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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Eva Gil Soriano

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Con solo una caricia, n.º 252 - noviembre 2019

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

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Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com y Shutterstock.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-748-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

Para todas las lectoras que pidieron esta historia

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Diario íntimo de Noelia Cox

Vuelvo a levantarme esta mañana para ir al trabajo, sin ningún aliciente interesante. Un día a día rutinario y aburrido como siempre.

 

Tras asimilar la muerte de sus padres, Noelia había pensado que su vida era perfecta, que tenía cuanto deseaba, cuanto necesitaba para ser feliz, pero qué equivocada había estado. Gracias a su cuñada, J.M., se había dado cuenta de lo insípida que era su existencia.

J.M. era una activista que igual se iba a Noruega a salvar a una ballena que al pueblo de al lado a defender a unos pollos. No le importaba con quién tuviese que enfrentarse para defender sus ideas y ella la admiraba por eso, no temía al qué dirán, era una persona íntegra y con principios.

Su hermano, Víctor Cox, se había enamorado perdidamente de ella y lo entendía, J.M. era tan distinta a ellos dos… Solía vestir vaqueros rotos y camisetas simples en lugar de los trajes de pantalón y chaqueta que solía llevar ella. Podía imaginar la pareja tan dispar que hacía con su hermano, que todos los días se presentaba con corbata al trabajo.

Desde que se habían casado, hacía un par de meses, vivían todos juntos en la casa que fuera de sus padres, un chalet situado a unos cuantos kilómetros de la ciudad.

Víctor y ella se quedaron solos hacía ya una década, cuando sus progenitores murieron en un accidente de tráfico, así que no se habían separado nunca pues solo se tenían el uno al otro. Y fue por eso que su hermano no la dejó marcharse de casa al casarse con J.M. Víctor había hecho una promesa en la tumba de sus padres y precisamente por esa promesa permanecía siempre pendiente de ella. Le estaría siempre agradecida por haberla cuidado, pero ya no era una niña desvalida y no podía seguir tratándola de ese modo.

Ella quería demostrar que era fuerte y que podía salir adelante por sí sola. Su cuñada le había enseñado que eso era posible y no era que quisiera seguir su ejemplo y se fuera a salvar ballenas, sino que era capaz de marcharse de casa y hacer su propia vida.

Había vivido entre la oficina y la casa demasiado tiempo. Había tenido que crecer muy deprisa saltándose, por así decirlo, la adolescencia, y eso la había hecho ser muy responsable en todo cuanto hacía, ya fueran los estudios o, ahora, el trabajo.

J.M. le había dicho en un par de ocasiones que lo que necesitaba era un buen polvo para que se relajase y se quitase el estrés. Su cuñada era así de directa, soltaba las cosas sin anestesia previa. Evidentemente, su hermano había puesto el grito en el cielo cada vez que la había oído, pero ella seguía pensando que quizá su cuñada tuviese razón.

Aquello le hizo pensar en el día que perdió su virginidad, con dieciséis años y en la parte trasera de un coche con su novio de aquel entonces. En ese momento no se dio cuenta, pero no había estado preparada. Hacía tan solo unos meses que sus padres habían muerto, su hermano estaba ausente demasiadas horas porque debía acabar la carrera universitaria y ella necesitaba refugiarse en alguien. Su novio le pareció la mejor persona y, entregarse a él, la mejor decisión. Qué equivocada había estado, aquella primera vez fue un desastre.

Empezaron a besarse, él le tocó los pechos y logró excitarse sobremanera. Después pasaron a la parte de atrás, le levantó la falda, le apartó las braguitas y, con los pantalones a medio bajar, la penetró.

Fue incómodo, doloroso y muy poco romántico. Por supuesto, no llegó al orgasmo, ni sabía que eso existía.

Pensando que la culpa era del lugar y de su situación anímica, hicieron el amor un par de veces más. Fue en casa de sus padres mientras Víctor estaba en la universidad. Lo hicieron en el sofá del salón y la siguiente vez en su propia cama, pero no sintió que el acto hubiese mejorado. Al parecer, su novio no veía necesario desnudarse al completo y tomarse más tiempo.

