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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Kate Hewitt. Todos los derechos reservados.

UN MARIDO DESCONOCIDO, N.º 2202 - Enero 2013

Título original: The Husband She Never Knew

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-2591-8

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

 

Ammar Tannous escudriñó el abarrotado salón de baile del hotel parisino con desapasionada frialdad. Tenía los labios apretados formando una firme línea. En algún lugar de entre la rutilante multitud le esperaba su esposa. Aunque «esperar» no era la palabra adecuada, pensó. Noelle no sabía que estaba allí. Tal vez no supiera siquiera que estaba vivo.

Entornó los ojos mientras se abría camino entre la gente, consciente de que las conversaciones se interrumpían y eran seguidas de murmullos de sorpresa. Sabía que los periódicos habían publicado la historia de cómo había escapado milagrosamente de un accidente de helicóptero dos meses atrás, pero no había salido en portada. Nunca salía en portada. Siempre mantenía un perfil bajo. Trabajar para Empresas Tannous exigía que guardara celosamente su intimidad. Sin embargo, algunas de las personas que estaban allí le habían reconocido.

–Señor Tannous... –un hombre delgado y nervioso se acercó a él.

Ammar se dio cuenta de que no solo estaba nervioso, sino también muy asustado. Trató de recordar aquella cara, pero había hecho negocios con demasiada gente como para recordar a todos los subordinados asustados que habían experimentado el poder castigador del puño de Empresas Tannous

–Iba a solicitar una reunión –murmuró el hombre agitando las manos a modo de excusa–. Cuando me enteré de la noticia...

La noticia de que estaba vivo. No era una buena noticia para mucha gente y Ammar lo sabía. Ahora recordaba a aquel hombre, aunque no su nombre. Tenía una pequeña fábrica de ropa a las afueras de París y el padre de Ammar se había convertido en su acreedor hipotecario. Había cancelado el crédito justo antes de su muerte en un intento de provocar la bancarrota en la empresa de aquel hombre y terminar con la pírrica competencia que suponía para los intereses de Tannous.

–No he venido aquí por ese motivo –afirmó Ammar con sequedad–. Si quiere concertar una reunión, llame a mi oficina.

–Sí... por supuesto.

Sin decir una palabra más, Ammar pasó por delante de él. Podría haber tranquilizado al hombre diciéndole que no iba a cumplir la petición de su padre, pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta. En cualquier caso, no quería que empezaran a circular rumores ni que sus socios se preocuparan.

Lo único que quería era a Noelle.

Su rostro y el recuerdo de su sonrisa era lo que le había ayudado a sobrevivir. Cuando estaba muerto de hambre y de sed, herido y con fiebre, la anhelaba. Aunque no la hubiera visto desde hacía una década, aunque la hubiera enviado lejos a los pocos meses de casarse, ahora quería encontrarla y recuperarla.

Con expresión más adusta que nunca, Ammar avanzó entre la gente.

 

 

–Hay alguien que te busca, y parece furioso.

Noelle Ducasse se dio la vuelta con una sonrisa y la copa de champán alzada al oír la voz de su amiga Amelie.

–¿De verdad? ¿Debería empezar a temblar?

–Tal vez –Amelie le dio un sorbo a su bebida mientras miraba hacia la gente–. Mide más de un metro noventa y tiene la cabeza casi completamente afeitada y una horrible cicatriz en la cara. En conjunto resulta bastante sexy, la verdad, pero también un poco aterrador –Amelie alzó sus elegantes cejas con curiosidad–. ¿Te dice algo la descripción?

–Lo cierto es que no –Noelle miró con perplejidad a su amiga, siempre dada a la exageración–. Suena como a un exconvicto.

–Tal vez. Pero el esmoquin que lleva es de los más caros.

–Interesante –aunque en realidad no se lo parecía especialmente. La vida social de París era siempre un hervidero–. Los pies me están matando –dijo mientras dejaba la copa de champán medio llena en la bandeja de uno de los muchos camareros que pasaban por allí–. Creo que me voy a ir a casa.

