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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

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ESCRITO EN UN SUEÑO, Nº 62 - febrero 2012

Título original: Healing Dr. Fortune

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-499-6

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

EL doctor Jeremy Fortune salió del centro médico de Red Rock y fue directo al aparcamiento. Su humor estaba tan gris como las nubes que cubrían el cielo en ese momento.

Había pasado ya un mes desde que desapareciera su padre el día de su boda y, a pesar de todos los esfuerzos que habían hecho por encontrarlo, no tenían apenas pistas y no sabía por dónde seguir buscando.

William Fortune había tenido un accidente de coche a ciento sesenta kilómetros de la iglesia de Red Rock en la que tenía que casarse. La conductora del otro coche, una mujer bastante joven, había muerto en el acto. Durante muchos días, la policía no supo que otro vehículo se había visto implicado en el accidente hasta que vieron el Mercedes plateado de William al fondo de un barranco, casi escondido entre los árboles.

Pero no habían podido encontrar a William. No había sangre en el coche ni nada que les hiciera pensar que hubiera resultado herido o que hubiera fallecido. Era como si su padre se hubiera desvanecido sin dejar rastro.

Habían encontrado una fotografía de Molly, su primera mujer, en la visera del coche y la prensa del corazón había empezado a hablar de la posibilidad de que su padre se lo hubiera pensado mejor y hubiera decidido no casarse.

Pero Jeremy sabía que no era cierto.

William Fortune había estado deseando que llegara ese día en el que por fin iba a contraer matrimonio religioso con Lily, la viuda de su primo Ryan. Y había estado muy ilusionado ante la idea de pasar el resto de su vida con esa mujer a la que había llegado a amar y respetar. Además, su familia y sus amigos eran muy importantes para él, sabía que nunca habría huido sin decirles nada. A no ser que estuviera retenido en contra de su voluntad.

Al principio, había temido que alguien hubiera secuestrado a su padre, pero no habían recibido ninguna información al respecto y nadie les había pedido rescate.

No entendía dónde podía estar.

Jeremy era cirujano ortopédico y estaba completamente dedicado a su profesión. Creía en la lógica como única manera de resolver sus problemas, a los que siempre se había enfrentado, por muy duros que fueran. Pero, de momento, no había encontrado nada de lógica en la desaparición de su padre.

Como hombre de ciencias que era, no solía fiarse de sus instintos ni de corazonadas, pero tenía la sensación de que su padre seguía vivo y estaba en alguna parte, sólo tenía que encontrarlo.

Parte de él pensaba que se sentía así porque ya había perdido a demasiados miembros de su familia y le costaba aceptar la posibilidad de que su padre también hubiera fallecido.

De un modo u otro, no pensaba irse de Texas ni regresar a California hasta que dieran con el paradero de su padre y descubrieran lo que había pasado.

Había conseguido que le concedieran un permiso especial en la clínica de Sacramento en la que trabajaba. Había creído que le resultaría muy duro estar alejado de su trabajo, pero no le estaba costando.

En parte, creía que su actitud tenía bastante que ver con todo lo que había estado planteándose antes incluso de ir a Red Rock para asistir a la boda de su padre. Llevaba ya algún tiempo tratando de decidir si realmente estaba haciendo lo que quería con su vida. Había pensado que ese viaje a Texas iba a servirle para distanciarse un poco de su día a día y ver las cosas desde otra perspectiva.

Mientras tanto, para tratar de mantenerse ocupado y ser de ayuda, estaba trabajando como voluntario en el centro médico de Red Rock, clínica que se financiaba en parte gracias a donaciones de la Fundación Fortune.

Miró el reloj. Eran sólo las cuatro y media, demasiado temprano para ir al restaurante. Había quedado en el Red, su local favorito, para cenar con su hermano y su nueva cuñada. Pero tampoco tenía el tiempo necesario para conducir hasta el rancho Double Crown, donde se alojaba, y regresar después al pueblo para la cena.

