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traducción de

WOLFGANG RATZ


F1233

O3318

2011         El ocaso del imperio de Maximiliano visto por un diplomático prusiano:

Los informes de Anton von Magnus a Otto von Bismarck 1866-1867 /
editor, Konrad Ratz ; traducción de Wolfgang Ratz. — México :
Siglo XXI, 2011
1 contenido digital — (Historia)

isbn 978-607-03-0359-3


Maximiliano – Emperador de México – 1832-1867

2. México – Historia – Intervención francesa , 1861-1867.

I. Ratz, Konrad, editor. II. Ratz, Wolfgang, traductor. III. Ser.

 

 

 

primera edición impresa, 2011

edición digital, 2013

© siglo XXI editores. s.a. de c.v.

isbn digital 978-607-03-0359-3

 

derechos reservados conforme a la ley

 

Conversión eBook:

Information Consulting Group de México, S.A. de C.V.

PRÓLOGO

Aun cuando el segundo imperio mexicano fue de muy corta duración, puesto que Maximiliano de Habsburgo llegó a México en 1864 y fue fusilado en 1867, esos escasos cuatro años han despertado un permanente interés tanto en México como en Europa y Estados Unidos. Prueba fehaciente de ello son las múltiples investigaciones que al paso de ya casi un siglo y medio se han realizado al respecto, y principalmente la gran cantidad de libros, ensayos, artículos y novelas que se han publicado sobre este trágico episodio. El cine, el teatro y las telenovelas tampoco han sido ajenos a esa perenne fascinación. Lo anterior se debe a diversos y variados factores, que van desde las inclinaciones emotivas y sentimentales de algunos hacia esta saga típica del romanticismo decimonónico, hasta el genuino y más profundo interés de otros en ubicar los acontecimientos, con mayor rigor analítico, en el debido contexto de la atribulada historia de México y en el de los avatares y complejidades de la política mundial.

Sin embargo, la realidad es que esos dos extremos —y todos los matices intermedios posibles— a fin de cuentas inevitablemente se tocan y se complementan, puesto que para que ocurriera lo que ocurrió tuvieron que conjugarse, en un determinado y preciso momento histórico, los sueños imperiales de Maximiliano y Carlota; su aburrimiento en su soleado palacio de Miramar; las intrigas de las cortes europeas; los proyectos expansionistas de Napoleón III, que aspiraba a convertirse en el líder de la “latinidad”; la intención de Europa de recobrar el papel protagónico que una vez había desempeñado en el continente americano; el estallido de la lucha fratricida entre el norte y el sur que imposibilitó a Estados Unidos hacer efectiva la doctrina Monroe; la derrota militar de los conservadores mexicanos por sus enemigos liberales; la decisión del triunfante presidente Benito Juárez de decretar la suspensión del pago de la deuda externa; el efectivo cabildeo que realizaron en el Viejo Mundo los desterrados conservadores mexicanos; la cercanía de éstos con la esposa de Napoleón III, la española María Eugenia de Montijo; la necesidad de la Francia napoleónica de plata y de mercados para su creciente desarrollo industrial y financiero, etc., etc. En suma, y como frecuentemente ha sucedido en los grandes momentos de la historia, se combinó una serie de factores, objetivos y subjetivos, públicos y privados, sensatos e insensatos, realistas e idealistas, justos e injustos, deliberados y fortuitos, que propiciaron que en México se estableciera un segundo imperio, el cual, aunque fue fugaz y tuvo un final sumamente trágico, marcó un hito en la historia de México y en el de la política mundial que todavía seguimos estudiando y comentando. Por ello, no es de extrañar que continúen apareciendo publicaciones1 sobre este tema que, desde distintos ángulos y perspectivas, nos proporcionan nuevas revelaciones que nos ayudan a comprender mejor la justa dimensión y las múltiples aristas de este fascinante y controvertido episodio.

Éste es precisamente el caso del presente libro, intitulado El ocaso del imperio de Maximiliano visto por un diplomático prusiano. Los informes de Anton von Magnus a Otto von Bismarck 1866-1867, editado por Konrad Ratz, que nos permite examinar el segundo imperio mexicano a través de los informes políticos que un avezado y minucioso diplomático prusiano, como parte de su desempeño profesional en México, rindió a sus superiores en Berlín. Sin lugar a dudas esta nueva publicación tiene grandes méritos, puesto que aporta el punto de vista de un privilegiado testigo presencial que no sólo observó y palpó directamente los enormes problemas que confrontó el gobierno de Maximiliano, sino que además se convirtió en un importante protagonista en los acontecimientos finales que condujeron al archiduque austriaco al paredón.

