PRESENTACIÓN

EDUCACIÓN DE LA INTERIORIDAD, UNA OPORTUNIDAD EDUCATIVA
CADA VEZ MÁS NECESARIA

 

Hace algunos años, la educación de la interioridad (EI) se presentaba como un paradigma emergente. La publicación en 2005 de un libro titulado con estas mismas palabras diagnosticaba no solo algunas necesidades detectadas en torno a la interioridad, sino que también apuntaba a nuevas propuestas que trataban ya entonces de dar respuesta educativa a los déficits detectados.

Desde entonces, aquellas necesidades no han hecho sino revelarse de manera creciente en los diversos ámbitos del pensamiento humanista, de la reflexión educativa y en las preocupaciones pastorales. Si contemplamos la perspectiva sociológica, hace tiempo que José María Mardones nos ayudó a percibir las consecuencias de la posmodernidad y la fragmentación tanto en la sociedad como en las personas; Alain Touraine, en su Crítica a la modernidad, condicionado por la brecha entre países enriquecidos y empobrecidos, el deterioro medioambiental, el desencanto político, la disociación entre lo privado y la construcción social, aportaba una revisión en la construcción del sujeto y su dimensión social en la sociedad posindustrial; Ziygmunt Bauman, en su Ceguera moral, ahonda en esta cultura light o shopping, en la obsolescencia de lo moderno, y concluye con su conocida categoría de que vivimos tiempos líquidos, tanto la sociedad y la cultura como los individuos.

En este estado de cosas, llamamientos como, por ejemplo, los de Stéphane Hessel, ¡Indignaos!, alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica, u otros como Mandela, Martin Luther King o Gandhi, no acaban de encontrar eco en esos sujetos líquidos. Las personas, contagiadas por la sociedad líquida, no pueden acoger una llamada a la resistencia, a la indignación. No pueden sujetarla, porque el sujeto es líquido y su interioridad, flácida.

¿Qué pensar desde nuestra apuesta humanista, desde nuestra tarea educativa y desde nuestras responsabilidades pastorales? Una respuesta pasa necesariamente por asumir y dar continuidad a aquellas primeras propuestas para educar la interioridad, y con ellas sumarnos a la reconstrucción del sujeto interior. Hay que recuperar el sujeto. Hay que empoderar a los individuos de su personalidad y estimular a que sean auténticamente personas. Esta es la base de la dignidad humana, de los derechos humanos, de la conquista de las libertades y los derechos fundamentales. Esa es la base de una ética mundial capaz de soñar y extender la dignidad humana a toda la humanidad entera. Es también la apuesta de la antropología cristiana.

La antropología cristiana es clara, las personas no estamos huecas, tampoco somos líquidas… por tanto, hay que construir –quizá reconstruir– las arquitecturas de la personalidad, y hacerlo de manera coherente con este humanismo que solo podemos hacerlo crecer desde dentro, volviendo al interior. Hay que preparar la tierra para la siembra. Hay que mirar a los ojos y llamar a cada uno –hombre o mujer– por su nombre.

Con estos ideales, la EI se ha ido confirmando como una creciente necesidad, y hoy se percibe nítidamente como una oportunidad educativa completamente necesaria en los ámbitos escolares, quizá también en otros. Creemos que va ganando terreno un consenso para que la educación asuma en mayor medida la necesidad de trabajar la dimensión interior de las personas.

Nosotros hemos vivido cómo aquellos primeros talleres sobre interioridad han generado mucha vida en ámbitos sobre todo educativos. En estos años se han emprendido diversos proyectos sobre EI que posibilitan un mayor cuidado de esta dimensión humana que conecta tan hondamente con la antropología cristiana.

El desarrollo de varios proyectos de congregaciones religiosas sobre la EI, la organización de un posgrado de Experto Universitario en Educación de la Interioridad en La Salle Campus Madrid, con varias ediciones, la convocatoria de un simposio anual sobre esta temática, son aportaciones que confirman hoy que la EI ha pasado de ser un paradigma emergente a ser un paradigma educativo.

Por tanto, estamos convencidos de que los retos que el mundo globalizado plantea en este nuevo siglo hacen imprescindible un regreso al cultivo de la dimensión interior de las personas tanto en la familia como en la escuela. De alguna manera, la innovación educativa que hoy llama a las puertas de nuestras escuelas debería encontrar también en la EI una oportunidad formativa que proporcione mayor hondura a los procesos de crecimiento de alumnos y profesores. Nosotros podemos confirmar que la EI es precisamente una matriz donde otros aprendizajes y vivencias pueden echar raíces y ayudar a la persona a descubrir y cultivar el sentido de su existencia.

Entendemos la EI como condición indispensable para la gestación, en el hondón de la persona, de compromisos éticos, espirituales y religiosos capaces de perdurar en el tiempo por haber sido descubiertos y escuchados en ese lugar donde uno puede personalizar lo recibido desde esa otra dimensión que denominamos exterioridad y que no es opuesta a la interioridad, sino otra expresión complementaria del ser de cada persona.

