Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Margaret Way, Pty., Ltd. Todos los derechos reservados.

LOCAMENTE ENAMORADA, N.º 2480 - octubre 2012

Título original: Argentinian in the Outback

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

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I.S.B.N.: 978-84-687-1095-2

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

CAPÍTULO 1

AVA tenía abiertas las puertas correderas que daban al jardín, así que vio el momento exacto en el que entró el jeep en el que llegaba su huésped argentino. Los neumáticos hicieron saltar la grava del camino y el ruido del motor amortiguó el canto de los loros y las cacatúas que estaban comiendo posados en los árboles de preciosos colores de los alrededores.

Parapetada tras una cortina, observó cómo el coche describía un brusco semicírculo alrededor de la fuentecilla cantarina y se paraba ante los escalones que daban acceso a la casa de Kooraki.

Juan Varo de Montalvo había llegado.

Estaba emocionada. ¿Qué otra cosa sino emoción podía ser el torbellino que sentía en la garganta? Hacía mucho tiempo que no se sentía así, pero no entendía de dónde había salido aquello porque no tenía absolutamente ningún motivo para encontrarse emocionada.

De repente, se puso seria, se giró hacia el espejo y estudió su reflejo. Se había vestido de manera sencilla. Blusa color crema y pantalones pitillo del mismo color con cinturón ancho de cuero para resaltar su cintura de avispa. Hacía mucho calor y había dudado si recogerse el pelo, pero, al final, se lo había dejado suelto porque su melena rubia era uno de sus mejores rasgos.

Se encontraba algo perdida. Había dado la bienvenida a numerosos visitantes a Kooraki en aquellos años. ¿Por qué se ponía nerviosa? Ava tomó aire tres veces seguidas y se calmó. Había leído en algún lugar que eso ayudaba y, cuando lo necesitaba, utilizaba el truco. Y le funcionaba. Había llegado el momento de bajar para dar la bienvenida a su invitado de honor.

Salió al pasillo, de cuyas paredes colgaban increíbles cuadros, y avanzó sigilosa. Se oían las voces de dos hombres. Una era más grave que la otra y tenía un acento fascinante. Así que ya estaban dentro. Sin saber muy bien por qué lo hacía, como si fuera una niña, echó una ojeada por encima de la balaustrada de madera sin que la vieran.

Entonces, vio al hombre que iba a poner su vida patas arriba. Jamás olvidaría aquel momento. Estaba conversando animadamente con su hermano, Dev. Ambos estaban de pie bajo la lámpara de cristal que colgaba del techo. Su lenguaje corporal ponía de manifiesto que se admiraban y se respetaban mutuamente.

Los dos eran increíblemente guapos, altos, atléticos y de piernas largas. Era de esperar, pues ambos eran jugadores de polo de élite. El rubio era su hermano, James Devereaux Langdon, dueño de Kooraki desde que su abuelo, Gregory Langdon, había muerto. Su abuelo había sido un gran ganadero, conocido en todo el país. El otro era su amigo argentino, al que había invitado para su boda. Juan Varo de Montalvo acababa de llegar en avión desde Longreach, la terminal más cercana a la vasta y alejada propiedad de los Langdon, que se encontraba rodeada por el desierto Simpson, el tercero más grande del mundo.

No podían ser más opuestos físicamente hablando. Mientras que su hermano era rubio y de ojos azules, como ella, Juan tenía el pelo negro y brillante como el azabache, los típicos ojos oscuros de los hispanos y piel bronceada. Se notaba que era de otro país, de otra cultura. Se ponía de relieve en sus modales, en su voz, en sus gestos, pues movía constantemente las manos, los hombros e incluso la cabeza. Con solo mirarlo, Ava sintió un increíble calor en el pecho que se extendió hacia abajo por su cuerpo. Fue como si se hubiera bebido un trago de whisky.

Aunque había sido una reacción involuntaria, le resultó excesiva. Ava era una mujer que tenía que defender su fortaleza interior, a la que llamaba en secreto su limbo emocional. ¿Cómo no iba a estar a la defensiva si se estaba divorciando de Luke Selwyn, que había resultado ser un marido desagradable e incluso peligroso?

Hacía tiempo que Ava tenía claro que Luke era un narcisista al que solo le importaba él mismo. Aquel rasgo le había sido potenciado desde la cuna por su madre, que lo adoraba. Monica Selwyn nunca había soportado a su nuera, pues era la mujer que le había robado a su hijo y, cuando había fingido quererla, había sido insoportable para Ava.

