HERIDO, PERO NO PERDIDO

–Deberíamos establecer una palabra clave.

—¿Sí? ¿Por qué?

—Porque un día harás uno de tus viajes y acabarán contigo, y luego un Cazador con el Don para transformarse se hará pasar por ti, regresará al campamento y me asesinará.

—Es más probable que encuentren el campamento, te maten y esperen hasta que vuelva a casa silbando alegremente.

—También ésa es una posibilidad, aunque no me imagino el silbido.

—Entonces, ¿cuál es la palabra clave?

—No sería sólo una palabra, sino una frase completa. Yo digo algo y tú complementas.

—Ah, claro. Así que yo digo: “Estoy silbando porque he matado a diez Cazadores”, y tú contestas: “Pero preferiría estar escalando el Eiger”.

—En realidad, estaba pensando en una pregunta que pudiera hacerse de verdad.

—¿Como cuál?

Has estado fuera mucho tiempo. ¿Acaso estabas perdido?

—¿Y yo qué contesto?

Herido, pero no perdido.

—Creo que yo nunca diría eso.

—De todos modos… ¿quieres practicar? ¿Para asegurarte de hacerlo bien?

—No.

PIEDRAS

El año en que papá cumplió veintiocho mató a treinta y dos personas. Celia me obligaba a aprender datos sobre Marcus. Ése era uno de ellos. Fue el año en que más asesinó antes de la guerra entre el Consejo de Soul y la Alianza de Brujos Libres. Entonces pensaba que treinta y dos era un gran número.

Cuando Marcus cumplió diecisiete, el año de su Entrega, sólo asesinó a cuatro personas. Yo todavía tengo diecisiete años. Antes de la Batalla de Bialowieza —el día en que murió mi padre, el día en que pereció casi la mitad de la Alianza, el día que ahora conocemos como “BB”—, en fin, antes de aquel día, ya había matado a veintitrés personas.

La BB fue hace meses y he superado ya los cincuenta asesinatos.

Para ser preciso, he matado a cincuenta y dos personas.

Es importante ser preciso en estas cosas. No incluyo a Pilot —ya agonizaba— ni a Sameen. Lo que hice por ella fue un acto de misericordia. Fueron los Cazadores quienes mataron a Sameen. Le dispararon en la espalda mientras escapábamos de la batalla. ¿Y Marcus? Definitivamente no lo incluyo en esos cincuenta y dos. Ella lo mató.

Annalise.

Su nombre me produce náuseas. Todo en ella me da ganas de vomitar: su cabello rubio, sus ojos azules, su piel dorada. Todo en ella es asqueroso y falso. Ella dijo que me amaba. Yo también, pero yo hablaba en serio. la amaba. ¡Qué imbécil! Enamorarme de ella, de una O'Brien. Ella dijo que yo era su héroe, su príncipe y, como el tonto y torpe idiota que soy, quise escucharla. Y le creí.

Ahora lo único que quiero es rebanarle la garganta. Abrirla con un cuchillo y arrancarle el sufrimiento a gritos. Pero ni siquiera eso será suficiente; ni se le aproxima. Tendría que hacerle pasar por el sufrimiento que me ocasionó. Tendría que obligarla a cortar su propia mano y comérsela, a sacarse los ojos y engullirlos. Aun así, no estaríamos a mano.

He matado a cincuenta y dos personas. Ahora lo único que quiero es ponerle las manos encima. Me quedaría contento si llegara a cincuenta y tres asesinatos. Con sólo uno más estaría satisfecho.

Sólo ella.

Pero he peinado cada centímetro del campo de batalla y del antiguo campamento. He matado a todos los Cazadores con los que me he topado, a algunos que estaban limpiando el desastre después de la batalla, a otros que rastreé desde entonces. Pero de ella ni un solo rastro. ¡Ni una señal! Días y semanas siguiendo cada pista, cada indicio, pero nada me lleva a ella.

Nada.

Alzo la mirada al oír un sonido y presto atención. Todo está en silencio.

El ruido era yo, pienso, hablando solo otra vez.

¡Mierda!

Tiene ese efecto sobre mí. Annalise.

—A la mierda con ella —levanto la cabeza para mirar a mi alrededor y gritar a las copas de los árboles—. ¡A la mierda con ella!

Y luego en voz baja susurro entre las piedras:

—Sólo quiero que esté muerta. Vacía. Quiero que su alma cese de existir. Quiero que desaparezca de este mundo. Para siempre. Eso es todo. Y entonces me detendré.

Recojo una piedrita y le digo:

—O quizá no. Quizá no.

Marcus quería que los matara a todos. Quizá sea capaz de hacerlo. Si no hubiera estado seguro de que yo podría hacerlo, no me lo habría dicho.

Tomo más piedras hasta formar una pila pequeña. Cincuenta y dos. Suena a mucho, cincuenta y dos, pero en realidad no es nada. Nada comparado con los que mi padre hubiera deseado. Nada comparado con los que han muerto por culpa de Annalise. Más de cien sólo en la BB. Tengo que esforzarme verdaderamente si pienso competir con su nivel de carnicería. Por culpa de ella la Alianza está virtualmente destrozada. Por culpa de ella Marcus está muerto: la única persona que podría haber detenido a los Cazadores cuando atacaron, la única persona que podría haberlos derrotado. Pero en vez de eso, por culpa de ella, porque ella le disparó, la Alianza apenas sobrevive. Y también me asalta esa irritante idea de que quizá todo ese tiempo fue una espía de Soul. Después de todo, él es su tío. Gabriel nunca confió en Annalise y siempre dijo que podría haber sido ella quien reveló a los Cazadores dónde encontrar el departamento de Mercury en Ginebra. Entonces no lo creí, pero quizá tenga razón.

Percibo movimiento entre los árboles, es Gabriel. Estaba buscando leña. Me ha oído gritar, supongo. Y ahora se acerca, fingiendo casualidad, suelta los maderos y se detiene junto a mi pila de piedras.

