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Elsa Drucaroff

 

 

Checkpoint

 

 

 

 

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Elsa Drucaroff, Checkpoint

Primera edición digital: octubre de 2019

 

ISBN epub: 978-84-8393-652-8

 

 

Colección Voces / Literatura 286

 

 

Nuestro fondo editorial en www.paginasdeespuma.com

 

 

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© Elsa Drucaroff, 2019

© De la fotografía de cubierta: Pedro Roth, 2019

© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2019

 

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Dícese del punto de chequeo, lugar donde hay que detenerse, dar cuenta, responder; allí donde alguien examina el vehículo en que circulo, las valijas que llevo, los documentos que soy capaz de presentar. Refiere sobre todo a frontera, borde, encrucijada.

 

Anteúltima cita

 

 

 

Aunque las cifras oficiales determinaron ciento noventa y cuatro muertos in situ en el recital de la banda Callejeros, el 30 de diciembre de 2004, tres años más tarde, a raíz de graves secuelas físicas y psicológicas de la tragedia, se suceden fallecimientos de sobrevivientes, elevando la cifra final a ciento noventa y nueve víctimas.

 

www.wikipedia.com.ar

 

 

 

Ella sabe, tiene la absoluta certeza de que él es una porquería y que la reunión solo va a traerle más dolor y más rabia pero al fin y al cabo es madre. Él está harto, lo irrita todo de ella: su voz nasal en el teléfono, «tenemos que hablar», el modo en que se la siente respirar por la nariz a través de la línea. Lo irrita que respire. Sabe que está mal, que no debe ser así, que le hace mal a su hijo, es padre y le importa; por eso, para no irritarse todavía más trata de verle la cara lo menos posible, por eso y porque sabe, tiene la absoluta certeza de lo que ella va a decirle y de que va a contestar que no (ella sabe que él va a decirle siempre que no a todo lo que pueda, está segura). Él viene explicándole hace meses que tiene mucho trabajo, que encontrar tiempo para un café es complicado, que se le viene encima el fin de año. Ella insiste porque sabe que él es un padre cómodo que si puede no se ocupa, no se interesa, no destina tiempo para hablar de su hijo con ella, su trabajo siempre está primero, ese trabajo tan interesante pero que nunca da el dinero suficiente cuando ella sabe (tiene la absoluta certeza) que él podría ganar mucho más si realmente lo quisiera, si realmente su hijo le importara, porque él antes, cuando estaba con ella, ganaba mucho más. Ella ha insistido porque tienen que hablar, es importante, es urgente y ella sabe insistir, sostenerse como un tábano; él conoce esa fuerza insoportable, la sufrió, es simple: ella insiste y gana porque si se prueba y se trata y se prueba y se trata y se prueba y se trata sin límite, alguna vez el otro cede aunque más no sea para dejar de escucharla zumbar cuando no se la puede aplastar de un golpe, porque ella no es tábano ni mosca y si la aplastás vas en cana, así que al final, para callar esa voz nasal que se queja todo el tiempo, ese grano infectado en el medio del culo, decís que explote y ya, hasta la próxima vez, que escupa su pus y se seque un ratito, a ver, ¿podés el jueves después de mediodía?

Así que ahora hay una cita. Y ella sabe que va a ser doloroso y además inútil y siente la adrenalina que circula por sus venas, el hueco en el estómago que anticipa la impotencia, el dolor, la rabia que va a sentir cuando él le diga que no, pero está parada frente al placard buscando su mejor pollera, de corte elegantísimo, la que deja ver el final de sus pantorrillas todavía bien firmes, delicadas, la que resalta sus nalgas redondas y bien paradas (dieciséis años atrás él lo elogiaba), la cintura que desde entonces apenas se ensanchó en tres centímetros, ella sigue delgada y alta, casi no echó panza. Busca la pollera y piensa que es demasiado linda, él va a creer que se la puso para él y además puede parecerle de noche porque es oscura, no se encuentran a una hora para vestir de noche, pero la tela es algodón, se ve que no es de fiesta. Busca el top color manteca, escotado aunque discreto, le queda perfecto bronceada. Pancho se restriega contra sus piernas, ella sabe que el perro la quiere, se agacha y lo acaricia con gratitud, Pancho la entiende y le lame dulcemente la mano, ella sabe que el perro le está diciendo «ánimo, estoy aquí».