Anton von Magnus llegó a México en 1866, y con gran oficio diplomático de inmediato comenzó a describir, a través de los sistemáticos informes que remitió a su canciller, el todopoderoso e influyente artífice de la unificación de Alemania, Otto von Bismarck, la situación que prevalecía en el nuevo imperio mexicano que acababa de ser reconocido por su rey, Guillermo I de Prusia. A su avezado ojo crítico difícilmente se le escapó algo: como lo señaló a Bismarck en uno de sus informes iniciales, para entender cabalmente lo que acontecía en México era necesario escribir un libro y, de hecho, lo que hizo sin darse cuenta fue escribir todo un libro sobre el particular. En efecto, sus informes detallados, bien estructurados, minuciosos a la vez que sintéticos, narran en forma elocuente e hilada la descomunal problemática que encaraba Maximiliano, que, inevitablemente, hizo que su pretendida “misión regeneradora de la nación mexicana” simple y sencillamente fuera más que imposible.

Por ser un aristócrata (tenía el título de barón) que representaba a una importante monarquía destinada a convertirse en la más poderosa y amenazante de Europa, obviamente Magnus no oculta sus simpatías por el régimen imperial y por la persona que lo encabezaba, pero no por ello dejó de criticar abierta y objetivamente las enormes fallas de dicho régimen y del propio emperador, ni de reconocer que en el grueso de la población privaba la tendencia republicana y el apoyo al presidente Benito Juárez. Tampoco oculta —como buen alemán de la época— su gran antipatía hacia los franceses, en especial hacia su comandante en jefe, el mariscal Aquiles Bazaine, a quienes responsabiliza de la devastación y del derramamiento de sangre que ha ocasionado la insensata aventura de Napoleón III, la cual, lejos de lograr la pretendida pacificación y estabilidad del país, trajo consigo un caos mayor.

Los diplomáticos de carrera invariablemente tendemos a enviar los informes políticos reglamentarios a las más altas autoridades de nuestras respectivas cancillerías con la esperanza de que los lean, pero la realidad es que la mayoría de las veces acaban siendo revisados por algún funcionario menor... eso si tenemos la gran suerte de que por lo menos sean leídos. De acuerdo con esa práctica profesional, no es de extrañar que Magnus enviara los suyos directamente a Bismarck, pero en este caso podemos deducir que no se trató de un mero formalismo burocrático, puesto que había razones de gran peso para que el Canciller de Hierro se interesara en ellos. En efecto, como una de las grandes prioridades de Guillermo I y de Bismarck era la de unificar en una sola nación a todos los disgregados Estados alemanes bajo el liderazgo de Prusia, bien sabían que para lograrlo tendría que haber de por medio una guerra contra Austria y contra Francia, cuyas políticas, durante siglos, habían sido las de impedir dicha unificación. Consecuentemente, para ellos era de gran importancia estar debida y puntualmente informados sobre la evolución del proyecto napoleónico, sobre el comportamiento del archiduque austriaco, y principalmente sobre el desempeño del ejército francés. Magnus sin duda estaba plenamente consciente de lo anterior, y por eso realizó un gran esfuerzo en redactar sus informes para que fueran claros, atinados y útiles. Por esas razones encontramos en sus escritos un gran número de referencias a las tropas de ocupación, a los problemas que sus comandantes tenían con la pareja imperial y con sus aliados mexicanos, al malestar que privaba entre muchos de sus oficiales, a los conflictos con los cuerpos de voluntarios austriacos y belgas, a los actos de corrupción en que incurrieron, etc. En particular, Magnus aporta muchos datos sobre el mariscal Bazaine, a través de los cuales describe su carácter, formas de proceder, ambiciones, debilidades, inclinaciones por el dinero y por el poder, su conducta ambigua, su impredecible y poco leal doble juego político, etcétera.

