Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Christyne Butilier. Todos los derechos reservados.

JUGADAS DEL DESTINO, Nº 1954 - octubre 2012

Título original: A Daddy for Jacoby

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

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I.S.B.N.: 978-84-687-1102-7

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

ESTABA asustado y no le gustaba sentirse así.

Apretó su oso de peluche con más fuerza contra su pecho y se secó los ojos en el peto que llevaba Clem. Ese era el nombre de su oso.

El coche giró de repente y chillaron los neumáticos. Cerró los ojos y hundió la cara en su osito. Sintió un gran alivio al ver que el cinturón de seguridad funcionaba.

Su madre maldijo entre dientes y golpeó el volante con el puño. Oyó que lanzaba insultos contra la lluvia, la oscuridad de esa noche, el coche y su miserable vida.

Era algo que su madre hacía a menudo.

A Jacoby no le gustaba que hablara de esa manera. Su profesora le había dicho que las personas buenas y educadas no hablaban así y él quería ser bueno y educado.

También deseaba que lo fuera su madre.

Habría preferido seguir en casa de la señorita Mazie, aunque tuviera que dormir con un saco en el suelo. Pero su mamá había guardado sus cosas y metido la ropa de Jacoby en la vieja funda de almohada. Cuando terminó, le dijo que saliera por la ventana.

Antes de hacerlo, se dio la vuelta y vio que su madre se llevaba todo el dinero que la señorita Mazie guardaba en un frasco. Después, agarró dos botellas de vino y dejó la tercera donde estaba, en el regazo de la señorita Mazie y casi vacía.

Sabía que no estaba bien robar, pero Jacoby no dijo nada. La última vez que se lo echó en cara, lo agarró con tanta fuerza que le estuvo doliendo el brazo durante tres días.

Así que se había limitado a meterse en el asiento trasero junto a su funda de almohada y a guardar silencio.

Esa era otra cosa que hacían a menudo, ir de un sitio a otro.

Habían estado con la señorita Mazie desde Nochevieja y ya quedaba poco para que llegara Pascua. Se dio cuenta de que iba a perderse la fiesta que iban a hacer al día siguiente en el colegio. Se preguntó si su profesora lo echaría de menos.

No sabía adónde iban, pero esperaba que llegaran pronto, le asustaban la noche y la lluvia.

Un relámpago iluminó el cielo de repente y Jacoby esperó a que sonara el trueno, pero no llegó. Su madre se volvió y lo miró, vio que tenía lágrimas en las mejillas.

Esa imagen lo asustó más aún.

Se veía ridícula.

Gina Steele se miró atentamente en el espejo que había en la sala de descanso de los empleados. Durante su vida, la habían descrito con muchos adjetivos diferentes, como seria, estudiosa o reservada.

Un compañero de universidad le había llegado a decir que intimidaba a los demás, quizás porque era la más inteligente de la clase y también la más joven. Había conseguido entrar en la Universidad de Notre Dame con solo quince años.

Sabía que era inteligente, pero en esos momentos, le pareció todo lo contrario. Su aspecto era absurdo y ridículo.

—¡Me encanta!

Sorprendida, Gina se giró y vio que la miraba con una gran sonrisa Barbie Felton, su mejor amiga y compañera de trabajo. Las dos eran camareras.

Se miró de nuevo en el espejo e hizo una mueca.

—Es rosa —protestó ella.

—Es genial.

—Es demasiado… Demasiado brillante.

Barbie tenía el pelo largo y rubio, llevaba flequillo y tenía un cuerpo fuerte y atlético. Se apoyó en la pared sin dejar de mirarla.

—Si no te gusta, puedes taparlo. Deja de preocuparte —le aconsejó.

Gina no pudo evitar sonreír mientras jugaba con el mechón de color rosa que adornaba su pelo.

Llevaba ya unos meses de vuelta en su pueblo, Destiny, en el estado de Wyoming. Conocía a Barbie de toda la vida, había sido casi la única niña a la que no le había molestado nunca que Gina fuera mucho más inteligente que el resto de sus compañeros.

