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Miguel Albero

 

 

Godot sigue sin venir

 

Vademécum de la espera

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VII PREMIO

MÁLAGA

DE ENSAYO

JOSÉ MARÍA GONZÁLEZ RUIZ

Miguel Albero, Godot sigue sin venir. Vademécum de la espera

Primera edición digital: noviembre de 2016

 

ISBN epub: 978-84-8393-589-7

 

© Miguel Albero, 2016

© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2016

 

La obra Godot sigue sin venir. Vademécum de la espera, fue galardonada con el VII Premio Málaga de ensayo, que fue concedido por unanimidad el 11 de mayo de 2015 en Málaga. Formaron parte del jurado Javier Gomá, Estrella de Diego, Espido Freire, Juan Casamayor (editor de Páginas de Espuma), Alfredo Taján (director del Instituto Municipal del Libro), y, con voz pero sin voto, Manuel González (Secretario del Jurado).

 

Voces / Ensayo 225

 

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Estragón: Vámonos.

Vladimir: No podemos.

Estragón: ¿Por qué?

Vladimir: Esperamos a Godot.

Estragón: Es cierto.

 

Samuel Beckett

 

 

 

 

 

 

Dije a mi alma: Quédate inmóvil y espera

sin esperanza

Porque la esperanza sería esperanza en lo que no

debe esperarse;

Aguarda sin amor

Porque el amor sería amor de lo que no se debe amar.

Sin embargo queda la fe;

Pero la fe, el amor y la esperanza se encuentran en la espera

Espera sin el pensamiento ya que no estás preparada

para él1.

 

T. S. Eliot

1. Versión de José Emilio Pacheco.

I said to my soul, be still, and wait without hope / For hope would be hope for the wrong thing; wait without love, / For love would be love of the wrong thing; there is yet faith / But the faith and the love and the hope are all in the waiting. / Wait without thought, for you are not ready for thought.

I
Prólogo es uno de los sinónimos de espera

 

La espera es el material del que está hecha la vida, la nuestra, la de todos y cada uno de nosotros. Aún antes de nacer, hay alguien que espera nueve meses nuestra llegada, y de hecho, cuando una mujer está embarazada, decimos que espera; mi hija espera gemelos y apenas puede con la panza, me soltó ayer alegre una vecina. Y cuando expiramos, la normativa vigente nos informa generosa que nuestros allegados deben esperar veinticuatro horas para darnos cristiana o laica sepultura, una espera donde intentamos congregar a los seres queridos para hacerla más llevadera; velar, otro sinónimo de esperar, es el verbo específicamente diseñado para mentarla. Y en el intervalo entre esos dos momentos con espera, en eso que hemos venido pomposos a llamar nuestro existir, no hacemos sino esperar, la espera preside regia cada uno de los días de nuestra vida, esperamos ansiosos a que salga el agua caliente en la ducha nada más levantarnos, a que apague de una vez la televisión la vecina del quinto siempre alegre y así poder dormirnos, muchas horas después, a que nos traiga con desgana el camarero la cuenta en el intermedio, a que llegue impuntual el autobús de línea para ir y volver al trabajo.

Y sin embargo, pese a esa presencia abrumadora, nada sabemos de la espera, la sufrimos pacientes, no olvidemos que paciente viene de patere, verbo que describe un sufrir pasivo, la vivimos, vivimos en la espera sin saber muy bien qué es, sin estar preparados para ella, sin haberla estudiado como es debido. No hay nada más presente en nuestra vida, pero nunca nos hemos dedicado a analizarla, a escudriñarla, a entender sus matices, a dibujar sus perfiles, para comprenderla mejor, para apropiarnos de ella. La combatimos, a veces de forma consciente –jugamos a las cartas en el tren esperando la estación de destino– a veces sin darnos cuenta –en la parada de autobús, miramos distraídos a un señor mayor que pasa– pero sin detenernos a pensar en ella. Y eso que la espera es el mejor momento para pensar, es de hecho instalados en la espera cuando pensamos, cuando disponemos de ese tiempo del que carecemos el resto del día, es en la consulta del doctor Cifuentes cuando reflexionamos sobre nuestra pareja, es esperando en el aeropuerto a la bella Dorita cuando le dedicamos un pensamiento a nuestro futuro. Pensamos cuando esperamos, pero nunca pensamos en la espera, como si su presencia fuera tan abrumadora que nos impidiera verla, nos cegara, como si su pegajosa adherencia a nuestra vida nos permitiera llevar la imaginación a cualquier ámbito menos a cuanto nos abrasa, a aquello que tenemos invasor delante mismo de nuestras tristes narices.

Y, pese a que la humanidad ha mejorado, sirviéndose de la técnica, muchos aspectos prácticos de nuestras vidas, aún no hemos dejado de esperar, nadie ha podido privarnos de esa tara. En su día, hace ya muchos años (1953), esperamos a Godot gracias a Beckett, en una obra que causa irritación en quien asiste a verla y, pese a ello, se sigue representando todos los años en algún lugar del mundo. Y eso que molesta, molesta profundamente al espectador, porque la obra no habla de la espera, es espera, y la espera desespera, como reza siempre exacta la sabiduría popular. El hecho cierto y terco es que, después de más de sesenta años, Godot sigue sin venir, como proclama quejica el título de este libro, el personaje principal de esa obra de teatro sigue sin aparecer, y su ausencia, y la espera de quienes lo esperan, siguen irritándonos profundamente. Por eso es hora de ponernos manos a la obra, es hora de diseccionar la espera, de meterla en el laboratorio y ver de qué se compone, de darle la vuelta como a un calcetín para examinar su interior o, si prefieren lo cursi a lo textil, de ahondar en su esencia. Eso pretende el libro que el lector tiene en sus manos, sin más demora, pues hacerle esperar sería una grosería intolerable tratando este ensayo de lo que trata.

