Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Rebecca Winters. Todos los derechos reservados.

EL AMA DE LLAVES, N.º 2482 - octubre 2012

Título original: The Rancher’s Housekeeper

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

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I.S.B.N.: 978-84-687-1097-6

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

CAPÍTULO 1

COLT Brannigan besó a su madre en la mejilla.

–Nos veremos esta noche –se despidió, volviéndose hacia la persona que la cuidaba–. He llamado al servicio de asistencia en Sundance y enviarán a alguien en los próximos días para ayudarte con ella.

–Muy bien –dijo Ina–. Hank me echa una mano siempre que tiene algo de tiempo libre.

–Me alegro. Nos vemos esta noche.

La madre de Colt, una mujer de sesenta años, ya no conocía a nadie. Le habían diagnosticado Alzheimer tras la muerte de su marido, dieciséis meses antes, pero había empeorado en el último año y necesitaba cuidados las veinticuatro horas.

–¿Colt?

Él cerró la puerta del dormitorio al escuchar la voz de su hermano Hank.

–Dime.

–Hay una llamada para ti de la directora de la cárcel de Pierre.

¿La directora de la cárcel?

–Debe haberse equivocado de número –dijo Colt, sabiendo que no era así.

Pasó al lado de su hermano para salir por la puerta trasera y Hank lo siguió, a paso lento debido a su pierna escayolada.

–Has puesto un anuncio en el periódico pidiendo un ama de llaves y la señora James quiere saber si ya has contratado a alguien.

–Dile que sí.

–Pero…

–Nada de peros –lo interrumpió Colt.

Antes de que su padre muriese por culpa de un coágulo en los pulmones, le había hecho un favor al comisario de Sundance que había vivido para lamentar.

El comisario le había pedido que contratase como peón a un preso recién salido de la cárcel y el tipo se había quedado el tiempo suficiente para recibir un cheque, llevarse la manta de su camastro, el dinero de los demás peones y, sobre todo, uno de los caballos del rancho.

Colt lo había localizado y, además de recuperar el caballo, se había asegurado de que volviese a la cárcel. Desafortunadamente, el porcentaje de exconvictos que terminaban en prisión era muy alto, pero él, que tras la muerte de su padre llevaba el rancho Floral Valley, no cometería los mismos errores.

–Voy a estar levantando cercas todo el día y no volveré a casa hasta tarde. Llámame si hay alguna emergencia –Colt se dirigió al establo y se alejó galopando sobre Digger.

Hacía falta una mujer con carácter para llevar un rancho como aquel. De hecho, haría falta una santa, pero había pocas que solicitaran un puesto de ama de llaves. Colt sabía que nunca podrían reemplazar a Mary White Bird, la mujer de la tribu Lakota que había sido la mano derecha de su madre y una institución en el rancho. Mary había muerto un mes antes y, además de perder a la mejor ama de llaves del mundo, habían perdido a una amiga.

Colt había puesto varios anuncios en periódicos de Wyoming y Dakota del Sur, pero por el momento ninguna de las solicitantes era lo que buscaba y estaba empezando a desesperarse. Pero no tanto como para contratar a una expresidiaria.

Rancho Floral Valley, 6 kilómetros

Geena Williams pasó frente al cartel con su bicicleta y buscó el desvío. En el almacén de piensos de Sundance, Wyoming, un viejo ganadero le había dicho que debía estar atenta o pasaría de largo y tenía razón porque estaba medio escondido entre los árboles. Desde allí, todo era un camino de tierra.

Cansada, se detuvo un momento para tomar aliento y beber un poco de agua. Durante el día la temperatura había sido altísima, con un poco de viento por la tarde, típico del mes de junio en el norte de Wyoming, pero había bajado por la tarde y su parka de segunda mano no servía de mucho.

Aunque el tiempo había cooperado, era la adrenalina lo que la había empujado hasta allí. Y la desesperación tendría que ayudarla a hacer el resto del camino. Se le doblaban las piernas de cansancio, pero necesitaba llegar al rancho antes de que se hiciera de noche.

