Cover

Stevie Smith

LAS VACACIONES

Traducción de
Andrés Barba Muñiz

frn_fig_002.png

EDITA A. Machado Libros

Labradores, 5. 28660 Boadilla del Monte (Madrid)
machadolibros@machadolibros.comwww.machadolibros.com

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni total ni parcialmente, incluido el diseño de cubierta, ni registrada en, ni transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro sin el permiso previo, por escrito, de la editorial. Asimismo, no se podrá reproducir ninguna de sus ilustraciones sin contar con los permisos oportunos.

Título original: The Holiday
by Stevie Smith
© 1949, 1971 by James MacGibbon
First published in Great Britain by Virago Press
© de la traducción: Andrés Barba Muñiz, 2016
© de la presente edición: Machado Grupo de Distribución, S.L.

REALIZACIÓN: A. Machado Libros

ISBN: 978-84-9114-299-7

Índice

I

II

III

IV

V

VI

VII

VIII

IX

X

XI

XII

XIII

XIV

I

Estoy estudiando unas cifras con Tiny en el ministerio, un código de cifras. Tiny suspira y se pone a tararear.

Por favor, Tiny, no tararees.

Como quieras. Si quieres me voy a la otra habitación. O te vas tú.

No podemos –me inclino sobre Tiny y le susurro al oído–. No podemos porque Clem está en la otra habitación.

Dios mío, siempre se me olvida. Cuánto hubiese preferido que no le hubiesen trasladado a la sección V.

No recuerdo estar pensando en otra cosa desde hace no sé cuánto. Esos cablegramas, por ejemplo –suspiro–. ¿Qué se hacía con el número siete?

Sí –contesta Tiny–, había que hacer algo con esas cifras.

Algo parecido a trabajar –digo yo–. Lo único que te pido es que no tararees, nos podemos evitar eso.

Yo creo que nuestras compañeras Eleanor y Constance son gente terriblemente agradable –dice Tiny con una sonrisa de lo más generosa.

¿Qué te ha pasado, Tiny? Hoy pareces especialmente alegre... ¿Acaso esas cifras han despertado en ti dulces sentimientos por Eleanor y Constance? A mí me parece que siempre están ocupadas esas dos, sobre todo Eleanor.

Tú y yo nacimos bajo el signo de una estrella fugaz –dice Tiny.

Sí –contesto–, tenemos suerte de estar juntos en esta habitación, eso podría no haber sucedido.

Cada vez que veo a Eleanor con esa cara de hecha polvo con ese gesto concentrado en la mirada casi me da la sensación de que toda la posguerra la está aplastando. Como aquella mujer Saki que antes de desayunar ya se había puesto en contacto con todos los gobiernos de Europa…

Vamos, Tiny –replico–, esas no son formas, no seas malvado.

¿Qué se hacía con el número siete? –pregunta Tiny.

Cojo el informe y me lo llevo hasta la ventana cantando para mí “Desde las montañas de Groenlandia”.

La letra de la canción no es así –replica Tiny enfadado–, y además no me parece que eso sea mejor que mi tarareo.

Yo me puse a cantar más alto:

Desde las montañas de Groenlandia

hasta las playas indias de coral,

desde las doradas fuentes de África

hasta el sitio donde mueren en el mar

yo prefiero el solitario caserío

que se esconde entre las hayas y los pinos

como el nido del águila se esconde

en la cima de los violetas Apeninos.

¿Lo ves? –dice Tiny–, no encaja bien. Tienes que concentrar más el último verso, como si lo dijeras de un golpe.

En ese momento se abre la puerta y entra en la habitación mi sobrino Casmilus.

Hola, Tiny, hola, Celia. Tengo que hablar contigo.

Muy bien –dice Tiny–, yo me marcho.

Justo cuando se dispone a salir, la cabeza de Clem se asoma por la puerta.

Te necesito, Tiny. Ya estabas huyendo, ¿eh? Bueno, dame un par de minutos antes.

Los dos hermanos se van juntos.

¡Qué cariacontecido parecía nuestro pobre Tiny! –dice Caz cuando salen de la habitación.

Clem es una persona horrible –digo yo.

Tiny no es mucho mejor.

Pues yo encuentro a Tiny de lo más sympathisch.

Caz se sacude una mancha de ceniza de sus pantalones de batalla y se acerca hasta mi lado. Asegura que está de paso por Londres de camino hacia el norte.

¿Qué me querías decir, Caz? Ay, Caz, qué frío tengo.

Nos trasladamos hasta la alfombrilla que está frente a la chimenea vacía. Caz apoya la cabeza en mi hombro. Hoy hace mucho frío ahí fuera. Casi siempre me siento como si hubiese perdido algo –dice, y luego restriega su nariz por mi cuello.

