Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Christine Rimmer. Todos los derechos reservados.

EL ÚLTIMO VERANO, Nº 1958 - octubre 2012

Título original: Fifty Ways to Say I’m Pregnant

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicado en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

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I.S.B.N.: 978-84-687-1106-5

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Prólogo

STARR Bravo, que había vuelto a casa a pasar el verano después de terminar el primer curso en la universidad, estaba pelando zanahorias para el guiso que ya hervía en el fogón.

—Estrellita brillarás… —canturreaba una vocecita a sus pies.

La noche anterior, Starr había intentado enseñar la canción infantil a Ethan, su hermanastro de dos años. Algo con ruedas le rodó por la pierna desnuda.

—¡Eh! —dijo con una zanahoria en la mano, mientras volvía la cabeza fingiendo estar enfadada.

El niño sonrió y continuó rodándole el camión de juguete por la pantorrilla.

—Brrrmm, brrmm…

—Déjalo ya —le dijo Starr con firmeza, pero no podía evitar sonreír con afecto.

—Brrmm, brrmm… —Ethan rodó el pequeño camión por el suelo, avanzando a gatas a toda velocidad con sus piernas regordetas.

La madrastra de Starr, Tess, estaba sentada a una larga mesa de pino abriendo vainas de habas con Edna Heller a su lado. Edna había sido el ama de llaves del rancho Sol Naciente, pero hacía unos años que la delgada mujer de unos cincuenta años ya era parte de la familia. Y Ethan, entusiasmado con su camión, lo dirigía directamente al pie izquierdo de la mujer.

Edna cruzó los tobillos y los escondió debajo de la silla.

—Ni lo intentes, jovencito.

—Brrmm, brrmm, brrmm…

Starr terminó de pelar la zanahoria con rapidez y la dejó sobre la encimera, sonriéndose para sus adentros mientras pensaba lo bien que se estaba en casa. Por la ventana, más allá de los pastos y de los tejados del cobertizo, vio las cumbres nevadas de las Montañas Bighorn envueltas en unos retazos de nubes blancas. Las verdes y ondulantes praderas, moteadas de grupos de álamos de Virginia, se extendían a los pies de las montañas, formando ondulaciones superpuestas de sol y sombra. Más cerca, en el pasto que había detrás del cobertizo, las aspas de un molino giraban con la brisa del atardecer, doradas bajo el resplandor del sol.

Mientras tomaba otra zanahoria, una camioneta verde manchada de barro entró en el patio. Starr se fijó en el conductor y se olvidó de la zanahoria.

Beau Tisdale.

Dejó caer el pelador en el fregadero. En ese momento él abrió la puerta y bajó del vehículo. Llevaba unos vaqueros cubiertos de polvo, unas botas todavía más polvorientas y una camisa de algodón desteñida, manchada de sudor en las axilas y por el pecho. Su ajado sombrero daba sombra a sus facciones; pero daba lo mismo, porque de todos modos, ella las conocía muy bien. Conocía sus hombros anchos, su cintura estrecha, sus piernas largas y musculosas… Sí, lo conocía muy bien; aunque hubiera preferido no haberlo conocido.

Al final de la mesa, Ethan avanzaba con su camión en miniatura entre las patas de las sillas.

—Brrmm, brrmm, brrmm…

En el patio, otro peón que Starr no reconoció salió del asiento del copiloto y fue hacia la parte de atrás de la camioneta. Beau se unió a él. Los hombres se pusieron unos guantes de trabajo y empezaron a sacar la alambrada y los postes para levantar las vallas nuevas.

Con movimientos rápidos y metódicos, colocaron el material contra una pared del cobertizo.

Starr los observó un momento, mientras en su interior sentía una gran agitación. A pesar de ser un cretino y un mentiroso, Beau trabajaba bien, era fuerte y no se distraía en su trabajo.

—Beau Tisdale está aquí —se limpió las manos en un paño de cocina mientras se volvía hacia las mujeres, intentando por encima de todo que no le temblara la voz—. Ha traído un cargamento de postes y tela metálica que está descargando en este momento.

