Portada

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2011 Teresa Carpenter.

Todos los derechos reservados.

AMAR AL JEFE, N.º 2426 - octubre 2011

Título original: The Boss's Surprise Son

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-021-9

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 12

Promoción

CAPÍTULO 1

RICK Sullivan salió de su despacho a la caza de comida.

Llevaba toda la mañana reunido con sus jefes de departamento para hablar de los objetivos a cumplir a finales de año. Parecía que las ventas iban a ser mejores de lo esperado. Una buena noticia, ya que él confiaba en situar Joyas Sullivan en el mercado internacional al año siguiente para celebrar su centenario.

No era el mejor momento para que su asistente personal estuviera de baja por una operación de rodilla.

Se dio cuenta aliviado de que su nueva asistente, Savannah Jones, no estaba en su escritorio, y se acercó para darle la vuelta al reloj de arena que tenía en la esquina. Un extremo era blanco y el otro negro, y ella le había pedido que lo colocara con la parte negra hacia arriba cuando saliera del edificio. Al parecer era una pregunta apremiante cuando la gente veía que su puerta estaba abierta.

Cuando se acercó un poco más vio que, efectivamente, la señorita Jones no estaba en su escritorio, sino debajo de él. Sacudió lentamente la cabeza. Tenía dos debilidades: el chocolate y su abuela paterna. Ambos tenían el potencial de meterle en líos, pero aunque había desarrollado la disciplina para decirles que no a las galletas de chocolate, nunca había logrado negarle nada a los suplicantes ojos azules de su abuela.

Y eso explicaba que ahora estuviera viendo el trasero de su nueva asistente mientras hurgaba bajo el escritorio.

«Asistente temporal», se recordó. Su asistente habitual, la extremadamente eficaz señorita Molly Green, volvería dentro de seis meses, dos semanas y cinco días.

Por supuesto que contaba los días. Y todo era culpa de su abuela. Ella le había convencido para que contratara a la señorita Jones, una joven menuda con poca experiencia laboral y tendencia al parloteo. La abuela conocía a la familia Jones, y cuando Rick pasó por tres asistentes durante las tres primeras semanas de baja de Molly, se aprovechó de su frustración para recomendar a su amiga e insistir en que se quedara con la señorita Jones hasta el regreso de Molly.

Aunque la señorita Jones tenía la cabeza fuera de su campo de visión, no tuvo problemas en reconocer la mitad que estaba visible. La posición inclinada provocaba que la tela gris de sus pantalones se ajustara íntimamente a su voluptuoso trasero.

Sintiendo de pronto calor, Rick se quitó la chaqueta y rodeó el escritorio sin pensar para tener una mejor visión.

Las mejillas se le sonrojaron cuando se dio cuenta de lo que había hecho. Molesto consigo mismo, dijo:

–Señorita Jones, ¿qué cree que está haciendo?

Ella dio un respingo y soltó un gemido seguido del sonido de su cabeza golpeando contra la parte inferior del escritorio.

–Estoy… tratando de… –tiró de algo que no se veía, y el movimiento provocó que se le movieran las caderas de forma seductora– de conectar mi nueva grapadora eléctrica. Pero se me ha enganchado el cable.

Tiró otra vez y las caderas volvieron a moverse. Rick vio cómo un objeto voluminoso y gris se desplazaba en el escritorio.

¿De verdad se merecía aquello? No esperaba que su asistente le sirviera. Él se preparaba su propio café, se ocupaba de la tintorería y de sus asuntos personales. ¿Era mucho pedir contar con una persona eficaz y competente?

Para ser sincero, lo cierto era que en las cuatro semanas que la señorita Jones llevaba allí había demostrado que comprendía sus instrucciones y que era capaz de hacer el trabajo, lo que no se podía decir de las incompetentes que había tenido durante las primeras tres semanas. Pero sus métodos estaban por todos lados, igual que el contoneo de sus caderas.

–Señorita Jones, podría haber llamado a alguien de mantenimiento para que hiciera esto por usted –le sugirió con impaciencia.

–No voy a llamar a mantenimiento para que enchufen un aparato. El cable es un poco corto, eso es todo. Terminaré en un momento. ¿Necesita usted algo?