Cuando Gina se fue de Destiny al terminar quinto de primaria para asistir a una escuela privada, Barbie y ella trataron de mantener el contacto, pero no duró mucho. De vuelta en el pueblo, cuando Gina comenzó a trabajar en el Blue Creek, le sorprendió saber que Barbie aún vivía en Destiny y que iban a ser compañeras de trabajo en el restaurante.

—Empiezas cambiándote el color del pelo y el siguiente paso ya sabes cuál es —bromeó Barbie con ella—. ¡Un tatuaje! —añadió con dramatismo.

—¡De eso nada! —protestó Gina.

Barbie se rio y se dio la vuelta. Se bajó un poco los pantalones vaqueros y apareció ante sus ojos una libélula verde y morada. Estaba rodeada de flores multicolores y hojas verdes.

El tatuaje era muy bonito y admiraba además el valor de su amiga.

—¿Cuándo te lo hiciste?

—Hace dos semanas, en Laramie —repuso Barbie mientras le sonreía por encima del hombro.

—Y ¿por qué has esperando tanto para enseñármelo?

—Quería esperar a que se curara por completo antes de presumir de tatuaje —le dijo su amiga—. Estoy deseando lucirlo la semana que viene en las playas de Nassau y con mi biquini nuevo.

Barbie, que estudiaba el último curso en la Universidad de Wyoming, estaba deseando irse a la playa para celebrar las vacaciones de primavera. Aunque Gina llevaba bastante tiempo licenciada y había pasado ya un año desde que terminara su doctorado, su amiga había tratado de convencerla para que fuera al viaje con ella y con sus compañeros de la universidad.

Gina se volvió hacia el espejo una vez más para mirar más de cerca su nuevo mechón rosa. Destacaba mucho entre su cabello oscuro.

—Supongo que esto te parecerá una tontería comparado con tu nuevo tatuaje —le dijo Gina.

—He visto que esta vez no te has alisado el pelo como haces normalmente. ¿Acaso tienes la esperanza de ocultar el mechón rosa entre tus rizos?

Eso era exactamente lo que había tratado de conseguir.

Gina se pasó los dedos por el resto de su pelo castaño oscuro. Llevaba uñas postizas pintadas de color plata. Otro cambio más.

Siempre había llevado las uñas cortas y bien cuidadas, pero Barbie le había asegurado que las propinas mejorarían mucho si seguía su consejo y se ponía uñas de cerámica. Y se había dado cuenta de que era verdad. Llevaba con ellas unas semanas y ya se había acostumbrado. Le gustaban así y cambiaba de color cada poco tiempo.

Había empezado con las uñas y después, con su pelo. Le preocupaba estar haciendo todo eso para encajar, para tratar de ser como las demás.

Siempre le había gustado ser diferente, quería estudiar y aprender. Pero desde el verano anterior, solo quería ser una más.

—Al menos hace juego con tu ropa —le dijo Barbie entonces.

Su comentario la devolvió a la realidad. Llevaba una camiseta rosa.

—¿Te preocupa lo que piense tu madre cuando lo vea? —le preguntó Barbie.

—No, no creo que se dé cuenta. Entre los gemelos, su trabajo y su novio… —murmuró Gina mientras se encogía de hombros—. Está demasiado ocupada. Además, soy una mujer adulta.

Barbie se cruzó de brazos y la miró con el ceño fruncido.

—Entonces, ¿estás preocupada por lo que piense el sheriff?

—Bueno, seguro que mi hermano mayor tendrá algo que decir al respecto. Aunque puede que tarde en notarlo. Aún sigue disfrutando como un recién casado con nuestra jefa.

