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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2005 Teresa Carpenter

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor mágico, n.º 2109 - febrero 2018

Título original: Flirting with Fireworks

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-769-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

CHERRY Cooper se inclinó para tomar la curva mientras el viento le daba en la cara. Le encantaban la velocidad y el poder de la motocicleta, le encantaba llevar el control.

Saboreó el momento en un mundo que, repentinamente, parecía girar fuera de su eje. Especialmente porque cada kilómetro la acercaba un poco más al pueblo de Blossom, Texas.

Una sensación extraña hizo que redujera la velocidad cuando estaba a las afueras. Cherry, que tenía dotes de adivinación, siempre prestaba atención a ese tipo de cosas y se miró hacia dentro para comprobar si la sensación tenía que ver con el pueblo o con que pudiera perder a su abuela allí.

Cruzando los límites de Blossom, encontró la respuesta.

El cielo era de color gris y había una sensación de tristeza, de pena, como si el espíritu del pueblo tuviese una herida infectada.

Más que eso, a aquel sitio le esperaban malos tiempos.

No era una buena premonición ya que, en poco más de un mes, ella sería parte de una feria que estaría en Blossom durante cuatro semanas. Y Cherry creía en las premoniciones.

Genial, pensó. Más problemas.

Tenía que preocuparse por la salud de su abuela, que sufría de artritis y estaba recuperándose de una operación de cadera llena de complicaciones. Sus días yendo de un lado a otro del país habían terminado y había elegido Blossom como el sitio en el que iban a instalarse definitivamente.

Lo único que Cherry sabía sobre Blossom era que su madre había muerto allí. Tenía cinco años cuando su abuela recogió sus cosas, la metió en una canastilla y se lanzó a la carretera. Desde entonces, habían estado solas en el mundo.

Pasara lo que pasara, encontraría una casa para su abuela, que había dedicado su vida a cuidar de ella. Ahora era su turno.

Tenían que volver a operarla la semana siguiente en Lubbock, Texas, y Cherry quería que su abuela tuviera algo positivo en lo que apoyarse. Algo que representase su nueva casa en Blossom: folletos, anuncios, fotografías, todo lo que pudiera encontrar para darle ánimos.

Cherry añadió entonces otro objetivo a su lista: comprobar que el pueblo se merecía a su abuela.

Siguió las indicaciones hasta el Ayuntamiento, en el centro de la localidad. El banco y los edificios de oficinas, junto con los edificios oficiales, estaban situados en una zona llamada «Parque del Ayuntamiento», un oasis de hierba y flores que contenía hasta un romántico cenador. Además de los edificios oficiales, había un salón de belleza, una tienda de moda, una ferretería y un restaurante llamado BeeHive Diner.

Allí parecía desaparecer la nube gris que tanto la había preocupado. Una sensación de alegría alejó la amarga premonición. La promesa de una buena vida pareció florecer allí, junto con los pensamientos, las rosas amarillas y las sencillas margaritas.

Por primera vez desde que entró en los límites de Blossom, Cherry sonrió. Sí, su abuela podría ser feliz allí.

Aquel pueblo había sufrido, pero estaba recuperándose. Y, de repente, tuvo la visión de un Blossom más fuerte, más unido.

Capítulo 1

 

Un mes más tarde

 

Jason Strong seguía a una Harley Davidson hasta el aparcamiento del Ayuntamiento, esperando que sólo estuviera de paso por la ciudad.

La feria llegaría a Blossom a principios de la semana siguiente y lo último que necesitaba era preocuparse por una invasión de moteros. Aunque eso podría ser bueno para el pueblo. Si los miembros del Comité de Comportamiento Ético veían aquella figura envuelta en cuero negro, eso podría distraerlos de sus objeciones a la feria.

Jason tomó su maletín y salió del coche. El extraño había aparcado su moto y estaba levantando la pierna para bajar de ella. Extrañado por la gracia de sus movimientos y su pequeña estatura, Jason no se sorprendió cuando, al quitarse el casco, apareció una melena de rizos cobrizos y un perfil delicado.

Pero al verla sintió que su pacífica existencia estaba en peligro. Un miedo que fue confirmado cuando la exótica desconocida clavó en él una mirada tan negra como el cuero que la cubría de arriba abajo. El impacto de esa mirada fue como una caricia hasta que ella rompió el contacto visual, volviéndose para hablar con una mujer que entraba en el edificio.

Jason dejó escapar un suspiro. Ya no había duda: acababa de llegar un problema a Blossom, subido sobre una Harley.

Pero, con un poco de suerte, no se quedaría allí mucho tiempo.

La vida se estaba convirtiendo en algo previsible para Jason Strong. Como él quería: su hija, su familia, su pueblo. Cosas sencillas, felices, sanas.

En su mayor parte.

Sí, muy bien, su hija estaba creciendo sin una madre, su propia madre no quería saber nada de responsabilidades y el pueblo seguía recuperándose de un serio revés económico. La cuestión era que a todos les iba bien. Y, con el tiempo, les iría mejor, sin duda.

