Deseo




V.1: marzo de 2020

Título original: NEED


© Joelle Charbonneau, 2015

© de la traducción, Tamara Arteaga Pérez y Yuliss M. Priego, 2016

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2020

Todos los derechos reservados.


Diseño de cubierta: Taller de los Libros

Imagen: Aleshyn_Andrei

Publicado bajo acuerdo especial con Houghton Mifflin Harcourt Publishing Company. Todos los derechos reservados.


Publicado por Oz Editorial

C/ Aragó, n.º 287, 2º 1ª

08009 Barcelona

info@ozeditorial.com

www.ozeditorial.com


ISBN: 978-84-17525-80-4

THEMA: YFH

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

DESEO

Joelle Charbonneau


Traducción de Tamara Arteaga Pérez y Yuliss M. Priego

1




Para mi hermano TJ. También conocido como AJ, Anthony, Tony y XJ.¡Lo siento, pero siempre serás TJ para mí!





Sobre la autora

3

Joelle Charbonneau es cantante, escritora e intenta ser chef. También es la orgullosa madre de un inquieto niño pequeño. Y fan incondicional del equipo de béisbol Chicago Cubs.

Joelle no se limita a contar historias por escrito, también lo hace sobre el escenario, donde ha representado óperas, musicales y obras de teatro para niños. Su experiencia en esta área le ha servido de inspiración para crear personajes para sus novelas.

DESEO


Felicidades. Has sido invitado a D.E.S.E.O., la nueva red social


De la noche a la mañana, los alumnos del instituto de Nottawa se encuentran con una nueva y misteriosa red social que promete hacer realidad todos sus deseos a cambio de pequeñas tareas como invitar a amigos, hacer fotos o pasar mensajes.

Kylie Dunham sabe qué desea: un riñón para su hermano enfermo. No cree que D.E.S.E.O. pueda ayudarla, pero está desesperada y no hay nada malo en probar. Sin embargo, las cosas que pide a cambio la web son cada vez más peligrosas y Kylie y sus amigos tendrán que decidir hasta dónde están dispuestos a llegar para conseguir sus deseos.



Y tú, ¿qué deseas?

Contenido

Página de créditos

Sinopsis


Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Capítulo 53

Capítulo 54

Capítulo 55

Capítulo 56

Capítulo 57

Capítulo 58

Capítulo 59

Capítulo 60

Capítulo 61

Capítulo 62

Capítulo 63

Capítulo 64

Capítulo 65


Sobre la autora

Deseo


ANHELO: Ansia de poseer o hacer algo. Un deseo.

NECESIDAD: Aquello que se requiere porque es esencial. Algo muy importante sin lo cual no se puede vivir.


¿Qué deseas?


—¿Ves, Kaylee? Es fascinante, ¿a que sí?

Nate da vueltas en mi silla de escritorio y sonríe, mostrando los aparatos que le quitarán por fin la semana que viene y un trozo de espinaca que ha debido de cenar. Encantador. Ha presionado para que se los quitaran antes de tiempo, alegando que ningún chico de dieciséis años debería enfrentarse a las chicas con metales en la boca, pero su padre y el dentista se negaron. Para mí, hacen que el pelo rubio de Nate parezca menos perfecto, lo cual es bueno. Necesita un defecto. O doce. Claro que yo tengo suficientes por los dos. La melodramática que busca llamar la atención y el hermano no deportista al que ignoran. Ambos somos muy diferentes, pero en el fondo, iguales.

—No lo entiendo —digo mientras vuelvo a centrarme en mi Mac—. Creía que habías dicho que esta es la página donde Jack consiguió su nuevo iPhone.

Jack, el hermano mayor de Nate, pidió el iPhone más nuevo para Navidad, después de romper su tercer móvil en poco más de tres meses. Argumentó que necesitaba comprobar su correo por si las universidades le mandaban algún correo de admisión. Las primeras dos veces su madre le reemplazó el teléfono y le advirtió que no lo volvería a hacer, cosa que nadie creyó, ya que los padres de Nate le dan a Jack todo lo que quiere en cuanto lo pide. Sin embargo, la última vez su padre rechazó la petición de Jack y se mantuvo en sus trece. Ni Papá Noel ni el espíritu navideño fueron capaces de convencerlo. Nada de iPhone hasta ver las notas del primer semestre ni hasta que Jack demostrase que era responsable, como mínimo, en un aspecto de su vida que no estuviese relacionado con el deporte. Como si eso fuera a pasar. Jack es el más popular del instituto por sus habilidades deportivas, pero que le caiga bien a sus amigos no lo hace inteligente.

—Cuando mi padre volvió a casa del trabajo y vio a Jack con el teléfono nuevo se cabreó mucho. Pensó que mamá lo había hecho a sus espaldas, gritó que estaba cansado de que lo desautorizase y se marchó antes de que ella pudiese convencerlo de que no tenía nada que ver.

—Quizá sí que ha tenido algo que ver. —Me quito las gafas y me froto los ojos.

Es decir, no sería la primera vez que la madre de Nate cede. Para sus padres, Jack no hace nada mal. Debe estar bien. Al menos para Jack.

Nate niega con la cabeza.

—Yo también pensé que había sido mi madre, pero después escuché a Jack hablar con uno de sus amigos. Dijo que consiguió el teléfono en esta nueva red social. Todo lo que tenía que hacer era invitar a cinco amigos que cumpliesen los requisitos para unirse. En cuanto aceptaron las invitaciones, ¡tachán! El teléfono ya era suyo.

—El mundo no funciona así. —Al menos, no el mío—. La página debe de pedir un número de la tarjeta de crédito o algo. Nadie regala teléfonos a cambio de invitar a cinco personas a una nueva red social.