Sin duda toda esa información ha de haber sido de gran utilidad para los interlocutores de Magnus en Berlín, puesto que, por azares del destino, fue precisamente Bazaine quien habría de recibir de Napoleón III el mando de las tropas francesas en la desastrosa guerra franco-prusiana de 1870, quien, como capituló en Metz frente a los prusianos, a pesar de que contaba con una fuerza de 173 000 hombres, fue degradado y sentenciado a muerte por un consejo de guerra, pena que posteriormente le fue conmutada por 20 años de prisión.2 En el desenlace final del último imperio galo nuevamente podemos encontrar los inevitables vínculos que existieron entre la aventura mexicana y la política mundial, pues el comportamiento en México —o mejor dicho el muy mal comportamiento— del que se enorgullecía de ser “el mejor ejército del mundo” fue un importante elemento que los prusianos tuvieron muy en cuenta para provocar una guerra contra la Francia de Napoleón III.

Como Magnus llegó a México sólo un año antes del fusilamiento de Maximiliano, lo que en realidad presenció fue el fin de su régimen, por lo cual el título que lleva el libro, de El ocaso del imperio, no puede ser más acertado y elocuente. El diplomático prusiano narra detalladamente las graves carencias financieras que se enfrentaron, puesto que ya ni siquiera había dinero para seguir pagando a los soldados; la fatal decisión de París de retirar anticipadamente sus tropas, que fue el golpe de gracia para Maximiliano, el fallido viaje de Carlota a Europa para tratar de hacer cambiar de opinión a Napoleón III; las presiones de Washington para que se pusiera punto final al proyecto napoleónico, las deserciones y la corrupción que plagaron los rangos imperiales, las propias vacilaciones del emperador, su indecisión sobre abdicar o no, la poco certera decisión que tomó de trasladarse a Querétaro, la resistencia final y la traición de muchos que, como los tristemente célebres Leonardo Márquez y su “compadre” Miguel López, remataron el cuadro de un ilusorio proyecto monárquico que desde un principio estuvo condenado al fracaso.

Asimismo, y al igual que otras obras aparecidas recientemente,3 la presente aporta un excelente retrato de lo que era la sociedad mexicana —en particular su clase dirigente—, que nos permite establecer un estrecho vínculo entre el pasado y el presente, puesto que nos podemos percatar de que, a pesar del tiempo transcurrido, muchas cosas no han cambiado del todo y seguimos confrontando los mismos problemas de siempre que han impedido que seamos capaces de construir un país más equitativo, democrático y justo. A fin de cuentas la narración de la historia del segundo imperio, tal como nos la presenta esta nueva publicación, es básicamente el recuento de la eterna lucha entre las élites del poder en beneficio de sus propios intereses, y no de los intereses de las mayorías o de la nación en su conjunto.

Dentro de todo el contexto general de la descripción de los últimos momentos de la atribulada aventura imperial destaca la actuación de Magnus en los días finales de Maximiliano, puesto que sus informes aportan valiosos datos que contribuyen a desechar algunas de las muchas e infundadas especulaciones que frecuentemente han circulado, como la de que en realidad el archiduque austriaco no fue fusilado, ya que el prusiano fue el único diplomático extranjero autorizado para presenciar el trágico desenlace. Lo anterior se debió al hecho de que el propio Maximiliano, ya encontrándose preso, envió a Magnus un telegrama solicitándole que se trasladara a Querétaro para que acompañara a quienes lo defenderían en el juicio que se abriría en su contra. A partir de ese momento el diplomático prusiano se vio forzado por las circunstancias a desempeñar un papel clave en los acontecimientos finales; desde la celebración de dicho juicio hasta las solicitudes de clemencia ante las autoridades republicanas, los intentos de fuga del monarca prisionero, su fusilamiento y la tardía devolución a Europa del cadáver imperial. Aunque en los informes de Magnus no se proporciona mayor información sobre las razones por las cuales Maximiliano lo mandó llamar, puesto que en realidad no habían tenido antes un contacto muy estrecho, sí se deja ver que ello se debió al hecho de que Prusia no estuvo directamente involucrada con la creación del imperio, como fue el caso de Francia, Austria, Bélgica o Inglaterra, pero también podemos suponer o deducir que el prusiano gozaba de gran prestigio y respetabilidad como para que tanto sus colegas diplomáticos como las autoridades republicanas y las imperiales lo consideraran un interlocutor confiable, capaz de actuar eficiente y hábilmente en esos dramáticos momentos.