Él la ve entrar y le parece repugnante: vieja, agria, ácida, seca (piel arruinada por el sol), desgrasada (grasas consumidas por el odio), mal vestida con una pollera de fiesta y una remera ridícula, no sabe decir por qué. Sabe: dan asco los hombros y los brazos con músculos que se elongan bajo la piel vieja, ejercitados seguro con pequeñas mancuernas. Cuando va al gimnasio él ve mujeres tomando clase y puede imaginarse a esta ahí, los puñitos cerrados aferrando la pesa, golpe rítmico imaginado contra una mandíbula que tiene nombre, el nombre de él, del padre de su hijo, su víctima, el imbécil que una maldita vez se enamoró de ella y fue todavía más imbécil y tuvo un hijo con ella, un hijo hermoso, el sol, la inmensa dicha de su vida pero también el horror de su vida porque hace catorce años que tiene una tenaza que le retuerce los testículos, el pico del buitre que revuelve las entrañas y ella es la tenaza, ella es el pico, Lauti es sus entrañas, su sangre, sus testículos, su vida misma y ella los tiene prisioneros a Lauti y a él. A Lauti le hace mucho daño pero es chico y no tiene claridad para pedirle pará, no sigas, él en cambio entiende todo y ella lo sabe y cuenta con eso, ella sabe que no hay anestesia y disfruta de eso, monstruo viejo de remera ridícula y músculos hechos de tomá, tomá, tomá, su nombre, su nombre, su nombre repetido mil veces en esa guerra enfurecida que libra contra él desde que se separó hace catorce años. Mancuerna y piel sudada, qué asco, qué asco el tostado en la piel pecosa contra el color de la remera, tostado laborioso de balconcito patético de un departamento patético que huele a perro mojado, se descomponía cada vez que iba a buscar a su hijo, trataba de no subir pero a veces Lauti insistía. Cuando tenía ocho años él empezó a pedir que Lauti se tomara el colectivo y él lo esperaba en la parada, o si no caminaba la cuadra que faltaba, no era para tanto, así no tenía que ir, pero la basura de la madre se negaba, decía que era chico y le llenaba la cabeza de miedo a Lauti, pobrecito, qué miedo tenía de viajar, qué horror la vez que se pasó en el colectivo y todos desesperados hasta que lo entregó la policía. Qué bestia, ocho años y él quería que fuera a su casa solo en colectivo, el señor no tenía tiempo para venirlo a buscar, el gran urbanista estaba diseñando barrios para comunidades aborígenes, esos proyectos que se hacen para lograr que el dinero de la mala conciencia de algún país europeo se lave sus culpas y de paso le dé un sueldo apenas digno a un arquitecto brillante que decidió malvivir enseñando en la universidad de Buenos Aires y dedicarse a obras «comunitarias» a costa de su familia, una ong autoportante en busca de ong que banque algo, diseñar plazas y calles para chicos aborígenes que nunca se hacen mientras empuja al chico suyo a viajar en colectivo aunque tenga ocho años, y si digo que no es porque soy una madre imbécil que sobreprotege, y así Lauti tenía once y medio cuando hizo el acting volviendo en colectivo de la casa del padre, precisamente, es todo tan claro, no hay que ser psicoanalista para ver que si no se bajó donde debía y se distrajo y se perdió, estaba pidiendo ayuda, le estaba diciendo al padre dejá de hacerme crecer de golpe, ocupate de mí. Cómodo, indiferente, no va a mover el culo para buscar a su hijo, eso nunca, qué quiere decir el amor que proclama. Pero él sabe que ese problema fue superado porque estaba en la naturaleza de las cosas, como será superado todo un día, Lauti sabrá finalmente quién fue el buen padre en esta historia y quién el monstruo, ahora que está creciendo, ahora que Lauti hace rato por suerte que viaja solo y aunque todavía no se atrevió a plantearle a la madre que no quiere venir solamente los días de visita, esos miserables dos días cada catorce en que lo tiene a su lado, él ya puede hablar todo con su hijo cuando viene a su casa, arreglar todo sin tener que hablar con su madre porque hablar con su madre no sirve para nada.

