9788483930595_150px.jpg

Jorge Volpi

 

 

Días de ira

 

Tres narraciones en tierra de nadie

 

 

 

 

logotipo_INTERIORES.jpg

Jorge Volpi, Días de ira. Tres narraciones en tierra de nadie

Primera edición digital: mayo de 2016

 

ISBN epub: 978-84-8393-549-1

 

© Jorge Volpi 2011

© De la ilustración de cubierta: Steve Belkowitz

© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2016

 

 

Voces / Literatura 146

 

 

Nuestro fondo editorial en www.paginasdeespuma.com

 

 

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

 

Editorial Páginas de Espuma

Madera 3, 1.º izquierda

28004 Madrid

 

Teléfono: 91 522 72 51

Correo electrónico: info@paginasdeespuma.com

Elogio de la media distancia

Jorge Volpi

 

Un corredor aspira a la velocidad o a la resistencia. Al maratón o a los 100 metros. ¿Por qué nadie desea emular, en cambio, a quienes han dominado los 1000 o los 5000 metros planos?

En literatura, uno recuerda de inmediato en los grandes maratonistas: Cervantes, Balzac, Tolstói, Dostoievski, Proust, Mann. O a los velocistas más intrépidos: Chéjov, Hemingway, Carver, Borges, Cortázar. La media distancia, en cambio, se olvida o menosprecia, aunque enormes maratonistas y velocistas, en un momento u otro, la hayan ensayado.

El primer problema es onomástico. Si uno imagina una novela, dibuja en su mente un volumen dotado con un lomo considerable: dos o tres centímetros al menos. Si uno piensa, por otro lado, en un cuento o un relato, se despliegan en la imaginación diez o quince páginas. En español no existe un nombre preciso para las piezas narrativas que oscilan entre estos dos extremos. ¿Cómo amar, pues, algo que ni siquiera tiene nombre?

¿Qué tan largo puede ser un cuento o un relato? Cuarenta, acaso cincuenta páginas como máximo. ¿Y qué tan corta puede ser una novela? Siendo benévolos, no menos de ochenta. ¿Qué hacer entonces con ese espacio que oscila entre las cincuenta y las ochenta cuartillas? Por lo general, fingir que no existe algo semejante.

¿Novela corta? ¿Cuento largo? Ninguna de las dos expresiones resulta apropiada: es como si quisiéramos definir una cosa a partir de sus defectos.

En otros idiomas tampoco contamos con términos precisos. En inglés, short novel no resuelve el acertijo. ¿Long short-story? Peor aún.

Se suele utilizar, en varias partes, la expresión francesa nouvelle. El problema es que, en la lengua de Molière, una nouvelle en realidad equivale a un relato. Francia cuenta, eso sí, con otro término: récit. Imposible, por desgracia, traducirlo.

En italiano, la novella designaba justo a este género intermedio entre el racconto y el romanzo. Y así pasó originalmente al castellano: ese es el sentido que le daba Cervantes a sus novelas ejemplares. Pero el término fue pronto expropiado como sinónimo de novela larga. Y nos quedamos huérfanos.

Hay quien ha querido introducir, en nuestro idioma, la palabra noveleta. Desde luego, sin fortuna. Una novela que no alcanzó la madurez. Un feto prematuro.

Ni siquiera vale la pena hablar de novelita.

La media distancia es percibida, pues, como un monstruo. Una criatura deforme e innominada. Una aberración de la naturaleza. Un bicho con pies y cabeza, pero sin tronco. Un engendro que merecería ser exterminado o enviado al exilio.

En otro sentido, la media distancia luce como un híbrido. Un territorio intermedio, fronterizo, difuso. Tierra de nadie.

La media distancia no es un «cuento largo»: un cuento largo es, casi siempre, un mal cuento. Si se aspira a rebasar las cuarenta o cincuenta páginas, es porque la trama rompe ya con unidad que persiguen los cuentistas.

