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Primera edición: marzo de 2017

© Carlos Tablada Pérez, 2017

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Del debate de ayer al debate de mañana

Prólogo a la 29.ª edición

Aurelio Alonso*


Éste es un libro con una historia propia y larga, que antecede incluso a 1987, el año de su primera edición. Una historia de la cual por momentos he sido un testigo cercano, y que merece ser conocida para valorar la obra en su justa medida.

El joven profesor de Historia del Pensamiento Marxista del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, Carlos Tablada, comenzaba en junio de 1969 el estudio sistemático de la obra económica y, de manera más general, de la concepción del socialismo en el Che. Tablada se había iniciado ya en la ensayística con la publicación del resultado de sus estudios sobre la formación de la socialdemocracia europea. Este primer trabajo se inscribía con coherencia en las proyecciones críticas del manualismo dominante en la filosofía soviética que se desarrollaron en aquel colectivo desde mediados de los años sesenta. Del análisis de la bifurcación entre «ortodoxos» y «revisionistas» que tuvo lugar en la última década del siglo xix, Tablada concluía que «el marxismo en manos de los ortodoxos perdió su carácter revolucionario», y que «tanto los ortodoxos como los revisionistas, desde un inicio, marchaban hacia la derecha...».1

1* Aurelio Alonso Tejada (La Habana, 1939). Licenciado en Sociología por la Universidad de La Habana, fundador del Departamento de Filosofía y profesor de cursos regulares y docencia posgraduada de Materialismo Dialéctico e Histórico, Historia del Pensamiento Marxista, Historia de la Filosofía e Historia de la Ciencia en la universidad homónima. Fue director de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí. Ha sido investigador del Centro de Estudios sobre América y del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, así como agregado cultural en la Embajada de Cuba en Francia. Subdirector de la revista Casa de la Casa de las Américas. Es miembro del Consejo Asesor de la Editorial de Ciencias Sociales del Instituto Cubano del Libro y del Comité de Redacción de la revista Alternatives Sud, publicada en Bélgica. Entre sus numerosos escritos, destacan los volúmenes Iglesia y política en la Cuba revolucionaria (1998), Cuba: quelle transition? (2001), El laberinto tras la caída del Muro (2006) y La guerra de la paz (2011). Desde el año 2006 y hasta la actualidad, es investigador y subdirector de la revista Casa de las Américas. En el 2013 recibió el Premio Nacional de Ciencias Sociales, 2014. Datos actualizados para la presente edición (N. de la E.).

Véase Carlos Tablada: «Marxismo y II Internacional», en Pensamiento Crítico, N.º 44, La Habana, septiembre de 1970.

En 1971, Tablada, como el resto de sus compañeros, se vio obligado a emigrar del quehacer filosófico y de la docencia universitaria hacia otros oficios. Y a contemplar desde fuera cómo la enseñanza del marxismo se homogeneizaba dentro de los patrones soviéticos. Tablada pasó entonces al mundo de la gerencia empresarial socialista, pero no abandonó su proyecto ni su vocación hacia el ejercicio del pensamiento.

Con esto quiero destacar que, paralelamente al empleo por el cual respondía y del cual vivía, mantuvo los estudios sobre el Che en la medida y al ritmo que su tiempo le permitió, pacientemente, con mucho rigor, y sin las premuras de los compromisos editoriales o de cualquier tipo de fechas de cumplimiento. Lo hizo, además, en una etapa del proceso socialista cubano en la cual las propuestas económicas de Che Guevara habían sido abandonadas, y se implantaba el Sistema de Planificación y Dirección de la Economía (SPDE), diseñado en la primera mitad de los setenta y puesto en vigor en 1976. Este sistema aseguraba las afinidades requeridas por el modelo soviético y la articulación de la Isla al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), esqueleto de lo que la semántica occidental identificaba como el Bloque del Este, y la nuestra como Campo Socialista.

