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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Vivienne Wallington

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Cambio de novio, n.º 1265 - abril 2016

Título original: Claiming His Bride

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2001

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8185-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Guau! ¡Mira cuántos fotógrafos hay! –Ruth Ashton miraba con asombro los jardines de los Salones Buganvilla desde el cuarto donde se vestía la novia–. Y todos han venido para verte, Suzie.

Su hija daba vueltas frente al espejo de cuerpo entero, haciendo girar la falda de encaje del vestido de novia que ella misma había diseñado. Lucy, la dama de honor de Suzie, vestida en seda azul celeste, mariposeaba a su alrededor, asegurándose de que todo estaba como debía estar.

–Han venido a ver mi vestido, no a verme a mí. Quieren ver con qué fabuloso diseño aparezco esta vez –a Suzie le temblaba un poco la voz. Ella había querido una ceremonia sencilla e informal, pero su boda se había convertido al final en un circo mediático.

–Bueno, no todos los días una joven diseñadora sin firma propia gana el prestigioso Premio al Mejor Vestido del Año de Australia –la cara de su madre resplandecía de orgullo–. La publicidad que te dará la boda lanzará tu carrera, querida. Han venido los editores de las principales revistas de moda.

–Solo he permitido que vengan todos esos fotógrafos y chupatintas –replicó Suzie en tono arisco– para salvar Jolie Fashions. Porque no quiero que se hunda, después de lo bien que se han portado conmigo –la firma de moda afincada en Sidney luchaba por subsistir, a pesar de las muchas deudas que había dejado un contable deshonesto–. Todo esto dará publicidad a Jolie, sobre todo teniendo en cuenta que mi vestido, el de mi madre, el de mi suegra y el de buena parte de las invitadas son diseños suyos.

–Querida, los compradores inundarán Jolie Fashions de pedidos en cuanto vean las fotos de tu vestido. Tu boda aparecerá en todas las revistas de alta costura y Jolie tendrá toda la publicidad que necesita. Y tú también, querida –a Ruth se le empañaron los ojos–. Estás preciosa, cariño. Nunca he visto una novia tan guapa. Tristan estará muy orgulloso de ti.

Tristan. Suzie tragó saliva. Su príncipe azul. Amable, tranquilo, formal, responsable, encantador, rico… El perfecto marido. Quizá no fuera un hombre de los que despertaban pasiones, pero las pasiones eran peligrosamente engañosas. Con Tristan, Suzie siempre sabría qué terreno pisaba. Era un hombre en el que se podía confiar, no como…

Suzie apartó aquel pensamiento, negándose a pensar en Mack Chaney el día de su boda. Ni cualquier otro día. Mack era agua pasada. Por suerte para ella.

–Vais a ser la pareja perfecta –dijo Lucy con un suspiro. Tristan era tan guapo y tenía tanto dinero… Y su amiga Suzie, a la que conocía desde el colegio, había dejado de ser una desgreñada adolescente para convertirse en una verdadera princesa.

Sí, todo era perfecto. Casi demasiado perfecto. De pronto, Suzie sintió una punzada de inquietud. Todo parecía irreal, como un sueño. Como el cuento de la Cenicienta. Ella nunca había tenido esperanzas de encontrar al hombre perfecto. Los hombres con los que solía relacionarse eran cualquier cosa, menos perfectos. Igual que ella.

Se acercó rápidamente a la ventana, tambaleándose un poco sobre los altos tacones de satén. No se atrevía a mirar a su madre, ni a Lucy, por miedo a que descubrieran la expresión de culpabilidad que había en sus ojos.

Tristan no la conocía en absoluto. No conocía a la verdadera Suzie. A la Suzie impulsiva, frívola y descuidada. Solo conocía a la elegante y refinada Suzanne, como él prefería llamarla, a esa mujer distinguida y sosegada que ella había aparentado ser en los últimos tres meses, con el apoyo entusiasta de su madre.

En cuanto Suzie, tres meses atrás, en los Premios Nacionales de la Moda, había puesto la vista encima a aquel joven potentado de la industria del cuero, su madre había decidido no dejarlo escapar. Hasta la madre de Tristan, la remilgada Felicia Guthrie, había aceptado finalmente a su futura nuera, a pesar de su origen humilde y vulgar.

A ello había ayudado, por supuesto, que Suzie hubiera ganado recientemente el Premio al Vestido del Año. Ese premio la había convertido en alguien. En una joven diseñadora con un futuro prometedor.