Contoneo, inclinación, contoneo.

Rick gimió cuando el calor se apoderó de él una vez más, y estuvo a punto de quedarse sin respiración.

¿Que si necesitaba algo? ¿Estaba de broma? Tenía suerte de recordar su propio nombre en aquel momento. Debería marcharse de allí y poner fin al tormento. Y sin embargo, todo en él le negaba la opción de dejarla vulnerable ante la aparición de otro hombre. Miró a su alrededor para asegurarse de que no hubiera ningún macho cerca. Estaban solos. Era al mismo tiempo una bendición y una maldición.

–Señorita Jones, insisto en que salga ahora mismo de ahí debajo –le espetó. –Ya casi lo tengo, pero se ha enganchado. ¿Puede tirar del cable desde allí? –le preguntó. Cualquier cosa con tal de ponerle fin a aquella escena.

Se colocó detrás del escritorio y se inclinó para empujar la grapadora eléctrica hacia la apertura por donde salían los cables. Por desgracia, el agujero estaba lleno y el cable se retorcía en lugar de caer.

Rick vaciló Tenía que meterse entre sus piernas para conseguir la palanca que necesitaba y en cierto modo eso le parecía demasiado íntimo.

–¿Rick?

–Un momento, por favor. Tiene demasiados cables aquí –colocó cuidadosamente el pie en la estrecha apertura de las espinillas de Savannah y se inclinó sobre ella para llegar al lío de cables. Tiró del obstinado cable y cambió de peso, rozando con la rodilla el suave cojín de su trasero.

–¡Ajá! –exclamó ella.

Rick estuvo a punto de dar un salto en su precipitación por volver a colocarse en una posición segura.

–Ya está –dijo Savannah con tono triunfal.

Él mantuvo la mirada fija en el salvapantallas, una foto de ella con su hermano y su hermana, mientras Savannah se incorporaba y se sacudía las manos.

–Gracias por la ayuda –sus ojos verdes sonreían mientras se pasaba la mano por la longitud de su cola de caballo color caoba para comprobar que estuviera suave–. ¿Qué puedo hacer por usted?

A Rick se le quedó la mente en blanco. ¿Por qué se había detenido al lado de su escritorio?

–Puede salir de debajo de la mesa. Tenemos un equipo de mantenimiento para algo. La próxima vez, llámelos –le ordenó.

Y girándose sobre sus talones, regresó a su despacho.

El estómago le rugió cuando se sentó tras su escritorio, recordándole cuál había sido su misión original. Pero prefería pasar hambre que volver a salir por aquella puerta.

Savannah Jones curvó los labios en una sonrisa perpleja al ver a su jefe desaparecer en su despacho. ¿Qué había pasado? Ni siquiera le había dicho qué quería.

Y por primera vez, la mirada de sus penetrantes ojos azules le provocó un escalofrío en la espina dorsal. Se lo sacudió de encima y se sentó.

La altitud altanera de su jefe no era nada nuevo. Ni tampoco su mal humor. Pero su agitación y el hecho de que no hubiera podido sostenerle la mirada, sí.

Parecía casi como si le hubiera puesto nervioso. Y eso era muy interesante.

Con sus casi dos metros de altura, el cabello espeso y oscuro, los hombros anchos, la cadera estrecha y sus penetrantes ojos azules, Rick Sullivan era un sueño hecho realidad. Y Savannah estaba loca por aquel sueño.

Un momento, ¿en qué estaba pensando? Nada de todo aquello era propio del lugar de trabajo. Le encantaba su nuevo trabajo, el reto, la diversidad, la responsabilidad. Asistente ejecutiva del presidente de Joyas Sullivan, una cadena de joyerías perteneciente a una única familia, era más de lo que podía haber soñado. Sobre todo teniendo en cuenta su variado historial de trabajos, desde camarera a repartidora de flores.