—Quizá otras no, pero esta sí. —Nate se vuelve a girar para mirar la pantalla—. Créeme, mi hermano no es lo suficientemente listo como para inventarse algo así. Y no puede ser el único que haya conseguido cosas. Mira esto.

Nate hace clic con el ratón y mueve el monitor para que pueda verlo. Normalmente no sería capaz de leer nada sin las gafas. En esta ocasión, distingo las grandes letras rojas en el centro de la pantalla incluso sin ellas.


Usuarios registrados – 48

Deseos pendientes – 43

Deseos concedidos – 7


—Entonces… —Nate me mira por encima del hombro con una sonrisa tonta—. ¿Qué debería pedir? ¿Una bici nueva? ¿Un ordenador?

—No necesitas nada de eso.

—¿Qué quieres decir? —Encoge los hombros—. Jack en realidad no necesitaba un teléfono, pero se hizo con él.

—Sí, pero…

¿Pero qué? No estoy segura. Hay algo en todo esto que huele mal. O quizá solo sea la pregunta que plantea: ¿Qué deseas?

Porque sé lo que es un deseo, y no es otro móvil.

Nate me mira molesto y siento una punzada de culpabilidad. En cuanto supo que mi hermano y mi madre no estaban en casa, lo dejó todo para venir a hacerme compañía. Y conociéndolo, seguramente tenía un montón de ofertas para hacer algo más interesante esta noche. En algún momento se dará cuenta de eso y empezará a aceptar las invitaciones. ¿Qué haré yo cuando eso pase?

Entonces, me vuelvo a poner las gafas y digo:

—Supongo que solo estoy sorprendida de que tu hermano te haya mandado una invitación.

—No lo ha hecho. —Nate me ofrece una sonrisa de oreja a oreja—. Se olvidó de desconectarse cuando se fue con sus amigos, tomé prestado su ordenador y me envié una invitación. —Se estira—. La red social asigna un nombre de perfil a cada usuario y, por lo visto, no está permitido utilizar ninguna información en la página que pueda revelar la identidad del usuario, ni se puede compartir, ya sea en línea o en la vida real, si se han cubierto las necesidades. —Hace clic con el ratón varias veces y después señala la pantalla mientras lee—. «Infringir las condiciones de uso anula cualquier posible cumplimiento de futuros deseos».

—Pero Jack…

—Sí. —Nate se ríe—. Jack ya ha infringido las condiciones. Se va a enfadar mucho cuando intente pedir algo más y el hada madrina de D.E.S.E.O. le haga la peineta. Estoy deseando que ocurra.

—Supones que la persona que maneja el sistema sabe que Jack se lo ha contado a sus amigos —le digo—. La probabilidad de que quien sea que esté detrás de D.E.S.E.O. se entere debe de ser bastante baja.

—Sí. Qué rollo. —Nate suspira de forma dramática—. Aun así, siempre existe la posibilidad de que alguien averigüe que Jack ha incumplido las normas, lo cual es bueno. Me dará algo con lo que soñar cuando Jack se comporte como un capullo.

—Así que, básicamente, soñarás con ello casi todo el tiempo. —Me río.

—Tendré que tener alguna afición. No todos podemos tener hermanos que nos gusten y con los que nos llevemos bien.

Veo que Nate dirige la mirada hasta la fotografía enmarcada que hay sobre mi escritorio de mamá, DJ y yo este verano. El pelo rubio de DJ brilla bajo el sol. Su cara derrocha alegría. Mi madre y yo también salimos felices, pero nuestro pelo castaño hace que parezcamos menos radiantes. O quizá solo pienso así porque sé lo mucho que ambas desearíamos parecernos más a DJ.

—¿Tienes noticias? —pregunta Nate.

Me muerdo el labio inferior, saco el móvil del bolsillo y lo miro para cerciorarme de que no he recibido ningún mensaje nuevo. Nada.

—Mamá se llevó a DJ a urgencias del hospital All Saints y allí no tiene buena cobertura. Seguro que pronto me cuenta qué tal va todo.

Las pruebas no dirán que ha sufrido una recaída. Es imposible. DJ se merece algo mejor. Mejor que todo a lo que ha tenido que enfrentarse hasta ahora. El karma se lo debe. Ahora mismo estaría con él si me dejaran. Pero mi madre ha insistido en que me quedara aquí. Apartada. Sola.

Nate alarga el brazo, me coge la mano y entrelaza sus dedos con los míos. No. Sola no. Detrás de él, en la parte superior de la pantalla del ordenador, leo la palabra D.E.S.E.O., en grande, en mayúsculas y de un brillante color rojo, lo cual es apropiado porque Nate es alguien a quien deseo en mi vida. Sin él, no sé cómo sobreviviría a noches como esta. Si Nate encuentra alguna vez una novia de verdad, estaré perdida.

—Bueno… —dice Nate de nuevo con un tono travieso al tiempo que me suelta la mano y se gira hacia el escritorio—. Volvamos a lo importante. ¿Qué le pido a la gran y poderosa página D.E.S.E.O.? Un coche estaría bien.

—Vives a dos manzanas del instituto —señalo—. No necesitas un coche. Eso sin mencionar que tendrías que buscarte un trabajo para pagar la gasolina y el seguro.

—Triste, pero cierto. Y como no estoy interesado en el trabajo duro, tendré que pedir algo distinto. —Nate ladea la cabeza. Su expresión se vuelve seria—. ¿Sabes lo que deseo de verdad? Un notable en el examen final de física. Antes de las vacaciones, el señor Lott me dijo que tenía que sacar como mínimo un ocho si no quería suspender e ir a clases de repaso durante el verano.

—Dudo que la persona que se encarga de la página de D.E.S.E.O. vaya a hacer el examen por ti.

—No, pero quien sea que haya creado esta cosa debe de tener mano con los ordenadores. Podría jaquear el sistema y cambiarme la nota. Quien no arriesga, no gana, ¿no?

