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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Teresa Carpenter

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Robarte un beso, n.º 2594 - mayo 2016

Título original: Stolen Kiss From a Prince

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8148-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

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Capítulo 1

 

SIGUE perdido el avión del príncipe Donal en medio del peor temporal del siglo. Hoy el mundo reza mientras la tormenta Allie se agudiza, complicando las labores de búsqueda y rescate del avión en el que viajaban Donal y Helene Ettenburl, príncipes de Kardana. La pareja real había abandonado el principado de Pasadonia junto con otras personalidades para pasar el fin de semana en los Alpes franceses. Cuando el avión despegó de Pasadonia, las previsiones no auguraban que el frente frío que asolaba con lluvia y nieve la mayor parte de Europa fuera a convertirse en una tormenta de hielo. El número de muertos se cuenta por cientos y continúa aumentando mientras los cortes de suministros dejan a cientos de miles de personas sin electricidad. A última hora de la mañana del sábado, se recibió una llamada de socorro del avión real y desde entonces no ha vuelto a haber contacto. Las autoridades francesas cuentan con cuerpos de élite dispuestos para actuar en cuanto las condiciones meteorológicas lo permitan. El príncipe Julian Ettenburl se ha reunido con las autoridades francesas y con los equipos de rescate en una escala de su viaje hacia Pasadonia para recoger a su sobrino, el hijo de la pareja real de treinta y dos meses, Samson Alexander Ettenburl, a quien habían dejado en el palacio real de Pasadonia. En el avión, además de Donal y Helene Ettenburl, viajaban…

 

* * *

 

Julian apagó la pantalla de un golpe seco con el pulgar y se guardó el teléfono en el bolsillo del pantalón. Sabía muy bien cuál era el motivo de estar en Pasadonia y que en las labores de rescate participaban no solo los mejores equipos de Francia, sino los de Kardana también. Había facilitado los mejores medios disponibles para encontrar a su hermano y futuro rey de Kardana.

La noticia del accidente a punto había estado de matar a su padre, en estado débil por un ataque al corazón que había sufrido seis meses antes. Julian tenía que reunir a su familia y volver a casa enseguida. Y eso incluía a su hermano, perdido en alguna ladera de aquella montaña. De momento, había ido a recoger a su pequeño sobrino.

El viaje en tren había sido interminable, pero le había permitido participar en la organización de la búsqueda. Aunque el príncipe Jean Claude había invitado a Julian a quedarse en el palacio hasta que la tormenta remitiera, había preferido hacer el viaje de regreso. Confiaba en que el personal tuviera listo a Samson para su marcha.

Llegó a la habitación del bebé y fue saludado con una reverencia por el aya, una agradable mujer rechoncha, de sonrisa serena y aspecto maternal.

–Alteza, quisiera transmitiros mi deseo de que vuestro hermano y todos los que iban con él en el avión aparezcan pronto sanos y salvos.

–Gracias. ¿Podría ver a mi sobrino?

–Desde luego, pero el señorito Samson está durmiendo. No me gustaría despertarlo, teniendo en cuenta lo intranquilo que ha estado desde la ausencia de sus padres. Os recomiendo que le dejéis seguir durmiendo.

–Gracias, aya.

Julian inclinó la cabeza en agradecimiento a su advertencia. La débil luz del sol se filtraba por las muchas ventanas. El suelo de mármol estaba cubierto de coloridas alfombras, mientras que de las paredes colgaban pinturas de fantasías. El mobiliario blanco daba un aspecto impecable a la estancia. Junto al aya, había tres asistentes. No le cabía ninguna duda de que Samson había recibido el mejor de los cuidados en aquellas habitaciones.

–Es mi deseo volver a Kardana cuanto antes. Por favor, recoja las cosas del príncipe y dispóngalo para el viaje. Y dígale a la niñera que venga a verme.

Le sorprendía no ver por allí a Tessa, la niñera de Samson. Siempre estaba merodeando, observándolo. Era muy buena amiga de Helene y a Julian siempre le había parecido más una asistente que una especialista en cuidados infantiles.

–Es mejor para él que vuelva a casa –le dijo la mujer que tenía ante él–. Es bueno que esté con personas conocidas. Aun así, está bastante cansado y probablemente estará muy inquieto si lo despertáis ahora. ¿No podéis esperar un poco? Quizá hasta después de que hayáis cenado.