Hay ciertos días –contesto yo– que son largos y estrechos, no puede salir nada bueno de ellos, y es difícil encontrar paz, y nos sientan fatal. Hoy había una noticia que decía que América… que Rusia… que Inglaterra, decía, es larga y estrecha. Siento…

¿Qué sientes? No creo que nadie vaya a matarse por Rusia… o por América, ni nada por el estilo. ¿Qué es lo que sientes?

Siento que estoy congelada. Hace un frío tremendo aquí dentro.

Caz me zarandea amablemente hacia delante y hacia atrás. Casi siempre me siento perdido –dice–, tan perdido…

Caz –le respondo–, cuando estoy rodeada de gente nunca tengo frío. Me gusta sentarme en el metro y observar a la gente, y que me observen a mí. La luz y el calor del metro provocan que las caras de la gente parezcan más vivas. Los que hace un segundo estaban soñando con desiertos y habían tenido pesadillas parecen de pronto vivos, más vivos. Ahí en el metro –digo (mientras nos zarandeamos un poco más y la lluvia fría del exterior comienza a golpear los cristales con un rat-tat, rat-tat, rat-tat, como si fuera granizo, aunque no es más que una lluvia de junio), en el metro –repito– todo es diferente. Hemos dejado atrás las pesadillas, estamos juntos, estamos de buen humor, somos educados, tenemos esa educación inconsciente y las buenas maneras de Londres. No hablamos entre nosotros (las palabras pueden ser una carga) pero nos sonreímos, o tal vez alguien dice algo sobre el tiempo, que es lo mismo que sonreír. Pero antes –digo apresurándome un poco– pasamos por la escalera mecánica donde hay un cartel que parece la reconvención moral de un deán: “permanezca a su derecha para permitir que los demás transiten” –suspiro–. Durante la guerra se hacía tarde y cuando llegábamos al andén las madres estaban metiendo a sus niños en las camas más altas de las literas, arreglando las sábanas y diciéndoles: “vaya ojitos malvados tienes”. Pero ahora, en los vagones, hay más ruido y confusión desde que llegaron los soldados americanos. El señor que está sentado junto a mi hermana se levanta y me ofrece cambiar el sitio para que nos podamos sentar juntas. Entra una mujer envuelta en una manta y con siete niños. El soldado americano que está besando a su novia no se mueve, está solo con ella, como si estuviese en mitad del desierto…

Todo el mundo siente que tiene frío y que está perdido –dice Caz–, pero no todo el mundo lo reconoce, hay mucha gente que asegura que está contenta y que hasta se enfadaría si alguien le dijese lo contrario. Todo iría mejor si la gente reconociera que tiene frío y se siente perdida.

Luego continúa diciendo que hay una gran parte de la guerra que ha continuado aunque hayan terminado los días de la lucha. No sé –dice–, tal vez lo que nos sucede es que ya no soportamos no estar en guerra.

Estoy de acuerdo, siempre hay cosas que escribir sobre la guerra. Justo ahora –le digo– tengo que escribir un informe sobre De Gaulle y el comienzo de su movimiento, los comienzos de la Resistance y el Rassemblent du Peuple Français. Es como si tuviéramos que sacar a De Gaulle de Francia y construir nosotros el movimiento de la resistencia. Y en fin, ¿es que acaso no tuvimos que hacerlo? Caz –digo– yo soy muy pro-Inglaterra. Inglaterra tiene el mar, las islas, los continentes y los estrechos, es vulnerable en todas partes. Está obligada a luchar y a enfrentarse en cientos de frentes. De Gaulle me parece el tipo más imbécil del mundo. ¿Por qué se sorprenden los ingleses de estar sin un céntimo? Es más sorprendente aún que les sorprenda. Para mí lo más sorprendente del mundo sería que los ingleses no fuesen pobres en este momento.

Caz responde: Si los franceses pudiesen formar un gobierno que durase más de una semana eso al menos sería algo. ¿Cómo es posible que un país civilizado no sea capaz de formar un gobierno?