Con gran profesionalismo, pero principalmente guiado por un profundo sentimiento humanitario, Magnus aceptó ese gran reto, e incluso valiente o temerariamente se atrevió a desempeñar un papel para el cual no estaba debidamente autorizado por su gobierno, corriendo con ello un serio riesgo profesional. Lo anterior, los diversos y apresurados viajes que tuvo que realizar bajo las apremiantes circunstancias del momento, las difíciles gestiones y negociaciones que emprendió, y las trabas que enfrentó por parte de los imperiales y de los republicanos, inevitablemente llegaron a afectar su salud. Aunque él mismo reconoce en los informes enviados a Bismarck que la mayoría de sus esfuerzos fracasaron, en particular en lo tocante a tratar de convencer con hábiles argumentos a Juárez y a Lerdo de Tejada de que perdonasen a Maximiliano, a fin de cuentas le quedó la enorme satisfacción de haber cumplido, hasta donde le fue posible, con la responsabilidad que le impuso el destino en la misión más difícil que tuvo durante su carrera diplomática. Afortunadamente para él, ello fue reconocido tanto por el gobierno republicano de México como por las monarquías de Austria y de Prusia.

En síntesis, la presente obra es una magnífica contribución para la mejor comprensión de este importante episodio de la historia mexicana, y debemos felicitar a Konrad Ratz, tanto por el trabajo de investigación que ha llevado a cabo por largos años sobre el tema del segundo imperio, como ahora por darnos a conocer los reveladores informes de Magnus que eran poco conocidos, especialmente en México. En esta nueva publicación, que mucho me complace prologar, se observa la gran dedicación y esfuerzo de Konrad Ratz para sacar a la luz y traducir al español los informes de Magnus que se encuentran en el Archivo Secreto del Estado en Berlín, que final y afortunadamente hoy llegan al público mexicano.

 

WALTER ASTIÉ-BURGOS

AGRADECIMIENTOS

Para editar estos informes de Anton von Magnus agradezco la ayuda y la colaboración de varias personas, a muchas de las que me une no sólo una relación profesional sino también una amistad de largos años. Fue la doctora Patricia Galeana, importante historiadora y autora mexicana, quien me puso en contacto con el embajador Walter Astié-Burgos, importante diplomático mexicano quien me hizo el favor de escribir un sentido prólogo a los informes de su colega prusiano de aquella época pasada, poniéndolos en su contexto histórico, el ocaso del segundo imperio mexicano. Asimismo quiero expresar mis gracias a la simpatía y el entendimiento del doctor Jaime Labastida, director general de la editorial Siglo XXI, quien, percatándose inmediatamente de la relevancia histórica de los informes de Magnus, desconocidos en México, me abrió el camino a una publicación en su importante editorial. Debo mis más sinceras gracias a mi querida esposa Herta por su continuo apoyo moral de esta obra y a mi hijo y amigo Wolfgang por su gran trabajo de una perfecta traducción al español de todo el texto y de la selección de muchas imágenes en la Biblioteca Nacional de Viena. Agradezco su paciencia a la licenciada María Oscos y a los amables colaboradores de Siglo XXI, con los que tuve el placer de entrar en contacto.

 

KONRAD RATZ

PREFACIO

KONRAD RATZ

ANTECEDENTES DE LAS RELACIONES DIPLOMÁTICAS
ENTRE MÉXICO Y PRUSIA

Los contactos entre México y Alemania se remontan a la época del virreinato de la Nueva España, especialmente a partir del viaje que en 1803 y 1804 realizó al país el viajero e investigador universal prusiano Alejandro von Humboldt, quien llevó a Estados Unidos, a Europa y en especial a su natal Prusia las primeras noticias sobre la presunta inmensa riqueza de México.1 Al concluir las guerras napoleónicas y celebrarse en 1815 el Congreso de Viena, una treintena de estados alemanes, monarquías, ducados, principados y ciudades libres conformaron la Confederación Germana, que sobrevivió hasta la guerra entre Prusia y Austria, en 1866. Aunque dicha confederación, en principio, podía haber tomado iniciativas diplomáticas propias según lo establecía el acta que la creó, nunca lo hizo. Por consiguiente, fueron sus propios estados o ciudades miembros los que establecieron relaciones diplomáticas con otros países. Los pioneros en acercarse a México fueron los buques de la ciudad hanseática de Hamburgo.

