VÍCTOR COFRÉ



Ponce Lerou

Pinochet. El litio. Las cascadas. Las platas políticas

Cofré, Víctor
Ponce Lerou / Pinochet. El litio. Las cascadas. Las platas políticas

Santiago de Chile: Catalonia, Periodismo UDP, 2019

ISBN: 978-956-324-754-1
ISBN Digital: 978-956-324-768-8

PERIODISMO DE INVESTIGACIÓN
CH 070.40.72

Este libro forma parte de la colección de periodismo de investigación desarrollada al alero del Centro de Investigación y Publicaciones (CIP) de la Facultad de Comunicación y Letras UDP.

Diseño de portada: Trinidad Justiniano
Fotografía de portada: Gentileza Grupo DF
Retrato del autor: Juan Pablo Sierra
Edición: Andrea Palet
Edición periodística: Javier Ortega
Coordinación editorial: Andrea Insunza
Dirección editorial: Arturo Infante Reñasco
Composición: Salgó Ltda.
Diseño y diagramación eBook: Sebastián Valdebenito M.

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, en todo o en parte, ni registrada o transmitida por sistema alguno de recuperación de información, en ninguna forma o medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin permiso previo, por escrito, de la editorial.

Primera edición: noviembre, 2019

ISBN: 978-956-324-754-1
ISBN Digital: 978-956-324-768-8
Registro de Propiedad Intelectual: Nº A-309888

© Víctor Cofré, 2019

© Catalonia Ltda., 2019
Santa Isabel 1235, Providencia
Santiago de Chile
www.catalonia.cl – @catalonialibros

Índice de contenido
Portada
Créditos
Índice
Nota
PRIMERA PARTE | JULIO ANTES DE PONCE
1 Una boda y un final
2 Don Augusto
3 Un ministro de Bosques
4 Un Chicago boy que no fue a Chicago
5 El sur
6 Reo
7 Malos negocios, mala salud
8 Abril de 1990
SEGUNDA PARTE | JULIO DESPUÉS DE PONCE
9 La transición de SQM
10 El tijera Contesse
11 Amigos
12 Con un pie en el litio
13 Los nietos de Pinochet
14 Un departamento
15 El enemigo favorito
16 El otro caso Cascadas: detrás de CAP
17 Una cascada de problemas
18 A la derecha de SQM
19 A la izquierda de SQM
20 Su Excelencia
21 SQM en La Moneda
22 Julio Ponce fuera de SQM
Agradecimientos
Notas

A mis tres A.

Nota

Este libro comenzó como una indagación del caso Cascadas, el escándalo bursátil que marcó 2013 y 2014, pero luego mutó a la biografía de su mayor protagonista, Julio Ponce Lerou, en todas sus dimensiones. Intenté obtener la mayor cantidad posible de testimonios y por ello hablé con más de un centenar de protagonistas y testigos de estas historias, algunos de ellos varias veces. Muchos de ellos aceptaron ser citados en este libro. Otros prefirieron el anonimato. En la información especialmente relevante, incluí solo datos que fueron adecuadamente corroborados por otras vías y dejé afuera comentarios y datos proporcionados off the record que no logré acreditar con documentos u otras fuentes independientes.

Este trabajo incluye una abundante recopilación del trabajo de otros periodistas. Para ello, elaboré un archivo de prensa en cuya construcción me ayudaron desinteresadamente muchas personas.

También consideró la revisión de numerosos documentos que están esparcidos en distintos reservorios públicos: la Biblioteca Nacional, el Archivo Judicial, donde recuperé, no sin dificultades, antiguas causas judiciales, como la batalla de Julio Ponce contra Ricardo Claro en los años ochenta; el Archivo Nacional, que guarda innumerables documentos públicos, entre ellos, todas las sesiones de directorio del Complejo Maderero y Forestal Panguipulli, que dirigió Ponce; la Biblioteca del Congreso, donde revisé los antecedentes reunidos por dos comisiones investigadoras, de 1990 y 2005, sobre las privatizaciones de los años de Pinochet; la biblioteca de la Corfo y los archivos de la Conaf, donde encontré antiguas revistas institucionales que retratan los años en el sector público de Julio Ponce. También documentos que conserva la antigua Superintendencia de Valores y Seguros, hoy Comisión del Mercado Financiero. Uno de ellos, hasta ahora inédito, es un expediente reservado de 500 páginas sobre la indagación de la SVS que develó, por primera vez, los trusts que Ponce formó en paraísos fiscales en el extranjero para radicar su patrimonio. El trabajo documental en una investigación es esencial. Muchos de los actos privados y públicos dejan rastros y hay que darse, creo, el trabajo de encontrarlos y conectarlos. Toda la documentación acopiada fue acompañada de una investigación paralela para complementar, descartar o ratificar antecedentes.

Relevantes fueron los dos centenares de tomos de la investigación penal del caso SQM, que desentrañó el financiamiento transversal de la actividad política durante décadas, y los expedientes penales y administrativos del caso Cascadas. También consulté los antecedentes del caso Riggs, las demandas cruzadas con la segunda esposa de Ponce y los antecedentes agregados a una querella que cientos de extrabajadores salitreros presentaron por el abordaje de Pampa Calichera, en 1990, el vehículo de control de SQM.

Importantísimo para este libro resultó el audio de una entrevista que el periodista Guillermo Sandoval realizó a Julio Ponce el 28 de septiembre de 1983, cuando acababa de dejar el gobierno de su suegro, Augusto Pinochet, acorralado por acusaciones en su contra. Sandoval publicó ese olvidado pero valioso texto y conservó, para mi suerte, el registro. Le agradezco la generosidad para compartirlo: buscó durante semanas entre sus cosas dos casetes que me aportaron información de un enorme valor testimonial. Parte importante del relato en primera persona de Ponce se publica aquí por primera vez.

