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Patricia Esteban Erlés

 

 

Casa de Muñecas

 

 

 

Ilustrado por

Sara Morante

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Patricia Esteban Erlés, Casa de Muñecas

Primera edición digital: mayo de 2016

 

 

ISBN epub: 978-84-8393-560-6

 

© De los textos: Patricia Esteban Erlés, 2012

© De las ilustraciones: Sara Morante, 2012

© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2016

 

 

Voces / Literatura 181

 

 

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Un suicida es alguien que sale del cuarto porque quiere estar solo un rato que dura siempre.

 

 

La eternidad es el infierno de las muñecas.

 

 

Me estoy haciendo menor.

 

 

 

 

 

 

Dedicado a Facebook, por todo lo que le debe este libro.

A los muy bellos Garshin y Yusúpov, que presentaron a sus autoras.

A Mr. Morante, por ser la casa.



Hoja de ruta

 

 

Ruta número 1

 

Dudas antes de iniciar la primera visita, como cuando debes elegir entre dos vestidos para una cita importante.

Sabes que dentro de la casa existen caminos desconocidos en los que sería mejor no adentrarse. Parajes que el fantasma de la abuela te aconsejaría no visitar, como aquel bosque de trufas en el que se perdían las niñas.

Rutas que son sin embargo las que tú prefieres emprender, desoyendo las voces que se cuelan por las rendijas de las puertas.

No entres en el armario de los niños, en el baúl olvidado del desván, en la cama vacía de matrimonio.

Pero quieres saber si de verdad existe el monstruo encerrado al que oías respirar en la infancia, cuando la casa se hundía en un silencio de sombras. Si se oculta, como siempre sospechaste, en el rebullo de sábanas desordenadas de la alcoba de tus padres.

No bajes la escalera, suplican los espectros.

Pisas cada peldaño con el vértigo del intruso en una casa ajena.

No te acerques al piano.

Pero él te espera en el salón, como una cajita de música cerrada.

Soplas las velas de los candelabros en la mesa del comedor, cumpliendo un rito solitario. Sales al pasillo y aciertas a ver la sombra de un dinosaurio cruzando la biblioteca.

Te asomas al espejo del baño, pero dentro no hay nadie.

En la cocina miras a ambos lados antes de probar una cucharada de la sopa que humea en un plato.

Después de rezar una oración devota en la cripta, sales al jardín. No te gires, no te vuelvas, ahí, a tu espalda…, susurran los fantasmas.

Por primera vez les haces caso.

 

 

Ruta número 2

 

Vienes del jardín, abandonado hace tiempo.

La hierba crecida te acompaña hasta la misma puerta, como una cabellera vegetal ansiosa por invadir la casa.

Tus pasos dejan atrás la escalera de piedra que baja hasta la cripta y te llevan frente a la chimenea apagada del salón.

Te inclinas junto a los restos del último fuego que ardió en ella, un holocausto de muñecos antiguos.

Miras afuera a través de las cortinas del comedor, jugando a ser un fantasma melancólico para los improbables paseantes vivos que reparen en la sombra de la ventana desde el exterior.

Los libros cerrados callan en la biblioteca.

Oyes un galopar frenético que viene de la cocina. Es la lavadora pisoteando la ropa y enjabonando una conciencia ensangrentada.

Al pasar junto a la puerta del baño principal atisbas un reflejo negro en la bañera. Te distraes poniendo boca abajo un bibelot en el cuarto de los niños.

Susurrando amenazadas de muerte al oído de las muñecas del cuarto de los juguetes.

Acabas ascendiendo por la escaleras.

Trece escalones has contado, trece, que te conducen a un oscuro desván.

 

 

Ruta número 3

 

Sales del ataúd más nuevo de la cripta y subes por primera vez una escalera.

Eres una recién llegada y nadie te espera.

Pero sabes que bajo la alfombra de la entrada encontrarás la vieja llave.

Desde la puerta principal de la casa aciertas a ver cómo se balancea un columpio vacío en el jardín.

De la biblioteca brotan susurros de criminales y princesas decapitadas.

Entablas una conversación cortés con los fantasmas del comedor.

En el baño te lavas las manos con un extraño jabón que solloza.

Escuchas ruidos en la segunda planta.

Te diriges al cuarto de los niños y las muñecas se quedan mudas de pronto. Subes al desván del abandono y acabas corriendo hacia el cuarto de los juguetes. Empequeñeces para habitar la casa de muñecas que fue de la abuela.

Te imaginas leyendo, cómodamente sentada en una mecedora.

Te sientes observada.

Enciendes la luz del porche.

Sweet Home

 

La primera casa de muñecas de la que se tiene referencias históricas fue la que el duque Albrecht V de Baviera mandó construir en 1558 para obsequiar a su hija. En los países del norte de Europa se convirtió pronto en el juguete predilecto de innumerables damiselas rubias. Quizás porque el frío les dejaba comprender mejor que a las señoritas de climas mediterráneos los secretos inconfesables y las historias más perversamente interesantes que se guardan de puertas para adentro, en el interior de la propia alcoba o la salita familiar.


CUARTO DE JUGUETES

Paradoja

 

La pobre niña antigua del retrato en sepia no lograba entender aquella maldición terrible. Cuanto más crecía ella, más pequeña se volvía su muñeca.



Rosebud

 

Encerré a mis dos mejores amigas de la infancia en un bibelot. A veces las olvido durante años en su repisa. Otras hago que nieve eternamente sobre ellas. Observo con curiosidad sus figuras infantiles abrazadas. Qué realismo, el del espanto de sus ojos, mirando el cristal que les impide escapar de la borrasca.

Primeras maestras

 

Supimos de la perfección por nuestras muñecas. Aprendimos de ellas los rizos inmóviles, las rodillas juntas si se usa falda, una sonrisa discretamente tintada de geranio y la mirada de vidrio limpio que debe mostrarse a los adultos con traje. Aprendimos también que ellas iban a sobrevivirnos, que vigilarían nuestra ausencia desde el mismo estante imperturbable, como gárgolas de habitación infantil. Nos enseñaron la muerte y ese día decidimos cambiar las reglas del juego, sonriendo, amables mientras tirábamos hacia atrás un poco más de la cuenta, al cepillar sus lustrosas cabelleras de niñas sombrías.

Exilio

 

Fueron ellas. Las muñecas me echaron de mi cuarto, sin más contemplaciones. Una dama parisina de porcelana me comunicó que se había decidido por unanimidad, en el último cónclave. Lo siento, pero no sabes quedarte tan quieta como deberías. No eres lo suficientemente eterna.

Intimidad con el muñeco

 

Jugamos. Yo le arranco sus ojos azules y los coloco en la palma de mi mano, como si fueran canicas. Él me cuenta qué ve.

Holocausto

 

Siempre pensé que yo era su reina, y que sus destinos me pertenecían. Yo era la dueña de aquel enjambre mudo, de sus pupilas inmóviles y los cabellos eternamente bien peinados. Ellas se dejaban guardar en la caja, sobre el