La gente sentimental –respondo yo– siempre prefiere las épocas revolucionarias, la cabeza del rey en un charco y los huracanes… sed victa Catoni. ¡Ejem! Es la única forma que tienen de sentirse en casa. Eso es así. Pero yo prefiero esta época que es más crucial que la revolución, cuando la revolución ha triunfado y ha llegado la hora de gobernar. El otro día me preguntaba: ¿Es posible que la resistencia pueda convertirse en gobierno sin ejercer la misma violencia que sus opresores, el mismo absolutismo y la misma tortura? ¿Cómo serán las cosas en India, en Palestina? Está en nuestra naturaleza –le digo– angustiarnos, tener frío y sentirnos perdidos. Recuerda mis palabras, Caz, lo que nos ha tocado es la crisis y el exilio. Los ingleses hacen bien en no planear nada, saben que la corriente no puede crecer más que la fuente que la alimenta, nunca tratarán de hacer un plan absoluto, ni usarán a los hombres como si fuesen mercancías, nunca serán ni tan malvados ni tan estúpidos como para hacer eso, y aun así gobernarán y serán quienes son.

Caz responde que él también era muy pro-Inglaterra, pero que eso no hacía que los ingleses fueran menos irritantes, seguían siendo insinceros, y como no podían aparentar ser más estúpidos de lo que eran, eso les convertía directamente en taimados.

En fin –contesto–, tampoco creo que nos vaya a hacer mucho daño ser pobres un rato.

Caz continúa diciendo que los alemanes, a su ordenada manera, estudiaron mucho el carácter de los ingleses, tanto que casi se podía decir que hicieron un máster y que era posible que no les faltara del todo razón al decir que la “raza inglesa” era biológica y que los ingleses eran capaces de estar sentados delante de sus malditos fuegos humeantes sin hacer nada para arreglar la corriente helada que les pasaba por debajo de las puertas –“limitándose a tener nostalgia y a sufrir –como tú, Celia–, a tener nostalgia y a sufrir”– , también ellos, como todo el mundo, se acabaron equivocando en alguna ocasión, como con el asunto de las cartas falsas de prisioneros que lanzaban sobre Inglaterra con las bombas, aquella del número 44 de Acacia Grove, en Bermondsey, que tal vez se quedó en la superficie, o flotando sobre su dueño, o tal vez fue rescatada desde las profundidades de los escombros, aquella carta falsa del supuesto joven Harry en la que contaba lo buenos que eran los alemanes con él en su campo de prisioneros, qué tipos tan decentes eran, y cuánto querían a los ingleses, etcétera. Claro que lo que no podían saber los pobres alemanes, en lo que se equivocaron –porque todos leyeron aquellas cartas–, era que el pobre Harry jamás habría llamado “cariño” a su madre, ni tampoco habría mencionado a los alemanes, ni para bien ni para mal, durante toda su estancia en el campo, y que lo único que habría dicho sin duda es: “ojalá se arregle todo esto lo antes posible”. Por eso todo lo que había entre aquel “Queridos mamá y papá” y aquel “besos, Harry” sonaba a una espantosa píldora propagandística escrita por taimados y hacendosos soldados alemanes.

Quizá –continúa Caz– lo que esperaban los alemanes era que la mamá y el papá de Harry hubiesen escrito una amable carta de respuesta a su hijo comentándole que la carta había llegado a salvo pegada a la bomba que había destrozado el número 44 de Acacia Grove, edificio que, por cierto, había dejado de existir, cosa que les causaba una gran aflicción y que seguramente también se la causaría a Harry. Oh, Celia –dice Caz cuando termina con ese recital–, me siento perdido, es lo que siempre repites tú, ¿verdad? Me sien-to per-di-do.

Se aleja de mí dos o tres pasos con aire un poco ausente.

¿Qué sucede, Caz?

Oh, nada. ¿Vas a ir a la fiesta de López esta noche?

Claaaaro que sí.

Te vuelven loca las fiestas, ¿eh?

Sí.

Son fantásticas, ¿verdad? –dice Caz, y luego continúa–: “cualquier cosa que sea sencillamente humana me resulta más amable que toda la riqueza del mundo”.

Sí, así es.

Pero recuerda, Celia, que quien dijo aquella frase no era precisamente humano.

Vivió en Blackmountain –digo yo.

No hace falta que lo jures, querida mía.

Caz se puso a cantar “En Blackmountain” gesticulando y en voz alta:

“En Blackmountain me sentí perdido

En Blackmountain de amargura y frío.”

Se oye a alguien aporrear la pared furiosamente al otro lado.

Baja la voz –digo–, es Clem.

Basta de golpes –grita Caz afectando la voz.

Lo único que pido –dice Clem asomándose por la puerta– es que os calléis los dos.

Hasta luego, Clem –dice Caz–, me marcho.

Se vuelve hacia mí, me recuerda que tiene permiso dentro de dos semanas y me pregunta si quiero ir a visitar al tío Heber con él. Sería un cambio de aires, un agradable cambio de aires. ¿Vendrás?

Sí, iré.

Es un trato entonces. Hasta luego, Celia.