Pensó que podía aprovechar para acercarse a la librería y comprar un par de libros. Llevaba algún tiempo tratando de luchar contra el insomnio y llenaba esas solitarias horas de la noche gracias a la lectura.

De camino hacia allí, su humor fue empeorando por momentos. Le pasaba cada vez que salía de la clínica y no tenía la distracción de sus pacientes ni su trabajo.

Recordó entonces el sueño que había tenido la noche anterior. No solía pensar demasiado en esas cosas, pero esa fantasía había sido especialmente vívida, le había parecido casi real.

La escena había tenido lugar una soleada tarde de primavera y en una calle arbolada, muy parecida a las que había visto en los mejores barrios residenciales de Red Rock.

Había aparcado su coche frente a una casa de dos pisos con la fachada recién pintada de blanco y con contraventanas verdes. El césped estaba muy cuidado, como si alguien lo hubiera segado recientemente. El resto de las plantas, arbustos y rosales también eran perfectos. Una mujer menuda estaba sentada en una mecedora del porche, al lado de una ventana llena de macetas con flores de vibrantes colores.

La escena era idílica, casi le había parecido un anuncio o la foto de un calendario. Pero no podía evitar dejarse llevar por esa fantasía cada vez que recordaba el sueño.

Había intentado distinguir el rostro de la mujer, pero tenía la cabeza inclinada y contemplaba un bulto envuelto en una manta rosa que sostenía entre sus brazos. Su cabello, castaño claro y ligeramente ondulado, había impedido que distinguiera su rostro.

—Ya estoy en casa —había dicho él al salir del coche.

Después, había ido deprisa hacia la casa y se había dirigido entusiasmado hasta donde estaban la madre y el bebé.

En ese momento, había sentido que desaparecían por completo la tristeza y la desazón de las que se había sentido presa durante demasiado tiempo. De hecho, no recordaba haberse sentido tan feliz y satisfecho como durante los minutos que había durado el sueño.

Pero se despertó justo en el momento en el que la mujer levantaba la cabeza y la giraba hacia él para saludarlo, y no había podido ver su rostro. En cuestión de segundos, había pasado de la soleada primavera al frío invierno, de un día radiante a la sensación de noche eterna en la que se veía sumido.

Sabía que el subconsciente daba rienda suelta a muchos sentimientos mientras la mente y el cuerpo dormían, pero ese sueño había conseguido que se sintiera vivo, algo que echaba de menos. Cuando se despertó, entendió por primera vez qué era lo que había estado echando en falta en su vida, una vida llena de éxito profesional y otro tipo de satisfacciones. No tenía una esposa ni una familia propia con la que compartir su existencia.

Creía que era una pena que no hubiera podido ver el rostro de esa mujer. Pero se dio cuenta de que no importaba, era algo meramente simbólico, una manera en la que su subconsciente le daba a entender qué era lo que necesitaba, aunque ni él mismo se hubiera dado cuenta de ello hasta ese momento.

Estaba ya cerca del lugar donde había dejado el coche esa mañana, cuando oyó pasos tras él. Miró por encima del hombro y vio a una mujer menuda. Llevaba unos pantalones vaqueros que destacaban su esbelta figura, una camiseta blanca bastante ajustada y una chaqueta rosa. En sus brazos, sostenía a un bebé que llevaba envuelto en una toquilla azul. Estaba mirando al pequeño y no pudo verle la cara.

Pero no pudo evitar quedarse un segundo sin aliento al verla. Su cabello era castaño claro, muy parecido al de la mujer de su sueño.

Era un hombre de ciencia y no creía en las premoniciones, pero esa mujer parecía la protagonista del sueño que había tenido la noche anterior, era casi demasiada coincidencia para pasarla por alto.

Aunque no creía en premoniciones, no pudo evitar detenerse para observarla con más detenimiento.

