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HarperCollins 200 años. Désde 1817.

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

Blacklist

Título original: Blacklist

© 2017, HarperCollins Publishers

© 2017, para esta edición HarperCollins Ibérica, S.A.

Publicado por HarperCollins Publishers LLC, New York, U.S.A.

Traductor: Carlos Ramos Malavé

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Esta edición ha sido publicada con autorización de HarperCollins Publishers LLC, New York, U.S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia.

 

Imagen de cubierta: Shutterstock

 

ISBN: 978-84-9139-092-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

 

Portadilla

Créditos

Índice

Dedicatoria

Cita

[Noticia de última hora]

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Agradecimientos

 

 

 

 

Para Charlie y Rachel, mis amigos de primera fila.

 

 

 

 

No hay hombre lo bastante rico para comprar su pasado.

Oscar Wilde

 

 

 

 

Noticia de última hora. El hallazgo de un vestido manchado de sangre acaba con la detención de una promotora de fiestas de Night for Night.

Por Trena Moretti

 

Pocas horas después de que el ídolo adolescente Ryan Hawthorne fuera llamado a declarar por la desaparición de su antigua novia, la actriz de Hollywood Madison Brooks, la policía de Los Ángeles recibió una llamada anónima que condujo al hallazgo de un vestido que podría pertenecer a Aster Amirpour, promotora de fiestas de la discoteca Night for Night.

Aunque, según la declaración del Departamento de Policía, se están realizando pruebas para determinar el origen de la sangre, un infiltrado de la policía nos ha asegurado que han confirmado que la sangre del vestido concuerda con la de la estrella desaparecida.

Según nuestras fuentes, el vestido le fue entregado a la policía cuando una empleada del Hotel W comenzó a sospechar.

«Solo estaba haciendo mi trabajo, que implica revisar la cantidad y el tipo de prendas que se encuentran en la lista de la colada de un huésped para asegurarnos de que coincida con la cantidad y el tipo de prendas que el huésped especificó en su formulario», dijo la empleada, que desea permanecer en el anonimato. «Es el mismo procedimiento estándar que llevamos a cabo antes de enviar la colada a nuestra lavandería. No creerían la cantidad de gente que desconoce la diferencia entre una camisola y un vestido. Pero bueno, el caso es que, cuando estaba revisando la ropa, me fijé en un vestido negro que había sido erróneamente etiquetado como blusa. Al fijarme bien, vi que el vestido estaba cubierto de enormes manchas oscuras que me resultaron sospechosas. Fue entonces cuando alerté a mi jefe y ellos se hicieron cargo a partir ahí. Si de verdad la sangre es de Madison Brooks, entonces solo podemos rezar por esa pobre chica, porque era una cantidad enorme de sangre. El vestido estaba cubierto».

En el momento de escribir esto, Aster Amirpour ingresaba en la cárcel del condado de Los Ángeles. Seguiremos informando cuando tengamos más datos.

CAPÍTULO 1

 

UNA CHICA ASUSTADA

GIRL AFRAID

 

 

Madison Brooks renunció a regañadientes a lo que quedaba de su sueño y parpadeó en la oscuridad que tenía ante ella. No se oía nada en la habitación, todo estaba quieto. El aire pesaba y olía a rancio. Pese a la promesa del sueño, su vida seguía siendo un infierno.

Aunque tenía muchos miedos —miedo a olvidarse del texto durante una representación en directo, miedo a que se revelase su pasado secreto—, el miedo a la oscuridad nunca había figurado entre ellos. Incluso de niña, entendía que el mítico monstruo que acechaba bajo la cama no era nada comparado con los dos monstruos paternos y reales que se drogaban en el estudio.

Y ahora no había cambiado nada.

Se levantó del asqueroso colchón en el que había dormido y se arrastró hacia la puerta de acero, atenta a cualquier olor o sonido, algo que pudiera darle una pista de quién la había secuestrado, dónde la había llevado y por qué. Después de más de treinta días encerrada seguía sin tener respuestas, como la noche en que fue raptada. Había repasado el incidente innumerables veces: su memoria reproducía las escenas una y otra vez, plano por plano, en busca de alguna revelación, algún detalle pequeño pero crucial, que pudiera haber pasado por alto. Pero aun así cada visionado era igual al anterior.

Había roto con Ryan para ser rescatada por Tommy y, tras compartir unas cuantas cervezas (y unos cuantos besos para el recuerdo), había recibido un mensaje de Paul diciéndole que se reuniera con él en Night for Night. Y ella se había marchado sin dudar. Aunque, nada más llegar a la discoteca vacía y cerrada, debería haberse dado cuenta de que algo iba mal. Paul era un profesional. Puntual. Si de verdad hubiera querido reunirse con ella, ya habría llegado. Había caído en la trampa, pero de eso se daba cuenta ahora. Otro punto más que añadir a la larga lista de indicios que había elegido ignorar hasta que no le quedó otra cosa más que tiempo para pensar y fustigarse.

