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Epígrafe

La economía como vocación, por Claudio Benzecry

Dedicatoria

Agradecimientos

Introducción

1. El ascenso público y político de los economistas

2. La inflación: del mal necesario a la lucha de todos contra todos

3. La convertibilidad como pieza local del ensamblaje neoliberal

4. El laboratorio y las metamorfosis de la representación

5. El estallido de la convertibilidad

Conclusiones

Epílogo

Referencias bibliográficas y documentales

colección

sociología y política

Mariana Heredia

CUANDO LOS ECONOMISTAS ALCANZARON EL PODER

(o cómo se gestó la confianza en los expertos)

Edición al cuidado de

Claudio Benzecry

Heredia, Mariana

© 2015, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

La cultura se ha constituido en sistema de defensa contra las técnicas; ahora bien, esta defensa se presenta como una defensa del hombre, suponiendo que los objetos técnicos no contienen realidad humana. Querríamos mostrar que la cultura ignora en la realidad técnica una realidad humana…

Gilbert Simondon, El modo de existencia de los objetos técnicos, 1958

Como los hechos científicos se hacen dentro de los laboratorios, para hacer que circulen es necesario construir costosas redes dentro de las cuales puedan mantener su frágil eficacia. Si esto significa transformar la sociedad en un inmenso laboratorio, ¡hagámoslo!

Bruno Latour, Denme un laboratorio y moveré el mundo, 1983

No hay ética en el mundo que pueda substraerse al hecho de que para alcanzar fines “buenos” haya que recurrir, en muchos casos, a medios moralmente dudosos […]. Es más, ninguna ética del mundo es capaz de precisar, ni resolver tampoco, en qué momento y hasta qué punto los medios y las consecuencias laterales moralmente arriesgadas quedan santificadas por el fin moralmente bueno.

Max Weber, El político y el científico, 1919

La economía como vocación

por Claudio E. Benzecry[*]

A fines de la década de 1910 Max Weber brinda dos conferencias para estudiantes en Múnich. En una se refiere a la vocación que conduce a alguien a dedicar su vida a una carrera en las ciencias; en la otra discurre acerca de cómo funciona el poder en las sociedades modernas, y cuáles son los compromisos éticos que gobiernan las decisiones de quienes ejercen o compiten por ejercer la autoridad. En la intersección de ambas conferencias aparece una tensión fundamental para comprender las sociedades contemporáneas, entre la administración técnica burocrática de las sociedades y los liderazgos carismáticos, llamados a reencantar un mundo atrapado por el frío y los grises de la administración repetitiva constituida únicamente en la búsqueda de eficiencia. Weber descreía de las virtudes de un burócrata –de alguien cuyo rol principal consiste en encontrar la forma menos costosa de conseguir algo ordenado por otros– como líder, dado que su vocación real está en la administración imparcial, careciendo entonces de voluntad de poder, ambición política y sentido de la responsabilidad. Para Weber, el burócrata era incapaz de comparar entre los fines a perseguir, los medios por los cuales alcanzarlos, y de evaluar el costo del uso de esos medios y de sus consecuencias.

Si es cierto que en esta estricta separación los burócratas están sólo al servicio de los jefes políticos, incapaces de intervenir de una manera que ilumine o reencante el mundo, ¿cómo es que los economistas intervienen en política? Y más aún, ¿qué vocación es la de economista? En este fantástico libro Mariana Heredia muestra cómo los economistas logran autonomizar su identidad y sus decisiones, y ocupar el lugar de los que suturan las dos esferas de valores escindidas; aquí la técnica, allá la política. Para construir este argumento, Heredia necesita convertir algo que todos vemos (los diarios refiriéndose al ministro de Economía, economistas opinando en televisión, candidateándose a cargos electivos), pero cuya génesis desconocemos, en un objeto primero extraño y que de a poco, en su delimitación, se va transparentando. A través de entrevistas, análisis de textos periodísticos, el estudio de las memorias de grupos y asociaciones profesionales, de la currícula de las carreras de economía, la autora profundiza en un sutil argumento que encuentra en la inflación el locus que permite a los economistas avanzar en sus disputas jurisdiccionales ante otras formas de representación, y a los economistas “ortodoxos”, imponerse dentro de la disciplina. Utilizando las herramientas teóricas de la nueva sociología económica y de la sociología de las elites, el libro plantea un recorrido sociohistórico que reconstruye no sólo el lugar de intervención alcanzado, sino también cómo fueron variando los tipos de conocimientos que llamamos económicos, así como las redefiniciones constantes de los propios términos usados: economía, política, ortodoxia.