Y como reza el subtítulo, esto que leen es un Vademécum de la espera, porque el objetivo es el propio de todo vademécum, que aquí el lector encuentre respuestas a las distintas preguntas que genera la espera, que pueda consultarlo, como el doctor Cifuentes consulta el suyo cuando duda sobre qué medicamento recetarle a la bella Dorita. Y así el doctor puede diagnosticar una seborrea porque lee los síntomas en su vademécum y coinciden con el cuadro que presenta el paciente, el lector de este ensayo puede acudir a este Vademécum si tiene un apretón y quiere saber cuál es la naturaleza de la espera experimentada en ese instante, de la espera que le espera esa misma tarde. Es pues vademécum, pues reúne las dos condiciones para serlo; trata de ser comprehensivo, es decir, de abarcar todas las aristas de la espera, y además es portátil, para que el lector lo pueda tener a mano para consultarlo de improviso. Y también intenta ser vademécum en su sentido más etimológico, pues vademécum en latín es ir conmigo, y el autor pretende ir llevando al lector a adentrase por las distintas facetas de la espera, por sus muchos meandros y carreteras secundarias, sin dejar de abordar ningún matiz, para terminar por llegar a algunas conclusiones sobre la misma, para ofrecer a ese mismo lector algunas pistas que le puedan ayudar a tolerarla mejor, a domesticarla, en todo caso a entenderla.

 

Y no nos demoraremos mucho más, pues en efecto prólogo es un sinónimo de espera, igual que velorio, antesala de algo, paso previo, zaguán, umbral, prefijo. Tan solo nos resta anunciar la estructura de este Vademécum, que empezará con un análisis metódico del objeto de estudio, esto es, de la voz espera y sus variantes, para luego esbozar una tipología de la espera, y más adelante utilizar esa tipología descrita como elemento de navegación, e ir así cubriendo todos sus flancos, uno a uno. En cada capítulo incluiremos un ejemplo para ilustrar esa espera, y al final, tras abordar el estudio de los instrumentos de la espera, aperos de labranza de esta actividad sin actividad, nos atreveremos con una teoría de la espera, con algunas premisas imprescindibles, y con alguna recomendación para evitarla, también para combatirla. Y ahora, nada de esperar, leer y pasar página es lo que toca.

II
Definición: de qué hablamos cuando hablamos de espera

 

 

 

Sin el tiempo, esa invención de Satanás, sin ese que llamó mi maestro engendro de Luzbel en su caída, el mundo perdería la angustia de la espera y el consuelo de la esperanza. Y el diablo ya no tendría nada que hacer. Y los poetas tampoco.

Antonio Machado

 

Los vivos son más exigentes, los muertos pueden esperar.

Primo Levi

 

Afortunado es el hombre que tiene tiempo para esperar.

Pedro Calderón de la Barca

 

Esperar es desmentir el futuro.

E. M. Cioran

 

Presente del pasado es la memoria; presente del presente la visión; presente del futuro es la espera.

San Agustín

 

¿No hemos tenido a menudo la conciencia de haber dispersado la unidad de nuestra vida en una multitud irrisoria de esperas?

Nicolas Grimaldi

 

 

 

1. No conviene esperar para definir la espera

 

Definir la espera es esencial para este Vademécum, porque, si va a acompañar al lector para que lo consulte, tiene que saber qué encontrará aquí y también qué no encontrará. No puede, o al menos no debe, acudir a él para buscar un medicamento contra la tos, y por eso es preciso que le indiquemos que este Vademécum no contiene medicamentos sino esperas. Y se hace especialmente necesario para nuestros fines, porque así como en el caso de los medicamentos, cuando hablamos de ese término tenemos todos una idea clara de su significado (algo que cura), dentro de una multiplicidad de cosas a las que podemos dar semejante nombre, al mentar la espera tendemos a confundirnos. Y no solo porque, como veremos, nuestro querido idioma utilice el mismo verbo para la espera y la esperanza, también porque, en otros idiomas donde no se produce esa confusión, se habla de la espera para designar cosas muy distintas. Por eso se impone que, parafraseando el título de un libro de Raymond Carver, aclaremos de qué hablamos cuando hablamos de espera, es decir, acotemos lo más posible nuestro ámbito de estudio.

Para esta tarea de delimitación semántica, el uso que los hablantes hacemos de la voz espera no resulta de gran ayuda, pues el diccionario de la RAE recoge hasta ocho acepciones de la misma. Y eso que, como sustantivo, espera es voz relativamente reciente, porque antes, así lo sostiene el Covarrubias, era solo otra forma de escribir esfera, sin ninguna diferencia semántica con esta. Pero hoy, en un alarde de polisemia, la espera ha ampliado sobremanera su significado, y es a la vez una acción, dos plazos, una cualidad, un lugar, dos objetos y dos técnicas. Nada más y, por supuesto, nada menos.

–La primera acepción es la que servirá para nuestros fines, pese a que el diccionario se limite muy parco a afirmar que es acción y efecto de esperar, y nos remita por tanto al verbo esperar, en una de sus tretas habituales para ahorrase explicaciones. Porque, si quieres saber qué es el canto, no te basta una única consulta, deberás seguir usando el diccionario, como si cobraran por cada gestión, porque lo que va a decirte cuca la primera definición es que canto es la acción de cantar. Menuda guasa, aunque esta vez esa remisión no tiene ninguna gracia, ya que nos sitúa, como veremos, en el centro mismo de la confusión.

–La segunda acepción es judicial y se refiere al plazo o término señalado por un juez para ejecutar algo. Sin duda esta variante sí tiene que ver con la espera tratada en este Vademécum, en concreto sería una espera cierta frente a la espera incierta, y una espera que es más ajena que nuestra, esto es, más de la causa en cuestión que del ciudadano. Nos esperan un tiempo más para que presentemos alegaciones, eso es el plazo, luego es, en efecto, el juez o la causa quien espera, nosotros no. Esta acepción es prima hermana de la octava del diccionario, aplazamiento que los acreedores acuerdan conceder al deudor en quiebra, concurso o suspensión de pagos. Aquí se trata de la llamada espera angustiosa, pues tiene toda la pinta de que, después de esa espera, vas a terminar desahuciado, te están dando un poco de cuartelillo, pero con plazo fijo, así que esta es una espera concebida como antesala de lo peor.

