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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Harlequin Books S.A.

Todos los derechos reservados.

SEDUCIENDO A UN MILLONARIO, N.º 56 - agosto 2011

Título original: Taming the Montana Millionaire

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-704-4

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Promoción

Capítulo 1

LO último que necesitaba era otro reto. Haley Anderson estaba intentando preparar el local que había alquilado para albergar Raíces, su programa de tutela para adolescentes. Debía ser un lugar adecuado para que los chicos se reunieran. Había esperado tenerlo listo para el comienzo de las vacaciones, pero ya estaban a primeros de agosto y todavía no estaba terminado. No había conseguido alquilar el espacio hasta finales de julio. Entonces, había comenzado el verdadero trabajo.

El local vacío necesitaría muebles, juegos, una televisión, un reproductor de DVD y, probablemente, un ordenador. Pero, antes de traer todo aquello, Haley quería pintar las paredes.

Sólo había tenido tiempo de pintar de blanco la pared que daba a la calle Main Street de Thunder Canyon. Encima, pensaba pintar un mural. Sería su primer proyecto artístico público y lo primero que verían los adolescentes cuando se asomaran por la ventana. Quería adornarlo con imágenes cálidas y atractivas. Por otra parte, como pretendía conseguir donaciones de la comunidad para Raíces, darle una buena imagen al local le sería de ayuda, pensó.

Por si todo aquello no fuera un reto lo bastante grande, Haley trabajaba a tiempo completo como camarera en The Hitching Post, un bar restaurante que había calle abajo. Aunque sus hermanos tenían trabajos de media jornada en el resort Thunder Canyon, ella era el principal soporte de su familia. Era la clase de responsabilidad que le daba carácter a una persona, o eso decía la gente. Y ella tenía más carácter que un ejército, pequeño pero persistente.

En ese momento, para colmo, tenía que enfrentarse a un nuevo reto. Él seguía en la calle. Era el mismo tipo que le había roto el corazón después de la fiesta de carnaval del instituto hacía seis años, el mismo verano en que su vida se había hecho pedazos.

Marlon Cates. «Muy Colada». Así había estado por él. Pero eso era agua pasada. En el presente, sus iniciales no debían significar para ella más que «Mucho Cuidado», se dijo.

No tenía nada de malo que él estuviera en la calle… a excepción de que daba la sensación de estar planeando entrar. Quizá fueran sólo imaginaciones suyas, pensó Haley. Tal vez, él seguiría su camino.

Su esperanza se esfumó cuando él se dio cuenta de que lo estaba mirando. Marlon la saludó con la mano y sonrió. Para colmo, acompañó su sonrisa con un pícaro guiño. Era la viva imagen de la seducción y hacía que a ella se le acelerara el corazón sin remedio, a pesar de que sabía que no era más que un zalamero. Marlon ya no vivía en Thunder Canyon, pero parte de su familia seguía allí. Solía pasarse cada dos meses por The Hitching Post, donde las mujeres revoloteaban a su alrededor como jugadores compulsivos atraídos por una baraja de cartas.

Marlon nunca salía del bar dos veces con la misma mujer. A pesar de que Haley lo sabía, no pudo evitar que el pulso le latiera todavía más rápido cuando él entró en el centro. Al parecer, su corazón tenía voluntad propia. Marlon abrió la puerta y sonó la campanilla que había encima. Ella no pudo contener un gemido de admiración.

—Hola, Haley.

—Hola, Marlon.

Era un hombre de un metro ochenta y cinco, largas piernas, fuertes músculos y anchas espaldas. Llevaba unos vaqueros gastados y una camiseta ajustada que le daban el mismo aspecto de chico malo que había tenido en sus años de instituto. Sus ojos castaños brillaban con cientos de promesas. Tenía el pelo perfectamente cortado. Una sombra de barba le cubría la mandíbula, dándole un aspecto todavía más sexy. Haley imaginó cómo esa barba le rozaría la cara si lo besaba, aunque su experiencia con él no incluía ningún roce real, sólo deseos insatisfechos.

