cover.jpg

img2.jpg

Consejería entre amigos
© 2015 Harold J Sala

Publicado por Editorial Patmos, Miami, FL EUA 33169 Todos los derechos reservados.

Publicado originalmente en Inglés con el título de Coffee Cup Counseling por Thomas Nelson Publishers, Nashville. © 1989 por Harold J Sala

Todas las citas bíblicas mencionadas en este libro han sido tomadas de la versión Reina Valera, revisión de 1960, a menos que se indique lo contrario.

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida total o parcialmente sin permiso escrito de los editores.

Diseño de portada por Luiz Felipe Kessler
ISBN: 9781588027252

Categoría: Consejería

Impreso en Brasil
Printed in Brazil

CONTENIDO

Parte 1:
Principios de la consejería entre amigos

Preámbulo.

1        ¡Usted puede ayudar a las personas!

2        Cómo comenzar.

3        El primer encuentro.

4        El proceso de consejería.

5        Diagnostique el problema, pero dé atención integral a la persona.

6        ¿Aconsejar con “los libros” o con “El Libro”?

Parte 2:
Ayudando con problemas específicos

7        Cómo utilizar la Biblia al aconsejar en casos de problemas interpersonales.

8        Cómo utilizar la Biblia al aconsejar en casos de problemas emocionales.

9        Cómo utilizar la Biblia al aconsejar en casos de conducta dependiente.

10      El éxito al aconsejar a los amigos.

INTRODUCCIÓN

Dentro de la gran riqueza literaria que caracteriza nuestro mundo moderno, seguramente usted ha podido encontrarse con compendios de libros sobre las ciencias, sobre el arte, o sobre cualquier otro tema de actualidad e interés general.

Aun así, nuestro “mundo moderno”, que muchas veces soñamos en “cajitas de cristal”, no puede solucionar ni siquiera en una décima parte un problema que día a día golpea nuestra ya bastante azotada existencia.

El hombre busca dar solución a sus problemas emocionales a través de salidas que solo hacen que se aleje más y más de su verdadera esencia.

Harold J. Sala muestra a través de Consejería entre amigos, una manera clara y completa de rescatar la vida de quienes queremos, con la ayuda de Dios.

Mientras el mundo más quiera y luche por su “autonomía” alejándose de Dios, más habrá la necesidad de personas renovadas y restauradas; personas que a través de su vida y de su sabio consejo, logren mostrar el verdadero camino. ¡Eso es Consejería entre amigos!

PREÁMBULO

Es más abundante el consejo que brindan los amigos que el que ofrecen todos los psiquiatras, psicólogos y consejeros profesionales en conjunto. ¿Y por qué no habría de ser así? ¿Quién está en mejor posición para aconsejar que un amigo? Después de todo, ¿quién conoce, mejor que un amigo, la idiosincrasia, el temperamento, los puntos fuertes, las debilidades, las capacidades y aun los fracasos de otra persona? Además, alguien que jamás acudiría a un consejero profesional, aceptaría la orientación de un amigo.

Este es un libro escrito para quienes han tenido escasa o ninguna capacitación profesional en cuanto a la consejería o la terapia, pero que, no obstante, se encuentran en situación de poder ayudar a otras personas a superar sus problemas: laicos que se relacionan con otras personas como líderes de grupos de estudio bíblico, o como maestros de la Escuela Bíblica, profesores, diáconos u oficiales de la iglesia.

Este libro ha sido escrito para personas como usted, a quienes otros tienden a acudir, creyendo que el hablar de sus problemas con usted, les resultará de ayuda. No es mi intención hacer este libro algo técnico, sino algo fácil de entender, práctico y bíblico. La mayoría de lo que enseñó Jesús fue comunicado en lenguaje no técnico, y Él se hacía entender con facilidad.