–La tercera acepción se refiere a una cualidad, pues se nos anuncia, para nuestro pasmo, que la espera es calma, paciencia, facultad de saberse contener y no proceder sin reflexión, virtudes todas relacionadas en efecto con la espera, con una forma de espera que no sea desesperada. Y es que, en nuestras vidas, nos hemos topado con muchas situaciones donde la espera es precisamente lo contrario a la calma, es más bien el sinónimo de la impaciencia. Esta acepción presenta también sus variantes, como cuando se aplica por metonimia a todo hombre que tenga esas cualidades, y así, el Caro y Cuervo recoge la expresión ser hombre de espera, y nos la ilustra aclarando que semejante hombre es aquel de ánimo varonil y de grande corazón, que no se inmuta fácilmente y que tiene madurez y prudencia. La verdad es que esta tiene su gracia, recuerda al arranque de la Constitución de Cádiz, donde los españoles eran todos justos y benéficos, porque, fíjense si es importante saber esperar, que si uno cumple, ya dispone por el mismo precio de ánimo varonil, cualquiera que sea semejante cosa, y de grande corazón. Vamos, que, si sabes esperar, eres el yerno ideal, mucho mejor eso que una carrera y seis idiomas.

–Y cuando la espera es un lugar, entonces designa el puesto para cazar esperando a que la caza acuda espontáneamente o sin ojeo. Esta es acepción hermosa, porque convierte a la espera en lo contrario de lo que pensamos que es, pero en realidad define mejor que nada cuanto es. Me explico; como luego veremos, la espera está hecha de tiempo, tejida de tiempo, por emplear el verbo de Penélope. Pero que defina por metonimia también un lugar, el lugar donde se espera, es casi la mejor metáfora de la espera existencial, es decir, de la espera de nuestras vidas. Ahí te quedas, paradito, quieto parado, esperando a que pase el corzo o las oportunidades, el jabalí o el golpe de suerte que te hará ascender en la escala social, el venado o la novia que siempre deseaste y siempre te rechazó. Y ahí está, delante tuyo, tu misma vida, en ese lugar, es desde esa atalaya desde donde observas cómo transcurre la vida, cómo los demás se divierten. Podríamos, incluso, aventurar una definición de la vida tomando esta espera como referencia: la vida es lo que sucede ahí afuera mientras tú esperas aquí parado, para corregir esa definición fantástica de Lennon, quien nos avisaba informado que la vida es lo que te sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes.

–Y junto con ese lugar genérico, que es también una técnica, la rama de la caza donde quien se mueve es el cazado y no el cazador, desde donde las ves venir, en muy bella expresión castellana, es también un lugar concreto, un municipio de Cádiz de cuatro mil habitantes, para ser más precisos, habitado, como nos informan diligentes en la web del ayuntamiento, desde la más remota antigüedad, para que nos demos cuenta que esto de la espera no es algo de ahora, es más bien de siempre. No me dirán que no es hermoso, nacer en Espera, ser de Espera, vivir en Espera, morir en Espera. Lo hacemos todos, todos quienes vivimos en otras latitudes y en otros tiempos, pero los ciudadanos de Espera lo practican además con orgullo, y de paso y por el mismo precio veneran a la Virgen de la Soledad. Soledad y Espera, qué bonita combinación, qué dichosa coincidencia, porque es en soledad donde la espera es pura, donde no se distrae con conversaciones, ni se mata el tiempo con partidas de mus, ni se comparte con otros que esperan, en ese terrible mal de muchos, consuelo de todos los tontos. En la espera por definición hay soledad y en Espera la tienen y la veneran, seguro que, sí vas en Semana Santa, la ves pasear por sus calles, o mejor, por ser otra vez más precisos, la ves aparecerse por esas mismas calles.

–Y de las otras acepciones, también es bella la que alude a un cañón, especie de cañón de artillería usado antiguamente, porque el cañón es una metáfora perfecta de la espera, tú me atacas, yo no pienso moverme, no está en mi adn el moverme, aquí te espero, ven por tierra, mar o aire, que verás lo que te espera. Y el término carpintero, o mejor dicho, la acepción relativa a la carpintería, también es otra metáfora preciosa, algo que no termina, que no llega al otro extremo, como las esperas de las pesadillas kafkianas, que no acaban nunca, pues siempre están buscando ese extremo que nunca alcanzarán. Escopleadura que empieza desde una de las aristas de la cara del madero y no llega a la opuesta. Así se define esa espera carpintera, y estarán de acuerdo en que se trata de una maravilla de definición. Aunque, la verdad, todos los términos de carpintería son una maravilla, basta hacerse con un glosario de esta disciplina tan antigua para encontrar nombres sonoros y preciosos, cuyas definiciones a su vez incluyen otros nombres no menos sonoros y no menos preciosos, que tampoco entendemos, y así hasta donde ustedes quieran o, más bien, hasta nunca, y así, de esta forma, ellos tampoco terminan, como la escopleadura nunca alcanza el otro extremo.