En realidad, le alegraba que Racy Steele, propietaria del bar Blue Creek y su nueva cuñada, tuviera entretenido a Gage. Así, su hermano apenas tenía tiempo para acosarla con preguntas sobre las decisiones que había tomado en su vida. Sabía que trataría de convencerla para que usara sus títulos y su cerebro y se pusiera a trabajar como profesora. Pero Gina tenía ganas de volar un poco y disfrutar de la vida.

—Entonces, ¿cómo se llama?

—¿Qué?

—Bueno, si no te estás rebelando contra tu familia, ¿contra quién te estás…? ¡Dios mío! ¿Es por Justin? —le dijo Barbie con los ojos como platos.

—¡No!

Se refería a Justin Dillon, un hombre alto, moreno y de aspecto muy peligroso. Tenía el pelo negro como el azabache, ojos oscuros y un cuerpo esbelto y musculoso. Le había dejado muy claro desde el día que se conocieron que no estaba disponible para ella ni interesado.

Pero eso no la había detenido y había acabado pasando la noche con él un par de semanas más tarde. Algo que también suponía un gran cambio en su vida.

—Estás pensando en él.

Gina se apartó del espejo y fue hacia las cajas de productos con el logotipo del Blue Creek que tenía que organizar.

—¡No es verdad!

—Oye, entiendo perfectamente que te atraiga —prosiguió Barbie—. Justin es un bombón, pero creo que es demasiado mayor para ti, demasiado obstinado y demasiado… No sé cómo decirlo…

—¿Demasiado listo para poder manejarlo? —terminó Gina.

—Algo así —le dijo Barbie—. A mí me gusta que mis hombres me traten como a una diosa. Pero tú has conseguido subir al apartamento de Justin, ¡y sigues sin darme más detalles!

—Ya te lo he contado todo.

—Sí, lo sé. Se te olvidó el bolso y volviste al bar. Aunque estaba cerrado, te encontraste a Justin jugando solo al billar —repuso Barbie como si hubiera memorizado cada palabra de su historia—. Y, después de pasar un rato jugando al billar, una cosa llevó a la otra y acabasteis arriba.

—Así es —murmuró Gina mientras organizaba camisetas, tazas y llaveros.

—Tengo una mente curiosa y quiero más. Como no me contabas nada, pensé que ya se te había olvidado, que era una locura más de esta nueva Gina y no querías pensar en ello ni darle importancia, pero ahora… Ya no estoy tan segura.

Se detuvo un segundo al recordar esa noche.

Habían estado los dos solos en el bar hasta que aparecieron tres tipos que habían sido amigos de Justin en los viejos tiempos. Él les dejó claro que no eran bienvenidos y las cosas se pusieron muy tensas. La pelea duró solo unos minutos y Gina decidió quedarse.

Aunque su idea había sido permanecer a su lado para asegurarse de que las heridas no iban a más, no había podido evitar quedarse dormida en su cama.

—Y supongo que nadie habría sabido nada de lo que pasó esa noche si no hubieras tenido que intervenir para convertirte en la coartada de Justin —agregó Barbie.

El comentario de su amiga Gina la devolvió al presente.

—No podía dejar que mi hermano acusara a Justin por el incendio en casa de Racy. No cuando sabía perfectamente que no podía haber sido él.

Cuando se supo lo que había ocurrido esa noche con Justin, su madre y su hermano le dijeron que estaban muy decepcionados con ella, aunque no conocían todos los detalles.

Pero Gina tenía ganas de ser más libre y menos cauta. Estaba harta de que Justin llevara los últimos tres meses tratando de ignorarla.

Igual que había hecho aquella noche de enero, cuando estaban solos los dos en su apartamento.

Pensó que quizás hubiera llegado el momento de hacer algo al respecto.

Notaba que la gente lo miraba. Era algo que Justin Dillon no soportaba.

Habían pasado ya tres meses y seguía siendo la comidilla en Destiny. Todos creían que había echado a perder la angélica reputación de la hermana del sheriff acostándose con ella. Tres meses y seguían hablando de ello.

Le parecía una lástima que en realidad no hubiera sucedido nada.