Nate teclea «Un sobresaliente en el examen final de física» en el cuadro de diálogo y presiona la tecla enter. El mensaje en el cuadro cambia. Ahora se lee: «Petición de deseo pendiente de verificación. Por favor, espere». La imagen de un reloj aparece.

—¿No habías dicho que necesitabas un notable?

—¿Por qué conformarse, no?

Nate tamborilea los dedos contra mi mesa de escritorio al tiempo que la manecilla grande se desplaza lentamente del doce al uno. Y luego al dos. Cuando la manecilla señala el tres, noto como el móvil me vibra en el bolsillo. El estómago me da un vuelco.

—¿Qué dice? —pregunta Nate.

Intento respirar, pero no soy capaz mientras desbloqueo el móvil y acepto la llamada rezando para que DJ esté bien. Menos mal que mi madre no alarga las cosas y en la primera frase me dice que así es. No hay recaída. Todavía está enfermo, pero no ha empeorado. Con cada recaída puede ponerse mucho peor. Así que son buenas noticias. Aun así, me tiembla la voz cuando cuelgo el móvil y digo:

—El médico va a hacerle una prueba más, pero cree que la fiebre se debe a algún virus que hay en el ambiente. Todo lo demás está estable.

Por ahora.

—Es un alivio. Eh, no te he preguntado esta semana, pero tu padre…

Sacudo la cabeza.

—Todavía no he podido encontrarlo. La postal de Navidad que me mandó tenía una dirección del remitente y un sello de Kenosha, pero cuando llamé al complejo de apartamentos me dijeron que no sabían quién era.

—Lo encontrarás, Kaylee. —Nate se levanta y me rodea con los brazos—. Si no, convenceremos a más gente de por aquí para que se haga las pruebas. Alguien hará lo correcto.

Me inclino hacia Nate y cierro los ojos.

—Eso espero.

Solía pensar así. Luego me enteré de la verdad. La gente dice que se preocupa, pero no les importa un comino. Ni a mi padre. Ni a la gente de este pueblo. Ni a los psicólogos del instituto a los que mi madre insiste en que vaya para lidiar con mis «problemas». A nadie.

Al abrir los ojos veo que la pantalla que está detrás de Nate cambia y me alegra poder cambiar de tema.

—El reloj se ha parado.

El rostro de Nate se ilumina. Me da un último achuchón antes de sentarse en la silla frente al ordenador.

—Premio. Mi petición ya ha sido procesada. Ahora, según esto, tengo que invitar a seis amigos que cumplan el perfil y mi deseo se hará realidad. Suena fácil.

Nate teclea mi nombre y mi dirección de correo electrónico y pulsa enviar antes de que pueda objetar nada. Seguidamente escribe cinco direcciones más.

—¿A quién acabas de invitar?

—No te lo voy a decir. A diferencia de Jack, yo sí que pretendo seguir las normas. —Tras hacer clic en «Desconectar», Nate echa la silla hacia atrás y se levanta—. ¿Te ha dicho tu madre cuándo volverán a casa?

—No. —La última vez que fui a urgencias con DJ y mi madre, pasaron horas antes de que le dieran el alta. Es como si los relojes dejaran de funcionar en cuanto pones un pie en un hospital—. Dudo que sea pronto.

—Bien. —Nate me coge del brazo y tira de mí hacia la puerta—. Eso significa que todavía tenemos tiempo de asaltar la nevera y ver una peli de miedo antes de que vuelvan.

—¿Tiene que ser de miedo? —pregunto, aunque conozco la respuesta—. ¿No podemos ver El señor de los anillos por centésima vez? Ni siquiera me quejaré cuando recites los diálogos y representes las escenas de lucha.

—Tentador, pero no. —Se ríe—. Tienes que hacer algo por mí ya que he venido a verte, y se me ha metido entre ceja y ceja verte gritar como una chica.

—Por si no lo habías notado, soy una chica.

—Y me he esforzado mucho estos últimos siete años para no tenértelo en cuenta. —Nate se gira y me guiña un ojo—. Tú ve a por las palomitas. Yo iré a por los refrescos. Es hora de divertirnos.

Hannah


Hannah Mazur se sienta en su escritorio y saca de la mochila el libro que le han mandado leer durante el puente. Lo ha ido posponiendo durante la última semana y media, pero el instituto vuelve a empezar el miércoles, lo que significa que tiene que comenzar a leerlo.

Historia de dos ciudades. Incluso el título suena aburrido. Su profesora prometió que no mandaría deberes para las vacaciones, sino que les regalaría una maravillosa historia. Sí, claro. Si fuera así, habría un tío bueno en la portada.

Como no quiere pasar Nochevieja poniéndose al día, Hannah abre el libro y comienza a leer. Diez minutos después, su mirada se vuelve ausente y su cerebro está confuso. Si la profesora Hernández piensa que esto es un regalo, necesita salir más.

Las risas en el piso de abajo hacen que Hannah quiera levantarse y ver qué se está perdiendo, pero no puede. No después de decir a todos que subía para terminar los deberes. Si bajase, su madre le lanzaría «la mirada», lo que provocaría inevitablemente que la castigasen sin ir a la fiesta de Año Nuevo de Logan.

Después de pasar varias páginas, decide tomarse un descanso y mirar su email. Al fin y al cabo, leer en pequeñas cantidades la ayudará a recordar mejor el libro. ¿Verdad?