 

 

2. Esperar no es esperar,
orígenes de una nefasta confusión

 

Y es cuando espera es la acción de esperar, cuando empieza la confusión, una confusión que no ha terminado en nuestros días. Porque, pese a que André Gide escribe en su diario qué lengua tan bella es la que confunde espera y esperanza, al ver en una estación del Marruecos español un rótulo anunciando que esa estancia era una sala de espera, no hay en verdad confusión en ambos términos, la confusión no se da en el sustantivo sino en el verbo, y se produce porque, con ese mismo verbo, esperar, aludimos a dos cosas bien distintas. El diccionario de la RAE nos da las siguientes acepciones de esperar:

 

1. Tener esperanza de conseguir lo que se desea.

2. Creer que ha de suceder algo, especialmente si es favorable.

3. Permanecer en sitio adonde se cree que ha de ir alguien o en donde se presume que va a ocurrir algo.

4. No comenzar a actuar hasta que suceda algo.

5. Dicho de una cosa: ser inminente o inmediata.

6. Poner en alguien la confianza de que hará algún bien.

 

Si concentramos esas acepciones en dos, están las que son sinónimos de aguardar, es decir, aquellas donde el sustantivo sería la espera, y están las vinculadas a la esperanza, como la primera, tener esperanza de conseguir lo que se desea. Y la confusión surge en el mismísimo origen, porque las tres voces, esto es, esperar, espera y esperanza, provienen de spes, el mal que contenía la caja de Pandora y que hemos venido a denominar esperanza, aunque a lo largo de este Vademécum tendremos algo que decir al respecto. Pues bien, de esa raíz indoeuropea, los demás idiomas romances derivan el verbo esperar de esperanza y el sustantivo esperanza, pero no el verbo esperar de espera, ni el sustantivo espera. Espérer y sperare, en francés e italiano, significan los dos esperar de esperanza. La misma palabra, esperanza, tiene ese mismo origen, espoir y speranza, y sin embargo, los dos utilizan otro verbo latino para definir el esperar de espera, attendre en francés, attendere, en italiano y es ese el verbo del que proviene el sustantivo espera; l’attente y l’attessa. De esa misma raíz es nuestro atender, cuyo sustantivo es atención, y hoy, todavía, los diccionarios dan como acepción de atender la de esperar de espera, aunque la realidad es que ya no se usa, si yo te atiendo, me ocupo de ti, no te espero. Yo no te atiendo el domingo en casa para una paella, te espero en casa, luego, una vez que te presentes, tarde como casi siempre, ahí sí te atenderé, ofreciéndote una cerveza fría nada más llegar. Si buceamos en el pasado sí encontramos que antes era así, porque el Corominas nos informa que, en efecto, en la Edad Media, atender tenía ese significado de esperar de espera, pero hoy ya no estamos en la Edad Media, y ese significado se ha perdido; ¿por qué?, ¿dónde?, ¿en qué momento en nuestra lengua atender deja de ser esperar mientras que en francés y en italiano pasa a significar eso y solo eso?

 

Esas son, sin duda, preguntas para los lexicógrafos, pero constatemos el dato, perdimos al verbo atender para la causa. Hay una curiosa casualidad, que quizás no lo es, pues nos informa de esas secretas conexiones entre las distintas lenguas, y es la palabra waiter en inglés, cuyo origen es completamente distinto al de atender. To wait es esperar de espera y de ahí sale el sustantivo waiter, que, no es tanto el que espera, como el que te pone las copas, esto es, el camarero. Y qué hace un camarero sino atenderte, me llamo Jessica y yo les voy a atender hoy, te sueltan en los restaurantes americanos, para que sepas que el waiter atiende, que su función es precisamente atenderte, y sobre todo para que le des una buena propina, si no quieres que te recuerde que es de eso de lo que vive.

Y si atender pierde la batalla, otro verbo castellano la libra de forma victoriosa, pero desgraciadamente no consigue quitarle a esperar su otra acepción, es más, queda relegado frente a este. Victoria pírrica por tanto la de aguardar, ese es el verbo, verbo claro como los días sin nubes, verbo derivado de warda, acto de buscar con la vista, que en italiano y en francés terminan manteniendo esa primera acepción (guardare y régarder equivalen a nuestro mirar), pero que en español adopta la forma de esperar que nos conviene, la de esperar de espera, esto es, esperar a que llegue alguien o algo o a que suceda algo, la misma descripción de la variante de la espera de esperar. Así que, paradójicamente, el verbo que le corresponde al sustantivo espera, no es esperar sino aguardar, porque ese aguardar no genera un sustantivo, al menos uno que se ajuste a la definición, más bien guarda tiene el significado de custodia, de echarle un ojo, es decir, de mirar, a algo o a alguien. Y es bello el origen de ese aguardar, sin duda para la definición que luego daremos de la espera encaja bien, ese acto de buscar con la vista es hermoso, aquí te aguardo, inalterable yo, miro al horizonte, sé que en cualquier momento vas a aparecer, estoy esperando a que aparezcas, mi vista te busca activa, mi cuerpo te espera inmóvil.

Así que, disponiendo de dos vías posibles; una, atender, la compartida por las otras lenguas romances, y otra propia, aguardar, el verbo esperar gana invasivo la batalla final, cuando es aquel que más genera confusión, el menos apropiado. Pero, ya lo saben, esto de las lenguas sí es democrático de verdad, porque los dueños de las mismas son los hablantes y estos hacen con ellas cuanto les viene en gana. Porque, si obedecieran a la lógica, si estuvieran diseñadas para evitar la confusión y perseguir la precisión, lo normal es que yo dijera te aguardo hasta que regreses (o mejor, te guardo ausencias), pero si lo hago se me entenderá pero pareceré cursi y afectado. Aquí te espero, no tardes, eso diré y no otra cosa.

Si buscamos en nuestro propio pasado, veremos cómo la confusión que ahora analizamos, entre espera y esperanza, antes no se daba necesariamente. Y es que, como nos lo revela el Corominas, había una variante, asperar, distinta de esperar. Asperar está difundida en el castellano antiguo y clásico… el sentido de asperar era casi siempre aguardar (no «tener esperanza») como sí define con precisión Juan de Valdés, aunque este reconoce que vulgarmente había confusiones. Así que, ya ven, el problema viene de lejos, pero qué rabia que se perdiera esa distinción, rabia compartida por el propio Corominas, pues afirma: Lástima grande que la lengua literaria haya renunciado a esta útil distinción.