Desde 1970, la referencia económica al Che desapareció casi del todo en el mundo académico cubano, y el recuerdo de su paso por la historia se centraba en el legado ético y político de su proyección de largo alcance, y en el significado de su inmolación como revolucionario internacionalista, que dimensiona su memoria más allá de las fronteras de nuestra nación. Pero quedaba atrás el dato de que, en el corto y fructífero período de su vida en que le tocó participar en lo que solemos denominar la «construcción socialista», se introdujo con una excepcional lucidez en los problemas no resueltos del socialismo e ideó, ensayó y defendió concepciones, fórmulas y puntos de vista orientados a corregir estos defectos.

La polémica sobre la economía socialista ya recorría Europa y América Latina, con o sin la experiencia cubana, y abarcaba diversos temas objeto de debate, entre ellos la confrontación en torno a numerosos aspectos del llamado sistema de «cálculo económico» mediante el cual era conducida la economía soviética. Sistema que, en el plano histórico, y en aspectos esenciales, ha sido considerado heredero de la Nueva Política Económica (NEP) implantada por Lenin, con una definida visión de retroceso momentáneo del proyecto socialista, necesario para activar la joven economía del Estado soviético. Tablada dedica el capítulo tercero de su ensayo precisamente a un análisis pormenorizado de las posiciones del Che sobre la NEP.2

2 Éste es un tema que retomará posteriormente un colaborador muy cercano del Che, Orlando Borrego, en su ensayo «El Che y el Socialismo», publicado en la compilación Pensar al Che, tomo II, La Habana, Centro de Estudios sobre América, 1989.

Con la articulación de su Sistema Presupuestario de Financiamiento (SPF) –también con antecedentes en los tempranos debates de los bolcheviques en el poder–, que se orientaba a erradicar las relaciones mercantiles entre las empresas de una economía fuertemente centralizada en manos del Estado, y que comenzó a implementar en el ámbito de la industria y de la banca, el Che rompía con los esquemas que se habían consagrado en las experiencias socialistas del Este. Los argumentos de Guevara se insertaron también en el debate internacional de su época, y le hicieron merecedor de un definido respeto entre los economistas marxistas más destacados de entonces.

El exponente más relevante dentro del socialismo cubano de las fórmulas socialistas consagradas, Carlos Rafael Rodríguez, no aparece discutiendo públicamente en la época con el Che, a pesar de que criticaba la «agricultura de centralismo burocrático» y los desastres a que había dado lugar, y de que sus posiciones fueron harto conocidas –y explícitas– en las esferas del Gobierno. Era, incuestionablemente, la figura reconocida en la otra posición: posiciones a las que, en el lenguaje común, se referían a veces como «la de Carlos Rafael» y «la del Che». Aun cuando debamos admitir que esta polémica se dio siempre para él como un simple balance de acuerdos y desacuerdos, de convergencias y divergencias en torno a temas que a su entender no alteraban lo esencial. No como una confrontación de tendencias, como proyecciones enfrentadas.

La única reflexión que recuerdo haber leído de su pluma sobre aquella polémica, muchos años después, fue una conferencia dictada en el Ministerio de la Industria Básica, en 1987, en ocasión del vigésimo aniversario de la caída del Che en Bolivia.3 Allí Carlos Rafael –después de un explícito reconocimiento del libro que hoy prologamos, que acababa de ver la luz– admite que «con la distancia del tiempo el sistema presupuestario aparece como una contribución de excepcional valor», y que «se acerca más a lo que tiene que ser la sociedad en el futuro, pero esto es sólo una hipótesis, y se refiere a un futuro bastante lejano».

3 «Pero hace unos días recordé que, entre los trabajos que había recibido recientemente y que, como muchos, no he tenido la oportunidad de leer hasta ahora, estaba el Premio Casa de las Américas –otorgado este año a un libro que yo me había asomado a él sin penetrar mucho su contenido, de un joven estudioso cubano, Carlos Tablada, sobre el Che. Me pareció interesante ver si aquel libro me ayudaba, y puedo confesarles que me siento tributario en esta tarde de ese libro porque sin él no habría podido llegar aquí…» Carlos Rafael Rodríguez: «Sobre la contribución del Che al desarrollo de la economía cubana», en Cuba Socialista, n.º 33, La Habana, mayo-junio de 1988.