Tess y Edna se miraron y continuaron abriendo vainas.

—Oh, sí —dijo Tess sin apartar los ojos de las habas y hablando con la misma naturalidad que Starr había intentado darle a su tono de voz—. Daniel hizo una especie de trato con los proveedores de las vallas. Es más cara que la alambrada, pero más segura para el ganado. Además, según dicen, dura mucho. Daniel y Beau convencieron a tu padre para que la probara. Así que imagino que Beau ha querido traer una parte.

Daniel Hart, un hombre mayor que no tenía familia, era el dueño de un rancho cercano. Hacía un par de años, cuando Beau acababa de salir de chirona, había sido contratado por el señor Hart. El trabajo, evidentemente, los había beneficiado a los dos.

—Bueno, pero qué amable por parte de Beau —había dicho Starr mientras añadía sacarina.

Ladeó la cabeza con cierto aire desafiante. Sí, cuando se trataba de Beau tenía su opinión propia, y le daba lo mismo quién lo supiera o no.

—Sí, es cierto —dijo su madrastra mientras inclinaba su melena rizada sobre las habas—. Muy amable.

Starr dejó el paño a un lado y se volvió hacia la ventana mientras tomaba de nuevo el pelador. Chirona. Pensó de nuevo en la palabra con delicia mientras agarraba otra zanahoria y empezaba a pelarla. Recién salido de chirona…

En pocos minutos había pelado todas las zanahorias y empezó a pelar una patata grande. Fuera, en el patio, Beau y el otro vaquero desconocido descargaban en ese momento los últimos postes para la valla.

De acuerdo, si quería ceñirse a los hechos, Beau había cumplido condena en una granja estatal y no en la penitenciaría. Se lo habían concedido porque tanto Tess como Zach, el padre de Starr, habían hablado en su favor durante el proceso. Starr sólo decía que había ido a chirona para sus adentros. Sí, era malvado por su parte, pero se daba cuenta de que tenía derecho a ser un poco mala en lo que se refería a Beau Tisdale.

Su padre había hecho mucho por Beau, defendiéndolo así ante el tribunal, después de lo que Beau había hecho. Y entonces, cuando Beau había salido, su padre había sido el primero en ponerle en contacto con el empleo en el rancho de Hart.

Starr continuó pelando las patatas con diligencia.

Esa no era la primera vez en los últimos años que había visto a Beau por el Sol Naciente. Ay, no. En varias ocasiones los había visto juntos, a su padre y a él, apoyados en la valla que rodeaba el corralón de los caballos, charlando codo con codo. Y más de una vez había visto a Beau cabalgando junto a los peones después de una larga jornada de trabajo matando malas hierbas, cuidando de los toros o haciendo sabía Dios el qué.

Sí, de acuerdo, el rancho era un esfuerzo común. Hombres de distintos ranchos trabajaban juntos para sacar adelante el trabajo más duro. Pero aquello iba más allá. Cuando había estado en casa en Semana Santa, incluso había visto a su padre dándole unas palmadas en la espalda a Beau. Un gesto amigable; como si fueran buenos camaradas o algo…

Tess y su padre eran buena gente. Siempre harían lo posible para ayudar a los necesitados. Starr estaba orgullosa de ellos por eso, y no tenía problema con que ayudaran a Beau para que éste no tuviera que sufrir. Incluso aceptaba que su padre le hubiera encontrado un empleo, que lo hubiera ayudado a empezar de nuevo.

¿Pero hacerse amigo de él? Eso era llegar demasiado lejos.

—Vas a destrozar esa pobre patata si sigues quitándole mataduras.

Starr se quedó helada. Había estado tan absorta en su furia hacia Beau, que ni siquiera se había dado cuenta de que su madrastra se acercaba.

—Starr… —la voz suave de Tess la calmaba y reprochaba al mismo tiempo.