Y sin embargo ella se las arregla para sentarlo en un café una vez más después de un año, aguantarla personalmente una vez al año es duro, es la primera vez que ha logrado tanta tregua, esta vez sí, desde el cumpleaños anterior, más de doce meses, qué éxito, pero eso no hace menos repugnante tener que mirarla ahora, como si fuera ayer nada más que tuvo que hacer lo mismo, acá está sentada en el bar con su tostado de vieja que trata de no parecerlo, la remera se la debe haber sacado a Camila del placard, robarle ropa a la hija, qué patético, mi mujer siempre dice que las que le sacan la ropa a las hijas dan pena. Pobre Camila, qué hermosa nena era, cómo la arruinó, cómo la odia él a ella porque sabe, tiene la absoluta certeza, de que ella es la única y activa responsable de cómo estuvo Camila, de cómo está.

Ella lo ve llegar y calcula cuánto cuestan las zapatillas que está usando, mira la marca de sus bermudas y piensa que debe haber cobrado algo y que ahora a él le interesa la ropa con prestigio y se la puede comprar. Cambió tanto, piensa, cambió de golpe, ella recuerda el día en que lo vio llegar a buscar a Lauti sin su hermosa barba, sin sus rulos, el pelo cortito, la cara que ella nunca le había visto, no lo conoció así en ese bar de Corrientes a donde ella iba con antiguos amigos de la militancia, aunque la militancia desconfiaba de los intelectuales de café pero iba al café, especialmente a ese, famoso y de moda en los años setenta y también en esos ochenta democráticos en los que ella lo había conocido, en los que tantos exmilitantes pedían perdón por el pasado y ella no, y también por eso él la eligió, por eso y por cosas que valoraba gente con barba y pelo largo como él, barba y pelo largo que de pronto desaparecieron el día en que llegó a buscar a Lauti todavía chiquito y ella lo vio prolijo, súbitamente yuppie (palabra que por entonces se había puesto de moda despreciar en los bares de Corrientes) y le preguntó «¿te estás poniendo al día porque cayó el muro de Berlín?». Porque ella sabe que aunque ya no lo reconozca él valora su ironía y el muro había caído nomás la semana pasada y él debe haber sentido que le decía traidor. Por eso ahora se descubre haciendo una humorada muy negra sobre los niños esclavos que cosen en algún lugar de Asia las bermudas que él usa y fabrican sus zapatillas pero se calla cuando él le pregunta si el último estudio de marketing que ella hizo fue para la misma empresa. Cómo se atreve. Qué basura. Cómo es capaz. Le quiere gritar, le quiere pegar. Hace mucho que quiere gritarle y pegarle y a veces lo sueña, sueña que le clava las uñas en la cara y le saca la carne a jirones, que lo muerde y los dientes le entran en las mejillas afeitadas y ella siente la sangre caliente de él en su cara y le mastica la carne mientras llora y le grita que es una mierda, que quiere que se muera. Pero no está soñando ahora, está despierta, es la madre de Lautaro y lo citó en el café para algo necesario, no para insultarlo aunque se lo merezca, aunque le diga esa infamia que le acaba de decir sabiendo todo lo que ella trabaja, las veces que se pasa la noche en vela para mandar a la consultora el informe que cada vez le pagan menos y cada vez quieren más pronto, gastándose los dedos y el cerebro para esos hijos de puta porque tiene que darle de comer a sus dos hijos y él no pasa casi plata, y el otro, pobre infeliz, el otro no pasa ni pasó nunca nada pero ese es un inútil, ese es incapaz de ganarse la vida, no como este, no como el padre de su hijo menor, esta porquería que le está diciendo lo que le dice cuando sabe que a veces pasan semanas sin que una agencia o una consultora la convoque y ella y sus hijos tienen que vivir como pueden con esa cuota de mierda que él le pasa después de que ella dejó la salud en un juicio por alimentos, esa cuota que el juez subió bastante pero no lo suficiente porque no se fijó en lo que este hombre podría ganar con su capacidad, con su currículum, con su prestigio, si realmente quisiera, si se dispusiera con responsabilidad a ocuparse de su hijo en vez de estar siempre haciendo malabares para vivir de lo que le gusta, como si ella viviera de lo que le gusta, como si fuera tan fácil saber lo que te gusta. Acá está él, humillándola con la mirada, soberbio con su ropa de marca y su cara afeitada desde hace catorce años; ahí está montado en la felicidad egoísta de vivir como se le antoja y que los demás se hagan mierda, que su hijo se haga mierda, que Camila se haga mierda. Camila lo quería tanto, él la cuidaba como un padre y sin embargo no tuvo problemas en decirle a ella no soy el padre de Camila cuando ella le pidió que le siguiera pagando las clases de danza, no tuvo problemas en dejarla sin más danza cuando se fue, quería dejarla sin música a su hija, llevarse el equipo y los discos, qué hijo de puta, no soy el padre de Camila, me decía, hacele al padre el juicio que no le hiciste nunca, por qué la tengo que mantener yo. A ese padre él siempre quería que le hiciera juicio, a ese pobre infeliz, a ese tipito destruido que me saqué de encima hace diecinueve años, cómo le iba a hacer un juicio si no hay nada que sacarle, si formó ya dos familias más y no tiene ni para alimentarlas. Pero a él sí, si no gana más dinero es porque no quiere y además tiene para darme más, la mujer también gana, tienen vacaciones mejores que las mías y cenan afuera, Lauti me cuenta que lo llevan a restaurantes caros. Por eso la lucha por sentarlo acá, por lo de siempre, por la cuota, así que ella está peleando por Lauti y es inteligente y no va a caer en la trampa de responder su agresión canalla sobre los niños esclavos quienes según un e-mail de procedencia dudosa fabricarían ciertas marcas de ropa, marcas internacionales para las que a lo mejor ella sí trabaja, qué sabe ella bien para qué clientes son algunas de las cosas que le piden que haga, qué sabe ella cómo trabajan algunos de los clientes que contratan a la consultora, aunque sepa los nombres de las empresas no lo sabe, no puede saberlo, ella no tiene certezas absolutas salvo la de que tiene que trabajar como una negra, como una niña esclava, para poder vivir y la de que al fin y al cabo es madre y hace lo que sus hijos precisan. Por eso ahora puede tragar el odio y decirle, fingiendo una especie de sordera benevolente, helada dignidad, que quería hablar con él por cosas verdaderamente importantes. Que las cosas están mal, Lauti ya tiene otra edad, sale con sus amigos y gasta mucha más plata, y para ella el trabajo como siempre es impredecible, pasa meses donde no tiene nada pero de pronto le llegan dos encuestas al mismo tiempo y no puede rechazar ninguna porque consultora que se rechaza, consultora que no te llama más, hay momentos donde duerme tres horas por noche durante una semana para sacar todo adelante y después vuelve la sequía y no le dice todo porque le parece indigno, le parece llorón y no va a darle el gusto de lloriquear, pero en la sequía el trabajo sigue porque además de la casa y los chicos, que deberían pero no ayudan, no limpian, no se lavan la ropa, dejan todo tirado, además de los problemas de los chicos, de las anfetaminas que le encontró a Camila, otra vez muy flaca, de lo que le encontró a Lautaro, de las noches en que hay que rastrearlo teléfono por teléfono entre sus amigos para saber dónde está y si piensa volver a casa, además ella tiene que hacer relaciones públicas laborales, hacer acordar a sus proveedores de que está viva, que la llamen, aceptar changas por muy poco dinero para que los que no la conocen descubran que es una profesional de calidad.