Hasta luego, Caz, dame noticias siempre que puedas.

Tiny regresa a la habitación, lleva un telegrama en la mano.

No, Tiny, otro telegrama no, por favor.

Pues sí –dice–, es de Investigación, aquel viejo telegrama de prensa que estabas buscando sobre De Gaulle. Comienza a leerlo en voz alta, con una voz un poco impostada y lenta, pero sin respirar, y por una razón práctica: para no tartamudear, porque Tiny es tartamudo.

Voces críticas sobre todo américa consideraban movimiento francia libre básicamente militar solo puede fracasar dos razones obvias primera repentina caída francia segunda burdeos vichy detuvo salidas desde francia tercera desaliento generalizado por decirlo suavemente consecuencia años mayoría políticos franceses deberían apoyarlo pero protestan violentamente ante sugerencia camille chautemps como socio adecuado cita le veo la gracia como la vería cualquiera pero fue camille chautemps quien firmó las capitulaciones en Burdeos abandonó a los aliados neutralizó el imperio colonial francés y sentenció a muerte a los líderes de la francia libre termina cita stop el general degaulle insistió nunca pensó volver a encontrase andré christophe.

Tiny suspira, se ha quedado un poco pálido. Yo la verdad es que no le veo la gracia por ninguna parte.

II

Una agradabilísima y concurrida fiesta en casa de López. Es de noche. Hace más o menos un año desde el final de la guerra. No puede decirse que estemos en guerra, no puede decirse que estemos en paz, lo único que puede decirse es que estamos en la posguerra, y que probablemente vayamos a seguir estándolo durante los próximos diez años. La mayoría de nosotros trabajamos en ministerios de ayuda, en restauración de relaciones, comités, comisiones, limpiamos, clasificamos, ordenamos, escribimos y hasta locutamos. La posguerra pesa sobre nosotros, nos exaspera, hace que sintamos que no estamos haciendo nada en realidad aunque trabajemos durante horas, pero, ¿qué otra cosa podemos hacer? De modo que también nos sentimos culpables. Pero en esta fiesta nos sentimos felices y conseguimos concentrar toda nuestra felicidad para hacer algo con ella, aunque solo sea durante unos instantes.

López vive en una casa en Glebe Place, es la hermana de Clem y Tiny. Ha servido carne de cerdo en lata, jamón, lengua, salchichas de hígado, ensalada, frambuesas (de lata), whisky y cerveza, pero en la estancia hay un amor que supera al que produce normalmente el whisky y la cerveza. Sí, se ha producido ese rápido sentimiento de amor común que provoca tanto placer, mucho más que el whisky.

Nuestro amigo Raji está en la fiesta. Se trata del indio más inteligente que vive en Londres. Es un hombre honesto, de convicciones firmes, cosa que es poco común y mucho menos aún entre los indios. Estuvo en un campo de prisioneros inglés en la India y fue maltratado por la policía india. Asegura que los indios son tremendamente infantiles.

Raji nos hace reír. Nos cuenta que el otro día estaba en un restaurante con un inglés y otros dos indios. Los indios comentaron: “Nosotros, por supuesto, no tenemos ningún problema con los blancos, pero de vez en cuando nos damos cuenta de que somos nosotros los que no les gustamos demasiado a ellos. Ahora nos vemos en la obligación de empezar a combatir este desagradable y poco libre sentimiento racista, y empezamos a notar que a nosotros tampoco nos gusta demasiado cómo huelen los blancos. Es una pena, pero eso es lo que nos está pasando.”

Todos nos reímos. Es maravilloso que Raji sea capaz de ser tan generoso y tan libre a pesar de haber sido educado en una atmósfera tan opresora.

La conversación se vuelve de pronto histórica y política y el ritmo se acelera cuando una chica cuenta que cuando estaba en el colegio…

Realmente el ritmo se acelera para todos nosotros, eso por descontado. La otra conversación, la histórica y la política es agradable también pero decae enseguida porque no estamos haciendo nada, nos damos las manos y acaba la charla, somos activistes manqués, Edwin y Morcar son los condes del Norte. Eso es todo, no es más que un desierto.

De modo que la chica cuenta que en su colegio la profesora de inglés se enfadó con la de ciencias y que para poder evitarla tuvo que trasladarse al dormitorio de la jefa de departamento, y López comenta que ella fue a un colegio de monjas y que cuando veían a dos niñas caminando solas la monja les llamaba la atención por megafonía para que se uniese una tercera niña, porque no estaba permitido que dos niñas estuviesen solas. Al parecer aquello daba una oportunidad a las niñas solitarias para pasar de simples comparsas a verdaderas amigas.