¿Cómo había podido ser tan confiada, tan ingenua?

¿Por qué había seguido esperando en la terraza, recordando el pasado que tanto deseaba mantener enterrado e ignorando el instinto que le decía que huyera cuanto antes?

Lo último que recordaba era una ráfaga de viento en su espalda, un aroma que aún no lograba ubicar; después, una mano que le tapaba la boca con firmeza y entonces perdió la noción del tiempo.

Y ahora, varias semanas después, seguía encerrada en un zulo sin ventanas que no tenía más que un lavabo, un retrete, un colchón desnudo tirado en el suelo y una sucesión de comidas insípidas que le servían tres veces al día.

Ni rastro de su secuestrador.

Ni idea de por qué la tenía allí.

El reloj Piaget con diamantes incrustados, los pendientes de aro que le había regalado Ryan, los zapatos Gucci de tacón y el chal de cachemir que utilizaba ahora como manta eran lo único que quedaba de su condición de chica de moda en Hollywood.

Si buscaran dinero, le habrían quitado todo eso hacía tiempo. Permitir que se lo quedara le parecía casi cruel. Como si quisieran que recordara quién había sido, aunque solo fuera para demostrarle lo rápido que podían arrebatárselo.

Se quedó tirada en el frío suelo de cemento con las piernas estiradas frente a ella, preguntándose, como siempre hacía, qué estaría pasando al otro lado de aquellas paredes de hormigón. Sin duda el mundo entero sabría de su desaparición. Probablemente tendrían a una patrulla especial encargada de su caso. ¿Por qué entonces tardaban tanto en encontrarla? Y, lo más importante, ¿por qué Paul no les conducía hasta ella cuando era él quien había insistido en incrustarle el microchip localizador en el brazo, justo debajo de la cicatriz de la quemadura, anticipándose a algo así?

A la hora habitual se encendieron las luces, las bombillas fluorescentes parpadearon, zumbaron e inundaron la estancia con un brillo verdoso chillón. Segundos más tarde, cuando se abrió la rendija, Madison se agachó junto a ella, abrió la boca y gritó con todas sus fuerzas.

Pero, como el resto de los días, la bandeja de comida pastosa entró por la rendija antes de que esta se cerrara y los gritos de auxilio de Madison quedaran sin oír.

Le dio una patada a la comida y miró a su alrededor en busca de algo que hubiese podido pasar por alto, cualquier cosa que pudiera emplear para defenderse. Paul le había enseñado a ver más allá de lo mundano. «Casi todo tiene un doble uso», le había dicho. «Hasta el objeto más común puede utilizarse como defensa». Pero, incluso aunque lograra convertir el tacón del zapato en un arma, no había oponente, no había nadie contra quien luchar. Estaba allí atrapada, sola, en su celda de bloques de hormigón.

Suspiró frustrada y centró su atención en las fotografías de ella con ocho años distribuidas por el techo y las paredes. La imagen repetida se veía a veces interrumpida por alguna franja de espejo destinada a reflejar el lamentable estado en el que se encontraba actualmente. En la foto llevaba el pelo revuelto, los pies descalzos y sucios y sujetaba en la mano una vieja muñeca mientras miraba a la cámara con sus ojos violeta.

Era la misma fotografía que alguien le había enviado a Paul como amenaza tácita.

La foto que él le había asegurado que había ardido hacía mucho tiempo junto con el resto de su pasado.

En los diez años transcurridos desde que se tomara la fotografía, había recorrido un largo camino, había llegado muy alto y había terminado como al principio: impotente, desesperada y sucia como cuando era niña.

Todo lo que Paul le había contado era mentira. Su pasado nunca había llegado a borrarse. Había estado allí desde el principio, esperando con paciencia el momento justo para recordarle los pecados que había cometido en su ascenso a la cima.

Alguien había unido los puntos entre la niña indefensa que había sido y la estrella de éxito en quien se había convertido.

Alguien había descubierto la verdad oscura de su viaje —las mentiras que había contado, la gente a la que había traicionado— y ahora ese alguien estaba haciéndoselo pagar.

Aunque se negaba a creer que Paul pudiera estar detrás de aquello —la había protegido durante demasiado tiempo como para traicionarla ahora—, no podía descartar la idea de que alguien le hubiera engañado. En cualquier caso, estaba claro que no podía contar con él para salir de aquella.