–Sabía que esos tacones te matarían –afirmó Amelie con júbilo.

Había querido ponerse aquellos tacones de trece centímetros que se habían visto en la pasarela de la Semana de la Moda de París el pasado mes de marzo. Arche, la sofisticada y exclusiva boutique para la que ambas trabajaban como asistentes de compras, los vendería en exclusiva aquel otoño.

Noelle se encogió de hombros con resignación.

–Forma parte del trabajo.

Arche quería que sus asistentes junior acudieran a las fiestas y eventos sociales de París luciendo con glamour la ropa que vendían. Después de cinco años, Noelle estaba cansada de actuar como un objeto bonito, pero sabía que tenía que ganarse el puesto. Dentro de pocos meses se convertiría en asistente senior de vestuario femenino y ya no tendría que centrarse únicamente en zapatos y accesorios.

–No puedes marcharte todavía –protestó Amelie haciendo un puchero–. Son solo las once.

–Y mañana tengo que trabajar. Y tú también, por cierto.

–¿Y qué pasa con tu admirador furioso?

–Tendrá que admirarme de lejos –Noelle sintió una punzada de curiosidad. ¿Cabeza rapada y una cicatriz? Resultaba poco habitual en medio de aquella multitud de miembros acicalados de la alta sociedad.

Pero lo único que deseaba en aquellos momentos era meterse en la cama con una bebida caliente. Y un buen libro. Su pretendiente de la cicatriz tendría que vivir con la decepción.

Se despidió de Amelie, que ya se había acercado al siguiente grupo de jóvenes con expectativas sociales. Situada sola en medio de tanta gente, Noelle sintió de pronto una aguda punzada de la soledad que había tratado de no sentir durante los últimos diez años, desde que dejó su matrimonio y reconstruyó su vida. Una vida que había escogido, aunque no se parecía en nada a la que había esperado tener. Le caían bien Amelie y sus demás amigas, aunque no eran almas gemelas. Pero había renunciado a esa idea mucho tiempo atrás.

Suspiró y apartó de sí cualquier recriminación y la irritante punzada de soledad al fondo de su mente. Solo quería irse a casa. Al menos así podría quitarse aquellos ridículos zapatos.

Tardó un cuarto de hora en abrirse paso entre la gente. Tuvo que pararse a sonreír o a charlar con algunos invitados. Acababa de llegar al vacío vestíbulo del hotel cuando oyó una voz a su espalda.

–Casi no te reconozco.

Noelle se quedó paralizada. No tenía que darse la vuelta para saber quién le estaba hablando. Hacía diez años que no escuchaba aquella voz grave y susurrante como un rugido. Se dio cuenta distraídamente de que todavía hablaba con la cautela de un hombre que escogía cuidadosamente las palabras y no hablaba mucho.

Se dio la vuelta lentamente y miró a su exmarido. La primera visión que tuvo de él en el vestíbulo medio en penumbra la sobresaltó profundamente. Tenía el pelo muy corto, casi al cero. Una cicatriz larga y visible de color rojo que empezaba en el nacimiento del pelo le cruzaba la mejilla derecha hasta la mandíbula. Supo entonces que él era el admirador furioso del que Amelie le había hablado. Ammar. Tendría que haber considerado aquella opción, supuso. Pero lo cierto era que nunca esperó que Ammar la buscara. Nunca la había buscado con anterioridad.

–Y yo casi no te reconozco tampoco a ti –dijo tratando de mantener un tono frío, aunque le temblaban las rodillas al verle.

Parecía más alto, más fuerte y más moreno que antes, aunque estaba segura de que se trataba de una ilusión óptica. Había olvidado el efecto que su presencia provocaba en ella, la autoridad que desprendía, el modo en que entornaba los ojos y apretaba los labios, tan distinto al hombre que creía conocer. Al hombre del que se había enamorado. Le miró con toda la indiferencia que pudo.