Starr apretó los dientes y continuó, hasta que la mano delgada y trabajada de Tess le cubrió la suya.

—Vamos, dame la patata…

En el patio, Beau y el otro peón se montaban en la camioneta. Primero se oyó una puerta que se cerraba y luego la otra.

—Starr…

—Vale, toma —le plantó la patata a Tess en la mano y tiró el pelador en el fregadero—. De todos modos, no me vendría mal un descanso.

La camioneta verde se alejó mientras Starr se enjuagaba las manos en el fregadero. Tiró el paño en la encimera y salió de la cocina, ignorando a Ethan que se había metido el camión de juguete en la boca y la miraba con los ojos muy abiertos, y a Edna que fruncía la boca y negaba con la cabeza, mientras que Tess estaba allí con la patata en la mano, contemplándola con preocupación.

Unos cinco minutos después, Starr oyó unos suaves golpes a la puerta de su cuarto.

—¿Starr? —se oyó la voz de Tess.

Para entonces Starr empezaba a sentirse algo avergonzada. Por mucha rabia que le diera ver a Beau Tisdale en el Sol Naciente no debería haber reaccionado de ese modo.

—¿Puedo pasar? —le preguntó Tess.

—Sí —respondió Starr de mala gana. Tess entró y cerró la puerta mientras se apoyaba sobre ella.

—¿Estás bien? —le preguntó Tess.

Starr dejó pasar unos treinta segundos antes de contestar. Se tiraba del dobladillo de los pantalones y hacía como si estuviera muy interesada en los dibujos de la colcha azul y blanca de su cama. Tess le había hecho esa colcha, además de las cortinas azul marino, cuando Starr tenía dieciséis años y había vuelto a vivir en el Sol Naciente.

—Sí —Starr concedió por fin—. Estoy bien.

Tess se acercó a la cama con cautela. Starr le señaló que estaba dispuesta a hablar cuando se corrió un poco para dejarle sitio en la cama. Tess se sentó con tanta suavidad que el colchón apenas se movió. Después de eso, las dos permanecieron así un par de minutos, sin saber por dónde empezar.

Tess rompió el silencio.

—Esas cortinas… —le dio un codazo a Starr y señaló las cortinas que había hecho unos años antes—. Las estaba colgando cuando me asomé al patio trasero y os vi a ti y a Beau entrando en el cobertizo…

—Dios —Starr echó la cabeza hacia atrás y miró al techo—. ¿Tienes que recordarme ese día, o a ese hombre?

Tess le echó el brazo por los hombros y le dio un apretón para darle ánimos.

—Bueno, sí, creo que sí. Creo que a lo mejor hemos esperado demasiado para hablar de ello.

Dolida, con la garganta atenazada, se apartó del reconfortante abrazo de Tess y se volvió a mirar de frente a su madrastra.

—No lo entiendo, ¿sabes? Papá… Es como si fuera su amigo. ¿Cómo puede hacer eso papá después de lo que me hizo Beau Tisdale?

—Oh, cariño —Tess fue a echarle de nuevo el brazo.

Starr lo evitó.

—No. No intentes mejorarlo así. No es mejor. Tú estabas allí. Tú fuiste la que nos pillaste juntos. Y fuiste tú la que estuviste allí conmigo en el patio, después de que papá le dijera que se marchara. Fuiste testigo de cómo me tiró al suelo el corazón y me lo pisoteó con su bota ajada y polvorienta.

—Starr…

Starr levantó las dos manos.

—No… no lo excuses.

—Pero yo…

—Esto. No —se miraron y entonces Starr le contestó—. De acuerdo. Sé que en realidad no fue culpa de Beau que los asquerosos de sus hermanos lo obligaran a vigilar mientras nos robaban el ganado. Sé que al final se puso en contra de ellos y os ayudó a meterlo otra vez en el rancho. De verdad os entiendo a papá y a ti, y por qué sacasteis la cara por él en el juicio. Y por qué papá lo recomendó para que lo contratara el viejo Hart. Pero lo otro… Lo que ocurrió entre Beau y yo…

El viejo dolor regresó con tanta fuerza que le atenazó la garganta y le dejó sin habla. Echó la cabeza hacia atrás y se aguantó las ganas de llorar; las ganas de derramar unas lágrimas sin sentido, por un hombre que no las merecía.