Es probable que usted jamás haya pensado en sí mismo como alguien que podría hacer una contribución significativa a la vida de otras personas. No obstante, si se pone a pensar en las conversaciones que ha tenido con amigos y conocidos, admitirá que ha dado mucho consejo y apoyo.

Cómo desempeñarse mejor en la tarea de ayudar a los demás a superar sus problemas: este es el tema de este libro.

He cambiado los nombres de las personas que describo para proteger su identidad, pero las situaciones que menciono pertenecen a una gama de personas reales que han enfrentado graves problemas personales.

Mis gracias especiales a los esposos Juan y Sandi West, quienes me proporcionaron un lugar tranquilo para escribir el libro. También estoy agradecido con mi esposa, Darlene, y mi hija Bonnie Craddick, quienes me proporcionaron sabio consejo desde la perspectiva femenina. Gracias a Carol Olson, Norma Collins, Joy Shaw y Norma Bailey, quienes me ayudaron inmensamente en la revisión del manuscrito. Y, finalmente, quiero dar las gracias a la correctora de pruebas Janet Hoover Thoma, por mejorar el material de este libro mediante sus valiosas sugerencias, hechas con consideración y delicadeza.

Harold J. Sala

img3.jpg

img4.jpg

“¿Qué me aconsejas que haga?” ¿Cuántas veces le han hecho a usted esta pregunta, mientras ha estado tomando una taza de café con un amigo, o cuando se ha detenido a hablar con un amigo después de una reunión? O puede ser que se la haya hecho una vecina o una amiga en el salón de belleza, al comenzar a contarle a usted un aspecto personal de su vida.

Bien, ¿qué me aconsejas que haga?

¡Ya le toca a usted, amigo!

Puede ser que usted no sea la “doctora corazón”.

Quizás usted NO sea un consejero profesional. Es posible que usted jamás haya asistido a un curso intensivo de consejería o psicología.

Puede ser que usted jamás se haya creído alguien que pudiera dar ayuda significativa a los demás, pero tan pronto como dice: “Bueno, pues, esto es lo que pienso…”, usted está aconsejando. Dios le ha abierto una puerta para que ayude a alguien, actuando quizás a través de usted como un canal de dirección divina, utilizándolo de una manera que nunca antes había considerado posible.

Es perfectamente natural que busquemos consejo de aquellos que nos conocen y en quienes más confiamos. Después de todo, nossentimos cómodos con quienes son como nosotros, y podemos fácilmente comunicarnos con esas personas. No nos sentimos cohibidos al hablar con ellas de necesidades íntimas y personales, especialmente si estamos un tanto seguros de que tienen cierta idea de lo que estamos enfrentando. Con personas amigas no nos sentimos atemorizados por el estigma que conlleva hacer una cita e ir a un consultorio en busca de ayuda.

Yo estoy convencido de que usted no tiene que ser psicólogo ni psicoanalista clínico profesional para poder ayudar a las personas. No tiene tampoco que ser capaz de descifrar sueños, o interpretar manchas de tinta sobre el papel, o reconocer percepciones psicológicas profundas. La mayor parte de la consejería que se brinda en la actualidad la imparten personas que tienen poca experiencia o ninguna en lo que es la consejería.

Al reaccionar contra la psicología freudiana y los conceptos humanistas, que constituyen una clara violación a la Palabra de Dios, algunos cristianos han adoptado una posición negativa en contra de la psicología y de la consejería en general, en vez de tomar posición en contra de ciertas formas de consejería que violan principios bíblicos.

El problema no está en dar consejería, sino en dar la clase equivocada de consejo. No obstante, algunos han tenido la tendencia de deshacerse, al mismo tiempo, tanto de lo malo como de lo bueno.

He escuchado decir a ciertas personas: “Yo no creo en la consejería, sólo en la predicación y en la oración.” Sin embargo, cuando una persona toma esa posición y sin embargo dice: “Yo creo que debieras…”, y sugiere cierta acción para la necesidad personal de algún amigo, se ha colocado en la posición de consejero.