En esta reinterpretación constante de qué es un economista, qué es la economía, qué es la política, cuáles son las recetas adecuadas, cómo se venden estas a los políticos y al público general, la inflación aparece como un eje central en la explicación sobre qué produce la desestabilización y reestabilización de antiguos lugares de intervención, y contribuye a la visibilidad de estos nuevos actores en la esfera pública y la acción política. Siguiendo de cerca a los actores principales de este drama, Heredia presta especial atención a lo que los economistas hacen, lo que dicen que hacen y lo que escriben. Al hacer esto, acercándonos a las redes de afiliación profesional y universitaria, las carreras que los propios actores construyen, las trayectorias ministeriales, los devenires político-partidarios y las líneas de tensión entre todas estas formas de inscripción institucional –con sus propias rutinas, saberes y obligaciones–, el libro nos regala una serie de respuestas contraintuitivas con respecto a de dónde vinieron las recetas ortodoxas, qué es el neoliberalismo, cómo se difundieron los paquetes económicos neoclásicos, por qué la profesión consolidó un lugar de intervención como al que nos hemos acostumbrado. Cosas de las que todos hablamos y damos por sentadas, pero que luego de leer estas páginas nos sorprenderá constatar cuánto desconocíamos.

En vez de grandes sintagmas con mayúsculas, que anuncian mucho pero cubren poco (Ideología, Capitalismo, Neoliberalismo), Heredia usa las herramientas artesanales y detalladas de una sociología cualitativa atenta a lo empírico pero teóricamente informada para responder a una de nuestras grandes preguntas –cómo es que los economistas se convirtieron en actores privilegiados dotados de autoridad política– de manera menos declamativa, pero mucho más segura y –valga la paradoja– contundente. De este modo, las respuestas no se circunscriben a grandes conceptos que ocluyen más de lo que explican, sino a inscripciones más puntuales que susurran palabras como autonomía, socialización, expertise, profesionalización, jurisdicción. El libro participa así en los movimientos tectónicos que están hoy atravesando la sociología en la Argentina.

La obra de Mariana señala un camino recientemente transitado por la sociología en el país, el de retomar los grandes temas de la agenda pública (la pobreza, las elites, el Estado, los empresarios, las clases dominantes, la movilización social, la inseguridad), pero a partir de estudios puntuales, de caso, en función de los cuales se pueden formalizar algunas ideas más generales. Parte de lo que explica esto es la existencia de algo así como una tercera refundación de la sociología en la Argentina.

Si la primera modernización consistió en la creación de la propia carrera, nucleada en la figura de Germani y luego en la de discípulos suyos como Murmis, Verón, De Riz, Marín, Marsal, Laclau o Sigal, y la segunda, en el retorno de los exiliados y la consolidación de la Facultad de Ciencias Sociales dirigida por nuestros maestros (figuras como Portantiero, De Ípola, Margulis, Sidicaro, Argumedo, entre tantos otros y otras), esta tercera modernización está anclada en dos fenómenos que se dieron por separado, pero que de a poco se fueron articulando como un todo: la creación de posgrados tanto en la UBA como en las nuevas universidades del conurbano y en centros de investigación privados; el retorno de gente de una generación intermedia que se fue a estudiar sociología en Francia y los Estados Unidos, y antropología en Brasil. La reapertura y expansión del Conicet es un tercer factor, que ayuda a que los estudiantes de las primeras tengan financiación y la promesa de una carrera, y que aquellos que volvieron del exterior encuentren puestos de trabajo en el país y puedan poner en circulación aquello que aprendieron.

El libro de Mariana se inscribe en este espacio nebuloso que uno podría llamar pomposamente “nueva sociología argentina”, un espacio creado por una generación que va teniendo de maestros a sus hermanos mayores (por el retiro de la segunda generación modernizadora y la desaparición durante la dictadura de la mayoría de aquellos que deberían haberlos reemplazado) y que transcurre constantemente en espacios mucho más abiertos de diálogos con el exterior, no sólo con los nuevos lineamientos bibliográficos, los grandes maestros directos, sino también con los argentinos que a pesar de construir sus carreras académicas fuera de la Argentina, siguen estudiando nuestro país.