Hannah sonríe cuando ve un correo de Nate Weakely en su bandeja de entrada. Quizá eso significa que, por fin, está interesado. Ya era hora de que dejase de gustarle Kaylee Dunham. Después de que su actuación como enferma del año pasado demostrase que necesitaba clases de teatro y ayuda psiquiátrica, Kaylee no merece la atención de Nate. Entre eso y que acosase a la gente para que se hicieran la prueba de donante de riñón, no es de extrañar que haya dejado de interesarse por ella. Todo el mundo se siente mal porque el hermano de Kaylee pueda morir, pero suplicar en la cafetería a todo el mundo que se hicieran las pruebas no está bien. Hannah odió la forma en que todo el mundo la miró esperando su respuesta. Y, por supuesto, se sintió como una mierda cuando dijo que no. Nadie aceptó pero, aun así, preguntar a la gente de esa manera es miserable.

Hace clic en el enlace y se ríe de la página. ¿Está bromeando Nate? Si es así, ella se apunta. Esto es mucho más interesante que Charles Dickens.

Se piensa la pregunta.

¿Qué deseas?

Hm, ¿CliffsNotes?* ¿Ropa nueva para la fiesta de Año Nuevo? No. Para llamar la atención de Nate tiene que ser algo más interesante. Quién sabe, quizá Nate busque una forma de conseguir lo que ella desea. Si es así, debe pensar algo más que una visita al centro comercial. Hannah deshecha una idea tras otra hasta que al final encuentra su respuesta.

Necesito una semana más de vacaciones de Navidad.

Diablos, incluso su padre se alegraría. Le gusta enseñar, pero incluso él ha dicho que las vacaciones de este año no han sido lo suficientemente largas. De esta manera tendría más tiempo para ver fútbol americano y jugar a videojuegos con sus hermanos, y ella podría posponer la lectura del libro un par de días más. Es lo que su padre denominaría una propuesta en la que todo son ventajas.

El reloj del monitor hace tictac. Cuando su petición es aceptada, escribe las siete direcciones de email requeridas y pulsa «Enviar».



Notas

* Es una página web que contiene apuntes rápidos y sencillos de cualquier materia para los estudiantes. (N. de las T.)

Kaylee


No estoy segura si un gran bol de palomitas con mantequilla, un psicópata persiguiendo a gente por un bosque y Nate llamándome niñita cada vez que me cubro los ojos, podría denominarse «diversión», pero me despeja la mente durante un rato. Y aunque Nate no reconocerá que ese era su objetivo, miente.

DJ y mamá entran en casa justo después de medianoche. Nate y yo dejamos de hablar al verlos entrar. Incluso para venir de un lugar frío, la cara de DJ está pálida. Pero sus ojos azules se iluminan al ver a Nate.

—Hola, DJ. —Nate le tiende la mano y DJ y él chocan sus puños—. ¿Cómo te encuentras? Kaylee me ha dicho que tu madre y tú estabais en urgencias, así que he venido a hacerle compañía. —Se inclina hacia delante y susurra en alto—. La he obligado a ver una película de miedo.

—Vaya, ojalá hubiera estado con vosotros. —suspira DJ —. No me pasa nada.

—Tenías fiebre —dice mamá.

—Estoy resfriado —DJ pone los ojos en blanco—. Los médicos han dicho que es algo sin importancia, pero mamá se ha encargado de que me hicieran un montón de pruebas igualmente. Qué desperdicio.

Puede. Pero aun así envuelvo mis brazos en torno a sus hombros flacos y le abrazo con fuerza. No sé lo que haría si le perdiese.

—Eh.

DJ se retuerce, pero no muy fuerte porque me quiere y sabe que necesito este momento. Y quizá él también lo necesite, porque en el instante en que se libera, me devuelve el abrazo.

—No seas tan duro con tu hermana, chico. Tiene los nervios a flor de piel por todos los saltos y los gritos. Lo ha hecho mejor que los actores. —Nate me mira deliberadamente—. Si quieres verla otro día, estaré encantado de volver.

—Eso sería genial. ¿Verdad, Kaylee? —DJ se dirige a mí justo cuando estoy a punto de decir que no.

Veo el cansancio detrás de la ilusión y la preocupación que finge no sentir, y me resulta imposible negarme. Pronto puede que no haya noches de películas y diversión. Que los esteroides dejen de funcionar. Que sus riñones fallen antes de encontrar uno nuevo. Y no puedo quitarle un solo momento de felicidad.

—Por supuesto —digo—, cuanto antes mejor.

— ¿Qué tal mañana? —pregunta DJ.

Mamá sacude la cabeza.

—El médico ha dicho que necesitas descansar.

—De hecho, mamá —replica DJ sonriendo—, eso es lo que te ha dicho a ti.

—A ver qué te parece esto —añade Nate poniéndose su grueso abrigo negro—. Mañana descansas y el viernes haremos una maratón de pelis de miedo para celebrar el fin del resfriado. Incluso te dejaremos elegir la primera.

—Trato hecho.

Mamá sonríe agradecida a Nate y dice a DJ que se prepare para ir a la cama. Mira a Nate y dice:

—Espero que no comentes nada del resfriado de DJ con nadie. Lo último que necesita es que más gente cotillee sobre su salud.

—Cuente conmigo, señora D.

—Me alegro —sonríe de forma distraída—, que tengas una buena noche. —Sin mirarme, se apresura a seguir a mi hermano para asegurarse de que se va a dormir en lugar de a leer comics con la linterna.

—Gracias —le digo, acompañando a Nate a la puerta.

—No me tienes que dar las gracias por ver películas de miedo.

—Por eso no. —Sonrío, agradecida porque de nuevo encuentre las palabras para hacerme sentir mejor—. Sino… por esta noche. Por soportarme. Por mantenerme cuerda. Por ser majo con DJ. Ya sabes.

—Lo sé. —Nate da un paso hacia delante y me abraza por segunda vez en noche.