Cuando en 1825 el último baluarte de España en México, el fuerte de San Juan de Ulúa, en Veracruz, capituló ante las tropas del primer presidente mexicano, Guadalupe Victoria, el periódico hamburgués Columbus se refirió a ese acontecimiento como un triunfo de los derechos y de las libertades humanas “sobre la noche del fanatismo y del oscurantismo de los monjes”.2 En 1825 las ciudades hanseáticas libres —y liberales— de Hamburgo, Lübeck y Bremen, a invitación del representante mexicano en la corte de Bruselas, Manuel Eduardo de Gorostiza, nombraron al comerciante hamburgués Hermann Nolte como agente comercial en México, pero sin atribuciones diplomáticas.3 La reticencia a establecer relaciones diplomáticas formales con México se debió en gran medida tanto al incumplimiento en el pago de la deuda externa mexicana en 1827 como a las presiones que España ejerció sobre la Santa Alianza, creada a raíz de la celebración del Congreso de Viena, para que se reconociera la independencia de sus ex colonias. Como lo señala Michael P. Costeloe,4 “por más de un siglo, México fue relegado a la posición de una nación de menor relevancia en la opinión oficial británica”. A pesar de que por esas razones los diversos estados alemanes no reconocieron formalmente la independencia mexicana, como estaban muy interesados en las nuevas oportunidades comerciales que el país ofrecía, en 1827 Hanover suscribió un Tratado de Amistad, Navegación y Comercio con México; Prusia y Sajonia firmaron otros semejantes en 1831, y las ciudades hanseáticas de Lübeck, Bremen y Hamburgo siguieron en 1832. Consecuentemente, en 1825 se envió a México a Louis Sulzer como agente comercial de Prusia; en 1829 se elevó el nivel de la representación con la designación de Koppe como cónsul general, y no fue sino hasta 1854 cuando el cónsul general Ferdinand Seiffert ya comenzó a desempeñar algunas funciones semidiplomáticas, y en 1851 Emil Karl von Richthofen fue formalmente acreditado como el primer ministro prusiano en México.

Posteriormente, y durante tres años, el ministro francés en México, Levasseur, se encargó de representar a Prusia, hasta que en 1859 llegó al país como ministro prusiano el barón Johann Emil von Wagner, quien presentó sus cartas credenciales al general presidente Miguel Miramón. Como debido a la grave inestabilidad política que afectaba a la nación mexicana muchos gobiernos europeos solamente reconocían al gobierno que detentara el poder en la capital, al caer Miramón, Wagner se acreditó ante al gobierno republicano en febrero de 1862. Tras recibir sus cartas credenciales, Juárez, quien todavía se encontraba en la capital y que posteriormente la abandonó al iniciarse la intervención francesa para dirigirse a San Luis Potosí, fijó las directrices de la política que su gobierno seguiría en las futuras relaciones con las potencias extranjeras: “El gobierno legítimo de la República dirigirá sus esfuerzos a satisfacer con equidad y justicia las reclamaciones extranjeras fundadas en Derecho, sin establecer preferencias entre los súbditos de las naciones amigas” (Galeana, 1990: 122).

En el verano de 1862 Wagner informó a su gobierno que la población de la capital había recibido con vítores las noticias sobre el inicio de la intervención francesa. Sin embargo, cuando los franceses ya habían entrado a la ciudad, Ignacio Manuel Altamirano publicó un artículo en El Monitor del 11 de agosto de 1862 refutando esa afirmación, por lo que

en represalia, el señor Wagner mandó golpear al escritor mexicano en su propio domicilio. Como éste se defendió de la agresión, el barón presentó una protesta ante la Secretaría de Relaciones Exteriores [de la Regencia], que la rechazó por su falta de respeto por los mexicanos. Posteriormente Altamirano denunció a Wagner por dar refugio en su casa a los traidores de México.5

A finales de 1863 Wagner salió del país.

Una vez establecido en México el imperio de Maximiliano de Habsburgo,6 que teóricamente se inició con la aceptación del trono por parte de Maximiliano el 10 de abril de 1864,7 y que coexistió política, militar y territorialmente con el gobierno republicano de Benito Juárez hasta que se derrumbó en 1867, Prusia demoró en extender su reconocimiento a la nueva monarquía mexicana, puesto que consideraba que el porvenir de ambos regímenes en mucho dependería del desenlace de la guerra de secesión que se libraba en Estados Unidos. El propio Maximiliano estaba plenamente consciente (Lubienski, 1988: 36) de que un arreglo positivo con el gobierno de Washington era una condición de gran importancia para la supervivencia de su reinado. Cuando finalmente la Unión venció a los confederados en abril/mayo de 1865, se abrió un compás de espera, pero Estados Unidos, lejos de suspender su velado apoyo al gobierno republicano de Juárez, incrementó la presión diplomática para que Francia retirara sus tropas de México y para que Austria no enviara más voluntarios.8 Además de lo anterior, en Prusia se sabía que muchos alemanes residentes en México preferían el régimen republicano. Por todas esas consideraciones, Berlín no designó a un diplomático ante el gobierno de Maximiliano sino hasta finales de 1865.