La conversación adquiere de pronto un agradable perfume. López cuenta que su sobrina Mary también fue a un colegio de monjas y que sentía veneración por la monja que le enseñaba literatura. Al parecer Mary no era más que un saquito de huesos con ojos azules.

Aquella monja nunca tuvo noticia del amor que le tenía Mary, y eso a pesar de que Mary le estuvo escribiendo durante años. La monja guardaba amistosamente las cartas, como si se tratara de un caballero viejo y honorable al que le escribiera una mujer casada, pero cuando Mary se fue de luna de miel abandonó a su marido en París y regresó al convento a visitar a su adorada.

La conversación vuelve a hacerse política. Tengal, el brillante científico y miembro del C.P., acaba de llegar junto al poeta ciego. Con ellos vienen también Clem, con aire fanfarrón, y, tras él, Tiny, que parece más bien nervioso e infeliz.

Tengal asegura que si los trabajadores no consiguen pronto su frente no tardarán en echarse a las calles.

Todos los movimientos políticos –afirma Tiny con su vocecilla insegura y tartamuda– t-t-t-tienen su pe-pe-período intermedio, ¿no os parece? ¿Y qué se supone que están haciendo los jefes del partido?

Tal vez haya sido una apuesta demasiado arriesgada.

Pues sí –añade Clem–. ¿Alguien había pensado en eso?

El Frente de Trabajadores –digo yo–, por favor…, ya solo en eso hay una jerga terrorífica, suena igual que a lo de los cripto-fascistas, el gran Perro Rojo, la bestia fascista… a estas alturas la gente se ríe de eso, no tiene ningún sentido…

Tal vez no sea el momento de ponerse a hacer limpieza –dice Tiny.

O tal vez sea precisamente el momento –replica Tengal–, es el momento y ha pasado ya el momento, las dos cosas.

Tiny se hunde junto a mí en el sofá y se tapa la cara con las manos.

Luego hay de pronto un estrépito en el exterior y el capitán Maulay entra de un salto en la habitación con una bolsa de papel llena de bollos de crema.

Ha sido la ventana del baño de Violet –asegura–, siempre trata de hacer que salga el agua tan caliente que ha provocado un géiser.

Le ofrece un bollo de crema a López y se va a servirse una copa.

Tengal asegura que si no hubiese sido por Inglaterra ahora existiría un Estados Unidos de Europa.

¿Unidos en qué? –pregunta Tiny.


Huyo a sentarme en la esquina para poder hablar con Basil Tait.

¿Está Caz en Londres?

No, se ha marchado al Norte.

Esta noche estoy furiosa con Basil. Está reuniendo dibujos para un libro de ilustraciones representativas de esto y lo otro. Yo le dejé las mías para que eligiera algunas, pero todavía no lo ha hecho, así que le digo: Si no eres capaz de elegir tú los dibujos, ¿por qué no dejas que lo haga Raji?

Basil comenta que le pareció bastante maliciosa la forma en la que Clem habló en la Casa de los Lores acerca del Estado Nacional de Israel.

Odio todos esos insignificantes nacionalismos –digo yo–, ya verás cómo esas ideas acaban provocando el fin de la paz, cuando acabe la posguerra y llegue la paz, ya verás cómo esos nacionalismos la arruinan. No hay nada que diga o haga Clem que no sea para la única y exclusiva ventaja de Clem.

Nadie habla del Estado Nacional de Israel –continúa Basil, que no parece tener otra idea en la cabeza. Y como Basil también odia todos los minúsculos nacionalismos hay un pequeño acercamiento entre los dos.

Yo sigo con lo mío y le digo que ya que no parece importarle demasiado lo que va a poner en su libro que por qué no utiliza mis dibujos.

Basil pregunta: ¿Crees que en el suplemento del Smallholder habrá anuncios de gente que ponga redecillas metálicas en conejeras? Necesito una para mi conejo de angora.

Yo sonrío y le contesto: Cansada del mundo ansío la muerte, como un mendigo que contempla el desierto.

Basil replica: Me gusta la gente que tiene una buena opinión de su trabajo.

Tiny se acerca antes de marcharse. Hasta luego, Celia –dice–, me pasaré un segundo por el Ministerio en el camino de vuelta, para no molestar a Clem.

Menudo imbécil es Clem –dice Basil.

No es imbécil –replico yo–, lo ha pasado mal, es una criatura perseguida, si en vez de haber ido a Eton contigo se hubiese educado en las peores condiciones, ahora tendría el mismo ímpetu que tú para ayudar a los demás y la misma simpatía.

Un joven amigo indio de Raji cruza la habitación y se sienta a nuestro lado. Al parecer se llama Behar.