Cuando ella levantó la cabeza y lo vio, entreabrió los labios como si estuviera a punto de decirle algo y aminoró su marcha. Tenía un rostro bellísimo, como los de las modelos que aparecían en las portadas de las revistas. Sus rasgos eran delicados y tenía unos ojos azules muy expresivos.

—Perdone, ¿es médico? —le preguntó ella entonces.

Jeremy, que aún llevaba su bata blanca sobre la ropa de calle, asintió con la cabeza.

—Así es.

—¡Qué bien! Quería que alguien examinara al bebé… ¿Podría hacerlo?

—No soy pediatra —le dijo Jeremy—. Soy cirujano ortopédico. Pero la clínica aún sigue abierta. Seguro que hay alguien que puede atenderla hoy mismo.

La mujer miró a su alrededor.

—No puedo esperar. Y me preocupa mucho el bebé. Sólo quería asegurarme de que está bien.

—¿Que es lo que le ocurre? —preguntó él—. ¿Tiene fiebre o algún otro síntoma?

—No, creo que no. Bueno, no estoy muy segura —repuso la joven algo confundida mientras observaba al bebé y volvía después a mirarlo a él—. Sólo quería que un médico lo examinara y me asegurara que goza de buena salud.

Le pareció muy extraño, pero se acercó un poco más para observar al bebé. Calculó que no debía de tener más de dos meses de edad. Tenía los ojos abiertos y parecía estar bastante alerta. Tenía gordos mofletes, un color sonrosado y unos brazos de buen tamaño. No le pareció que hubiera ninguna razón aparente para pensar que el pequeño pudiera estar enfermo, al menos a primera vista. También le dio la impresión de que estaba bien cuidado.

Miró de nuevo a la madre, que parecía nerviosa.

—Como le he dicho ya, no soy pediatra. Y es difícil asegurarlo sin examinar en profundidad al bebé, pero no me da la impresión de que esté enfermo.

La joven suspiró, parecía muy aliviada.

—¡Menos mal! ¡Gracias a Dios!

No entendía por qué había estado tan preocupada ni por qué había decidido no entrar a la clínica y esperar con el resto de los pacientes a que alguien la atendiera.

—No sé si lo sabe, pero la clínica ofrece atención gratuita a las personas que no pueden…

—Gracias, pero no es ése el problema. Ya he estado en la clínica. Esperé durante más de una hora y había muchas personas que llevaban más tiempo aún que yo. Tengo que volver a casa, no puedo esperar más.

Se imaginó que su marido la esperaba. Aunque sabía que era absurdo, no pudo evitar sentirse algo decepcionado.

Habría sido irracional dejarse llevar por el sueño que había tenido la noche anterior y creer que aquello podía ser más que un simple y breve encuentro con una desconocida que necesitaba su ayuda. Después de todo, esa mujer sólo tenía un ligero parecido con la protagonista de su sueño. Pero decidió que no estaría de más examinar mejor al pequeño para asegurarse de que no tenía golpes o moretones.

Acarició la mejilla del bebé y éste agarró uno de sus dedos. Le sorprendió su fuerza y sintió que el corazón le daba un vuelco. Cada vez le costaba más entender por qué estaba reaccionando de esa manera.

La mujer miró entonces su reloj y frunció el ceño.

—Perdone las molestias, pero tengo que irme.

Le agradeció que lo hubiera atendido y se despidió. Él se quedó mirándola mientras se alejaba calle abajo. Siguió observándola hasta ver que se detenía en la parada del autobús.

Se preguntó si estaría metida en algún problema o qué tipo de relación tendría con su marido. No pudo evitar imaginárselo como un maltratador.

Cada vez tenía más preguntas y menos respuestas. Lamentó no haber tratado de convencerla con más vehemencia para que aceptara su consejo y volviera a la clínica.

Vio entonces que aún tenía tiempo libre antes de la cena y decidió hacer algo al respecto.

Volvió a la clínica. Atravesó la sala de espera y fue a hablar con la recepcionista. Millie Arden era la encargada de recibir a los pacientes ese día. Era una mujer mayor, con el pelo canoso y una sonrisa muy cálida.