Ignoró a las dos chicas que lo miraban y se reían frente a la ferretería donde acababa de comprar materiales para reparar su casa. Parecían niñas de instituto y él, con treinta y dos años, se veía lo bastante viejo como para ser su padre. O casi.

Cerró la puerta trasera y se puso al volante. Creía que su camioneta era probablemente más vieja que esas adolescentes, pero no podía quejarse, al menos tenía un medio de transporte.

Puso en marcha el motor y bajó la ventanilla. Era agradable sentir la brisa primaveral mientras bajaba por la calle principal.

Le gustaba tener trabajo que hacer en la cabaña. Se había cansado de vivir en el apartamento encima del bar, sobre todo ahora que su hermana era la dueña del establecimiento. Había permitido que viviera allí sin pagar el alquiler, pero era demasiado duro trabajar en la cocina del Blue Creek y dormir también allí.

Además, así había conseguido librarse en parte de los recuerdos de la noche que había pasado allí con Gina. Pero no podía olvidar su cabello castaño sobre la almohada, las deliciosas curvas que se adivinaban bajo las sábanas y sus suspiros suaves mientras dormía plácidamente.

Porque eso era lo único que había hecho Gina en su casa, dormir.

Él, en cambio, no había podido conciliar en el sueño. Y no había sido por culpa del dolor en sus costillas tras la paliza en el bar. Sino porque no había podido dejar de pensar en ella. No entendía que alguien como Gina se preocupara por él.

Entró en el aparcamiento del Blue Creek y dejó la camioneta cerca de la puerta trasera. Quería recoger sus cosas y llevarlas a la cabaña. Su cuñado había comprado los terrenos donde había estado un antiguo campamento y gracias a ello, tenía casa propia por primera vez en su vida.

El sheriff dejaba que se quedara en una de las cabañas a cambio de ir arreglando la zona. Suponía que Gage tenía dos razones para hacer algo así.

Por un lado, su esposa se lo había pedido. Después de todo, Racy era su hermana. Por otro lado, el sheriff querría tenerlo controlado para mantenerlo alejado de Gina. Pero creía que no tenía nada de lo que preocuparse. Él era el más interesado en evitar a esa joven.

Miró el reloj, eran casi las cinco y supuso que no habría mucha gente en el bar. La mayoría de las camareras entraba a trabajar más tarde.

Oyó una risa femenina al abrir la puerta de la sala de empleados. Gina estaba en lo alto de una escalera, intentando poner una caja en el estante superior. Llevaba una camiseta ajustada que reveló unos cuantos centímetros de piel cuando ella estiró los brazos para colocar la caja.

Ric Murphy, el portero del bar, estaba sujetándola. No se le pasó por alto que tenía una mano en la escalera y la otra en uno de los muslos de Gina, muy cerca de su trasero.

Gina se volvió a reír y la escalera se tambaleó. Vio que Ric la agarraba con las dos manos en vez de estabilizar la desvencijada escalera. Le parecía que aquello no tenía ningún sentido.

—¡Cuidado, Ric! —exclamó Gina agarrándose a la estantería—. Si me caigo…

—No me importaría en absoluto —la interrumpió Ric—. Sería una buena excusa para tener a una mujer tan hermosa en mis brazos.

Justin cerró de un portazo al oír sus palabras y fue directo a su taquilla.

—No os preocupéis por mí —les dijo—. Seguid a lo vuestro.

Tanto Gina como Ric se sobresaltaron y lo miraron, pero él no les hizo caso. Estaba tan enfadado que le costó abrir el candado, no conseguía acertar con la combinación. Cuando lo logró, comenzó a sacar las cajas que había guardado allí.

—¿Necesitas ayuda, Dillon?

El tono de Ric era condescendiente, pero Justin no mordió el anzuelo. Se mantuvo de espaldas a ellos. No sabía por qué, pero Ric Murphy le había dejado claro desde el primer día que Justin no le gustaba.