Ligera como una brisa templada, la mano de Tess le acarició el cabello. Starr levantó la cabeza y la miró.

—Tess, confiaba en él; y hace tres años ya sabes cómo era yo. Entonces no me fiaba de nadie. Pero confiaba en Beau. Y él ofendió mi confianza.

—Cariño, creo que hay más que eso —le dijo Tess con seguridad—. Creo que es hora de que empieces a ver lo que ocurrió a través de los ojos de una mujer, porque ahora ya no eres una niña; eres una mujer. Ya no eres la misma chiquilla dolida y confundida que eras entonces.

—¿De qué me estás hablando? Tú estuviste allí, Tess. Tú lo viste. Lo hizo en medio del patio, contigo y con papá y seguramente con Edna y cualquier peón del rancho que se molestara en mirar por la ventanilla de su vehículo.

—Starr…

—¡No! —negó con la cabeza con verdadero empeño—. ¿Cómo puedes excusarlo? Ya sabes lo que hizo.

Desde luego, Starr lo recordaba como si hubiera sido ayer. Era un día caluroso de junio, muy parecido a ese día…

Con el pulso latiéndole con fuerza en los oídos, Starr bajó las escaleras corriendo, seguida de Tess. Cruzó el salón a toda prisa hasta el vestíbulo, donde abrió la puerta de entrada y salió corriendo al porche.

Al otro lado del patio, se abrió la puerta del trailer de Beau. Su padre salió del vehículo. Avanzó por el camino y se dirigió hacia la parte de atrás de la casa. Pero cuando la vio en el porche, cambió de rumbo y fue directamente a las escaleras de entrada.

—¿Qué ocurre?

Starr se asomó por la balaustrada del porche, tratando de ahogar el llanto.

—¿Papá, qué ha pasado? ¿Has hablado con él? ¿Te ha dicho…?

—Starr —su padre parecía cansado—. Pensé que habías dicho que te quedarías en tu dormitorio.

—No he podido —gritó ella—. Tenía que saberlo. ¿Te lo ha contado, que entre nosotros hay algo especial? ¿Entiendes ahora que nunca fue su intención que pasara nada malo, que él…?

—Starr. Beau se marcha. Voy a por su jornal, y después se marchará.

Starr no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. Se quedó mirando a su padre con la boca abierta.

—¿Cómo? No. No puedes hacer eso. No está bien, no es justo…

Se apartó de la barandilla y corrió hacia las escaleras. Pero su padre le impidió el paso.

—Vuelve a tu cuarto.

¿Por qué no quería entender? ¿Por qué no veía lo que pasaba?

—Tengo que hablar con él.

—No, no tienes que hablar nada con él. Deja que ese imbécil se largue.

Una rabia ciega la invadió al oírle hablar así de Beau.

—¡No es un imbécil! Él… Se preocupa por mí, eso es todo. Sólo quería estar conmigo, como yo quiero estar con él.

Todo estaba allí en los ojos tristes de su padre: que tenía dieciséis años y Beau veintiuno, que ella era una Bravo y Beau uno de esos Tisdale haraganes…

Injusto. Era tan injusto. Ella le había dicho que jamás se había acostado con ningún hombre, a pesar de lo que todo el mundo pudiera pensar de ella; que ella y Beau no habían hecho nada salvo besarse en el granero, y que, sí, Beau le había desabotonado la camisa. Pero eso era todo. La cosa no había ido más allá.

—Starr —le había dicho su padre—. Ve a tu cuarto.

Ni hablar. Se agachó para deslizarse junto a él, pero él se le adelantó y se plantó de nuevo delante de ella. Starr se chocó con él mientras su padre le agarraba de ambos brazos.

