Didajé

La Didajé o Enseñanza de los Doce Apóstoles es un breve documento catequético de los primeros cristianos, destinado probablemente a dar la primera instrucción a los neófitos o a los catecúmenos. En él se enumeran de forma clara y asequible a todos las normas morales, litúrgicas y disciplinares que han de guiar la conducta, la oración y la vida de los cristianos.

La Colección Didajé quiere ser un instrumento de ayuda a la iniciación cristiana y a la formación permanente de los cristianos actuales.

Dentro de ella, los Cuadernos AECA, dirigidos por la Asociación Española de Catequetas, abordan diversos temas catequéticos de actualidad que sirvan de orientación y de formación a quienes coordinan y llevan a cabo las tareas de la catequesis.

PRESENTACIÓN

Una invitación a la catequesis narrativa

 

La reflexión y los debates del Equipo Europeo de Catequesis (EEC)* se han centrado en estos últimos años en tres temas: la dimensión misionera de la catequesis (Lisboa 2008, en EEC, 2009), la catequesis narrativa (Cracovia 2010) y los lenguajes de la catequesis (Malta 2012). La cuestión del lenguaje y los lenguajes de la catequesis se presenta hoy como decisiva para la propuesta de la fe. La tarea de la catequesis consiste de hecho en ayudar al hombre y la mujer actuales, con toda su experiencia humana, a entrar en la experiencia de la fe cristiana. El solo lenguaje doctrinal y cognitivo, predominante si no exclusivo en la catequesis tradicional, ya no es suficiente para lograr el encuentro con Jesucristo y, a decir verdad, nunca lo ha sido. Los lenguajes narrativo, estético, simbólico, celebrativo y argumentativo son igualmente necesarios para la comunicación y la experiencia del Evangelio en una cultura en la que la fe ya no es algo evidente.

Pero es necesario hacer inmediatamente una advertencia: en el conjunto de los lenguajes de la fe, la narración no aparece como uno más entre ellos sino como el lenguaje genético, fontal de todos ellos. Toda otra expresión o formulación ritual, doctrinal, argumentativa, existencial de la fe nace siempre de la «memoria» de un acontecimiento y de su renovado e ininterrumpido relato

En línea con esta convicción fundamental es como se ha desarrollado el Congreso de Cracovia, cuyas actas se ponen ahora a disposición de un público más amplio. Contienen una invitación a la catequesis narrativa que se desarrolla en tres núcleos de reflexión.

La vuelta a los relatos

La narración de la fe está viviendo hoy día un momento feliz y contagia a todas las ciencias humanas: la filosofía, la psicología, el psicoanálisis, la historia, la sociología, la pedagogía, las ciencias de la formación, etc. Pero también las disciplinas científicas, de la producción y la organización han descubierto la importancia del relato como metáfora para representar la realidad de una manera más «comprensiva», en última instancia más «verdadera». El instinto narrativo ha adquirido vida entre los hombres y las mujeres actuales. La cultura actual, en este sentido, está viviendo una curiosa paradoja. La sociedad posmoderna se caracteriza por el fin de los «grandes relatos», según el análisis de JEAN-FRANÇOIS LYOTARD (1979): fin de los grandes relatos, de las visiones a largo plazo y desgaste de las ideologías. En el fondo, estaríamos como amordazados entre el mudo silencio después de Auschwitz y el cúmulo infinito de informaciones de una sociedad que reduce el saber nada más que a un «producto informático». El silencio de los sueños frustrados y el cúmulo de informaciones impiden tomar la palabra y narrar.

Sin embargo, y esta es la segunda parte de la paradoja, nunca como hoy se siente la necesidad de volver a dar la palabra a la vida, a los pequeños acontecimientos de cada día, a los fragmentos de vida recopilados, escritos, fijados en el propio diario, contados a uno mismo y a los demás en pequeñas autobiografías personales. Crece la necesidad de escuchar y de ofrecer relatos. Si por una parte estamos ya lejos de la pretensión de acudir a un saber omnicomprensivo o de confiar en un sueño universal (macrorrelatos), por otra parte crece la necesidad de huir a lo particular y encontrar algún sentido (dirección y significado) por medio de mil microrrelatos. El tiempo de las «pequeñas historias» apenas ha comenzado y ya parece tener ante sí un buen futuro.