Cuando unos meses atrás le había dicho a Luke que se iba y que iba a pedir el divorcio, Luke había reaccionado muy mal, se había puesto como una fiera. De no haber contado con el respaldo de su familia, Ava se habría asustado, pero Luke no tenía nada que hacer frente a su hermano.

¿Por qué se habría casado con él? Porque creía estar enamorada de él aunque no fuera perfecto. Ava sabía que había preguntas fundamentales en su vida para las que todavía no tenía una respuesta satisfactoria. Mirando hacia atrás, comprendía ahora que para Luke ella había sido un mero trofeo, una Langdon, con todo lo que aquello significaba. Luke no había podido soportar que lo abandonara porque él y su familia habían quedado mal ante los demás. Ese era el quid de la cuestión, que habían quedado mal delante de los demás. No le había roto el corazón, no, le había herido el orgullo, algo tremendamente peligroso para cualquier mujer que esté casada con un hombre vanidoso.

Luke se repondría, Ava estaba segura. De hecho, se hubiera apostado su inmensa fortuna a que así sería. Mientras que ella… Ava se veía como una mujer que había quedado dañada psicológicamente.

Tenía la sensación de que todos los seres humanos sufren. Unos más que otros. Había gente que decía que nadie te puede hacer daño si tú no le dejas. Por desgracia, ella lo había permitido. Se sentía bastante cobarde, había muchas cosas que le daban miedo. Le daba miedo confiar, le daba miedo poner límites, le daba miedo pedir lo que quería, le daba miedo volver a enamorarse. Aquello era horrible. A pesar de lo guapa que era, su autoestima estaba por los suelos. Todo la afectaba y era consciente de ello. Hacía falta muy poco para hacerla sufrir.

Ava siempre se había sentido desvalida. Ella había sido siempre la nieta, no el nieto, de un icono nacional. En su mundo, los varones eran mucho más importantes. ¿Es que las cosas no iban a cambiar nunca? Las mujeres tenían que hacer un buen matrimonio, honrar y respetar a sus maridos y darles hijos para que el linaje familiar tuviera continuación.

A ella le importaba muy poco el linaje familiar, pero había tenido el valor para escaparse con Luke en las narices de su autoritario abuelo. Bueno, a lo mejor, más que valor habían sido ganas de desafiar al viejo. A su abuelo no le gustaba Luke y se lo había advertido, le había dicho que tuviera cuidado con él. Dev, que solo pensaba en el bienestar de su hermana, le había dicho lo mismo, pero ella no había hecho caso de ninguno de los dos y se había equivocado por completo.

Todavía necesitaba tiempo para recomponerse y volver a su vida normal, pues tenía muchas dudas sobre sí misma y sobre su entereza. Estaba segura de que la comprendería cualquier mujer que hubiera pasado por una relación en la que se hubiera esforzado todo lo que hubiera podido para agradar a su pareja mientras él la despreciaba o la ignoraba.

A veces, Ava se preguntaba si la igualdad entre hombres y mujeres llegaría algún día. Las mujeres seguían siendo maltratadas en todas partes del mundo. No se podía creer que siempre fuera a ser así.

Para ser sincera, y le gustaba serlo consigo misma, lo cierto era que jamás se había sentido atraída sexualmente por Luke. Bueno, ni por ningún otro hombre, la verdad. Desde luego, no con la pasión que Amelia sentía por Dev. Aquello sí que era amor, amor de verdad. Ava sabía que había que tener mucha suerte para encontrarlo. Aunque era una rica heredera sabía que, a pesar de que el dinero podía comprar casi todo, no podía comprar el amor. Sabía que se había casado huyendo de su familia disfuncional. Sobre todo, de su abuelo. Cuando había muerto, se habían producido cambios y todos habían sido para mejor. Ahora era Dev quien se hacía cargo de las empresas Langdon. Kooraki, una de las explotaciones ganaderas más importantes del país, no era más que una de ellas. Además, sus padres, que hacía tiempo que no se llevaban bien, habían vuelto a estar juntos, lo que había llenado a su hermano y a ella de alegría. Para colmo, Sarina Norton, el ama de llaves de toda la vida de Kooraki y amante secreta de su abuelo, se había ido a Italia, su país de origen, a vivir la dolce vita.

Y, por último, aunque no menos importante, su hija, Amelia, se iba a casar con Dev, el gran amor de su vida. Hacía mucho tiempo que Ava estaba convencida de que aquellos dos eran almas gemelas y ahora, por fin, se iban a casar, tras haber pospuesto la boda unos meses por la muerte de Gregory Langdon.