La mentalidad “anticonsejera” tampoco es capaz de reconocer el ministerio de sanidad de Jesús como la psiquiatría más pura que jamás se haya aplicado a las heridas emocionales de los hombres y las mujeres que sufrían.

Cuando yo estudiaba en la universidad, el fundador de la institución cristiana a la que asistía reflejaba un prejuicio de su generación, al decir: “Muchachos (se refería a nosotros, los que estudiábamos para el ministerio cristiano), ustedes no necesitan ningún curso sobre la consejería. ¡Lo único que necesitan es el sentido común!”

¿Se trataba de una excesiva simplificación? ¡Sí, especialmente porque el sentido común ya no resulta tan común!

Si llamáramos a la consejería por otro nombre, digamos discipulado o ministerio, eso quizá sería más aceptable para ciertas personas. El apóstol Pablo escribióquenosotros,losquehemoscreídoenJesucristo, hemos recibido “el ministerio de la reconciliación”, lo cual quiere decir que logramos restablecer la armonía entre hombres y mujeres con nuestro Padre celestial, y de ellos entre sí (2 Cor 5:18,19).

El contribuir a sanar las relaciones quebrantadas constituye uno de los aportes más significativos que usted puede hacer en favor de la vida de sus semejantes.

Usted ha recibido la orden de ayudar a las personas

Al escribir a los gálatas, Pablo les ordenó: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre” (Gálatas 6:1). La palabra que Pablo utilizó para “falta” es paráptoma, que significa “un paso en falso, trasgresión, pecado”. En el contexto de la vida moderna, significa una decisión equivocada, una mala elección, una relación destinada a terminar en discordia y sufrimiento. Es una palabra fuerte; pero la acción que se requiere para ayudar a salvar a una persona de su desviación es suave y firme a la vez, y sólo los que verdaderamente se interesan, están dispuestos a aceptar el riesgo de participar en el proceso de ayudar a esa persona.

La gente hace la pregunta: “¿Qué me aconsejas que haga?”, por diferentes razones. A veces sencillamente están buscando una confirmación para lo que realmente quieren hacer, y probablemente lo harán de todas formas, no importa lo que usted les diga; pero por lo general esa pregunta la hace alguien que se siente inseguro y que busca una respuesta.

“¿Quién soy yo para decirle a otro lo que debe hacer?” se preguntará usted.

Hace mucho que el salmista escribió: “El justo es buen consejero por ser recto e imparcial, y por distinguir entre el bien y el mal” (Sal 37:30, 31, La Biblia al Día).

¿Quién soy yo para decirle a otro lo que debe hacer? ¡Usted es un hijo de Dios, que está anclado en la Roca, Cristo Jesús! Usted no tiene que ser una Madre Teresa o un Billy Graham. Si usted tiene una visión clara para ver lo que su amigo no puede ver, y si no tiene el discernimiento oscurecido por una maraña emocional, será alguien a través de quien Dios podrá obrar.

Cuando yo vivía en Filipinas, a veces me extraviaba mientras conducía mi coche, y me detenía para hacer preguntas y así poder orientarme. Rápidamente me di cuenta de que el responder “no sé”, puede hacer que alguien sienta que ha perdido “prestigio”. En consecuencia, cuando las direcciones que me daban eran vagas e imprecisas, debía decir: “¡Muchísimas gracias!”, y buscaba otra persona a quien preguntar. Pero cuando alguien me decía: “Tiene que dar una vuelta completa y regresar una milla a la primera gran intersección que encuentre, y luego girar abruptamente a la izquierda”, sabía que podía seguir el consejo de esa persona.

Cuando las personas preguntan: “¿Qué crees que debo hacer?” es porque, con frecuencia, su discernimiento se ha nublado; el proceso que les permite tomar decisiones ha sido oscurecido por asuntos que les dificultan ver las consecuencias de sus actos. Pero si usted tiene una mente clara, se convierte en alguien de inconmensurable valor para esas personas.