Incluí en este texto algunos asuntos de la vida personal de Julio –no de su intimidad– que resultan de interés público o que fueron citados por él en juicios o investigaciones administrativas y que contextualizan sus actuaciones y retratan su personalidad. Ponce, quien declinó ser entrevistado para este libro, es un personaje controvertido y enigmático que ejerció cargos públicos durante casi una década; se hizo del poder de una empresa, Soquimich, que fue del Estado, se enfrentó públicamente a empresarios y autoridades de fuste y financió, a través de la empresa que gobierna desde 1987, a políticos de todos los colores. Su influencia en la esfera pública, oculta por años a los ojos del público, trascendió la de la empresa que controló y se ubicó en el centro de la actividad política de las últimas décadas. Su biografía, por todo lo anterior, acompaña la historia reciente de Chile.

La inmersión en la historia de Julio Ponce tardó años porque debí intercalar la investigación, las entrevistas, las transcripciones, la lectura, con los tiempos que me permitió mi trabajo en un medio de comunicación, que suelen ser escasos. Y demoró porque comprender y reconstruir episodios que abarcan casi cincuenta años, e intentar conectarlos con la historia del país, ojalá atando todos los cabos sueltos y atendiendo a todos los detalles, no es un asunto de un día. No tiene plazos ni atajos. Se termina cuando se termina. Y esta es una historia que aún no termina.

V.C.

Octubre de 2019

PRIMERA PARTE 
JULIO ANTES DE PONCE

1
 Una boda y un final

Hace 28 años esta compañía estaba casi en quiebra.
Hoy día es líder a nivel mundial en su área.
Y para mí lo más importante es el futuro de Soquimich.
Muchas gracias.

Julio Ponce, el día en que dejó la presidencia de SQM tras 28 años en el cargo

Una casona de estilo toscano y un parque de especies nativas de 10 hectáreas ambientan los matrimonios que se realizan en la Viña Tarapacá. A 80 kilómetros de Santiago, en Isla de Maipo, las instalaciones reciben los enlaces de alto patrimonio. A mediados de octubre de 2014, al mediodía del sábado 14, en ese lugar se realizó un evento del que se hablaba desde mucho antes. El juego era adivinar quién iría y quién no. Ese día se casó el menor de los hijos del abogado Darío Calderón con una de las hijas del empresario Enrique Cueto. A la ceremonia llegaron cientos de personas, entre ellas numerosos amigos de los padres de los novios: Calderón, un influyente abogado masón, con redes en los sectores empresarial, deportivo, judicial y político, y Cueto, un ingeniero comercial que dirigió durante casi tres décadas la transformación de una pequeña aerolínea estatal privatizada en la mayor compañía aérea de Latinoamérica, ahora denominada Latam Airlines.

No llegaron todos: faltó el más ilustre de los invitados, Sebastián Piñera, quien era cercano a los dos consuegros. Piñera, que había dejado la Presidencia solo meses antes, decidió no ir y así evitó encontrarse con otro que también recibió parte de matrimonio: el empresario Julio Ponce Lerou, uno de los mejores amigos de Darío Calderón. Por esa fecha había una guerra declarada entre ambos. Julio Ponce había sido acusado un año antes, en septiembre de 2013, por la Superintendencia de Valores y Seguros (SVS) encabezada por Fernando Coloma, nombrado por Piñera, de cometer reiteradas infracciones a las leyes de Sociedades Anónimas y Mercado de Valores, por operaciones bursátiles destinadas a beneficiarse a costa de los accionistas minoritarios de Norte Grande, Oro Blanco y Pampa Calichera, las sociedades anónimas abiertas que le permitían controlar la minera SQM. Las “cascadas”.

Un mes antes del matrimonio en que debían toparse tras largo tiempo de no verse, otro superintendente, Carlos Pavez, y ya con Piñera fuera de La Moneda, había ratificado las acusaciones y había cursado a Ponce una multa de 70 millones de dólares de la época. En el año que medió entre ambas resoluciones, la de Coloma y la de Pavez, Ponce había involucrado directamente a Piñera en el caso, acusándolo de tener un interés directo en su resultado. Lo hizo frente a los periodistas, ante la Superintendencia, en tribunales y con los diputados que investigaron el caso. Personalmente, oralmente y por escrito, y a través de sus asesores.

Piñera había respondido con dos declaraciones que remitió a un fiscal y a la comisión investigadora en el Congreso. Nunca atacó frontalmente a Julio Ponce. Eso lo hicieron ejecutivos de sus empresas, dirigentes de su antiguo partido, Renovación Nacional, y exministros de su gobierno.

El exmandatario había coincidido en el directorio de Lan durante varios años, antes de ser gobernante, con Darío Calderón y con Enrique Cueto, los anfitriones de esa tarde de octubre. Piñera y la familia Cueto compartieron el control de la empresa y labraron juntos, desde los cielos de Chile, los pilares de sus respectivas riquezas. Calderón fue electo varias veces en el directorio de la antecesora de Latam Airlines con los votos de la familia de origen español.

Piñera era un invitado doble: las dos familias que se unían ese día lo querían en el matrimonio de sus hijos.

Pero no fue.

Además de la incomodidad cierta de encontrarse con Julio Ponce, estaba distanciado de Calderón, quien escogió el bando de Ponce en la pelea de este con el Presidente. Seis meses antes del matrimonio, Ponce había intentado involucrar explícitamente a Piñera en el caso Cascadas y para ello reveló una conversación de 2012 que, dijo, le había contado Calderón. “Las palabras de Piñera fueron ‘cómo va el asunto de la fusión’ y después le dijo (a Calderón) ‘encárgate tú de la fusión, que yo me encargo de la Súper”.1 Empresas ligadas a Piñera eran accionistas de las cascadas y una fusión le traería beneficios económicos directos. Y la SVS estaba, en ese tiempo, indagando las operaciones bursátiles de Julio Ponce. Las supuestas palabras de Piñera sugerían el siguiente intercambio: Ponce accedía a unir y hacer desaparecer las cascadas y el Presidente paralizaba entonces las pesquisas del organismo regulador. Piñera consideró una deslealtad infinita la versión difundida por Calderón, la que además desmintió a sus cercanos.

