bian2433.jpg

5613.png

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Maisey Yates

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una aristócrata en el desierto, n.º 2433 - diciembre 2015

Título original: Bound to the Warrior King

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7257-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Era frágil. Y pálida. Llevaba el pelo rubio recogido en un elegante moño. Las mangas largas de su vestido, largo hasta el suelo, debían de estar destinadas a protegerla del sol de Tahar. Pero no servirían de nada.

Unos minutos en aquel entorno donde él había pasado los últimos quince años bastarían para matarla.

No sería más que un lirio blanco secándose en la arena hasta convertirse en polvo y desaparecer con un soplo de aire.

Quien hubiera imaginado que esa mujer podía servirle de esposa al sultán de Tahar debía ser relevado de su cargo.

A Tarek cada vez le gustaban menos los consejeros que había utilizado Malik.

Le habían dicho que podía ser una alianza política beneficiosa para su país. Tarek no sabía nada de política, pero había aceptado pensarlo.

Sin embargo, al verla… No funcionaría, se dijo.

–Lleváosla de mi vista – ordenó Tarek.

–No – dijo ella, levantando los ojos dulces y, a la vez, teñidos de férrea determinación.

–¿No?

–No puedo irme.

–Claro que puedes. Igual que has entrado, puedes salir.

Después de haber vivido aislado durante toda la vida, Tarek se había encontrado solo ante la tarea de gobernar una población de millones de habitantes.

Cuando ella levantó la barbilla con gesto aristocrático, el sultán se dio cuenta de que no se acordaba de su nombre.

Sin duda, se lo habían comunicado cuando, hacía dos semanas, le habían informado de que una princesa europea acudiría para ofrecerse como esposa.

En ese momento, el nombre de la extranjera le había parecido un detalle sin importancia, por lo que no lo había retenido en la memoria.

–No lo entiendes – continuó ella. Su voz firme resonaba en las paredes de la sala del trono.

–¿Ah, no?

–No. No puedo regresar a Alansund sin asegurar esta unión. De hecho, sería mejor no regresar nunca.

–¿Y eso por qué?

–No hay lugar para mí allí. No soy de sangre azul. Ni siquiera soy nativa de Alansund.

–¿No?

–Soy estadounidense. Conocí a mi difunto esposo, el rey, cuando íbamos a la universidad. Ahora está muerto. Su hermano ha ocupado el trono y ha decidido que mi deber es formalizar un matrimonio estratégico en el extranjero. Por eso estoy aquí.

–¿Tu nombre? – preguntó él, cansado de no saberlo.

–¿No sabes cómo me llamo?

–No tengo tiempo para trivialidades y, como no voy a quedarme contigo, tu nombre no me pareció importante. Aunque ahora quiero saberlo.

–Disculpa, Alteza, pero mi nombre no suele ser considerado una trivialidad – repuso ella, levantando la barbilla–. Soy Olivia de Alansund. Y creía que íbamos a hablar de los beneficios que supondría nuestro matrimonio.

Tarek se frotó la barba un momento.

–No sé si el matrimonio puede reportar algún beneficio.

–Entonces, ¿por qué estoy aquí? – preguntó ella, parpadeando con sorpresa.

–Mis consejeros me recomendaron hablar contigo. Yo no estoy muy convencido de que sirva de algo.

–¿Prefieres a otra mujer?

Él no estaba seguro de cómo responder a la pregunta. Aquel le resultaba un pensamiento extraño. Las mujeres nunca habían formado parte de su vida.

–No. ¿Por qué lo preguntas?

–Necesitarás un heredero, supongo.

En eso, la mujer no se equivocaba, se dijo Tarek. Era el último de la familia al-Khalij. Aunque no se sentía preparado para la tarea. Al contrario, siempre le habían dicho que tener familia supondría una debilidad para alguien como él. Le habían entrenado para rechazar los placeres de la carne. Para proteger a su país, tenía que ser más que un hombre. Tenía que ser parte de la piedra que cubría el vasto y seco desierto. Pedirle que fuera una persona de carne y hueso de nuevo era demasiado.