LA CARRERA DIPLOMÁTICA PREVIA DE ANTON VON MAGNUS,
QUE LLEGÓ A MÉXICO EN ENERO DE 1866

Como la demora prusiana para reconocer al imperio fue considerada por Maximiliano como una grave ofensa, el emperador se empeñó en hacer patente su malestar mortificando al nuevo enviado cuando éste llegó a México. Ello se refleja claramente en los informes que Magnus comenzó a enviar a Bismarck, pues en los mismos no sólo le da muchas vueltas a este tema sino que también, en vano, trató de convencerlo de que modificara su rango de ministro residente por el de ministro extraordinario y plenipotenciario, puesto que un motivo adicional para el malestar de Maximiliano fue que hubiera sido enviado con ese bajo rango.

Cuando a principios de 1866 Magnus llegó finalmente a Veracruz, Maximiliano ya ocupaba el trono desde hacía un año y medio. Durante ese tiempo se había esforzado por conocer su nuevo país mediante un extenso programa de viajes, y había tratado de legitimar su reinado promulgando un Estatuto Provisional y una serie de leyes que favorecieran a los indígenas. También había intentado ganarse la simpatía de los liberales confirmando las leyes de Juárez sobre los bienes de la Iglesia y, a diferencia de su esposa Carlota, creía que era posible lograr la reconciliación entre los partidos liberal y conservador que se habían venido enfrentado violentamente desde que el país obtuvo la independencia de España, en 1821. En una carta fechada el 5 de mayo de 1865 la emperatriz le hizo la siguiente advertencia a su esposo:*

Fascinarás a los republicanos más apasionados con tu personalidad, pero no cuentes demasiado con ello, los principios opuestos no se avienen, y Juárez y compañía serán siempre más demócratas que tú y, además, nacieron aquí (Ratz, 2003: 187).

Una vez que Anton von Magnus se estableció en la ciudad de México, de inmediato fue lo bastante realista como para reconocer las enormes dificultades y problemas que amenazaban al imperio: insalvable caos financiero, crisis del gobierno, y el inevitable inicio del derrumbe militar ante la futura retirada de las tropas francesas. Sus agudas y realistas observaciones así se reflejan en sus informes que, en este libro, se publican por primera vez en forma completa en la traducción al castellano de Wolfgang Ratz.

Anton von Magnus era nieto de un comerciante judío llamado Immanuel Mayer Magnus, convertido al catolicismo en 1807, que en 1808 fundó una casa bancaria en Berlín-Friedrichstal, la cual posteriormente fue dirigida por su hijo bajo la razón social de F(riedrich) Mart(in) Magnus. Este banco fue la matriz de lo que más tarde sería el poderoso Deutsche Bank. El hermano de Anton, Viktor Magnus, cónsul general de Prusia en Londres, también fue socio del banco, de cuya dirección se encargó en 1869. Cuando Anton llegó a México ya era viudo, pues su esposa, Helene von Brunnow, con la que se había casado en 1856, falleció trágicamente en Bruselas al dar a luz a su Lily, a la que Magnus, antes de partir para México, confió al cuidado de su padre, Friedrich Martin, que vivía en Berlín.

Su carrera diplomática fue variada. El 27 de septiembre de 1848 fue nombrado agregado de la legación prusiana en Washington, donde conoció al que en 1865 sería el secretario de Estado de Abraham Lincoln, William Henry Seward. A principios de 1853 se desempeñó como agregado, después como secretario de la legación en Stuttgart (capital del reino de Wurtemberg), y a partir de noviembre de 1856 ocupó el mismo cargo en Bruselas. A finales de 1859 fue consejero de la legación prusiana en Bruselas, y a partir de mayo de 1862 en la de La Haya, sede del gobierno de los Países Bajos. En junio de 1864 fue destinado a San Petersburgo como primer secretario, y en marzo de 1865 sucedió en el cargo al ministro residente y cónsul general de Prusia en México, barón Emil von Wagner, quien por deseo propio regresó a Berlín, ocupando el mismo bajo rango de ministro residente que su predecesor. Sin embargo, por causas desconocidas tardó casi nueve meses en llegar a México, puesto que sólo lo hizo a principios de 1866.