Una parte de Haley seguía queriendo probarlo, pero no pensaba hacer tal cosa. Aun así, deseó no llevar aquellos pantalones viejos manchados de pintura y esa camiseta de su hermano, que le quedaba demasiado grande. También deseó no llevar el pelo recogido en un desarreglado moño.

Marlon se acercó y observó el boceto del mural que Haley había hecho, con jóvenes, libros, ordenadores y deportes. En ese momento, ella iba a comenzar a trazar las líneas con pintura en la pared, pero dejó la brocha sobre una pequeña mesa de metal.

—Es impresionante —comentó él y señaló a la pared con la barbilla—. ¿Lo has dibujado tú?

—Sí —contestó Haley. A ella siempre le había gustado dibujar, desde niña, y había mejorado su técnica con las clases de Arte del instituto. Disfrutó del cumplido como un arbusto seco agradecía la lluvia—. Gracias.

Él le lanzó una mirada especulativa.

—¿Cómo estás?

—Bien. ¿Y tú? —replicó ella. No había pasado tanto tiempo desde la última vez que se habían visto—. ¿No estuviste aquí el mes pasado, en las fiestas del Cuatro de Julio?

—Sí —contestó él y bajó la vista—. Ahora estoy de vacaciones.

—Ah.

En la universidad, Marlon había creado una gama de camisetas, chaquetas y sombreros con estampados de Montana. Un socio capitalista había contactado con él, atraído por los diseños que había visto expuestos en el resort de Thunder Canyon, y le había propuesto ampliar su negocio. Entonces, la empresa de Marlon había crecido, fusionándose con una marca de pantalones vaqueros. Cuando la actriz con la que había estado saliendo había sido fotografiada con una de sus camisetas, su imagen había salido en todas las revistas del país, promocionando su negocio a gran escala. MC/TC seguía siendo una empresa de éxito. Pero Haley no conocía a nadie que no estuviera sufriendo los efectos de la crisis económica y se preguntó cómo le irían las cosas.

Su programa para adolescentes, Raíces, dependía de las donaciones y, si la población sufría escasez, ella se vería perjudicada también. Ésa era una de las razones por las que iba a abrir el centro más tarde de lo esperado. Pero todavía faltaba un mes para que comenzaran las clases y quedaba algo de tiempo para que los chicos pudieran aprovechar lo que les ofrecía en Raíces.

—¿Qué tal va el negocio? —preguntó Haley.

—Más o menos.

Ella esperó a que hablara más, pero Marlon se centró en mirar a su alrededor. El local era pequeño y cuadrado. Y estaba vacío.

—Sé que no tiene muy buen aspecto todavía — señaló ella—. Pero voy a mejorarlo. Cuando le ponga los muebles de la tienda de segunda mano, será otra cosa —añadió y señaló hacia una puerta—. Tiene un baño y un pequeño almacén por allí, con una puerta que da al aparcamiento. El cuarto trasero es lo bastante grande como para poner una nevera, un microondas y un armario para guardar los platos y vasos y la comida. Si todos son como mi hermano, los adolescentes tienen un apetito insaciable.

—¿Cómo está Angie?

—Bien —contestó ella—. Intentando pensar qué quiere ser de mayor. Va a comenzar las clases en la universidad y cambia de idea cada mes.

—¿Y Austin?

—Acaba de terminar la universidad. Ha hecho ingeniería —respondió ella, llena de orgullo—. Hubo un tiempo en que yo dudé que fuera a terminar el instituto y, sobre todo, que fuera a licenciarse.

—¿Y eso por qué?

—Nunca ha tenido una figura paterna y tenía sólo dieciséis años cuando nuestra madre murió. Es una edad difícil en cualquier circunstancia y, además, los dos estaban muy unidos. Le afectó mucho.

No sólo había afectado a su hermano. Había sido, también, el peor momento de su vida y sospechaba que su hermana Angie sentía lo mismo.

—Sí. Lo entiendo.

—Estoy convencida de que tener raíces aquí, en Thunder Canyon, ha jugado a nuestro favor.

—¿Por qué?