Espero no estar interrumpiendo nada sentimental –dice.

Así es –dice Basil–, este es el rincón de las conversaciones sentimentales.

Lo era un poco –digo yo–, pero no te preocupes, Behar, querido.

Behar nos cuenta que ha hablado con sir Stafford Cripps y que le ha dicho: “Stafford, creo que es usted un personaje de lo más abyecto”.

Venga ya, Behar, no has hecho eso.

Sí, sí que lo hice –responde Behar–, y a propósito.

Eso está pero que muy bien, Behar, querido. Basil, ¿no te parece fantástico este Behar? ¿Y qué dijo Cripps?

Oh, nada.

Yo esperaba que por lo menos se hubiese sonrojado, cuéntanos cómo se sonrojó, Behar.

Behar parece enfadarse un poco y luego cuenta cómo fue a una fiesta y se encontró allí con gente de lo más importante, que hubo incluso un encuentro secreto entre el ministro del interior y Lord Cherwell. Cuenta que también había allí un amigo suyo de la India que era un poco corto para entender a los ingleses.

Nunca he conocido a nadie que sea tan franco con los ingleses –asegura–, es un poco corto.

¿Y cómo se tomó aquella gente importante la cortedad de tu amigo?

Tumbándose –responde Behar.

¿Tumbándose?

Sí, tumbándose.

¿Y roncando?

Sí, roncando, no, no.

¿Sin roncar?

Sí, por supuesto, sin roncar.

El capitán Maulay cruza la habitación con lo que queda de los bollos de crema y la conversación cambia de tema: brujería.

El capitán Maulay asegura que Aleister Crowley ha conseguido resultados.

¿Qué tipo de resultados? –pregunta Basil–. ¿Ha convertido una moneda de dos peniques en una corona o se ha tirado él solito por las escaleras?

Después de decir eso ha echado un vistazo a la habitación con aire aburrido.

¿Qué buscas, Basil? –le pregunto.

Pensé que iba a venir tu primo Tom.

Oh, no, Tom nunca va a fiestas.

No ha venido ninguno de tus primos –dice Basil con una sonrisa.

El capitán Maulay se pone a hablar de una pitonisa a la que frecuenta en Kings Road. Al parecer se llama Madame Sopa.

Realmente tiene un don –asegura–. Scotland Yard ha ido a su consulta en varias ocasiones.

¿Ha ido a su consulta? –pregunta Basil.

Sí, hay veces que no tienen claro si se trata de un asesinato o de un suicidio.

Ah.

En una ocasión –comenta– se cometió un asesinato (siempre he estado seguro de que lo fue) en mi propio cuarto de estar. Fue cuando vivía en el 259 de Sloane Street. Mi mujer y yo habíamos invitado a un grupo de gente muy conocida y la fiesta estaba abarrotada. Había venido hasta el Majarajá de Trincha. Aquello sucedió antes de que falleciera mi esposa.

¿Y el asesinato?

Pues resultó –continúa el capitán– que el corneta, que estaba sentado junto al batería, apareció apuñalado de pronto. Dijeron que fue un suicidio. Pero fíjate bien, no fue casualidad que pusieran a Miss Phone a cargo de la investigación en Scotland Yard. No, se trató de un asesinato. El gobierno indio quiso que se silenciara el asunto porque tenía intención de hacer volver al Majarajá lo antes posible para destituirlo. Se trataba de un mal tipo, un tipo lamentable. Una vez apaleó a un caballo hasta matarlo.

Dios santo –dice Basil–. ¿Aquí, en Inglaterra?

Oh, no, en la India.

¿Y qué fue lo que dijo Madame Sopa?

¿Madame Sopa? Ah, sí… En aquel momento ella no tuvo noticia del asunto, pero un par de meses después la llevé a la casa y…

¿Al 259 de Sloane Street?

Sí, y cuando entramos en el cuarto de estar en que ocurrió el asesinato (o el suicidio, como dijeron luego) Madame Sopa me agarró del brazo. Sáqueme de aquí cuanto antes, dijo, y cuando salimos de la habitación se puso a gritar. Cuando le pregunté qué había sucedido me contó que algo la había agarrado del brazo. Yo le expliqué lo que había sucedido en la habitación y ella me contó que el espíritu del muerto le había asegurado que se había tratado de un asesinato, no de un suicidio.

Mauylay se vuelve hacia mí. ¿Qué le parece?

Basil comenta que le parece un poco fuerte que el gobierno indio consiguiera acallar el suceso.

En fin, no sé qué decir –replica Maulay–, al fin y al cabo el hombre ya había muerto, ¿no?