–¿Qué es lo que quieres, Ammar?

–A ti.

El corazón le latió con fuerza en reacción a aquella sencilla frase. Una vez le preguntó en el pasado qué quería, si la quería a ella. Entonces la respuesta fue un rotundo y devastador «no». Incluso ahora, diez años después, el recuerdo de aquella dolorosa humillación todavía le quemaba.

–Qué interesante –dijo con frialdad–, considerando que no hemos hablado siquiera en una década.

–Tengo que hablar contigo, Noelle.

Ella sacudió la cabeza. Odiaba el modo autoritario en que la hablaba. Todavía.

–No tenemos nada que decirnos.

Ammar mantuvo la mirada clavada en ella.

–Yo sí tengo algo que decirte.

Noelle sintió una punzada de emoción en el pecho y le ardieron los ojos tras los párpados. Ammar. Cuánto le había amado tanto tiempo atrás. Odiaba sentir todavía un remanente en aquel momento. Y lo que quisiera decirle... bueno, no quería oírlo. Se había abierto a él una vez en el pasado. No volvería a hacerlo.

Ammar dio un paso hacia ella y se dio cuenta de lo demacrado que estaba. Tenía una estructura poderosa y musculada, pero había perdido mucho peso.

–¿Supiste lo de mi accidente? –le preguntó él.

–Sí. Mi padre me lo contó. Y también lo de tu milagroso rescate.

–No pareces particularmente contenta de que haya sobrevivido.

–Al contrario, Ammar, me alegró mucho. Independientemente de lo que haya pasado entre nosotros, nunca te he deseado ningún mal –había deseado recuperarle durante mucho tiempo. Pero no iba a sucumbir a aquella ridícula tentación ahora ni por un segundo–. Siento lo de tu padre –dijo con tirantez.

Ammar se limitó a encogerse de hombros. Ella se le quedó mirando y se preguntó cómo habría llegado a aquel momento. Conocía los hechos descarnados: dos meses atrás su padre la llamó para decirle que Ammar había muerto en un accidente de helicóptero junto con su padre. No quería que se enterara por la prensa, y aunque Noelle se lo agradeció no supo cómo reaccionar. ¿Rabia? ¿Dolor? Habían pasado diez años desde que se anuló su matrimonio y más todavía desde que le vio por última vez, y sin embargo, el dolor de su fallida relación le había perseguido durante años.

Sobre todo se sentía entumecida, y a medida que transcurrían las semanas ocultó el oscuro enredo de sentimientos bajo aquel cómodo entumecimiento. Se dio cuenta entonces de que el sentimiento más poderoso en medio de la maraña era una sensación de pérdida por lo que una vez creyó que podrían tener juntos, la felicidad que le había sido robada con tan repentina crueldad.

Entonces, unas semanas atrás su padre volvió a llamar y le dijo que Ammar estaba vivo. Unos pescadores le habían rescatado en una isla desierta e iba a volver para ocuparse del negocio de su padre, Empresas Tannous. El pesar al que Noelle había empezado a acostumbrarse se convirtió de pronto en una profunda ira. Maldito Ammar. Maldito fuera por haberle roto el corazón, por rechazarla tantos años atrás, y sobre todo, por volver ahora para despertar aquellos dolorosos sentimientos que creía enterrados.

Apartó de sí todo aquello y le miró con frialdad.

–Como te he dicho, no tenemos nada que decirnos –alzó la cabeza y pasó por delante de él.

Ammar la agarró del brazo. Le rodeó la muñeca con los dedos y su calor le quemó la piel. Noelle se puso tensa, consciente de que era demasiado fuerte para intentar soltarse.

–Espera.

–Parece que no tengo más remedio.

Ammar respiró hondo.

–Solo quiero hablar.