Pero las cosas habían cambiado y Tarek era lo único que se interponía entre Tahar y sus enemigos. Era lo único que podía salvar a su nación de la ruina. Siempre había sido la espada de su pueblo, aunque en el presente tenía que ser también su cabeza. Un deber que debía ejecutar sin encogerse ni pestañear.

–Algún día.

–Con todos mis respetos, vuestro retraso en dar un heredero a vuestro pueblo es la razón por la que ambos estamos aquí. Yo no le di un hijo a mi marido mientras pude y tu hermano tampoco tuvo descendencia mientras estaba vivo. Por eso, yo me encuentro desplazada. Mi cuñado tiene tan poco interés en casarse conmigo como yo en ser su esposa. Y tu posición en el trono se ve amenazada por tu primo, que quiere arrebatarte el puesto. Si he aprendido algo en el último año es que retrasar la procreación puede ser un error demasiado caro.

Tarek se recostó en la butaca, en la que no conseguía sentirse cómodo. No estaba acostumbrado a los muebles de palacio.

Su primera impresión de Olivia había sido la de fragilidad. En ese momento, sin embargo, empezaba a preguntarse si se había dejado engañar por las apariencias.

Un hombre que había pasado tantos años en el desierto debía haber aprendido a no confiar solo en sus ojos. Los espejismos eran una realidad peligrosa.

Cuando el jefe de la tribu beduina con quien había estado viviendo en el desierto le había informado de la muerte de Malik, Tarek se había mostrado reticente a volver.

¿Qué podía ofrecerle él a su país como diplomático? La nación había quedado devastada bajo el mandato de su hermano y por el asesinato de sus padres hacía años.

Pero había jurado proteger a su país a toda costa. El trono y la protección de Tahar habían sido la razón por la que sus padres habían perdido la vida.

Por eso, había tenido que regresar y había aceptado el puesto de monarca. Tenía el deber de curar las heridas que Malik le había causado a su pueblo.

También por eso, por mucho que le desagradara, debía considerar los beneficios de casarse.

–En eso, tienes razón. Pero tengo otras opciones. Al menos, he demostrado que soy más difícil de matar que mi hermano.

Ella arqueó las cejas sobre unos ojos azules como el cielo.

–¿Alguien pretende matarte? Porque mi propia seguridad es prioritaria para mí. Si tienes enemigos, es posible que no me interese ponerme en peligro, ni a mis futuros hijos.

–Aprecio que cuides de ti misma. Sin embargo, la muerte de mi hermano no ha sido más que un accidente. Yo me he ocupado personalmente de sus enemigos.

–La forma de gobernar que hay aquí asegura que los enemigos nunca desaparezcan. Solo están silenciados. Espero que no tengas que pelear con su rabia.

–Yo no soy Malik. No pretendo seguir su ejemplo – señaló Tarek. Él pretendía gobernar para el bien de su pueblo, no para el suyo propio. Malik había intimidado a las masas, había ignorado la economía, había hecho oídos sordos al hambre de su pueblo. Se había gastado el dinero en dar fiestas y en regalarles casas a sus amantes.

Tarek no estaba sediento de poder. Solo quería el bien de su gente.

Su hermano había sido muy distinto desde pequeño. Se había convertido en un asesino, pero, por suerte, ya estaba muerto.

Olivia asintió despacio.

–Entiendo. Los cambios también pueden provocar problemas.

–Hablas como si lo supieras por experiencia.

Ella esbozó una suave sonrisa. Tarek nunca había conocido a una criatura tan refinada.

Las féminas que poblaban los campamentos beduinos eran fuertes y rudas, preparadas para luchar contra los elementos y contra los enemigos. No tenían nada que ver con el ridículo espécimen que tenía delante. Delgada y alta, tenía el cuello demasiado largo y frágil. Parecía a punto de romperse con el más leve de los golpes.

–Mi esposo hizo algunos cambios cuando subió al trono. Modernizó el país. Alansund era uno de los reinos más retrasados de Escandinavia y el rey Marcus hizo mucho por cambiar eso – dijo ella, y tragó saliva–. Los cambios siempre son dolorosos.