Ahora estaba decidida a hacer un gran trabajo. Se lo debía a los Sullivan, sobre todo a la abuela de Rick, y no sólo por aquella oportunidad, sino también por todo lo que habían hecho por su hermana. La familia Sullivan donaba dos becas anuales de cinco mil dólares para que estudiantes de Paradise Pines que quisieran ir a la universidad, renovables cada año si los estudiantes sacaban buenas notas.

La hermana de Savannah, Claudia, se había beneficiado de su generosidad durante los últimos cuatro años. Se había graduado este año con honores.

Savannah no había ido a la universidad, y tenía veintimuchos años cuando consiguió su primer trabajo. Había pasado sus años de instituto cuidando de su madre. Tenía diecisiete años cuando el cáncer terminó llevándosela, y su padre se había refugiado por completo en el trabajo, dejando que Savannah se encargara del cuidado de sus hermanos.

Así que se había dedicado a ellos, pero ahora Daniel era policía en La Mesa, estaba casado y tenía una hija, y Claudia estaba a punto de graduarse en la universidad. Había llegado el momento de que Savannah pensara en su propio futuro profesional. Estaba cansada de ir de trabajo en trabajo. Tal vez esto no fuera la enseñanza, lo que había soñado con hacer tiempo atrás, pero era un buen trabajo y no pensaba estropearlo.

Aunque Rick no tuviera aversión a vivir una aventura en el lugar de trabajo, y había dejado claro que así era, ella sentía aversión hacia los adictos al trabajo. Ya había pasado por eso.

Nunca más.

Rick trabajaba y trabajaba sin parar. Era un experto en ignorar las relaciones personales en el trabajo, hasta el punto de que era considerado un auténtico antisocial entre sus empleados.

No era muy hablador, y que Dios la ayudara, ella se sentía impelida a llenar ese vacío. Así que mientras él leía informes y cartas, Savannah le contaba todos los cotilleos de la oficina. Nada dañino, sólo cumpleaños, eventos familiares y cosas así.

Seguramente ni siquiera la escuchaba, aunque de vez en cuando alzaba un dedo para pedirle silencio.

Al tomar asiento, Savannah se dio cuenta de que había colocado el reloj de arena por la parte negra, lo que significaba que había salido de la oficina. Llevaba todo el día reunido con sus directores, así que seguramente había salido a comer algo.

Entonces, ¿por qué había vuelto a su despacho?

¿Tal vez porque ella le había puesto nervioso?

Con una sonrisa, levantó el teléfono para encargar un sándwich para él en la cafetería de abajo. Talvez no tuvieran futuro juntos, pero se sentía bien al haber conseguido que un hombre tan sexy y voluntarioso como Rick Sullivan se retirara agitado. Su autoestima agradecía el empujoncito.

Tras hacer el pedido, sacó un espejito y se volvió a pintar los labios. Se sentía de pronto muy femenina. Había pasado demasiados años en casa sin preocuparse de su aspecto.

Cuando llegó el sándwich, llamó a la puerta de Rick, que le hizo un gesto con el dedo para que entrara. La miró con desconfianza cuando ella cruzó la estancia. Picada por su reacción, le dedicó una amplia sonrisa mientras dejaba la bolsa sobre su escritorio.

–Pensé que tendrías hambre.

–Gracias –murmuró él entornando los ojos.

–De nada –contestó Savannah con alegría.

Se dio la vuelta para marcharse, y como una chica tenía que divertirse cuando podía, se fue contoneando ligeramente las caderas.

A la mañana siguiente, Savannah entró en la sala de conferencia para su primera reunión de ventas del mes cargando con dos cajas, una taza de café, la libreta y una pila de copias.

Por supuesto, Rick ya estaba sentado en la cabecera de la mesa. La miró con enojo mientras ella dejaba su carga sobre la mesa.

–Llega usted tarde, señorita Jones. ¿Qué es todo esto?

–Copias de los informes que pidió, rosquillas y unos cuantos bollos de salvado para estimular el cerebro –Savannah abrió las cajas–. Espero que esté bien. Ha olvidado decirme si prefería bollos o rosquillas para la reunión.

–No he olvidado nada –la corrigió Rick–. Esto es una reunión de trabajo, no una reunión social.

–Oh –Savannah parpadeó.