Y la referencia que nos procura es Juan de Valdés y su fantástico Diálogo de la Lengua, donde, como saben, se dedica a rebatir a Nebrija punto por punto y con tanto ahínco como si le debiera dinero. Él es quien establece este pequeño y maravilloso matiz, que sin duda hubiera ayudado a resolver los problemas. Porque, antes de esa victoria final de esperar, existían dos verbos distintos, asperar y esperar, cuyo significado no era el mismo. Escuchemos el diálogo de Marcio y Valdés, para así disfrutar también de ese lenguaje de otro tiempo, de esa tan hermosa forma de hablar:

 

Marcio.– Bien me contentan estas reglas. Pero decidme: ¿haréis alguna diferencia entre asperar y esperar?

Valdés.– Yo sí, diciendo asperad en cosas ciertas, y esperad en cosas inciertas, como vosotros usáis de aspettar y sperar, y así digo: aspero que se haga hora de comer y digo: espero que este año no avrá guerra. Bien sé que pocos o ninguno guarda esta diferencia, pero a mí me ha parecido guardarla por dar mejor a entender lo que escribo.

Pacheco.– Yo tan nunca guardé esta diferencia, ni la he visto guardada.

Marcio.– No os maravilléis, que ni aun en los dos vocablos italianos la guardan todos; es bien verdad que la guardan los que la entienden, y así me parecerá bien que en los dos vocablos españoles la guarden también los que la entienden, de manera que el que lee entienda qué ha de entender por esperar, qué por asperar, y qué por confiar; los cuales tres vocablos por el ordinario confunden los que escriben. Y pues esto está bien dicho, decidme: ¿cuál es mejor escribir cien sin t o cient con t?2 

 

Luego hubo un tiempo feliz donde, si esperabas, era solo en el sentido de esperanza, espero que vuelva mi novia, eso no deja de ser un desideratum, sé muy bien que puede no regresar y, como es una espera incierta, uso el verbo esperar. Pero si espero en la cola del súper, entonces digo que aspero, que aguardo vaya, y no utilizo el verbo esperar, porque tengo la certeza de que, después de la señora de rizos que se ha comprado entera la cosecha de Málaga Virgen, me atenderán a mí. Y Valdés le dice a Marcio que, como en italiano, aquí también disponemos de esa diferencia entre aspettare y sperare. Aunque, desgraciadamente, eso ya no sucede, si escribo aspero el corrector de textos rectificará y lo convertirá en un adjetivo, áspero, y asperar será aspirar, así que, por hacer un juego de palabras, aspiro áspera la derrota de asperar, esperar se ha impuesto por la mano, probablemente porque desde el punto de vista fonético, los dos verbos eran demasiado parecidos, y uno se llevó el gato al agua. Y es esa una victoria que no sale gratis, pues implica que los hispanohablantes esperemos esperando, es decir, somos los únicos que esperamos quietos, que anhelamos algo desde nuestro puesto de espera; yo aquí me quedo, aguardando, mirando el horizonte, esperando a que venga mi novia o el Espíritu Santo, desde luego no voy a ir a buscarlos. Espero.

Pero esa terrible confusión, que parece no contener en sí misma nada bueno, que nos convierte por mor del lenguaje en un pueblo pasivo y acomodaticio, nos permite sin embargo elucubrar, una elucubración que no podríamos hacer en otro idioma y en la que ahondaremos al final de este libro. Porque la espera proviene de la spes que estaba en la caja de Pandora, de esa caja salió o en esa caja estuvo. Y dejamos enunciada la hipótesis para que vayan reflexionando sobre ella. Ahí va. Si lo que había en la caja de Pandora eran males, si la caja se rompe o se abre la jarra (porque más que caja es un jarrón) y solo se queda la spes. ¿Quiere eso decir que la esperanza es un mal?, ¿no es más bien una suerte de psicotrópico que los dioses nos brindan generosos para soportar los otros males? No te preocupes chaval, aunque seas de un lugar rico en desastres naturales y además formes parte de los pobres, y por si eso fuera poco hayas nacido con problemas, y, para más inri, además te hayan abandonado en la mismísima calle, siempre te queda la esperanza, la esperanza es lo último que se pierde, ¿recuerdas? ¿Es entonces, insisto, un mal? ¿No parece más bien un remedio, aunque sea un placebo? Y, si no lo era, entonces siguen las preguntas, porque entonces la duda asola; ¿qué hacía en esa caja que no era caja?, y aquí la última duda, esa que desde el principio quiero formular y no me atrevo: ¿no sería la espera el mal al que nos condenaron los dioses, la que estaba, ella sí, mal como todos los males, en esa caja, que de nuevo tendré que decir que no lo era?

Pero volviendo a la definición, está claro que hoy tenemos que acudir a esperar para explicar la espera, aunque ahora nos aventuremos a dar nuestra propia definición. Y de las acepciones incluidas en el DRAE, hay dos, permanecer en sitio adonde se cree que ha de ir alguien o en donde se presume que va a ocurrir algo, y No comenzar a actuar hasta que suceda algo, que contienen el significado de espera que vamos a analizar aquí. Las dos son sinónimos de aguardar, y en ellas se incorpora un elemento necesario de la espera, su carácter estático, aunque le falten otros.