–Ahora tu nación se enfrenta a otro cambio. Un nuevo rey.

–Sí. Aunque confío en que Anton, mi cuñado, hará todo lo que pueda por su pueblo. Es un buen hombre.

–¿No lo bastante bueno como para que te cases con él?

–Está enamorado de otra mujer y quiere casarse con ella. Además, sería un poco raro ser la esposa del hermano de mi marido.

Tarek no era capaz de captar la razón de ser de esa objeción. Si su hermano, Malik, hubiera estado casado, le habría dado igual casarse con su viuda. A él poco le importaba de quién había sido esposa una mujer antes.

Aunque, por otra parte, tenía que reconocer que era un ignorante en lo que se refería a relaciones amorosas.

–¿Es él quien te ha enviado aquí? ¿Tu cuñado? – quiso saber Tarek.

Olivia asintió y dio unos pasos hacia el trono. El sonido de sus zapatos de tacón retumbó en la sala. Era un sonido intrigante y desconocido para el sultán.

–Sí. Pensó que necesitarías una reina. Y él tenía una de sobra.

Tarek reconoció un extraño sentido del humor en su comentario. Podía haberse reído, si hubiera sido dado a esas cosas. Hacía tiempo que había olvidado el sonido de la risa.

–Entiendo. Pero, lamentablemente, no me encuentro en posición de contraer matrimonio. Ahora, ¿puedes irte por ti misma o tengo que llamar a los guardias para que te saquen de aquí?

 

 

Olivia no estaba acostumbrada a que rechazaran su presencia. Aunque, en poco tiempo, era la segunda vez que le ocurría. Anton la había enviado a la otra punta del mundo, a un país extranjero. Con Marcus muerto, ella había dejado de ser importante. No tenía razones para sentirse ofendida. Después de todo, no era de sangre real y no había tenido un heredero. Había sido cuestión de política palaciega. No había sido nada personal.

El bien de Alansund era prioritario. Por eso, su unión con Marcus había ido destinada a asegurar las relaciones entre Estados Unidos y la pequeña nación escandinava.

Al morir su marido, Anton había intentado casarla con otro hombre, un diplomático de Alansund que iba a residir en Estados Unidos. Había tenido sentido, pero… a ella no le había gustado el hombre en cuestión. Además, tampoco había tenido interés en volver a su país natal. Ansiaba algo nuevo. Un cambio.

Con la muerte de Malik y la subida al trono de un nuevo sultán en Tahar, había surgido la oportunidad perfecta para que Olivia forjara una alianza con aquel lugar aislado, pero muy rico en petróleo y otros recursos naturales.

Anton se lo había pedido y ella había aceptado. En cierta forma, había esperado que el sultán hubiera sido… distinto.

Su presencia llenaba la sala con su fuerza y su poder. Aunque no era la clase de monarca al que ella estaba acostumbrada. Su marido, al igual que Anton, había sido un hombre muy culto, que había elegido con esmero las palabras al hablar y había irradiado una belleza aristocrática aplastante.

El sultán Tarek al-Khalij no poseía ninguna de esas cualidades. Era más una bestia que un hombre. Parecía encontrarse fuera de su elemento en el trono.

No era guapo.

Vestía una sencilla túnica y pantalones de lino, tenía el pelo moreno recogido hacia atrás con una cinta de cuero y la barba oscura ocultaba sus rasgos.

Sin embargo, había algo cautivador en él.

Sus ojos eran del color del ónix. Y la atravesaban con la mirada.

En cierta forma, Olivia debía estar agradecida de que la rechazara. No era la clase de hombre con el que había esperado casarse. Ella había visto fotos de Malik, su hermano, un hombre culto, cuidado y atractivo, igual que Marcus.

Había estado preparada para encontrarse algo así. Pero no para Tarek.

Lo malo era que no sabía qué sería de ella si regresara en ese momento a Alansund, sin haber cumplido su misión. Por nada del mundo quería volver a sentirse inútil y prescindible. Y tampoco quería decepcionar a su cuñado. Él era uno de los pocos buenos vínculos que mantenía con su país adoptivo.