–Por desgracia, no dispongo de tiempo. Por favor, lléveme con mi sobrino.

–Por supuesto.

El aya suspiró y le señaló la puerta que había detrás de él y que llevaba a otra habitación. Dentro, las cortinas estaban echadas y la luz apagada. Samson dormía en una cama con forma de coche de carreras. Al acercarse Julian, Samson se agitó entre sueños y frunció el ceño.

Observándolo, Julian se sintió incapaz de cuidarlo. La idea de que tuviera que hacerse responsable de aquel niño destinado a ser rey lo aterrorizaba. Estaba soltero porque quería. Le gustaba la vida discreta que llevaba en un segundo plano y era un buen ministro de Hacienda.

–Julian, ami. Cuánto lo siento. Dime que tienes buenas noticias de Donal y Helene.

La princesa Bernadette, una regia mujer rubia, entró en la habitación. Se acercó a él y lo envolvió en un cálido abrazo antes de besarlo en ambas mejillas.

Él sacudió la cabeza y se volvió hacia la delgada mujer rubia que entró detrás de la princesa.

–No hay ninguna novedad. El tiempo dificulta las labores de búsqueda. Ha salido una expedición, pero avanzan lentamente y las comunicaciones no son buenas.

–Al menos es algo –dijo la princesa apretándole las manos entre las suyas–. Quiero que sepas que los tenemos presentes en nuestras oraciones.

Él inclinó la cabeza a modo de agradecimiento.

–Entenderás que estoy ansioso por volver a Francia para supervisar las operaciones de rescate.

–Por supuesto –dijo ella, y miró a Samson–. La pobre criatura se da cuenta de que está pasando algo. Ha estado muy intranquilo. Se alegrará de verte. Necesita estar con la familia.

–Gracias por cuidar de Samson. Ha sido un alivio saber que estaba en buenas manos. Pero ahora, tenemos que tomar un tren –dijo Julian, y señaló con la cabeza hacia la cama–. Tessa.

La niñera se acercó a la cuna y se inclinó para tomar al niño. Samson se despertó sobresaltado. Miró a Tessa, luego a Julian y soltó un grito.

 

 

Un grito agudo despertó a Katrina Vicente. Se incorporó en la cama y enseguida todos sus pensamientos fueron para Sammy. El pequeño no llevaba bien la ausencia de sus padres y rechazaba a su niñera. La muy boba, y Katrina no solía usar esa palabra a la ligera, le había dicho al pequeño que sus padres no iban a volver. Evidentemente, se había puesto histérico.

Tessa se había dado cuenta enseguida de su error y había intentado explicarle que sus padres se habían perdido y que todo el mundo los andaba buscando, pero el niño de casi tres años no llegaba a comprender lo que estaba pasando. Lo único que sabía era que quería estar con sus padres. Era lo suficientemente listo como para entender que cuando estaba con Tessa era porque su madre no había vuelto todavía.

Al oír sus gritos, se levantó dispuesta a enfrentarse con el hombre de pelo oscuro que se había atrevido a despertar al pequeño.

Mon Dieu. Será mejor que haya una buena razón para despertar al niño o le cortaré la cabeza a alguien –dijo, y lanzó una mirada de reprobación hacia el aya, que se ocultaba tras la imponente silueta del hombre.

Katina –la llamó Sammy girándose hacia su voz y echándole los brazos.

–¿Quién es usted?

El hombre dio un paso atrás y se giró, de tal forma que Sammy quedó fuera de su alcance. Luego, se quedó mirándola. El profundo timbre de su voz resonó a pesar de los gritos de Sammy, mientras el niño se agitaba con fuerza entre sus brazos.

–Soy la que ha conseguido dormirlo.

Le había costado mucho tranquilizarlo. El pobre estaba fuera de sí y apenas comía y dormía.

Cuando Katrina había empezado su turno a primera hora del día anterior, el pequeño estaba en pleno berrinche. Como niñera de los hijos del príncipe Jean Claude y de la princesa Bernadette, se había convertido en una experta en aquellas situaciones. Lo había rodeado con sus brazos y le había cantado suavemente. El niño había gritado y se había retorcido, pero lo había sujetado con fuerza, meciéndolo y cantándole mientras lloraba. Por fin se había dormido un par de horas, devolviendo un poco de tranquilidad al palacio.