No le he contado a Gabriel lo que son las piedras y no me lo pregunta, pero creo que lo sabe. Levanto una. Es pequeña, del tamaño de mi uña. Son pequeñas pero cada una de ellas es bastante singular. Una por cada persona que he matado. Antes sabía a quién representaba cada piedra: no me refiero a sus nombres ni nada por el estilo; la mayoría de los Cazadores son únicamente Cazadores para mí, pero usaba las piedras para ayudarme a recordar incidentes y peleas; cómo murieron. Ya lo he olvidado; todos los enfrentamientos se desdibujaron en un único e interminable festín de sangre. Pero hay cincuenta y dos piedritas en mi pila.

Las botas de Gabriel dan un giro de noventa grados y se quedan quietas uno o dos segundos antes de decir:

—Necesitamos más leña. ¿Vendrás a ayudarme?

—En un rato.

Sus botas se quedan ahí unos cuantos segundos más, luego dan otro giro de cuarenta y cinco grados y aguardan cuatro, cinco, seis segundos más, y luego comienzan a internarse en el bosque.

Saco la piedra blanca de mi bolsillo. Tiene una forma ovalada, blanca, pura, de cuarzo. Lisa pero no brillosa. Es la piedra de Annalise. La encontré una vez en el fondo de un riachuelo cuando la estaba buscando a ella. Me pareció una buena señal. Estaba seguro de que encontraría su rastro ese día. No lo hice, pero lo haré, tarde o temprano. Cuando termine con ella no agregaré la piedra a esta pila, sino que la desecharé. Desaparecerá. Igual que ella.

Quizás entonces los sueños se detengan. Lo dudo, pero nunca se sabe. Sueño mucho con Annalise. A veces, incluso los sueños comienzan siendo agradables, pero el confort no dura mucho. A veces ella le dispara a mi padre exactamente igual que en la BB. Si tengo suerte me despierto antes, pero a veces la pesadilla sigue y sigue, y es como revivirlo todo una vez más.

Quisiera soñar con Gabriel. Ésos serían buenos sueños. Soñaría que escalamos juntos como solíamos hacerlo, y seríamos amigos como en los viejos tiempos. Ahora somos amigos, siempre seremos amigos, pero es distinto. No hablamos mucho. A veces me cuenta acerca de su familia o de cosas que hizo hace años, antes de todo esto, o habla sobre escalar o sobre un libro que leyó o… no sé… sobre cosas que le gustan. Él es bueno para hablar, pero yo soy un asco para escuchar.

El otro día me estaba contando una historia sobre una escalada que hizo en Francia. Iba por la parte alta de un río y el paisaje era muy hermoso. Lo escucho y me imagino el bosque por el que caminó para llegar hasta allí, y describe el barranco y el río, y luego ya no pienso para nada en eso sino en el hecho de que Annalise sigue con vida. Y me doy cuenta de que una parte de mí me pide: ¡Escucha a Gabriel! ¡Escucha su historia! Pero otra parte de mí sólo piensa en Annalise y me dice: Mientras él habla, Annalise está en alguna parte, libre. Y mi padre está muerto y ni siquiera sé dónde está su cuerpo, sólo que, claro, una parte de él está en mí porque me devoré su corazón, y ésa debe ser la cosa más enfermiza de todos los tiempos, y aquí estoy yo, esta persona, este chico que se comió a su padre. Y estoy sentado junto a Gabriel, mientras él habla de la maldita escalada y de cómo tuvo que vadear el río, y yo pienso en cómo devoré a mi propio padre y en que lo abracé mientras moría, y que Annalise está paseando por ahí, libre. Pero Gabriel sigue hablando de montañismo, y ¿cómo puede estar tranquilo y dar la impresión de que todo marcha bien? Así que le digo con toda la calma que puedo: “Gabriel, ¿puedes dejar de hablar sobre tu maldita escalada?”. Lo digo muy bajito porque si no gritaré.

Y él se detiene y luego responde: “Claro. Pero ¿serías capaz de decir una oración sin maldecir?”. Está bromeando conmigo, trata de tomarse las cosas a la ligera, y sé lo que está haciendo, pero de alguna manera su actitud me enfada todavía más, así que le digo que se vaya a la mierda. Salvo que no sólo digo mierda, sino otras palabras también, y luego casi no logro detenerme, bueno, no puedo detenerme en absoluto, y le grito una y otra vez, así que intenta abrazarme, intenta tomarme del brazo pero yo lo aparto de un empujón y le digo que se marche o le haré daño, y entonces desaparece.

Me tranquilizo después de que se ha alejado. Y luego siento un gran alivio porque estoy solo, y puedo respirar mejor cuando estoy así. Me siento bien un rato y luego, cuando estoy adecuadamente calmado, me odio porque quiero que él toque mi brazo y me cuente su historia. Quiero que hable conmigo, quiero ser normal. Pero no lo soy. No puedo serlo. Y todo es culpa de ella.

Estamos sentados juntos mirando la fogata. Me he repetido que debo hacer un mayor esfuerzo para hablar con Gabriel. Hablar, como una persona normal. Y escuchar también. Pero no se me ocurre nada que decir. Tampoco Gabriel ha hablado mucho. Creo que está molesto por lo de las piedras. No le he contado nada sobre las dos que agregué ayer. No quiero hablarle sobre eso… sobre ellas. Raspo mi plato de peltre aunque sé que ya no queda nada en él. Comimos queso y sopa instantánea; era un caldo insípido, pero algo es algo. Todavía estoy hambriento y sé que Gabriel también lo está. Se ve mortalmente flaco. Demacrado, ésa es la palabra. Alguna vez alguien usó esa palabra conmigo. Recuerdo que también entonces tenía hambre.

—Necesitamos carne —le digo.

—Sí, sería un lindo cambio.

—Mañana pondré unas trampas para conejos.

—¿Quieres que te ayude?