Las diferencias que provocaron la polémica pueden ser caracterizadas brevemente cuando afirma que «las condiciones históricas de nuestro país nos obligan a cosas tan sencillas, por ejemplo –y rechazadas por el Che–, como admitir la categoría de mercancía para las relaciones interempresariales», y advierte a renglón seguido que «cuando aceptamos la vigencia de la mercancía, no aceptamos la vigencia principal del mercado [...] como organizador de la economía nacional».

A mi juicio, el modo en que se enfoca el problema aquí tendría que considerarse sensato, difícil de refutar si todo pudiera reducirse al ángulo técnico-económico de la cuestión. En definitiva, hoy volvemos a girar en torno al dilema entre la asimilación del mercado y el rechazo de su rectoría, lo cual parecería una paradoja. Y es, sin duda, un problema crítico, un problema no resuelto para la edificación de la economía socialista, y en consecuencia para la legitimación de paradigmas y de teorizaciones. Pero ni siquiera era el ángulo técnico-económico el que radicaba en el centro de la preocupación del Che: «El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria, pero al mismo tiempo luchamos contra la alienación», le respondía en una entrevista a una publicación francesa en 1963.4

4 Véase L’Express, París, 25 de julio de 1963.

Es tal vez por lo que abarca la mirada que se esconde en esta afirmación que Carlos Rafael aprecia que el Che «se dejó llevar por la idea [...] de que, en el tránsito político de nuestra imperfecta sociedad socialista [...], era susceptible llegar en un breve plazo a la sociedad comunista desde el punto de vista de la conciencia...»,5 de la cual discrepa explícitamente.

5 Carlos Rafael Rodríguez, op. cit.

La salida de Carlos Rafael Rodríguez de la presidencia del Instituto Nacional de la Reforma Agraria (INRA) hacia 1966 puede ser erróneamente identificada con una adopción a escala nacional de la propuesta del Che, que en aquel tiempo había decidido ya llevar a la práctica sus propósitos de retomar la crítica de las armas a escala continental. Probablemente esto haya incidido en que muchos identifiquen el fenómeno de voluntarismo y dispersión gestionaria –que dominó la economía del país en la segunda mitad de la década– con las ideas de Guevara.6 En esta confusión se han dado a veces la mano la ignorancia y las malas intenciones. Como sucede también en lo relativo a sus relaciones personales con Fidel Castro, incuestionablemente ejemplares y exentas de sombras de tipo alguno.

6 Es un malentendido que sigue dándose incluso en estudios pormenorizados sobre el período.

Rodríguez no pasa por alto esta distorsión:

Una de las más grandes herejías que se cometió en este país fue suponer que lo que estábamos haciendo entre 1967 y 1970, el descontrol económico que prevaleció, podía realizarse, como lo hicieron algunos, bajo la invocación del Che Guevara.7

7 Carlos Rafael Rodríguez, op. cit.

En realidad, los patrones de conducción económica en la segunda mitad de los sesenta no respondían a ninguna de las dos variantes organizativas que habían estado en debate, a pesar de que era habitual recurrir a los enunciados de naturaleza ética del Che, acerca de la estimulación del trabajo, la solidaridad, el rechazo de la ley del valor, el significado del dinero, etcétera.

Sin embargo, lo que ocurrió al final de los sesenta no tenía que ver con la conducción de la economía a partir del Plan, y era el Plan, como instrumento esencial e imprescindible, lo que estaba realmente en el núcleo del modelo que el Che propugnaba. También en el de los defensores del cálculo económico, justo es reconocerlo, más allá del énfasis autogestionario. «Sin planificación, no puede haber socialismo», y eso es «algo en lo que coinciden los dos sistemas».8

8 Ibídem.

No es mi intención aquí avanzar por los temas del debate –no vuelvo ahora a la polémica, que sin embargo queda siempre pendiente–, sino ponerme en condiciones de añadir, simplemente, que Tablada sometió toda la documentación disponible, que era ya mucha, a un escrutinio muy serio, e imbuido, además, de una definida identificación con las propuestas y el estilo de pensamiento guevarianos. El resultado del trabajo de tantos años sobre un tema que nadie había tenido la audacia de abordar así, en aquel tiempo, fue plasmado en este ensayo, no por gusto editado tantas veces, y que siempre va a ser una pieza imprescindible para adentrarnos en las honduras polémicas de la historia del socialismo cubano, y principalmente de lo que Cuba habrá aportado a la larga al socialismo.