Precisamente por esa significativa aportación educativa, por la presencia cada vez más normalizada en muchos centros escolares, los fundamentos de la EI deben ser clarificados y profundizados para que su implementación en la escuela no obedezca a una mera moda, no sea fruto de un momento y vaya difuminándose en otras urgencias.

La celebración del primer simposio sobre la EI como paradigma educativo, cuyas aportaciones se presentan ahora en este libro que presentamos, constituyen una contribución en la creación y sistematización de pensamiento crítico sobre esta temática, y a la vez un enriquecimiento de la experiencia acumulada hasta ahora en los proyectos de centros educativos.

En la primera parte del libro, nuestra pretensión es hacer memoria de los años recorridos desde los primeros talleres sobre interioridad en Barcelona hasta la actualidad, analizar el estado de la cuestión, responder a las dudas que han surgido en algunos ámbitos y plantear nuevas propuestas que nos permitan avanzar en algunas claves que siguen emergiendo como irrenunciables, pero a las que quizá todavía no hemos dado respuestas suficientes. En la segunda parte compartimos algunos proyectos sobre EI, a modo de buenas prácticas, cuya experiencia en los centros educativos nos puede ayudar a desplegar en mayor medida el potencial formativo de este paradigma educativo. Y en la tercera parte nos proponemos compartir cómo el cuidado de la interioridad constituye una estructura de apoyo para quienes así lo cultivan, tanto en los ámbitos personales y familiares de la vida como en los ámbitos profesionales y docentes.

Deseamos que estas aportaciones contribuyan a mejorar las iniciativas que hasta ahora se han puesto en marcha sobre EI, que en todas ellas se haga realidad el viaje del yo interior al activismo ciudadano, como señala otro autor de referencia en esta misma colección. También deseamos que estas iniciativas vayan creciendo en los centros escolares, porque son una oportunidad educativa necesaria y esencial para la antropología cristiana.

 

ELENA ANDRÉS SUÁREZ

CARLOS ESTEBAN GARCÉS

PRÓLOGO

 

JAVIER MELLONI RIBAS, SJ

 

 

A cada generación le es encomendada una tarea. Somos herederos de un gran legado que se ha ido enriqueciendo de transmisión en transmisión. En cada eslabón se da un reconocimiento y un agradecimiento por lo recibido, a la vez que se introduce una novedad. Así, la tradición no es repetición, sino un acto continuo de creación, porque el Espíritu no deja de derramarse por doquier, «haciendo amigos de Dios y profetas en todas las edades» (Sab 7,27).

En el campo de la pastoral, las décadas de los setenta y ochenta supusieron el paso de la transmisión de contenidos doctrinales a la sensibilización por el compromiso social; vinieron después otras dos décadas de oscilaciones, errancias e incertezas, porque, si bien formar en la solidaridad y en la implicación por la transformación del mundo es fundamental y necesario, faltaba la transmisión de la dimensión trascendente, pero no se sabía cómo hacer. Por un lado no se podía volver a la indoctrinación de antaño, pero, por otro, se constataba que se estaba fallando en algo muy esencial. Poco a poco, en los últimos años está emergiendo algo nuevo, una dirección que se ha dado en llamar interioridad, porque es un término suficientemente claro para indicar adónde apunta y, a la vez, es necesariamente amplio para que pueda orientar una práctica pastoral y también una pedagogía integral.

Cada tiempo necesita encontrar sus propias palabras para expresarse. No se trata de una moda, sino de un cambio de paradigma. La moda solo distrae o entretiene, mientras que lo que está sucediendo es un cambio de perspectiva, un cambio de mirada, lo que en ciertos ambientes se expresa como un cambio de conciencia. ¿En qué sentido?

Esta perspectiva no pone el énfasis en los contenidos, ni siquiera en los actos, sino en la toma de conciencia de quien recibe esos contenidos y realiza esos actos. Se trata de algo previo y más esencial. Podríamos decir que esta anterioridad es otro nombre de la interioridad. Anterior porque precede a lo evidente y lo configura desde su raíz. Mientras nos mantenemos en lo manifiesto no podemos sino repetirnos. Dice el Tao Te King: «Ante la inquietante agitación de los seres no contemples más que su regreso». De eso se trata: de contemplar ese retorno, esa «vuelta a casa», como dice Thich Nhat Hanh, un gran maestro contemporáneo de la atención consciente.