Suzie se quedó con la boca seca al ver la inmensa multitud que se agolpaba en los jardines, detrás de la cual había un tropel de fotógrafos armados con sus cámaras y sus enormes objetivos, solo para ver su espectacular diseño.

Pasó la mano con nerviosismo por las largas mangas del elegante vestido de encaje, por el corpiño cuajado de perlas y por la falda acampanada. Su pelo rizado había sido cuidadosamente peinado en largos mechones lisos, como siempre en los tres últimos meses. En la cabeza llevaba una pequeña diadema de perlas y un finísimo velo corto que no ocultaba el suntuoso vestido.

–¿Dónde está Tristan? –dijo, en voz más alta de lo normal–. Se supone que es la novia la que llega tarde, no el novio.

Como su padre había muerto, Suzie había decidido hacer su aparición en el jardín del brazo de su futuro marido.

–Llegará enseguida –dijo su madre suavemente.

Lucy corrió a la puerta y miró hacia el exterior.

–¡Está subiendo las escaleras! ¿Estás lista, Suzie?

–Supongo que sí –Suzie respiró hondo. En cuanto viera la brillante sonrisa de Tristan, se sentiría mucho mejor.

El novio entró en la habitación unos segundos después. Parecía un figurín, vestido con su elegante traje blanco hecho a medida y su pelo dorado que brillaba bajo la lámpara de cristal. En el exterior, a la luz del sol, brillaría aún más.

–Suzanne… Pareces un sueño. Una princesa.

En cuanto Suzie sintió la calidez de su sonrisa y vio el orgullo que brillaba en sus tiernos ojos grises, todas sus dudas se desvanecieron. Con Tristan, tendría una vida tranquila y segura. Paz, seguridad y alegría era lo que buscaba después de las luchas, las frustraciones y los vaivenes emocionales que su madre y ella habían tenido que soportar de su padre, un hombre encantador y brillante, pero absolutamente irresponsable. La clase de vida que habría tenido que soportar si hubiera estado lo bastante loca como para dejarse llevar por la abrumadora pasión que le había inspirado Mack Chaney.

Haberse comprometido con Mack hubiera sido un desastre. Los tipos como él no estaban hechos para una vida de zapatillas de andar por casa. Para la clase de vida que ella deseaba. A Mack solo le importaba correr a toda velocidad con su Harley Davidson, jugar con su ordenador, navegar por Internet y construir castillos en el aire. Por no mencionar sus otros vicios.

–¿Estás lista? –le preguntó Tristan, devolviéndola a la realidad. Aquel era el día más importante de su vida y ella se ponía a pensar en…

No, no lo haría.

Tristan se dirigió a la puerta, pero no llegó a alcanzarla. De pronto, alguien irrumpió en la habitación.

Suzie se quedó boquiabierta al ver a Mack Chaney aparecer ante ella como un ángel vengador, o como un demonio, vestido con una chaqueta negra de cuero, pantalones de cuero ajustados y botas negras. Sus ojos oscuros brillaban con determinación y su espeso pelo negro estaba tan despeinado como siempre.

–¿De veras piensas casarte con este farsante? –gritó, plantándose delante de ella–. Nunca pensé que siguieras adelante con esto, Suzie. Pensaba que verías la luz antes de llegar hasta aquí.

–¿Cómo te atreves a presentarte aquí y…? –Suzie se interrumpió–. ¿Qué quieres decir con farsante?

–¡Sacadlo de aquí! –gritó su madre–. ¡Llama a seguridad! –le ordenó a Lucy.

–¡Espera! –Mack levantó una mano–. No puedes casarte con Tristan Guthrie, Suzie. A menos que quieras que tu matrimonio sea ilegal.

Suzie vio que Tristan se estremecía y oyó el gemido de su madre. Miró a su asombrado novio, pero él no se atrevió a mirarla, ni hizo ningún gesto para reconfortarla. Ni siquiera le ofreció la mano. Parecía haberse quedado paralizado y mudo por la impresión, con los ojos clavados en la cara morena y atractiva de Mack Chaney.

La madre de Suzie dio un paso hacia delante, con la cara crispada por la furia.

–Serías capaz de cualquier cosa, ¿verdad, Mack? ¡Siempre supe que solo nos traerías problemas!

Mack sonrió ligeramente.

–Creo que el hecho de que Tristan Guthrie ya esté casado justifica mi presencia aquí.

Suzie se tambaleó, aturdida. Pero fue Mack quien se acercó para sostenerla, no Tristan. Tristan estaba todavía congelado y sin habla.