¿Qué planes tienes para tu permiso de vacaciones de este año? –me pregunta Basil.

Voy a visitar al tío Herber.

¿Irá Tom también?

No, Tom nunca va a visitar a su padre. Ya sabes que Tom nunca va a ver a su padre.

Sí, por supuesto. ¿Y Caz?

Sí, Caz estará allí.

Eso debe de ser todavía más doloroso para Herber –comenta Basil sin dejar de sonreír–, van a verle los sobrinos, pero no el hijo.

Fue Caz quien me sugirió que le acompañara a visitar al tío Herber.

Oh, estoy seguro de que a Herber siempre le alegra verte, y Caz también, por supuesto.

Maulay me ofrece de pronto un boleto de apuestas.

Mire esto –dice–, catorce guineas apostadas en el sitio incorrecto –suspira–. Con los caballos es verdad que no acierta, eso es un hecho. Mira que se lo dije, Sopa, ¿por qué no te aferraste a tu primera opción? Podríamos habernos forrado. Pero no, dijo que le daba buena espina el aspecto de no sé qué jockey. Y mire el resultado.

Basil comenta que hay dones con los que nunca se sabe.

Yo dejo a Basil en compañía de Maulay y salgo corriendo de la habitación y pongo la frente contra el frío mármol de la entrada. Tengal viene hacia mí con una mirada furiosa.

Celia –dice–, tienes que parar todo esto, ¿cuál es el problema?

Es la conversación –dice Raji acompañándonos un poco. Se dirige a la cocina a buscar algo de comer para López. Basil no está de buen humor esta noche y Maulay es un tipo pesado.

Raji vuelve su sonriente cara oscura hacia mí. Me asegura que ha venido esta noche solo porque pensaba que iba a venir mi primo.

¿Mi primo Caz?

Si, Caz, por supuesto.

¿No será Tom?

Oh… Tom.

III

Termina la fiesta de López y yo me cojo unos bombones y me los subo a la habitación. La habitación de López está hecha un desastre: se ven desperdigados el contrato de la casa de Monet Mogram, las cartas, los contratos de la BBC y las primeras versiones de algunos manuscritos. Hablamos hasta las cuatro de la mañana y me voy a mi habitación pero no consigo dormir. Me levanto a las seis de la mañana, le echo otro vistazo a la persiana y ahora descubro cómo abrirla, de modo que la abro y también la ventana, de par en par y contemplo la iglesia católica de estilo bizantino que está enfrente. El sol brilla a través de las nubes grises, cosa que no ha dejado de hacer en todo este insoportable verano y que le da a Londres el aspecto de una plancha de grabado. Regreso a la cama y pienso en escribir. López tiene un método propio; posee un oído fantástico y un talento especial para la imitación. Pongamos por caso que escucha una expresión en la calle. Es como si se tratara de una competición para ver quién encuentra la expresión más acertada, como la de aquella mujer en un campeonato de lucha libre que comentó: “Es todo un simio, ¿verdad?” O el de la obra de Chejov: “Te preocupa, ¿no es cierto?”, o aquella del autobús: “Un poco más adelante, cariño, es mi sino, nunca consigo que alguien me deje un asiento calentito.” Y no digo que esté mal como competición, pero cuando se trata de escribir, y aunque López sea buena escribiendo, no siempre está tan bien porque siempre se produce la sensación de que va a señalarse algo significativo y después no ocurre nada. Me parece que la gente incluso podría interpretarlo como una ofensa, porque no tiene ningún sentido en realidad. Quiero decir que no representa, o no representa en realidad, lo que la gente realmente es. Aunque en realidad qué demonios importa porque cuando ves por ejemplo a George Moore con esa mujer pintora en su novela Vidas y Celibato o esa Esther, o incluso a Arnold Bennet en Elsie y el muchacho, ¿qué otra cosa puede hacer una más que decir: ahí los tienes, son personas, pero qué se puede hacer con ellos? O como el personaje de la condesa en el libro de Maurice Baring, cuando le dice al joven: “Usted escribe libros, ¿verdad? ¿De qué tratan?” “Oh, de la gente” – responde el joven–. “¿De la gente? –responde la condesa–. Oh, ciertamente ese es el tema más difícil de todos.”

Me quedo en la cama pensando en la manera de escribir de López, y en la de Raji y en la mía propia, y en lo desesperantemente difícil que es escribir. Y pienso en ese noble personaje, mi tío Heber, con quien voy a pasar mis vacaciones (oh, cómo me gustaría que fuese ya la hora de ir a su casa y no tener que esperar estas dos semanas), pienso en aquellas palabras que dijo cuando organizó en la rectoría aquella enorme reunión de té y, finalmente, cuando se fue el último de los invitados, comentó: “Soledad, reforma y silencio.”