—La gente de la comunidad nos acogió bajo sus alas. Los vecinos nos ayudaron mucho, sobre todo Ben Walters.

—¿El ranchero que vive cerca de tu casa?

—Sí. Es viudo —comentó ella y suspiró—. Por eso, probablemente, ha pasado mucho tiempo con Austin y se ha ocupado de llamarle la atención cuando ha sido necesario, pues Austin a mí no me hacía mucho caso. Soy sólo su hermana mayor. Otras veces, Ben era quien lo escuchaba cuando Austin necesitaba hablar de hombre a hombre.

—Ben siempre ha sido un santo.

El tono crítico de Marlon hizo que Haley se pusiera a la defensiva.

—Ha sido un padre para mi hermano y nunca lo olvidaré. De hecho, así fue como empezó la idea de Raíces.

—¿Eh?

Haley asintió.

—Me contrataron en The Hitching Post cuando necesitaba un trabajo para sustentar a la familia. Los vecinos se turnaban para echarle un ojo a Angie mientras yo trabajaba. Y Ben se ocupaba de que Austin no se metiera en problemas. Éramos adolescentes sin madre y Thunder Canyon nos acogió bajo sus alas. Por eso se me ocurrió abrir un centro comunitario donde los adolescentes pudieran reunirse y hablar de sus cosas. Quiero que sepan que no tienen por qué sentirse solos. Igual que me pasó a mí con las personas del pueblo.

—¿Por qué se llama Raíces?

—El nombre proviene de un bordado que hizo mi madre a punto de cruz y que tenemos colgado en un cuadrito en casa. Dice: Sólo hay dos legados imperecederos que podemos dar a nuestros hijos: raíces y alas. Yo quiero transmitir su mensaje.

—Me alegro por ti.

Haley lo miró con desconfianza. ¿Se estaba riendo de ella?

—No esperaba que un gran empresario como tú entendiera algo que no se basa en hacer dinero. Sobre todo, cuando el éxito te cayó del cielo…

Marlon alargó la mano y posó el dedo índice sobre los labios de ella para silenciarla.

—El éxito no me cayó del cielo. He trabajado mucho para conseguirlo y sigo haciéndolo. No te estaba criticando. Es obvio que estás hipersensible y, sin querer, he tocado tu punto débil.

—Lo siento —repuso ella. Era normal que estuviera sensible, cuando la presión que sentía era tan grande—. He estado luchando contra corriente para encontrar el dinero, para convencer al alcalde y al Ayuntamiento de que el programa es necesario… El equipo del instituto de Thunder Canyon y su director han sido de gran ayuda. Igual que mi consejera, Carleigh Benedict, de servicios sociales —explicó y tomó aliento—. Habrá horarios estrictos a la hora de cerrar. Y supervisión adulta cuando el local esté abierto. Quiero asegurarme de hacer todo bien.

Marlon bajó la vista un momento y, luego, la miró a los ojos.

—Parece un proyecto ambicioso. ¿No necesitas ayuda?

Aquello no podía ser un ofrecimiento personal, se dijo Haley.

—Claro que voy a necesitar voluntarios cuando se convierta en el lugar de moda para los chicos, como espero que suceda. Pero, por ahora, estoy yo sola.

—No lo preguntaba por curiosidad. Me estaba ofreciendo para echar una mano —explicó él con gesto socarrón.

—¿Quieres ayudar? —preguntó ella, escéptica.

—No te sorprendas tanto —repuso él y sus ojos se oscurecieron.

¿Habría herido sus sentimientos?, se preguntó Haley. Aquello sería toda una novedad pues, que ella supiera, Marlon no tenía sentimientos.

—Como te he dicho, estoy de vacaciones y no tener nada que hacer me está volviendo loco —prosiguió él—. Así, los dos saldremos ganando.

—Podrías ayudar a tu padre —sugirió ella.

Su padre, Frank, era dueño de Construcciones Cates, donde el gemelo de Marlon, Matt, trabajaba. Matt esperaba heredar el negocio algún día. A Haley le resultaba sorprendente lo diferentes que podían ser dos hombres, a pesar de tener el rostro idéntico. Matt era un hombre estable y serio. Marlon era inquieto y seductor.

