portada

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ESCUCHA, YANQUI

Traducción
JULIETA CAMPOS
Y ENRIQUE GONZÁLEZ PEDRERO

CHARLES WRIGHT MILLS

ESCUCHA, YANQUI

La Revolución en Cuba

Fondo de Cultura Económica

Primera edición, 1961
Segunda edición, 2019
[Primera edición en libro electrónico, 2019]

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contraportada

A mi hijo Nikolas

ÍNDICE

Primera advertencia al lector

  1. ¿Qué significa Cuba?
  2. Nuestra revolución
  3. Tu contrarrevolución
  4. Una economía sobre la marcha
  5. Cuba y el comunismo
  6. Euforia revolucionaria
  7. La cultura en Cuba
  8. ¿Qué significa “yanqui”?

Segunda advertencia al lector

Notas y bibliografía

PRIMERA ADVERTENCIA AL LECTOR

Este libro refleja el tono y el tema de discusiones y entrevistas sostenidas con soldados rebeldes, intelectuales, funcionarios, periodistas y profesores en Cuba, durante el mes de agosto de 1960. Pero no se trata sólo de Cuba, porque la voz de Cuba es hoy una voz del bloque de naciones hambrientas, y el revolucionario cubano habla ahora —con gran efectividad— en nombre de ese bloque. Lo que los cubanos dicen y hacen hoy lo dirán y harán mañana otros pueblos hambrientos de América Latina. Esta perspectiva no es ni una jactancia ni una amenaza de Cuba. Es una probabilidad evidente. En África, en Asia y en América Latina los pueblos por los que habla esta voz se están llenando de una fuerza airada que jamás habían conocido antes. Son jóvenes naciones: para ellas el mundo es nuevo.

En Cuba, el pueblo de una nación hambrienta está en pleno clamor revolucionario. Toda su historia se ha visto envuelta, en formas muy extremas, con la historia de los Estados Unidos, y la isla que habita está muy cerca del territorio de los Estados Unidos.

Independientemente de lo que ustedes y yo pensemos, la voz de Cuba debe escucharse en los Estados Unidos de Norteamérica. Y, sin embargo, no ha sido escuchada. Esta voz debe oírse ahora porque los Estados Unidos son demasiado poderosos y sus responsabilidades para con el mundo y consigo mismos son demasiado grandes para que su pueblo no oiga las voces que vienen del mundo hambriento.

Si no las escuchamos, si no les prestamos toda nuestra atención, nos exponemos a todos los peligros de la ignorancia —y, con ellos, a los peligros de errores desastrosos—. Si no escuchamos, recordemos que otras naciones poderosas sí lo están haciendo —los rusos, por supuesto—. Ellos sí están escuchando las voces del mundo hambriento y están actuando. Algunos errores producto de la ignorancia ya han sido cometidos, en nuestro nombre, por el gobierno de los Estados Unidos y con desastrosas consecuencias en el mundo entero para la imagen y el futuro de los Estados Unidos. Pero quizá no es todavía demasiado tarde para que escuchemos y para que actuemos.

I

Mi objetivo central en este libro es presentar la voz del revolucionario cubano, con la mayor claridad y fuerza posibles. Me he fijado este objetivo porque esa voz está absurdamente ausente en las noticias de Cuba que se difunden actualmente en los Estados Unidos. No encontrarán ustedes aquí “toda la verdad sobre Cuba”, ni tampoco “una apreciación objetiva de la Revolución cubana”. No creo que nadie pueda hacer en este momento semejante apreciación ni creo que nadie —cubano o norteamericano— pueda saber todavía “toda la verdad sobre Cuba”. Esa verdad, cualquiera que ella sea, está en proceso de creación y cada semana es distinta. La verdadera historia de la Revolución cubana, con todo su significado, tendrá que esperar a que algún cubano que haya participado en ella encuentre la voz universal de su revolución.

Mientras tanto, mi labor ha sido tratar de plantear algunas preguntas útiles y buscar y atender las más variadas respuestas que pude encontrar.

Los hechos y las interpretaciones expresados en estas cartas de Cuba reflejan con exactitud, en mi opinión, las opiniones del revolucionario cubano. Las palabras empleadas son en su mayoría mías, aunque no todas; los razonamientos, el tono, las interpretaciones, el sabor y la sensibilidad son, en lo esencial, directamente cubanos. Mi papel ha sido simplemente organizarlos, de la manera más directa e inmediata de que he sido capaz. Quiero decir que aquí está lo que los cubanos, en medio de su revolución, piensan de esa revolución, del lugar que ésta ocupa en sus vidas y de su futuro. He aquí algo de su optimismo, sus fatigas, su confusión, su ira, su vehemencia, sus preocupaciones —y, sin embargo, si escuchan ustedes bien, descubrirán el tono racional que prevalece en los argumentos revolucionarios cuando se discute seriamente y en privado—.