Él tiene la absoluta certeza de que conoce todos los argumentos de ella. Escucharla lo irrita. Él sabe que todo lo que ella argumenta desde hace catorce años se resume en algo simple: ahora que él no la mantiene como la mantuvo (dos mucamas y niñera, casona en Palermo Viejo) ella tiene que trabajar otra vez; ahora que no la mantiene, no hay un hombre que la tenga como ella le contó que su mamá le enseñó que la tenían que tener: como una reina. «Vos te merecés uno que te tenga como a una reina». Él sabe que la mamá de ella es una hija de remil putas y que ella se llevaba muy mal con su mamá cuando la conoció y le contó esto, entre tantas otras cosas, para mostrarle que su madre quería que ella fuera una prostituta legal, una elegante esposa, que su madre tenía moral burguesa, una expresión que todavía seguía de moda en los cafés de la calle Corrientes, aunque ya no en otros lados. Pero entonces no se imaginó que alguna vez ella iba a ir a contarle a un abogado que él la tuvo como una reina y ya no, para que el abogado se lo explicara a un juez y el juez lo obligara a pasar más dinero del que pasaba para Lauti (porque a diferencia del basura de padre de la pobrecita Camila, él siempre dio dinero, sacándolo de donde no tenía), no se imaginó que esa mujer iba a firmar una demanda judicial donde decía que ahora, por culpa de él, tenía que trabajar otra vez.

no: ella tenía un hijo suyo.