El “Negro”, como le dicen a Calderón sus amigos, es una de las personas más cercanas al controlador de SQM. “Tengo una vinculación profesional con Julio Ponce desde comienzos de los 90 a través de Soquimich, pero una amistad de toda la vida”, relató a un fiscal que lo interrogó a raíz de una causa derivada del caso Cascadas.2 Calderón, abogado de la Universidad de Chile, había estudiado en el Instituto Nacional. Hijo, igual que Ponce, de la educación pública, se conocieron por intermedio de sus padres y madres. Tenían en común un origen de clase media y un desprecio por la aristocracia de los apellidos. Pero a los dos les atraía el poder. Ponce sabía que en ese matrimonio era probable que se encontrara con Piñera y se había prometido no empañar el evento de su amigo con impertinencias públicas hacia el exmandatario. Pero no estaba dispuesto a concederle como regalo su ausencia.

Y Ponce fue.

El matrimonio fue un acontecimiento de proporciones. Algunos asistentes llegaron pilotando sus propios helicópteros y uno de ellos levantó polvo en plena ceremonia. Empresarios de fuste, connotados jueces, dos senadores, un ministro de Estado, candidatos presidenciales derrotados, exdiputados, exgeneralísimos. Varios de ellos se acercaron a saludar, conversar y reír con Julio Ponce Lerou, el presidente de Soquimich. Se sentó junto al entonces director ejecutivo de Canal 13, Cristián Bofill, quien durante catorce años había dirigido el diario La Tercera. Conversó animadamente con él y con el resto de los presentes. Ponce acumula decenas de historias con las que suele entretener a sus interlocutores. Fue con su pareja de entonces, la equitadora Margarita Tietzen. En la misma mesa estuvieron el empresario Ricardo Abumohor y el periodista y expresidente de la Asociación Nacional de Fútbol Profesional Harold Mayne-Nicholls, con sus parejas. Completaba la mesa el senador DC Jorge Pizarro. Desde 1989, Pizarro había sido elegido dos veces diputado y tres veces senador. Era una potencia electoral, que en cinco elecciones consecutivas sacó la primera mayoría de su zona. Y era, además, exalumno del Internado Nacional Barros Arana, el INBA, el liceo donde Julio Ponce terminó la enseñanza media. Siete años menor que el empresario, entonces de 69 años, Pizarro fue contemporáneo, en la secundaria, de Luis Eugenio, el menor de los cuatro hermanos Ponce Lerou. Abumohor también era exalumno del INBA. Ese pasado común lo recordaron frente al resto de los comensales. “Tengo una buena opinión de él, es muy humilde, una persona muy austera e inteligente”, dice Abumohor sobre Ponce al recordar ese encuentro.

A la mesa se arrimaron varios invitados a saludar. Entre ellos el exministro de Economía y exsenador PS Carlos Ominami, y el senador PPD Ricardo Lagos Weber. Pero hubo otro político que, igual que Piñera, prefirió la distancia y la indiferencia absoluta. Jorge Burgos, exdiputado DC, entonces ministro de Defensa de Michelle Bachelet, lo esquivó durante toda la jornada. En el cóctel de bienvenida, Burgos conversaba con otros asistentes cuando vio de reojo a Julio Ponce acercarse al grupo; giró el cuerpo y escapó del choque. Consciente de la presencia de fotógrafos profesionales, evitó cualquier cercanía. Fue incluso más precavido: días antes del matrimonio investigó en qué mesa y con quiénes debía sentarse a la hora de comer, para cautelar un contacto nulo con el empresario.

A Ponce, siempre atento a esos gestos, la finta no le pasó desapercibida. Varios meses más tarde, convertido ya en ministro del Interior, Burgos recordaría haberlo visto en ese matrimonio. Y se despachó un juicio inapelable. “Tengo la peor opinión del señor Ponce Lerou. Creo que es como el guaripola de las privatizaciones truchas. Un hombre que hizo su imperio económico a partir de un parentesco con el dictador”, dijo en mayo de 2015, cuando Ponce se había convertido en un indeseable.3

La boda hacía confluir varios hitos de la vida de Julio Ponce. El anfitrión, Darío Calderón, fue el amigo que le abrió puertas en el mundo de la coalición de centroizquierda que gobernó Chile desde 1990. Entre los asistentes, políticos como Carlos Ominami y Jorge Pizarro, cuyos amigos y parientes habían presentado boletas y facturas a la empresa que Ponce presidía, lo que se supo varios meses después de ese evento. En una mesa figuraba el abogado Jorge Bofill, su defensor en las querellas derivadas del caso Cascadas y en la investigación penal por el financiamiento ilegal de la actividad política. También estaba Rafael Guilisasti, expresidente de la Confederación de la Producción y el Comercio, quien reemplazó un año después a Julio Ponce, por propia decisión, ya con la crisis cerrándole el camino, en la presidencia de las cascadas. Y también asistió otro amigo de Ponce, Leonidas Vial, quien fue acusado por la SVS en el caso Cascadas.

En la réplica del país del poder reunido en ese matrimonio de 2014 el gran ausente fue entonces Sebastián Piñera. Programó un viaje fuera de Chile y esa fue la razón oficial de su inasistencia. Probablemente tampoco desconocía que Ponce aún tenía un par de cartas contra él en la mano: Soquimich había entregado casi 500 millones de pesos a fines de 2009 y comienzos de 2010, en plena campaña presidencial, a empresas controladas por Piñera, sin una justificación razonable. Todo ello fue investigado después por los fiscales. Pero en esa fecha, la del matrimonio, pocos lo sabían, como pocos sabían que la empresa de Ponce había lubricado a la clase política durante años.

Tan solo seis meses después de esa boda en la que se movió a sus anchas, Julio Ponce debió renunciar a la presidencia de la empresa que le permitió acumular poder y fortuna, y de la que nadie, durante casi 30 años, había logrado desbancarlo.

