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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Stacy Cornell

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Romance inesperado, n.º 105 - septiembre 2015

Título original: Small-Town Cinderella

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6801-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

POR la recién casada y las dos futuras novias —brindó Debbie Mattson al levantar su copa de margarita—. Que sigáis siendo siempre tan afortunadas como lo sois en el amor.

Darcy Dawson, la homenajeada, levantó su Martini.

—Por la suerte, la vida y el amor —dijo.

Las cuatro, Debbie, Darcy, Sophia Pirelli Cameron y Kara Starling, que era la última que se había unido al grupo, se habían reunido en Clearville Bar and Grille para celebrar la despedida de soltera de Darcy. Aquel local tan rústico era el preferido tanto de los turistas como de la gente del pueblo, que podían acudir allí a ver las retransmisiones deportivas en las pantallas gigantes o a bailar un poco en la pequeña pista.

De haber sido ella la que organizara la fiesta, quizá Debbie hubiese optado por un plan más emocionante que el de salir a cenar y a tomar una copa, pero estaba claro que Darcy lo estaba pasando en grande y eso era lo más importante.

Sophia tomó un trago de su zumo de arándanos. Si había alguna embarazada resplandeciente, sin duda era su amiga Sophia, que estaba encantadora con aquella blusa de flores y su abultada tripa de seis meses. Claro que también podía ser el resplandor que le confería su alegría de recién casada, ya que Sophia se había casado con Jake Cameron ese mismo verano.

El amor le sentaba de maravilla y parecía ser lo que ocupaba su mente mientras miraba a Darcy y a Kara para después dirigirse a Debbie.

—Ahora que nosotras tres hemos encontrado a nuestros hombres, sabes lo que falta, ¿verdad?

La siguiente eres tú.

Debbie siguió sonriendo a pesar de estar gruñendo por dentro. No sabía cuántas veces había oído aquellas mismas palabras en los últimos meses. Desde que sus amigas habían encontrado a sus almas gemelas, todas las miradas se centraban en la única soltera que quedaba en el grupo. A veces se sentía como una oveja solitaria a la que estuvieran a punto de atacar los lobos. Unos lobos empeñados en buscarle pareja.

«Que no se den cuenta de que tienes miedo», se dijo a sí misma, consciente de que si titubeaba un instante, estaría muerta.

—Me alegro mucho por vosotras, de verdad, pero yo no estoy ni mucho menos preparada para sentar la cabeza. Por primera vez puedo buscar un poco de aventura y de emoción.

—¿Y de romance? —sugirió Darcy con malicia.

—No diría que no a... una aventurilla —Debbie tomó otro sorbo de margarita, el sabor salado y ácido le despertó las papilas gustativas mientras que el alcohol la caldeó por dentro—. Con algún tipo alto, moreno y guapo que llegara inesperadamente al pueblo y me conquistara por sorpresa.

—Así se habla —respondió la guapísima pelirroja.

—¡Darcy! —la reprendió Kate con su mirada de profesora—. ¿Acaso tengo que recordarte que te casas este mismo fin de semana?

—Razón de más para disfrutar indirectamente de las escapadas de Debbie —explicó Darcy con gesto inocente—. Pero cuéntanos más cosas de ese hombre misterioso.

Debbie dejó a un lado la copa, le ardían las mejillas.

—Solo puedo deciros una cosa, que sé que no voy a encontrarlo aquí —aseguró, torciendo el gesto.

—¿En este bar? —preguntó Kara.

—No, en Clearville —solo le bastó con mirar a su alrededor para confirmar lo que ya sabía.

Conocía a todos los hombres que había en el local, y los conocía desde hacía años. Si echaba la vista atrás, recordaba una larga lista de esos momentos incómodos que conllevaba criarse en un pueblo pequeño.

Billy Cummings, el hijo del sheriff, había sufrido una pequeña obsesión por el fútbol americano y durante semanas se había paseado por el pueblo con un casco de fútbol puesto. Mark Thompson se había enamorado de su profesora de inglés en su primer año de instituto y su hermano, Bruce, había jurado que su grupo musical llegaría muy lejos, aunque lo cierto era que ninguno de sus integrantes sabía tocar un solo instrumento. Y luego estaba Darrell Nelson y las crueles bromas con las que había martirizado a cualquiera que fuera más pequeño o más débil que él.

Debbie lo recordaba todo, pero lo peor era que sabía que cualquiera de ellos también recordaba sus momentos más vergonzosos, que también los tenía.

¿Misterio? ¿Romance? ¿Emoción?

Imposible.