—¿En qué puedo ayudarlo, doctor? —le preguntó.

—¿Recuerda haber visto a una joven madre que salió de aquí hace sólo unos minutos? Tiene unos veintitantos años y el pelo castaño claro. Llevaba vaqueros y una chaqueta rosa. Y el bebé estaba envuelto en un chal azul.

—Sí, rellenó el formulario de admisión como… —murmuró Millie mientras miraba la lista de pacientes y buscaba el nombre de la joven—. ¡Aquí está! Se trata de Kirsten Allen.

Se preguntó si sería su nombre verdadero o si la joven se lo habría inventado para no dejar su información y que pudieran localizarla.

—¿Es la primera vez que venía a la clínica?

—No estoy segura, pero puedo mirarlo. Un momento —le dijo Millie mientras se sentaba frente a su ordenador—. No, parece que no había estado aquí nunca —agregó unos segundos más tarde.

Sabía que era mejor olvidarse del tema, pero le estaba costando hacerlo. La tal Kirsten Allen había conseguido recordarle a la mujer de su sueño y no podía quitárselo de la cabeza.

Incluso había aparecido con un bebé en sus brazos.

Sabía que era sólo una coincidencia, pero ese breve encuentro en el aparcamiento de la clínica había conseguido mejorar mucho su ánimo y quería mantener ese sentimiento y no volver a dejarse llevar por el pesar.

Después de bajarse del autobús cerca de la calle Lone Star, Kirsten llevó al pequeño Anthony a casa. Esperaba poder llegar antes de que su hermano Max descubriera que había salido para llevar al bebé a la clínica.

Nunca habían tenido buena relación y era especialmente mala en esos momentos. Su hermano le echaba en cara su actitud y no dejaba de pedirle que no interfiriera en su vida. Lo cierto era que reconocía haberse pasado de la raya al llevar al niño de su hermano al médico, pero había estado muy preocupada por la salud del pequeño y temía que pudiera tener algún problema que no hubiera sido diagnosticado.

Si lo dejaba todo en manos de Max, sabía que sólo lo llevaría a revisiones médicas o a que lo vacunaran cuando lo creyera necesario, pero ella se había dejado llevar por sus instintos maternales y había sentido la necesidad de asegurarse de que el bebé estaba bien. No sabía si la madre de Anthony se habría ocupado del pequeño como debía.

Habían pasado sólo dos días desde que Courtney, la exnovia de su hermano, apareciera en casa de Kirsten. La joven le había comunicado entonces a Max que era el padre de Anthony. Al parecer, se había cansado de tener que ocuparse del bebé y quería que fuera él quien lo cuidara.

A Kirsten nunca le había gustado Courtney, pero era algo que nunca la había comunicado a su hermano. Le había costado mucho morderse la lengua y no decir nada cuando la irresponsable madre le entregó el bebé a su hermano. Le había llevado también un asiento para el coche, una pequeña bolsa de pañales y un biberón. Segundos después, había salido de su casa sin mirar atrás.

Creía que Anthony estaría mejor sin una madre como Courtney. Además, era demasiado pequeño para que pudiera traumatizarle lo que había ocurrido.

No conseguía entender cómo había podido su hermano tener algo que ver con una mujer como Courtney.

Pero tenía que reconocer que su hermano había tomado desde un primer momento las riendas de la situación. Aunque siempre había llevado una vida llena de diversión e irresponsabilidad, parecía dispuesto a ocuparse de Anthony.

Y ella había hecho lo mismo, por eso había decidido llevar al pequeño a la clínica. Pero no había contado con tener que esperar tanto tiempo a que la atendiera un pediatra. De momento, iba a tener que contentarse con el breve examen que le había hecho un médico en el aparcamiento de la clínica. El hombre le había asegurado que el niño parecía estar sano.