Esta revolución que tiene lugar en Cuba es un enorme impulso popular. La voz de Cuba es hoy la voz de la euforia revolucionaria. Mi intención es expresar un poco de todo esto al mismo tiempo que las razones que explican por qué sienten así los cubanos. Porque sus razones no son sólo suyas: son las razones de todo el mundo hambriento.

II

Antes del verano de 1960 nunca había estado en Cuba ni había pensado mucho en ella. En realidad, cuando estuve en Brasil durante el pasado invierno y cuando, en la primavera de 1960, pasé varios meses en México, me sentí avergonzado de no tener una firme actitud respecto de la Revolución cubana. Porque en Río de Janeiro y en la ciudad de México, Cuba era naturalmente el gran tema de discusión. Pero yo nada sabía de lo que allí estaba ocurriendo y mucho menos de lo que podría pensar acerca de todo ello. Me ocupaban por entonces otros estudios.

Al terminar la primavera de 1960, cuando decidí “enterarme de lo que pasaba en Cuba”, leí por primera vez todo lo que pude encontrar y lo resumí, en parte como información y en parte como preguntas que no tenían respuesta en la letra impresa. Con estas interrogaciones y cierta idea de cómo obtener las respuestas, me dirigí a Cuba.

Ese viaje me obligó a pensar —lo que por mucho tiempo me había negado a creer— que mucho de lo que hemos leído recientemente acerca de Cuba en la prensa norteamericana está muy lejos de la realidad y del significado de lo que allí está sucediendo actualmente.

No estoy muy seguro de cómo deba explicarse este hecho y no creo que sea muy sencillo. A diferencia de muchos cubanos, no considero que sea totalmente por una campaña deliberada de difamación. Es verdad, sin embargo, que si las finanzas norteamericanas afectadas por la revolución no controlan todas las noticias que ustedes leen acerca de Cuba, las finanzas como sistema de intereses (incluyendo los medios masivos de comunicación) pueden constituir, no obstante, un factor de control en cuanto a todo lo que pueda llegar al conocimiento de ustedes respecto a Cuba.

Es cierto también que la exigencia de encabezamientos violentos de los jefes de redacción de los periódicos restringe y modifica los reportazgos de los periodistas. Editores y periodistas tienen la tendencia a considerar que el público norteamericano prefiere leer acerca de las ejecuciones que de la puesta en cultivo de nuevas tierras. Es decir, publican lo que consideran mercancía de fácil venta.

Nuestra ignorancia acerca de Cuba se debe también, en parte, al hecho de que el gobierno revolucionario cubano no tiene todavía una agencia informativa capaz de prestar servicio a los periodistas extranjeros. En este momento no es fácil obtener en Cuba datos precisos y es imposible entender lo que está ocurriendo sin la ayuda capacitada de quienes están actuando dentro de la revolución. En muchos casos estas personas no pueden ayudar, simplemente porque están demasiado ocupadas en hacer la revolución. Pero hay algo más: cada vez sienten menos deseos de colaborar, porque creen que su confianza ha sido traicionada. Debido a lo que ellos consideran justamente como tristes experiencias, piensan que los periodistas norteamericanos no reconocerán jamás la verdad, o la deformarán, aun cuando la tengan delante.

Me parece que otra raíz del problema está en que muchos periodistas norteamericanos simplemente no saben comprender ni informar acerca de una revolución. Si se trata de una revolución verdadera —y la de Cuba lo es—, informar supone algo más que la rutina ordinaria del periodista. Requiere que éste abandone muchos de los clichés y hábitos que constituyen su oficio mismo. Exige, por supuesto, que sepa con precisión algo de la gran variedad de pensamiento y actividad de izquierda que existe hoy en el mundo. Y la mayoría de los periodistas norteamericanos saben muy poco de ello. Para la gran mayoría, a juzgar por nuestros periódicos, todo se reduce al “comunismo”. Aun aquellos con la mejor voluntad de comprender se ven incapacitados, por su misma formación y por las restricciones a su trabajo, para informar plena y acertadamente acerca de los contextos necesarios y del significado de los acontecimientos revolucionarios. En verdad, no creo que nadie posea toda la capacidad necesaria: es una tarea extraordinariamente difícil para cualquier miembro de una sociedad superdesarrollada informar en torno a lo que está sucediendo hoy en el mundo hambriento.