—Olvidad todo lo que acabo de decir. Esto es lo que pasa cuando alguien acostumbrado a la leche con galletas se toma un margarita de tequila y lima —bromeó con la esperanza de que sus amigas estuvieran igual de dispuestas a tomárselo con humor y pasar a otra cosa.

Pero debería haber previsto que no iba a ser tan fácil.

—No tiene nada de malo que te apetezca tener un romance —le dijo Kara.

Al principio, Debbie había albergado ciertas dudas sobre aquella seria profesora de universidad de la que se había enamorado Sam, el más juerguista y extrovertido de los hermanos de Sophia, pero en las últimas semanas había descubierto que detrás de esa apariencia fría y elegante, se escondía un gran corazón.

—Yo te recomiendo que te dejes conquistar por ese hombre misterioso e inesperado —añadió Darcy con sonrisa pícara—. Pero, ¿por qué descartas a toda la población masculina de Clearville? Sé por experiencia propia que algunos son cualquier cosa menos aburridos.

—Brindo por eso —anunció Kara, levantando su copa de vino.

Había en sus rostros la señal inequívoca del amor, pero a Debbie le costaba mucho imaginar a Nick y Sam Pirelli como hombres románticos y seductores porque para ella eran casi como hermanos mayores; a veces cariñosos, otras molestos, pero siempre excesivamente protectores. Algo que sin duda comprendería Sophia, que era su hermana pequeña.

—Vosotras lo veis de un modo distinto porque ninguna de las dos os criasteis aquí y los hombres de Clearville pueden pareceros misteriosos y emocionantes. Pero para mí son los vecinos a los que llevo viendo toda la vida. No hay ningún misterio, ni emoción, ni chispa de ninguna clase.

Por si eso no era lo bastante malo, sabía que la población masculina de Clearville la veía a ella del mismo modo. Era una vecina más. Una amiga en la que refugiarse cuando los rechazaba alguna chica guapa.

Apretó los labios al acordarse de aquellas conversaciones y del apodo que la acompañaba desde sus días de colegio gracias, en parte, a la pastelería de su madre y a todos los dulces que habían redondeado su figura. Nunca había sido «pequeña» y siempre le había molestado que la llamaran así por mucho que supiera que era un apodo cariñoso.

Ahora era ella la propietaria de la Pastelería de Bonnie y, después de años de cuidar de su madre enferma para más tarde hacerse cargo del negocio sin ayuda, era una persona fuerte y dura como una masa demasiado trabajada. Ya no era tan fácil que algo le doliera, aunque había sufrido algunos reveses gracias a su último novio.

Robert Watkins y ella habían empezado a salir juntos a principios de año y, al llegar el verano, las cosas iban ya lo bastante en serio para que Debbie hubiese decidido acostarse con él

Aún no sabía qué había sido peor si que le rompiera el corazón o la humillación que había sentido aquel fatídico fin de semana. Solo un día después de que hubiesen hecho el amor, Robert le había comunicado que era mejor que fuesen solo amigos.

No habría sido tan horrible si aquella ruptura no le hubiese devuelto todas las inseguridades que la habían atormentado en la adolescencia. En el instituto se había hartado de ser la amiga a la que todos los chicos podían hablar de otras chicas más guapas y populares. Pensaba que ya lo había superado. De hecho lo había superado, pero el rechazo de Robert le había traído muchos recuerdos desagradables.

Unos recuerdos que iba a volver a superar porque era una mujer hecha y derecha, lo bastante segura de sí misma como para saber lo que quería en la vida y luchar por ello.

—Me parece que estás subestimando a los hombres de Clearville —opinó Darcy—. Seguro que hay tipos encantadores en el pueblo a los que les encantaría saber que buscas novio —de pronto se le iluminaron los ojos—. ¿Y Jarrett Deeks? Nick y él se han hecho amigos desde que trabajan juntos en el refugio de caballos de Jarrett. Si quieres, podemos organizar una cita doble.

Debbie apretó los labios de nuevo al imaginárselo.

—No, gracias, Darcy. Seguro que Jarrett es muy buen tipo, pero no me gusta la idea de una cita doble.

Su amiga frunció el ceño.

—Pero si quieres tener una relación...

—No, es que no quiero una relación —la interrumpió Debbie—. No quiero nada tan serio —aclaró mientras movía con la pajita los hielos de su margarita—. Solo quiero pasarlo bien. No sé... tengo la sensación de que me he perdido muchas cosas, ¿sabéis?

—No, no sabemos —respondió Kara, mirándola fijamente—. Hablas mucho, pero nunca cuentas nada de ti misma.

Debbie se sorprendió de oír aquello.