Desde ese momento, Katrina se había quedado a su cuidado. Había conseguido calmarlo y que comiera un poco, pero, cada vez que se dormía, se despertaba a los pocos minutos, gritando. El doctor Lambert había diagnosticado que se trataba de pesadillas.

Y justo cuando por fin estaba descansando, aquel hombre lo había despertado.

–Me lo llevo a casa –anunció el hombre.

Impertérrita, invadió el espacio personal del hombre para llegar hasta el niño. Trató de hacerse con Sammy, pero enseguida se dio cuenta de que no tenía la misma fuerza que el desconocido.

–Está bien, pequeño –dijo acariciando el pelo rubio de Sammy–. Tranquilo, ya está Katrina aquí.

–¡Mamá! –exclamó Sammy a la vez que se echaba para atrás en los brazos del hombre.

Aquel brusco movimiento la pilló desprevenida y no pudo evitar que el pequeño chocara su cabeza contra la de ella. Sintió un fuerte dolor en la sien y unas motas negras fueron haciéndose cada vez mayores, amenazándola con sumirla en la oscuridad. Se tambaleó y notó que la sujetaban por la cintura. Poco a poco recobró la visión y vio que tenía a Sammy en brazos y que ella estaba entre los del desconocido. Sintió que se le doblaban las piernas, pero no temió caerse. De fondo, resonaron unas voces.

–¡Katrina!

–¡Dios mío!

–Hay que llamar al médico.

Sammy se aferró a ella y apoyó la cabecita en su pecho. Su llanto se convirtió en gritos. Desorientada, parpadeó y se encontró ante unos intensos ojos de color ámbar.

–La tengo.

Sintió su cálido aliento en el cuello antes de que la llevara hasta el diván en el que había estado durmiendo hasta pocos minutos antes.

–Siéntese. Tenemos que ver cómo está su cabeza.

–Primero Sammy –insistió ella.

Se sintió aliviada por no estar de pie, a la vez que decepcionada por no contar con la seguridad de sus brazos. Era evidente que el golpe había afectado a su manera de pensar.

El doctor Lambert llegó en cuestión de minutos. La luz se reflejaba en su calva, y unas pobladas cejas blancas enmarcaban su expresiva mirada.

–¿Cómo está nuestro hombrecito esta noche? Tengo entendido que durmió algo antes de que le diera el golpe. Voy a examinarla a usted también.

–Estoy bien, pero Sammy tiene un chichón en la parte de atrás de la cabeza –dijo ella lanzando una dura mirada al príncipe Julian, a quien por fin había reconocido–. Y sí, durmió un par de horas antes de que lo molestaran.

–Vamos a ver si se ha hecho daño.

El médico había acudido cada día a ver a Sammy, así que no intentó apartar al pequeño del regazo de ella. En vez de eso, habló con suavidad al niño, explicándole lo que estaba haciendo y por qué. Palpó su cabeza, examinó sus ojos y oyó su corazón. Cuando acabó de reconocer al niño, hizo lo mismo con Katrina, de nuevo sin apartar a Sammy.

–¿Ha perdido el conocimiento? –preguntó dirigiendo una luz a su ojo izquierdo.

–No.

Katrina se esforzó en mantener su atención en el médico y no en el inquietante hombre alto que, de pie y de brazos cruzados, veía por el rabillo del ojo.

–A punto ha estado –matizó una voz profunda.

El comentario le hizo recordar la sensación de sus fuertes brazos rodeándola. La había sujetado contra su cuerpo, fuerte y cálido. El recuerdo hizo que la sangre corriera más deprisa por sus venas, provocándole palpitaciones que aumentaban su dolor de cabeza.

No le importaba la idea de pasar la noche en la enfermería. Con un poco de suerte, el médico descartaría que aquellas pulsaciones aceleradas se debieran al golpe.

No, aquello era consecuencia de su brillante idea de decirle al príncipe de Kardana que le cortaría la cabeza si despertaba a su sobrino. En aquel momento, lo había reprendido con todas sus ganas. Sammy necesitaba descansar, pero también necesitaba a su familia. Desde que Tessa le informara de que sus padres habían desaparecido, Katrina había seguido el ejemplo del doctor de hablarle al niño y explicarle lo que había pasado y lo que se estaba haciendo para encontrar a sus padres. Eso parecía calmarlo. Aunque tuviera un vocabulario limitado, lo entendía prácticamente todo.