Él sabe que, aún con la disposición del juez, los jueves que le correspondían no se cumplieron casi nunca pero igual él hizo fuerza y en los lapsos que tuvo se instaló en el alma de su hijo; como pudo, como pudieron su mujer y él lo vieron crecer, lo disfrutaron y lo conocen, saben (él tiene la absoluta certeza) que su hijo no es de los que venden marihuana ni está tan mal como ella dice. Puede sufrir, sí, la separación le ha hecho mucho daño y ese monstruo lo ha llenado de culpa por amar a su padre, lo ha llenado de miedos y lo quiere empujar al lumpenaje y el fracaso para tenerlo para siempre con ella, para dejarlo encadenado a la montaña como a él y darle y darle con su pico, pero que fume porros no es nada y él le dice a ella que se tranquilice, que si hay algo, él lo va a averiguar, porque él no está en la situación de ella, le dice, él no ha gastado toda su autoridad con su hijo zamarreándolo por la oreja hasta que el chico creció, se hartó y le levantó la mano. Ella calla porque sabe que ha gastado toda su autoridad con su hijo zamarreándolo por la oreja hasta que le levantó la mano, sabe que ha criado a su hijo completamente sola mientras criaba a su hija más sola todavía y que a veces los nervios le jugaron una mala pasada y entre las presiones que recibía por trabajo y el dinero que no sobra y las gripes y los antibióticos y la escuela y las hiperinflaciones y el país y los caprichos de Lauti ella se acostumbró a largar la mano, a que la mano se le fuera a la oreja del chiquito, sí, ella hizo lo que pudo, hace lo que puede, se ocupa, se ocupa de los dos chicos, ella no puede decir que tiene que ocuparse de su vocación y por eso va a disolver la sociedad con el otro arquitecto que le daba un ingreso excelente. Ella crio a Lauti lo mejor que logró y lo ama y ahora sabe que su hijo está mal y precisa terapia, necesita dinero para eso, para pagar la terapia, con ese argumento quiere pedir un aumento de la cuota y ha creído que la marihuana en el cacharro alarmará al padre como la ha alarmado a ella. Pero el padre ha minimizado el hallazgo con preguntas objetivas sobre el gramaje que ella no sabe responder. Ni siquiera puede muy bien reproducir el tamaño y la forma del bloque de marihuana porque su memoria visual es pésima y porque no trabaja, como él, con dibujos y reglas y medidas, así que cuando él la tortura poniendo en evidencia la incapacidad de ella para describir, con propiedad, dando un número determinado para un determinado espesor, para una cierta superficie, mostrando aunque sea con las manos una dimensión de la que tenga certeza, algo objetivo para evaluar si realmente el fumo está ahí para consumo personal o para ser vendido (y en el segundo caso él, con todo lo que ama a Lauti, con todo lo que le importa y se preocupa, sí se alarmaría), ella misma empieza a pensar, sin confesarlo, que a lo mejor el padre de su hijo, arquitecto de mundo, viajero con subsidios de ong que conoció lugares que ella jamás pisó en su vida, tiene razón y ella exagera, no es para tanto, no son anfetaminas ni bulimia, lo de Camila es grave pero esto no tanto.