—No.

Guarda silencio, atiza la fogata.

—Lo hago mejor solo —digo.

—Lo sé.

Gabriel atiza la fogata de nuevo y yo vuelvo a mi plato vacío.

Fue Trev quien lo dijo, que me veía demacrado. Intento recordar cuándo, pero no me viene a la mente. Lo recuerdo caminando por la calle en Liverpool, cargando una bolsa de plástico. Luego recuerdo a la chica fain que estaba ahí también y a los Cazadores que me perseguían, y todo parece un mundo distinto en una vida distinta.

Le digo a Gabriel:

—Recuerdo a una chica que conocí en Liverpool. Una fain. Era ruda. Tenía un hermano y él tenía una pistola… y perros. O quizá no era su hermano. No, era otra persona la de los perros. Su hermano tenía una pistola. Ella me lo contó, pero nunca lo vi. En fin, fui a Liverpool para conocer a Trev. Era un tipo raro. Alto y… no sé… callado, y caminaba como si se deslizara por el suelo. Un Brujo Blanco. Pero bueno. Había tomado muestras de mi tatuaje, el de mi tobillo. Sangre, piel y hueso. Intentaba averiguar qué hacían esos tatuajes. En fin, llegaron los Cazadores y huimos, pero se me cayó la bolsa de plástico con las muestras, así que tuve que regresar, y una chica fain las había encontrado. Me las devolvió y después las quemé.

Gabriel me mira, como si esperara que le contara el resto de la historia. No estoy seguro de cuál es el resto de la historia pero entonces lo recuerdo.

—Había dos Cazadores. Casi nos atrapan, a mí y a Trev. Pero la chica, la que tenía el hermano, era parte de una pandilla de fains. Atraparon a los Cazadores en vez de a nosotros. Me fui. No sé qué les hicieron —miro a Gabriel y digo—: entonces nunca se me cruzó por la mente matar a los Cazadores. Ahora no dudaría en hacerlo.

—Ahora estamos en guerra —interviene Gabriel—. Es distinto.

—Sí. Vaya que es distinto.

Y luego agrego:

—Yo era el demacrado entonces, y ahora lo eres tú.

—¿Demacrado?

Y me percato de que no le he dicho por qué comencé la historia, y en realidad los dos estamos demacrados y de todos modos no puedo molestarme en explicarlo, así que continúo.

—No importa —digo.

Nos quedamos mirando la fogata. El único trozo de resplandor en kilómetros a la redonda. El cielo está nublado. No hay luna. Y me pregunto dónde estarán ahora Trev y su amigo Jim. Y luego recuerdo que no fue Trev quien dijo que me veía demacrado, fue Jim.

—Fui a ver a Greatorex —dice Gabriel.

—Sí, lo sé —replico.

Había vuelto con los paquetes de sopa y queso.

Se demora cerca de una hora en ir y otra en volver cuando uno quiere ver a Greatorex. Gabriel debe haber ido cuando yo estaba contando las piedras, y luego recogió la leña. Debo haber estado contando durante horas.

—No hay mucho de lo que informar.

También eso lo sé.

Todos los miembros de la Alianza que sobrevivieron a la batalla permanecen en siete campamentos remotos distribuidos a lo largo de toda Europa. Nosotros estamos en el campamento de Greatorex, un pequeño grupo en Polonia. Pero no confraternizamos con ellos. Me quito del camino de todos. Tengo mi propio campamento. Cada campamento tiene un número. El de Greatorex es el Campamento Tres. Así que supongo que eso convierte al mío en el Campamento Tres B o el Campamento Tres y Medio. En cualquier caso, Greatorex está a cargo del asentamiento, y de la comunicación con el Campamento Uno, el de Celia, pero hasta donde sé no hay mucho que comunicar. Lo único que Greatorex puede hacer es entrenar a los jóvenes brujos que sobrevivieron con ella, con la esperanza de que algún día su entrenamiento rinda fruto.

Observé a los aprendices la última vez que estuve en el Campamento Tres. Me agrada Greatorex pero no los aprendices. Los aprendices no me miran, al menos no cuando yo los miro. Cuando no los observo, siento sus miradas sobre mí, pero cuando los miro de reojo, de repente descubren en el suelo algo sumamente interesante.

Creo que así ocurría con mi padre. Nadie quería mirarlo a los ojos tampoco. Pero antes no solía ocurrir así conmigo. Antes de la BB yo era parte del equipo, del equipo de combatientes, cuando Nesbitt y yo íbamos en conjunto y Gabriel hacía dupla con Sameen, y solíamos entrenar con Greatorex y los demás. Hacíamos un buen equipo todos juntos. Nos reíamos y hacíamos el tonto y peleábamos y comíamos y hablábamos. Extraño esa sensación; ya desapareció y sé que no volverá. Aun así, Greatorex es excelente con su equipo.

—Es buena para entrenarlos —digo.

—¿Te refieres a Greatorex?

—Estamos hablando de ella, ¿no? —y no entiendo por qué me desquito con él.

—Deberías venir al campamento conmigo. A Greatorex le gustaría verte.

—Sí, tal vez.

Pero los dos sabemos que es una negativa.

Ya han transcurrido varias semanas desde que vi a Greatorex, o a alguien más que no fuera Gabriel. De hecho, las últimas personas que vi aparte de Gabriel fueron esas dos Cazadoras a quienes sacrifiqué. Ahora que lo pienso, asesino a la gente con la que me encuentro. Greatorex debería estar agradecida de que me mantenga lejos.

—Quiere jactarse de sus aprendices. Han mejorado.

No sé qué responder. ¿Qué debería decir?: “¿Oh?”, “Bien” o “¿A quién diablos le importa?”. De verdad, no sé qué decir.

Pienso en algo y le pregunto:

—¿Qué día es hoy?

—Me preguntaste lo mismo ayer —responde Gabriel.

—¿Y?