A mi juicio, lo que interesa hoy del SPF no es tanto el instrumental de aplicación, sino su mérito de creatividad ante la diáfana comprensión de que las cosas no marchaban como debían en el que se suponía que era el corazón del socialismo mundial. La aproximación a lo que constituyó en su época la semilla de una fórmula alternativa propia, partiendo de las características socioeconómicas del país y de la experiencia particular de transformación revolucionaria, y no de la asimilación de caminos trillados. El Che admitía incluso la posibilidad de que su propuesta no tuviera éxito, y de que fuera preciso recurrir a los caminos ya transitados. De hecho, en ese reconocimiento se apoyó precisamente, años después, Humberto Pérez, en la única referencia económica importante al Che que recuerdo en aquellos años,9 al justificar el giro de los setenta y la entronización del SPDE. En pocas palabras, que según Pérez las penurias con las cuales el proyecto revolucionario entraba en esa década no dejaban otra alternativa que recurrir al camino trillado (por los soviéticos, se sobreentiende). Sin dejar de valorar, por otra parte, que mucho de lo que Guevara aportó tuvo que ser tomado en cuenta incluso en la elaboración de este esquema, que se mantuvo en vigor hasta la segunda mitad de los años ochenta, y que nos ha dejado las pesadas estructuras que encontramos en las bases de la economía actual.

9 Véase Humberto Pérez: Clausura del Congreso constituyente de la Asociación Nacional de Economistas de Cuba (ANEC), CICT, JUCEPLAN, La Habana, 4 de junio de 1979.

Debemos recordar, sin embargo, que no fue exactamente el resultado del test de la eficiencia lo que determinó la opción de los años setenta, sino el dilema de poder en el entorno de las alianzas. La Revolución cubana ingresaba de lleno en el CAME –o dicho más crudamente, en el sistema soviético–, pues de otro modo el proyecto de equidad y justicia social que intentaba implantar, y los patrones de desarrollo económico que buscaba, no serían sustentables.

Precisamente, cuando, a mediados de los ochenta, tanto en el plano mundial como en el doméstico, el modelo de socialismo que había sido llevado a cabo –bautizado presuntuosamente como el «real»– comenzó a dar signos de infuncionalidad, primero, y de fragmentación después, muchas miradas habrían de volverse hacia el Che. Así, en octubre de 1987, en el discurso en que se conmemoraba el vigésimo aniversario de su muerte en Bolivia, Fidel Castro ponía el énfasis en la necesidad de hacer exactamente lo que no se había hecho en tantos años: estudiarlo. Algo tan sencillo e inobjetable. Sentenció entonces Fidel:

Yo lo que pido modestamente, en este vigésimo aniversario, es que el pensamiento del Che se conozca. Se conozca aquí, se conozca en América Latina, se conozca en el mundo: en el mundo capitalista desarrollado, en el tercer mundo y en el mundo socialista. ¡Que también se conozca allí!10

10 Fidel Castro: Discurso pronunciado el 8 de octubre de 1987 en la principal ceremonia conmemorativa del vigésimo aniversario de la muerte de Ernesto Che Guevera.

En Europa del Este no era poco el rechazo, o en el mejor de los casos la indiferencia con que era recibida la figura del Che. Algunos partidos comunistas latinoamericanos aún expresaron más explícitamente esta alergia soviética, incluso a raíz de su muerte, que no dudaron en digerir como el colofón de un aventurismo extemporáneo imposible de aprobar y que fue aprovechado para justificar la visión gris del marxismo promovido desde Moscú.