–¿Esta es una de tus bromas de mal gusto? –siseó Suzie, furiosa, cuando el mareo empezó a remitir. No era la primera vez que Mack le gastaba una broma pesada.

–¿Por qué no le preguntas al novio? –sugirió Mack con sorna.

–No hace falta –replicó ella–. Todo esto da risa.

Pero Tristan no se reía.

–Está claro que has cometido un error. ¡O que te lo has inventado! –dijo ella, con un desprecio que ocultaba su creciente inquietud. ¿Por qué estaba Tristan tan callado? ¿Por qué no lo negaba? ¿Por qué no echaba a Mack?–. Tristan, dime que no es cierto –Suzie miró fijamente al novio. Este se había puesto pálido–. Tristan… –lo miró a los ojos, suplicante–. Dime que no es verdad.

Al fin, Tristan logró hablar, con la voz muy ronca.

–Claro que no es verdad –miró con reproche a Mack, pero en sus ojos grises no parecía haber mucho ímpetu. Se le quebró la voz al decir–. ¿Qué prueba tiene? Habrá oído algún chismorreo malintencionado.

–Sí, pero ese chismorreo me llevó a investigar su pasado –replicó Mack–. No tardé en descubrir su secreto. Se casó hace diez años, cuando estudiaba en la universidad, y nunca ha obtenido el divorcio –se sacó unos papeles del bolsillo–. Aquí hay una copia de su certificado de matrimonio, y una confirmación por escrito de que no se ha divorciado.

La pálida cara de Tristan pareció contraerse cuando se volvió hacia su novia y la tomó de la mano.

–Podemos arreglarlo –dijo, con voz suplicante–. Yo lo arreglaré.

–¿Quieres decir que es cierto? –Suzie retrocedió. ¿Tristan estaba casado y no se lo había dicho? ¿El perfecto, distinguido y formal Tristan le había mentido? ¿La había engañado? Ella siempre había creído que Tristan era tan sincero, tan sensato, tan honorable…

Incapaz de creerlo, volvió a preguntárselo muy despacio:

–¿Te casaste con otra hace diez años y todavía sigues casado?

Tristan empezó a sonrojarse.

–Aquello no fue un verdadero matrimonio, te lo juro. No había amor. Fue solo un… –vaciló, angustiado–… un matrimonio de conveniencia –farfulló, en voz tan baja que Suzie apenas lo oyó–. Ella era extranjera, una estudiante que quería quedarse en Australia. Me casé con ella solo por hacerle un favor –declaró, lastimosamente–. Nos casamos en secreto y nadie se enteró. Al cabo de unos meses, nos separamos y seguimos caminos distintos.

–¿Y dónde está ella ahora? –preguntó Suzie, sintiéndose enferma. ¡Había estado a punto de casarse con un bígamo! ¿Y no era una vergüenza, se preguntó sombríamente, que Tristan hubiera querido casarse con engaños? ¿Cómo podía ser tan deshonesto?

Tristan juntó las manos.

–No sé dónde está. Un año después de nuestra… boda, oí que se había ido de misionera a algún remoto lugar de África –dejó escapar un gemido de disgusto–. Intenté encontrarla para arreglar los papeles del divorcio, pero parece haber desaparecido de la faz de la tierra. Nadie sabe dónde está. Nunca he vuelto a saber nada de ella. Seguramente estará muerta.

–Te lo habrían notificado, si hubiera muerto –intervino Mack fríamente–. Tú eres su marido, su pariente más cercano.

Suzie empezó a marearse otra vez.

–La encontraré, querida –Tristan la agarró por el brazo–. Me divorciaré. Llevamos años separados, así que, aunque no la encuentre, no será difícil…

Suzie miró su cara pálida y atractiva, su mentón tembloroso, sus grandes ojos grises que no se atrevían a mirarla directamente, y por primera vez lo vio tal y como era. Un fantoche caprichoso, banal y sin carácter, tal y como decía Mack.

–¿Cómo has podido hacerlo, Tristan? –gimió–. ¿Cómo has podido ocultarme una cosa así? ¡Y decías que me querías y que deseabas compartir tu vida conmigo…!

–Yo… lo olvidé –dijo él débilmente, pero una sola mirada le bastó a Suzie para saber que mentía. Se preguntó si habría hecho algún intento de encontrar a su mujer o si eso también sería mentira–. Fue hace mucho tiempo, querida… Éramos muy jóvenes, unos alocados estudiantes. Aquello no significó nada… Yo apenas la conocía… y, además… Bueno, se fue de Australia hace años, así que, ¿para qué iba a decírtelo?

Suzie reprimió un grito.

