AFUERADOS

MARÍA EUGENIA CHAGRA

Libro digital, EPUB - (Quena)

ISBN 978-950-851-124-9

Depósito Ley 11.723

Arte de tapa de la colección y adaptación para cada título: D.G. Carolina Ísola (isocaro@hotmail.com)

Teléfono: (+54) 387 4450231

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Todos los derechos reservados.

A modo de introducción

En mis fantasías de niña yo fui una asesina implacable, convencida de que la muerte, o al menos la desaparición de mi vista y mi presencia de aquellos que a mi escaso e ignorante modo de ver representaban el dolor y la miseria, librarían al mundo de sufrimiento y fealdad, alcanzando además, los que así partieran, la gracia eterna a la diestra de Dios Padre.

Cómo iba entonces a saber que tan funesta idea era, y sería, la forma más habitual de sepultar lo diferente.

Y mucho menos entender que todos, en algún momento y circunstancia, lo somos.

De esta historia, o de su esencia, fue testigo un amigo. Yo me la apropié y dejé volar mi imaginación para crear este relato y el comienzo de este libro.

La afuerada

Quizás resulta extraña la apreciación pero, en realidad, si uno presta atención y se despoja de todo tipo de prejuicios, puede coincidir con ella. Lo más hermoso de este paisaje urbano, de esta cuadra o quizás, para ser más específicos, de esta esquina, no lo representan ni los tilos añosos que a las tardes despiden un embriagador efluvio plateado, ni el edificio del lado tapizado con bruñidos mármoles oscuros a la entrada, escoltada por los pequeños balcones con barandales torneados, ni las señoras vestidas con discreto encanto de colección que suben a sus autos con chofer, ni las veredas de mosaicos pulcramente pulidos que forman dibujos geométricos.

Tampoco el conservado empedrado de la otra esquina que rememora tiempos de cocheros y caballos, o los porteros de los pisos con sus libreas coloradas que son todo un detalle, o los señores de trajes y sobretodos oscuros e impecables que le dan un tono de suave elegancia.

Cierto es que todo rezuma distinción, clase, estirpe. Hasta los perros que pasean a las mañanas los muchachos contratados. Cada elemento indica la finura lograda a través del tiempo, de las generaciones educadas en colegios extranjeros, bien comidas y ataviadas.

Pero, aunque parezca raro, en medio del paisaje recoleto y casi detenido en el tiempo, lo que atrapa su atención obsesiva es irremediablemente el edificio de la esquina.

Alto, silencioso, enigmático.

La enorme estructura de vidrios espejados que parece no tener nada que ver con el lugar y que sin embargo encaja tan bien. Se suma al paisaje, se incluye serenamente, se metamorfosea con el encanto del tiempo y la elegancia de los años.

Por las noches sin luna parece tan solo un grandioso paralelogramo negro brillante que se tornasola si ella aparece. A las mañanas se sonrosa por partes mientras el sol lo va despertando, a las tardes se enciende en un turquesa enceguecedor y a veces las nubes caminan por su extensión sorprendentemente lisa.

Es como una grandiosa caja esplendente en reflejos que aprisiona, engulléndolos. Que encierra quién puede decir qué cosas, cuáles vidas, qué situaciones, o tal vez nada, simplemente nada. A lo mejor es solo eso, una mágica superficie tersa y relumbrante que existe por sí misma, sin habitantes ni historias.

Magia y misterio que la hechizan invitándola a caminar la calle de arriba a abajo, de abajo a arriba, con los dedos agarrotados dentro de los zapatos duros y estrechos, un problema el calzado para sus enormes pies la vida entera, mas no le importa, anda lo mismo con los pies sufridos, el calzado incómodo.

Arropada en el sacón gris topo, envuelta en la bufanda que parece casi una manta, larga, para tapar cualquier invierno, alrededor del cuello, sobre la espalda, por el frío cortante de la tarde y aunque no lo sea tanto. Así va. De la mañana a la noche, de la noche a la mañana, arrebujada. Debe sentirlo como un refugio, como su casa. La casa a cuestas. Abrigada, en una de esas el viento arrecia o la noche la encuentra lejos o simplemente tiene ganas de sentirse cobijada. Eso es, la bufanda ha de ser cobijo caliente y familiar, blandamente conocido aún en calles extrañas, especialmente en ellas.

Extraña la calle, ajena, distante de sus zonas habituales.

Qué hace por aquí, inadecuada y ruda en medio de la elegancia recoleta. Nada que ver su figura en­cor­vada con los edificios paquetes, afrancesados, de cuando los señores de la loca ciudad rica imitaban lo europeo y vivían como si. Tan alejado el ruido y el smog de las cuadras circundantes. Un mundo fuera, remoto y leve, exquisito y quieto, encantador.

Ella camina por ahí, inapropiada, gris sobre el tenue plateado, marrón sobre el discreto beige, oscura sobre la impalpable claridad. Fuera de lugar, de moda. Fuera de todo. Arrugada, grises sus arrugas, el pelo, la bufanda y el sacón. Gris la figura y el andar. Su presencia agrisa el aire y el tiempo contaminado ahora por ella, gris, como su historia y sus recuerdos.

No añora los recuerdos, no suelen ser de alegría. Entonces para qué, a qué convocar dolores y ausencias que le son tan familiares, como los pies doloridos o el peso del sacón gris sobre la espalda y los años. Tanto como que siempre estuvieron. No distingue entre ella, todo eso y su soledad. Sola, solitaria. No sabría de otro modo. Cuando vienen como ráfagas los fantasmas los ahuyenta, fijando sus sentidos en lo que tiene ante sí.