Media hora después, vio un grupo de edificios ante ella, pero eran más de las diez y no se atrevía a llamar tan tarde, de modo que bajó de la bicicleta y la dejó apoyada contra el tronco de un pino.

En la mochila que llevaba a la espalda estaban todas sus posesiones… no, eso no era cierto del todo. Tenía algunas cosas que eran preciosas para ella, pero aún no sabía dónde estaban o quién se las había llevado.

Suspirando, se quitó la mochila para sacar una manta térmica que colocó sobre la hierba y, usando la mochila como almohada, decidió tumbarse un rato, aún sorprendida de que esa noche su techo fuera un cielo lleno de estrellas. Podía ver Venus al oeste…

Era increíble, estaba mirando el cielo.

–Vamos, Titus, hora de irse a dormir –dijo Colt Brannigan mientras cerraba la puerta del establo.

El border collie corría delante de él con una energía increíble. Titus llevaba una vida perfecta para un perro: querido por todos, corría y trabajaba todo el día, comía lo que quería y no tenía una sola preocupación. Por eso se iba a dormir absolutamente feliz y despertaba igualmente feliz.

En cuanto a él mismo, no se describiría como una persona feliz, aunque lo había sido una vez, durante unas breves semanas. Se había enamorado a los veintiún años, cuando era una estrella del rodeo.

Pero el «vivieron felices para siempre» no había funcionado porque tenía obligaciones en el rancho y su mujer ya no lo pasaba bien. Su matrimonio había durado once meses, seguramente uno de los más cortos en la historia del condado de Crook, Wyoming.

A los treinta y cuatro años, Colt reconocía su error. Cheryl y él eran demasiado jóvenes e inmaduros y, sencillamente, no había funcionado. Desde entonces había salido con mujeres de cuando en cuando, pero no tenía la menor prisa por volver a casarse.

De repente, el perro se alejó de la casa y cuando empezó a ladrar Colt fue tras él. Y sus gruñidos le avisaban de que había un extraño en la propiedad.

–Tranquilo, bonito –escuchó una voz femenina.

Titus era un santo, pero escuchar sus gruñidos en la oscuridad debía ser aterrador para alguien que no lo conociera.

La extraña estaba tumbada bajo el enorme pino ponderosa que su abuelo había plantado cincuenta años antes, envuelta en una manta térmica que la ocultaba de los pies a la cabeza.

Colt vio una bicicleta apoyada en el tronco del árbol y una mochila en el suelo.

–¡Calla, Titus! –le ordenó. Si aquella mujer era una amante de la Naturaleza, se había equivocado de camino–. ¿Te encuentras bien?

–Sí… sí… –tartamudeó ella–. El perro me ha asustado.

Tenía una bonita voz, una voz juvenil, y que no pareciese histérica después del susto era una sorpresa.

–¿Se puede saber qué haces durmiendo aquí? Podrías haber sido atacada por algún animal, hay pumas en esta zona.

Ella bajó la manta, revelando su rostro.

–Llegué tarde y no quería molestar a nadie, así que decidí dormir bajo el árbol.

–¿Venías a este rancho en concreto?

–Sí, pero debería haber esperado a mañana. Lo siento.

La disculpa sonaba sincera y hablaba con una voz educada, aunque eso no le daba ninguna pista de por qué estaba allí. Colt se inclinó para tomar la mochila, que era inesperadamente ligera y había visto días mejores.

–No sé por qué has venido, pero no puedo permitir que duermas aquí. Deja la bicicleta y sígueme, estarás más segura en la casa.

–No quiero molestar.

No estaba molestándolo, pero sí llamando su atención de una manera sorprendente.

–De todas formas, tienes que venir conmigo. Vamos.

El extraño trío entró en la casa unos minutos después y Titus fue directamente a su comedero. Después de eso iría al despacho para dormir bajo el sillón de su padre, como hacía siempre. El padre de Colt había muerto, pero tenía la impresión de que el animal seguía esperando que volviera. Tal vez Titus no era tan feliz después de todo…

Colt dejó la mochila sobre la mesa de la cocina y, por el rabillo del ojo, la vio quitarse la manta. Era alta, probablemente un metro setenta y ocho, pensó. Después de doblarla, la dejó sobre la mesa y se quitó la vieja parka. Debía tener unos veinticinco años y, salvo por las zapatillas blancas, todo lo que llevaba, desde los vaqueros al jersey azul, parecía viejo y demasiado grande para ella. Su pelo castaño estaba sujeto en una coleta con una simple goma y no llevaba ni maquillaje ni joyas.