Este cambio de tendencia cultural interroga a la fe, la pone ante nuevos desafíos, le abre perspectivas inesperadas. También en este caso, como en otros, la cultura, lejos de ser una amenaza para el Evangelio, ofrece al cristianismo un punto de apoyo para una nueva configuración y un redescubrimiento de su identidad originaria.

La fe es una historia de relatos

La fe cristiana, de hecho, se siente muy a gusto en el ámbito de los relatos, pues ella misma es, en último término, la historia de un acontecimiento acogido, vivido y narrado. Es la historia de Dios, que ha decidido hacer causa común con el hombre, con «gestos y palabras», como dice la Dei Verbum. La más antigua profesión de fe del pueblo de Israel es el relato de esta historia:

«Mi padre era un arameo errante, bajó a Egipto y residió allí siendo unos pocos hombres, pero se hizo una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre. Nosotros clamamos a Yahvé, Dios de nuestros padres, y Yahvé escuchó nuestra voz. Vio nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión, y Yahvé nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, con gran terror, con señales y prodigios. Nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra, tierra que mana leche y miel.» (Dt 26,5-9)

Y este es un relato que Israel, como dice el salmo 78, se compromete a guardar y transmitir para que su memoria quede viva:

«Lo que hemos oído y aprendido, lo que nuestros padres nos contaron, no lo callaremos a sus hijos, a la otra generación lo contaremos; las glorias de Yahvé y su poder, todas las maravillas que realizó.» (Sal 78,3-4)

Es más bien evidente el paralelo de este texto con el del comienzo de la primera carta de Juan, que nos devuelve la experiencia de los primeros testigos de Jesús:

«Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos, acerca de la Palabra de vida... os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros.» (1 Jn 1,1-4)

Los evangelios son la historia que los testigos han vivido y que han narrado. Se presentan como narraciones de la vida de Jesús y de las historias de los hombres y mujeres que con él se encontraron. A Jesús mismo le gusta contar y la gente narra cosas de él. Jesús es el «narrador» de Dios, como lo ha definido Benedicto XVI (2010: 90), aquel que con su vida, sus gestos, sus palabras, su muerte y resurrección nos revela el rostro del Padre. La comunidad cristiana perpetúa su memoria por medio del relato.

Es verdad que son relatos que inmediatamente generan la profesión de fe, su celebración, su comunicación dentro del espacio cultural, su síntesis en fórmulas dogmáticas, la conducta de la vida. Son relatos que generan ritos, el Símbolo, los dogmas, la moral, la reflexión teológica. Sin relatos, los ritos se reducirían a simples ceremonias, el Símbolo a una doctrina, la moral a prohibiciones, la reflexión teológica a un pensamiento religioso como cualquier otro.

Esto es lo que subrayaba CARLOS MESTERS, ya en 1973, en su «Breve apología de la narración». Si la categoría de la narración es considerada por la teología como precrítica, entonces la experiencia de la fe se convertirá en algo impreciso y su contenido se conservará únicamente en el lenguaje ritual y dogmático, sin que manifieste ya su capacidad para dejar espacio a una pluralidad de experiencias. Lo que está en juego es el concepto de «verdad» cristiana (G. LAITI, 2011):

«La verdad no tiene su casa primera en el “concepto”, en un conjunto de ideas claras y distintas, al amparo de las peripecias de la vida diaria, sino que se ofrece en los acontecimientos... La verdad nos llega en la historia, en forma de acontecimientos históricos, porque, en el fondo, ella es relación... La verdad pertenece fontalmente al orden de la relación, como el amor, como espacio otorgado al otro.»

Oportunamente escribe así BENOîT BOURGINE (2009):

«La verdad cristiana no se identifica ni con un corpus doctrinal ni con un código moral o ritual, no se identifica con un saber: introduce de lleno en una relación, la intimidad del Padre y del Hijo... Es imposible fijar una tal verdad en unas letras, imposible encerrarla en una ortodoxia; cuando llega, solo es posible prestarle oído para volver a nacer bajo la mirada paterna y dar cuerpo a esta verdad cuando nos inspira para visitar a los enfermos, para liberar a los oprimidos y dar de comer a los hambrientos.»