Se pasó los dedos por las múltiples cicatrices recientes que cubrían sus nudillos y sus manos, resultado de un intento de huida que se había saldado con un meñique roto, un esguince en la muñeca y tres uñas rotas. Había actuado por impulso y se había dejado llevar por el miedo. Era un error que no volvería a cometer. En su próximo intento tendría que lograrlo. El fracaso ya no era una opción.

Se quedó así, mirando la pared y elaborando un plan, viendo cómo las imágenes de su pasado y de su presente se fundían en una sola, hasta que le sirvieron la última comida y la celda volvió a quedar a oscuras.

CAPÍTULO 2

 

UNA CAJA CON FORMA DE CORAZÓN

HEART-SHAPED BOX

 

 

BELLOS ÍDOLOS

Inocente hasta que se demuestre lo contrario

Por Layla Harrison

 

Advertencia: Si habéis recalado en este blog en busca de la habitual carroña sarcástica sobre famosos, entonces será mejor que os vayáis ahora que estáis a tiempo y reservéis vuestros clics y comentarios para Perez Hilton, Popsugar o cualquier otro sitio al que vayáis para recibir vuestra dosis diaria de cotilleos de Hollywood cuando termináis de leerme a mí.

 

Ni se os ocurra fingir que sois monógamos.

Sé que vais por ahí haciéndole clic a cualquiera.

 

Aunque normalmente me encanta daros toda esa basura de Hollywood que necesitáis, hoy me temo que no puedo ni quiero entrar al trapo.

A no ser que tengáis la cabeza metida en la tierra, estaréis al corriente de que Aster Amirpour ha sido detenida por el asesinato de Madison Brooks. Una fuente de confianza ha confirmado que el Canal Bravado incluso interrumpió un episodio muy especial de Real Housewives para dar la noticia, y creo que estamos todos de acuerdo en que esa disposición a ignorar las digresiones diarias de las rubias tetonas favoritas de América demuestra lo serio que es este asunto.

Porque resulta que es serio, y yo estaba ahí cuando ocurrió. Lo que significa que presencié horrorizada cómo esposaban injustamente a una persona inocente y se la llevaban en un coche patrulla delante de docenas de paparazzi.

Hasta que no hayáis visto a alguien acusado de un crimen horrible que sabéis que no ha cometido, probablemente no podáis empatizar con lo que yo estoy pasando. El caso es que yo sé, sin asomo de duda, que Aster Amirpour es inocente. Lo que significa que no escribiré aquí sobre su detención como suelo hacerlo.

Aunque estaré encantada de seguir aireando los trapos sucios de Hollywood, ni puedo ni quiero utilizar este blog para hundir a una inocente o perpetuar una historia que resulta que no es cierta.

Además, como parece que suele olvidársenos en momentos como estos, permitid que os recuerde que nuestro sistema legal se basa en una cosita llamada presunción de inocencia, que significa que la responsabilidad de presentar pruebas recae en el que declara, no en el que niega.

Podéis buscarlo:

http://legal-dictionary.thefreedictionary.com/

presumption+of+innocence

 

546 comentarios:

 

Anonymous

Eres una jodida idiota.

 

MadisonFan101

Tu amiga es una asesina y las dos iréis al infierno.

 

RyMadLives

Aster Amirpour es una zorra y una asesina y todo el mundo lo sabe menos tú.

 

StarLovR

Tu blog es tan asqueroso, aburrido y básico como tú.

 

CrzYLuVZomby38

¡Defiendes lo indefendible!

 

AsterDebeMorir

Espero que acabes muerta como Madison.

 

 

Layla Harrison estaba sentada a su escritorio, bebiendo café y leyendo con rabia los comentarios que aparecían en la pantalla del ordenador. Se suponía que debía estar trabajando. Esforzándose para asegurarse de que la fiesta que anunciaría el lanzamiento del nuevo tequila de Unrivaled de Ira Redman fuese la fiesta más comentada de la temporada. En su lugar, estaba empleando su tiempo de trabajo (además del ordenador de la oficina) para leer los comentarios que un puñado de imbéciles manipulados por los medios de comunicación había dejado en su blog.

—¿Culpable o inocente?

Layla levantó la mirada y se encontró a Emerson, el tipo que trabajaba a pocos cubículos del suyo, de pie pegado a ella cotilleando por encima de su hombro.

Con un clic minimizó la pestaña junto con la otra foto de la pantalla; la foto de una asustada Aster mientras se subía al coche de policía, con un titular que decía: ¡La promotora de fiestas Aster Amirpour detenida por el asesinato de Madison Brooks!