–Porque todavía estás casado con ella, Tristan… ¿Es que no lo entiendes?

Él parecía incapaz de aceptar que había cometido un error. Solo quería olvidar todo el asunto, como si nunca hubiera ocurrido.

«¡Oh, Tristan!», pensó Suzie. «¡Y yo que me sentía culpable porque pensaba que tú no me conocías!»

–Vete, Tristan –no quería seguir escuchando sus torpes excusas–. Nunca me casaré contigo, te divorcies o no.

–Te sugiero –le dijo Mack al novio– que bajes a buscar a tu madre y que te la lleves discretamente, para ahorrarle la vergüenza de un escándalo público.

Tristan lo miró con cierto alivio.

–Sí, sí, así lo haré –salió de la habitación murmurando una disculpa, sin atreverse a mirar a Suzie.

«Cobarde», pensó esta, agradecida porque Mack la hubiera salvado de casarse con semejante pelele. Aunque habría preferido que no hubiera sido él quien la rescatara.

–Oh, querida, ve detrás de Tristan –le suplicó su madre–. ¿No podrías casarte y después..? –se interrumpió al ver la mirada de desprecio de su hija–. Bueno, al menos dale una oportunidad de… salir de esta embarazosa…

–Mamá, no voy a casarme con Tristan –dijo Suzie con firmeza–. ¿Cómo iba a confiar en él después de esto? Yo pensaba que era un hombre honesto e íntegro. Pensaba… que era perfecto.

Suzie oyó una risa reprimida detrás de ella y arrugó el ceño. Mack se estaba divirtiendo con todo aquello, no cabía duda. Se estaba haciendo el héroe.

–Nadie es perfecto, querida –dijo su madre–. Todos tenemos cosas buenas y malas. Nunca encontrarás al hombre perfecto. Pero Tristan es lo más parecido a la perfección que vas a encontrar –lanzó una mirada virulenta a Mack. A Ruth nunca le había gustado Mack–. Y te quiere.

–¿Ah, sí? –preguntó Suzie. ¿Eran unos pocos y castos besos prueba del amor de un hombre? ¿Lo había querido ella realmente alguna vez? ¿O solo se había dejado seducir por la idea de un futuro seguro y sosegado?

–Suzie, ¿qué vas a hacer? –gimió su madre–. Todo el mundo está esperándote, querida. Todos esos fotógrafos y esos críticos de moda, ansiosos por ver tu vestido de novia… Y la gente de Jolie Fashions confía en ti para salvar la empresa…

A Suzie le daba vueltas la cabeza. Aquel sueño irreal se había convertido en una pesadilla demasiado real. ¿Qué podía hacer? Desde luego, no iba a correr detrás de Tristan para pedirle que siguieran adelante con aquella farsa. Ni siquiera para salvar Jolie Fashions…

Sintió una punzada de tristeza al pensarlo. En Jolie Fashions la habían aceptado cuando solo era una estudiante de diseño sin ninguna experiencia; le habían dejado tiempo libre para seguir con sus estudios y hasta le habían pagado las tasas de la escuela. Y, después, le habían dado trabajo como diseñadora junior y la habían animado a presentarse al Premio al Vestido del Año. ¡Ella se lo debía todo a Jolie Fashions!

–Suzie, recuerda lo que Jolie ha hecho por nosotras –le suplicó su madre–. Debes ir en busca de Tristan.

Suzie sintió una opresión en el pecho al oír a su madre. La gente de Jolie Fashions se había comportado maravillosamente con Ruth, dándole trabajo como modista cuando necesitaba desesperadamente un empleo remunerado. ¿Cómo iba a quedarse de brazos cruzados mientras Jolie se hundía, arrastrando a su madre con ella? Sin sus ricas clientas de Jolie Fashions, Ruth tendría que empezar otra vez.

Mientras seguía allí parada, intentando tomar una decisión, Mack volvió a hablar.

–Hay una solución –dijo, mirándola fijamente a los ojos–. Podrías casarte conmigo, Suzie.

Capítulo 2

 

He conseguido una licencia especial –se apresuró a decir Mack–. El juez ya tiene los documentos. Solo hace falta que firmemos, Suzie.

Ella se giró para mirarlo, demasiado asombrada como para preguntarle de dónde había sacado una licencia especial. Él la traspasó con la mirada. Si aquella era una de sus bromas pesadas, no lo parecía.

–Podemos bajar al jardín ahora mismo –continuó Mack–, casarnos frente a todos tus amigos y a ese tropel de periodistas, conseguir toda la publicidad que necesitas para ayudar a Jolie Fashions y para salvar las apariencias y luego disolver el matrimonio, si eso es lo que quieres –miró a la madre de Suzie.