—Ayudaré a mi padre si lo necesita —contestó

él—. Pero tú sabes tan bien como yo que las cosas se han ralentizado en el sector de la construcción y mi padre está haciendo todo lo posible por no despedir a sus trabajadores. Sobre todo a los que tienen familia.

—Los tiempos son duros. Y la crisis va a afectar mucho a los más jóvenes —señaló ella.

—Pues déjame ayudarte.

Dejando a un lado su sorpresa porque él insistiera, Haley comenzó a sospechar algo. Marlon tenía una sólida reputación de chico malo. Quien se encargara de supervisar Raíces tenía que ser alguien a quien los adolescentes pudieran admirar. Y, aunque tampoco podía decirse que Marlon fuera una amenaza, no era un modelo a seguir muy recomendable.

—No hay tanto que hacer ahora mismo —mintió ella.

—No lo parece —replicó él y arqueó una ceja, mirando a su alrededor en el local vacío, con tres paredes aún por pintar—. Mira, Haley, me harías un favor y yo te correspondería.

Haley se mordió el labio y lo miró, intentando pensar cómo expresarse de la forma más amable posible.

—Lo que pasa, Marlon, es que esto es importante para mí. El proyecto va dirigido a chicos que han sufrido decepciones, más o menos grandes. Como tú has dicho, la gente está perdiendo sus trabajos y las presiones familiares también las están sufriendo los chicos. En un mundo donde todo escapa a su control, los jóvenes necesitan a alguien con quien puedan contar.

—¿Y no me consideras una persona de confianza?

Por su experiencia personal, Haley sabía que no lo era. Hacía mucho tiempo, Marlon la había besado y le había prometido que la llamaría. Nunca lo había hecho. Ella había esperado junto al teléfono, había dormido con el aparato en la mesilla, comprobando de forma constante si había mensajes. Además, Marlon había entrado y salido del pueblo siempre que le había apetecido, sin avisar a nadie. No era una persona con la que se pudiera contar.

—¿Qué quieres decirme? —insistió él, al ver que ella tardaba en responder. Su tono era un poco tenso.

Maldición, pensó Haley. Marlon iba a obligarle a decírselo sin rodeos. Lo miró a la cara y respiró hondo.

—No creo que la capacidad de compromiso sea una de tus cualidades, Marlon. Pero gracias por la oferta. Gracias de todos modos.

Marlon asintió y se marchó sin decir nada más. Haley lo observó, en parte triste pero, sobre todo, aliviada. Su enamoramiento formaba parte del pasado, se dijo, aunque no quería ponerse a prueba viendo a Marlon todos los días. Sin embargo, cuando miró a su alrededor y recordó todo lo que tenía que hacer, se le encogió el corazón, pensando que acababa de rechazar una oferta de ayuda.

—Sólo por una vez, me gustaría tener lo que deseo —susurró ella entre las paredes mugrientas.

Haley deseaba que Marlon no hubiera entrado en el local. Y que no fuera tan apuesto como siempre. Sobre todo, deseaba que él pudiera interesarse en ella. Pero sabía bien que la vida estaba llena de cosas sobre las que no se podía tener control. Y Marlon

Cartes era una de ellas.

¿La capacidad de compromiso no era una de sus cualidades?

Después de rumiar aquellas palabras durante horas, Marlon Cates apartó las cortinas de encaje para mirar por la ventana de su apartamento en Main Street, sobre el bar The Hitching Post. Había alquilado por un mes el pequeño estudio, decorado al estilo texano, con cama de bronce, una cómoda antigua y baño propio. Estaba muy cerca de Raíces, donde había pretendido cumplir con la sentencia judicial que le había sido impuesta como condición para recuperar su permiso de conducir. Sus padres y sus tres hermanos sabían lo que le había pasado. Su madre no se había andado por las ramas cuando le había dicho que le estaba bien empleado. Le habían puesto tres multas por exceso de velocidad en menos de un año, un juez le había retirado su permiso de conducir y lo había sentenciado a treinta días de trabajo comunitario.