En la capital mexicana tuvo sus oficinas, en esos momentos a cargo de Eduardo Scholler, que era el jefe de oficina (Kanzler), en el palacio de Iturbide, ubicado en la entonces calle de Plateros, que en aquella época era un hotel de cuyo patio entraban y salían ruidosas diligencias. En el mismo edificio, que tenía un buen restaurante, también se encontraba la legación de Austria encabezada por el ministro conde Guido de Thun, y tras el regreso de éste a Viena, por el encargado de negocios barón Eduard von Lago, que era asistido por su secretario, el caballero (Ritter) Ernst Schmit von Tavera. Aunque Magnus necesariamente se relacionó con von Lago, nunca se entendió bien con él debido al latente conflicto entre Austria y Prusia, que culminó con la guerra prusiano-austriaca de 1866. En cambio sostuvo relaciones amistosas con otros diplomáticos alemanes, especialmente con el cónsul prusiano Étienne Benecke y con Conrad Paschen, cónsul general de Mecklenburgo,9 así como con el padre Agustín Fischer, nacido en Alemania, que a la postre se convertiría en el hombre de mayor confianza del emperador Maximiliano. También se relacionó con Juan M. Bahnsen, industrial, banquero y vicecónsul de Hamburgo en San Luis Potosí, quien en el futuro le sería de gran ayuda en las tenaces pero fracasadas gestiones que condujo ante el gobierno republicano para tratar de salvarle la vida a Maximiliano. En esta última ciudad Magnus, después de su valiente pero infructuoso enfrentamiento con Lerdo de Tejada —cuya posición respecto a la suerte de Maximiliano, tomada de antemano, no pudo cambiar—, permaneció como el único diplomático extranjero en el cerro de las Campanas durante el fusilamiento de Maximiliano. Más tarde cayó gravemente enfermo y fue atendido y cuidado por las tres hermanas de Bahnsen, quien se encargó de reenviar a Berlín, con muchísimo retraso, algunos informes de Magnus.

 

Anton von Magnus con su hija

 

Tras haber regresado a Berlín se trasladó a Viena para participar, el 18 de enero de 1868, en los funerales del archiduque Maximiliano Fernando. Los restos mortales de quien en Austria piadosamente llamaban “Maximilian von Mexiko” fueron sepultados en el panteón de los Habsburgo en la cripta de la iglesia de los capuchinos de la capital austriaca. En una audiencia especial el hermano de Maximiliano y emperador de Austria, Francisco José, le otorgó a Anton von Magnus la estrella de plata de la Gran Cruz de la Corona de Hierro, la clase más alta de dicha insignia. En septiembre de 1869 fue nombrado enviado prusiano en Hamburgo, en 1872 en Stuttgart, y en 1878 en Copenhague. Anton von Magnus, ex representante de Prusia ante el segundo imperio mexicano, falleció en 1882 en Görlitz (Silesia oriental).

RELEVANCIA HISTÓRICA DE LOS INFORMES DE MAGNUS

Se puede afirmar que la relevancia histórica de los informes de Magnus se debe a que fue el único diplomático que se involucró, directa y personalmente, en todos los acontecimientos de las últimas semanas de vida de Maximiliano. Junto con sus defensores, Mariano Riva Palacio y Rafael Martínez de la Torre,10 intervino ante Sebastián Lerdo de Tejada y el presidente Benito Juárez para tratar de evitar su fusilamiento, revelando las conversaciones entre estos personajes, los argumentos que esgrimió el gobierno liberal en contra de un acto de clemencia, y los de la opinión europea en favor del ex emperador. La intervención de Magnus y de sus dos defensores sólo consiguió que la ejecución fuera aplazada tres días, y que el prusiano, a solicitud expresa de Maximiliano, pudiera ser testigo presencial de la ejecución, respecto a la cual rindió un informe detallado y aterrador.