La media distancia tampoco es una «novela corta»: una novela corta es, casi siempre, una historia larga que ha sufrido una amputación o una herida. Si se quiere escribir una novela de menos de ochenta páginas, se ha de renunciar a la extrema libertad del novelista.

¿El secreto de la media distancia? Exceder los límites del cuento, pero manteniendo una drástica concentración del material narrativo frente a la ausencia de límites de la novela.

Una novela (larga) se distingue por su profusión de historias y sujetos; un cuento o un relato (cortos), por la concentración de su trama y sus contados moradores. Como el cuento o el relato, la media distancia privilegia la fuerza de la anécdota; y, como la novela, se permite desarrollar con profundidad unos cuantos personajes (nunca demasiados).

Yo tampoco sé cómo llamar a la media distancia narrativa. Y, sin embargo, sé reconocerla de inmediato. Es un género único, preciso, con sus propias leyes, tradiciones, oficiantes y enemigos.

Si un cuento es una dictadura, una novela es la anarquía. La media distancia se parece, entonces, a la democracia (o a la oligarquía): un mundo con pocas leyes que, sin embargo, se respetan.

¿El vaso medio vacío o medio lleno? Falso dilema: no es cuestión de perspectiva. La media distancia exige un profundo conocimiento de las escasas –pero severas– normas que la rigen. El exceso de contención la arruina. Y el libertinaje la conduce al fracaso.

Resistencia y velocidad unidas: el corredor de media distancia. En literatura, lo mismo: paciencia de novelista y agilidad de cuentacuentos.

El tamaño sí importa: una narración, si es demasiado corta, decepciona; y, si es demasiado larga, resulta dolorosa (o aburrida).

La media distancia es propia de equilibristas: el pecado es resbalar hacia uno u otro lado.

Practican la media distancia los hermafroditas: disfrutan por igual de la sensualidad de la prosa (propia del relato) y de la solidez de los personajes (propia de la novela).

Una novela se lee a lo largo de varios días o incluso semanas; un cuento, en una sentada. El tiempo ideal para la media distancia sería un día completo, con sus merecidas pausas.

Ni una ópera ni una bagatela para piano: un poema sinfónico en un solo movimiento (cuarenta y cinco minutos como máximo).

¿Todo se resume a una mezquina medición? Por supuesto que no. Pero resulta imposible –o insensato– resumir Guerra y paz o extender «Continuidad de los parques» para que alcancen a tener cincuenta o sesenta páginas.

Una novela es un árbol, cuyas ramas se bifurcan y se multiplican en miles o millones de hojas. Un cuento, una flor que brota y se marchita en lo que dura un parpadeo. La media distancia, un pequeño arbusto coronado poblado con varias flores diminutas.

Si una narración concentra su trama y reduce su número de personajes, pero posee el aliento épico de una novela, podríamos considerarla de media distancia así tenga veinte o treinta páginas. Ese «aliento épico», casi inaprensible, convierte un cuento en otra cosa.

¿Pedro Páramo es una novela o eso que he llamado media distancia? ¿Y Aura es un cuento o, de nuevo, algo distinto? En mi opinión, ambos son ejemplos supremos de la media distancia, aunque la obra de Rulfo se aproxime más a la novela y la de Fuentes al cuento.

Entre el catálogo de obras maestras de la media distancia: La muerte de Iván Íllich, El alienista, Los papeles de Aspern, Bartelby, el escribiente, El retrato de Dorian Gray, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Los muertos, La metamorfosis, Muerte en Venecia, Los cachorros, Crónica de una muerte anunciada. Una breve muestra de su diversidad y su riqueza.

Aspirar, en conclusión, no cartografiar una nación ni un continente, pero tampoco una colonia o un barrio: una ciudad. Una ciudad pequeña, que se pueda recorrer a pie o en bicicleta. Donde tal vez uno no conozca a todo el mundo, pero donde es posible distinguir, aquí y allá, ciertos rasgos conocidos.

 

 

 

 

 

 

 

Para Ro