No dejaba de repetirle que su familia iría a recogerlo y que todo saldría bien. Estaría con personas que lo querían, que se preocupaban por él y que harían todo lo posible para que sus padres volvieran.

Por desgracia, Julian Ettenburl no encajaba en aquella estampa. No podía describírsele como atento y cariñoso, sino como una persona fría, contenida e impaciente. Su estoicismo no permitía adivinar lo que sentía, ni tampoco sus finos rasgos ni sus inteligentes ojos marrones. Su hermano era considerado más guapo, al ser rubio y atractivo. Miembro del ejército real, se le tenía por un hombre de acción, acostumbrado a estar al mando. El mundo lo veía como todo un príncipe azul.

Julian era moreno, con rasgos bien definidos. Su actitud era más comedida, una muestra más de su rechazo a acaparar el protagonismo. Para Katrina, el hermano menor era más atractivo aunque menos fascinante. No le cabía ninguna duda de que haría valer todo su poder e influencia para encontrar a su hermano.

–Ambos tienen una pequeña contusión –dijo el doctor echándose hacia atrás sin dejar de observar a Sammy y a Katrina–. Los dos están muy cansados. Les recomiendo un mínimo de veinticuatro horas de descanso.

–¿Puede viajar, doctor? –preguntó Julian, irguiéndose–. El niño puede dormir en el tren.

Katrina se enfadó al oír la pregunta. Sammy se agitó en sus brazos y ella lo acarició suavemente, antes de cubrirle la oreja con una mano mientras seguía acariciándole el pelo con la otra.

–Alteza, comprendo vuestra prisa por volver a Francia y buscar a vuestro hermano, pero el niño está traumatizado. Sabe que sus padres no van a volver.

Sus ojos marrones se encontraron con los de ella. Por la expresión de su mirada, era evidente a quién culpaba. Tragó saliva y se negó a apartar la mirada.

–Sammy está alterado –continuó el doctor–. Los empleados se han esforzado al máximo, sobre todo Katrina, pero el pequeño apenas ha comido y dormido desde que nos enteramos de la noticia. Teniendo en cuenta el golpe que se ha dado en la cabeza, dudo mucho que pueda descansar en el tren debidamente.

–Julian –intervino Bernadette acercándose al príncipe–, tenemos habitaciones preparadas para ti. ¿Por qué no pasas aquí la noche y vemos mañana cómo se levanta Sammy? El primer tren sale a las ocho.

No era necesario mencionar que, si las condiciones meteorológicas persistían, el viaje no sería posible. No hacía falta ser un genio para imaginárselo, y era bien sabido que Julian Ettenburl era muy inteligente. Aun así, habiendo pasado tan solo minutos en su presencia, Katrina se había dado cuenta de que no era una persona sociable. ¿Por qué había tenido que ser él el que fuera a recoger a Sammy?

–Nos quedaremos a pasar la noche –accedió, demostrando cierto sentido común–. Aunque me gustaría tener a Samson a mi lado.

–Por supuesto –dijo Bernadette, dirigiendo una mirada esperanzada a Katrina–. Tu suite tiene dos habitaciones. Pediré que lleven una cuna a la segunda.

–Gracias, eres muy amable.

–Espero que nos acompañes durante la cena. Jean Claude ha estado siguiendo de cerca las operaciones de rescate. Sé que querrá hablar contigo.

–Y yo con él. De hecho, ahora me doy cuenta de que estoy hambriento.

–Entonces, vayamos a cenar –dijo Bernadette tomándolo del brazo y encaminándose hacia la puerta–. Nuestro chef te va a impresionar. Quizá prefieras asearte antes.

–No, está bien –respondió él y dirigiéndose a Tessa, añadió–: Por favor, pida que instalen a Samson en mis aposentos. Preferiría que usted se hiciera cargo de su cuidado –añadió, dirigiendo una mirada crítica a Katrina.

Tessa hizo una reverencia con la cabeza en señal de aquiescencia.

–Desde luego, Alteza.