Como parte de la familia de Dios, tenemos una responsabilidad los unos por los otros. Una familia comprende una serie de relaciones entrelazadas, y es la calidad de esas relaciones lo que afecta la calidad de la vida en familia. Somos como un equipo de montañeros unidos los unos a los otros mediante cuerdas, de modo que cuando alguien da un traspiés o cae, otro puede ser un áncora para mantenerlo firme.

En cierta ocasión mi hijo escalaba montañas en Suiza, y notó a tres alpinistas en otra pendiente montañosa. De repente, uno de ellos perdió pie y cayó. El segundo de los hombres supuestamente era un ancla, pero éste cayó también bajo el peso del primero, luego estos dos halaron al tercero, que les acompañó en la caída. Los tres se vinieron abajo cientos de metros a lo largo de aquel glaciar. Afortunadamente, pudieron salir caminando del lugar.

Eso es, con frecuencia, lo que ocurre cuando alguien toma una decisión equivocada. “¡Es mi vida, y puedo hacer con ella lo que me venga en gana!”. Quien así se expresa rara vez se percata de sus actos en relación con los miembros de su familia, o con sus amistades, unidos entre sí por nexos formados a través de los años.

La Biblia enfatiza que tenemos la responsabilidad de ayudar a nuestros hermanos y hermanas a tomar buenas decisiones. Encontramos cincuenta y ocho veces, por lo menos, la frase “los unos a los otros” en el Nuevo Testamento, expresando cierta clase de responsabilidad u obligación mutua que tenemos en el cuerpo de Cristo. Entre las muchas frases, usted se dará cuenta de que debemos:

img5.png     Amarnos los unos a los otros

img5.png     Orar los unos por los otros

img5.png     Sobrellevar unos las cargas de los otros

img5.png     Estimularnos los unos a los otros

img5.png     Exhortarnos los unos a los otros

img5.png     Amonestarnos los unos a los otros

Cuando uno obedece estos mandamientos se convierte en consejero. En muchas partes del mundo, particularmente en las áreas pantanosas, se produce una condición que los geólogos llaman “arenas movedizas”. El animal o la persona desprevenida que pase sobre ellas, es sumido más y más profundamente por esas arenas, y a menos que la persona, o el animal, sea rescatada, la muerte es el ineludible resultado.

Ninguna persona es sus cabales se arriesgaría conscientemente a caminar sobre arenas movedizas, ¿verdad? Pero una vez que está atrapada en sus garras, la persona que se hunde debe recibir ayuda para poder escapar de la situación. Lo mismo ocurre con los problemas que confrontan muchísimas personas. La persona que pregunta: ¿Qué debo hacer?, puede estar sintiéndose abrumada por el problema. Siente el arrastre, hacia lo profundo, de una situación que le resulta desesperada.

Es aquí donde usted entra en escena; tiene todo el derecho, como también la responsabilidad, de decirle a esa persona: “Yo creo que debes…”.

El evitar cumplir con nuestra responsabilidad para connuestroshermanosyhermanassimplementeporque no nos consideramos consejeros “profesionales”, deja 19 a muchas personas sufriendo, aun- que pudiéramos ayudarlas muy fácilmente.

Ayudar a las personas mediante la consejería es parte de lo que Pablo les instó a hacer a los gálatas, en cuanto a sobrellevar los unos las cargas de los otros, cumpliendo así con la ley suprema delamor (Gálatas 6:1-5).Ya es hora de que comencemos a asumir nuestra responsabilidad mutua.

El que no hayamos logrado cumplir con esta responsabilidad ha creado un vacío dentro de la comunidad cristiana, y con demasiada frecuencia lo llenan hombres y mujeres que no han experimentado la salvación, cuyas técnicas de consejería violan los principios de la Palabra de Dios.