En el trabajo de Mariana podemos ver algunas de estas coordenadas: este es un libro que –como señalé– responde algunas de las grandes preguntas con significación política, pero de una manera distinta y novedosa, como un objeto empíricamente observable y analizable. Ella estudió en Francia la sociología de las convenciones y los estudios de acción en red, y recogió en los Estados Unidos los debates de la nueva sociología económica y del expertise, pero en el viaje de vuelta no se olvidó de lo que se había llevado de Buenos Aires: sus conocimientos sobre los mecanismos de reproducción de las elites locales, el placer por la buena escritura, así como que, en disciplinas cercanas (la historia, la antropología, la literatura), están algunas de las preguntas y respuestas que buscamos. La salida del ensayo totalizador no tiene necesariamente que conducir a abandonar la comunicación con disciplinas afines. Este libro es una prueba cabal de ello.

A modo de conclusión –no sólo de este volumen, sino también de una serie sobre nueva sociología argentina–, permítaseme pegarle el imaginario botellazo de champagne a este barco a punto de partir. Sin duda alguna, Cuando los economistas alcanzaron el poder es una obra llamada a circular por diversos ámbitos, suscitar polémica, discusiones, críticas, así como abrir nuevas líneas de interrogación e inspirar futuras investigaciones de lo que ha quedado aquí inconcluso. Invito al lector, entonces, a que comience su propio viaje, y a que el libro hable no a partir de mi palabra, sino de lo que dice el propio texto.

Nueva York, junio de 2015

* Profesor asociado de Comunicación y Sociología, Universidad Northwestern, Chicago.

A papá y mamá

Agradecimientos

Comparada con muchas de las personas que pueblan este libro, yo tuve suerte: la Argentina fue muy generosa conmigo. A diferencia de otras generaciones castigadas por pensar libremente, yo no sólo pude escribir este libro en democracia, sino que conté además con el inestimable apoyo de un conjunto de instituciones públicas que lo hicieron posible. Sin la Universidad de Buenos Aires, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), la Universidad de San Martín y la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, este libro nunca hubiese existido. Estos organismos estatales no sólo contuvieron y estimularon mis inquietudes, le dieron un sentido trascendente a mi tarea: el de formar parte de organizaciones que intentan día a día, en la investigación y la docencia, aunar en su seno la excelencia académica y la equidad social. Y lo hacen con la convicción de que las ciencias y las humanidades son tanto herramientas de transformación como fuentes de comprensión y reflexividad para nuestras sociedades. A estas instituciones, mi primer agradecimiento.

Pero el fruto de las ciencias sociales y las humanidades languidece si se encierra en las universidades y los centros de investigación. Es un honor que sea Siglo XXI quien acerque este libro a sus potenciales lectores. Saber que esta editorial podía publicar estas páginas fue un aliento decisivo para concretar este proyecto. Es este espacio, que reúne en el país a las plumas que admiro, aquel al que siempre quise pertenecer. A Carlos Díaz y Yamila Sevilla, mi gratitud por la paciencia con la que esperaron el manuscrito y la inteligencia con la que contribuyeron a mejorarlo.

Todas estas condiciones propicias no hubieran sido suficientes si los protagonistas de esta historia se hubieran negado a compartir conmigo sus experiencias. A lo largo de este recorrido, me fui volviendo cada vez más reticente a las interpretaciones que se pelean con sus objetos de análisis, aquellas que, cayendo en la conspiración o el miserabilismo, niegan humanidad a los hombres que intentan comprender. El contacto con los economistas que me brindaron su tiempo fue un elemento fundamental de este proceso que me permitió asomarme a la dimensión humana, en su fragilidad y su fortaleza, que anima los grandes sucesos que aquí se narran. Al agradecimiento a los economistas entrevistados, querría sumar mi mayor gratitud a aquellos que leyeron con detenimiento muchos pasajes de este libro: a Martín Abeles, Lucas Llach, Luciano Borgoglio, David Kary mi reconocimiento por su lectura generosa y sus observaciones.