Creo que es un récord. Debo parecer patética, pero en este momento no me importa. Me inclino hacia él y respiro el olor a palomitas, a perro y el leve aroma a humo de cigarro que significa que su madre vuelve a fumar. Durante varios segundos simplemente nos quedamos así. Cuando teníamos nueve años, Nate me dijo que juntos podríamos hacer cualquier cosa que nos propusiésemos. Creo que sacó la frase de una película. Ya entonces era un fanático del cine. Pero fuera donde fuese que la oyó, le creí. Y todavía lo hago, porque sigue conmigo después de todos los errores y las tonterías que he realizado. Porque eso es lo que hacen los amigos.

—Llámame mañana y me dices cómo estás. —Me da un último abrazo antes de ponerse el gorro morado que le tejió su abuela—. Y no olvides mirar tu bandeja de entrada y aceptar la invitación. No quieres vivir con mi suspenso de física sobre tu conciencia, ¿verdad?

Sale al frío y yo cierro con pestillo tras él. Después miro por la ventana cómo camina por la entrada que he despejado antes. Cuando llega a la calle, se gira y saluda. Sonrío, saludo y veo como desaparece de la vista. Sé que me mandará un mensaje cuando llegue a casa porque sabe que me que me preocupo por si ha llegado bien. Nate está chiflado, es divertido y a veces un poco loco, pero siempre tiene en cuenta lo que él llama «mi necesidad compulsiva de controlar el mundo».

Como imagino que mi madre está demasiado cansada para bajar, compruebo que la puerta trasera esté bien cerrada y subo. La luz se cuela por debajo de la puerta de la habitación de mamá, pero no compruebo si está despierta. En lugar de eso, me dirijo a la siguiente puerta cerrada, giro el pomo y entrecierro los ojos en la oscuridad. No entro porque he aprendido por las malas que no quiero pisar los LEGO que están desperdigados por el suelo. Así que me quedo en la puerta y veo a DJ dormir mientras doy gracias a que su respiración sea constante. Esta noche se encuentra bien y deseo, por enésima vez, ser diferente para poder ayudarle a mejorar.

Mientras cierro la puerta de DJ mi madre sale al pasillo.

—¿Va todo bien? —susurra.

—Sí. Solo quería asegurarme de que no necesita nada antes de irme a la cama. Deberías dormir —le digo. Tiene que levantarse temprano para ir al trabajo.

—Lo haré. Tú también deberías irte a la cama. —Mamá frunce el ceño y se mira las manos. — Y ya sé que te prometí dar clases de conducir después de salir del trabajo mañana, pero con el resfriado de DJ no quiero que se meta en el coche a menos que sea necesario y no debería quedarse solo en casa…

—No te preocupes, mamá. —Me encojo de hombros—. No pasa nada. —Nate no es el único que sabe mentir—. Lo podemos hacer otro día cuando esté mejor. Quizá el domingo.

—Ya veremos.

He oído esas palabras las suficientes veces como para saber que hay más probabilidades de que aparezca un poni rosa en la puerta que de dar esa clase. A este paso, obtendré mi carnet cuando me gradúe en la universidad. Podría enfadarme, pero hay cosas más importantes en las que pensar.

—Mamá… —digo antes de perder el valor—, ¿has pensado en contratar a un detective privado? Podría poner el dinero que los abuelos me mandaron por Navidad. No es mucho, pero quizás…

—Te he dicho que no, Kaylee.

Me encojo ante el enfado en su voz, pero continúo.

—Pero si hay alguna posibilidad de que papá sea compatible…

—Si tu padre estuviera interesado en ayudar a tu hermano no se habría ido. Ya hemos hablado de esto. Me estoy ocupando de ello. Espero que me dejes hacerlo antes de que empeores las cosas todavía más. Ahora a la cama.

Se dirige a su habitación y cierra la puerta. Oigo el sonido del pestillo. Mi madre no me escucha. Por enésima vez. Y, a decir verdad, ¿por qué debería ser diferente esta noche? Podría forzar el tema y pedirle que hablara conmigo, pero eso solo despertaría a DJ. Y eso no serviría de nada.

Cierro los puños con fuerza y observo la puerta, como si esperara que cambiase de opinión. Quiero que, por una vez, me entienda. Sí, Craigslist fue estúpido. Mentir sobre una recompensa monetaria para aquellos que se hiciesen las pruebas y fuesen compatibles fue una mala idea, directamente era ilegal. Algo de lo que no me di cuenta al hacerlo. Pero estaba desesperada. He hecho tantas cosas estando desesperada por ayudar. Y hasta ahora, en lugar de salvar la vida de DJ, he fastidiado la mía.

Me pongo unos pantalones de franela y una camiseta y, cuando estoy subiendo a la cama, escucho que vibrar el móvil. Nate. Me manda un mensaje para decir que ha llegado a casa y que espera que esté ahora mismo sentada frente a mi escritorio, ayudando a asegurarle un futuro mejor con una nota más alta.

Gracias a dios que tengo a Nate. Le respondo que no me atrevería a limitar las posibilidades de su vida. Salto de la cama y voy a mi escritorio. Unos cuantos tecleos y hago clic en el email con el asunto «Nate Weakley te ha invitado a D.E.S.E.O.»

Felicidades. Has sido invitado a D.E.S.E.O., la nueva red social por invitación para los estudiantes de Nottawa High School. Únete a tus amigos y descubre cuánto puede mejorar la vida cuando puedes expresar tus pensamientos de forma anónima y te dan las herramientas necesarias para obtener tu D.E.S.E.O.

No tenía ni idea de que la página era solo para los estudiantes del instituto. Qué raro. Pero ahora que lo sé, me alejo del ordenador y me lo pienso dos veces antes de hacer clic en el enlace bajo el texto. Aunque la mayoría de compañeros de mi instituto no me gustan, ni me junto con ellos en la vida real a menos que pueda evitarlo, aceptar sus peticiones de amistad en la red es básicamente una obligación. Ya me gustaría saber por qué se molestan en enviarme las peticiones, pero parece que, cuánto más les desagrada alguien, más contacto quieren tener en internet. Hasta ahora, he ignorado cualquier cosa que publicasen, incluso cuando parece que me provocan para que les conteste.