El destinatario de los informes de Magnus fue “Su Excelencia, el presidente del Consejo Real de ministros, el señor conde (Otto) de Bismarck” (1815-1898), destacado estadista conservador prusiano que desempeñó un papel clave en la futura unificación de Alemania. Ocupó ese cargo desde septiembre de 1862, y después de la fundación del imperio alemán en 1870 se convirtió en el Canciller de Hierro del mismo, otorgándosele el título de príncipe.

En las cartas de Magnus se describen detalladamente los últimos meses agónicos del imperio y se incluye información sobre el aprisionamiento y la ejecución de Maximiliano. Magnus, como todos los diplomáticos acreditados ante el imperio, enviaba regularmente informes sobre los temas que, en su opinión, podrían ser de mayor interés para su gobierno: los cambios en los ministerios, la eventual partida de las tropas francesas, la situación política y económica del país, etc. Para 1866 la cuestión más candente era: ¿Maximiliano va a abdicar o a quedarse?, y para 1867: ¿qué le va a pasar al soberano cuando los republicanos lo tomen preso? Temas dramáticos, pues, que van surgiendo, poco a poco, en los informes del diplomático prusiano.

Aunque sus informes se singularizan por el buen criterio con el que analiza la crítica situación del segundo imperio mexicano, ésa no fue la principal razón para publicarlos. Su principal interés histórico radica en el hecho de que el destino hizo que este diplomático se viera involucrado, no sólo como testigo presencial, sino también como actor directo, en el cautiverio, juicio y ejecución de Maximiliano. Su mérito fue haber respondido inmediatamente y de motu proprio al llamado de Maximiliano, prisionero político del más elevado rango, puesto que por la lejanía de su país no le fue posible obtener la necesaria autorización de su gobierno para las iniciativas que tomó. Cuando intercedió a favor del ex emperador ante el gobierno republicano instalado en San Luis, sostuvo un tirante diálogo con el inteligente pero astuto y evasivo Sebastián Lerdo de Tejada, pero supo conducirse con el tino de un diplomático consumado, que prudentemente empleó todos los recursos que le proporcionó su amplia visión política. Aunque no estaba acreditado ante el gobierno republicano, el presidente Juárez y su ministro de Relaciones Exteriores, Lerdo, lo trataron con sumo respeto, no sólo porque era una persona respetable que sabía imponerse por sus distinguidas cualidades humanas, sino porque, de hecho, sabían que hablaba en nombre de Prusia, de una futura potencia hegemónica en Europa central y, nótese bien, enemiga de la Francia que había invadido a México.

Los textos originales de estos informes se encuentran en el Geheimes Staatsarchiv (Archivo Secreto del Estado) de Berlín.11 Algunos extractos de los mismos ya fueron publicados —en alemán— en 1965 por el diplomático e historiador Joachim Kühn.12 Sin embargo, en las obras de la historiografía mexicana sobre el segundo imperio que yo conozco, no encontré ni una sola referencia a dicho trabajo, ni tampoco a los documentos que contiene. Posiblemente la barrera del idioma, y la dificultad adicional de que los documentos originales en alemán están redactados en escritura gótica (Kurrent), han impedido el acceso a los mismos.

 

Otto von Bismarck

 

Hasta el 28 de octubre de 1866 los informes de Magnus llevaban números consecutivos, que en su mayoría se han perdido. Sin embargo, hemos tratado de reconstruir, en la medida de lo posible, la numeración original, para determinar si en la elaboración de la presente obra hemos tomado en cuenta la colección completa de todos los informes. Podemos afirmar que algunos informes correspondientes a febrero de 1866 (núms. 4, 5, 6, 7,) parecen faltar, o involuntariamente fueron omitidos. La numeración correlativa cesa a partir del 26 de noviembre de 1866, día en el que Magnus comenzó a informar sobre el viaje de Maximiliano a Orizaba y la junta que ahí se celebró, la cual culminó con el voto de escasa mayoría favorable a su permanencia en el país. Sin embargo, por la continuidad que se observa en el contenido de la correspondencia que dirigió a Berlín, se puede concluir que la misma prácticamente está completa, con la salvedad de que varios informes sobre la estancia de Magnus en Querétaro y en San Luis fueron redactados con mucha demora. Finalmente, debe señalarse que igualmente se han incluido en la presente obra sobre los informes diplomáticos de Magnus una carta personal que dirigió a su padre el 3 de mayo de 1867, y otra misiva del 28 de agosto de 1867 probablemente redactada por Scholler, que era el jefe de su oficina.