AGRADECIMIENTOS

La historia de El Bordo tiene más detalles por contarse, que están ahí, entre la gente que la ha heredado de sus mayores. Mi versión es sólo un intento de contarla lo mejor que he podido con la información que he tenido a mano. Quiero dar las gracias a quienes me auxiliaron en la investigación, así como a las instituciones donde me permitieron investigar.

Entre las personas que me fueron de gran ayuda en Pachuca debo mencionar a Zenón Rosas Franco, quien me llevó por primera vez al sitio exacto donde están enterrados los mineros de El Bordo; a Félix Castillo García, escritor, exminero, quien me prestó su crónica del incendio, basada en las historias que escuchó cuando trabajaba en la mina; a Anselmo Estrada Albuquerque, periodista y exminero, quien lleva décadas documentando la vida hidalguense y siempre ha estado dispuesto a resolver cuanta duda le he planteado; a Enrique Garnica, que me acompañó a estudiar el kiosko del Parque Hidalgo; a Pablo Mayans, quien me dio a conocer la crónica escrita por su abuelo José Luis Islas; y a Moisés Cabrera y Manuel Hurtado, con quienes bajé a la mina de Santa Ana.

En el curso de esta investigación trabajé en varios archivos: el Archivo General de la Nación, el Archivo de la Compañía Real del Monte y Pachuca, la Biblioteca Nacional, la Hemeroteca Nacional, la Biblioteca Central de la UNAM y la Bancroft Library de la Universidad de California en Berkeley. Agradezco al personal de dichas instituciones por su colaboración.

En particular quiero agradecer a todos los que laboran en el Archivo de la Casa de la Cultura Jurídica «Ministro Manuel Yáñez Ruiz», en Pachuca, Hidalgo, que alberga el expediente Pachuca 1920-66; siempre recibí un trato profesional y eficiente de parte de cada uno de ellos, y generosamente permitieron fotografiar las cuatro fotos contenidas en el expediente. Gracias, por supuesto, a Heladio Vera, quien acudió a hacerlo.

Este libro está basado en la investigación que realicé para obtener el grado de Doctor en Lengua y Literatura Hispana por la Universidad de California en Berkeley. El director de tesis fue José Rabasa; el comité estuvo conformado por Estelle Tarica, Jesús Rodríguez Velasco y Stanley Brandes. Aunque he utilizado información recabada para ese proyecto, e inclusive algunos párrafos de ese texto, se trata de dos proyectos diferentes, no sólo porque para éste conté con más información, sino porque son libros con propósitos distintos. Aquél, entre otras cosas, es un análisis de los materiales que consignan o aluden a esta historia. Éste es el intento de hacer que aparezca la historia, sus protagonistas silenciados, la comunidad pachuqueña.

Los siguientes textos me sirvieron para precisar la información sobre la huelga de 1923, la protesta de 1930, la Convención de 1934 y la evolución del Sindicato en los años sententa y ochenta:

Nicolás Cárdenas García, Empresas y trabajadores en la gran minería mexicana. 1900-1929. México: Secretaría de Gobernación, IEHRM, 1998.

Irma Eugenia Gutiérrez Mejía, «La reconversión industrial en la Compañía Real del Monte y Pachuca. Auge y derrumbe del sindicalismo-democrático en la Sección 1 del S. N. T. M. M. S. R. M.» Ponencia leída en el encuentro Reestructuración productiva y reorganización social. Jalapa, 25 y 28 de octubre de 1989.

Juan Luis Sariego, Luis Reygadas, Miguel Ángel Gómez, Javier Farrera, El Estado y la minería mexicana. Política, trabajo y sociedad durante el siglo XX. México: FCE / SEMIP, 1988.


Gracias a Tori, mi compañera, por su amor, su inteligencia y su apoyo diario. A Juan Álvarez porque siempre me presta su ojo crítico. Y gracias a mi familia, en la cual siempre han estado presentes las historias de las minas y los mineros. Entre los muchos recuerdos que tengo están esos días en que acompañaba a mi madre, Irma Eugenia, a la clínica del Sindicato Minero en la calle de Cuauhtémoc; mientras ella trabajaba venía alguien del Sindicato a compartirme un vaso de leche y un pan de dulce. A mi hermano Arturo que se escapaba desde adolescente para ir a escalar rocas por las rutas de las viejas minas. Y recuerdo al otro día de la protesta de los desnudos, cuando llegó mi tío Polo con dos copias de La Jornada y mi padre Arturo con otras diez; La Jornada fue el único periódico de la Ciudad de México que hizo caso a mi padre cuando la noche anterior se puso a avisar a los medios que en unas horas iba a suceder algo extraordinario en las minas de Pachuca y Real del Monte.

Mi hermano Tonatiuh se interesó desde muy joven por lo que había sucedido en El Bordo, la suya es la memoria oral por la que yo llegué a esta historia.

EL BORDO

La mina El Bordo, perteneciente al distrito minero Pachuca-Real del Monte, estaba constituida por diez niveles, nombrados de acuerdo a la cantidad de metros de profundidad a la que se encontraban: 142, 207, 255, 305, 365, 392, 415, 445, 465, 525, 575. A ellos podía accederse por tres tiros: El Bordo, La Luz y Sacramento, este último perteneciente a la mina de Santa Ana.

El Bordo se incendió la mañana del 10 de marzo de 1920. Murieron, por lo menos, ochenta y siete personas.

Quedan pocos rastros de esa historia: el expediente judicial Pachuca 1920-66, algunas notas periodísticas y una placa metálica que habla de otra cosa. El expediente y las notas no son meros informes de los hechos, sino fragmentos de los hechos, son parte de la tragedia y de la manera en que se custodió su versión oficial. En esos textos aparecen hombres favoritos que no corrieron riesgo de ser rasgados ni con el roce de una pregunta, y hombres y mujeres que desde siempre estuvieron condenados. Pero también quedan los registros orales de los mineros y sus familias, que es como yo la conocí; y al menos dos crónicas, una de Félix Castillo, otra de José Luis Islas, y una novela de Rodolfo Benavides; todas escritas años después del incendio.

Este libro, como esas otras versiones, es una reticencia frente a la verdad jurídica que convirtió la historia en un episodio archivado. Pero ninguna de estas palabras es mía. Cuento el incendio de El Bordo a partir de los nombres, fechas y acontecimientos en que coinciden esas versiones, cuando es posible, y cuando no a partir de lo que me parece creíble; subrayo también algunas de las contradicciones y omisiones que hay en las fuentes de la época que contribuyeron a que subsistiera el silencio. El silencio no es la ausencia de historia, es una historia oculta bajo una forma que es necesario descifrar.