—No lo sé. Se lo iba a preguntar a Greatorex, pero lo olvidé —gira hacia mí y pregunta—: ¿importa?

Niego con la cabeza. No importa en absoluto qué día es hoy, sólo estoy intentando mantener la cabeza despejada, pero cada día se parece al anterior, y sólo han transcurrido semanas que podrían ser meses, y todo se funde en mi memoria. Necesito concentrarme. Ayer asesiné a las dos Cazadoras y después regresé, pero siento como si hubiera pasado más tiempo. Debo volver y revisar los cuerpos. Llegarán más Cazadores en busca de sus colegas. Tal vez podría atrapar a uno e interrogarlo. Quizá sepa algo sobre Annalise. Si es una espía habrá regresado con Soul; tal vez los Cazadores la hayan visto.

Me recuesto y cubro mi rostro con un brazo.

No le he contado a Gabriel de las dos Cazadoras; si lo hago, se lo dirá a Greatorex y ella trasladará el campamento, y antes debo comprobar si siguen allí los cuerpos. Pero primero necesito dormir. Desde que Marcus falleció no he podido reposar. Necesito descansar, luego iré a inspeccionar. O quizá lo deje para otro día. Mañana tal vez explore hacia el sur para ver si hay alguna señal de Annalise, luego regresaré e iré hasta donde están las Cazadoras muertas. También necesito algo de comida. Así que mañana iré al sur y pondré trampas para conejos, y al siguiente día iré a revisar los cuerpos; espero que me tope con algunos vivos también.

Me doy cuenta de que tengo la mirada clavada en el brazo; todavía tengo los ojos abiertos. Debo obligarme a cerrarlos. Debo dormir.

Estamos sentados juntos con las piernas colgadas sobre el afloramiento. Las hojas se agitan con el viento. La pierna bronceada de Annalise está cerca de la mía. Se estira para alcanzar una hoja que va cayendo, la toma y al mismo tiempo se sujeta de mi manga. Se gira hacia mí, sosteniendo la hoja frente a mi rostro, llamando mi atención a la vez que me da un golpecito en la nariz con ella. Sus ojos centellean, y los destellos plateados que despide giran con rapidez. Su piel es suave y aterciopelada y deseo acariciarla. Me inclino hacia delante, pero no puedo moverme: estoy atado a una banca y Wallend se encuentra parado sobre mí, mientras dice: “Quizás esto se sienta un poco extraño”, y coloca el metal contra mi cuello; a continuación estoy de rodillas en el bosque y mi padre yace frente a mí, le mana sangre del vientre. Sostengo el Fairborn y lo siento vibrar como si estuviera vivo y desesperado por concluir su trabajo. Con la mano derecha sujeto el hombro de Marcus, siento su chamarra. Mi padre confirma: “Puedes hacerlo”. Y comenzamos. El primer corte desgarra la camisa y la piel con un fuerte golpe, y luego atravesamos la carne. Después un tercer corte, aún más profundo, rompe las costillas como si fueran de papel. La sangre cubre la piel de Marcus y mis manos; su cuerpo se siente caliente, pero se enfría con rapidez. Percibo el latido de su corazón y me inclino hacia delante. La sangre entra a borbotones en mi boca. Me dan arcadas, pero logro tragar. Doy otra mordida y miro los ojos de mi padre, él me mira mientras su sangre me llena la boca.

Me despierto tosiendo y vomitando y sudando. Gabriel se arrastra hacia mí y me abraza. Y yo lo abrazo. No habla, sólo me abraza y eso me tranquiliza. Nos quedamos así durante un largo rato y finalmente pregunta:

—¿Puedes contarme lo que ocurre en tu sueño?

Pero no quiero pensar en eso. De ninguna manera voy a hablar de ello. Gabriel sabe lo que hice, lo que tuve que hacer para recibir los Dones de mi padre. Gabriel me vio cubierto de sangre, gracias al cielo que no me vio hacerlo. Piensa que si hablo de ello podría sentirme mejor, sin embargo hablar no va a cambiar nada y lo único que sucederá es que sabrá lo asqueroso que fue y…

—Nathan, habla conmigo, por favor. Fue un sueño, ¿verdad? Me dirías si hubieras tenido otra visión, ¿no es así?

Lo aparto de un empujón. Me fastidia haberle contado que he comenzado a tener visiones.

PRÁCTICA

Es de mañana. Troto de vuelta a mi campamento. Ya no me siento tan mal. Corrí durante un largo rato: varias horas en la oscuridad, justo después de que Gabriel me despertara del sueño y comenzara a fastidiarme con el tema de las visiones. Correr me ayuda. Cuando corro me concentro en el bosque, los árboles, el suelo, y puedo pensar mejor. Y practicar mis Dones.

Me vuelvo invisible. Es lo que me sale mejor, pero he tenido que esforzarme. Debo pensar en ser transparente, en ser aire. Inhalo y me permito convertirme en aire. Una vez que lo logro puedo permanecer así si me concentro en la respiración.

Y también puedo lanzar rayos con las manos. Para eso necesito batir las palmas, como si golpeara piedras para generar una chispa. La primera vez eso fue lo único que sucedió, pero ahora puedo desencadenar rayos que alcanzan hasta diez metros.

Aprendí recientemente a lanzar llamas por la boca. Chasqueo la lengua contra el paladar levemente y suelto una exhalación. No es un arma mortal ni tampoco puedo lanzar las llamas mientras pienso en ser aire y permanecer invisible. Pero aun así es un buen Don.