Tampoco necesitaba estudiarlo mucho. Se encontraba junto a Tommy Phillips y había presenciado el sórdido episodio con sus propios ojos una semana antes.

—Sin duda inocente al cien por cien —respondió Layla. Para Emerson, el caso no era más que un cotilleo más sobre una compañera de Unrivaled. Para él no era personal, como lo era para ella. Le fastidiaba que lo utilizara para romper el hielo y no le importaba hacérselo saber.

—Tampoco importa. —Emerson la miró con esos ojos de color topacio que sus gruesas pestañas y sus cejas perfectamente depiladas no hacían sino enfatizar. Era el primer día de trabajo de Layla y ya era la segunda vez que le dedicaba aquella expresión condescendiente. Por suerte había empezado a mitad de semana, así que solo le quedaban dos días para el fin de semana.

La primera vez había sido cuando se había perdido en el laberinto de cubículos idénticos al regresar de la sala de descanso y Emerson la había acompañado hasta su mesa con una actitud paternalista y algún que otro suspiro. Ella se había pasado la siguiente media hora echando humo por las orejas. ¿Cómo iba a reconocer el suyo cuando eran todos idénticos? A la hora de diseñar sus discotecas, Ira Redman no reparaba en gastos. ¿Por qué entonces no iba a ser factible una oficina moderna y sofisticada, con máquinas de expreso, canchas de baloncesto, balnearios e incluso un estudio de yoga o una sala de meditación? Pero las oficinas de Unrivaled Nightlife, que básicamente consistían en una sala en color crudo con moqueta y mesas a juego, estaban tan alejadas de lo que ella se había imaginado que, al llegar, pensó que se había metido en una empresa de contabilidad.

El resto del día lo pasó conectada a Internet, investigando la desaparición de Madison Brooks hacía poco más de un mes y revisando las pruebas que la policía de Los Ángeles había logrado reunir contra Aster en las semanas posteriores, hasta que Emerson la pilló holgazaneando.

—Esos casos están basados en la percepción. —Emerson seguía pegado a ella, mirando por encima de su hombro aunque ya no hubiera nada que ver porque tenía la pantalla en negro—. Y la percepción siempre lleva a resultados.

Layla se permitió estudiar los rasgos de su cara —los pómulos marcados, la mandíbula pronunciada, la barbilla bien definida, la piel morena y tersa— y se dio cuenta de que no podía respirar. La belleza extrema tenía con frecuencia ese efecto; igual que el miedo paralizante a ser despedida en su primer día de trabajo. Solo esperaba que Emerson no informase a Ira de su rendimiento tan poco profesional.

—Pensé que lo sabrías —añadió él—. Al fin y al cabo, nuestro departamento se dedica a eso, ¿no? A manipular la percepción del público para que crea que las discotecas de Ira son los únicos lugares que merece la pena visitar y que su tequila es de la única marca que merece la pena beber.

Layla jugueteó con su melena platino mientras giraba de un lado a otro sobre su asiento. Aunque empezaba a fastidiarle la presencia de Emerson, debía admitir que sus palabras tenían algo de verdad.

—Pero bueno —continuó él con un tono alegre y jovial del que ella desconfiaba. Le tenía manía, de eso estaba segura—, supongo que esto es para ti, ya que lleva tu nombre. —Dejó caer un paquete rectangular sobre su escritorio.

Ella se quedó mirando el paquete. En apariencia era inocuo, pero tenía algo inquietante. Para empezar, no llevaba remite. Para continuar, era su primer día de trabajo, no esperaba correo.

—Lo he encontrado en mi silla al volver de comer. Supongo que habrá sido un error de los encargados del correo.

Layla lo palpó con dedos torpes, pero no tenía intención de abrirlo hasta que Emerson hubiera vuelto a su cubículo.

—Vale, gracias —respondió con el tono más despectivo que pudo encontrar. Esperó a que él doblara la esquina y desapareciera de su vista.

El paquete era grande, pero no muy pesado. Y, cuando lo agitó ligeramente, notó que algo voluminoso se movía en su interior. Aquello no le sirvió para adivinar qué contenía.

Con la esperanza de que los de correos tuvieran algún protocolo para identificar los posibles paquetes bomba, sacó unas tijeras del cajón, cortó la cinta y contempló asombrada la caja de satén rojo en forma de corazón que encontró dentro con un pequeño sobre pegado en la parte delantera.

Era el tipo de caja que suele verse el día de San Valentín. El tipo de caja que estaba fuera de lugar en su mesa en una calurosa tarde de agosto. Y, dado que no tenía vida amorosa desde que Mateo la dejara, no se le ocurría quién podría habérsela enviado.