A las nueve López trae una bandeja de desayuno con algo de pan, queso y café, pero sin mantequilla. Charlamos un poco más y me voy a mi casa.


De camino a casa en Brompton Road, a la salida de Harrods me encuentro con mi primo Tom. Tom es el hijo de Heber pero ha destruido su relación con su padre y se ha destruido a sí mismo. En Lincolnshire Heber llora sin cesar por su hijo.

Es demasiado pronto para beber nada, de modo que entramos en Harrods y pedimos un café y un trozo de tarta de limón.

Tom se volvió loco durante seis meses en una ocasión y estuvo encerrado durante todo aquel período en una agradable casa donde le hicieron tratamientos para curarle de sus crisis nerviosas.

Se trataba de una mansión que perteneció a la familia De Vere y que ahora está rodeada por las tiendas y edificios Clapton, calles llenas de negocios y gente práctica. Casi parece una excentricidad pensar que hubo un momento en el que lo único que rodeó aquella casa fueron las tierras pantanosas que están junto al río.

Tom fue un buen enfermo y se recuperó de su locura. Ayudó a los médicos en su trabajo y luchó para encontrar de nuevo su identidad de Tom, aunque no sucedió lo mismo con muchas de las personas que estaban en aquella casa y a las que tuvieron que trasladar a otros sitios. Es curioso que tuviera que ser precisamente en la mansión De Vere, porque a Tom le había dado por recitar aquel soneto de Bacon-Shakespeare-De Vere y en sus ataques de locura a veces se reía a carcajadas.

Una vez fui a verle cuando estaba loco. Le habían asignado una habitación larga y de techo bajo con unas ventanas francesas que daban a un apacible jardín. Es agradable estar aquí tumbado –me dijo– y contemplar el amanecer en el jardín y a las monjas yendo y viniendo, aunque preferiría que no se convirtieran en gatos negros, resulta un poco desconcertante. Y luego se volvió a reír de nuevo a carcajadas, atragantándose y haciendo ruidos con la garganta.

Desde que Tom salió de la mansión De Vere su forma de comportarse conmigo cambió también; se volvió más amable y cariñoso, cuando antes solo era sencillamente atento. Iba de pronto al Ministerio, entraba en mi despacho y decía “Celia”.

La forma que tiene de comportarse con su padre es atroz. Mi primo Caz piensa que Tom es un personaje abyecto, una criatura débil y cruel, que no es bueno en absoluto. Mira cómo trata a Heber –suele decir–, mira lo que ese guapo primo nuestro le ha hecho a ese santo de Lincolnshire que no hace más que llorar por su hijo. Ahí tienes a tu Tom.

Pero yo solo siento una cálida amistad y lástima por Tom, jamás tendría miedo de él aunque no deje de tener la sensación de que se puede volver loco otra vez, en cualquier momento… “Celia”.

Un día entrará en mi despacho con sus zancadas enérgicas y enloquecidas, se dejará caer contra alguno de los muebles con su cuerpo larguísimo, me mirará fijamente con esos ojos azules de loco y dirá: “Celia”.

Aquello pondrá nerviosísimo a Tiny, como siempre, de modo que se levantará de la silla y dirá: Celia, salgo un rato, hasta luego. Y se pondrá a dar vueltas a la manzana.

Tom me mirará, ya no dirá más “Celia” y se marchará de nuevo.

Es una lástima que no quiera a Tom tanto como quiero a Caz. Y qué pena también que mi relación con Caz no sea la sencilla relación de primos que tengo con el loco Tom. Es una pena esa vieja historia escandalosa que hace que sienta a Caz como a alguien mucho más cercano que un primo, es una verdadera pena.

Pero hay algo anárquico en mi pobre Tom que me conmueve. La gente se hace mayor de una manera triste, el tiempo pasa de una manera triste, la gente se siente perdida, se desespera y todos estamos ya medio locos.

La locura de Tom me cerca y encuentra en mí a una persona que también está loca, o más bien… deseando convertirse en una loca. Sí, en esa persona que está cuerda pero que desea volverse loca es donde se ha roto la voluntad de alguna forma.

Tom fue profesor de inglés durante tres años en una universidad de Tokio.

Un día se presentó en mi despacho y dijo algo más que “Celia”, me dijo: Tienes que prometerme una cosa, pon tu mano en el corazón y prométeme una cosa.

Me pidió que fuera a cenar con él y que luego le acompañara al estudio de radio donde hace un programa para la emisora china.