La verdad cristiana antes que racional es relacional. Consiguientemente, también la acogida de esta verdad no puede realizarse fuera de un espacio relacional. Por el carácter histórico y relacional de la fe cristiana, el relato de la historia de Dios y con Dios supone «la opción por un modelo de conocimiento y no su renuncia» (B. SALVARANI, 2000; este artículo supone una estimulante contribución a toda la problemática de la narración a nivel cultural y de la fe cristiana), el modo adecuado de acceder a la verdad cristiana y permitir su acceso.

Ciertamente, este modelo cognitivo narrativo no basta él solo sino que se transforma en idea, reflexión, argumentación, síntesis doctrinal y propuesta de vida. Pero todas estas expresiones de la fe hallarán siempre su fuente en la memoria de la historia de Dios con nosotros, en su transmisión, en su continua actualización en la historia de los hombres y mujeres de todos los tiempos.

La catequesis como un entramado de relatos

En este momento cultural de las «pequeñas historias», en el mismo cauce de la teología narrativa, se abre para la propuesta de la fe la vía fecunda de la catequesis narrativa. La catequesis tiene a sus espaldas una larga historia que, desde el nacimiento del género «catecismo» en el siglo XVI, está marcada por una pedagogía escolástica, encaminada a la transmisión del conocimiento de la fe, de sus dogmas, de sus ritos, de su moral.

A pesar de la renovación de la catequesis, la recuperación de la centralidad de la Escritura y de la liturgia y el giro antropológico promovido por el Concilio Vaticano II, a la catequesis le cuesta todavía trabajo salir del único enfoque racional y doctrinal de la fe. Sin embargo, no es esta su historia original. La catequesis kerigmática de la primera comunidad cristiana, el modelo iniciático del catecumenado, la catequesis global del período medieval, junto con la reflexión y la práctica escolástica puesta en práctica a partir del Concilio, invitan a la comunidad cristiana a redescubrir y recorrer tres caminos por los cuales poder convertirse en un ámbito propicio para el encuentro entre la historia de Dios y la historia de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

 Una pedagogía narrativa

La catequesis pretende poner a la persona en relación viva con el Señor Jesús en el seno de la comunidad cristiana y crear las condiciones para que este encuentro se lleve a cabo, dé comienzo una nueva historia de fe que se profundice y llegue a su madurez. En el lenguaje popular de muchas lenguas, «tener una historia con un hombre o con una mujer» significa tener una relación. Lo mismo ocurre con la fe. Ya san Agustín, en el De catechizandis Rudibus, explicaba al catequista Deogracias que al primer cuidado al que hay que atender es al relato de las mirabilia Dei, porque Dios ha decidido hacer historia con nosotros, tener una relación con nosotros (G. LAITI, 2011). Por este motivo, el centro de la catequesis lo ocupará siempre el encuentro con la Escritura. «El desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo» (SAN JERÓNIMO, Comentario del profeta Isaías, Prólogo citado en la Dei Verbum 25).

La competencia catequística está, pues, llamada a propiciar, acompañar y verificar el correcto acercamiento a las Escrituras de quien se inicia en la fe y le lleva a la madurez de su adhesión, de manera que el gran relato de la historia de Dios con los hombres se renueve en cada uno de ellos.

La Iglesia conoce muchas formas de lectura de la Biblia:

  La lectura orante (lectio divina), encaminada a nutrir espiritualmente la vida de los creyentes.
  La lectura exegética, dirigida al estudio del texto en su estructura y forma literarias, de acuerdo con los diferentes métodos de exégesis bíblica.
  La lectura estética de la Palabra por el camino de la belleza (el arte figurativo, la poesía, el teatro, etc.).

La lectura catequística de la Escritura, por su parte, en su última naturaleza, es fundamentalmente narrativa. De hecho se la caracteriza como «dialógica» o «correlativa». Su especificidad consiste en poner la vida de la persona en contacto con la Palabra y la Palabra viva en contacto con la persona. Esta continua «contaminación» con la experiencia humana y cultural de los oyentes es lo que constituye el proprium de la lectura catequística de la Biblia y la aportación que ella puede prestar a las otras formas de lectura de la Biblia.