Su padre no era muy dado a las muestras de cariño. E Ira, bueno, Ira era su jefe, lo cual haría que resultase totalmente inapropiado. En cuanto a Tommy…, bueno, prefería no pensar en esa posibilidad.

En la parte delantera del sobre estaba escrito su nombre con letra muy barroca. Seguía sin imaginar quién podría haberlo enviado, así que le dio la vuelta, pasó el dedo por debajo de la solapa y sacó la tarjetita rectangular que iba dentro, en la que aparecía dibujado un gatito sonriente con un nudo corredizo al cuello.

Se quedó mirando la tarjeta, que era horrible, espantosa, y solo verla le puso los pelos de punta. Aunque no tenía ni idea de lo que significaba, una cosa estaba clara: no la habían comprado en Hallmark.

Abrió la tarjeta con dedos temblorosos y encontró un mensaje escrito con la misma letra barroca.

 

¡Hola, Valentine!

Ayudar a tu amiga a salir de la cárcel parece divertido,

pero tu blog en un fracaso has convertido.

Y, aunque no sea lo más deseable,

creo que ambos sabemos que tú eres la única culpable.

Si lo que quieres es una pista,

confía en mí, no soy un bromista.

Seguro que esta caja abrirás,

y entonces con claridad verás.

No quiero que te expliques,

solo que lo publiques.

Espero que vengas a jugar,

y no me hagas esperar.

Si tienes dudas, recuerda este refrán:

La curiosidad mató al gato, pero la satisfacción lo revivió.

Besos y abrazos

Tu admirador secreto.

 

Layla dejó a un lado la tarjeta, abrió la caja y gruñó al encontrarse un montón de confeti y purpurina rosa. Con el corazón acelerado, metió la uña por debajo de la solapa del sobre de oficina que encontró bajo el confeti y sacó un trozo de papel doblado en tercios.

El papel estaba amarillento y gastado, con los bordes arrugados. La letra era muy rebuscada, con corazoncitos dibujados sobre las íes y estrellas y cadenas de flores alrededor de los márgenes.

Empezó a leer y, cuando llegó al final, volvió al principio y comenzó de nuevo. Tras leerla por tercera vez, sintió que tenía más preguntas que respuestas. ¿A quién pertenecía y por qué alguien habría considerado oportuno enviárselo a ella?

Estaba volviendo a doblar la hoja, a punto de meterla en el sobre, cuando una foto que no había visto cayó del sobre bocarriba sobre su mesa.

La chica de la foto era joven, tendría siete u ocho años, pero no más de diez. Tenía el pelo largo, revuelto y oscuro. Sus piernas eran esqueléticas y llevaba los pies descalzos y sucios. El vestido que tenía puesto estaba arrugado y manchado, además le quedaba pequeño, mientras que a la muñeca que colgaba de su mano le faltaba un ojo y una pierna y sonreía con malicia.

Pero lo que más llamó su atención fueron los ojos de la chica. Eran tan intensos, tan llamativos y tan familiares que resultaba casi imposible apartar la mirada.

Se guardó el paquete apresuradamente en el bolso, se levantó de la silla y corrió hacia la salida. Consciente de que Emerson estaba clavándole los ojos en la nuca, se colocó el móvil entre el hombro y la oreja y dijo en voz baja:

—Tenemos que vernos. Creo que acabo de encontrar nuestra primera pista.

CAPÍTULO 3

 

ESTE VERANO TE VA A JO**R A LO BESTIA

THIS SUMMER’S GONNA HURT LIKE A MOTHERF****R

 

 

Aster Amirpour entró arrastrando los pies en la sala y ocupó la única silla disponible, la que estaba atornillada al suelo. Pese a que no soportaba estar encerrada en su celda, había llegado a temer también el momento de abandonarla. Y eso debía agradecérselo a sus padres. Sabía que su intención era buena, pero después de una visita suya o de sus abogados, se quedaba peor, sin esperanzas y lamentando el espectáculo en que se había convertido su vida.

Era raro pensar que solo unos pocos meses atrás se hubiese graduado en el instituto convencida de que le esperaba un futuro brillante, para acabar después detenida por el asesinato de una celebridad de moda.

Toda su vida había deseado ser famosa, ver su cara en todas las revistas y escuchar su nombre en boca de todos. Jamás imaginó que conseguiría todas esas cosas de la peor forma posible.