Colt pensó entonces que su cara le resultaba familiar, pero le parecía excesivamente delgada. ¿Habría estado enferma? Tenía las mejillas hundidas, los pómulos demasiado pronunciados. Y, a pesar de eso, se sentía extrañamente atraído por esos preciosos ojos de color azul oscuro y expresión triste, rodeados por unas pestañas tan oscuras como sus cejas y su pelo. Por qué estaba triste, no podía imaginarlo.

Si estaba huyendo de alguna situación traumática, no lo demostraba. Al contrario, mantenía la cabeza orgullosamente erguida… le recordaba a un cuadro por terminar que necesitaba un poco más de trabajo antes de cobrar vida. Y eso era algo que lo intrigaba.

–Puedes usar el cuarto de baño –le dijo, señalando una puerta.

–Gracias –murmuró ella–. Perdone un momento.

Cuando la extraña entró en el cuarto de baño, Colt se apoyó en la encimera de la cocina, intrigado.

Hank había hecho café, pero no estaba allí, de modo que seguramente estaría en el dormitorio de su madre. Mientras él sacaba dos tazas del armario, la joven volvió a la cocina.

–Puedo ofrecerte un café. ¿O prefieres un té?

–Café, por favor.

Colt sirvió dos tazas.

–¿Azúcar, leche?

–Por favor, no se moleste. Puedo tomarlo solo.

Él volvió a la mesa con las dos tazas.

–He puesto leche y azúcar en el tuyo. Parece que necesitas algo que te fortifique.

–Tiene razón. Gracias, señor…

–Colt Brannigan –Colt tomó un sorbo de café.

Ella sujetó la taza con las dos manos y tomó un sorbo con los ojos cerrados, casi como si estuviera creando un recuerdo. Sorprendido, Colt siguió mirándola. En su opinión, necesitaba tres comidas al día y durante mucho tiempo.

–¿Vas a decirme quién eres?

Ella asintió con la cabeza.

–Me llamo Geena Williams.

Colt pensó que le sonaba ese nombre, aunque no sabía de qué.

–Bueno, Geena, tal vez si te hago un sándwich de jamón podrías contarme qué hacías durmiendo en mi propiedad.

–Lo siento mucho –se disculpó ella. Y Colt pensó que no conocía a nadie que se disculpase tanto–. Esta mañana salí de la cárcel de Pierre, en Dakota del Sur, y vine directamente a su rancho. Esperaba hacer una entrevista para el puesto de ama de llaves, pero he tardado más de lo que pensaba en llegar aquí.

Esas palabras fueron como una patada en el estómago. En un segundo, todo empezó a cobrar sentido, empezando por la llamada de la directora de la cárcel de Pierre esa mañana. Pero la flamante bicicleta apoyada en el árbol no pegaba con la ropa vieja… ¿la habría robado?

Geena Williams era una expresidiaria. Y, al pensar eso, sintió una desilusión inexplicable.

–¿El puesto sigue libre? –la esperanza que había en esa pregunta, como si la respuesta significase la vida para ella, casi lo conmovió.

Y Colt tuvo que endurecer su corazón.

–Me temo que no.

Todo el mundo tenía un pasado, pero haber estado en la cárcel era otra cuestión. Él estaba buscando un ama de llaves que fuese como Mary White Bird, la mujer sensata y de absoluta confianza que ayudaba a su madre a llevar la casa desde que él era un crío.

Mary tenía una habilidad especial para tratar con los peones y los invitados, por no hablar de las diferentes y testarudas personalidades del clan Brannigan.

En cuanto a Geena… era demasiado joven y había estado en la cárcel. No sabía qué delito había cometido, pero sí sabía que contratarla estaba fuera de la cuestión.