—No es cierto... ¿o sí? —sabía que hablaba mucho y, cuanto más nerviosa estaba, más hablaba y a veces sin decir demasiado. Pero no le gustaba que sus amigas pensaran eso de ella porque la hacía parecer egoísta; como si creyera que ellas debían compartir sus secretos mientras ella se lo guardaba todo dentro—. Lo siento, no me había dado cuenta...

—Cariño, no te lo tomes como una crítica.

—Yo sí que sé a lo que te refieres, Deb —intervino Sophia—. Los que nos hemos criado aquí no vamos por ahí hablando del pasado porque todo el mundo lo conoce.

—Ya, pero nosotras somos nuevas —señaló Dar-cy, refiriéndose a Kara y a ella—. Así que podéis contarnos todo lo que queráis del pasado que seguro que no lo sabemos.

—Está bien, pero eso no quiere decir que no sea aburrido. Bueno, mi padre era militar, lo mataron en el extranjero cuando yo era muy pequeña, así que me crio mi madre sola. Yo estaba en el instituto cuando le diagnosticaron un cáncer.

Debbie recordaba perfectamente el día en que había entrado en la pastelería al volver del instituto, el olor a vainilla y chocolate que flotaba en el aire. Había llegado tan emocionada con el baile de comienzo de curso, segura de que aquel año alguien la invitaría a salir. Incluso había elegido ya el vestido. Como cualquier adolescente con la cabeza llena de planes de futuro.

—Enseguida me di cuenta de que pasaba algo, pero cuando me lo dijo... Fue una pesadilla. No podía creer que fuera cierto, pero lo era —tuvo que aclararse la garganta para poder continuar—. Mi madre era una mujer muy luchadora, así que se hizo todas las pruebas, todas las operaciones y todos los tratamientos sin dejar de llevar la pastelería. Yo le propuse dejar el instituto, pero ella no me permitió hacerlo, así que abandoné todas las asignaturas que pude y, en todos los ratos que tenía libre, trabajaba en la tienda; antes de ir a clase y después de terminar hasta que llegaba la hora de cerrar.

No había llegado a comprarse aquel vestido, ni había asistido al baile de comienzo de curso, ni a ningún otro. La pastelería se convirtió en toda su vida, como había sido también la de su madre hasta entonces.

—Era lo único que podía hacer... no podía hacer que ella se recuperase, pero sí podía preparar pasteles y tartas —añadió con una triste carcajada.

Entonces meneó la cabeza y protestó:

—¡Esta no es la conversación adecuada para una despedida de soltera! Aquí estoy yo hablando de divertirme, pero no hago más que ponernos tristes a todas.

—No nos estás poniendo tristes. Lo que hiciste fue increíble, Debbie, y comprendo por lo que pasaste —reconoció Darcy.

Debbie sabía que su amiga había perdido a su madre hacía unos años y que había sido su muerte lo que la había impulsado a trasladarse al pueblo en el que se había criado su madre para abrir la tienda de productos de belleza con la que siempre habían soñado las dos. Darcy se lo había contado poco después de conocerse, sin embargo a Debbie no se le había pasado por la cabeza contarle su historia, a pesar de que tenían bastante en común. ¿Acaso pensaba de verdad que todo el mundo sabía lo que le había ocurrido, o había otro motivo por el que nunca contaba nada de sí misma?

Prefirió no pensar demasiado en ello en ese momento.

—Te lo agradezco, pero en aquel momento no sentí que estuviese haciendo nada especial. Sabía lo importante que era la pastelería para mi madre, así que hice todo lo que estaba en mi mano para mantenerla en funcionamiento y que mi madre pudiese concentrarse en ponerse buena. Durante un tiempo fue bien. El cáncer remitió durante unos años hasta que volvió a aparecer y esa segunda vez no se pudo hacer nada.

Después de que su madre muriera, Debbie se quedó sola con la tienda. Había pasado horas y horas trabajando para no pensar y para hacerse a la idea de que ahora la pastelería era su futuro. Su sueño de estudiar en una escuela de cocina para convertirse en chef se había ido desvaneciendo mientras amasaba y horneaba galletas. Pero a medida que esas horas se habían transformado en días, semanas y años, había ocurrido un pequeño milagro.

La reputación de la pastelería había ido creciendo y el negocio había crecido desde que Debbie había hecho la página de Internet de la tienda. Ahora sus clientes no tenían que esperar a las vacaciones anuales para poder comprar sus postres preferidos; podían encargarlos por Internet y recibirlos después en sus propias casas.

Incluso había atraído la atención de la revista especializada Solo postres, donde le habían dedicado un artículo en el que ensalzaban su pastel de chocolate y sus cupcakes rellenos de fresa. Debbie se sentía muy halagada, por supuesto, pero también tenía la sensación de que estaba engañando a todo el mundo porque aquellas eran las recetas de su madre, así que el artículo debería haber elogiado el talento de Bonnie, no el suyo.