Pero aún estaba intranquila y sabía que Anthony necesitaba una revisión más exhaustiva.

Estaba segura de que su hermano no tardaría en darse cuenta de que ella tenía razón. Era necesario, casi urgente, encontrar un pediatra que atendiera a Anthony y le hiciera las oportunas revisiones. Pensó entonces en las vacunas que iba a necesitar. Courtney ni siquiera se había molestado en comentarles nada al respecto.

Había tratado de convencer a Max para que localizara a su exnovia y le hiciera todas las preguntas que tenían. Pero no había tardado en darse cuenta de que con su hermano, era mejor no insistir tanto y debía tratar de convencerlo usando alguna otra táctica. Pero le resultaba complicado cambiar a esas alturas de su vida.

Los dos eran adultos y debía recordar que no podía tratarlo como si fuera su madre ni atosigarlo ni darle órdenes.

Max parecía harto de tener que contarle cada detalle de su vida. Esperaba que fuera así porque ya había madurado, no porque siguiera siendo el mismo niño testarudo que siempre había sido. Por eso, cuando le sugirió que buscara a su exnovia, Max había decidido hacer exactamente lo contrario, asegurándole que no la necesitaba para cuidar de su hijo.

Pero ella tenía sus dudas. Por eso había salido de casa sin que la viera para llevarlo a la clínica aprovechando que Max estaba buscando trabajo. Sabía que a su hermano le habría molestado saber que estaba ocupándose del niño como si fuera su hijo y que, una vez más y tal y como él se encargaba de recordarle continuamente, estaba interfiriendo en su vida.

Y no le sorprendía que se comportara así con ella. Se había mostrado rebelde y había evitado seguir sus consejos desde la adolescencia. Pero esa nueva situación era distinta y mucho más importante. Creía que incluso Max podía darse cuenta de ello. Al menos, eso era lo que esperaba.

Pensaba que su hermano debía olvidar el pasado y restablecer sus prioridades. La salud y el bienestar del pequeño Anthony debían estar por encima de cualquier otra consideración.

Buscó las llaves en el bolso al llegar a la puerta y la abrió.

—¿Tienes hambre? ¿Te apetece un biberón? —le preguntó a Anthony mientras dejaba la bolsa de pañales en el vestíbulo.

El bebé había estado comiendo cada tres o cuatro horas y se imaginó que no tardaría en tener apetito de nuevo.

Cuando llegó al salón, extendió la toquilla azul en el suelo enmoquetado y lo colocó con cuidado encima.

—Ahora mismo vuelvo, precioso.

Anthony empezó a protestar y ella corrió a la cocina para prepararle rápidamente un biberón con agua mineral y leche en polvo.

Habría deseado tener más experiencia con bebés. Había trabajado como canguro en algunas ocasiones durante sus años en el instituto, pero apenas sabía qué hacer con niños tan pequeños como Anthony.

Los dos primeros días habían sido especialmente duros. Max y ella habían ido aprendiendo sobre la marcha, cometiendo muchos errores mientras trataban de entender cómo cuidar al pequeño. Pero ya empezaban a estar más cómodos con la situación. De hecho, a ella le encantaba tener un bebé en casa y le había hecho pensar en cómo sería tener algún día su propia familia.

Volvió al salón con el biberón ya preparado, tomó al niño en brazos y se sentó en la mecedora que tenía junto a la ventana. Sonrió al ver el ansia con el que Anthony comenzaba a chupar y tragar la leche, como si estuviera muerto de hambre.

Se dio cuenta entonces de que tenía muy buen apetito y se imaginó que era una prueba más de que gozaba de buena salud. Aun así, tenía la intención de volver a llevarlo a la clínica en cuanto tuviera ocasión. Esperaba que los del taller mecánico la llamaran pronto para ir a recoger su coche, así no perdería tanto tiempo en los trayectos hasta el hospital.

Había sido un alivio ver que su hermano aún no había regresado y, aunque no había conseguido que un pediatra examinara en condiciones a Anthony, al menos el médico del aparcamiento la había tranquilizado un poco.