Si usted todavía no está convencido de que puede resultar de ayuda a las demás personas, permítame señalarle dos hechos muy importantes:

1.    Usted tiene a su disposición la sólida dirección de la Palabra de Dios que es “lámpara… a mis pies... y lumbrera a mi camino” (Sal 119:105).

2.    El Espíritu Santo mora en usted como hijo de Dios, y puede darle percepción y sabiduría mucho más allá de su capacidad humana (Ro 8:9).

Usted, que conoce a Jesucristo como su Señor y Salvador personal, está anclado a una realidad que le permite lanzar una cuerda de salvación a las personas que están siendo tragadas por las arenas movedizas de la vida, por la multitud de problemas que las acosa.

Consideremos la manera cómo la consejería dentro del marco de la fe cristiana, le capacita a usted para tener éxito y ser eficiente en el trabajo de ayudar a las personas.

La consejería desde una perspectiva bíblica

Hace poco pasé un mes en el hermoso país de Nueva Zelanda, y durante todo ese tiempo manejé un automóvil muy parecido al mío. Al igual que el vehículo que poseo, aquel tenía cuatro ruedas, una bocina y un volante.

Sin embargo, la gente de Nueva Zelanda maneja en el lado izquierdo del camino (no, no es necesariamente el lado equivocado). De manera que para poder conducir allí, tuve que cambiar mi manera de pensar: “Mantenerme a la izquierda, no a la derecha”. Tenía que decirme todo el tiempo: “Cuidado con los carros que rebasan por la derecha”. Allí, en Nueva Zelanda, la cosa era diferente, y por ello jamás habría llegado a mi destino si no reajustaba tanto mi manera de pensar como mi forma de conducir.

Ahora bien, cuando usted aconseja a alguien utilizando la perspectiva de la fe, tiene que transformar su manera de pensar, de la misma manera que cuando conduce por un lado distinto de la vía. Pablo dijo a los corintios, cuya cultura y sociedad eran muy sensuales y mundanas, que si una persona está en Cristo, es una nueva criatura; que todo se hace nuevo (2Cor 5:17).

Aconsejar desde una perspectiva bíblica no mezcla lo profano con lo sagrado, como el hombre que conduce por el lado izquierdo de la vía durante cierto tiempo y después se cambia al otro lado para tener una mejor perspectiva del paisaje. Las personas que aconsejan dentro de una perspectiva bíblica adquieren un compromiso: Lo hacen a la manera de Dios, no importa lo que los demás pueden pensar.

En ciertos círculos cristianos existen hoy muchas personas que se mueven en zigzag. Están siguiendo principios humanistas, aprobando y abogando por estilos de vida que definitivamente carecen de la aprobación de Dios (porque Él se ha pronunciado claramente en cuanto a las opciones de la vida). Al aconsejar, estas personas siguen modelos seculares y se aferran a la enseñanza de hombres cuya vida está en total disonancia con las Sagradas Escrituras. Al aconsejar, utilizan unos cuantos versículos aquí y allí, como si trataran de santificar un sistema pagano.

La forma como Dios trata nuestras necesidades es inmensamente diferente al método del hombre natural, que deja a Dios a un lado. Permítame que le hable claro en ciertas cuestiones. ¿En qué se diferencia la consejería dentro de un marco bíblico, de la consejería secular? ¿Cuáles son las presuposiciones (sí, los prejuicios) que usted adopta cuando acepta de todo corazón el hecho de que Dios es un Dios de amor, que sabe lo que es mejor para sus hijos, y que les ha dado dirección a través de las páginas de su Palabra?

La consejería desde una perspectiva bíblica reconoce la autoridad de la Palabra de Dios, la Biblia.