Tras pasarse llorando casi todo el día decidió dejarle, ya que le apetecía más estar abrazada a su hermano que a él y eso debía de ser una señal de que su relación no iba por buen camino.

Desde entonces no se había vuelto a acostar con un hombre, sabía que era patético, pero no le había apetecido. No estaba segura de si era por sus malas experiencias, aunque sabía que con otro hombre no tenía por qué ser así, quizá le iba genial y conseguía ese ansiado orgasmo que jamás había experimentado.

Había salido con más chicos, por supuesto, pero quizá el problema era que se había vuelto demasiado exigente y controladora, cualidades o defectos que asustaban a los hombres a los que ella ponía el ojo, que no eran muchos.

¿Qué era lo que pasaba con ella?, se preguntaba cuando apagaba la luz cada noche.

Llegó a la oficina en su propio vehículo, un Mini Cabrio color turquesa, saludó a la recepcionista y se dirigió hacia su despacho. Víctor y su cuñada habían salido de casa diez minutos antes que ella, así que imaginaba que ya habrían llegado.

Caminó de forma pausada tratando de recordar todo lo que tenía que hacer esa mañana. A pesar de creer que su vida se había vuelto una auténtica rutina, le gustaba su trabajo, era lo único que realmente la llenaba, su razón para levantarse cada día con cierto optimismo.

Al llegar hasta la mesa de su secretaria, que estaba situada justo en frente de la puerta de su oficina, esta se puso en pie y le entregó la agenda puesta al día.

—En media hora tienes que reunirte con Víctor y J.M. en la sala de juntas.

—No recuerdo esa reunión y no me han dicho nada durante el desayuno.

—Seguramente fue de improviso, porque me llamaron a primera hora para que la incluyera en tu agenda.

—¿Habrá pasado algo grave?

—No sé nada más.

—Gracias, Susi.

Abrió la puerta de su despacho y se dirigió hasta el escritorio, lo rodeó y se quedó unos minutos mirando por el ventanal que tenía a las espaldas de su silla.

Observó largo rato la calle y cómo los vehículos circulaban por ella. Se imaginó hacia dónde se dirigían, muy probablemente a sus lugares de trabajo, quizá otros a llevar a sus hijos al colegio o tal vez al gimnasio, al hospital a visitar a alguien… Había infinidad de sitios a los que se podía ir aunque ella iba siempre al mismo, eso nunca cambiaba.

Sacudió la cabeza para alejar esas ideas, debía dejar de compadecerse o acabaría medicándose por depresión. Miró el reloj; era hora de ver a su hermano y esperaba que nada grave hubiese sucedido. Con ese pensamiento, salió del despacho.

—Susi, si me llama alguien anota el recado y di que luego devolveré la llamada.

—Por supuesto.

A largas zancadas, las que le permitían sus tacones de diez centímetros, fue hasta la sala de juntas, donde ya la esperaban.

—Hola, ¿qué es lo que pasa? —preguntó nada más entrar mientras caminaba hacia la mesa para sentarse a la derecha de Víctor—. No me habéis dicho nada esta mañana.

—Como era un tema laboral, hemos preferido tratarlo en la oficina —respondió su hermano.

—No hay que llevar el trabajo a casa —comentó J.M. con una sonrisa.

—Bueno, vosotros diréis —dijo al tiempo que apoyaba los codos sobre la enorme mesa de nogal.

—¿Hay alguna vacante en las cuadrillas de obras para uno más? —quiso saber Víctor.

—Tendría que preguntar a los encargados. Por el momento no me han pedido más gente, pero puede que haya un hueco.

—Me harías un gran favor —rogó J.M.

—¿Es para un amigo tuyo?

—Más que eso, es para Valerio.

—¿Para ese? Perdona, J.M., ya sé que es tu hermano, pero es un impertinente.

La primera vez que lo vio, antes de que Víctor y J.M. se casaran, le pareció uno de esos tíos que piensan que con solo una sonrisa y un guiño de ojo ya te tienen conquistada. Su seguridad la irritaba enormemente y lo que más coraje le daba era que, pese a caerle tan mal, conseguía ponerla nerviosa.