—¡No! —gritó; tenía que salvar el obstáculo y llegar hasta Beau—. ¡Déjame ir! —chilló—. ¡Deja que hable con él!

—Starr, escúchame —las manos grandes de su padre la agarraban con fuerza, aunque ella se retorcía, le pegaba con los puños en el pecho y le daba patadas—. Starr. Tranquilízate.

Entonces ella ya estaba como una loca, agitándose y moviendo los brazos.

—¡No! ¡No voy a hacerlo! ¡No! ¡Suéltame!

A sus espaldas oyó a Tess que decía:

—Viene para acá.

Su padre maldijo entre dientes. Starr se quedó helada y estiró el cuello para verlo. Beau salía en ese momento de su caravana, que estaba al otro lado del patio.

—¡Beau! —lo llamó ella con todo su anhelo y desesperación—. ¡Beau, no me deja hablar contigo!

Intentó de nuevo librarse de su padre, y como lo pilló desprevenido a punto estuvo de deslizarse por un lateral. Pero él le agarró de un brazo al pasar, tiró de ella y la abrazó por la espalda. Entonces le agarró del otro brazo y la inmovilizó, colocándole los dos brazos a la espalda, mientras ella pegaba tirones y se revolvía para librarse de su padre y correr hasta Beau.

Beau se acercaba a ellos avanzando a grandes zancadas, levantando el polvo del suelo con sus botas. Se detuvo a unos metros de donde Starr forcejeaba con su padre, intentando librarse para ir junto a él.

Entonces vio el cardenal; un cardenal enorme que Beau tenía en el mentón.

—¡Beau! ¡Te ha pegado! —exclamó ella llena de rabia mientras se volvía a mirar a su padre.

—Olvídalo —dijo Beau en tono neutral, en absoluto ofendido—. No es nada.

Ella se volvió a mirarlo de nuevo y empezó a echar sapos por la boca.

—¡No! ¡No tenía derecho a golpearte! No has hecho nada malo. Él no puede…

—Starr —la miraba con frialdad—. Tenía todo el derecho a hacerlo.

—¡No! —su respuesta fue un grito desgarrado de amargura.

Había dejado de forcejear, y en ese momento lo único que hacía era quedarse quieta y mirar a Beau; mirar sus ojos apagados y su rostro sin expresión. ¿Dónde estaba su amor? ¿Dónde se había marchado? ¿Qué era lo que le estaba diciendo?

Beau sonrió despacio. Era una sonrisa de complicidad, una sonrisa atroz. Y entonces, muy suavemente, se echó a reír. Fue un sonido sucio, insultante.

—Tisdale —le advirtió su padre con un rugido.

—Zach —le dijo Tess desde el porche—. Deja que él se lo diga.

Por un momento no pasó nada; y entonces, sin previo aviso, su padre la soltó. Ella se tambaleó un poco y se precipitó hacia delante, hacia Beau.

—Beau, por favor…

Pero él la cortó de manera desagradable.

—Pensaste que te las sabías todas, ¿verdad, chica de la gran ciudad? Que te las sabías todas y que nunca te dejarías engañar. Pero el rollo del vaquero solitario te convenció, ¿no?

Aquello no podía estar ocurriendo.

—¿Qué… estás diciendo?

Él emitió un sonido leve y lleno de arrogancia.

—Sabes muy bien lo que estoy diciendo.

Ella sacudió la cabeza con empeño, como si quisiera olvidarse de sus crueles palabras.

—No…

—Sí —Beau bajó la voz, como si estuviera compartiendo con ella un sucio secreto—. Vamos, ya sabes cómo somos los hombres.

Starr no dejaba de negar con la cabeza.

—¡No! Tú no lo harías. No podrías hacerlo. Todas esas cosas que me dijiste…

Él se encogió de hombros.

—No querían decir nada de nada. Yo iba detrás de una cosa. Y los dos sabemos lo que era.