Alfredo Pucciarelli y Monique de Saint Martin dirigieron la investigación que funda esta obra. Nunca voy a poder agradecerles lo suficiente la alquimia maravillosa de confianza y libertad que me brindaron. Aún con nuestras diferencias o tal vez gracias a ellas, Alfredo me abrió todos los espacios de los que dispuso, leyó cada línea de los textos que le alcancé, reafirmó una y otra vez el compromiso con las ideas y las personas que hacen de él un ser tan extraordinario.

Gracias a la generosidad de mis directores, mi formación se nutrió también de otros maestros. Les agradezco a todos, en el orden en el que me fueron acompañando. Catalina Wainerman me enseñó a hacer investigación y a volar con alas propias. Ricardo Sidicaro estimuló con sus provocaciones mis preguntas y orientó con su ejemplo muchas de mis decisiones. Silvia Sigal me recibió en París y comentó sin concesiones mis ideas. Jorge Schvarzer tuvo la grandeza de honrarme con su amistad, acercándome a un archivo donde se perpetúa su legado. Lucas Rubinich me aceptó entre los amigos y la buena sociología que tan bien sabe congregar. Alejandro Grimson encabezó el proyecto que le dio sentido a mi regreso: el Instituto de Altos Estudios Sociales (Idaes). Su criterio académico y su agudeza política me dejaron muchas lecciones al tiempo que se iba convirtiendo en un gran amigo. También mi agradecimiento a Georgina Binstock, Patricia Berrotarán, Antonio Camou, Marcela Ferrari, Federico Neiburg, Mariano Plotkin, Pablo Tovillas, Eduardo Zimmermann que acompañaron los orígenes de este trabajo.

El proyecto de este libro nació en Francia. Cuando llegué, París era una fiesta, y la École des Hautes Études en Sciences Sociales, su Olimpo. La convivencia de las distintas ciencias sociales en esta casa me permitieron pensar un tema de investigación que no se ajustaba a las etiquetas disciplinarias. En sus aulas, pude enriquecerme con las ideas de filósofos, historiadores, economistas, estudiosos de la política y la sociedad que tanto había admirado de lejos. Entre ellos, la lucidez y la vitalidad intelectual de Luc Boltanski me marcaron profundamente. Él y Laurent Thévenot (a quien conocí más tarde y por quien siento igual cariño) me recordaron que la imaginación sociológica florece en la amistad y en el goce de abrirse al descubrimiento de la diversidad reveladora de este mundo. Michel Callon, Michel Offerlé, André Orléan, Pierre Rosanvallon, Laurent Vidal supieron escucharme y aconsejarme en distintas etapas de este trabajo. Una mención especial merece Graciela Villanueva y su familia, mi hada madrina franco-argentina que compartió conmigo las grandes alegrías y me cuidó en los momentos más difíciles.

Años más tarde, una beca del Conicet me permitió pasar varios meses en la Universidad de Columbia en Nueva York. Allí tuve la dicha de compartir distintas charlas con Nitsan Chorev, Raewyn Connell, Timothy Mitchell, Verónica Montecinos. Gil Eyal y Carlos Forment leyeron y comentaron con generosidad distintos borradores de este trabajo. Cada uno a su modo me invitó a repensar la tesis desarrollada en Francia bajo nuevas perspectivas. A la vocación generalista y teórica que había aprendido en la academia francesa, le sumaron la convicción de que contribuir a la vastísima literatura (anglófona) disponible y afilar el argumento son desafíos cruciales para la sociología de nuestro tiempo.

Pero este libro nunca hubiera existido sin la intervención de Claudio Benzecry. Fue él quien desempolvó la idea, contuvo mis dudas, corrigió el manuscrito, me arrastró con su energía en esta empresa. No sólo fue un editor fiel y minucioso de este trabajo. Claudio es un insaciable de la cultura, una luz para quienes conocemos su humor, su sensibilidad y su erudición. Este proyecto fue una excusa para seguir aprendiendo de él, mi querido maestro contemporáneo.

Cada una de estas personas definió a su modo el trabajo intelectual y el sentido que le atribuye en su vida y en la sociedad en la que vivimos. Todos coincidieron en transmitirme un compromiso curioso, agudo, jubiloso, exigente, apasionado con la producción y la discusión de conocimiento. Ojalá nuestra generación sea capaz de honrar y transmitir este fuego sagrado.