Ava iba a ser la dama de honor de Amelia. Su hermano y ella iban a ser muy felices y seguro que tenían unos hijos preciosos. Mel era fuerte. Ava siempre se había sorprendido de su fuerza. Cuando estaba con ella, era muy consciente de su propia fragilidad. Aunque no estaba atravesando por el mejor momento de su vida, se alegraba lo indecible por ellos. Dev ganaba una mujer guapa y lista que lo ayudaría en la gestión de las empresas familiares, sus padres ganaban una nuera y ella la hermana que siempre había querido tener.

Toda la familia Langdon salía ganando. El pasado daba paso al futuro. Tenía que haber un propósito, un significado, una verdad en la vida. Ava tenía la sensación de que, hasta el momento, había tenido que esforzarse mucho por vivir. ¡Cuánto deseaba que la vida fuera fácil! Lo había pasado muy mal. Seguro que las cosas iban a mejor.

Desde su escondite, percibió el aire de macho dominante tan peligroso de su invitado. Los hombres controlaban el mundo. Los hombres tenían derecho a heredar la Tierra. Ava se dio cuenta de que no le acababan de gustar los hombres. Su abuelo había sido un hombre aterrador. ¿Para qué servía tanto dinero y tanto poder al final? Ni el dinero ni el poder eran lo más importante en la vida. No le molestaba que su hermano, al que adoraba, también irradiara aquella fuerza de macho dominante porque Dev tenía corazón, pero, cuando la reconocía en otros hombres, se ponía en guardia.

Así que se puso en guardia al ver a Juan Varo de Montalvo, que con su metro ochenta de estatura era puro macho. Lo llevaba bien impreso y lo irradiaba a su alrededor. Aquellos hombres eran peligrosos para las mujeres frágiles que solo quieren llevar una vida serena. Además, en su caso, con un pasado difícil de digerir.

Juan, según le había contado su hermano, era el único heredero de Vicente de Montalvo, uno de los terratenientes más ricos de Argentina. Su madre, Carolina Bradfield, una rica heredera estadounidense, se había fugado con Vicente a los dieciocho años cuando él contaba veintitrés y en contra de la voluntad de sus padres.

En el momento, había sido todo un escándalo. Ava pensó con envidia que debían de haber estado muy enamorados para hacer algo así. Y debían de seguir estándolo porque seguían felizmente casados. Por su hermano sabía también que el disgusto familiar había quedado atrás hacía mucho tiempo.

Seguro que Juan tenía algo que ver en ello. ¿Quién iba a rechazar a un nieto como Juan Varo de Montalvo, que causaba una primera apariencia maravillosa? Tenía los rasgos que las escritoras de novela rosa describen como «cincelados». Aquello hizo sonreír a Ava, pero es que no había una palabra mejor para describirlos. Iba vestido de manera casual, como Dev, con vaqueros, una camisa de algodón de manga larga de rayas blancas y azules y botas altas y lustrosas. Aun así, tenía un innegable aire de patricio y sus modos, adquiridos desde la cuna, era esa arrogancia natural que solo heredan los que proceden de familias de hidalgos.

Dev le había contado que los Varo tenían escudo familiar y que el porte de los De Montalvo era el de los aristócratas del Viejo Mundo. Dev le había dicho en tono jocoso que la postura de su amigo era muy diferente a la suya, típica del Nuevo Mundo, elegante pero relajada.

Cuando vio a Juan avanzando por el vestíbulo de entrada, a Ava se le apareció una imagen muy nítida en la cabeza: la de un jaguar. ¿No había jaguares en La Pampa argentina? No estaba completamente segura, pero ya lo miraría. Aquel hombre era increíblemente exótico. Hablaba un inglés perfecto. ¿Cómo iba a ser de otra manera si su madre era estadounidense? Seguro que era un hombre de educación exquisita. Seguro que había recorrido el mundo.

Había llegado el momento de bajar a saludarlo, así que Ava plasmó una agradable sonrisa de bienvenida en su rostro, que sabía que era lo que Dev esperaba que hiciera.

Quedaban quince días para la boda. La novia seguía en Sídney, terminando un proyecto para el banco para el que trabajaba. Dev iba a ir en avión a recogerla a ella, a sus padres y a unos cuantos familiares. Eso quería decir que, mientras su hermano estuviera fuera, ella tendría que ser la perfecta anfitriona de Juan Varo de Montalvo.