Aunque pensarlo no le sirve porque ella puede no saber si Lauti vende o no vende marihuana pero hay dos cosas de las que tiene absoluta certeza, algo que ningún razonamiento, ninguna cita de autoridad, ningún gesto de desprecio de su exmarido pone en duda, así que las repite: una es que ella precisa más dinero, lo que gana y lo que recibe no alcanzan para criar a su hijo y ayudar a Camila, que está tan mal (aunque ella se cuida de nombrar a Camila); la otra es que Lauti los necesita a ellos dos juntos, necesita al menos comunicación entre ella y él. Pero él es inapelable: no va a poner un centavo más de lo que dijo el juez y yo arreglo mis problemas con Lautaro, vos arreglá con Lautaro los tuyos. Contesta así porque sabe, tiene la absoluta certeza de que las dos cosas que en realidad quiere su exmujer son que él la tenga como una reina y volver a sentarse con él a tomar cafés a cada rato para imaginarse que mantienen alguna relación, que si bien ya no la desea todavía la respeta o la mira o la escucha. En los catorce años que lleva guerreando no se ha resignado nunca a haberlo perdido, para eso se sacó el diafragma esa siesta y para eso propone todo el tiempo encuentros que él evita hasta que no puede más y acá está, tiritando en el aire acondicionado de este café de mierda mientras ella alza la voz recitando la nota (que él sabe, tiene la certeza y se lo dice, leyó en una revista para mujeres o de vida sana y New Age) sobre la importancia de un discurso único en los padres de adolescentes, mientras sigue alzando la voz cada vez más furiosa, desatada, ejemplificando con el drama de Camila, recordando el día en que tuvo que internar a su chica de urgencia y descubrieron que era bulímica y el padre de Camila hizo una escena culpándola a ella en el pasillo del hospital en vez de poner el hombro en la catástrofe. Y él alza la voz recordándole que ella vivía con Camila y no la vio llegar a los treinta y ocho kilos y que un año antes le cortó la comunicación y después lo llamó enseguida para gritarle que era un hijo de puta, me querés humillar haciéndome creer que mi hija está loca, sos una mierda, maldigo el día en que te conocí, gritaba y lloraba y cortó otra vez porque él había tratado de contarle, preocupado, que su mujer había visto actitudes alarmantes en la conducta de Camila un domingo en que la muchachita fue a visitarlos y no quiso almorzar, sos un hijo de puta, le dijo y él no sabe que cuatro días después de cortarle el teléfono ella fue a consultar a un psicólogo y puso a la nena en terapia y creyó que estaba mejor y después tuvo que tranquilizarse y bajar otra vez la guardia porque llegó mucho trabajo, él no sabe que fue así pero tiene la absoluta certeza de que ahora ella también está por gritarle que es un hijo de puta, es más, ya se lo acaba de gritar y es lo que él estaba esperando para terminar esta estupidez, este grano en el culo que es sentarse con esta inepta en este bar, así que busca su billetera, deja en silencio el valor exacto de lo que consumió en la mesa, ni un centavo más, ni siquiera la propina, y se levanta, camina hacia la puerta poniendo distancia física de esa basura hasta el año siguiente, lo que no es un gran logro dada la fecha, piensa con humor amargo, abre la puerta y la sopa tibia del verano porteño le golpea la cara y lo alivia, así de nauseabunda le parece mejor que el frío del bar donde el tábano debe estar todavía, buscando su billetera de socióloga proletarizada para completar el pago. Entonces siente la voz nasal y seca que dice su nombre, se da vuelta y la ve ahí, el odio brillando en los ojos de serpiente.

–No te dije –le dice–. Hoy Lauti no va a tu casa, va a un recital de rock cerca de mi casa y no tiene sentido que después vaya a la tuya. Mañana va a dormir, así que esperalo más bien el viernes a eso de las seis, o ya a la nochecita.

Él le da la espalda, registra que la sopa del aire se puso tan espesa que le cuesta respirar. Se va caminando, arrastrando un poco los pies aunque no lo sabe, no se da cuenta. Ella sí. Ella tiene la absoluta certeza de que obtuvo victoria aunque no haya conseguido nada de lo que fue a buscar. Ella sabe lo que ahora él va a decirle a esa hija de puta con la que vive hace trece años en una casa que ella no pisó ni pisará jamás pese a los pedidos de Lauti que quería que ella fuera, pero cómo estar en la casa donde él se acuesta con esa con quien él la humilló y la engañó durante los últimos meses de su matrimonio, la puta que se lo robó cuando ella todavía hubiera podido pelear para recuperarlo, esa mierda más joven que además después quiso sacarle al hijo, desubicada enferma que se puso a querer al hijo que no era suyo porque no tenía uno propio, ella sabe que esa noche él le va a decir a su mujer que no, mirá, hoy no viene Lauti, viene mañana a la tarde, y los dos se van a poner tristes y le gusta, aunque no fue por eso, no fue por eso que le dio a Lauti el dinero para que compre la entrada, un dinero que no le sobra. Pero fue lindo dárselo. Y no porque el recital fuera un jueves sino porque Lautaro dice que es una banda muy buena, la viene siguiendo y tiene esas letras sociales, combativas, ella cree que debe ser música que vale la pena y le gusta que su hijo sea sensible y comprometido, que no escuche boludeces para conchetos, que no ande en los boliches tecno destruyéndose el cerebro y los oídos y en cambio vaya a escuchar a Callejeros esa noche.