La última junta de accionistas

Abandonó el salón del segundo piso del hotel NH Collection Plaza Santiago, donde se habían reunido minutos antes los accionistas de la Sociedad Química y Minera de Chile, y caminó hacia la prensa. Lo esperaban dos guardaespaldas con auriculares. Periodistas y fotógrafos se agolparon. Ponce quería hablar. Pero el espacio era estrecho y las cámaras de televisión captaban en el primer piso las declaraciones de un pequeño accionista que se había robado parte del protagonismo que, ese día, merecía Ponce por derecho propio. El empresario, entonces, accedió a bajar las escaleras y llevar su metro y 83 centímetros de estatura hasta la puerta del hotel para facilitar el acomodo de los medios de comunicación. Tenía un mensaje estudiado. Dio un par de pasos hacia la calle y esperó que todos, por fin, estuvieran en posición. Luego pronunció lentamente las 32 palabras que se había aprendido: “Hace 28 años esta compañía estaba casi en quiebra. Hoy día es líder a nivel mundial en su área. Y para mí lo más importante es el futuro de Soquimich. Muchas gracias”. No esperó preguntas. Volvió al hotel, subió al segundo piso y desapareció.

Poco antes de pronunciar su mensaje, a las doce en punto de ese viernes 24 de abril de 2015, había dado por terminada la junta ordinaria anual de accionistas de SQM, antes conocida como Soquimich, y él había dejado de ser formalmente el presidente del directorio de la mayor minera no metálica de Chile, entonces el principal productor mundial de yodo y sodio, utilizados en la fertilización de tierras, y de litio, clave para la industria tecnológica. La presidencia la ocupaba ininterrumpidamente desde septiembre de 1987 y en total sumaba más de 10 mil días en su segundo período en la empresa que conoció a principios de los ochenta cuando era del Estado.

Ese último día ocultó el duelo por dejar la empresa que había tomado por asalto a fines de los años ochenta. Con su renuncia, perdía su posición como presidente de una de las mayores empresas del país y claudicaba en una de las innumerables batallas que desde hacía cuatro décadas venía protagonizando. En noviembre de ese año cumpliría setenta años y quizás nunca más volvería a la presidencia de SQM. Pero el control de la compañía le seguía perteneciendo y eso, lo más importante, no estaba en riesgo. Su defenestración era el precio por seguir siendo el dueño de un patrimonio que fue objeto de sospecha durante décadas. Por todo aquello Julio Ponce dijo lo que dijo, y recordó a los periodistas que esa soleada mañana lo escucharon en las afueras de un moderno hotel en el barrio El Golf que la empresa que dirigió desde 1987 estaba antaño en la ruina y ahora era un referente global.

SQM era, ese 24 de abril de 2015, la novena empresa chilena en tamaño entre las que transaban en la Bolsa de Comercio, con una capitalización bursátil de 6.305 millones de dólares.4 Su valor total estaba, sin embargo, muy lejos de su máximo y había caído a poco más de un tercio de los 17.210 millones de dólares que consiguió en julio de 2011, cuando el auge de los commodities elevó al cielo el precio de empresas como SQM. Pese al desplome, seguía en el top ten de las empresas chilenas y su negocio dependía cada vez más del crecimiento de la demanda mundial del litio.

La decisión de dejar la empresa que fue su obsesión durante años fue dolorosa, decía ese mismo día un amigo de Ponce que, pese a todo, lo vio resignado, sin exteriorizar desazón por la pérdida. Igual de traumática había sido la remoción, un mes antes, de Patricio Contesse González, su amigo y brazo derecho, gerente general de SQM desde marzo de 1990, colaborador de Ponce desde mucho antes que eso. En solo cuarenta días, los dos símbolos de la recuperación patrimonial de SQM salieron por la puerta trasera: Contesse, removido por el directorio, debió encerrarse en su casa el último día del mes de abril después de que un tribunal ordenara su arresto domiciliario total por presuntos delitos tributarios cometidos mediante pagos a la clase política. Contesse estuvo en esa condición de prisión domiciliaria, total y luego parcial, durante los cuatro años siguientes.

Ponce, altivo y orgulloso, precedido por una inamovible corbata celeste, salió de su última junta de accionistas evitando a los periodistas a través de pasillos escondidos del hotel de la cadena NH.

A la misma hora de la junta de accionistas de SQM, en el centro de Santiago, la presidenta Michelle Bachelet lideraba un acto relacionado con lo que ocurría en Vitacura. La mandataria recibía en La Moneda un reporte con 234 propuestas de reforma de una comisión presidida por el economista Eduardo Engel. El grupo de expertos, reunidos bajo el pomposo nombre de Consejo Asesor Presidencial Contra los Conflictos de Interés, el Tráfico de Influencias y la Corrupción (Comisión Engel), había tenido solo 45 días para escuchar a 78 organizaciones, deliberar y elaborar un documento de 215 páginas. Bachelet había actuado rápido y justo al cumplir un año de su mandato había resuelto requerir esta ayuda especializada.

Tres escándalos habían ocasionado una crisis política de magnitudes monumentales y el gobierno había quedado sin iniciativa. El primero explotó en la segunda mitad de 2014: la Fiscalía había descubierto que los dueños del holding Empresas Penta, Carlos Alberto Délano y Carlos Eugenio Lavín, realizaron durante años aportes irregulares a campañas políticas, cometiendo delitos tributarios reiterados. Su acción había favorecido casi en exclusiva a políticos, dirigentes y parlamentarios de la UDI.

El segundo golpeó a Bachelet en la cara y torpedeó su popularidad: una sociedad en la que participaba su nuera, Natalia Compagnon, había comprado tres terrenos de 44 hectáreas rurales en Machalí, en la región de O’Higgins, y en poco más de un año, sin mayor esfuerzo, había pactado su venta a un precio casi un 50% superior, apostando por cambios regulatorios en los que podría influir el gobierno de su suegra. Un negocio especulativo de altísimo retorno. El propio hijo de Bachelet, Sebastián Dávalos, había participado en noviembre de 2013 en una reunión con Andrónico Luksic, líder de la familia más acaudalada de Chile, para gestionar un crédito por 6.500 millones de pesos, difícil de justificar, que permitió financiar la compra de los terrenos. Luksic es el dueño del Banco de Chile, el prestamista de Caval, la empresa de Natalia Compagnon.

El cóctel lo completaba el escándalo de SQM, que sale a la luz como una derivación del caso Penta y distribuye el daño reputacional de modo transversal. Los fiscales habían descubierto que la minera gobernada casi sin oposición por Julio Ponce había repartido dineros de modo irregular a todos los sectores políticos entre 2009 y 2014. En períodos de campaña y fuera de ellos. La metástasis era total.