¿Nada de comida en las reuniones matinales? Aquel hombre era un ogro. Al parecer no conseguía hacer nunca nada para complacerle.

–Siempre me ha parecido una muestra de agradecimiento a los empleados –dejó la caja en medio de la mesa–. Hoy voy a darme este gusto.

Rick torció el gesto al escuchar aquello.

Savannah, que había aprendido mientras cuidaba de su madre a no permitir que nadie acabara con su buen humor, abrió la segunda caja y sacó servilletas y platos que colocó por la mesa. Y luego le acercó la caja a él, porque tal vez fuera muy rígido, pero quería impresionarle y conseguir un puesto permanente en su empresa.

–¿Quiere uno? –esperaba que se negara, pero le sorprendió al tomar una rosquilla de chocolate y colocarla sobre el plato que le ofrecía.

–Gracias.

–¡Rosquillas! Esto ya es otra cosa –Rett Sullivan, hermano gemelo de Rick y copropietario de Joyas Sullivan junto a sus cuatro hermanos, cruzó por la puerta y agarró un bollo de limón antes de tomar asiento al lado de Rick–.

Tendrías que haber hecho esto hace años.

–Puedes agradecérselo a la señorita Jones –dijo Rick.

–Señorita Jones –Rett brindó con su taza de café–. No sólo es guapa, sino también inteligente y generosa. Más tarde le daré las gracias adecuadamente.

–Estoy seguro de que ha captado el mensaje –señaló Rick con el claro propósito de hacer desistir a su gemelo.

En respuesta, Rett le guiñó un ojo a Savannah.

Eran gemelos idénticos, por lo que ambos hombrestenían la misma altura, el mismo tipo de cuerpo y los mismos tonos. Pero Rett era más delgado y llevaba el pelo más largo. Como vicepresidente de Diseño y Compras, Rett no llevaba traje como su hermano, sino que se vestía con pantalones elegantes y camisas de colores alegres y telas ricas. Era una persona encantadora y coqueta. Se habían hecho amigos cuando Savannah le pidió que le ayudara a trabajar con piedras preciosas para diseñar un regalo de graduación para su hermana.

Rick torció el gesto mirando hacia ella, y Savannah se apresuró a repartir las copias que había hecho. Él comenzó con la reunión y fue de asunto en asunto, animando a todos los que estaban en la mesa a intervenir. Savannah iba tomando notas de todo.

Cuando la reunión acabó, la sala se vació rápidamente y sólo quedaron Rick y ella. Savannah empezó a limpiar los restos.

–Señorita Jones –esperó a que ella le mirara a los ojos–. ¿Qué está ocurriendo entre Rett y usted?

Savannah gimió por dentro. Estupendo. Debido a los juguetones comentarios de Rett, ahora su hermano se había hecho una impresión equivocada sobre ellos. Podía contarle lo de las clases, no era ningún secreto, Pero no estaba muy segura de que Rick lo aprobara, o tal vez creyera que tenía algo con su hermano. Evitando su mirada, siguió recogiendo.

–Lo que le estoy preguntando es si le está viendo –insistió él cruzándose de brazos.

–Le veo todos los días –Savannah sonrió y se hizo la confundida.

¿Debía contárselo? Después de todo, no se trataba de un romance de oficina, como él se temía. Pero no, era mejor no abrir la lata de gusanos. Las clases eran importantes para ella, y no quería liar las cosas.

¿Y si quería ver su trabajo como prueba? Con dos semanas de clase, estaba encantada de lo bien que le iba, pero todavía era inexperta y no estaba lista para mostrarle al público sus esfuerzos.

Y menos a un joyero profesional.

–Parecía como si esperara verla más tarde. Como si tuvieran una cita –afirmó Rick.

–Cielos, no. Es que Rett es así –aseguró ella haciendo un gesto con la mano para quitarle importancia al asunto.

No era una negación directa, un hecho que a Rick no se le pasó por alto.

–Es un poco coqueto, ya sabe –le confesó como si estuviera compartiendo con él un secreto.

Entonces siguió sonriendo y esperó a que él hiciera algún movimiento.

Y esperó. Rick permaneció de pie con las manos en los bolsillos, mirándola fijamente.