Hacía un tiempo fabuloso, el cielo amanecía todos los días despejado, todo se estaba preparando para el gran día. Kooraki era el lugar perfecto, por su belleza, para un evento así, para la boda de su hermano y de su querida amiga Amelia.

Iban a llegar invitados de todos los rincones del mundo. El primero en llegar había sido Juan. En su honor, Dev había organizado un partido de polo y una fiesta el fin de semana. Ya había mandado las invitaciones, que habían generado mucha expectación, pues por allí había mucha afición al polo. Juan iba a ser el capitán de un equipo y Dev el del otro. Eran muy amigos y su amistad procedía del terreno de juego. Eran tan amigos que Dev había viajado a Argentina, a la estancia de la familia De Montalvo. Se trataba de una propiedad en la que se criaban vacas Black Angus y que estaba relativamente cerca de Córdoba. Así que aquellos dos propietarios de explotaciones ganaderas y jugadores de polo tenían todas las papeletas para ser grandes amigos.

¿Cómo sería la relación de Juan con ella? Eso estaba por ver.

Ava sintió que el corazón le latía desbocado mientras se iba acercando. A veces, lo puramente físico saca lo mejor que hay en la mente. Con ese pensamiento intentó consolarse.

Los dos hombres miraron hacia arriba cuando Ava comenzó a descender la imponente escalera con una mano puesta en la elegante barandilla de madera de caoba. Ava tenía la sensación de ir andando entre nubes. Sentía la sangre corriéndole a toda velocidad por las venas. Aquello no le resultaba cómodo. ¿Qué había sido de su habitual aplomo? ¿Cómo era posible que los sentimientos viajaran a mucha más velocidad que la mente racional?

–Ah, aquí llega Ava –anunció Dev con orgullo fraternal.

Dev estaba mirando a su hermana y no a su amigo, que también la estaba mirando fijamente. No podía apartar la mirada de aquella joven que avanzaba con tanta gracia hacia ellos. Ya sabía que era guapa, pues Dev se lo había dicho muchas veces, pero la realidad superaba sus expectativas. Estaba acostumbrado a las mujeres guapas, pues le encantaban las mujeres y había crecido rodeado por ellas. Sus abuelas, sus tías, sus primas, su adorada madre y sus tres preciosas hermanas, pero había algo en aquella mujer que le hizo sentir un escalofrío por todo el cuerpo.

A pesar de su gracia, su aire sereno y su aplomo, se dio cuenta de que era muy vulnerable, lo que era extraño en una mujer que parecía un ángel y que había vivido siempre con todas las necesidades materiales bien cubiertas. Dev le había hablado del fracaso de su matrimonio. ¿Le parecería, tal vez, una humillación? ¿Se sentiría culpable? ¿Habría infligido un dolor sobrehumano a algún desdichado? A Juan lo habían educado para desconfiar del divorcio, pues había crecido con unos padres que se llevaban a las mil maravillas y convivían en perfecta armonía.

Ava ladeó la cabeza y lo miró. A Juan le pareció que sus ojos destilaban una extraña tristeza. Tenía los ojos del mismo azul aguamarina que su hermano y la piel blanca como la nieve. Probablemente fuera consecuencia del jet lag, pero lo cierto fue que Juan sintió un zumbido en los oídos. Su sonrisa, agradable y natural, parecía guardar muchos secretos. Juan tuvo la certeza de que había sido ella la que había puesto punto final a su matrimonio. Qué cruel que un ángel hiciera algo así. Lo normal era que solo una diosa imperiosa acostumbrada a que la amen solo mientras a ella le venga bien se comportara con tanta frialdad.

Ava dejó escapar el aire que había estado aguantando.

–Bienvenido a Kooraki, señor De Montalvo –le dijo con su habitual aplomo a pesar de que sentía el calor que irradiaba del cuerpo del argentino y que la estaba envolviendo–. Es un placer tenerlo aquí –añadió pasando por los formalismos de siempre a pesar de su desconfianza.

–Llámeme Juan, por favor –contestó él estrechándole la mano con la firmeza justa–. Es un gran honor estar aquí. Creía que iba a ser imposible que fuera usted tan guapa como Dev suele decir, pero ahora compruebo que lo es incluso más.

Ava sintió que enrojecía, pero se recuperó rápidamente y lo miró con cierta ironía, como juzgando la sinceridad de sus palabras y encontrándolas huecas.

–Por favor, no alimente mi vanidad –contestó como si tal cosa aunque hacía mucho tiempo que ningún hombre la hacía sonrojarse.