Ruth vaciló. Ella sabía mucho acerca de salvar las apariencias. Se había pasado toda su vida de casada fingiendo que su matrimonio era normal y que su marido no era el inútil fracasado que era en realidad. Ver cómo su hija se casaba con Mack Chaney le parecía casi intolerable. Sin embargo, si pensaban disolver el matrimonio después…

–¿Pero qué le diremos a todo el mundo?

–Diremos que su hija no pudo seguir adelante con su boda con Tristan Guthrie porque decidió seguir el dictado de su corazón –contestó Mack–. Luego, siempre podremos decir que no funcionó.

Ruth parecía haberse tragado un limón.

–Me refería a qué les diremos sobre ti. Todo el mundo sabe que mi hija no se casaría con un motero sin oficio ni beneficio.

A Suzie seguía dándole vueltas la cabeza. Sus voces parecían llegarle desde muy lejos. ¿Seguir el dictado de su corazón? ¿Estaba soñando… o deslizándose en una pesadilla?

–Dígales que me dedico a la informática –dijo Mack tranquilamente.

Ruth dio un bufido.

–¡No puedes casarte así vestido!

–A los de las revistas les encantará ver a un novio vestido de cuero negro –dijo Lucy, excitada–. ¡Es tan romántico!

Ruth se puso una mano sobre el pecho.

–¿Pero por qué tienes que ser precisamente tú? –gimió, mirando a Mack.

Este apretó los dientes.

–Supongo que porque soy el único al que se le ha ocurrido investigar el pasado de Guthrie. Y porque me importa lo que le pase a su hija, señora Ashton.

–¿Y crees que mi hija quiere tener algo que ver contigo? –los ojos de Ruth echaban chispas–. ¡Pues no quiere! Ya te lo dejó claro en el pasado –intentó tragarse la rabia y desvió la mirada–. Pero si dices en serio que esto solo será un arreglo temporal… y si mi hija está de acuerdo…

Si era por salvar las apariencias… por salvar Jolie Fashions… por salvar la carrera de su hija…

–Bueno, Suzie –Mack se volvió hacia ella –. La decisión es tuya.

Pero Suzie no podía pensar. El ataque de su madre contra Mack había surtido un curioso efecto sobre ella: casi le habían dado ganas de defenderlo, de enumerar sus buenas cualidades. Pero, en el estado de confusión en que se encontraba, era incapaz de recordar ninguna. En los últimos tres años se había pasado la mayor parte del tiempo recordándose a sí misma los muchos defectos de Mack, sus muchos pecados. Intentando pensar solo en ellos.

Mack notó su confusión y se relajó un poco. Aquello iba a resultarle más fácil de lo que había pensado.

–¡La señora Guthrie se va! –chilló Lucy desde la ventana–. Y la gente que estaba con ella. Pero no veo a Tristan por ninguna parte. Debe de haber mandado a alguien a hablar con su madre.

¿Ni siquiera había tenido el valor de enfrentarse a su madre? Qué patético, pensó Suzie, asqueada. Qué suerte había tenido de librarse de él en el último momento… gracias a Mack.

Se le ensombreció la mirada. No quería deberle nada a Mack Chaney.

Él sintió una punzada de ansiedad. Había visto aquella mirada otras veces. «No des marcha atrás ahora, Suzie».

–Te prometo que te daré el divorcio enseguida, en cuanto me lo pidas. Firmaré lo que quieras –la miró fijamente, desafiándola… aunque contuvo el aliento.

Mientras ella le sostenía la mirada, su madre volvió a hablar.

–Suzie, querida, si vas a seguir adelante con esta boda, será mejor que te decidas. El juez te espera… Tendrás que ponerle al corriente de los cambios…

–Pensará que nos hemos vuelto locos –dijo Suzie débilmente.

A Mack le brillaron los ojos. ¡La boda iba a continuar!

–Locos el uno por el otro –dijo suavemente, intentando ocultar su impaciencia.

–Bajaré al jardín y les diré a todos que ya estás lista –Ruth ya se movía hacia la puerta–. Me imagino sus caras cuando te vean aparecer del brazo de un motero vestido de cuero.

–Solo tendrán ojos para la novia –murmuró Mack–. A mí ni siquiera me mirarán.

–¿Tú crees? –susurró Lucy, mirándolo con avidez. Mack era mucho más romántico, a su manera peligrosa y pasional, que el impecable y angelical Tristan.