 

 

3. Tiempo, tendencia, conciencia,
tres elementos para una definición

 

Pero, como casi siempre, los diccionarios nos defraudan con sus definiciones, nos dan pistas pero no terminan de delimitar el concepto. Por ello nos aventuraremos a elaborar una definición propia, y habrá que empezar por afirmar que, la espera analizada en este Vademécum, es espera hecha de tiempo, fabricada con tiempo. Y por eso, para explicarla, nos sucede lo mismo que con el tiempo, eso que afirmaba san Agustín, tantas veces repetido: si nadie me lo pregunta, lo sé, pero si trato de explicárselo a quien me lo pregunta, no lo sé. Y como lo que pretendemos es precisamente tratar de explicarlo, deberemos acudir a los elementos constitutivos de la espera. Para ello, beberemos de uno de los filósofos que en nuestro tiempo más se ha ocupado de ella, Nicolás Grimaldi, profesor de la Sorbona nacido en 1933 y autor del libro Ontologie du temps, l'attente et la rupture3 (Ontología del tiempo, la espera y la ruptura), de donde hemos sacado esa cita genial que abre este capítulo y que bien podría aplicarse al conjunto de nuestras vidas: ¿No hemos tenido a menudo la conciencia de haber dispersado la unidad de nuestra vida en una multitud irrisoria de esperas? Grimaldi, además de este libro, le dedicó un artículo monográfico y extenso a la espera, que con el título Esbozo de una metafísica de la espera4, contiene las claves que nos ayudarán a descifrarla.

El primer elemento de la espera es el más evidente y ya lo hemos mencionado nada más empezar: la espera está hecha de tiempo, es la distancia en términos temporales entre lo que va a pasar y cuando pasa. Pero, para entenderla, es preciso ver los otros dos elementos que la conforman, sin ellos la espera no sería lo que es. No nos detendremos demasiado a hablar del tiempo, por ser jardín con horas donde uno puede perderse con facilidad, pero sí conviene dejar algunas cosas claras para nuestros fines. Los filósofos, para variar, no se han puesto de acuerdo a la hora de abordar este asunto, aunque, por simplificar mucho, diremos que los hay que ven el tiempo como algo puramente objetivo, y quienes lo ven como algo subjetivo. Entre los primeros, encontramos en la más antigua Antigüedad a Aristóteles, que lo define en su Física como la medida del movimiento respecto a lo anterior y posterior. La misma idea comparte, mucho más tarde, Newton, una concepción del tiempo que, en su caso, no solo es objetiva sino absoluta, pues en sus Principia afirma: el tiempo absoluto, verdadero y matemático, por sí mismo y por su propia naturaleza, fluye uniformemente sin relación con nada externo.

Frente a este concepto objetivo de tiempo, hay otro subjetivo e intimista, que arranca con el aquí ya citado san Agustín, quien no lo vincula, como Aristóteles, al movimiento, sino al alma. Y de ahí, y sin pasar por la casilla de salida, pasamos a Kant, quien afirma rumboso que el tiempo no existe como realidad exterior al hombre, sino que es tan solo una percepción propia del hombre. Como ven, nociones aparentemente irreconciliables. Y, después de todos ellos, como si esto fuera un club de la comedia y fueran saliendo cada uno al escenario a soltar su teoría, llega Bergson, que, para complicar las cosas, divide el tiempo entre lo que él llama numerado, mezclado con el espacio, y el puro, que es duración interna. En fin, como anunciaba, este es jardín donde es fácil perderse, aunque sí encontramos en las distintas teorías elementos útiles para entender la espera. Y es que, el asunto es complejo, pero la simplificación (nos falta tiempo para hablar del tiempo) nos informa de la existencia de dos tipos de tiempo; el cronológico y el subjetivo, o, dicho de otra forma, el cosmológico y el psicológico. El primero es aquel tiempo medible con un reloj, el tiempo que llamaremos objetivo, pues no depende de nuestro estado de ánimo, es independiente del hombre. El segundo es psicológico, porque, al revés, depende de nuestra propia experiencia, es nuestra experiencia del tiempo, la manera que tenemos de vivirlo. Ya veremos, al estudiar el reloj como instrumento de la espera, cómo la manera de medir el tiempo ha variado en la Historia, pero lo relevante ahora es fijar esta diferencia básica entre esos dos tiempos; el uno sería universal, el otro sería personal.

Pues bien, apuntados estos dos grandes tipos de tiempo, diremos que en la espera los dos entran en escena, pero uno es el que la define. Porque hay una espera objetiva, el doctor Cifuentes me ha tenido treinta y dos minutos esperando, pues me citó a las cuatro y acabo de entrar en la consulta a las 4:32. El tiempo de mi espera ha sido pues de treinta y dos minutos, tiempo medible, objetivo. Sin embargo, mi espera será distinta en cada ocasión, porque el tiempo subjetivo entra en juego, porque, en mi vivencia personal, esos treinta y dos minutos pueden haberme parecido un siglo, si estaba solo, aburrido en la sala de espera y además angustiado porque llegaré tarde a la cita con la bella Dorita, o puede haberme parecido un segundo, si estoy relajado, me he encontrado con mi amigo Paco, al que hacía tiempo que no veía, y hemos estado hablando de la mar y de todos los peces, por cierto en esa sala de espera hay una pecera con ejemplares pequeños de muchos colores. Luego, en la espera, los dos tiempos tienen cabida, y así podemos hablar de una espera objetiva (cosmológica ya nos parece demasiado) que son esos treinta y dos minutos medidos por mi propio reloj de pulsera, y una espera subjetiva, mi personal e intransferible vivencia de esos treinta y dos minutos. Nuestra espera, por el elemento de conciencia luego analizado, es más la espera subjetiva, esperamos porque vivimos esa espera, por eso esperar desespera. A lo largo de este Vademécum veremos cómo hay elementos que alargan esa espera subjetiva y otros que la acortan, cómo las distintas esperas inciden en esa espera subjetiva, cómo la modulan. Pero terminemos por afirmar lo obvio, sin tiempo no hay espera. Si el doctor Cifuentes me atiende a las cuatro, no existe espera ni subjetiva ni objetiva, más bien una muy inusual puntualidad, que me lleva a pensar que le debe estar fallando la clientela, pues nunca espero menos de cuarenta minutos. ¿Será que hay ahora otro médico mejor que él?