—No, gracias. Ya tienes bastante en tus manos —repuso con ironía Justin.

Notó que Gina ahogaba una exclamación al oírlo. Pero, antes de que ella pudiera decir nada, alguien llamó a Ric desde el bar.

—Me tengo que ir, ¿estarás bien? —le preguntó el joven a Gina.

—Claro —repuso la joven—. Ya casi he terminado.

Se quedaron en silencio unos segundos. Después, tal y como había imaginado, Gina le habló.

—Has sido un poco maleducado.

—Así soy yo —repuso él sin mirarla—. Supongo que no soy muy agradable.

—Ric estaba tratando de ayudarme y…

—Si eso es lo que crees que estaba haciendo, tienes mucho que aprender —le dijo él mientras sacaba un par de sacos de dormir y los colocaba con el resto de sus cosas.

—Bueno, ¿y a ti qué te importa si…? ¡Oh!

Justin se giró rápidamente. Tuvo que tomar una decisión en una fracción de segundo, ir a por la escalera o la chica. Apenas había tiempo y Gina se dirigía hacia él. Agarró su cintura y quedó aplastada contra su torso, evitando así que cayera al suelo.

Maldijo entre dientes cuando la escalera lo golpeó en la rodilla y la sujetó con más fuerza aún para que no terminaran los dos en el suelo. Gina se retorció entre sus brazos y vio que estaba solo a unos centímetros de sus suaves curvas, con la cara contra su estómago.

—¡Maldita sea, no te muevas! —exclamó con dificultad.

Gina se quedó inmóvil, pero notó que su cuerpo no era inmune a la situación, su camiseta de algodón no podía ocultar las señales.

Podría haberla dejado en el suelo, pero la bajó poco a poco, dejando que sus cuerpos se rozaran y haciendo que a Gina se le subiera un poco más la camiseta. Lo hizo muy despacio, hasta que estuvieron cara a cara.

—¿Lo hiciste a propósito? —le preguntó él.

—¿El qué?

Gina se sonrojó. Quizás fuera por la cercanía de sus cuerpos o por lo que sus palabras implicaban.

—Has fingido que te caías para conseguir que te sujetara en mis brazos, ¿no?

—¡Estás loco! —repuso Gina sonrojándose más aún—. Déjame en el suelo.

—Ya estás en el suelo.

—¿Sí? Pues no puedo sentirlo bajo mis pies.

—Me temo que provoco ese efecto en las mujeres. Todas se sienten como si estuvieran flotando.

Gina abrió mucho sus ojos azules. Todos los Steele tenían ese color de ojos. Vio que se separaban levemente sus labios y lo envolvió en ese instante su exótico aroma. Respiró profundamente. Gina olía a canela, era un aroma muy dulce.

No pudo evitar recordar en ese momento el estante de las especias que utilizaba a diario en la cocina. La canela era uno de sus sabores favoritos.

Una vez más, se dio cuenta de que esa chica le podía llegar a dar muchos problemas. Para colmo de males, era además muy inocente.

Gina tenía veintidós años, era diez años más joven que él. Y había aprendido lo suficiente sobre ella durante esos últimos tres meses para saber que era muy inteligente, muy inocente y que estaba fuera de su alcance.

—Justin…

Su tentadora voz lo devolvió a la realidad. Se apartó rápidamente de ella, desesperado por detener el efecto que parecía tener sobre él, tanto física como mentalmente.

Fue entonces cuando vio su mechón rosa. Le dio la impresión de que Gina había tratado de ocultarlo, escondiéndolo tras la oreja, pero el brusco movimiento la había despeinado y tenía el mechón teñido en la mejilla.

Sabía que no era buena idea y trató de controlar su mano, pero sus dedos se movieron solos. Suavemente, envolvió el rizo en su dedo.

—¿Qué es esto? ¿Tu lado más inconformista? —le preguntó con ironía.

Gina giró la cabeza para que dejara de tocarle el pelo, pero él no lo soltó.