Ya para el vigésimo aniversario de la muerte del Che, el ensayo de Tablada estaba concluido. Lo terminó en 1984, y después de pasar por algunas vicisitudes, había sido premiado en el concurso de la Casa de las Américas en febrero de 1987, y estaba publicado a partir de marzo del mismo año, convirtiéndose en el estudio pionero en su género. Posteriormente, en particular en los noventa, un verdadero torrente de ensayos sobre el Che iba a inundar las librerías del mundo. De autores cubanos y de extranjeros. Desde posiciones diversas y hasta polarizadas. La mayoría escritos con admiración y respeto, ciertamente de mucho valor por su rigor, por su información, por su objetividad, por su sinceridad, por la capacidad actualizadora desplegada, por la buena pluma, o por muchas de estas virtudes juntas.11

11 En 1989, la obra de otro estudioso cubano sobre el Che merecería de nuevo el premio Casa: se trata del ensayo de Fernando Martínez Heredia, Ché, el socialismo y el comunismo (ediciones Premio Casa de las Américas, La Habana, septiembre de 1989). María del Carmen Ariet publicó en 1988 Che: pensamiento político (Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1988), y Orlando Borrego su Che, el camino del fuego en 2001 (Imagen contemporánea, La Habana, 2001). Son títulos que destacan entre los producidos en nuestro país en el camino del estudio sistemático del pensamiento guevariano abierto por Tablada.

Otros, los menos, son los que evidencian con mayor o menor claridad el propósito de menguar o disimular virtudes, resaltar y hasta inventar defectos, sobrevalorar errores, elaborar trastiendas contenciosas entre revolucionarios, convertirle, en una palabra, en paradigma del fracaso idealista. Nada de eso pudo impedir que Ernesto Guevara de la Serna deviniera un símbolo imposible de borrar en la Historia (así, con mayúscula). Y el estudio del Che se ha vuelto indiscutiblemente uno de los temas obligados en nuestro tiempo para todos los que consideran, como consideró él cuarenta años atrás, que un mundo mejor no sólo es posible, sino que es el único propósito meritorio; que los caminos que se habían abierto a inicios del siglo xx fueron lamentablemente viciados o constituyeron en todo caso un intento prematuro; que el nuevo proyecto reclama, en su búsqueda, una dosis inmensa de creatividad, y que no es un despropósito dejar los huesos en esta empresa.

Para regresar al tema del pensamiento económico, diría otra vez que, a mi juicio, es de especial importancia –sobre todo desde Cuba– no dejarnos atrapar en la tentación de reducir esta polémica a la cuestión de una opción entre «sistema presupuestario de financiamiento» o «cálculo económico», entre planificación centralizada y autogestión, entre los incentivos morales y los materiales. Tampoco entre las realizaciones de una etapa y la de otra. No hay que olvidar que sus textos contienen el debate tal como se da en el mundo de los sesenta, con el esquema bipolar en pleno auge, dentro del cual el dilema «mercado o no mercado» tenía una connotación distinta de la que tiene hoy. Y de ningún modo se trata de renunciar a la excepcional aportación del Che sobre el lugar del mercado, sino por el contrario, de no permitir que su valor perdurable se pierda en un condicionamiento de época.

Considero que el libro de Tablada, por su estructura y por la presentación del abanico temático de las ideas del Che, por la abundancia de la documentación analizada y por la valentía intelectual que lo inspiró, por la mezcla de lealtad y espíritu indagatorio hacia el pensamiento estudiado, tiene todos los tintes de las obras que el tiempo acaba encumbrando.

Si no abordáramos el debate desde una perspectiva más amplia y nos quedáramos en los términos económicos de la polémica, podríamos volver a sorprendernos en un mero balance de convergencias y divergencias. Me parece hoy de una claridad meridiana, cuando releo al Che, que su oposición a que el sistema de relaciones entre las empresas estatales socialistas se sostuviera en el orden monetario-mercantil en modo alguno significaba que se planteara algo así como la abolición del mercado por decreto. De hecho, no conozco que él hubiera siquiera imaginado una acción de expropiación como la que ilegalizó la casi totalidad del «cuentapropismo» unos meses después de su muerte en Bolivia, bajo la bandera de la «ofensiva revolucionaria». El debate sobre el mercado era de una naturaleza muy distinta.