La catequesis, por su misma naturaleza, tiene su punto de mira en un fecundo entramado de historias. Repite el mismo proceso por el que nos ha llegado el testimonio de los evangelios. Los evangelios han llegado hasta nosotros entrelazando siempre tres historias: la del Señor Jesús, que de narrador se convierte en narrado; la del testigo, que ha vivido y vive una historia con él; la de los oyentes, con sus expectativas, sus problemas, sus sueños (R. TONELLI, 2002 y 2010).

Este proceso es el que le hacía decir en una aguda ocurrencia a Roberto Benigni, conocido actor y director italiano, que la Biblia «es el único libro del mundo en el que el autor del libro es también autor de los que lo leen». La catequesis pone en acto este proceso: narra acerca de Jesús, su vida, muerte y resurrección; pero es una narración filtrada por la historia de quien la narra pues únicamente tiene competencia para hacerlo quien ya ha sido salvado por la historia que narra; esta narración nunca es igual porque siempre se halla configurada por quien la escucha, por su vida y para su vida: ¡no hay un único evangelio, sino cuatro!

Cuando se da todo este entramado, el que la escucha entra en la historia de Jesús, la siente como historia de salvación para él, es invitado a tomar postura y, si se decide, comienza a escribir de nuevo con su propia vida una nueva página del evangelio, un quinto evangelio. La estructura narrativa de la catequesis no agota el trabajo que debe realizar. La verdad de los relatos debe ser recopilada en una síntesis, la síntesis reguladora del Símbolo, debe experimentarse en los ritos, debe traducirse en orientaciones para la vida, debe vivirse en una relación filial con Dios. Esta ha sido siempre la sana tradición de la catequesis; en el seno de una lógica narrativa, ha desarrollado sus cuatro preciosas columnas: el Credo, los sacramentos, los mandamientos y el padrenuestro.

Cada una de estas cuatro partes tradicionales de la catequesis, desde el Catecumenado hasta el Catecismo de la Iglesia Católica, ha sido formulada en una modalidad expositiva, pero sus fórmulas adquieren vida en la medida en que brotan de la narración de la que han nacido, de modo que aquello que tiene que ver con la vida y con la historia no se quede atrofiado en objetivaciones doctrinales, rituales o normativas. La dimensión narrativa no es simplemente uno de los aspectos de la catequesis, sino su aspecto fontal, genético y fundante.

 Un itinerario iniciático narrativo

El paso de una catequesis didáctica a una catequesis narrativa, para ser eficaz, necesita insertarse en un proceso de iniciación cristiana, él mismo de tipo narrativo. A partir de la generalización del bautismo de niños y, sobre todo, del nacimiento de los catecismos en el siglo XVI, el proceso iniciático ha sufrido una doble simplificación: ha sido reservado a los niños (siendo ya adultos «iniciados») y, de ser un dispositivo «para iniciar a la vida cristiana por medio de los sacramentos», se ha reducido a una «preparación para recibir bien los sacramentos».

Esta doble reducción tiene su razón de ser en un contexto de «catecumenado sociológico», es decir, de una iniciación cristiana por impregnación social en una sociedad de cristiandad. La propuesta de la fe en la actual cultura, que ya no es cristiana, exige que se restablezca un itinerario iniciático que, por su misma naturaleza, es narrativo. No es suficiente cambiar la pedagogía de la catequesis restituyéndole su estructura narrativa. Es preciso que esta catequesis se desarrolle en el seno de un itinerario narrativo.

Por itinerario narrativo entendemos un proceso de aprendizaje de la vida cristiana que introduce en una experiencia y en una historia relacional, la representa, la hace presente, la hace existir y experimentar (A. FOSSION, 2010). El Directorio General para la Catequesis invita a recuperar la inspiración del proceso catecumenal que define como «escuela preparatoria para la vida cristiana». No se trata tanto de «reproducir miméticamente la configuración del Catecumenado bautismal», dice el Directorio, sino de asumir su inspiración, como «proceso formativo y verdadera escuela de fe».