La mayoría de la gente de mi instituto son unos capullos. Muy pocos se hicieron las pruebas cuando colgué los carteles y empecé a repartir en los pasillos panfletos sobre la donación de riñones. Solo tres personas de cientos. El resto dejó de mirarme a los ojos por los pasillos y comenzaron a ignorarme. Incluso los profesores se hacían los sordos cuando me oían llamarlos, así que luché. Luché por mi hermano. Nate dice que no debería tomarme las sonrisas burlonas y los motes como algo personal. Dice que todos odian sentirse como cobardes por no querer hacerse las pruebas. Así que, en lugar de admitirlo, atacan a la persona que les ha obligado a aceptar en su interior que tienen miedo.

Quizá tenga razón. Es difícil separar lo que ellos han hecho por vergüenza de lo que yo he hecho por enfado. Tengo la culpa de muchas cosas, pero no de todo. Hay una parte que es culpa suya. Y, por esa razón, evito tratar con ellos en internet lo máximo posible. ¿Para qué, si no es obligatorio? Aunque bueno, a diferencia del resto, esta página es anónima. La red no quiere que nadie sepa quién está detrás de los perfiles, ¿verdad? Sé que estoy justificándome a mí misma porque no quiero decepcionar a Nate y, en el fondo, debo admitir que tengo curiosidad por ver cómo interactúan mis compañeros, y antiguos amigos, cuando no saben con quién están hablando y están seguros de que ni sus padres ni otros adultos pueden verlos.

Me muerdo el labio, vuelvo a acercarme al escritorio, y pincho el enlace con el ratón.

Aparece un «Bienvenido a D.E.S.E.O».

Por favor, escribe tu nombre y pincha en el recuadro para confirmar que eres un estudiante matriculado en el Nottawa High School.

Sigo las instrucciones, presiono la tecla enter y una nueva pantalla me da mi número de identificación, D106, y me felicita por formar parte de D.E.S.E.O., además de invitarme a personalizar mi página de inicio. Cuando me dirijo ahí, tengo muchas opciones para cambiar el fondo, cambiar mi avatar por una de los cientos de imágenes coloridas de la base de datos, o añadir enlaces a la página de Intercambio de Deseos, dónde los miembros pueden mandarse mensajes y cambiar con otros miembros objetos que ya no necesiten por otros que deseen. Me muevo por la página durante varios minutos y acabo en la página que Nate me ha enseñado antes.

Releo las palabras en negrita.


ANHELO: Ansia de poseer o hacer algo. Un deseo.


NECESIDAD: Aquello que se requiere porque es esencial. Algo muy importante sin lo cual no se puede vivir.

¿Qué deseas?


Miro fijamente la pregunta y el cursor que parpadea en la caja de abajo y pienso en mi madre diciéndome que, de nuevo, no tiene tiempo para mí. En la forma en la que ha echado el pestillo para no dejarme entrar. ¿Está preocupada por DJ? Sí. ¿Debería? Por supuesto. El síndrome nefrótico asusta. Da muchísimo miedo, incluso en el mejor de los casos. ¿Mamá está mal porque fuerzo el tema de encontrar a papá? Claro. Pero hay algo más que preocupación y frustración en sus palabras. Lo veo en sus ojos cada vez que piensa que no miro. No importa que no dudara en ofrecerme para ser la donante para mi hermano. No importa que pidiera a los médicos que me hicieran las pruebas, aunque nuestros grupos sanguíneos no coincidan. Lo único que le importa es que, cuando me ve, se ve a sí misma. Alguien que no es lo suficientemente bueno para salvar a DJ. Y por mucho que lo haya intentado, no puedo encontrar a una persona que lo pueda salvar.

Me limpio las lágrimas de las mejillas con la camiseta y respiro profundamente. Llorar es una tontería. Y odio sentirme tonta.

¿Qué deseas?

Las palabras rojas de la pantalla son seductoras. ¿Realmente creo que alguien que ha creado una red social para estudiantes de instituto puede ayudarme? ¿Que quién sea que haya creado el sitio quiere mejorar realmente mi vida?

No. No soy tan inocente. Pero, en la oscuridad me veo a mí misma queriendo creer que hay alguien a quien sí le importa. Alguien que me abre la puerta en lugar de cerrarla. Así que, debajo de la pregunta sobre qué deseo, tecleo:


Necesito un riñón para mi hermano.


Y pulso enter.

En el instante que mi dedo pulsa la tecla quiero deshacerlo. ¿Se puede ser más estúpida? La página es anónima, pero incluso sin mi nombre la gente sabrá que la petición es mía. Toda la gente de la página se reirá de mí. Genial.

El mismo mensaje que vi cuando Nate hizo su petición aparece: «Petición de deseo pendiente de verificación. Por favor, espere», seguido de un reloj rojo. Miro las manecillas girar y espero a que la red social envíe una respuesta automática.

Tic. Tac. Tic.

Cada minuto que pasa me siento más idiota. Diez minutos después, el reloj continúa funcionando. Vaya. Quizá la pantalla se ha bloqueado. Las manecillas todavía se mueven y empiezo a preguntarme si la respuesta que Nate recibió fue enviada por un operador en lugar de ser automática. De ser así, es posible que la persona tras el sistema está dormida o no sepa cómo responder a mi petición. He preguntado por algo que me identificará inmediatamente. Quizá romper las reglas significa que no seré capaz de pedir nada más en la página.