—No… —susurró esa vez, pues no le salía la voz.

Beau continuó esbozando esa sonrisa perversa y dañina.

—Sí…

Entonces intervino su padre.

—De acuerdo, basta. Vamos, Tisdale. Por la puerta trasera. Iré a por tu dinero.

Y sin decir ni una palabra más, Beau se dio la vuelta y se marchó.

—Me dolió, Tess —le decía Starr en tono suave, con la cabeza agachada de nuevo y los hombros caídos—. No creo que sepas cuánto me dolió…

Tess no discutió. Sólo le pasó la mano suavemente por el brazo, un gesto más elocuente que cualquier palabra de consuelo o comprensión.

Starr miró a su madrastra.

—Y eso… Me dio tanta vergüenza que me dijera esas cosas tan horribles; sobre todo delante de todo el mundo.

—Lo sé —susurró Tess—. Y yo… lo siento tanto.

—No lo sientas. No fue culpa tuya.

Tess apretó los labios y entonces suspiró.

—En eso te equivocas. Fue culpa mía. Por lo menos un poco.

—¿Pero cómo? —le preguntó Starr sin pestañear—. No. No entiendo por qué dices eso.

Tess se sentó un poco más derecha.

—Lo digo porque es verdad. Zach le habría impedido a Beau que dijera esas cosas. Pero yo le pedí a tu padre que dejara continuar a Beau —hizo una pausa y miró a Starr a los ojos—. ¿No lo recuerdas?

Starr apartó la mirada. Con el pensamiento regresó de nuevo al patio trasero, aquel día tres años atrás, mientras le partían su pobre corazón.

—Zach —había dicho Tess—. Deja que se lo diga…

—Sí —Starr se volvió de nuevo hacia Tess—. Lo recuerdo. Pero eso no te hace culpable.

Tess alzó una mano.

—Sí, en parte sí, porque sabía lo que diría Beau. Sabía lo que estaba intentando hacer. Y pensé que sería lo mejor para ti, que sería preferible dejar que lo hiciera. Dejarle que te hiciera daño y te avergonzara tanto que tu fuerte sentimiento hacia él se emponzoñara y se convirtiera en odio, para que no quisieras volver a hablar con él nunca más, y sobre todo para que no terminaras arruinándote la vida yendo detrás de él…

—Tenías razón. Necesitaba oírle decir lo que me dijo. Necesitaba escuchar de sus propios labios el gusano que es. Tú no te equivocabas, y ya está. Si no hubiera dicho esas cosas, tal vez hubiera arruinado mi vida yendo tras de él.

—Pero no saliste corriendo detrás de él —le dijo Tess con una sonrisa de pesar en los labios—. Y desde entonces tu vida ha dado un giro espectacular, ¿no es así?

—Bueno, sí —resopló.

Sí que había hecho pellas en el instituto el año anterior, saliendo mucho de juerga por el centro de San Diego, con el dinero que su madre le daba para quitársela de encima, y sin supervisión alguna.

—De acuerdo —reconoció—. Supongo que de un modo algo extraño, Beau me hizo un favor. Esas cosas tan horribles que me dijo me ayudaron a no querer volver a tener nada que ver con él. Y como acabó en la cárcel poco después, era lo mejor que podría haberme ocurrido. Me centré en hacer de mi vida algo mejor de lo que era entonces. Si lo miras de ese modo, me hizo un favor enorme.

Tess sonrió un poco más.

—Es verdad, ¿no?

—Pero no por eso es menos repelente. Sí, él me ayudó de un modo raro. Pero no dijo esas cosas por mi bien, ni nada de eso.

Tess ya no sonreía.

—¿Y si eso es exactamente lo que hizo? ¿Y si te hizo daño precisamente porque sabía que eso te haría libre?

Starr pestañeó y se echó un poco para atrás. Sintió un escalofrío por dentro, una especie de sensación nerviosa en el estómago.

