflexión hecha a partir de aquella situación, tal como puede verificarse a través de la lectura del texto publicado, ofrecen varios referentes para comprender la realidad actual.[10].

Aquella labor de reflexión me hizo descubrir que la búsqueda del sentido de la vida viene condicionada por estos factores: el entorno económico, social, político y cultural; el proceso de maduración mental y afectiva de la persona; y, finalmente, la apertura o cerrazón ante el misterio espiritual y religioso de la naturaleza, la historia y Dios.[11]. Una gran parte de este descubrimiento fue debido al hecho de compaginar la investigación teórica con el trabajo práctico; es decir, vivir en medio de los problemas reales de la gente llana y no limitarse solamente a las cuestiones académicas.

En un segundo estadio, aquella toma de conciencia hizo que me plantease la necesidad de una metodología teológica abierta a la realidad concreta de las personas y a la búsqueda de la misión, lugar y tarea específicos de la comunidad cristiana en el mundo actual. Esta determinada labor plantea la necesidad de encontrar caminos operativos, al objeto de establecer unas nuevas relaciones entre el humanismo y la fe; entre ateos, agnósticos y creyentes; entre la gente que sufre y la esperanza: en definitiva, ahondar en el diálogo de la Iglesia con la sociedad, así como en el debate intercultural e interreligioso. Son necesidades que exigen reflexionar sobre las bases de una teología práctica que sirva para elaborar propuestas de actuación.[12]La elaboración de una teología práctica me ayudó a descubrir el distanciamiento cada vez mayor entre el universo de los creyentes y una gran parte de la sociedad civil. Esta toma de conciencia se hizo patente en toda su crudeza durante la celebración del Concilio Provincial Tarraconense del año 1995. En las tareas conciliares, intervenciones y debates entre los participantes en la asamblea quedó bien patente este alejamiento entre Iglesia y sociedad.[13]

Además, en el proceso vivido a lo largo de los debates conciliares emergió un problema de un mayor calado: la falta de orientación y claridad en la búsqueda de los caminos de superación de ese foso entre religión y vida. A menudo, los intereses y puntos álgidos del debate no eran los nucleares, y aunque afrontasen cuestiones no carentes de importancia, no dejaban translucir una conciencia excesivamente diáfana de la magnitud de los desafíos del mundo moderno a la religión y, también, a la vida humana.

Adoptando una perspectiva más amplia y abierta al mundo contemporáneo, podemos decir que en la actualidad el problema de fondo consiste en que un sector considerable de la gente de nuestros tiempos, por varios motivos, se ha ido alejando de la práctica de la religión, supliendo ese vacío con la busca de una espiritualidad genérica que, de alguna manera, dé sentido a sus vidas. Por muchos esfuerzos que se hayan dedicado a este intento y a pesar de que se hayan dado pasos interesantes, el problema dista mucho de estar solucionado. Por lo tanto, si queremos preparar el futuro, es necesario retomar una búsqueda y una colaboración abierta que ayude a superar la espiritualidad difusa, abriéndola a una vivencia religiosa evolucionada, madura y trascendente.

[14]

Y les lavó los pies. Una antropología según el Evangelio,15

[16]El hilo de la vida. Quince imágenes de libertad

[17][18]

El tercer elemento es la urgencia de reencontrar caminos para una vivencia de la fe que, manifestándose en la esperanza, se realice en el amor; de manera que mientras vayamos andando en medio de la oscuridad del quehacer cotidiano podamos vivir con confianza esta aventura, sin perder nunca de vista el horizonte y sin que nos falte la capacidad de reír y jugar, en términos utilizados hace ya años por el sociólogo Peter Berger.[19]


9, Facultad de Teología de Cataluña/ Publicacions de l'Abadía de Montserrat, Barcelona, 2003. Contiene introducciones a todos los documentos conciliares, realizadas por los profesores de la Facultad de Teología de Cataluña

10, R. , Nova Terra, Barcelona, 1977

11Naturaleza. Historia. Dios

12, R. , 3ª ed. corregida y ampliada, Secretariado Trinitario Ediciones, Salamanca, 2005. La primera edición fue publicada en catalán en el año 1985 con el título de l, Herder/Facultad de Teología de Cataluña, Barcelona, 1989. ID., , 3ª ed. ampliada, Secretariado Trinitario Ediciones, Salamanca, 2005. La primera edición fue publicada en Madrid en el año 1989 en formato de cuadernos con el subtítulo de «Diez lecciones sobre la evangelización», por la editorial S/M

13, Editorial Claret, Barcelona, 1996. Véanse especialmente las resoluciones 1-5, p. 81-87.

14Tratado de teología pastoral. Compartir la alegría de la feop. citLa misión de la Iglesia en el mundo. Ser cristiano hoyop. cit.

15, Ramon, , Ed. Milenio, Lleida, 1997.

16

17, Ramon., , Editorial Milenio, Lleida, 2004

18El hilo de la vida

19, Peter L., , Herder, Barcelona, 1975, p. 167-172.