–Entonces empieza a hacerlo, porque tienes treinta segundos antes de que monte una escena –miró fijamente hacia los dedos delgados y morenos que le rodeaban la muñeca–. Y más te vale no dejarme marca.

Ammar la soltó al instante.

–Tardaré más de treinta segundos –afirmó–. Y no entra en mis planes mantener una conversación en el vestíbulo de un hotel.

–Y no entra en los míos ir a ninguna parte contigo.

Ammar no dijo nada, se limitó a observarla con la cabeza ladeada y los ojos entornados.

–Estás enfadada –dijo finalmente a modo de observación.

Noelle soltó una breve y amarga carcajada. La última vez que le vio estaba acurrucada en ropa interior en la cama de su habitación de hotel conteniendo los sollozos. Ammar le había dicho con suma frialdad que se fuera. Pero aunque aquel recuerdo la hizo estremecerse por dentro, lo apartó de sí al instante. Era agua pasada. No estaba enfadada, o al menos no debería estarlo. Lo que tenía que hacer aquella noche era actuar con educada indiferencia. Tratar a Ammar como a un conocido, no como al hombre que le había destrozado el corazón.

–No estoy enfadada –mintió–. Pero tampoco le veo el sentido a tener una conversación contigo.

–¿No te interesa en absoluto lo que pueda decirte? –preguntó Ammar con voz ronca.

Ella le miró y vio cómo se le curvaba la boca por la amargura, o tal vez por la pena. Parecía distinto, y no solo por la cicatriz o por la cabeza casi rapada. Era algo que emanaba de su ser, de la dureza de los hombros y las profundas ojeras. Parecía un hombre que había soportado demasiado, que estaba a punto de venirse abajo. Durante un instante sintió la antigua punzada de deseo bajo la reacción espontánea de ira. Tuvo el extraño y al mismo tiempo dolorosamente familiar impulso de consolarle, de hacerle sonreír. De escucharle y entender...

No. Ammar Tannous había apelado a su curiosidad y su compasión con anterioridad. Se había enamorado de él, o de lo que creía conocer de él, y entonces se marchó rompiéndole el corazón y haciendo pedazos su vida. Había tardado años en reconstruirla, en convertirse en la nueva Noelle. No siempre estaba segura de que le gustara en lo que se había convertido, pero al menos era dueña de sí misma. Era fuerte y no necesitaba a nadie. Y unos minutos de conversación no cambiarían aquello. No lo permitiría.

–Vete al infierno, Ammar –dijo pasando por delante de él, tambaleándose sobre aquellos ridículos tacones antes de salir a la noche.

 

 

Ammar se quedó mirando cómo se marchaba Noelle, tan recta y tan rígida, y sintió una oleada de furia en la sangre. ¿Cómo podía dejarle así? No le había dado más que dos minutos de su tiempo cuando lo único que quería era hablar.

¿Y decirle qué?, se mofó su mente. Nunca se le habían dado bien las palabras, odiaba hablar de sus sentimientos. Pero desde que tuvo el accidente supo que necesitaba recuperar a Noelle. Desde el momento en que recuperó la consciencia, solo y herido en un pequeño trozo de playa desierta, pensó en ella. Recordaba su sonrisa juguetona, el modo en que inclinaba la cabeza hacia un lado mientras le escuchaba, aunque no hablara mucho. Cuando luchaba contra la fiebre soñaba con ella, con la suavidad de sus labios, con cómo le acariciaba la cabeza. Incluso había soñado con deslizarse en su interior, con sentir su calor aceptando gustosa la unión de sus cuerpos. Sin duda eso formaba parte del delirio, porque nunca había conocido el placer de hacerle el amor a Noelle.

Y a ese paso nunca lo conocería.

Ammar maldijo en voz alta. Ahora se daba cuenta de que había manejado mal su encuentro. No tendría que haberla acorralado ni haberle exigido nada. Pero ¿qué otra cosa podía hacer? Era un hombre autoritario y de acción. No pensaba en las palabras. La mayoría de las veces ni siquiera pedía las cosas por favor.