Desde su apartamento, podía ver el local de Haley. Cuando le habían ofrecido en el juzgado una lista de lugares donde cumplir la sentencia, él se había fijado en el nombre de Haley Anderson y había decidido que podría no ser tan mala idea.

Sin embargo, ella se lo había dejado muy claro: gracias, pero no. Sin duda, Haley ya no era la misma chica a la que había besado hacía años. Recordaba el dulce gemido que ella había hecho cuando sus labios se habían tocado, pero no lo guapa que era. Tampoco recordaba que fuera una persona tan segura, algo que la hacía muy interesante. Además, tenía dotes artísticas, a juzgar por el mural que estaba creando.

Marlon podía haberle explicado por qué se había ofrecido a ayudar. Había planeado hacerlo, pues ella habría tenido que saberlo antes o después. Habría papeleo que rellenar para el juzgado, que ella tendría que firmar. El problema era que ella había empezado a contarle por qué había creado el proyecto y cómo había criado a sus hermanos menores cuando su madre había muerto. Le había hablado de lo importante que era para ella ser parte de la comunidad y de cómo quería hacer todo lo posible para que Raíces fuera un lugar adecuado para los jóvenes.

La pasión con que ella había hablado de su proyecto le había acobardado. La de ella parecía una entrega sincera al proyecto, caviló, aunque su fuerte no era juzgar a las mujeres. Había cometido un gran error en una ocasión y no lo repetiría.

En cualquier caso, había sido capaz de confesarle a Haley la verdadera razón de su oferta de ayuda. Pero, como no iba a irse de Thunder Canyon hasta que no recuperara su permiso de conducir, tenía que persuadirla de que le diera una oportunidad. Le probaría que era digno de confianza e indispensable, luego le contaría lo de la sentencia. Era un buen plan y tenía muchas probabilidades de conseguir su objetivo, se dijo.

A él se le daba bien venderse y las mujeres solían encontrarlo irresistible. Casi todas. Las pocas excepciones a esa afirmación habían resultado inolvidables para él. Para empezar, había habido una joven en la universidad que había sabido venderse mucho mejor que él. Lo había enamorado e, incluso, le había hecho que la pidiera matrimonio. Ella había insistido en que debían pasar por el altar antes de acostarse y tampoco había querido casarse antes de que él pagara una gran deuda de su padre, supuestamente debida a las facturas médicas de su operación a corazón abierto.

Marlon sabía que no había estado pensando con la cabeza cuando había firmado un cheque con un montón de ceros y se lo había entregado. Había sido la última vez que la había visto.

La última mujer que se había resistido a sus encantos había sido la jueza que le había retirado el permiso de conducir durante treinta días. La jueza no había comprendido que un hombre necesitaba la velocidad para despejarse la cabeza, sobre todo cuando la autopista estaba vacía. Y él era un hombre con demasiadas cosas en la cabeza.

En el presente, había encontrado dónde cumplir con los trabajos forzados que le habían asignado. Pero, por desgracia, el centro pertenecía a otra mujer que no se rendía a sus encantos. Podría intentarlo en la siguiente organización sin ánimo de lucro de la lista que le habían dado en el juzgado, pero la negativa de Haley Anderson había tocado un punto débil en él. Era un hombre tozudo y la haría cambiar de idea. Además, el objetivo le resultaba mucho más atractivo de lo que había esperado.

Marlon vio la vieja y magullada ranchera azul de Haley pasar delante de The Hitching Post, doblar la esquina y aparcar en el aparcamiento que había detrás de Raíces. Había un frigorífico en la parte trasera del vehículo. Era una buena oportunidad, se dijo.

Marlon sonrió. Era hora de ejercer sus encantos.

Él salió de su apartamento y bajó las escaleras de madera. Salió por la entrada trasera para no atravesar el bar. La hora del almuerzo había pasado y el local estaría bastante vacío, pero era fácil que alguien lo interceptara para conversar. No tenía tiempo para eso. Tenía una misión.

Marlon dio la vuelta al edificio, caminó por Main Street y llegó al aparcamiento que había detrás de Raíces. Haley estaba delante de la puerta, metiendo la llave en la cerradura.