Colt notó que sus ojos se empañaban, pero no derramó una sola lágrima.

–Ha sido muy amable conmigo, pero veo que he cometido un error al venir sin pedir cita.

Él frunció el ceño.

–La directora de la cárcel llamó esta mañana, pero le dije a mi hermano que el puesto ya estaba ocupado. Parece que ha habido un problema de comunicación… en fin, siento mucho que no se lo haya dicho.

Ella lo miró, desconcertada.

–No sabía que hubiera llamado, pero imagino que estaba intentando ayudarme a encontrar trabajo. En cuanto salí de prisión busqué el Rapid City Journal y vi su anuncio… noté que lo había puesto hace unos días y temí que el puesto ya estuviera ocupado, pero decidí arriesgarme a venir directamente.

Aunque estuviera diciendo la verdad, no importaba.

No había trabajo allí para otro expresidiario… aunque se sentía intrigado.

–¿No tienes un marido o un novio, alguien que pueda ayudarte?

–No estoy casada. Y estaba saliendo con un hombre antes de ir a la cárcel, pero desapareció cuando me condenaron.

Colt pensó que su relación no podía haber sido tan sólida.

–¿No tienes ningún pariente?

–No, ninguno –respondió ella, con los ojos ensombrecidos.

¿No tenía a nadie?

Colt se pasó una mano por el pelo, incapaz de imaginar que alguien no tuviera ningún pariente… a menos que estuviese mintiendo, claro. Tal vez le daba vergüenza volver a casa por lo que había hecho. Claro que él no había pasado nunca por algo así, de modo que no sería justo juzgarla.

–¿Cómo has llegado hasta aquí? –le preguntó. El anuncio solo decía que el rancho estaba cerca de Sundance, Wyoming. Y no indicaba la dirección, solo un apartado de correos.

–Sé que debería haber escrito una carta al apartado de correos, pero no tenía acceso a ningún ordenador –respondió ella–. Cuando el autobús me dejó en Sundance, pensé que si alguien sabía indicarme dónde estaba el rancho lo mejor sería venir directamente. Así que compré la bicicleta y fui al almacén de piensos para ganado. Allí me indicaron cómo llegar.

–Ah, claro.

–Todos conocían a Colt Brannigan, el dueño del rancho Floral Valley, y hablaban muy bien de usted.

–¿Has venido hasta aquí por la carretera, de noche?

–Sí, pero cuando salí de Sundance no era de noche. Necesitaba un medio de transporte para moverme y, como tengo que renovar el permiso de conducir, no puedo comprar un coche.

–¿Y la bicicleta nueva no era muy cara?

–Sí, pero estaba rebajada a quinientos treinta dólares y me han dado un casco de segunda mano por diez. Debería haber comprado ropa nueva, pero solo me quedaban ciento sesenta dólares porque gasté algo en comida, en la manta térmica y en las zapatillas.

Colt parpadeó.

–Imagino que ganaste ese dinero en la cárcel.

–Sí, claro. Me pagaban veinticinco céntimos por hora de trabajo. Cuarenta dólares al mes durante los trece meses que estuve encarcelada.

Trece meses en el infierno. ¿Qué delito habría cometido?

–De modo que viniste aquí con quinientos veinte dólares en el bolsillo.

–En realidad, setecientos. Trabajé horas extra y, además, te dan cincuenta dólares cuando sales de prisión.

Colt decidió que no volvería a quejarse porque parte de sus impuestos fueran a los expresidiarios que habían pagado su deuda con la sociedad.

–¿Entonces cuánto dinero te queda?

–Noventa y dos dólares. Por eso necesito un trabajo desesperadamente –respondió ella–. Le aseguro que soy una buena cocinera. En la cárcel ayudaba en la cocina… aunque también hacía tareas de limpieza, me encargaba del almacén, de la enfermería y el patio. Hice de todo. Soy una buena trabajadora, señor Brannigan. Si llama a la prisión, le dirán que trabajaba más de cuarenta horas a la semana y que nunca tuve una sola sanción. ¿Conoce a alguien que tenga un puesto para mí?