Ya no nos podemos permitir por más tiempo estar distraídos. Es mucho lo que está en juego. Estamos en un tránsito civilizatorio que requiere en los educadores de las nuevas generaciones un máximo de lucidez y atención. En la compleja sociedad en la que vivimos, jamás el ser humano había estado sometido a tantos impactos visuales, auditivos y cognitivos, en un continuo alud de información que acaba convirtiéndose en desinformación y confusión. Se requiere una gran capacidad de contención y de discernimiento para distinguir lo que nos nutre de lo que nos intoxica y evitar caer en la enajenación. Hemos saturado nuestro espacio interior y no sabemos cómo acceder a él.

Dos cosas son las que urgen y son inseparables la una de la otra: por un lado, reencontrarnos a nosotros mismos y, por otro, encontrar nuestro lugar en el mundo. En lo primero radica el reconocimiento del don primordial que Dios nos ha dado: nuestro propio ser. No tenemos otro acceso, ni a Dios, ni a los demás, ni a nuestro mundo, si no es a través de lo que somos. Pero, para ahondar en nosotros, estamos mal equipados, porque en una sociedad de producción y de consumo tendemos a acercarnos a nosotros mismos como un producto. No somos un objeto más para nosotros mismos, sino que somos sujetos de cuanto hacemos, pensamos y sentimos. Hemos de llegar hasta nuestra raíz y descubrirnos como la sede del Ser. Cuando esto sucede, nuestra relación con los demás y con las cosas también se transforma, porque aumenta nuestra capacidad de acogerlos y de escucharlos por lo que son y no por el uso o desuso que podamos hacer de ellos.

Así abordamos el otro polo que hay que atender: esa exterioridad a la que estamos expuestos y llamados a servir. Somos «seres en el mundo» y «seres para el mundo». Pero ¿cómo serviremos si no nos conocemos? Aunque es necesaria la perspectiva psicológica, no basta. Hemos de llegar al nivel espiritual, incluso ontológico. Eso nos llevará inevitablemente a mayor claridad para saber cómo actuar, desde dónde hacerlo y hacia dónde dirigirnos, porque todo está interconectado con todo, y cuanta más lucidez tengamos, mayor será la capacidad para transformar nuestro entorno.

¿Y Dios?, ¿dónde queda Dios en todo esto? Su presencia está por doquier, y acaso por ello no convenga nombrarlo demasiado. Porque, cuando se le nombra en exceso, acaba convirtiéndose en un objeto o en un ser más del mundo, aunque sea el Ser supremo. Dios no es un ser en el mismo modo en que lo somos nosotros. Dios es la posibilidad de ser, es el Fondo de la realidad, que hace posible que nosotros seamos y que todo sea. Por tanto, lo hemos de descubrir a través de nosotros, en la misma medida en que nos vamos descubriendo a nosotros. Se trata de una revelación simultánea.

Que en los diferentes centros educativos se apueste por una pastoral –y por una pedagogía en general– que no haga necesariamente explícito el nombre de Dios, sino que da los elementos para que cada cual lo descubra, es una novedad. Pero ¿puede haber algo más noble y a la vez más necesario que educar en esa interioridad para que cada cual tenga las claves de su propia profundidad? Jesús dio las llaves del Reino a Pedro. ¿No es actuar como Jesús dar las llaves a cada alumno de nuestras escuelas, más allá de si se reconocen explícitamente creyentes o no, para que ahonden en su propia esencia y encuentren a quien se manifiesta a través de sí mismos? Más allá de los nombres sobre Dios, que nos dividen, estamos llamados a descubrir que él y nosotros somos inseparablemente uno, y que, cuanto más ahondamos en nosotros, no podemos sino encontrarnos más cerca de quien es nuestra posibilidad de ser y de existir. Sin confusión y sin separación. Así nos lo enseñó Jesús. Y así estamos llamados a transmitirlo a la generación que nos sigue con el lenguaje y los medios que sean inteligibles para ella, porque el Espíritu habla en todas las lenguas y es creador de nuevas lenguas para darse a conocer en el aliento de cada época.

Todo ello es lo que el lector encontrará de modo mucho más articulado y desarrollado a lo largo de las páginas que siguen. Proceden de personas que son una autoridad en este campo, porque hace años que empezaron a explorarlo. Y tienen muchas cosas de gran valor que comunicarnos.

PRIMERA PARTE

DE UNA PROPUESTA EMERGENTE
A UN PARADIGMA EDUCATIVO

 

En esta primera parte se analiza el desarrollo y el estado actual sobre la educación de la interioridad desde sus primeras iniciativas, como talleres de interioridad en Barcelona y la publicación del libro La interioridad, un paradigma emergente, hace ahora quince años. Se plantea con audacia la relación intrínseca del cuidado de la interioridad con la evangelización en los centros educativos, abordando las dudas que despierta en algunos. Se propone la interioridad con matriz de la justicia y la transformación social de nuestra realidad desde las claves de la mística de Jesús y la liberación, así como la fraternidad. Y se ahonda en el necesario acompañamiento que reclama la educación de la interioridad tanto en el profesorado como en los alumnos.