—No. No pensarás de verdad que…

—Sí que lo pienso. Lo sospechaba entonces. Pero ahora, después de ver su modo de buscarse la vida en contra de todo pronóstico, estoy bastante segura de que dijo lo que dijo por tu bien. Sabía que estaba metido en un buen lío, Starr. Sus hermanos no estaban haciendo nada bueno, y llevaban tanto tiempo apaleándolo e insultándolo que le había costado muchísimo resistirse a ellos. Iba derecho a meterse en líos con la justicia, y lo sabía. Por eso no quería arrastrarte a ti también.

El dolor, el frío que encerraba en su corazón le pareció un poco menos frío.

—¿Tú crees?

—Lo creo —Tess le acarició la mejilla con cariño—. Así que tal vez puedas perdonarlo un poco.

Starr tomó la mano de Tess y le dio un apretón antes de soltársela.

—Sabes, eres una verdadera madre para mí.

A Tess le tembló el labio ligeramente.

—Vaya, cariño, qué palabras más bonitas.

—Sólo es la verdad, y sé cómo eres. Tan respetuosa del lugar que ha ocupado mi madre en mi vida. Así que quiero que sepas que no es nada en contra de la memoria de mi madre, te lo prometo.

La madre biológica de Starr había vivido en San Diego con su segundo marido, un hombre muy rico y mucho mayor que ella, hasta que había fallecido en un accidente en la autopista hacía dos años. Cuando Starr pensaba en Leila Wickerston Bravo Marks, siempre era con una sensación de tristeza y pesar, como si jamás hubiera compartido ningún tipo de complicidad con ella. Nunca habían estado tan unidas como Starr lo estaba con Tess; su madre jamás la había entendido y jamás había tenido mucho tiempo para ella. Leila se había gastado mucho dinero en Starr, pero el amor y la atención siempre habían sido escasos.

—Mi madre era mi madre —dijo Starr, intentando no mostrarse tan apagada como en realidad se sentía cada vez que hablaba de ello—. Lo sé… Y en cuanto a Beau…

—¿Sí?

—Pensaré en lo que has dicho. Creo que veo la lógica. Y sé que Beau ha trabajado con empeño para labrarse un futuro. Supongo que no necesita que yo esté encima de él apuñalándolo por la espalda cada vez que aparece por aquí.

Tess se acercó lo suficiente para darle un beso a Starr en el entrecejo. Cuando se retiró, una lágrima le rodaba por la mejilla, y Tess se la limpió con el revés de la mano.

—Estoy tan orgullosa de ti,; y tu padre también —estiró un brazo y le acarició el cabello, colocándoselo detrás de la oreja—. Pero tengo que decir que echo de menos ese brillante que solías llevar en la nariz.

Starr la miró de reojo.

—Eh, aún sigo teniendo el anillo en el ombligo, y una mariquita diminuta justo en el…

—Calla… —Tess levantó una mano—. Eso no se lo digas a tu padre.

Starr meneó las cejas.

—Él no me va a preguntar, y no pienso decírselo…

Tess se echó a reír con un sonido alegre y cantarín. Starr pensó en la suerte que tenía de conocerla, y que Tess no sólo era la madre que siempre había necesitado, sino que era una verdadera amiga.

—Vamos —le dio una palmada en una pierna—. ¡Hay que pelar patatas, desvainar habas…! Y esta noche, si tienes suerte, Jobeth, Edna, tú y yo nos retaremos a muerte jugando al Scrabble.

Jobeth era la hija que Tess había tenido con su primer marido. Tenía once años, y estaba en ese momento donde más le gustaba estar, en el campo con Zach, que la había adoptado el primer año que Tess y él se habían juntado. Jobeth adoraba el rancho, desde marcar el ganado hasta la recolección.

Starr gimió.

—Pero qué divertido es estar aquí.

Tess ya estaba a la puerta.

—¿Te vienes?

Starr sonrió entonces.

—¿Sabes qué? Es estupendo estar en casa.

Capítulo 1

Tres años después