–O tal vez lo he malinterpretado –aseguró Savannah con candidez–. ¿Quiere que vaya a buscarle y se lo pregunte?

–No, yo… –Rick consultó su reloj–. No importa. ¿Puede pasar por el departamento de asesoría jurídica cuando vuelva a su escritorio? Quiero saber si hemos recibido los contratos firmados de Emerson para el acuerdo internacional. Tendríamos que haberlos recibido ya.

–Por supuesto –Savannah recogió los últimos restos de basura, satisfecha de haber evitado la confrontación. Por el momento. Rick terminaría averiguándolo a la larga. Pero ella confiaba ser indispensable para entonces.

Sus clases eran importantes para ella. Pero en privado. Durante años, las clases a las que acudía en horario nocturno y en Internet habían sido su única libertad, su intento de librarse del exceso de responsabilidad que tenía en casa.

Seguía tomando cursos que le interesaban o le ayudaban en su carrera. Pero no hablaba mucho de ello. En cierto modo le parecían demasiado importantes como para compartirlas.

Nadie podría robarle la dicha que le proporcionaban sus clases si no sabían nada de ellas.

Rick se dio la vuelta para marcharse, pero se detuvo.

–Lo de las rosquillas ha sido una idea simpática. Asegúrese de que le reembolsen el importe.

Savannah le vio marcharse. Al final resultaba que no era tan estirado.

Pensando que necesitaba un descanso aquella tarde a última hora, Rick se pasó por el taller de Rett para preguntarle si quería ir a montar en kayak.

–Suena muy bien –Rett no levantó la cabeza de la joya en la que estaba trabajando–. Pero tengo la visita de un cliente dentro de veinte minutos. ¿Puedes esperar una hora?

–No. Sólo tengo una hora. Voy a ir yo solo. Necesito liberarme de la tensión –dijo Rick.

–De acuerdo, hablaremos a lo largo de la semana. Llámame cuando vuelvas para que no envíe a los guardacostas a buscarte –replicó Rett.

Mientras subía a su kayak y comenzaba a remar contra las olas, Rick se dio cuenta de que realmente necesitaba aire fresco y ejercicio. Adentrarse en el mar y utilizar la mente y los músculos para luchar contra los elementos le proporcionaba una sensación de libertad que no obtenía en ningún otro sitio.

Desgraciadamente, el rítmico alzamiento, hundimiento y movimiento de la pala, primero a un lado y luego al otro, dejaron espacio para que los pensamientos de Savannah invadieran su mente. Maldición. Pensaba en ella con demasiada frecuencia cuando debería estar concentrado en el trabajo.

La idea de que pasara tiempo a solas con Rett le molestaba. Y no sólo por su política empresarial, que estaba en contra de las relaciones en el trabajo. Rett seguía sus propias normas en ese sentido y era mucho menos estricto en la forma de interactuar con sus compañeras.

Pero Savannah era de Rick. No de un modo romántico, claro, pero se dio cuenta de que no quería compartirla con nadie.

Hundió la pala más profundamente en el mar, provocando salpicaduras de agua a ambos lados de la embarcación.

De acuerdo, se había fijado en sus suaves curvas y en sus estupendas piernas. Por supuesto que se había fijado, después de todo era un hombre. Pero no tenía por qué fijarse. Era su asistente administrativa, no su novia.

Sus inadecuados pensamientos le servían como recordatorio de por qué no mezclaba nunca los negocios con el placer. Era una mala idea. Sólo podía traer problemas, y para él no tenía futuro.

Le quemaban los músculos y le gustaba sentir el aire frío y salado sobre la frente sudada.

El matrimonio no era para él. Según su experiencia, el amor siempre iba seguido de dolor. Era mejor tener relaciones superficiales y poner toda su energía en el trabajo.

En cuanto a Savannah, le gustaría que se fuera, no que anduviera por ahí con Rett.

Dándole la vuelta al kayak, Rick apartó de su cabeza los pensamientos sobre el cuerpo de Savannah, las relaciones y el matrimonio y se dirigió hacia la orilla. Tenía un negocio que atender.