¿Si conocía a alguien? Estaba mirando a alguien que necesitaba urgentemente un ama de llaves.

Colt se pasó una mano por el cuello, sorprendido por estar considerando la posibilidad de contratarla cuando no sabía nada de ella salvo que había estado en la cárcel. Tal vez era la vulnerabilidad que veía en esos ojos azul oscuro…

Antes de que pudiese decir nada, Titus entró en la cocina para saludar a Hank, que acababa de entrar por la puerta de atrás con Mandy. Y eso lo sorprendió porque pensaba que Hank estaría con su madre.

Tan concentrado estaba en la conversación con Geena que no había oído llegar el coche de Mandy. Como Hank tenía una pierna rota, ella lo llevaba de un sitio a otro.

–Hola, Colt.

–Hola.

Mandy era una rubia simpática de Sundance a quien Hank conocía desde el instituto pero, como siempre, su hermano tenía ojos para cualquier mujer guapa y, por supuesto, en ese momento estaban clavados en Geena.

–Geena Williams –la presentó Colt–. Este es mi hermano Hank y su amiga, Mandy Clark.

Sabía que Hank se moría por hacer preguntas, pero Colt no estaba preparado para responder en ese momento.

–Estaremos en el cuarto de estar –dijo Hank por fin, antes de desaparecer con Titus y Mandy.

Geena miró a Colt, intentando esbozar una sonrisa.

–No quiero molestar. Si no le importa que duerma en la propiedad, le prometo que me iré a primera hora.

Pero él ya había tomado una decisión.

–No, de eso nada. Voy a hacerte un sándwich y un plato de sopa. Y luego puedes dormir en la habitación de la antigua ama de llaves. Mañana será otro día.

Había oído ese dicho mil veces en su vida, pero nunca lo había entendido como aquella noche. Lo que debería hacer era llevarla al albergue de Sundance, pero estaba agotado. Al menos, esa era la excusa que inventó para retenerla allí.

Geena había soñado mucho en la cárcel. Era la única forma de escapar de los barrotes tras los que estaba confinada. Pero ni siquiera en sus más extraordinarias fantasías podría haber conjurado a un hombre como Colt Brannigan.

De hecho, no sabía que un hombre así existiera más allá de sus fantasías.

Por cómo lo habían descrito los hombres del almacén de piensos había pensado que era un hombre mayor, pero debía tener poco más de treinta años.

Y al verlo en la cocina se había quedado sin aliento. Era un hombre increíblemente apuesto. «Alto, moreno y guapo» era un cliché que las mujeres habían usado durante siglos y, en su opinión, podría ser Colt Brannigan quien hubiera inspirado tal cliché.

Pero olvidándose de sus atributos físicos, era su amabilidad lo que lo hacia único. En lugar de echarla de su propiedad al saber que había estado en la cárcel, como habrían hecho muchas otras personas, la había invitado a cenar y había dejado que durmiera en su casa.

Medio mareada por todo lo que había pasado, Geena salió del baño con un albornoz que había encontrado colgado detrás de la puerta. Limpia y renovada, encendió la luz del dormitorio y se acercó a la cama.

Llevaba todo el día haciendo cosas diferentes a las que había hecho en prisión durante más de un año y el sabor de la libertad era indescriptible. Ya no tenía esa sensación de desastre, de angustia. El miedo a vivir en el purgatorio durante lo que le quedaba de vida había desaparecido. Se habían terminado los olores de la cárcel, las toses, los sollozos, los gritos y peleas entre otras presas.

Adiós a las celdas grises, a los golpes en los barrotes, a las guardianas gritando cuándo y cómo debías hacer las cosas, cuándo hablar y cuándo callarte.

Adiós a un sitio con mujeres que no querían saber nada las unas de las otras y que vivían solo pensando en salir de la cárcel para estar con un hombre otra vez.

Si conocieran al señor Brannigan…

Mientras se sentaba en la cama paras secarse el pelo con una gruesa toalla, Geena miró por la ventana, que ocupaba casi toda una pared.

Había dejado abiertas las cortinas para ver la luna lanzando sombras sobre el pie de la cama… y era algo tan maravilloso.