Una vez que se reconoce que la Biblia es la “psiquiatría” de Dios, desaparece mucha de la confusión que rodea nuestra vida y las decisiones que tenemos que tomar. En este punto debo decir algo que le permitirá a usted ayudar a otras personas. Si Dios es un Dios bueno, y yo estoy convencido de que lo es, entonces su dirección es también buena.

A quien pregunta: “¿Qué me aconsejas que haga?”, puede ser que no le guste el consejo que usted le dé (consejo que usted piensa que está de acuerdo con la orientación y los principios de las Sagradas Escrituras), pero si esa persona acepta la autoridad de la Palabra de Dios, tendrá instrucciones claras.

No me sorprende el hecho de que las personas que aceptan sin reservas la autoridad de la Palabra de Dios tienen, a menudo, poca fe en la consejería secular. En la psiquiatría secular hay una discordancia de voces que compiten por el control, ninguna de las cuales suena con claridad.

Por ejemplo, en un experimento hecho por el profesor D.L. Rosenhan, éste colocó a ocho voluntarios mentalmente sanos (uno de ellos era psiquiatra), en ocho diferentes salas psiquiátricas y les dijo que actuaran normalmente. Muchos de los otros pacientes se dieron cuenta de que estos ocho eran impostores porque su comportamiento era racional y su conversación coherente; sin embargo, ninguno del equipo psiquiátrico reconoció señal alguna de normalidad. Comenta el professor Rosenhan: “Cualquier proceso diagnóstico, que se presta tan fácilmente a tantos errores de esta clase no puede ser muy confiable”.

El psicoanálisis secular, que sigue el esquema impulsado originalmente por Sigmund Freud, necesita un promedio de seis a ocho años y sólo tiene una eficacia parcial. Una tercera parte de todos los pacientes sometidos al psicoanálisis terminan finalmente “curados”; otra tercera parte reciben ayuda en cierta medida; y la última tercera parte no son curados en absoluto, es decir, la misma proporción de personas que no reciben ningún tipo de ayuda profesional.

Me gustaría dejar bien claro que no tengo nada en contra de la psiquiatría moderna, sino sólo contra las maneras seculares de tratamiento, y contra las filosofías que son contrarias al consejo de la Palabra de Dios, la Biblia.

Hoy en día hay un número cada vez mayor de psiquiatras fieles a los principios de la Palabra de Dios, y que están utilizando a la psiquiatría como herramienta para proporcionar sanidad a las personas, como lo son el doctor Ross Campbell, del Southeastern Counseling Center (Centro de Consejería del Sureste), de Chattanooga, Tennessee EE.UU., y los doctores Frank Minirth y Paul Meier, de la Clínica Minirth-Meier, de Dallas, Texas. Estos hombres no se han limitado a utilizar unos cuantos versículos bíblicos en su trabajo, sobre un modelo de consejería secular, sino que creen, sin reservas, en la autoridad de las Sagradas Escrituras.

La palabra “psiquiatría” proviene de dos vocablos griegos: psyche (alma) e iatría (sanidad), y literalmente significa “sanidad del alma”. Pero el punto esencial es que lo que Dios dice en su Palabra es eficaz, produciendo una provisión permanente de felicidad en la vida.

Por haber aconsejado y trabajado con personas por más de treinta años, he llegado a la conclusión de que, aunque no hubiera sido cristiano, tampoco hubiera creído en la rendición final de cuentas a Dios; les habría continuado dando igual consejo y orientación a las personas, pues estoy convencido de que las pautas que encontramos en la Palabra de Dios son necesarias para que las personas tengan una vida equilibrada y para que encuentren propósito y significado en su existencia.

Para quien acepta la autoridad de la Palabra de Dios, creyendo que fue dada por inspiración del Espíritu Santo, la Biblia no es meramente una opción entre muchas que pueden dar buen resultado, sino que es la clave de la felicidad y de la plena realización personal.