Cada vez que pensaba en ello, se sentía más avergonzada. No podía creerlo. Había tenido la desfachatez de acercarse a ese hombre y pedirle que examinara al bebé. Había estado tan preocupada por el pequeño que no había pensado en lo extraña que podía resultarle a cualquiera su actitud.

Afortunadamente, el médico había sido muy amable con ella. No se le había pasado por alto lo apuesto que era. Tenía el pelo muy rubio y algo largo, como lo llevaban los surfistas californianos. Sus ojos la habían mirado con calidez y, durante medio segundo, tuvo la sensación de que ya se conocían y se quedó sin aliento. Sabía que no era posible, de otro modo, habría recordado a un hombre tan atractivo como él.

Era una pena que no se le hubiera ocurrido preguntarle cómo se llamaba, pero había estado demasiado preocupada para pensar en esos detalles.

De hecho, no le habría extrañado que el médico la hubiera tomado por una mujer completamente desequilibrada. Era una pena, le habría encantado que el atractivo cirujano ortopédico obtuviera una buena impresión de ella, pero ya no había remedio. Había sido muy amable al detenerse para contestar sus preguntas e incluso había tenido el detalle de acariciar la mejilla de Anthony.

Pero no había podido quedarse para seguir hablando con él, había tenido que correr para no perder el autobús que la llevara de vuelta a casa antes de que su hermano se diera cuenta de que había salido con el bebé.

Anthony terminó enseguida el biberón y ella lo colocó contra su hombro mientras le frotaba la espalda para que pudiera eructar. Estaba haciéndolo cuando escuchó que alguien abría la puerta.

—¿Qué tal te ha ido la búsqueda de empleo? —preguntó al ver a su hermano entrando en el salón.

Max suspiró antes de contestar.

—No ha habido suerte, me temo que vas a tener que aguantarnos durante algún tiempo más.

Le iba a costar seguir compartiendo su casa con su hermano, pero no sentía lo mismo por Anthony.

—No te preocupes por eso —repuso ella mientras contemplaba la carita del bebé—. Me encanta poder ayudar.

—Pero, ¿qué va a pasar si te llaman de otra empresa para ofrecerte trabajo como contable? Tienes que trabajar para poder pagar la hipoteca, no puedes seguir cuidando de Anthony mientras yo busco trabajo.

Sabía que su hermano tenía razón, pero tenía muy claro que Max no podría encontrar trabajo y cuidar del bebé al mismo tiempo sin su ayuda.

Le daba la impresión de que su hermano no estaba tan preocupado como ella. Tampoco parecía haberse parado a pensar en lo difícil que le iba a resultar pagar un alquiler y una guardería para el pequeño cuando empezara a trabajar.

—Por ahora, puedo seguir cuidando de él —le dijo ella—. Ya decidiremos qué hacer si se da el caso.

No era una situación ideal. Habría preferido no tener a su hermano en casa, pero no tenía otra opción. Max era toda la familia que le quedaba y siempre había sido su responsabilidad cuidar de su hermano pequeño.

Aunque cuando echaba la vista atrás, se daba cuenta de que lo había ayudado demasiado, permitiéndole que siguiera con un modo de vida que no lo había convertido en un adulto responsable e independiente, sino todo lo contrario. Cuanto más dinero le daba, más parecía necesitar.

Pero había leído un libro un par de años antes que había conseguido abrirle los ojos y hacerle ver que no estaba ayudándolo y que no podía seguir solucionando todos sus problemas. De ese modo, sólo estaba alargando una dependencia que no era buena para ninguno de los dos. Fue entonces cuando le dijo que no iba a seguir cuidando de él y que tendría que valerse por sí mismo. Después de todo, su hermano había sido entonces un joven de veinticuatro años y había empezado a salir con Courtney. Para Max, la situación más cómoda había sido irse a vivir con su novia. Consiguió además trabajo en una tienda de piensos en la que había estado durante casi dos años, hasta que el propietario vendió el negocio.