—Hola —saludó él.

Ella se giró de golpe al oír su voz y se llevó la mano al pecho.

—Me has asustado.

—Lo siento —dijo él. Sin duda, Haley debía de tener muchas cosas en la cabeza para no haberlo oído acercarse, pensó. El sonido de sus botas sobre al aparcamiento habría bastado para despertar a un muerto—. Creí que me habías oído.

Haley negó con la cabeza y se colocó un mechón de pelo que se le había escapado de la coleta. Antes, cuando había estado pintando el mural, había llevado el pelo recogido en una especie de moño. De pronto, él la recordó con el sedoso pelo castaño suelto, cayéndole por encima de los hombros, y sintió deseos de acariciarlo. Se cruzó de brazos para contenerse. Los hombres con una misión no podían permitirse distracciones.

Haley se había cambiado de ropa. Se había quitado los pantalones viejos y la camiseta demasiado grande y se había puesto una camiseta roja con el logo de The Hitching Post y unos pantalones de punto que se ajustaban a sus caderas y muslos.

Ella lo observó con cautela con sus grandes ojos marrones. A Marlon, su expresión le recordó la de un potencial cliente en una reunión de ventas, preguntándose qué querían que comprara y cuánto iba a costarle.

Por experiencia, Marlon sabía que era mejor no ir al grano directamente. Era mejor hacer que el cliente bajara la guardia.

—Hace un día muy bueno —comentó él, mirando al cielo azul salpicado de nubes de algodón.

Haley levantó la vista y, luego, lo miró.

—Sí, es verdad. Un poco caluroso para mi gusto.

—¿De verdad? ¿Te lo parece? —preguntó Marlon. Tal vez, era él quien la estaba haciendo sentir calor, lo que sería una buena señal. A menos que le hiciera levantar la guardia. Al mirarle los labios apretados, él supo que ése era el caso. Giró la cabeza hacia las montañas que se veían a lo lejos—. Las montañas aquí son diferentes de las de Los Ángeles.

Marlon tenía una casita cerca de la playa en Marina del Rey, a poca distancia de la base central de su compañía, MC/TC. La actividad que bullía en un centro de negocios como aquél no podía ser más diferente del ambiente que había en Thunder Canyon, Montana.

—¿En qué se diferencian? —quiso saber ella—. Además de que aquí se pueden ver.

—Vaya, ¿una sutil crítica a la contaminación de Los Ángeles?

—No pretendía ser sutil.

—Para tu información, la reducción de contaminación ambiental en California se está notando mucho.

—Me alegro. Pero prefiero vivir en un sitio donde se pueda respirar. Espero que en Thunder Canyon nunca haya que limpiar el aire porque haya demasiados coches.

En ese momento, fue él quien sintió calor. Los coches no eran algo de lo que quisiera hablar, ya que durante un mes no iba a poder conducir. Además, por la mirada de ella, adivinó que Haley seguía preguntándose adónde quería llegar.

Marlon miró hacia la ranchera.

—No he podido evitar fijarme en que llevas un frigorífico en tu vehículo.

Ella sonrió, desvaneciéndose por un instante su mirada de desconfianza.

—No se te escapa nada, ¿verdad?

Él se rió.

—¿De dónde lo has sacado?

—Es una donación para el centro —explicó ella.

—¿Cómo vas a meterlo en el local?

—Es una buena pregunta —repuso ella y miró desde el gran electrodoméstico a la puerta del centro—. Había pensado elegir a algunos hombres fuertes de The Hitching Post y apelar a su buen corazón.

—Yo soy fuerte y estoy disponible. Mi buen corazón es legendario.

Ella se cruzó de brazos.

—¿Vas a cargar ese pesado frigorífico y ponerlo donde yo te diga?

—Ése es el plan.

—No me lo digas —se burló ella—. Llevas una gran S debajo de la camiseta. Eres un superhéroe buscando hacer su buena acción del día.

Marlon miró el frigorífico y negó con la cabeza.