Al convocar al Consejo Asesor, el 10 de marzo de 2015, Bachelet se condolía de esos casos que habían agigantado el malestar ciudadano: “Han sido dolorosos para aquellos que anhelamos un país equitativo y sin privilegios. Son casos que se han llevado al margen de la ética o de la prudencia, y en algunos casos derechamente al margen de la ley. En ellos se han visto involucrados empresas, partidos políticos, dirigentes y también servidores públicos”.5

Entre las dos centenas de proposiciones de la Comisión Engel, una de ellas erradicaba a futuro la opción de que las empresas participaran de modo legal en el financiamiento de la política: con el voto en contra de cuatro de sus 16 miembros, el grupo propuso suprimir el aporte de las personas jurídicas a campañas electorales y partidos políticos a través del Servicio Electoral, autorizado en una reforma de 2003. Meses después, aquello se prohibió mediante otra ley.

Con el escándalo a cuestas, imposible ya de parar, en esos primeros cuatro meses de 2015 el ansiado y laborioso segundo plano en que Ponce se había mantenido voluntariamente durante años dejaba de funcionar. Mientras menos se escribiera y hablara de él, menos peligro corría. Y ahora estaba en todas las portadas. En todos los noticieros.

Siempre evitó los eventos de la burguesía local y siempre se sintió un outsider. Su familia provenía de la pequeña ciudad de La Calera, en la Región de Valparaíso, y se enorgullecía de haber transitado por la educación pública. Aunque estudió la primera parte de su educación en el Instituto Rafael Ariztía, un colegio particular pagado de los Hermanos Maristas, había continuado en el Liceo de Quillota y había terminado en el INBA, en el curso C de la promoción de 1962. En los peores momentos del caso Cascadas sus enemigos habían amenazado con empujarlo a la prisión, pero para él eso no era una amenaza. “Yo estudié en liceo fiscal; no le tengo miedo a la pobreza ni a la cárcel”, le dijo con seguridad a un asesor de inversionistas.

Ha dicho que sus amigos se cuentan con una mano, y en su controvertida trayectoria coleccionó un ramillete de poderosos adversarios. No le atormenta. Entre los papeles que atesora, tiene uno que agrupa frases célebres del escritor Oscar Wilde. Una de ellas dice: “Como no fue genial, no tuvo enemigos”. Lo interpreta. Ponce cree que SQM es mérito suyo, que es un creador de fortuna y que se habría hecho dueño de la empresa aun siendo un ciudadano común y corriente. Y que tiene enemigos porque ha sido un genio. En privado, lee otra frase de Wilde que demuestra su preferencia por la crítica en lugar de la indiferencia. “Hay solamente una cosa en el mundo peor que que hablen de ti, y es que no hablen de ti”.

En su vida había concedido escasas entrevistas de prensa –tres, para ser exactos–, pero declaró reservadamente por diversas razones más de una decena de veces ante jueces civiles y del crimen, frente a policías, fiscales e investigadores de la SVS. También respondió en 2005, por escrito, las preguntas de una comisión parlamentaria que pesquisó las privatizaciones de empresas estatales de los años ochenta, SQM entre ellas, y otra que intentó ahondar en las consecuencias del caso Cascadas.

Amante de los caballos y dueño de casi 2.000 hectáreas en el sur del país, vivió en Chile y el exterior, se casó dos veces, tuvo varias parejas y engendró cuatro hijos, todos con su primera esposa. Los cuatro hijos de Julio Ponce tienen otra condición por la que pueden ser reconocidos: son también nietos del último dictador chileno. Julio Ponce desposó en 1969 a María Verónica Pinochet Hiriart, la tercera de los cinco hijos de Augusto Pinochet Ugarte, gobernante de facto de Chile entre 1973 y 1990. En los años ochenta, fue por ello llamado “el yerno”, un apelativo que nunca le agradó porque contaminaba el origen de todo lo que había logrado. Julio Ponce siempre ha creído que su riqueza, su patrimonio y el control de SQM los habría conseguido aun no habiendo sido pariente de Pinochet. Lo decía en privado a quien quisiera escucharlo: “Lo que más caro me ha salido en la vida es haber sido el yerno de Pinochet”.

2
 Don Augusto

Para mí ha sido muy difícil. Mentalmente, no me he sentido o no me ha gustado sentirme yerno.
Y me hago la cosa mental de que no soy el yerno del Presidente.

Septiembre de 1983

Esa tarde se hizo acompañar de su esposa, su padre, su madre y sus tres hijos. Todos estuvieron para las fotografías e intervinieron para complementar en algo la conversación. Fue en el living de su casa de Las Condes, al atardecer del miércoles 28 de septiembre de 1983. Julio Ponce tenía 37 años y había dejado hacía solo un mes, tras nueve años en el gobierno, el último de sus cargos en el sector público, el directorio de Soquimich, debilitado por un escrito anónimo que lo acusó de enriquecimiento ilícito y conflictos de interés que molestaron en el gobierno.

No era su primera entrevista. A comienzos de agosto de ese año había interrumpido su silencio para denunciar, en la revista Qué Pasa, que las imputaciones anónimas en su contra habían sido digitadas por dos abogados de renombre, el empresario Ricardo Claro Valdés y el exfiscal militar Alfonso Podlech Michaud. Ambos se querellaron luego contra él por injurias graves con publicidad y el caso se trató con profusión en diarios y revistas. Ponce necesitaba otra entrevista. Una que mostrara a la persona y no a la autoridad caída, al funcionario todopoderoso. La crónica se publicó el domingo 2 de octubre en el diario La Tercera, bajo el prometedor título “Las confesiones de Julio César Ponce Lerou”. Dos páginas completas. En la introducción, el autor escribió que Ponce había aceptado mostrarse junto a su familia y que el primer encuentro, que debió suspenderse, se había realizado el mismo día en que fue declarado reo por la querella de Claro y Podlech. La entrevista continuó al día siguiente y en ella estuvieron el doctor Julio Ponce y su madre, Alicia Lucía Lerou, quienes vivían con él. “Vendieron dos departamentos para dar el pie de la casa que actualmente habitan con su hijo, nuera y nietos. También estaban Verónica Pinochet Hiriart, su mujer; y los hijos: Julio César, Alejandro Augusto y Francisca Lucía”.6