Practico mis nuevos Dones a diario, y diariamente intento encontrar los otros Dones que poseía mi padre. Era capaz de mover objetos con la mente, cambiar su apariencia como lo puede hacer Gabriel, hacer que las plantas crecieran o murieran, curar a los demás, contorsionar objetos de metal y crear pasadizos. Todos ellos son grandes Dones, pero el mejor es el de detener el tiempo. Estoy seguro de que ahora también poseo esos Dones. Lo lógico es pensar que si recibí uno entonces recibí todos, pero no he podido encontrar el modo de acceder a ellos. Antes de que él muriera, vi cómo mi padre detenía el tiempo y he trabajado más en ese Don que en ningún otro, pero no ha sucedido nada. Es el que más anhelo. ¡Sólo imagino lo que haría con él! Pero no he podido encontrarlo. Y por supuesto, el Don que no quiero, el de las visiones del futuro, es el que viene a mí de todos modos, me guste o no.

Tener visiones es más una maldición que un Don. Me arruinaron la vida. Estropearon la relación con mi padre, estropearon todo. Me pregunto si mi vida habría sido distinta si él no hubiera tenido la visión de que yo lo mataría. Que finalmente se volvió realidad aunque me evitara durante los primeros diecisiete años de mi vida. Lo único que significó fue que pasé mi niñez sin estar a su lado, sin conocerlo, siendo prisionero de los Brujos Blancos. Luego, cuando logré escapar y nos reunimos, esa visión se materializó a los pocos meses. Si no hubiera tenido esa visión, creo que no me hubiera dejado con Abu, habría querido que permaneciera con él. Transcurrieron diecisiete años de separación sólo por una visión. Aún más extraño es pensar que si mi padre no me hubiera dicho que me comería su corazón y que recibiría sus Dones, no habría sucedido así.

Las visiones no son como los sueños. En principio sólo ocurren cuando estoy despierto, y llegan como una nube que trae consigo una sensación de escalofrío y vuelve más opacas las cosas, y, aunque sé lo que va a ocurrir tengo la misma probabilidad de detenerla como de evitar que una nube oscurezca el sol.

Y, claro, una vez que has recibido una visión no puedes librarte de ella, no puedes olvidarla.

Mi visión se ha repetido seis o siete veces, y en cada ocasión se añade un detalle más. En ella estoy parado en el lindero de un bosque, con los árboles detrás y una pradera que se extiende al frente, y el sol está bajo en el cielo. La luz es dorada y todo es hermoso y tranquilo; volteo a ver a Gabriel que está de pie entre los árboles y gesticula para que me acerque, contemplo la pradera por última vez y volteo de nuevo hacia Gabriel y empiezo a volar hacia atrás.

Ésa fue mi primera visión y se la conté a Gabriel. Pero desde entonces he visto más elementos: hay una figura oscura que se aleja por entre los árboles. Gabriel tiene un arma en la mano. Vuelo hacia atrás y floto, de pronto caigo de espaldas, logro ver el cielo y las copas de los árboles, y siento un dolor en el estómago; entonces sé que me dispararon y todo se vuelve negro. Ése es el final de la visión.

Dura alrededor de dos minutos y siempre termino sudando, con el estómago ardiendo y acalambrado. Sé que la visión es importante, de lo contrario no la tendría y, seamos realistas, que te disparen nunca es algo bueno. No logro entenderlo. ¿Por qué me conduce Gabriel hacia alguien que va a dispararme? Luego viene la peor pregunta de todas, la que evito pensar: ¿es Gabriel quien me dispara? Pero sé que nunca lo haría —sé que me ama—, sólo es una muestra de lo complejas que son las visiones. Comienzas a creer en ellas en lugar de creer en lo que sabes.

De vuelta al campamento me recuesto junto a la fogata. No estoy seguro de por qué volví. Mi idea era ir hacia el sur y poner trampas para los conejos, pero justamente ahora que regreso al campamento se me ocurre recordarlo.

—Has estado lejos mucho tiempo. ¿Acaso estabas perdido? —pregunta Gabriel, mientras se acerca a mí.

Él y su maldita contraseña.

—Te equivocaste. Se supone que debes decir: “Has estado fuera mucho tiempo. ¿Acaso estabas perdido?”, y sólo han sido algunas horas, así que toda esta historia es una tontería —le digo.

—Trato de atenerme a la intención original, más que a la literalidad de las palabras.

—Aun así, si yo fuera un Cazador ya estarías muerto.

—Y te esfuerzas por hacer ver que eso es preferible.

Lo maldigo.

Arrastra los pies, levantando un poco de tierra. Saco el Fairborn y mi piedra para afilar y me pongo a trabajar en él.

—¿Estás haciendo eso por algún motivo? —pregunta Gabriel, mientras se acerca a mí.

—Pensaba echar un vistazo. Revisar unas cosas.

—Y yo pensaba que irías a poner trampas para conejos.

—Me siento con suerte. Podría encontrarme también con algunos Cazadores —le dirijo una mirada.

Sé que había dicho que hoy pondría las trampas y revisaría los cuerpos de las Cazadoras mañana, pero cambié de parecer. Quiero regresar al lugar donde estaban los cadáveres para ver si han aparecido más Cazadores.

—Necesitamos comida. Dijiste que pondrías trampas.

—También las pondré.

—¿Sí? ¿De veras? ¿O te irás varios días y me dejarás sin saber si estás vivo o muerto?

Continúo afilando el cuchillo.

—Háblame, Nathan, por favor —dice Gabriel mientras estira su brazo para tocar el mío.

Dejo de afilar y lo miro a los ojos.

—Ya te lo dije: haré las dos cosas.

—¿Por qué no me dices lo que de verdad está pasando? —sacude la cabeza.

—Ya sabes lo que está pasando, Gabriel. Estoy intentando encontrar a la bruja que asesinó a mi padre. Ella sólo desapareció. Lo bueno es que al buscarla estoy encontrando Cazadores. Hay muchos por estos lugares. Es un país vasto, pero me encuentro con ellos y les doy su merecido.

—¿De verdad crees que podrás matarlos a todos?

Es una pregunta legítima, pero creo que la hace para poner a prueba mi cordura más que mi capacidad.

—Mi padre pensaba que así sería —le sonrío y trato de parecer lo más loco posible.

Gabriel niega con la cabeza y me da la espalda, mientras murmura:

—A veces pienso que tienes deseos suicidas.