Otro tema que atraviesa medularmente su concepción –tal vez de los más sensibles por vincularse a la formación del «hombre nuevo»– es el de la correlación entre la estimulación moral y la material, en el cual sus posiciones se suelen presentar sin matices. Bastaría recordar el pasaje en que advierte que «pensar que un país entero va a responder a estímulos superiores teniendo hambre..., eso a mí me parece un sueño [...]; hay una cantidad de necesidades que son vitales, y ésas hay que satisfacerlas, si no las satisfacemos, difícilmente podamos avanzar».12 Pasajes como éste, que expresan con realismo un marco de condiciones para el funcionamiento de sus propuestas, parecen haber sido olvidados tanto por sus adversarios como por sus seguidores.

12 Véase El Che en la revolución cubana, La Habana, Ministerio del Azúcar, 1966, tomo VI, p. 433.

La actualidad del pensamiento del Che se hace más explícita en algunos de sus últimos trabajos, como su exposición en el II Seminario Económico de Solidaridad Afroasiática en Argel, en febrero de 1965, que se hizo notoria por denunciar como complicidad con la explotación imperial el comercio desigual de los países socialistas con los subdesarrollados. Y muy especialmente el ensayo que, en estilo epistolar, publicara en el semanario Marcha, de Uruguay, bajo el título «El socialismo y el hombre en Cuba», que nos dejó el perfil de la visión humanista del socialismo que había desarrollado. Todos ellos son elementos esenciales de su legado que no suelen plantearse en el debate sobre el modelo económico.

La desintegración del socialismo soviético no confirma por sí misma la validez de la propuesta del Che, pero sí la validez de su recelo, de sus críticas y de sus angustias. En una entrevista en 1993, Carlos Rafael admitía su sorpresa:

Confieso que no me di cuenta de las debilidades que ahora son aparentes y claras, que no pude apreciar las contradicciones que ahora afloran y que me parecieron entonces excepcionales, no significativas. Yo creí que al avanzar el socialismo en otras partes del mundo las debilidades y errores que manifestaba la Unión Soviética eran superables [...].13

13 Luis Báez: «Diez preguntas a Carlos Rafael Rodríguez», en Bohemia, 25 de mayo de 1993, La Habana.

¿Podían realmente superarse o no? Tampoco lo sabremos ya, pues el hecho es que no fueron superadas, al menos no para evitar que se desmoronara el sistema, su estructura, sus instituciones, su ideología. En todo caso, el Che supo leer con mayor claridad la complejidad del escenario que se abría ante sus ojos, lo cual consagra su legado como una referencia obligada que trasciende con mucho a la experiencia cubana, y que se proyecta hacia la visión integral acerca del socialismo posible. Ese que reclama hoy una mayor creatividad de las nuevas generaciones de revolucionarios, para el cual todo lo que se ha puesto en marcha en el siglo xx merece ser evaluado sin prejuicio, pero en ningún caso tomado como paradigma impoluto.

Es ante el imperativo de actualidad, y de la búsqueda de parámetros de la vigencia, que se justifica la adición que, a partir de 1995, hace Tablada a su edición de 1987, y que titula El marxismo del Che. Aquí levanta la mirada sobre el debate de hoy hacia el debate de mañana, sintetizado, entre otros momentos, de las notas de 1966 del Che, inéditas aún, sobre el Manual de economía de la Academia de Ciencias de la URSS: «Las masas deben tener la posibilidad de dirigir sus destinos, resolver cuánto va para la acumulación y cuánto al consumo, la técnica económica debe operar con estas cifras y la conciencia de las masas asegurar su cumplimiento».