No creía que Anton la expulsara de allí, aunque sabía que no había lugar para ella en el palacio de Alansund. No sería más que una molestia…

Algo parecido había experimentado durante su infancia. Había sido la niña olvidada, mientras que todo el mundo había dedicado su atención a Emily. La débil Emily había requerido cuidados a todas horas.

Sin embargo, no tenía sentido sufrir por el pasado. Sus padres habían hecho las cosas lo mejor que habían podido. Y ella había intentado ser una buena hermana. Aun así, la sensación de ser invisible la había dejado traumatizada.

–Espero que reconsideres tu decisión – insistió ella, sin pensarlo.

¿Era eso cierto?, se preguntó a sí misma. En parte, deseaba volver a su avión privado, meterse en la cama y pasarse todo el viaje de vuelta a Alansund acurrucada bajo la sábana en posición fetal.

Aunque eso era otro problema. Volver a Alansund implicaba meterse de nuevo en el avión, el mismo modelo en que había perecido su esposo. Tres píldoras para la ansiedad no habían bastado para hacer la ida más soportable.

–¿Sabes cuál ha sido siempre mi función en mi país? – preguntó él con tono misterioso.

–Ilústrame – replicó ella con frialdad.

–Yo soy la daga. La que un hombre guarda escondida bajo los pliegues de su capa. No mando los ejércitos. Mi lugar está en el desierto. Mi objetivo es asegurar la estabilidad de sus tribus. Fiel a la corona, he dirigido pequeños batallones cuando ha sido necesario. He aplastado a los rebeldes antes de que pudieran hacerse fuertes. He sido el enemigo de los enemigos de mi hermano. El que apenas sabían que existía. Dicen que quien a hierro mata a hierro muere. Si es cierto, supongo que estoy esperando mi golpe de gracia. Aunque, como te he dicho antes, soy difícil de exterminar.

Olivia sintió un escalofrío. Si había intentado asustarla, lo había logrado. Pero también había despertado su curiosidad, más poderosa que el miedo.

–¿Te han entrenado para ser rey? – preguntó ella.

–¿Te refieres a si sé cómo hablar con dignatarios extranjeros, dar discursos y comer con buenos modales en la mesa? No.

–Entiendo – dijo ella, dando un paso más hacia él. Se sentía como si se estuviera acercando a un tigre enjaulado. El cuerpo de Tarek emanaba una fuerza letal–. Entonces, tal vez podría serte de utilidad de otras maneras.

–¿Cómo? Si pretendes seducirme con tu cuerpo… – repuso él con tono despreciativo, mirándola de arriba abajo– como verás, no soy fácil de impresionar.

Olivia se sonrojó. No sabía si era de rabia o de vergüenza. Ni siquiera entendía por qué iba a sentir ninguna de las dos cosas. No conocía a ese hombre. Y su desprecio no debía significar nada para ella. Confiaba lo bastante en su propio atractivo. Marcus nunca se había quejado.

Haciendo un esfuerzo por no encogerse y por no dar rienda suelta a sus emociones, se recordó que, si estaba allí, era porque se lo debía a Anton. Quería servir a su país adoptivo.

–Cualquier mujer puede ofrecerte su cuerpo – señaló ella con tono indiferente–. Muy pocas han sido formadas para pertenecer a la realeza. Como te he dicho, soy estadounidense. Procedo de una familia muy rica, pero no de la realeza. Tuve que aprender muchas cosas antes de poder convertirme en reina. Podría enseñarte.

Tarek apenas cambió de expresión.

–¿Crees que eso me puede interesar?

–A menos que quieras que el país que tanto has defendido se vaya a pique, creo que sí. En política, es precisa una clase de fuerza distinta. Como hiciste con tus habilidades físicas, debes practicar y aprender.

–No tengo que casarme contigo para que me enseñes.

–Es verdad. Tal vez, sea una buena manera de empezar.

–¿Qué propones?