A veces yo también me lo cuestiono, pero cuando peleo estoy absolutamente seguro de que no es así. Es entonces cuando me desespera seguir vivo.

—Arriesgas tu vida con cada ataque. Pueden matarte, Nathan —prosigue Gabriel.

—Tengo el Don de la invisibilidad. No saben que estoy allí hasta que es demasiado tarde.

—Aun así pueden acabar contigo. Con las balas que vuelan por todos lados, es un milagro que aún no haya pasado. Casi mueres por la bala de un Cazador en Ginebra. El veneno por poco te mata. Una herida…

—Tengo cuidado. Y soy mejor que ellos, mucho mejor.

—También ellos pueden volverse invisibles. Todavía pueden…

—Te dije que tengo cuidado.

Gabriel frunce el entrecejo.

—No se trata sólo de ti. Tus ataques atraen a más Cazadores hacia nuestra dirección, los guían cada vez más cerca de nosotros y de Greatorex, y nos pones en riesgo.

—Greatorex y su pandilla entrenan para cuando llegue ese día, aunque hasta donde recuerdo, las últimas dos veces que mudamos el campamento no hubo una sola confrontación y soy el único que ha asesinado a alguien, soy yo quien tiene sangre en las manos. Es como si ese grupo únicamente quisiera entrenar y esconderse y…

—Sabes que eso no es cierto.

—Tampoco es cierto para mí.

Paso el dedo por la hoja del Fairborn y me hago un corte. Me chupo la sangre y luego curo la herida antes de meter la piedra para afilar en mi mochila y el Fairborn en su funda.

—Nathan, que elimines a unos cuantos Cazadores más no cambiará la guerra, no cambiará nada.

—Diles eso mientras les arranco las entrañas.

—Sabes tan bien como yo que la mayoría de ellos son jóvenes. Los manipulan para que luchen por la causa de Soul. La guerra no es contra ellos, es contra Soul. Él dirige el Consejo de Brujos Blancos; él utiliza a Wallend para concebir su perversa magia. Son ellos dos contra los que deberías estar luchando. Ellos comenzaron la guerra, y sólo al matarlos ésta culminará.

—Bueno, más temprano que tarde lidiaré con ellos. Imagina que estos ataques son en realidad una práctica. Cuando haya dominado todos los Dones de mi padre estaré listo para enfrentarme a Soul.

—Y mientras tanto practicas asesinando a jovencitos.

Me vuelvo invisible, extraigo el Fairborn de su funda y reaparezco tocando con la punta del cuchillo el cuello de Gabriel.

—Son Cazadores, Gabriel. Están en el bando de Soul para perseguirnos y aniquilarnos, pero mi intención es perseguirlos y aniquilarlos a ellos. Y si tengo que hacerlo, asesinaré a todos: jóvenes y viejos, reclutas y veteranos. Ellos se alistaron, tomaron su decisión. Y yo estoy tomando la mía.

Gabriel golpea mi brazo con fuerza, alejando el Fairborn de su cuello.

—No me apuntes con esa cosa. No soy tu enemigo, Nathan.

Lo insulto.

—¿Sólo sirves para eso? —Gabriel da un paso atrás sobre la pila de cincuenta y dos piedras—. ¿Para maldecir y matar? —baja la mirada hacia ellas—: ¿cuántas más quieres, Nathan? ¿Deseas toda una montaña? —las patea—. ¿Te hará sentir mejor? ¿Te ayudará a dormir por las noches?

—Saber que hay unos cuantos Cazadores menos me hace sentir mejor. En cuanto a ayudarme a dormir por las noches, hay que aceptarlo: eso no puede empeorar.

Me aseguro también de lanzar todos los insultos que me vienen a la cabeza.

Levanto la mochila y Gabriel extiende la mano para tocarme el brazo, pero me lo quito de encima y salgo del campamento trotando rápidamente. No miro hacia atrás.

UNA TRAMPA BÁSICA

Esta vez, mientras corro, pienso en Annalise. Imagino que la estoy persiguiendo de cerca. Puedo correr durante horas sin parar, pero cuando me concentro en ella, el tiempo transcurre aún más rápido. Sin embargo, no puedo detenerme en hacerlo. Debo ser estricto conmigo mismo: tengo que enfocarme en dar caza a los Cazadores. Gabriel tiene razón en algo: es peligroso y no importa cuán bueno sea yo, ellos pueden tener suerte. Para conservar la fortuna de mi lado debo progresar. Debo volverme mejor, más veloz, más fuerte. Debo averiguar en qué soy débil. Celia me enseñó eso: Aprende de tus errores, pero ten en cuenta que tus enemigos aprenderán de los suyos. Así que cada vez que ataco a un grupo de Cazadores, aprendo y afino el control de mis nuevos Dones.

Debo seguir practicando y ahora mismo lo hago mientras corro: me vuelvo invisible; lanzo rayos de la mano izquierda y luego de la derecha; arrojo una columna de fuego por la boca. Hasta ahora el único Don de mi padre que he usado en combate real es el de la invisibilidad, pero aun así, la última vez me rozó una bala. No le conté eso a Gabriel. Tardé varias horas en extraer el veneno de la herida de la piel. Pero aprendí de la experiencia, Celia estaría contenta. En ese momento fui muy lento. Me quedé en el mismo lugar medio segundo más. No volverá a pasar y ahora estoy listo para usar los rayos mientras permanezco invisible y no tenga que acercarme. Esto revelaría mi posición, así que debo lanzarlos y seguir moviéndome. Arrojo uno de la mano izquierda, luego me tiro al suelo y giro a la derecha, disparando otro de la mano derecha mientras avanzo.

Y lo hago otra vez. Más rápido y con más fuerza.

Y una vez más.