En realidad, las masas han tenido hasta ahora muy poco protagonismo en la toma de decisiones en las experiencias socialistas europeas que lograron establecerse en el siglo pasado. La visión de la participación que al final se implantó desfiguró las intenciones originales y no aparecieron instituciones garantes de que esa nueva democracia emergiera. Parecería que el sacrificio de la iniciativa siempre hubiese sido necesario ante las urgencias de una regla de seguridad. Parecería que en Europa del Este se hubiera diseñado un gobierno del pueblo y para el pueblo, pero que se fracasara en hacer que fuera igualmente gobierno por el pueblo, como afirmó una vez Lucio Colleti.14 Y parecería igualmente que la crítica del estalinismo no hubiese sido otra cosa que un catalizador para impedir, mediante el espejismo de correctivos equívocos, cualquier cambio que condujera a sortear la deficiencia sustantiva de poder democrático.

14 Véase Lucio Colleti: «El problema Stalin», en New Left Review, N.º 61, mayo-junio de 1970.

A mi juicio, Tablada resume con acierto, y en unas pocas líneas, todo el sentido de un pensamiento crítico que rebasa el entorno económico, al concluir, en este nuevo ensayo, y a continuación de la cita aludida del Che, que «el socialismo, por tanto, no es un sistema más humano que el capitalista porque una nueva clase dominante e iluminada distribuya, con sentido más justo y paternalista, las riquezas producidas, sino porque se trata de un genuino régimen de poder popular».

Pienso que el ensayo introductorio ofrece al lector una brisa nueva de reflexión, una aportación adicional al estudio original, al traer la mirada a los horizontes presentes del debate sobre el socialismo. A la recuperación del pensamiento guevariano en la plenitud de su vitalidad. El Che llamaba a estudiar a los clásicos del marxismo con una mezcla de veneración e irreverencia, y a no convertirlos inconcientemente en una doctrina, a no dejarnos subyugar por esa tendencia facilista y tan manipulable del pensamiento a dogmatizar lo que se nos revela como luminoso. Hay muchas referencias en esta dirección, a las que no creo necesario acudir.

Al intercalar entre este ensayo y el libro original el discurso de Fidel Castro del 8 de octubre de 1987, el autor ha decidido incluir el parteaguas de una lectura entre un tiempo histórico y el que le sigue. Del Che como historia –historia en la cual el socialismo pareció concretarse por otro camino cuyas torceduras supo vislumbrar– al Che como pensamiento vivo, para hoy; de la parcela de su contribución inmediata, a las distancias imprevistas hasta entonces en las cuales lo que nos dejó se hace trascendente.

Un libro con tantas ediciones tiene siempre dos tipos de lectores: los que releen y los que leen por primera vez. Estos últimos, en general los más jóvenes, son siempre los más interesantes porque representan el futuro. No subestimo el mérito de los que releerán, pues la relectura reviste un significado distinto y de ningún modo secundario, pero me sentiría obligado en primera instancia hacia quienes se adentren en el estudio del Che decididos a la aventura incomparable de pensar el socialismo.

Quizá el que tenga la paciencia de leer hasta el final este prólogo se sienta frustrado por no encontrar más detalles sobre lo que trata este libro, pero eso se lo dará el autor, incluida la posibilidad de coincidir o de disentir con plena libertad. Yo de ninguna manera quiero quedar como intermediario. Es una posición que puede funcionar bien en el mercado (tampoco me interesa entrar ahora en ese debate), pero que no tiene mérito en la cultura, donde nada debe interferir ni mediatizar la relación del consumidor con el productor.

De modo que aquí termino, congratulándome de que esta obra pionera en los estudios guevarianos –la primera, me atrevería a afirmar, que fue más allá de la exégesis– llegue a una tirada tan elevada con su nueva edición. Y agradecido al autor, amigo de tantos años y cómplice de la mejor de las maneras en la aventura de la Revolución, de vivirla y de pensarla, de pensarla y de expresarla, por ofrecerme el privilegio de hacer estas líneas preliminares, que sólo él y los que las lean sabrán si sirvieron al cabo de alguna utilidad.