Llevaba encerrada menos de una semana y ya echaba de menos todo lo que tuviera que ver con su antigua vida. Echaba tanto de menos a Javen, su hermano pequeño, que casi le dolía. Echaba de menos el calor del sol de California sobre su piel y las excursiones improvisadas a la playa con sus amigas. Echaba de menos ir de compras a Barneys, su gran colección de bolsos y zapatos de diseño, así como sus citas semanales en el salón de belleza para hacerse la manicura y la pedicura y arreglarse el pelo. Y, después de las asquerosas comidas de la cárcel ricas en carbohidratos que le obligaban a tragarse, podía decir con sinceridad que incluso echaba de menos el zumo verde. Básicamente echaba de menos todos los aspectos de su vida diaria que antes daba por sentados, y lo hacía con una intensidad que la gente solía reservar a sus mascotas o a sus seres queridos. Si conseguía salir de allí, se juró que agradecería más la vida de lujo que le había sido concedida.

Pero, por el momento, encerrada entre rejas y vestida con un mono naranja, tenía pocas cosas que agradecer. Sus padres se negaban a dejar que Javen la visitara, diciendo que no querían que lo traumatizara más de lo que ya lo había hecho. Justo cuando estaba segura de haber tocado fondo, aquel comentario hizo que se diera cuenta de que todavía le quedaban varias capas de infierno por explorar.

Luego estaban los grilletes que sus carceleros insistían en que llevase en los tobillos y en las muñecas, que no solo resultaban humillantes, sino del todo innecesarios. Ella no era violenta y desde luego no representaba una amenaza para nadie, pero no había logrado convencerlos de ello.

No era culpa suya que, a los pocos minutos de estar encerrada en el abarrotado calabozo, se hubiera visto arrastrada a una pelea. Estaba contemplando perpleja el asqueroso retrete instalado en el centro de la celda, preguntándose cuánto tiempo podría aguantar antes de no quedarle más remedio que usarlo, y de pronto una tía loca se puso a darle puñetazos, lo que no le dejó otra opción que poner en práctica los movimientos aprendidos en clase de kick-boxing. Aunque hubiese actuado en defensa propia, no podía explicarles eso a los todopoderosos.

Al final, el incidente se había saldado con un ojo morado, un labio partido, la desconfianza de sus carceleros y una celda para ella sola, lo que debía interpretarse como un castigo, pero que a ella le parecía una victoria.

Se dejó caer sobre el borde de su asiento y esperó a que entraran sus abogados, con la esperanza de que al fin hubieran accedido a pagar la fianza. Sus padres podrían haberlo hecho días atrás, pero querían enseñarle una lección. Como si los cargos por asesinato en primer grado a los que se enfrentaba no fuesen lección suficiente.

Y aun así, por muy desesperada que estuviese por salir de allí, por mucho que odiara la comida, el mugriento colchón, la falta de intimidad, los olores nauseabundos, el espantoso mono de color naranja que le obligaban a llevar y prácticamente todo lo demás, la idea de volver a casa a vivir con sus padres era también como estar en prisión. Cierto, el entorno era de un lujo incomparable, pero las normas de la casa resultaban igual de estrictas. Aunque, en ese momento, era la única opción que le quedaba.

La puerta se abrió tras ella y Aster cerró los ojos; quería saborear unos segundos para ella antes de tener que contemplar el peinado de peluquería de su madre y su rostro maquillado a la perfección, que no hacía sino enfatizar la mirada reprobatoria de sus ojos. Aunque, por duro que fuese enfrentarse a su madre, ver a su padre era peor. Él apenas la miraba y, cuando lo hacía, ella deseaba que no lo hubiera hecho. Su pena era tan honda que Aster casi podía verla brotando de su interior como los gases de escape de un coche. Toda su vida había sido una niña de papá y, ahora que había hecho lo impensable, ahora que lo había decepcionado y avergonzado a la familia, sabía que jamás podría hacer nada para recuperar su simpatía.

Negarse a mirar era un juego infantil. Solía hacer lo mismo de niña cada vez que se enfrentaba a algo que no quería ver. Nunca funcionaba, claro, pero eso no le impedía intentarlo. Aun así, quizá en esa ocasión fuese diferente. Quizá en esa ocasión se despertara de la pesadilla y pudiera rebobinar su vida hasta el día en que su agente la llamó para contarle lo del concurso de Ira Redman. Solo que ahora, armada con la experiencia que entonces le faltaba, rechazaría la oferta y pasaría el resto del verano como cualquier otra chica de dieciocho años, es decir, comprando, tomando el sol, flirteando con chicos guapos y esperando a que empezara su primer cuatrimestre en la universidad.

—Aster. ¿Aster, estás bien?