Me sigo moviendo hasta que anochece y luego acampo junto a un arroyo para descansar. Tengo hambre. Anoche vomité la sopa y el queso y no he comido nada desde entonces. Pero antes de pensar en alimentos, necesito hacer una cosa más: intentar detener el tiempo, otra vez. Lo repaso mentalmente, recuerdo cómo Marcus movía sus manos en círculo, frotando las palmas. Procuro imitar la misma técnica y pienso en desacelerar lo que me rodea, imagino que se detiene todo. El bosque está en calma y aguanto la respiración, preguntándome si lo he logrado. Pero sé que no es así; la quietud es distinta cuando el tiempo se detiene. Desearía preguntar a mi padre cómo liberar ese Don. Desearía preguntarle tantas cosas. Sobre todo anhelo que hubiésemos tenido más tiempo juntos.

Llevo puesto el anillo de oro que me dio, lo aprieto contra mis labios y lo beso. El tiempo que compartimos juntos, aunque breve, fue increíble. Aprendí mucho al emular a mi padre. Me transformé en águila, y volamos y cazamos juntos. Esos días fueron preciosos. Al estar sentado en su compañía, en silencio, sentí que lo conocía y que él me conocía a mí.

Intento detener el tiempo una vez más, pero nada pasa y necesito comer. Tengo que transformarme en animal. Por lo menos ese Don, mi propio Don, sí surge ahora de manera natural, aunque no lo emplee con frecuencia. Ya no le tengo miedo, pero sé que me lleva a otros ámbitos. Al animal no le importan las cuestiones humanas, ya sea Annalise o mi padre. Recuerdo que cuando empezaba a aprender a transformarme le gritaba, esperando que me escuchara, que me entendiera. En realidad, yo necesitaba escucharlo, entenderlo. Ahora respeto a mi animal, a mi otro yo. Es brutal y rápido y salvaje, pero está en paz con el mundo.

No tengo que quitarme la ropa antes de transformarme. Me pongo de pie, respiro, me imagino al lobo y…

Nosotros —mi animal y yo— atrapamos un tejón. Una buena comida. Y ya he disfrutado unas cuatro horas de descanso reparador. Sin sueños. En este momento estoy paseando como humano, practico mis Dones de nuevo y me siento bien, reconozco mi velocidad. Cuando llego al lugar donde aniquilé a las dos Cazadoras ya ha caído la tarde. Aminoro la velocidad mientras me acerco al claro y lo rodeo.

El terreno es uniforme. Los árboles son maduros y la tierra se encuentra limpia. El claro es natural; un árbol grande cayó y se llevó consigo a otro par, y quedan tres grandes troncos que atraviesan el suelo. Tal vez se derrumbaron durante el otoño, y ahora que es invierno el área parece más abierta e iluminada, pero también más fría. Los cuerpos de las Cazadoras desaparecieron.

Aún no entro al claro. Lo rodeo y me estrecho al linde, manteniendo a los árboles como guardianes, por las dudas. Doy vueltas y vueltas alrededor del claro y no encuentro nada. Casi tengo la certeza de estar solo. Noventa y cinco por ciento seguro.

Ahora avanzo lentamente, agazapado y en silencio, hasta donde yacen los cuerpos. Se ven muchas pisadas, y no de las Cazadoras muertas sino de unas vivas, según creo, y las marcas llevan al norte, fuera del claro. Se llevaron los cuerpos. Al revisar las huellas calculo que estuvieron ahí más de dos Cazadoras y menos de ocho, entre cuatro o seis, ya que sólo actúan en pareja. Como en realidad no soy capaz de descifrar bien las huellas, sólo es una estimación. Pero si las Cazadoras sólo tienen tres días muertas considero que se llevaron sus cuerpos recientemente. Muy recientemente.

Trato de seguir el rastro pero lo pierdo y debo volver sobre mis pasos e intentarlo de nuevo. Esta vez veo otra huella sobre una pisada de bota. Ésta es distinta: parece de un zapato deportivo, en definitiva no se trata de una bota de Cazadora. Mi ritmo cardiaco se acelera.

¿Annalise?

Es una idea estúpida, ¿por qué estaría aquí? Las posibilidades de que sea ella son mínimas.

Pero aun así, mínimo es más que nada.

Sigo las huellas de las Cazadoras, echo un vistazo más atento en el bosque, y a una distancia corta veo de nuevo las huellas de los zapatos deportivos. Las sigo pero es un proceso lento. No puedo hacerlo rápidamente por si se me escapa algo, y no hay un sendero obvio. Sonará poco creíble, pero desearía tener a Nesbitt conmigo. Es el mejor rastreador de la Alianza, sin embargo nunca está cuando lo necesito.

Sigo el rastro por el bosque durante toda la tarde, hasta que empieza el ocaso. Está demasiado oscuro como para apreciar las huellas, pero no es necesario. Desde la cima de una suave cuesta con vista al siguiente valle, diviso algo mejor: una delgada línea de humo que se eleva entre las copas de los árboles.

Deben haberse relajado para encender una fogata.

O es una trampa.

Escucho la voz de Celia dentro de mi cabeza: Los Cazadores no se revelan tan cerca de un lugar donde perdieron a dos de los suyos.

No estoy seguro de cuántos Cazadores haya. Ellos pueden volverse invisibles gracias a la magia de Wallend. Usaron su invisibilidad en la BB, y muchos de los que he atrapado desde entonces gozan de esa habilidad. Pero yo también la poseo. Y quiero entrar al campamento. Hay alguien con ellos. Estoy convencido de ello. Tal vez sea Annalise. Es probable que no sean más de seis. Y sé que con seis puedo.

Seis más Annalise. Si la encontraron, la llevarán de vuelta como prisionera. O quizá no. Quizá sea una heroína para ellos: le disparó a Marcus, y tal vez Gabriel tenga razón acerca de que todo el tiempo fue su espía. Quizá fue ella quien informó a los Cazadores sobre el departamento en Ginebra y el pasadizo que conducía a la cabaña de Mercury.

Tengo que observar más de cerca.