El autor de la crónica fue el periodista Guillermo Sandoval Vásquez, quien recuerda con más afecto otros trabajos suyos: un reportaje que develó a fines de los setenta la identidad de las víctimas enterradas en los hornos de Lonquén, una incisiva entrevista que hizo en 1983 al arzobispo de Santiago Juan Francisco Fresno o una nota al conjunto musical Illapu, proscrito de la prensa, en la primera mitad de los ochenta. Sandoval, egresado de la Universidad de Concepción, trabajó en La Tercera entre 1975 y 1986, primero en Concepción, luego como redactor en Santiago. La entrevista a Julio Ponce fue un encargo de la dirección, que entonces ocupaba Alberto Guerrero. “Yo no la concerté; el diario me escogió a mí para hacerla. Lo que se me pidió fue un perfil humano, pero no resistí la tentación de hacer algunas preguntas de interés político. Ponce contestó todo”, cuenta en un café a una cuadra de La Moneda, donde ocupaba al inicio de 2017 el puesto de asesor del ministro del Interior, en el segundo gobierno de Michelle Bachelet. Militante democratacristiano, el periodista era un opositor a Pinochet e inquilinos de La Moneda varias veces pidieron su cabeza, dice. “El director del diario siempre me defendió”.7 Sandoval llegó ese miércoles al atardecer a la casa de Julio Ponce, en calle Monasterio 11095, junto al editor de Informaciones de La Tercera, Arturo Román, y el fotógrafo Jaime Bascur. En la víspera, mientras comenzaba la entrevista que debió suspenderse, Ponce recibió un llamado telefónico del periodista Pablo Honorato, de Canal 13, quien le pedía reacciones por su procesamiento. Así se enteró de la medida judicial en su contra, afirma Sandoval. En la entrevista, un día más tarde, no exteriorizó tensiones y se mostró como “una persona tremendamente simpática”.

El texto es una pieza de antología que recorre la niñez e infancia de Julio Ponce, sus primeros acercamientos a la familia Pinochet, su relación con Verónica, sus años universitarios, sus primeros trabajos, el 11 de septiembre, su labor en Conaf y en Corfo, su estilo impulsivo, las acusaciones anónimas, su renuncia a los cargos públicos y su nueva vida como empresario. Sandoval recuerda otra cosa: su texto sufrió algunas mutilaciones y modificaciones en el área de talleres, la fase final antes de impresión en la prensa escrita de aquellos años. Entre ellas, se agregó de modo inconsulto su firma. Un trabajador nocturno le contó que en la noche habían intervenido su entrevista.

Julio Ponce se fotografió con sus padres, con Verónica Pinochet y con su hija Francisca, quien aún no cumplía cuatro años. La cámara de Jaime Bascur capturó varios momentos del encuentro. Una de las escenas muestra a Guillermo Sandoval, de barba y lentes, entonces de 32 años, con un lápiz entre los dientes, escuchando a Ponce. En la mesa de centro está su grabadora Sony y girando, dentro de ella, uno de los dos casetes Sony de sesenta minutos que Sandoval gastó ese día y que resumió luego en la edición de La Tercera de ese domingo. El periodista conservó ese registro, inédito en parte. La voz de Julio Ponce se congeló en las cintas, su timbre reconocible, las mismas pausas e inflexiones. Las mismas palabras.

Sandoval le preguntó ese día cuestiones personales. Entre ellas, si la condición de gobernante había cambiado su relación familiar con su suegro. “No, nunca, nunca, nunca. Siempre él ha sido para mí, desde que lo conozco, don Augusto”.8

Verónica Pinochet sintió que debía agregar algo relevante: “Han sido muy amigos, además”.

Prosiguió Ponce: “Don Augusto siempre ha sido… claro, en algunas oportunidades he tenido que decirle Su Excelencia. Cuando he acompañado a un ministro, por ejemplo, a alguna reunión y me ha tocado intervenir en alguna reunión: ‘Su Excelencia’, pero me suena un poco raro. Mejor hubiera sido ‘don Augusto’ (…) Nunca una autoridad de gobierno me ha deslumbrado y por eso nunca tampoco me deslumbró ningún cargo que tuve yo posteriormente sirviendo para el gobierno. Aunque cuando entré en Conaf, para los funcionarios antiguos era director. ‘¿Cómo está, director?’. ‘No’, les decía, ‘Julio Ponce’, nunca me acostumbré a que me dijeran director”.

“¿Cómo es ser yerno del Presidente de la República?”, preguntó Sandoval, quien en sus escritos periodísticos nunca trató de Presidente a Augusto Pinochet.

Respondió Ponce: “Para mí ha sido muy difícil. Mentalmente, no me he sentido o no me ha gustado sentirme yerno. Y me hago la cosa mental de que no soy el yerno del Presidente. Pero es bien desagradable cuando uno está con un grupo de gente y lo empiezan a conversar y a tratar –eso fue al principio, sobre todo–, cuando de repente había uno que susurraba al oído a otro, shhhh, y se notaba que inmediatamente cambiaba la actitud. Entonces, eso era desagradable. ¿Por qué cuando antes de que supieran que uno era Julio Ponce, después de que sabían que era el yerno del Presidente, inmediatamente cambiaban?”, preguntaba.

Lo mismo le ocurría a la familia, interrumpió Alicia Lerou. “Es una cosa tremendamente desagradable. Yo he tenido discusiones con amigas: en Calera me han presentado a otras personas como ‘Alicia Ponce, la consuegra del Presidente’. Yo les he dicho: yo soy Alicia Ponce y valgo porque soy Alicia Ponce, no tengo nada que ver con ser consuegra del Presidente”.