Bueno, si el operador al mando de D.E.S.E.O. está dormido, o ha decidido poner mi cuenta en el limbo, no tiene sentido esperar el mensaje que vaya a mandarme. Pero, en lugar de cerrar el portátil, lo giro para ver la pantalla desde mi cama antes de meterme bajo las sábanas. Justo antes de dormirme, entrecierro los ojos para mirar la pantalla y veo desaparecer el reloj.

Me pongo las gafas y leo desde mi cama:

Se ha procesado su D.E.S.E.O.. Haremos todo lo posible para que su deseo se cumpla.

Lo último que pienso de dormirme es que no me han pedido invitar a amigos. O el sistema ha sufrido un error o la persona detrás de D.E.S.E.O. ha sido demasiado amable como para decir lo que yo ya sé. Que D.E.S.E.O. y quién lo administra no pueden ayudarme. No importa lo que digan, mi familia está totalmente jodida.

Sydney


Sydney cierra con cuidado la puerta de casa para no despertar a nadie. El calor de la estancia penetra en su cuerpo y sus dedos helados. El parte meteorológico que miró el lunes decía que esta semana iba a ser más cálida que la pasada.

Claro que sí.

Por supuesto, el meteorólogo se puede permitir errores. Al fin y al cabo, no es él el que se está helando con este tiempo. Y tampoco es que lo vayan a echar de la televisión. Lo cual demuestra lo injusta que es la vida. Ojalá el padre de Sydney se hubiera decantado por la meteorología en vez de dejar su trabajo de seguridad informática para llevar su propia agencia inmobiliaria. Aunque, para ser justos, durante un tiempo había ido bien. O eso es lo que todo el mundo dice. Entonces la burbuja explotó y con ella su familia. ¡Hurra por el sueño americano! Donde todos pueden terminan jodidos si se dejan la piel currando lo suficiente. Y su madre se pregunta por qué no se muere por estudiar informática en la universidad, o por entrar en el ejército para tener una carrera en comunicaciones o cualquier otra mierda de esas. Como no echó ninguna solicitud para la universidad, el orientador del instituto le pidió que no descartara del todo la opción del ejército. Todavía no les ha dicho que se vayan a paseo. Según su padre, trabajar para el gobierno tiene sus ventajas, porque siempre hay puestos que cubrir. Tiene sentido porque el gobierno se imprime su propio dinero. Pero aunque le atrae la idea de presumir de puntería con las armas, acatar órdenes durante el resto de su vida no le llama en absoluto. Ya lo hace bastante ahora, aunque eso está a punto de cambiar. A los dieciocho años su vida está empezando y tiene planeado sacarle el máximo provecho.

Ahora que casi puede volver a sentirse las orejas, se quita los guantes, expulsa aire caliente entre sus manos y flexiona los dedos. Mejor. Todavía están entumecidos, pero al menos ahora puede moverlos.

Se descuelga la mochila del hombro, la coloca sobre el banco que hay junto a la puerta principal y se sienta al lado. Le lleva tres intentos quitarse las botas, pero por fin sus pies son libres. Gracias a Dios. Una ducha caliente servirá para descongelarlos. Coloca las botas y el abrigo en su sitio, para que así su madre no le regañe por la mañana. El ciervo que cuelga en el garaje tras la lancha probablemente le sume puntos, pero cree que debería guardarse ese as bajo la manga. Uno nunca sabe cuándo va a necesitar una carta «salga de la cárcel, gratis», sobre todo con lo que va a ocurrir. 

Recoge la mochila, atraviesa la casa totalmente en silencio y baja al sótano. Quiere ducharse y dormir, pero todavía se encuentra muy nervioso. Antes necesita relajarse un poco.

Sopla entre sus manos otra vez y enciende el portátil. Mientras espera a que se cargue, mete la mano en la mochila y saca el viejo cuchillo de caza de su abuelo. Tras coger un trapo, comienza a limpiar la hoja tal y como su abuelo le enseñó, aunque ya ha limpiado la sangre en el garaje. Con cuidado, Sydney guarda el cuchillo en el cajón de su escritorio. Lo guarda en la cajita que ha fijado bajo la mesa y lo cierra con llave. No quiere que nadie se haga daño sin querer. Sería una mierda y la situación ya es bastante mala.

Ahora que el ordenador ya se ha encendido, introduce la contraseña y se pone a trabajar. Teclea rápido mientras navega por varias páginas y sonríe. Es fascinante. Este sitio es muy, muy interesante. Decide que no le importa acatar unas cuantas órdenes cuando sucede algo tan alucinante. Se recuesta en la silla y flexiona los dedos, que por fin han entrado en calor, e intenta decidir qué es lo que desea. 

La respuesta es sencilla. Dinero. ¿No es esa siempre la respuesta? Ahora solo tiene que pensar en cuánto necesita.






Usuarios registrados – 89

Deseos pendientes – 78

Deseos concedidos – 15

Kaylee


—Adivina qué hora es —digo andando por el pasillo.

—Vete a la porra —grita DJ—. No voy a ponerme el termómetro otra vez.

—¿Quieres apostar? —Agarro el aparato de la encimera de la cocina y me dirijo al salón, donde mi hermano está despatarrado en el sofá, mirando el televisor—. Mamá va a llamar en cinco minutos para ver qué tal todo.

—Dile que estoy bien. —Un coche derrapa y se estrella en la pantalla.

—Va a preguntar si tienes fiebre.

—Mamá necesita relajarse un poco. —DJ suspira de un modo dramático—. No tenía fiebre las últimas cuatro veces que te ha pedido que lo compruebes. Creo que ya puedo pasar página oficialmente.

—No es tan sencillo, DJ.