Serpenteo lenta y silenciosamente por entre los árboles del valle. El suelo está desnudo en algunas partes, pero en otras hay algunos árboles y los arbustos espinosos bloquean el camino. Ya oscureció cuando logro abrirme paso entre ellos, y el siseo distante de los teléfonos dentro de mi cabeza se hace cada vez más fuerte, así que me vuelvo invisible y avanzo en silencio.

Veo a la primera Cazadora que está haciendo guardia. La observo durante uno o dos minutos. Permanece en su posición con la mirada puesta en el bosque.

Si hay seis Cazadores, supongo que habrá dos de guardia mientras los otros descansan, comen, o quizá ya duermen.

Retrocedo y doy vueltas para localizar a la otra guardia. Está al borde de un pequeño claro. Dos guardias, como pensaba. Doy un rodeo para alcanzar a la primera Cazadora y detecto el siseo de un teléfono móvil. ¡Una tercera! Pero no puedo verla, está invisible.

De modo que hay tres guardias. No he dado la vuelta completa al campamento, y cuando lo hago, adivinen qué, descubro otro siseo de otra guardia invisible. Cuatro.

Paso junto a ella y regreso a donde se encuentra la primera Cazadora, una de las visibles. Encuentro un buen lugar para atisbar y me vuelvo visible. Alrededor de una hora después, escucho pasos: una quinta Cazadora se acerca por atrás de la primera. Es alguien mayor. Se aproxima hasta la primera Cazadora y le dice algunas palabras. La más joven asiente y regresa al campamento. No logro ver las llamas ni el humo de la fogata, pero calculo que el campamento está a unos treinta metros más adelante. La Cazadora mayor se ve relajada sin parecer ociosa, como si hubiera hecho guardia miles de veces antes. Estamos en mitad de la noche y es probable que se encuentre cansada, pero aun así echa un vistazo a su alrededor; parece mirarme y el corazón se me acelera, mientras la adrenalina comienza a hacer efecto. ¿Me ha localizado?

Permanezco quieto. No creo que me haya visto. No he hecho nada que me delate. He estado sentado atrás, bien escondido, aunque no invisible. Debo quedarme quieto. Cualquier movimiento la alertará. Incluso volverme invisible ahora podría modificar una sombra.

Mi respiración resuena y me obligo a calmarla.

Espero.

Ella desvía la mirada. Sigue observando la zona lenta y cuidadosamente, pero no me ha visto. Ha sido casualidad que dirigiera su mirada hacia mí.

Tengo que resolver qué hacer. Hay cuatro guardias. Eso significa que hay por lo menos seis Cazadores, pero probablemente sean más. Saben que alguien mató a sus dos amigas. Por las huellas sabrán que el asesino actuaba en solitario, que las asesinó con un cuchillo. ¿Sabrán que fui yo? Estoy seguro de que Celia se estaría dando golpes en la frente, diciéndome: ¡Por supuesto que saben que fuiste tú!

Y eso supone que esperarán mi regreso. Así que es una trampa. Otra vez escucho dentro de mi cabeza a Celia: ¡¿Estás idiota?! Dos visibles, dos invisibles. Quieren que pienses que son menos.

Es una trampa bastante básica, pero una trampa, sin duda. Lo único que no han notado es que puedo percibir sus teléfonos.

¿Qué es lo que conocen de mí? Saben que me comí el corazón de mi padre; tienen su cuerpo, así que ya se habrán dado cuenta de que poseo sus Dones. Saben cuáles eran, claro, pero ignoran cuáles domino. Quizá conjeturan que no los domino todos, pero tal vez piensan que lo haré con un poco más de tiempo, por lo que es mejor que me atrapen lo antes posible. Obviamente, preferirían asesinarme que atraparme. Esto es, en definitiva, una trampa.

¿Y la otra persona que está ahí dentro? ¿Será Annalise? Podrían saber que la quiero. Podrían creer que deseo rescatarla. Tal vez la atraparon tras la batalla.

Si es una trampa, debería irme. Pero si Annalise está con ellos…

Llevo meses buscándola. No puedo perder esta oportunidad.

Así que mis opciones son:

Opción uno: irme. Regresar y decirle a Greatorex y a su pequeño equipo qué es lo que sucede aquí, y que por una vez hagan buen uso de su entrenamiento. Si nos esforzamos, tardaríamos dos días en llegar aquí. Es una posibilidad. Pero también existe la posibilidad de que para entonces los Cazadores se hayan ido y Annalise, si se trata de ella, también. Por otro lado, Greatorex podría negarse a venir. Probablemente diría que no vale la pena correr el riesgo y simplemente mudaría el campamento otra vez.

Opción dos: explorar el campamento, sin atacar. Comprobar si es Annalise quien está ahí. Es una buena opción. Puedo permanecer invisible el tiempo suficiente como para pasar entre los guardias y entrar al campamento y salir, si es necesario. Si no se trata de Annalise, puedo ir por Greatorex. O simplemente irme. Si es Annalise…

Opción tres: atacar. Nunca he atacado a más de cuatro Cazadores en grupo. Podrán volverse invisibles, pero no les gusta hacerlo cuando pelean de cerca, pues tal vez se dispararían entre ellos. Siempre podría aniquilar a unos cuantos y escapar. Si son demasiados, correría y dejaría que me alcanzaran para después acabar con ellos uno por uno. Una sola vez una chica fue lo suficientemente veloz como para mantener mi paso. Pero si esto es en efecto una trampa, seguramente ellas son Cazadoras con Dones poderosos que pueden usar en mi contra, y no tengo manera de saber cuáles son. El Don al que más temo es el de Celia: ese ruido ensordecedor y agudo. Me incapacita, me vuelve vulnerable y no estoy seguro de quedarme invisible en caso de enfrentarlo.

Por lo tanto, atacar es una locura, explorar es arriesgado, irme es la única opción sensata.

No se piense más. Lo he decidido. Voy a atacar.