—Había pensado, más bien, hacer palanca, poner debajo unos rodillos, atarle cuerdas en sitios estratégicos y meterlo rodando.

—¿Y de dónde vas a sacar todas esas cosas? — preguntó ella—. Espera, tal vez, en el bolsillo de tu pantalón —se burló.

Marlon hizo un gesto de reprimenda con el dedo.

—Te arrepentirás de reírte de mí.

—Correré el riesgo —replicó ella mirándole con desconfianza.

La expresión de su cara delataba que Haley no esperaba que cumpliera lo que había dicho, reflexionó Marlon. Si se basaba en el breve contacto que habían mantenido hacía seis años, era comprensible, se dijo. Pero el presente era el presente, eran dos adultos y él tenía algo que probar.

—Recuerda —dijo él—. Una disculpa siempre viene bien cuando se demuestra que alguien no tenía razón.

Marlon se sacó el móvil del bolsillo y llamó a Construcciones Cates.

—Dame treinta minutos y meteré ese trasto en Raíces.

—Bien —respondió ella con escepticismo.

Mientras esperaba que su hermano gemelo le llevara lo que necesitaba, Marlon ayudó a Haley a descargar material del coche. Había bolsas de papel, servilletas, tazas. Llevaron todo al pequeño almacén que había junto a la sala principal del local.

Cuando salieron de nuevo, había una furgoneta aparcada detrás de la de ella, con las palabras Construcciones Cates pintadas en un costado. Su hermano gemelo, Matt, saltó del vehículo.

—Hola, Haley —saludó Matt.

—Matt. Supongo que has venido a ayudar a tu hermano a cumplir su promesa.

—No. Sólo he venido a traerle lo que me ha pedido. Él puede hacerlo solo. Yo tengo trabajo.

Marlon ayudó a Matt a descargarlo todo, le dio las gracias y observó como se alejaba. Tenía que trabajar en la construcción de la casa de Connor McFarlane.

Haley también se había quedado mirando la furgoneta. Luego, volvió la vista hacia él.

—Cuando miras a tu hermano, ¿no te sientes como si estuvieras delante de un espejo?

Él se rió y meneó la cabeza.

—Somos muy diferentes. A mi madre no le cuesta nada distinguirnos. Aunque admite que, a veces, no le resulta tan fácil cuando uno de nosotros la llama por teléfono.

—Doble problema —murmuró Haley—. Bueno, valiente, veamos si puedes cumplir lo que has prometido.

—Oh, mujer de poca fe.

Marlon bajó el portón de la parte trasera de la ranchera y colocó dos planchas con rodillos lado a lado, como si fueran rampas. Luego, se subió a la camioneta y empujó el frigorífico hasta la rampa. Lo ató con cuerdas, le dio la vuelta y lo bajó rodando sobre los rodillos. De la misma manera, lo llevó hasta la puerta.

—¿Dónde te lo pongo?

—En el almacén. Hay un enchufe allí.

Marlon entró y siguió sus instrucciones. El sonido del frigorífico enchufado le hizo sonreír.

—¿Algo más? —preguntó él.

El gesto de humildad de ella le resultó satisfactorio a Marlon.

—Muchas gracias.

—De nada —repuso él y arqueó una ceja—. ¿Te gustaría decirme algo más?

—No es muy caballeroso poner en evidencia a una mujer.

—Hmm —dijo él y apoyó un brazo en el frigorífico—. Creí que te lo había advertido.

Ella se frotó la nariz con un dedo.

—De acuerdo. Lo diré. Me había equivocado, Marlon. Gracias por tu ayuda.

—¿Qué harías sin mí?

—Lo mismo que hago cuando no estás aquí — respondió ella—. Arreglármelas.

—Pero ahora estoy aquí, Haley. Deja que te ayude.

—No es necesario. Estoy acostumbrada a hacer las cosas sola.

Marlon no estaba acostumbrado a que las mujeres lo rechazaran y era la segunda vez que ella lo hacía. Estaba empezando a irritarlo de verdad. La próxima vez, Haley diría que sí, se prometió él.

Aunque ella no lo supiera todavía.