La voz resultaba familiar, pero no era la que había esperado oír. Abrió los ojos y se encontró a Ira Redman sentado frente a ella, con una camisa de algodón doblada por los puños para enseñar mejor su reloj Breguet. Junto a él se encontraba el abogado con quien Aster ya se había reunido antes, cuando la llamaron para testificar la primera vez y aún no tenía ni idea del horror al que pronto se enfrentaría.

—No sé si lo sabes, pero todavía te represento —dijo el abogado mirándola a los ojos.

Aster asintió y se pellizcó el mono naranja de la cárcel, que le arrebataba el color a su piel y hacía que pareciese estar al borde de la muerte. Era muy extraño ver a aquellos dos hombres tan poderosos sentados frente a ella. Distaba tanto de lo que había esperado que tardó unos segundos en asimilarlo.

—Habría venido antes, pero te olvidaste de ponernos en la lista. —Ira le dirigió una mirada intencionada para indicarle que ambos sabían que no había sido precisamente un descuido.

Aster los miró alternativamente. Ambos rondarían la misma edad, pero era evidente que Ira llevaba la voz cantante. En un lugar como Los Ángeles, un traje hecho a medida y una corbata de seda de diseño constituían el uniforme de aquellos que respondían a una autoridad superior. Mientras que los vaqueros oscuros de diseño de Ira y la camisa por fuera del pantalón indicaban que él no respondía ante nadie.

—Queremos ayudarte. Si nos lo permites, claro.

Aster se quedó mirando la pared verde pálido que había detrás de él; era un tono que siempre quedaría asociado en su mente a la tristeza, la desesperación y la desesperanza. Apretó las manos sobre su regazo, sin saber cuál era el mal menor; estar en deuda con sus padres o con Ira Redman. Era evidente que necesitaba ayuda. La idea que tenían sus padres de ayudar consistía en cambiar una cárcel por otra poniéndola bajo arresto domiciliario. Aunque tampoco era que tuviera ningún sitio al que ir más allá de la casa familiar. Era la persona más vilipendiada de Los Ángeles. Estaría más segura encerrada en la inmensa finca familiar de Beverly Hills, donde nadie pudiera alcanzarla.

Sin embargo Aster se negaba a ir sobre seguro. Se negaba a admitir que había arruinado tanto su vida que necesitaba la actitud estricta de sus padres para recuperarse. Era muy testaruda y no se rendiría a su voluntad. Pero, sobre todo, haría lo que fuera necesario por mantenerlos alejados del desastre y evitar que se involucraran en exceso. Aceptar la ayuda de Ira era una forma de asegurarse eso.

Había cometido muchos errores estúpidos; el principal de todos, enamorarse de Ryan Hawthorne. Había permitido que su ego se hiciese con el control y se había engañado al creer a Ryan cuando le dijo que ella le importaba, que siempre estaría a su lado. Todo mentiras, por supuesto.

¿Qué había dicho Ira? «No confíes nunca en un actor, Aster. Siempre están actuando. No tienen un botón de apagado». Ahora se daba cuenta de la verdad que encerraban aquellas palabras.

Lo único que sabía con certeza era que no le había hecho nada a Madison Brooks. Era inocente al cien por cien, pese a la abundancia de pruebas que el estado de California había presentado en su contra.

—Estamos dispuestos a pagar tu fianza.

Aster los miró con las pestañas humedecidas, sin darse cuenta de que había estado llorando. Últimamente le pasaba mucho.

—¿Y qué queréis a cambio?

Ira y el abogado se dirigieron una mirada cargada de significado antes de que Ira volviera a mirarla a ella.

—Nada.

—Sabes que jamás podré devolvértelo. —Aster frunció el ceño y se miró las uñas descascarilladas y las cutículas desiguales. Tenía el pelo sucio y sin brillo, le habían salido granos y probablemente tuviera una sola ceja en aquellos momentos, pero estaba demasiado deprimida para preocuparse por todo aquello. Tampoco es que estuviera subiendo selfies desde su celda.

—¿Vas a huir del país?

—¿Dónde iba a ir? —preguntó ella.

Ira se encogió de hombros.

—Entonces, parece que ninguno de los dos tiene nada que temer.

—Vale, pagáis mi fianza… ¿y entonces qué?

—Vuelves a la normalidad. Te espera tu suite en el W.

Aster se encogió más sobre su silla de plástico duro. Era vergonzoso seguir chupando de él. Tenía que parar. Tenía que empezar a mantenerse sola. Aunque en aquel momento estaba tan perdida, necesitaba tanto un salvador, que no tenía idea de por dónde empezar.

—¿Y cómo voy a vivir? —murmuró—. ¿Cómo voy a mantenerme? ¿Quién estaría tan loco como para contratarme?