Las pruebas del hospital no muestran que haya recaída… todavía. Como su sistema inmunológico es tan débil, no hace falta mucho para que eso suceda. Cada vez que un paciente experimenta una recaída del síndrome nefrótico la prognosis es peor. Hay mayor probabilidad de retención de líquidos, neumonía, coagulación de sangre, otros daños renales… Para DJ, la siguiente recaída podría significar que le dejen de funcionar los riñones por completo. Si para entonces no tenemos un donante…

—Sí. —DJ se sienta y se gira hacia mí. Ni siquiera mira la pantalla cuando el coche explota—. Sí que es tan sencillo. Pero parece que mamá y tú estéis más interesadas en demostrar que me estoy muriendo en vez de estar luchando contra un resfriado. De mamá me lo espero. Es lo que hace. Pero se supone que tú estás de mi parte. 

—Estoy de tu parte, y no te estás muriendo —señalo, deseando que el estómago no me dé un vuelco—. No voy a dejar que eso ocurra.

—No hay nada que puedas hacer para evitarlo, Kaylee. Ojalá pudieras. Entonces no tendría que tener miedo. Y estoy cansado de tenerlo.

Veo en sus ojos al niño con el que solía jugar a los bloques y que lloraba cuando construía torres demasiado altas y se caían. Y veo el miedo que tan bien esconde porque quiere olvidar que hay una posibilidad de que su sistema inmunológico ceda y muera. Se merece olvidar y ser feliz. Aunque solo sea durante unas horas.

Me meto el termómetro en el bolsillo, me tumbo en el suelo junto al sofá y digo:

—¿Te importa si veo la peli contigo?

—Vale. No te has perdido mucho. Sólo a los malos robando dinero a otros malos. Ese tío que los está persiguiendo en el coche en teoría es un poli que cree que ha matado a su compañero y no ha sido capaz de perdonarse. Claro que en realidad no lo mató y yo creo que el compañero está aliado con los malos, pero aún no hemos llegado a esa parte.

Un camión se lleva por delante a un coche en la carretera y hay otra explosión a la vez que un hombre salta del camión y dispara una pistola. No tengo ni idea de qué está pasando en la pantalla, pero no importa porque no es que esté mirándola de verdad. Estoy escuchando los gritos de emoción de DJ y lo observo saltar en el sofá cuando el bueno por fin se enfrenta a su compañero supuestamente muerto.

Cuando el teléfono suena, no tengo ningún problema en mentirle a mamá sobre haberle tomado la temperatura a DJ. Porque él quiere normalidad.

Poco después de que la primera peli haya terminado y la segunda —porque por lo visto toda mala peli de acción necesita una secuela—, haya empezado, me doy cuenta de que DJ se ha quedado dormido en el sofá, a mi lado. Lo tapo con una manta y me tumbo junto a él antes de quitarle un mechón de pelo rubio de la cara.

Mientras duerme, lo observo y rezo. Cuando parece que va a despertarse, me levanto y salgo del salón para que no tenga que avergonzarse de que su hermana mayor haya estado velando su sueño como si fuera un bebé.

Revuelvo las carpetas que tengo en el cajón de mi escritorio e ignoro el papel que hay encima y que sé que debería tirar y olvidar. Solo demuestra lo horrible que la gente puede llegar a ser. Como si realmente necesitara que me lo recordasen. Pero lo dejo donde está y saco una lista de nombres de debajo deseando que al menos unas cuantas personas en ella sean más comprensivas que aquellas con las que he contactado en el pasado. La lista se compone de toda la gente que creo que puede conocer a mi padre. Quince nombres están tachados, lo cual es desalentador. Cuando hice la lista, las personas que puse en lo alto eran mi mayor esperanza. Eso demuestra lo mucho que sé. Por ahora, solo uno de ellos ha admitido haber oído hablar de mi padre desde que se fue a un viaje de pesca la pasada primavera y no regresó. Esa pista es la razón por la que sé que mi padre sigue vivo.

Los médicos dicen que un familiar directo con el mismo grupo sanguíneo sería el mejor donante para DJ. Los familiares son los que más probabilidad tienen de ser donantes compatibles, lo cual le daría al cuerpo de DJ una oportunidad mayor de aceptar el nuevo órgano. Por lo que a mí respecta, papá va a ser ese donante, quiera él o no. No me importa lo que diga mamá; nos debe eso y más.

Cada cosa a su tiempo. Inicio sesión en la dirección de email que creé para este proyecto y le mando un correo al señor Bryski para ver si sabe algo más de mi padre. Prometió mantenerme al día, pero no confío en nadie. Ni siquiera en el señor Bryski, razón por la cual no firmo con mi nombre. Probablemente crea que está hablando con mi madre. La mayoría de las personas con las que contacto por aquí es lo creen. Seleccioné la dirección de correo específicamente con esa intención. A la gente le gusta presuponer y, por una vez, eso está jugando a mi favor.

Envío seis correos más y después comienzo a hacer llamadas a hoteles en el área de Kenosha y en los pueblos de alrededor. Hay docenas, así que todos los días llamo a unos cuantos. Los que responden al teléfono no tienen permiso para revelar los nombres de los huéspedes ni dar información, pero de vez en cuando doy con alguien que se compadece de la chica que busca a su padre o que piensa que puedo estar dispuesta a pagar para que me ayuden. En realidad, no creo que esta gente me vaya a llevar hasta mi padre. Hasta ahora nadie ha hecho nada por mover un dedo, da igual lo que haya intentado. Pero como prometer dinero en Craigslist no es una opción e intentar robar historiales médicos de la escuela para localizar a donantes potenciales al final acabó llevándome a terapia, buscar una aguja en un pajar es mejor plan que el de mi madre, que por lo que sé es el de no buscar.

Al menos, eso es lo que intento recordar cuando el hombre al teléfono me corta con una diatriba sobre llamadas de broma y me cuelga. Intento no pensar en qué dice de mí que esto sea lo que me espere como algo normal.