–Dame algo de tiempo para demostrarte lo valiosa que puedo ser. El matrimonio es un paso demasiado serio para dos personas que no se conocen.

Él ladeó la cabeza.

–¿Te has casado con un extraño en otra ocasión?

–Marcus no era un desconocido para mí cuando nos casamos. Nos conocimos en la universidad.

–Entonces, ¿fue una boda por amor? – preguntó él, arqueando una ceja.

–Sí – afirmó ella, y tragó saliva, un poco incómoda–. Es otra razón por la que no descarto la idea de un matrimonio de conveniencia para ambas partes. Nunca sería posible repetir una unión como la que ya he tenido con un hombre.

–Te puedo prometer que, si nos casamos, no se parecería en nada a la unión que compartiste con tu primer marido.

Olivia no lo puso en duda.

–Bien. No me envíes de vuelta. Dame un mes. Te ayudaré con los temas diplomáticos y podemos mantener una especie de cortejo. Eso les gustará a los medios de comunicación y a tu pueblo. Si no funciona, no pasará nada. Pero si sale bien… bueno, resolverá varios problemas.

De forma abrupta, Tarek se puso en pie con la agilidad de una cobra.

–Olivia de Alansund, tenemos un trato. Tienes treinta días para convencerme de que eres indispensable. Si lo logras, te haré mi esposa.

Capítulo 2

 

Uno de los criados te mostrará tus aposentos.

–¿No podrías enseñármelos tú? – pidió ella. No sabía por qué demandaba pasar más tiempo con él. Tal vez, fuera un intento de recuperar el control de la situación.

A Olivia no le gustaba que las cosas se le escaparan de las manos. Durante los dos últimos años, se había sentido como un meteorito a la deriva en el espacio. Odiaba esa sensación. Era demasiado parecido a lo que había vivido de niña, con el espectro de la enfermedad sobrevolando su hogar.

De todas maneras, no era momento para derrumbarse, ni para pensar en sí misma. Había cosas más importantes que tener en cuenta, como el bien de su país adoptivo.

–Te aseguro que no tengo ni idea de dónde están los cuartos de invitados.

–¿No conoces la disposición de las habitaciones en tu palacio?

Tarek dio unos pasos hacia ella.

–Este no es mi palacio, sino el de mi hermano. Llevo su corona y me siento en su trono.

A Olivia le resultó imposible respirar al verlo acercarse. No se parecía en nada a los hombres que ella había conocido. No tenía nada que ver con su padre, amable y sofisticado. Ni con su culto marido. Ni con su sólido y tranquilo cuñado. Tarek tenía mucha más fuerza. Absorbía todo a su alrededor, como un poderoso agujero negro.

–Nada de esto me pertenece. Yo no estoy hecho para ser rey. Si quieres moldear mi persona para hacerme encajar en el papel, debes ser consciente de ello.

–Entonces, ¿qué solución se te ocurre? Porque, quieras o no, eres el rey – comentó ella. Le sorprendió ser capaz de seguir hablando, a pesar de lo impresionada que estaba por su cercanía.

–Supongo que tú eres la solución. Los consejeros de mi hermano me desesperan. Me parecen unos lisonjeros que no tienen personalidad propia. No los quiero a mi alrededor.

–Vamos, a la mayoría de los gobernantes les gusta que les bailen el agua.

–Solo un hombre busca la admiración de los demás. Un arma solo quiere ser usada. Y eso, Olivia de Alansund, es lo único que yo soy.

Ella tragó saliva, tratando de mantener la calma y la compostura.

–Entonces, te enseñaré a luchar del modo en que lucha un rey.

Cuando Tarek comenzó a caminar a su alrededor, ella se estremeció.

–Me preocupan las cosas que he dejado desatendidas.

–Estoy segura de que sabes más sobre muchas cosas que tu hermano – sugirió ella–. Usa tus conocimientos. Y deja que te ayude con lo demás. Interactuar con los diplomáticos es política, mi especialidad. Mi marido me enseñó todo lo que sé.

–Bueno, entonces, espero que me lo demuestres. Sígueme – indicó él, pasando delante de ella.