En la entrevista, Julio Ponce contó su versión sobre cómo llegó al gobierno de su suegro, en julio de 1974, al mando de la Corporación Nacional Forestal, Conaf. Trabajaba en Panamá desde 1972 y fue el entonces ministro de Economía, Fernando Léniz, quien le ofreció el cargo. Ponce pidió atribuciones reales. “Le dije que si el puesto que me van a dar no es un puesto decorativo, por ser pariente de este caballero, lo acepto encantado, pero de lo contrario, no”, contó. “El hecho de vivir un año después del Pronunciamiento en Panamá para mí fue bien importante. No porque este caballero, que era mi suegro, fuera Presidente de la República, uno inmediatamente iba a buscar sacar un partido de esta situación, todo lo contrario…”.

Julio Ponce trabajó para su suegro, don Augusto, durante 3.307 días.

Pedro de Valdivia

El sol secaba la garganta. Las actividades eran al aire libre, bajo esa luz que solo la pampa prodiga, perpendicular, cegadora. Era el 8 de mayo de 1989. Las frentes sudaban. Trabajadores, gerentes y dirigentes sindicales, muchos de terno y corbata, ocuparon el patio sin techo en el que Soquimich programó la ceremonia oficial, a media mañana, antes de un almuerzo solemne con la comunidad local. Ese día había festejos. Soquimich inauguraba una planta de yodo que había costado un par de millones de dólares. No era mucho dinero; sí una excusa para la celebración. Había otra: una semana antes, en el Día del Trabajo, el Presidente había concedido a la empresa el premio a las mejores relaciones laborales del país.

Augusto Pinochet fue a Pedro de Valdivia acompañado de asesores, guardaespaldas y autoridades de su gobierno. El diario El Mercurio escribió al día siguiente que los trabajadores de Soquimich, y sus familias, “con entusiastas aplausos le testimoniaron su afecto”.9

Pedro de Valdivia era una oficina salitrera ubicada en la región de Antofagasta, que comenzó a operar en 1931 y llegó a tener más de 11 mil habitantes. Aunque la industria transitó por crisis permanentes, en 1989 las expectativas eran promisorias. Lo manifestó así el primer orador de esa jornada, Patricio de Solminihac, entonces gerente general de Soquimich. El ingeniero civil industrial de la Universidad Católica recordó el estado de postración de la actividad salitrera en 1973 y cómo aquello cambió tras el golpe militar, lo que llevó a Soquimich a exportar la tercera parte del yodo que se consumía en el mundo y a convertirse en su segundo mayor productor global. El resurgimiento de la empresa, aseguró en su discurso de Solminihac, respondía a la preocupación personal de Pinochet, quien había ordenado iniciar la privatización de la compañía estatal en 1983.

Le siguió el presidente de la Federación del Salitre, el contador auditor Luis Rojas Alfaro. El dirigente agradeció en público a Pinochet haber permitido a los trabajadores transformarse en accionistas y hacerse del 20% de la propiedad de Soquimich, y amenazó a la oposición, que hablaba de volver a estatizar la empresa privatizada: “Deben tener muy claro que a los trabajadores nadie les va a quitar nada y que defenderemos nuestro esfuerzo y nuestro patrimonio hasta las últimas consecuencias”.10 Pinochet había lanzado a mediados de los ochenta un programa para incorporar a los trabajadores a la propiedad de las empresas estatales que pasaban al área privada, simbolizando en el concepto de capitalismo popular un nuevo modelo económico que privilegiaba la propiedad privada. La máxima gubernamental era convertir un país de proletarios en un país de propietarios. Y los capitalistas populares, así definidos, eran trabajadores de las propias empresas, empleados públicos, pequeños ahorrantes y los fondos de pensiones cuyos aportantes eran los asalariados chilenos. En 1989, la Corfo cifraba que en las empresas privatizadas ya había 29.100 trabajadores accionistas. Entre ellos, muchos de Soquimich.11

Esos tiempos, los del evento en Pedro de Valdivia, eran tiempos de cambio. La oposición había ganado siete meses antes, en octubre de 1988, el plebiscito que impidió a Pinochet extender sus quince años al mando por otros ocho más, y debía abandonar La Moneda en marzo de 1990 para recluirse en la Comandancia en Jefe del Ejército. Quedaban diez meses de gobierno militar y sus partidarios estaban inquietos.

Cerró el evento el invitado estelar. Augusto Pinochet recordó que en los primeros años de su gobierno había recibido muchos informes técnicos negativos sobre la empresa, pero que decidió no cerrar plantas –había terminado con una en 1979, la oficina Victoria, 115 kilómetros al sur de Iquique, pero luego se arrepintió de haberlo hecho– y reactivar las salitreras, iniciar la privatización de Soquimich y convertir una firma deficitaria en una compañía que en 1988 había distribuido 48 millones de dólares a sus accionistas. Entre ellos, sus propios trabajadores, enfatizó. Pinochet cerró el círculo de su silogismo con una convocatoria que fue destacada por los diarios al día siguiente: “Hago un llamado para que otros empresarios, al ver el ejemplo, se motiven y generen mejores formas de participación de los trabajadores”.12

Ese día de sol implacable en la pampa hubo personas que tenían roles protagónicos en Soquimich pero que conservaron un planificado segundo plano. Uno era el dirigente sindical socialista Hugo Herrera Maffet, quien debió estar en la misma mesa que Pinochet por orden de la plana ejecutiva de la empresa, asegura más de veinte años después. Herrera dirigía el Sindicato número 5, el más relevante de Pedro de Valdivia, que llegó a tener en su mejor momento cerca de 2.000 afiliados, pero no pronunció ningún discurso ese día. Tampoco lo hizo el presidente de la empresa. No apareció en las fotografías y ningún diario consignó su presencia, pero Julio Ponce Lerou, mandamás de Soquimich, estuvo ahí junto a su esposa, Verónica Pinochet Hiriart, recuerda Hugo Herrera.

Veinticinco años después, todos seguían atentos el desarrollo de Soquimich, salvo Pinochet, quien falleció en 2006.

Patricio de Solminihac, el gerente general en 1989, se volvería a convertir en gerente general en 2015 y dejó SQM definitivamente al inicio de 2019.

Luis Rojas, el sindicalista pinochetista, seguiría trabajando en la empresa, con altos cargos, y se jubiló de SQM en 2015.