Y Noelle había sido su mujer. Sin duda eso tendría que significar todavía algo para ella, para él sin duda sí. ¿Cómo hablar con ella, cómo conseguir que le escuchara?

«Toma lo que quieras. No preguntes nunca. Preguntar es de débiles. Tú exige».

Escuchó la voz de su padre como si estuviera vivo y a su lado. Lecciones que había aprendido desde niño, palabras que tenía grabadas en el corazón.

Oyó el chirriar de las ruedas del taxi de Noelle marchándose y se sintió invadido por la tensión y también la determinación. Le había dicho a su hermano Khalis que quería encontrar a su mujer y reestructurar Empresas Tannous. Quería, en definitiva, hacer algo bueno con su vida y con su trabajo. No permitiría que las cosas acabaran así, con Noelle apartándose de su lado. Recuperaría su negocio, a su mujer y su propia alma. Costara lo que costara.

 

 

En cuanto pisó la acera, Noelle paró un taxi. Se metió en el interior de cuero y vio que estaba temblando. Le dolía el tobillo que se había torcido un poco al tambalearse y se quitó irritada los tacones mientras le daba al taxista su dirección en Ile St-Louis.

Ammar. No podía creer que le hubiera visto. Que quisiera hablar con ella. ¿Por qué? No, era mejor no saberlo y no preguntárselo. Ella ya no tenía nada que decirle a él y eso era lo único que importaba. Pero en el pasado había tenido mucho que decirle.

Cerró los ojos y apoyó la cabeza en el asiento. Se vio a sí misma a los trece años, patilarga y con los dientes separados. Él había acudido con su padre a la casa solariega que la familia de Noelle poseía a las afueras de Lyon para hablar de negocios con el suyo. Era un adolescente de diecisiete años larguirucho y malencarado que la había ignorado por completo. Pero ella se puso como misión hacerle sonreír.

Tardó veinte largos minutos. Lo intentó todo: contarle chistes, hacer muecas, sacar la lengua. Incluso coquetear con torpeza. Él permaneció impasible y sin hablar, mirando hacia el río Ródano, que discurría más allá de los jardines.

En un arrebato de rabia infantil, Noelle se fue de allí a toda prisa... y se cayó de bruces contra el suelo. Cuando logró ponerse a cuatro patas con la cara abrasada vio una mano larga y viril extendida hacia la suya. La agarró y sus dedos se cerraron sobre los suyos, provocándole un estremecimiento que le subió por el brazo y se le extendió por todo el cuerpo. Fue un calor delicioso que nunca antes había sentido. Entonces alzó la vista hacia el rostro de Ammar y vio que tenía los labios curvados en un amago de sonrisa que se le borró al instante.

–¿Estás bien? –le preguntó.

Noelle se incorporó haciendo un esfuerzo y le soltó la mano para quitarse el polvo y la gravilla de las rodillas. Se sentía avergonzada.

–Estoy perfectamente –dijo con tirantez.

Pero Ammar le pasó los dedos por la rodilla.

–Estás sangrando.

Noelle se tocó la rodilla y unas cuantas gotas de sangre le resbalaron por la pantorrilla. Se las secó con impaciencia.

–Estoy bien –aseguró otra vez todavía avergonzada.

Permanecieron en un incómodo silencio durante unos minutos, y luego el padre de Ammar salió de la casa. Llamó a su hijo en árabe y Noelle vio como se despedía de ella con una inclinación de cabeza y se marchaba.

–Me gusta que sonrías –dijo ella en el último momento.

XVIII

Entonces sintió una dura mano en el hombro, que le ponían algo oscuro por encima de la cabeza que le impidió ver y oír nada, y antes de que pudiera pensar siquiera en gritar, la metieron en un coche que salió de allí a toda velocidad.