El segundo elemento nos lo propone muy bien Grimaldi en el artículo mencionado, y lo hace además en la primera frase: Al haber definido la naturaleza como marcha hacia sí misma, el alma como entelequia y la entelequia como principio de la vida, Aristóteles anticipaba las observaciones de todos los biólogos modernos: la vida es tendencia. Aquí, en esa negrita que en el texto original de Grimaldi es cursiva, está la segunda clave para entender la espera. En efecto, la naturaleza es tendencia, y toda célula tiende a reproducirse; o, si lo prefieren, la naturaleza, y nosotros en ella, es dinámica y no estática, tiende a moverse, y el hombre también, desde que era cazador y se levantaba con el sol para ir en busca de alimento, solo se quedaba quieto para descansar. Luego, si tendemos a movernos, quedarnos quietos es algo no natural, o, por lo menos, aquel gesto del hombre que menos tiene que ver con la naturaleza. Esperar es no actuar, es exactamente lo contrario, porque, aunque entre los tipos de espera figure la espera activa, a veces esa actividad misma es la que evita la espera, la que la excluye. La espera sería por tanto el tiempo pasado sin actuar, aguardando que algo ocurra. Volvamos a los ejemplos, pues a veces sirven para explicarnos a nosotros mismos. Si estoy en el frente de batalla, no estoy esperando a que la guerra termine, estoy luchando para que termine. Espero que termine, es decir, tengo esperanza de que acabe, pero no estoy esperando a que termine, aquí la preposición lo cambia todo.

Cernuda, en su libro Variaciones sobre tema mexicano, describe algo relacionado con esta característica del hombre que es la tendencia. En su contemplación de la realidad mexicana, Cernuda, quien no olvidemos venía de vivir en Inglaterra, comprueba cómo el hombre mexicano sabe estar quieto, como si llevara esa quietud en el adn, mientras el anglosajón es cazador, no sabe estar quieto, solo sabe moverse. Ahí el clima cambia a la gente, también otras muchas cosas, como la cultura. Basta ver la diferencia, por ejemplo, entre una ciudad como Nueva York y cualquier capital africana, pongamos Dakar, en la primera todo el mundo llega tarde, todo el mundo se mueve; en la segunda, parece como si nadie se moviera, quien está en la calle en la primera está de paso a algún sitio, no espera, quien ocupa numeroso las calles de Dakar, parece estar esperando, esperando algo que, por cierto, nunca llega. «Dignidad y reposo» es el título del epígrafe donde aparece esta reflexión de Cernuda:

 

En tierras anglosajonas las gentes no saben reposar, ni sus cuerpos adaptarse naturalmente al descanso. En cambio, aquí las actitudes de reposo son naturales a los cuerpos, tan naturales que hasta en los lugares peores pueden adaptarse con la gracia mejor5.

 

Si extrapolamos esta afirmación a la espera, afirmaríamos entonces que hay pueblos más proclives a la espera, porque son menos tendencia que otros, pero no negaríamos la mayor, esto es, la espera está hecha de esa negación a la tendencia, de ese ir contra la naturaleza humana, léase contra la naturaleza a secas.

Así que uno de los elementos determinantes de la espera es ir contra esa tendencia humana, aunque no llegamos a coincidir con algunas de las definiciones brindadas por los diccionarios que exigen la inmovilidad total para la espera, y la limitan al que no se desplaza de un lugar y aguarda a otro que llegue. Eso mismo te recomendaban las madres si te perdías en la feria, quédate en un sitio sin moverte, que mamá te encontrará, no salgas corriendo, porque entonces nunca sabré dónde estás. Pero sí será fundamental que la actividad principal sea esperar, que allá donde estemos, en un mismo lugar o moviéndonos, nuestro principal afán, si no el único, sea aguardar algo o a alguien. Aunque en la mayoría de los casos, ya sea por voluntad propia –la Penélope que guarda ausencias– o porque nos obliguen a ello –cualquier preso que en el mundo ha sido– la espera será inmóvil, inmóviles estamos en la sala de espera del doctor Cifuentes, si decidimos marcharnos a comprar merluza a la pescadería de abajo, entonces habremos roto la espera, puede que además y por el mismo precio hayas perdido la vez en ese reputado dermatólogo. En conclusión, para que haya espera es imprescindible el carácter estático de esa actividad, valga la contradicción, esperar es en efecto una actividad que se define por su carácter estático, así como volar tiene metido el dinamismo en las entrañas.

El tercer elemento de la espera ya no está relacionado con la naturaleza sino únicamente con el hombre, es precisamente aquello que lo distingue del resto de ella, la conciencia. El hombre es consciente de esa espera, así como la vida es tendencia, la espera es la misma tela de la conciencia, nos viene a decir Grimaldi, en bella imagen, una imagen que necesita ser aclarada. O por decirlo más nítidamente y con menos metáforas, el hombre espera y además es consciente de esa espera, o mejor, espera porque es consciente del transcurrir del tiempo, y es consciente de estar aguardando, sabe que está esperando, por eso espera. Cuando estoy esperando el autobús para ir a ver a la bella Dorita, si he llegado puntual y este tenía que aparecer a las 6:30 y no aparece hasta las 7, eso treinta minutos son estrictamente minutos de espera, minutos donde yo, al ser animal y por tanto parte de la naturaleza estoy contraviniendo mi natural tendencia a moverme. Y además, soy consciente de que estoy esperando, tan consciente que sé que el autobús llega tarde, y me he cabreado y no poco por eso, porque si el autobús llega tarde, yo llegaré tarde a ver a Dorita, ahora me esperará ella. Luego, como veremos, los matices de esa espera son infinitos, pues, puede darse, en efecto, por algo nimio o por algo existencial, y puede ser además algo angustioso, como en el caso de esa breve espera que me hará llegar tarde, aunque no trágico, Dorita siempre ha sido una mujer comprensiva. Y será algo realmente trágico si me espera la horca, y algo positivo si esa espera es el resultado de una estrategia deliberada, porque el director de la película ha querido ponerme en suerte para que aprecie mejor una determinada escena. Pero, en todos esos tres casos, se cumplen esos tres elementos, la espera estará hecha de tiempo, será algo antinatural para mí, porque como soy naturaleza soy tendencia, y seré consciente de ello. Puedo, eso sí, hacer como que no me entero, como ese presidente latinoamericano que afirmaba sin pudor que él nunca llegaba tarde a los sitios, porque cuando se presentaba en un acto, aunque fuera diez horas después de la hora prevista, el acto no había comenzado, y es que los pobrecitos estaban esperándolo a él.