Ante aquel comentario de reprobación, Katrina sintió que le ardían las mejillas. Se alegró de ver salir de la habitación a aquel insoportable arrogante con la princesa Bernadette.

Se le llenaron los ojos de lágrimas. Tenía que ser el cansancio. No solía dejarse llevar por las emociones. Estaba acostumbrada a tratar con la realeza y trabajaba en un palacio, en donde la arrogancia y los privilegios estaban a la orden del día. Hacía tiempo que había aprendido a no dejar que eso le afectara.

El doctor Lambert la ayudó a levantarse.

–Querida, tiene que irse a la cama. Sea razonable. Por suerte, vive en el palacio. Con esa contusión, necesitará que alguien la vigile durante la noche.

Nada le gustaría más que seguir las indicaciones del médico e irse a su habitación, pero en los últimos días Sammy le había robado el corazón. Le había devuelto la vida. No podría dormir hasta que supiera que estaba bien.

–¿Y Sammy? –preguntó Tessa–. ¿Tendré que despertarle durante la noche?

–Sí, despiértelo y compruebe sus pupilas. Si ve algún cambio o si empieza a vomitar, llámeme.

Tessa asintió y extendió los brazos para tomar a Sammy, que dormía en brazos de Katrina. El pequeño se despertó sobresaltado y esquivó a su niñera. Katrina lo acunó contra su pecho. Él se acurrucó y volvió a cerrar los ojos.

–Llevaré a Sammy a la habitación del príncipe y así me aseguraré de que se quede tranquilo.

Tessa le cortó el paso y la miró por encima del hombro.

–Lo llevaré yo.

A Katrina no se le había pasado por alto cómo la otra mujer había permanecido callada cuando el príncipe la había culpado a ella de falta de sensibilidad por contarle a Sammy que sus padres habían desaparecido. En opinión de Katrina, en aquel momento seguía demostrando el poco sentido común que tenía.

–Me parece que no –dijo rodeando a la mujer.

–Su Alteza ha dejado bien claro que quiere que sea yo la que se ocupe y lleve a Sammy a su habitación.

–Mira, estoy cansada para soportar rabietas solo porque quieras impresionar al príncipe. Ni siquiera está en su habitación. Deja que acueste a Sammy. Las dos sabemos que es más probable que se duerma si soy yo la que lo acuesta.

–Sammy es mi responsabilidad –siguió protestando Tessa.

–Y en un momento te lo entregaré y me iré a la cama. Piénsalo bien. ¿Qué prefieres, que el príncipe Julian encuentre al niño durmiendo o llorando sin parar?

Tessa no respondió al desafío de Katrina porque ambas sabían que tenía razón y se limitó a seguir al ujier que las acompañó hasta la habitación del príncipe Julian.

Daba igual que se enfadara. A Katrina lo único que le preocupaba era Sammy. Le dolía la cabeza y empezaban a arderle los brazos, pero cada vez que miraba aquel rostro inocente y llenó de churretes de lágrimas, sacaba fuerzas. Al final, llegaron a la suite antes de que lo hiciera la cuna y Katrina se sentó en una butaca tapizada en seda azul.

La estancia, un alarde de ostentosa elegancia arcaica en azules y dorados, le recordaba a Katrina por qué le gustaba tanto el palacio. Se respiraba tradición y longevidad entre los muros de aquella residencia. Recordaba haber ido allí siendo una niña, con su padre, y haber pensado que era el lugar más maravilloso del mundo. Se lo había pasado tan bien con los demás niños de la guardería que le había dicho a su padre que algún día volvería para quedarse a vivir.

Hacía tres años que se había mudado allí. Nunca se había imaginado que fuera en aquellas angustiosas circunstancias.

Pero había trabajado mucho y el año anterior se había ganado un puesto en la guardería. Disfrutaba con los niños, especialmente con los gemelos, Devin y Marco. Debido a que era cinturón negro de kárate solían asignarla su cuidado. Los pequeños de tres años eran unos niños traviesos y revoltosos, pero tan inteligentes y cariñosos que era imposible enfadarse con ellos.

Katrina dio una rápida cabezada y se sobresaltó al encontrarse a Tessa ante ella. Parpadeó y vio a través de la puerta entreabierta que habían llevado la cuna.

Perfecto. Lo último que deseaba era encontrarse de nuevo con aquel príncipe obstinado.