Sin embargo, una cosa resulta evidente: en los Estados Unidos no recibimos una información exacta de todo esto. Quizá la verdad sea que los medios de información en masa están influidos, frecuentemente, no tanto por las presiones de los anunciantes, las recomendaciones oficiales y las conversaciones extraoficiales cuanto por la ignorancia y confusión de quienes los dirigen. En pocas palabras: es probable que algunos periódicos estén con frecuencia controlados; el hecho es que muchos periodistas, como muchos hombres, se engañan a sí mismos.

III

Dicho esto, debo añadir inmediatamente que lo que haya de verdad o de utilidad en este libro se debe menos a mi capacidad como investigador social que a mi buena suerte de haber tenido pleno acceso a la información y a la experiencia de cubanos próximos a los acontecimientos que, una vez establecida la confianza, están ansiosos por decir todo lo que saben y por expresar todo lo que sienten. Esa confianza me fue otorgada no por mis opiniones sobre ellos o sobre su revolución, sino por el conocimiento que tenían de mis obras anteriores.

Mis fuentes incluyen discusiones con la mayoría de los líderes del gobierno revolucionario de Cuba. Pasé tres días y medio, de 18 horas cada uno, con el primer ministro Fidel Castro y cinco o seis días con René C. Vallejo, jefe del INRA (Instituto Nacional de la Reforma Agraria) en la provincia de Oriente. Quiero agradecerles la generosidad y paciencia con que toleraron mis numerosas preguntas en medio de días y noches de trabajo prolongado.

Debo expresar también mi agradecimiento por el tiempo que me dedicaron a Osvaldo Dorticós Torrado, presidente de la República de Cuba; Enrique Oltuski, ex ministro de Comunicaciones y actual director de organización del Departamento de Industrialización del INRA; al “Che” Guevara, presidente del Banco Nacional de Cuba; Raúl Cepero Bonilla, ministro de Comercio; Armando Hart, ministro de Educación; Carlos Franqui, director de Revolución; Franz Stettmeier, de la Universidad de Oriente; Elvira Escobar, de la misma institución; Margery Ríos y sus ayudantes, del Ministerio de Relaciones Exteriores; Isabel Rielo, de la primera ciudad escolar en la Sierra Maestra; capitán Escalona, ayudante del primer ministro; Elba Luisa Batista Benítez y Lauro Fiallo Barrero, de Manzanillo; Saul Landau, norteamericano que compartió conmigo los resultados de sus agudas experiencias de Cuba; Robert Taber, norteamericano que facilitó mi viaje a Cuba y mi labor durante mi estancia allí. Finalmente, quiero manifestar mi reconocimiento a Juan Arcocha, ayudante de Carlos Franqui, quien me sirvió de intérprete en largas entrevistas y fatigosos viajes y, además, me ayudó a entender muchas cosas de Cuba.

No se citan en el texto nombres específicos. Por conveniencia expositiva y por la brevedad necesaria he combinado en determinados temas mis discusiones con personas diversas; muchos pasajes son, de hecho, “entrevistas compuestas”. Además, habiendo gozado del privilegio de ver todo lo que deseaba y de recibir respuestas sinceras a todas mis preguntas, no sería correcto hacer citas directas.

IV

Es posible fabricar hipótesis de pesadilla sobre Cuba. Pero si hemos de superar estas pesadillas, si deben convertirse en bases de preocupaciones fértiles y de una política constructiva hacia Cuba, es absolutamente necesario conocer, antes que nada, cuáles son las razones, las esperanzas y los problemas de los revolucionarios cubanos. Mi cometido es dar a conocer algunos de éstos.

Por eso, al escribir este libro, he considerado que la expresión de mis propias opiniones es mucho menos importante que la exposición de los argumentos de los revolucionarios cubanos. Y a esto se debe que, en lo posible, me haya abstenido de expresar una opinión personal. He tratado de impedir, en la medida de mis fuerzas, que mis preocupaciones en torno a Cuba o a los Estados Unidos intervengan en esta exposición de la voz de Cuba. No he pretendido disimular ni subrayar las ambigüedades que he descubierto en sus razonamientos.

Comprendan, pues, los lectores, al leer estas cartas, que son los revolucionarios cubanos los que hablan. Después que los hayan escuchado, me tocará a mí hacer un breve comentario.

C. WRIGHT MILLS
Septiembre de 1960
Universidad de Columbia
Nueva York