Convengamos pues que, sin conciencia, no hay espera. En su libro La espera6, una de las pocas monografías consagradas a nuestra causa, Harold Schweizer, le dedica un capítulo a lo que llama los encantamientos de la espera, citando el ejemplo de Ulises al principio de la Odisea, varado en una isla boscosa, en medio del mar, ajeno al mundo de los mortales, preso del placentero trance de lo atemporal, espera que su Historia empiece. Y más adelante añade: al convertirse en encantamiento, la espera queda inmersa en un tiempo atemporal, como las olas, el ritmo, la melodía. Pues bien, según los parámetros de este Vademécum, cuanto allí sucede no es una espera, y, como ya tendremos ocasión de analizar más adelante, su libro, pese a tener muchas virtudes y una notable capacidad de análisis, parte de un concepto de espera distinto al nuestro. Porque, en el encantamiento se pierde precisamente la condición de la conciencia, el príncipie azul o la Bella Durmiente, que están tumbados esperando que les bese Blanca Nieves o una rana para salir del encantamiento, no esperan en puridad, pues no son conscientes del tiempo, luego no pueden esperar. O, para expresarnos con precisión, el cuerpo de Walt Disney aguarda congelado al futuro inevitable para ver si este lo devuelve a la vida, pero Walt Disney no espera el pobrecito, la muerte lo ha liberado de esa tara. Porque la espera es una condición humana, no nos olvidemos, de los hombres vivos, añadiremos para el caso anterior, y lo demás es metáfora, las plantas esperan la llegada de la lluvia, pero no en la espera que describiremos aquí. Si llueve, vivirán, e incluso lo celebrarán espléndidas con flores a María y, si no llueve, morirán, secas se quedarán en un par de días, marchitas flores que fueron otrora hermosas, pero no pueden ser pacientes, porque no son conscientes de cuanto les pasa. Ellas están, nosotros esperamos.

Así que podemos, emulando a Grimaldi, esbozar, no ya una metafísica de la espera, para no ponernos demasiado estupendos, pero sí una definición de la misma, que estará basada en esos tres pilares.

 

La espera es el tiempo que media entre el momento en el que yo soy consciente de algo que puede o debe suceder, y aquel donde la posibilidad se concreta, tiempo en el que mi actividad principal será aguardar ese instante, velar por su llegada.

 

 

4. Vecindades molestas, términos
que colindan con la espera

 

Y para terminar con la acotación de la espera, una muy breve mención a los términos que colindan con ella, a sus parientes cercanos, que no coinciden en todo, pero sí la matizan. Con la esperanza ya nos hemos ensañado suficiente, aunque tendremos ocasión de decir más, pues si implica creer que va a suceder algo, y la espera es aguardar a que ese algo suceda, hay en nuestra tipología de la espera una espera esperanzada, para no salir del todo de la confusión.

La paciencia es un concepto que, sin duda, está ligado para siempre con la espera, y se define como la actitud que lleva al ser humano a poder soportar contratiempos y dificultades para conseguir algún bien. Es, pues, el remedio más casero para la espera, un sufrir pasivo, pues paciencia viene, como ya hemos visto, de patere, que en latín es eso, sufrir de forma pasiva, tolerar, aguantar, vaya. Si tengo que esperar y dispongo de paciencia, pues aguanto mejor la espera, pero ya les adelantamos que no es una de nuestras recomendaciones, pues recomendar paciencia al que espera es como recomendar ayunar al hambriento, una estupidez, y además una afrenta.

Sorpresa es otro término que tiene que ver con la espera, porque, al final de esa espera, se puede dar, o un cumplimiento de la misma, es decir, aquello por lo que espero finalmente sucede, o una sorpresa, un elemento inesperado, aquello por lo que espero no sucede, y sin embargo acontece otra cosa. La sorpresa podemos definirla como un breve estado emocional resultado de un evento inesperado, esto es, algo por lo que no espero. Puede ser, claro está, negativa o positiva, porque espero a que lleguen los Reyes Magos y finalmente me traen más de lo que pensaba, o negativa, ha vuelto a aparecer el carbón.

Y un cuarto término muy relacionado con la espera es la expectativa, que el María Moliner define como situación de alguien que espera obtener alguna cosa por ejemplo una herencia o un empleo. Queda claro que ese obtener algo es para el diccionario algo necesariamente positivo, si ya heredo de mi madre el estanco, entonces mato dos pájaros de un tiro. Luego la expectativa es la espera esperanzada, la espera por algo bueno, por algo positivo.

A lo largo de este libro irán apareciendo estos términos y otros parientes lejanos o cercanos de la espera, queden aquí, una vez definida la espera, apuntados estos, y lancémonos a sumergirnos en los distintos tipos de espera, que el agua es profunda y clara, y la fauna marina, inabarcable.

2. Juan de Valdés, Diálogo de la lengua, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2004.

3. Nicolas Grimaldi, Ontologie du temps, l'attente et la ruptura, París, Presse Univerztaires de France, 1993.

4. Nicolas Grimaldi, «Esbozo de una metafísica de la espera», Revista Thémata, 2005, págs. 55-65.

5. Luis Cernuda, Ocnos seguido de Variaciones sobre tema mexicano, Madrid, Taurus, 1979, pág. 106.

6. Harold Schweizer, La espera, melodías de la duración, Madrid, Sequitur, 2010.