Este proceso contiene «unas características configuradoras: la intensidad e integridad de la formación; su carácter gradual, con etapas definidas; su vinculación a ritos, símbolos y signos, especialmente bíblicos y litúrgicos; su constante referencia a la comunidad cristiana» (DGC 91). Se trata de un verdadero y propio «baño eclesial» en la vida cristiana. Solo de esta manera el relato salvífico que la catequesis hace resonar con sus palabras se convierte en una historia en acto: la historia que Dios ha decidido construir con todos aquellos y aquellas que aceptan «tener una historia con Él». El dispositivo iniciático es un dispositivo que introduce gradualmente y mantiene una historia relacional: la relación con Dios en el seno de la comunidad eclesial.

 Una comunidad narrativa

Llegamos así al nivel más profundo y decisivo de esta cuestión, el de una comunidad eclesial toda ella narrativa. La Iglesia, como sabemos, comunica no solo ni primariamente con lo que dice, sino con lo que es y lo que hace. Con su manera de ser, de organizarse internamente, de ejercer la autoridad, de gestionar sus recursos humanos y económicos, de valorar los carismas y ministerios, de establecer relaciones con las demás religiones, de relacionarse con la cultura actual, de entrar en el debate ético, en una palabra, con su manera de estar en el mundo, la Iglesia expresa narrativamente su identidad y la de su Dios. Se halla sometida al riesgo de expresar, con su vida y sus actitudes, una historia que contradice la narración que lleva a cabo con sus palabras.

La Iglesia es creíble y habitable en la medida en que se convierte en narración viva del Dios que se ha revelado en Jesucristo, si se convierte en historia en acto de cuanto atestiguan sus Escrituras. En el contexto cultural actual, este su ser «relato viviente» de la gracia de Dios es el nivel decisivo de su testimonio. Esto exige que el estilo de vida de la comunidad cristiana sea totalmente narrativo, que se convierta incluso en ámbito acogedor de relatos, el «mesón de los relatos» (E. ANDREUCCETTI, 2007), el espacio donde se acogen las historias de Dios y las historias de los hombres y mujeres de hoy: historias hermosas o tristes, alegres o dramáticas, lineales o tortuosas, luminosas u oscuras... pero siempre historias humanas y, como tales historias, dignas de Dios.

La fe es narrativa porque nace de un acontecimiento, de su memoria permanente, de su relato ininterrumpido. La entrada en la fe no puede realizarse más que a través de un proceso que actualice este relato y permita experimentarlo. La catequesis ofrece las palabras de este relato, sacadas primariamente de la Escritura. La Iglesia es el ámbito donde se acoge la narración del amor de Dios y el relato vivo de su gracia.

En el seno de una Iglesia toda ella narrativa adquieren forma los ritos para que la acción gratuita de Dios continúe en la historia de cada persona: en ella nace el Símbolo como síntesis y «regula fidei»; florece el pensamiento, sacando a la luz la racionalidad cultural y la belleza de la fe; nacen el arte y la poesía para expresar esa belleza; toman vida las orientaciones éticas que manifiestan su fecundidad de cara a un mundo más justo y fraterno.

Las actas del Congreso de Cracovia sobre la catequesis narrativa quieren contribuir al estudio del nexo inseparable que une esta catequesis con el acontecimiento originario de la fe cristiana, la narración como su estructura genética y sus diferentes formulaciones dogmáticas, celebrativas y morales en el ámbito cultural actual. Sin agotar su riqueza, las aportaciones presentes en este texto tienen como objetivo ofrecer algunas pistas para llevar a cabo correctamente esta reflexión. Deseamos que esta continúe y se profundice en favor de una Iglesia que vaya siendo siempre más, con sus palabras y su vida, la «narratio plena» de las maravillas de Dios, «como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen gentium 1).

Enzo Biemmi

Presidente del Equipo Europeo de Catequesis

* El Equipo Europeo de Catequesis (EEC) es una asociación eclesial formada por responsables de la catequesis de los diferentes países de Europa, directores de las instituciones académicas europeas de formación catequética, expertos en catequesis y personas implicadas en la práctica catequística. Actualmente los miembros del EEC son cerca de 110 y representan a los principales países de Europa, desde Portugal a Rusia, desde los países escandinavos hasta Malta. El EEC persigue dos objetivos principales. El primero, favorecer el encuentro de responsables y expertos en catequesis y el intercambio de experiencias catequéticas a nivel europeo. El segundo, animar a la investigación y la reflexión catequética para detectar los desafíos que las actuales condiciones de la cultura contemporánea plantea a la fe cristiana y a la evangelización.