La Biblia establece claramente, que el problema fundamental del ser humano, es su alejamiento del Creador, a lo cual se llama “pecado”. Esta anticuada palabra, rara vez se encuentra en el vocabulario de la psicología secular, a no ser por las alusiones burlonas a las religiones que crean sentimientos de culpa.

Hay, sin embargo, quienes se han ocupado del tema del pecado y de la manera como éste tiene que ver con Dios, así como también de la relación que hay entre ambos. El psiquiatra Karl Menninger, de la Clínica Menninger, escribió lo siguiente en su libro Whatever Became of Sin (¿Qué fue del pecado?):

Creo que hay ‘pecado’, el cual se expresa de maneras que no pueden ser incluidas bajo artificios verbales tales como ‘crimen’, ‘enfermedad’, ‘delincuencia’, ‘desviación’. Existe la inmoralidad; hay una conducta poco ética; hay maldad. Y espero demostrar que resulta útil conservar ese concepto. Ciertamente esta palabra, pecado, está mostrando ciertos indicios de regresar a la aceptación pública, y a mí me gustaría poder contribuir a esta tendencia.

Hace muchos años que SanAgustín dijo: “Tú nos has hecho para ti, oh Dios, y nuestro corazón no descansará hasta que encuentre reposo en ti”. Independientemente de la opinión de los hombres, tratar con el pecado y el alejamiento del ser humano de Dios, y de los seres humanos entre sí, es asunto fundamental del cual se ocupa la Biblia con toda claridad. Los detractores de la Biblia, al acusar a la religión de crear sentimientos de culpa por hacer sentir a la persona el problema del pecado, no son capaces de reconocer que la cruz de Cristo ofrece redención y perdón, eliminando de esa manera la carga del fracaso humano.

La consejería desde una perspectiva bíblica reconoce la Biblia como guía de la conducta moral

Hay quienes consideran que las normas bíblicas son una ilusión imposible, algo que es bueno, elevado y noble, pero impráctico en el mundo de hoy. Hay otros que las consideran un punto de referencia, algo que procurar, pero poco realista e imposible de alcanzar. Estoy consciente de que la vida de muchos cristianos está muy alejada del patrón bíblico, pero la falla no está en que Dios haya exigido de nosotros lo imposible, sino más bien en que no hemos sido capaces de lograr la medida de felicidad que Él desea para nosotros tal como lo expresó G.K. Chesterton en cierta oportunidad: “No esque probaron el cristianismo y resultó deficiente; es que lo probaron y resultó difícil.”

En cierta ocasión, yo acababa de hablar sobre la dedicación en el matrimonio, cuando se me acercó una mujer de edad madura, atractiva, exquisitamente vestida, y me dijo: “En cuanto a lo que usted dijo hoy en la mañana…” Ella hizo una pausa y su rostro se ruborizó. “¡Lo intenté pero no funcionó!”

Un tanto sorprendido por su franqueza, le pregunté, “¿Qué es lo que usted intentó?”

“Bueno, traté de vivir según la Biblia, ¡pero no funcionó!”

La orientación de las Sagradas Escrituras sólo funciona si usted coopera con Dios esforzándose por lograr lo que Él quiere que usted haga. Usted no es una máquina que sólo haga mecánicamente la voluntad de su inventor; es una persona hecha a la imagen de Dios, dotada de sensibilidad, voluntad y emociones. Pero lo más importante de todo es que a usted se le ha dado el enorme poder de tomar decisiones, y son estas decisiones las que determinarán lo que será su futuro.

Dios dice: “Esta es la senda que conduce a la felicidad; transita por ella”, y junto con ese mandamiento está el poder del Espíritu Santo que le capacitará a usted para remontarse sobre las arenas movedizas de su naturaleza pecaminosa. El antiguo lamento de, “No puedo dejar de ser como soy”, es ahogado por el coro de aquellos que pueden decir, por experiencia propia, “Soy una persona diferente porque Cristo cambió mi vida y puso mis pies sobre la Roca sólida.”