Aferrándose a ese pensamiento consolador, apartó la mirada de la tentadora visión en cuero negro y se dirigió a su oficina.

Diez minutos después, su secretaria lo llamaba por el intercomunicador:

–Jason, ¿tienes unos minutos para Lady Pandora?

¿Lady Pandora? Aquello era peor de lo que había pensado. ¿Cuántas posibilidades había de que dos exóticos visitantes hubieran llegado a Blossom en el mismo día?

–Dile que pase.

Jason se levantó del sillón y esperó hasta que su secretaria entró en el despacho, acompañando a Lady Pandora que, como había esperado, resultó ser la joven vestida de cuero negro.

Era más guapa de lo que le había parecido antes. Los rizos oscuros enmarcaban un rostro de facciones delicadas, pómulos altos, cejas ligeramente arqueadas y unos labios brillantes y generosos. De cerca, descubrió que sus ojos no eran negros, sino de un tono chocolate. Y brillaban con una especie de reto.

–Señorita… Pandora –dijo, ofreciéndole su mano, para recibir su guante como respuesta.

Ella le devolvió el apretón antes de sentarse graciosamente en una de las sillas que había frente al escritorio. Luego se quitó los guantes y bajó la cremallera de la chaqueta de cuero, revelando una especie de camisola negra de encaje.

Jason se sentó, secándose secretamente el sudor de las manos en el pantalón.

–¿Qué puedo hacer por usted?

–Puede dejarme el sitio que me corresponde en la feria –anunció ella, con voz clara y rotunda.

–¿Y qué sitio es ése? –preguntó Jason.

Como si no lo supiera. Lady Pandora, seguro. Más bien, Lady Charlatana. Jason hizo una mueca, decepcionado. Aquella preciosa y exótica criatura era un parásito de la peor clase. Tenía que ser la echadora de cartas a la que había prohibido la entrada en la feria el año anterior.

En su experiencia, los echadores de cartas, adivinos y magos no eran más que unos sinvergüenzas que se aprovechaban de los más inocentes, dándoles falsas esperanzas y malos consejos. Y eso cuando no timaban descaradamente a la gente para sacarles los ahorros de toda una vida.

–Supongo que sabrá que en Blossom hemos decidido no tener una echadora de cartas en la feria, señorita Pandora.

–Llámeme señorita Cooper. Lady Pandora es mi nombre profesional. Y sí, como ha imaginado, soy echadora de cartas. Veo que usted lo desaprueba, pero creo que me juzga de una manera demasiado severa. Hay gente sin escrúpulos en todas partes, pero eso no significa que todos seamos unos sinvergüenzas o unos parásitos –replicó ella, mirándolo a los ojos–. Puede que le sorprenda saber, señor alcalde, que la opinión general de la gente es que los políticos son todos corruptos y faltos de integridad y que sólo les interesa su propio beneficio. En fin, que se aprovechan de las masas inocentes para forrarse el bolsillo.

Jason frunció el ceño. El golpe había ido directo al objetivo. Pero tampoco le pasó desapercibido el hecho de que sus palabras fueran un eco de sus propios pensamientos. Aunque era una coincidencia, claro. Él no creía en los adivinadores ni en los que, supuestamente, leían el futuro. Y si aquella chica esperaba que cambiase de opinión, no debía de ser muy buena en lo suyo.

–Señorita Cooper, me temo que está perdiendo el tiempo. Los ciudadanos de Blossom tuvieron un serio percance con unos supuestos «adivinos», por eso existe esa prohibición.

–Lamento oír eso porque estoy más que dispuesta y soy capaz de hacer mi trabajo en la feria. Estoy contratada por el director desde hace meses y eso significa que no puedo buscar trabajo en otro sitio. Y aunque pudiera, ahora ya es demasiado tarde.

Hablaba en voz baja, con una entonación tan serena que las palabras resultaban muy sugerentes. Jason, sin darse cuenta, se había inclinado ligeramente hacia delante para poder oír cada palabra… Disgustado consigo mismo, se echó hacia atrás para romper el hechizo.

–La entiendo, pero ése no es mi problema.

–En realidad, lo es. Si fuera por mí, me marcharía ahora mismo de Blossom, pero necesito el dinero de esta feria. No sólo por mí sino por mi familia. Y su prohibición, además de ser insultante, frustra mi propósito.

Jason volvió a fruncir el ceño al darse cuenta de que usaba términos legales. «Estoy dispuesta y soy capaz de hacer mi trabajo». «Su prohibición frustra mi propósito». Evidentemente, había estado hablando con un abogado.

El contrato con la feria estaba firmado y él había dejado bien claro que no habría adivinadores de ninguna clase, pero eso no significaba que aquella chica no pudiera demandar al Ayuntamiento… si tuviese tiempo, dinero y ganas de hacerlo. Aunque dada su forma de vida, dudaba que hiciera ese esfuerzo.