No le gustaba nada su enigmática sonrisa ni la mirada profunda y penetrante de sus ojos negros. Ava se enfadó consigo misma por siquiera fijarse en aquellos detalles.

–No ha sido esa mi intención –contestó Juan.

–Entonces, gracias –dijo Ava.

Juan no le había soltado la mano y Ava sintió cierta hostilidad sexual, pues era como si aquel hombre le estuviera robando algo que ella no había consentido en dar.

«Debes protegerte de él. Este hombre puede dar al traste con tus defensas», le aconsejó una voz en su cabeza.

Ya lo sabía.

–Estoy fascinado con Kooraki –estaba comentando Juan mirando a Dev–. Es como un reino privado en medio de la naturaleza.

–Sí, en los tiempos coloniales todo hombre con ambición y medios quería que su casa fuera como una mansión inglesa –le contestó Dev–. La mayor parte de las casas de por aquí son de clara inspiración británica, de donde procedían la mayor parte de los recién llegados.

–Mientras que las nuestras son de clara inspiración española –puntualizó Juan.

Dev se giró hacia su hermana.

–Ya te había comentado que Estancia de Villaflores es una maravilla, ¿verdad?

–Tenemos mucho de lo que estar orgullosos –señaló Juan con gravedad.

–Y mucho por lo que estar agradecidos –intervino Ava.

–Desde luego –contestaron ambos amigos al unísono.

El tono de voz del amigo de su hermano estaba haciendo que a Ava le flaquearan las piernas. Siempre había sido muy susceptible a las voces. Para ella, la voz y el aura física eran de lo más sensual. Sin duda, Juan era un peligro.

«Ya puedo tener cuidado».

–Supongo que querrás ir a tu habitación, pues el viaje es largo –comentó Dev al cabo de un rato charlando–. Ava te acompañará arriba. Espero que te guste la que te hemos dado. He pensado que, después de comer, podríamos ir a dar una vuelta en jeep por la finca. Tenemos más de cuatrocientas mil hectáreas, así que estaremos toda la tarde entretenidos.

–Buena idea –contestó de Montalvo con sinceridad.

–Ya han subido el equipaje –le dijo Ava intentando controlar el magnetismo del recién llegado, que, a pesar del largo viaje, irradiaba energía.

–Te sigo, entonces, Ava –sonrió Juan.

–Luego nos vemos. Tengo un par de cosas que hacer –se despidió Dev.

–Hasta luego –contestó Juan siguiendo a su anfitriona escaleras arriba.

Ava era incapaz de recomponer sus defensas y se estaba poniendo nerviosa. Había conocido a muchos hombres poderosos en su vida, empezando por su abuelo, pero ninguno irradiaba luz. El amigo de su hermano no era una excepción. Juan parecía un hombre complejo.

Entonces, ¿por qué la había desequilibrado en apenas unos minutos? ¿Cómo era posible siquiera que hubiera sucedido algo así? ¿Habría sido porque no estaba acostumbrada a hombres de rasgos exóticos o por cómo la miraba, como si pudiera poner en peligro su integridad femenina si quisiera?

Aquello no le hizo ninguna gracia. Desde poco después de casarse, Luke había comenzado a decirle que era frígida. ¿Frígida? Eso sería con él porque con Juan, si no tenía cuidado, podría quemarse. De hecho, con solo caminar a su lado, sentía que la piel de todo el cuerpo le abrasaba bajo la ropa.

Y pensar que Luke solía decirle que era fría como el hielo. ¡Si la viera ahora! Tenía ganas de hacer algo salvaje. No tenía intención de dejarse llevar, por supuesto, pero su cuerpo parecía tener vida propia. Si se dejara llevar, no tardaría en ponerse en ridículo.

La suite que le habían adjudicado en el ala este estaba impecable. La puerta estaba abierta y Juan le indicó con el brazo que pasara ella primero. Ava sintió la imperiosa necesidad de apoyarse en algo. ¿El respaldo de una silla, quizás? ¿Qué iba a ser de ella cuando Dev se fuera a Sídney? ¿Cómo lo iba a superar? Pero ¿cómo era posible que aquel desconocido ejerciera nada más llegar tanta fascinación sobre ella? ¿No era Ava acaso una mujer de mundo que había estado casada y se estaba divorciando?

¿Sabría Juan que había sido ella la que había pedido el divorcio? ¿La vería por ello como a una mujer moderna o como a una mala persona que iba por ahí haciendo sufrir a los demás? No había que olvidar que, probablemente, procediera de una familia católica.

XIX