Había sido muy duro para Max quedarse sin empleo y también para ella. Pero al menos no había sido despedido. Su jefe decidió que había llegado el momento de jubilarse y de vender su empresa. El nuevo propietario tenía una gran familia y había decidido contratar a sus hijos para que trabajaran en la tienda.

Sin trabajo, le habría sido imposible seguir pagando el alquiler de su apartamento. Fue entonces cuando Kirsten le ofreció la posibilidad de irse a vivir con ella hasta que encontrara otro empleo. Aunque le había preocupado la mala relación que tenían, decidió dar el paso. Después de todo, era toda la familia que le quedaba y no podía dejarlo en la calle cuando estaba tratando de rehacer su vida. Creía que se merecía que lo ayudara para poder tener una segunda oportunidad.

Pero desde que apareciera Anthony en sus vidas, todo había cambiado entre los dos y la situación se había complicado mucho. Ya no se planteaba la posibilidad de pedirle que se fuera de allí hasta estar segura de que el niño iba a estar bien cuidado. Miró de nuevo a Anthony y sonrió.

Empezaban a cerrársele los ojos.

—¿Qué tal todo por aquí? —preguntó Max mientras se dejaba caer en el sofá—. ¿Se ha portado bien el bebé o te ha dado mucho trabajo?

—Ha sido un buen día —repuso ella sin atreverse a contarle la verdad.

Tenía que medir mucho sus palabras para no ofender a Max y que éste no se sintiera acorralado ni agobiado por ella. No quería que pudiera echarle en cara de nuevo que estaba metiéndose en su vida y que se fuera de allí con el pequeño.

Le preocupaba dónde iban a vivir y cómo iba a cuidar del pequeño.

—¿Cómo te va a ti la búsqueda de empleo? —le preguntó entonces Max—. ¿Te han contestado de alguna de las empresas a las que enviaste tu currículum?

—No, aún estoy esperando —repuso ella.

Pero lo cierto era que no podía centrarse en encontrar un trabajo hasta que lo consiguiera Max y encontrara plaza para Anthony en alguna escuela infantil.

—Entonces, ¿no tienes ninguna entrevista pendiete?

No, pero la verdad es que aún no estoy preocupada —le dijo ella.

Había conseguido ahorrar algún dinero y sabía que podría seguir pagando la hipoteca durante algún tiempo hasta que se solucionara la situación con el bebé y consiguiera otro empleo.

—¿Sabes qué? He estado pensando que debería llevar al niño al médico. He oído que la clínica de Red Rock ofrece revisiones a bajo coste. Puede que lo lleve esta semana.

Kirsten se levantó de un salto, estaba encantada, pero sabía que era mejor no mostrar demasiado entusiasmo y dejar que Max pensara que todo había sido idea suya.

—Creo que tienes razón —le dijo tratando de controlarse—. Si quieres, podría…

Sabía que su hermano quería convertirse en un padre responsable y cuidar de Anthony como merecía, pero era importante para él tomar sus propias decisiones.

—Podría buscar ahora mismo el número de teléfono. Así puedes llamar para pedir cita o consultarles cualquier duda que tengas.

Max se quedó pensativo unos segundos antes de contestar.

—Muy bien, de acuerdo —le dijo entonces.

Ya no era un niño y se había dado cuenta de que ya no era tan irresponsable como había sido durante su adolescencia. Era algo que no podía olvidar. Sabía que debía respetar sus decisiones, fueran las que fueran.

—¿Crees que Courtney se habrá encargado de llevar al niño al médico para que lo vacunen? —le preguntó entonces.

Max se había negado a llamarla, pero decidió insistir un poco más.

Su hermano volvió a quedarse pensativo.

—Recuerdo que no le gustaba nada ir al médico, así que no creo que se haya preocupado por llevar a Anthony —le comentó Max.