Admirando cómo el cuero negro se pegaba a cada una de sus curvas, casi lamentó tener que pedirle que se fuera. Pero lo último que Blossom necesitaba, o él, era el problema que aquella mujer representaba.

–Sigue sin ser mi problema, señorita Cooper. Contratamos la feria hace meses y dejé bien claro que no debería haber ningún adivinador o echador de cartas. Eso está en el contrato, de modo que tendrá que hablar con el director, no conmigo.

–Yo tengo una idea mejor –dijo ella, descruzando unas piernas larguísimas antes de levantarse para clavar los ojos en Jason.

–¿No me diga?

–Así que es usted abogado además del alcalde de Blossom… La gente de este pueblo debe estarle muy agradecida por salvaguardar sus intereses. Pero no debe preocuparse, no tienen nada que temer.

Luego sonrió, con una sonrisa serena que no serenó en absoluto a Jason, sino todo lo contrario.

–Creo que deberíamos dejar que los ciudadanos de Blossom decidan si yo debería tener una caseta en la feria.

Jason se levantó para acompañarla a la puerta. El olor a cuero y a madreselva era una mezcla embriagadora que lo mareó durante un segundo, pero pudo recuperarse a tiempo.

¿Desde cuándo le gustaban a él las chicas con cazadora de cuero? Cuanto antes se fuera del pueblo, mejor.

–No hay nada que decidir, Lady Pandora. Lo lamento, pero no hay sitio para usted en Blossom.

Ella se dio la vuelta, moviendo las caderas provocativamente, pero se volvió para decir la última palabra:

–No hace falta que lo lamente –aquella vez su sonrisa era un puro reto–. Una disculpa cuando acabe la feria será más que suficiente. Usted no tiene ningún problema en admitir que se ha equivocado, ¿verdad, Excelencia? ¿O debería llamarle general? –siguió Lady Pandora, haciendo un saludo militar.

–¿Qué? –exclamó Jason, atónito. ¿Cómo podía saber aquella chica su apodo de la infancia? Su abuelo lo llamaba general cuando era niño…

–Puede que el contrato no esté tan cerrado como cree. Estaba usted distraído cuando lo firmó, ¿recuerda? Alguien no se encontraba bien.

Rikki. Su hija tenía la gripe en ese momento. ¿Cómo podía saberlo ella?

Pero cuando iba a preguntar Lady Pandora había desaparecido y Jason se acercó al escritorio para llamar a su secretaria.

–¿Sí?

–Ponme con el comisario McCabe. Quiero saber todo lo que pueda sobre esta tal Lady Pandora.

–Es maravillosa, ¿verdad? –exclamó su secretaria–. Me ha dicho dónde podía encontrar el diagrama de la nueva sala de la biblioteca. Ya sabes, ése que llevo dos días buscando. Me dijo que se había caído detrás de la fotocopiadora y allí estaba. ¿A que es asombroso?

Jason apretó los dientes.

–Llama al comisario, por favor.

 

 

Cherry Cooper, Lady Pandora para su Señoría el alcalde de Blossom, Jason Strong, sonreía mientras bajaba en el ascensor. Oh, la cara que había puesto cuando lo llamó «general». No tenía precio.

Estaba segura de que poca gente había visto alguna vez esa sorpresa reflejada en los inteligentes ojos grises del alcalde. Con esos pómulos altos y esas facciones tan marcadas, seguro que corría sangre de guerrero por sus venas. Sangre india, celta, vikinga, no estaba segura, pero intuía que descendía de una larga línea de luchadores.

No era de los que se daban por vencidos fácilmente, eso desde luego. Pero le había dejado sorprendido. Aunque no tenía mucho en lo que apoyarse, el lenguaje corporal y años de experiencia la habían enseñado a leer a una persona casi tan bien como su talento para la adivinación.

Ella ya sabía que el alcalde iba a ser un problema.

No sólo porque se negaba a darle una caseta en la feria, sino porque había conseguido que le picaran las palmas de las manos.

Decididamente, no era una buena señal.

Un mes antes, cuando visitó Blossom por primera vez, supo que iba a tener problemas. Pero no había contado con la distracción que representaba el atractivo alcalde.

Ah, ojalá pudiera subir a su Harley y alejarse de allí.

Pero la salud de su abuela era lo primero. La última operación había salido bien, pero sus días viajando de un lado a otro del país habían terminado.

Cherry tuvo que sonreír, burlona. No había que ser adivinadora para saber que al guapo alcalde de Blossom no le haría ninguna gracia saber que dos adivinadoras iban a instalarse en su pueblo.

Cuando salió del edificio, se puso las gafas de sol y echó un vistazo a la encantadora y clásica plaza de Blossom. Se sentía como en su casa con su ropa de cuero negro y su Harley Davidson…

Sí, seguro, tan en su casa como una rana en la sartén de un cocinero francés.