Hugo Herrera, el sindicalista socialista, salió de Soquimich en 1990 y mucho después intentaría articular a buena parte de sus excompañeros para recuperar en tribunales parte de lo que, asegura, les arrebató Julio Ponce.

Y Julio Ponce fue presidente de SQM durante 28 años, hasta abril de 2015. En septiembre de 2015, el directorio decidió cerrar todas sus operaciones mineras y parte de sus operaciones industriales en Pedro de Valdivia, el lugar del último evento de Pinochet y SQM, terminando con 84 años de actividad. Pedro de Valdivia tenía a esa fecha 713 trabajadores.

“Este negro…”

El médico cirujano Julio Gustavo Ponce Zamora nació en 1916 y le faltó un solo año para llegar a ser centenario. Falleció el 23 de agosto de 2015 en Viña del Mar. Estudió en el Instituto Nacional y en la Universidad de Chile, trabajó en Cementos Melón durante años y fue el primer director del hospital de La Calera. Al morir, el Colegio Médico le dedicó un obituario en el que destacó que el doctor era muy querido por la comunidad de la zona del interior de la Región de Valparaíso.13 Jubiló en 1983 y se trasladó a Santiago a vivir con su hijo y su nuera Verónica Pinochet. Pero dos veces a la semana atendía en Maitencillo, ad honórem. A su hijo le atribuía un atrevimiento empresarial que era parte de su personalidad. “Mi papá siempre dijo: ‘Este negro es una persona de gran riesgo’. Me decía: ‘O príncipe o mendigo’. ‘Este negro siempre está con su full de ases o no’. Todo a riesgo total”.14

Julio Ponce Zamora se casó con la enfermera Lucía Alicia Lerou Ballesteros en 1944. Padre y madre fueron longevos. Ella cumplió cien años en 2018. El primero de sus hijos fue Julio César, quien nació en noviembre de 1945. Trece meses después nació Gustavo Patricio, quien cursó Leyes en la Universidad de Chile, pero abandonó la carrera en 1968, apenas cumplidos sus 21 años, para estudiar artes marciales en Japón. Era la némesis de su hermano mayor, describe una persona que los conoce a ambos. “Eres tan materialista”, le decía Gustavo a Julio cuando el primero ya había optado por el yoga y la meditación. Gustavo estuvo 33 años fuera de Chile, veinte de ellos en Japón. En los años setenta, de paso como representante de Mitsubishi, conoció a Augusto Pinochet sin la intermediación, asegura, de su hermano Julio.15 Pinochet le ofreció ser agregado comercial de Chile en Japón: una década más tarde fue nombrado embajador, cargo que ocupó hasta 1990. En 1996 regresó a Chile para fundar el centro de yoga Yogashala, en Los Vilos. Venía de Bélgica, donde trabajaba para una multinacional que su biografía oficial en el sitio de Yogashala no identificaba. Esa multinacional era SQM. Gustavo Ponce fue en los primeros años noventa el gerente general de SQM Iodine Europe N.V., sociedad con sede en Amberes.16 Definía a su hermano Julio como “un hombre íntegro” y “una de las mentes más brillantes de este país”. Tranquilo pese a las controversias que lo amenazaban, Julio era la verdadera personificación de un Buda, según su hermano. “Está feliz, saltando a caballo, haciendo las cosas que le gustan, viaja, hoy día afortunadamente ha dejado gran parte del trabajo que tenía, y lo está pasando regio. Entonces si hay alguien que tiene que pedirle consejos para relajarse, soy yo a él y no él a mí”, decía a fines de 2016.17

Después de Julio y Gustavo, la pareja Ponce Lerou tuvo a Lucía Gabriela, la única mujer del grupo y la única que siguió los pasos profesionales de su padre: se hizo reumatóloga, se casó con un médico y se avecindó en Temuco. Fue la más distante de Julio Ponce, quien la llamaba Chía.

El último de los hermanos nació en 1951 y se llamó Luis Eugenio. Igual que su hermano mayor, estudió en el INBA. Ingeniero mecánico titulado en la Universidad de Playa Ancha, de Valparaíso, buena parte de su vida ha estado ligada a la empresa que se asocia con sus apellidos. Eugenio fue siempre el más cercano de la familia a Julio: lo visitó en sus cumpleaños, lo representó judicial y comercialmente en muchas ocasiones y lo acompañó desde 1981 en SQM, cuando asumió como gerente comercial tras algunos años en la constructora Vial y Vives. Jugador de golf y ciclista, piloto de aviones ultralivianos, dueño de un fundo en Calafquén y una parcela en Aculeo,18 fue siempre la yunta de su hermano mayor. El complemento que nadie más en la familia llegó a ser.

Verónica

“Viví con mis padres hasta que me casé a los 21 años, momento en que me independicé de ellos. Estudié en varios colegios en los que cursé la Enseñanza Media y en 1969 contraje matrimonio. Nos fuimos a vivir con mi marido a Nacimiento, donde él trabajó en Inforsa; después se fue a Concepción para trabajar en la Papelera y posteriormente nos trasladamos a Panamá. De hecho, para el 11 de septiembre me encontraba en ese país, volviendo a Chile a principios de 1974. Mi marido trabajó en Conaf, en su calidad de ingeniero forestal, y después ingresó a Corfo. Posteriormente se independizó. En 1993 me separé de él”.

La reconstrucción sumaria es la que María Verónica Pinochet hizo en 2004 a un juez que investigó la fortuna que amasó su padre en cuentas bancarias en el exterior, el bullado caso Riggs.19 Fue una de las escasas declaraciones obligadas de la tercera de los cinco hijos de Augusto Pinochet y Lucía Hiriart. Verónica era la más desconocida, la menos mediática del clan. Casi no existen entrevistas de ella. La mayor era Lucía; le seguía Augusto. Después vinieron Verónica, Marco Antonio y Jacqueline. Con los tres primeros, Pinochet fue severo y alguna vez confesó que se había sobrepasado en sus exigencias. Lucía, Marco Antonio y Jacqueline fueron los más próximos y quienes más confianza tuvieron con él.20