—¿Qué va a decir tu hermano mayor cuando lo vea?

—A Gage no le importa lo que haga con mi pelo —repuso ella con firmeza pero con poca convicción—. ¿Vas a soltarme o no?

No quería hacerlo. Habría preferido llevar esa mano a su nuca, recorrer su mandíbula con el pulgar, echarle hacia atrás la cabeza y besarla.

«¿Qué me está pasando? ¡He prometido mantener las distancias!», se dijo entonces.

Justin soltó su pelo y se apartó de ella. Tomó dos cajas con sus cosas. Iba hacia la puerta cuando la abrió de repente Ric.

—Dillon, ve al bar —le dijo el recién llegado.

—¿Para qué? No trabajo esta noche.

—Tienes visita —repuso el joven mientras se fijaba en la escalera—. ¡Ya me pareció que había oído un ruido, ¿qué ha pasado? Gina, ¿estás bien? —le preguntó a ella.

Justin dejó las cajas en el suelo y salió de allí.

Estaba enfadado. No entendía qué le pasaba.

Gina era inteligente, muy inteligente. No sabía si habría sido consciente de que había estado a punto de besarla. No la había mirado a los ojos. Solo había podido fijarse en sus rosados labios y en ese rizo teñido del mismo color, pero suponía que Gina se habría dado cuenta.

Le había pasado lo mismo tres meses antes.

Había estado enseñándole a jugar al billar durante casi una hora y había logrado por fin que ella metiera la bola correcta en el agujero correcto. Cuando Gina lo consiguió, lo abrazó entusiasmada. No recordaba haberse sentido más tentado en toda su vida. Pero los interrumpieron entonces de manera bastante desagradable.

Prefería no pensar en esa noche. Fue a la sala del restaurante. Era viernes por la noche y las mesas comenzaban a llenarse de clientes. Sabía que algunos se quedarían después de cenar para ver los conciertos de música y bailar.

Jackie, la ayudante de su jefa, estaba al lado de la puerta de la cocina y fue hacia ella.

Pasó al lado de una chica alta y rubia que estaba de pie con un niño a su lado. Era una costumbre que había adoptado en la cárcel, siempre estaba pendiente de lo que lo rodeaba.

Por eso le molestaba tanto que unos gamberros hubieran entrado en el bar aquella noche sin que él hubiera podido reaccionar a tiempo.

—Me ha dicho Murphy que alguien quiere verme —le dijo a Jackie.

—Así es. Se trata de esta joven… —comenzó ella.

—¡Justin! ¡Por fin! —exclamó alguien detrás de él.

La chica rubia que acababa de ver se lanzó a sus brazos. Lo primero que pensó fue que su cuerpo era completamente distinto al de Gina, era solo piel y huesos. Tenía el pelo y la ropa sucios y olía como si necesitara urgentemente una ducha.

Cuando se recuperó un poco de la sorpresa, apartó los brazos que sujetaban su cuello. Vio de reojo que entraban en ese instante Gina y Ric en la sala.

—Lo siento, pero no sé quién… —comenzó algo molesto.

—¡Soy yo, Zoe! ¡Zoe Ellis! —exclamó la chica agarrando sus manos—. Tienes que acordarte de mí.

Pero no la recordaba. Durante los últimos tres meses, no había tenido nada con ninguna mujer. Solo había habido una con la que había celebrado su puesta en libertad nada más salir de la cárcel y estaba seguro de que no era ella. Un par de camareras del Blue Creek habían tratado de salir con él, pero no había pasado nada con ellas.

Se fijó mejor en la joven. Se dio cuenta de que le estaba hablando y prestó atención.

—Y entonces fuimos a un hotel y no salimos de allí en tres días. Todavía recuerdo cómo…

—Mire, debe de haberme confundido con otra persona. He estado… He estado fuera unos cuantos años y solo hace tres meses que volví a Destiny —le explicó Justin.