Como dice mi primer mentor y amigo Pablo Bonaldi, la sociología sirve para hacerse buenos amigos. ¡Y qué verdad! Si algo distingue el campo académico en América Latina es que, como los círculos literarios de Roberto Bolaño, está formado por pares que se encuentran en una misma pasión y se enriquecen los unos a los otros. Ana Castellani, Paula Canelo y Gastón Beltrán fueron el núcleo afectivo e intelectual que acompañó gran parte de mis proyectos antes y después del viaje a Francia. Mi agradecimiento y mi cariño para Gabriela Benza, Stéphane Boisard, Martín de Santos, Luis Miguel Donnatello, Marina Farinetti, Isabel Infante, Olessia Kirtchik, Mariana Luzzi, Jesús Monzón, Gabriel Nardaccione, Pablo Nemiña, Lía Quarleri, Hernán Ramírez, Alexandre Roig, Rodolfo Sánchez, Martín Schorr, Gabriel Vommaro, Ariel Wilkis que me ayudaron en distintos tramos de este largo trabajo. Claudia Daniel, Juan Manuel Heredia, Federico Lorenc Valcarce, José Ossandón, Sebastián Pereyra y Lorena Poblete leyeron extensos pasajes del manuscrito y me hicieron sugerencias muy valiosas. A todos, un profundo agradecimiento por regalarme su inteligencia y su amistad. Sería imposible nombrar aquí a los compañeros de la cátedra de Análisis de la Sociedad Argentina (de la UBA), del Programa de estudios sobre las elites (del Idaes), de la revista Apuntes de Investigación del Cecyp y del proyecto InterCo-SSH. Vaya a todos y cada uno mi gratitud por conciliar cada día el trabajo riguroso con el aliento constructivo.

Pero la longitud del proyecto agregó una nueva generación a los agradecimientos de este libro. Cuando los imperativos burocráticos amenazaron con disecar todo entusiasmo, los estudiantes y jóvenes graduados fueron mi antídoto. Cada uno a su manera supo recordarme que la investigación es una fuente de eterna juventud en la medida en que nos obliga a explorar mundos desconocidos con inocencia y modestia. Gracias a mis alumnos de grado y posgrado por su frescura y su esfuerzo. Varios, desde más cerca, me asistieron en distintos momentos de esta investigación; algunos se volvieron amigos muy queridos. Gracias a María Laura Anzorena, Leandro Basanta Crespo, Franco Bellizi, Pedro Blois, Juan Califa, Miguel Cichowolski, Francisco D’Alessio, Fernán Gaillardou, Rodrigo García, Rodolfo García Silva, Ana King, Gabriel Obradovich, Matías Ortiz, Cecilia Paván, Elsa Pereyra, Clara Pintos, Diego Podestá, Oxana Salazni, Pamela Sosa, Melina Tobías y Mauro Vázquez por contribuir con su tiempo a este libro. También mi cariño a cada uno de mis tesistas reunidos en el grupo de los Gajes. A ellos les agradezco la lectura de pasajes de este texto, pero sobre todo el compromiso que imprimen al trabajo que hacemos juntos. Un reconocimiento muy especial merecen Mariana Gené y Luisina Perelmiter, dos joyas en inteligencia y sensibilidad. Es conmovedor comprobar todo lo que crecieron y cuánto me enseñaron en el camino.

Finalmente, mi mayor gratitud es hacia mi familia, que le dio sentido a esta gran aventura que me llevó lejos y me trajo más cerca de casa. A mis entrañables amigos, Agustín Ceriani, Rodolfo Sánchez, Carolina Zapiola, Cecilia y Laura Veleda. A mis queridos cuñados Bárbara Aguer y Axel Pichler. A mis ahijadas Olivia Sánchez y Malena Ceriani y a sus hermosos hermanos Violeta, Camila y Ezequiel. A los mayores tesoros de mi vida: mis hermanos Daniela, Eliana y Juan Manuel. A mis padres, Horacio Heredia y Laura Anghileri, a quienes nunca voy a poder agradecer lo suficiente su manera sólida y alegre de quererme tanto. Y al exorcista, que llegó entre dos libros para hacerlos más felices y, ojalá, para quedarse.