Ira se rio. En realidad echó la cabeza hacia atrás y se rio como si ella hubiese dicho algo graciosísimo. Cuando por fin se tranquilizó, la miró y dijo:

—Llámame loco, pero recuerdo haberte ofrecido un trabajo y creo recordar que aceptaste.

—Sí. Y cinco segundos después me esposaron y me leyeron mis derechos. —Aster negó con la cabeza y no quiso mirarlo—. Ahora no te beneficiaría nada.

—Al contrario —se apresuró a responder él—. Esto es Hollywood, Aster, no las primarias del partido Republicano. En los negocios de la noche, el escándalo es la moneda de cambio. Aun así, si decides que no te interesa mi oferta, todavía queda el asunto del dinero del premio que ganaste.

Aster se preguntó si parecería tan sorprendida como se sentía. Lo último que recordaba del dinero del premio era el momento en que Ira le había quitado el cheque y se lo había guardado en el bolsillo. «Yo te lo guardo», había dicho, aunque su expresión le hizo pensar que jamás volvería a ver ese dinero. Segundos más tarde, la metieron en el asiento trasero de un coche patrulla, se la llevaron y ya no había vuelto a acordarse de eso hasta ahora. ¿De verdad se habría equivocado tanto al juzgarlo?

—Lo ganaste justamente. Es tuyo. Lo he ingresado en un fondo de inversiones a tu nombre.

—Quédatelo. —Despreció la oferta con un movimiento rápido de la mano. Quizá estuviese desesperada y arruinada, pero era lo correcto—. Empléalo en pagar la fianza y al abogado. —Miró un instante al abogado, sentado frente a ella, e hizo una serie de cálculos rápidos en su cabeza. Aunque el cheque del premio llevaba una impresionante cantidad de ceros, no serviría más que para empezar. Un buen equipo legal se lo puliría en un santiamén. Ya estaría gastado antes incluso de llegar a juicio.

Bajó la barbilla y se pasó las manos por el pelo. Había avanzado un paso y había acabado otra vez en la casilla de salida. No tenía un lugar donde vivir ni manera de ganarse la vida. Sin estudios superiores y con una foto policial que se había hecho viral, era problemática y nadie la contrataría. La independencia que tanto había ansiado tenía un precio que no podía permitirse.

—También hablo en serio con lo de la oferta de trabajo —dijo Ira, como si le hubiera leído el pensamiento.

—El trabajo era como promotora. ¿Cómo voy a atraer a la gente? ¡Soy una marginada social!

Ira seguía decidido.

—Si quieres cambiar la opinión pública, tienes que salir ahí y demostrar que no tienes nada que ocultar. No te lo ofrecería si no creyera que eres capaz. ¿Recuerdas la promesa que hice al comienzo del concurso?

Ella lo miró; la cabeza le daba vueltas con todo lo que había dicho, con todo lo que quedaba por decir.

—Prometí que trabajar para mí equivaldría al tipo de experiencia de vida real que no se encuentra en la escuela y estoy seguro de que cumplí la promesa, ¿no?

En esa ocasión, cuando un torrente de lágrimas resbaló por sus mejillas, Aster no se molestó en detenerlo. Era la segunda vez que Ira se había ofrecido a ayudarla cuando sus padres se habían negado a hacerlo, pero lo más importante era que, al contrario que sus padres, Ira no la juzgaba, no intentaba hacer que se sintiera inferior ni menospreciada. Creía firmemente en su potencial y la animaba a creer en sí misma también.

Ella se preguntaba por qué lo haría, por qué se molestaría. Nunca le había pedido nada a cambio salvo que triunfara en su trabajo. Para ser alguien que siempre parecía estar tramando algo, Aster todavía no había descubierto qué estaba tramando con ella.

Aunque quería a su familia, la idea de volver a casa bajo la atenta mirada de Mitra, su niñera de toda la vida, y de sus padres era insoportable. No soportaba necesitar ayuda, pero agradecía tener a alguien más allá de sus padres para evitar que se ahogara.

—Gracias —dijo con un nudo en la garganta.

Ira sonrió y se puso en pie. Un segundo más tarde, el abogado hizo lo mismo y dijo:

—Puede que tardemos algunas horas en gestionar tu fianza, pero pronto saldrás de aquí.

Aster vio cómo el guardia abría la puerta y ambos hombres salían de la sala.

—Ah, Aster —dijo Ira por encima del hombro—, no te preocupes tanto. Todo saldrá bien, te lo prometo.

Mientras el guardia la llevaba de vuelta hacia su celda, Aster se aferraba a las palabras de Ira como al salvavidas que eran.