—Bueno, ya sé que ha pasado bastante tiempo. Para ser exactos, ocho años, pero nunca lo he olvidado —le dijo la joven mientras acercaba al niño para que Justin lo viera.

Vio que tenía el pelo oscuro. Le pareció que había una mezcla de miedo y curiosidad en su mirada. El pequeño se aferraba a un oso de peluche de aspecto desaliñado y tenía en la otra mano una vieja funda de almohada llena de cosas.

—De hecho, he tenido un recordatorio constante de lo que pasó durante esos días tan locos —le dijo entonces la joven—. Te presento a Jacoby, tu hijo.

Capítulo 2

JUSTIN no podía moverse. Quería hacerlo, salir corriendo de allí y no volver la vista atrás.

Le avergonzaba sentirse así, pero esa había sido su primera reacción.

—¿Mi qué? —preguntó sin entender nada.

La mujer tiró de la camiseta del niño para acercárselo y el niño tropezó.

—Es tu hijo, Jacoby Joseph Ellis.

Al ver que el segundo nombre del niño era el de su propio padre, Justin dejó de mirar al pequeño para fijarse de nuevo en ella.

—¿Cómo…? No puede… No puede ser. No tendrá más de cinco años y yo he estado en la…

Hizo una pausa y respiró profundamente.

—He estado lejos de aquí durante los últimos siete años.

—Es algo pequeño para su edad. Su séptimo cumpleaños fue en enero. Si a esa fecha le restas nueve meses… —repuso la joven.

Hablaba de los meses anteriores a la detención, cuando Joe Billy y él fueron arrestados por tráfico de drogas. Un hecho que había marcado su vida y lo había ayudado a cambiar.

Cansado de la vida que llevaba, había sido él mismo quien había dado información a los policías sobre la red de narcotráfico en la que estaban metidos su hermano y él. Durante semanas, había estado viviendo en un estado de casi inconsciencia inducido por el alcohol. Nunca había llegado a tomar drogas, pero recordó un fin de semana que sus amigos y él habían pasado en un pequeño pueblo de Colorado.

Se preguntó si sería posible que fuera de verdad el padre de ese niño. Trató de recordar a esa joven mientras ella rebuscaba en su bolso. Sacó un pedazo de papel arrugado.

—Aquí está su certificado de nacimiento —le dijo.

Justin vio que su nombre aparecía como padre del recién nacido.

—Si es cierto, ¿por qué ahora? ¿Por qué no te pusiste en contacto conmigo cuando nació?

—¿Qué podrías haber hecho desde donde estabas? —repuso ella.

—¿Sabías dónde estaba? —replicó mientras arrugaba el certificado entre sus manos—. ¿Y no se te pasó por la cabeza decirme que tenía un bebé?

—¿No sería mejor que os sentarais en una de las mesas de la parte de atrás?

Justin levantó la cabeza al oír la voz de Gina. La joven estaba detrás del niño.

Había curiosidad, interés y algo más en los ojos del pequeño. Estaban en la zona principal del bar. Fue entonces cuando se dio cuenta de que Jackie y Ric se habían esfumado, pero las mesas iban llenándose de clientes y la mayoría los observaba mientras discutían.

—Sí, será mejor que lo hagamos. Buena idea.

Fue a la parte de atrás del bar y se sentaron a una de las mesas. Vio que Zoe lo había seguido y que ni siquiera se había asegurado de que el niño estuviera con ella. La joven se sentó a su lado, Justin sintió que estaba demasiado cerca.

—¿Les traigo un par de hamburguesas y patatas fritas? —sugirió Gina mientras ayudaba al niño a sentarse frente a su madre y Justin.

—Estupendo. Y también un par de refrescos —agregó Zoe.

—Bueno, mejor leche para su hijo, ¿no? —preguntó Gina.

—No pasa nada, siempre bebe refrescos —comentó la joven mientras agarraba el brazo de Justin.

—Menos en el colegio. Allí tomo leche con chocolate —intervino el pequeño.