Aquel artículo y el crecimiento del negocio la habían impulsado a contratar más gente. Siempre había contratado a adolescentes del pueblo para que la ayudaran a atender la tienda, pero Kayla Walker, una joven madre que acababa de trasladarse a Clearville con su novio tras heredar una casa de su abuelo, era la primera empleada a la que preparaba para que trabajara en el obrador.

Gracias a Kayla había podido ampliar la oferta de productos y, con la reciente oleada de compromisos matrimoniales, estaba teniendo la oportunidad de crear tartas de boda muy especiales. Le encantaba trabajar con los novios para dar con el sabor y la decoración que más encajaran con ellos. Aquellos postres eran pura creatividad: las flores, los lazos... todo el proceso era un desafío.

Aunque ella fuera un fracaso en todo lo relacionado con el amor, eso no quería decir que no creyera que otras parejas pudieran ser felices. Sus amigas eran la prueba de que existía el amor para toda la vida. Pero, aunque se alegraba enormemente por ellas, no andaba buscando hacer lo mismo.

Por primera vez desde hacía casi diez años, tenía tiempo para pensar, respirar, colgar el delantal y divertirse un poco. La muerte de su madre le había enseñado que la vida era muy corta, así que tenía intención de aprovecharla al máximo.

—Quizá es por eso por lo que no tengo ganas de sentar la cabeza, porque ya he tenido que sentarla durante mucho tiempo —afirmó a modo de conclusión—. He sido demasiado seria y responsable durante los años en los que se supone que una puede hacer locuras. Sé que vosotras habéis encontrado al hombre de vuestros sueños y me alegro muchísimo, pero no es eso lo que yo busco.

—Debbie busca un hombre que la vuelva loca —resumió Sophia con un guiño pícaro.

—Un hombre alto, moreno y guapo —añadió Darcy.

—Brindemos por él —propuso Kara—. Por el hombre moreno y guapo con el que puedas pasarlo bien.

Debbie levantó su copa a pesar de sentir cierta vergüenza por haber compartido sus deseos con ellas.

—Brindo por ello —dijo antes de apurar lo que quedaba del margarita.

Pero tuvo que reconocerse a sí misma que encontrar a ese hombre sexy y misterioso era solo la mitad del deseo. La otra mitad era que ese mismo hombre pensara que también ella era sexy y misteriosa. Eso sí sería una fantasía hecha realidad.

 

 

Drew Pirelli no acostumbraba a escuchar conversaciones ajenas. Después de llevar toda su vida en Clearville, conocía muy bien los peligros de las habladurías y prefería centrarse en sus propios asuntos con la esperanza de que los demás hiciesen lo mismo. Tampoco solía espiar a su hermana y a sus futuras cuñadas.

Si hubiera sabido que tenían intención de celebrar la despedida de soltera de Darcy allí, se habría quedado en casa. Pero lo cierto era que últimamente había estado un poco apartado de los asuntos familiares de los Pirelli, algo que ya le había comentado su padre más de una vez. Había utilizado el trabajo como excusa y lo cierto era que realmente estaba muy ocupado con su empresa de construcción, aunque ese no era el único motivo por el que había estado huyendo de las reuniones familiares.

¿Cómo podía ser que fuera el único de los Pirelli que seguía sin tener pareja?

Desde que había puesto en marcha el negocio de hacer casas a medida, Drew empezaba cada nuevo proyecto con su futura familia en mente. Los imaginaba reunidos en la cocina, sus hijos jugando en el salón y la mujer a la que amaba recibiéndolo con los brazos abiertos en la cama del dormitorio principal. Pero al final de cada proyecto, entregaba las llaves a otro hombre que viviría con su esposa y sus hijos en la casa que Drew había levantado con sus propias manos.

La sensación de frustración que lo acompañaba cada vez que se desprendía de algo que sentía como parte de sí mismo lo había impulsado a empezar a construir un hogar para sí mismo. Pero eso había dado lugar a una nueva frustración porque se había ganado la reputación de buen diseñador y ahora era el más solicitado del norte de California, por lo que no le quedaba tiempo para atender a su propio proyecto a la vez que respondía a las exigencias de los clientes y construía unos bungalós para Jarrett Deeks.

Pero no todo era malo. Profesionalmente, Drew era una roca tan sólida como las casas que construía. Sin embargo en el terreno personal no conseguía encontrar una base firme.

Por eso llevaba algún tiempo alejado de su familia, porque estaba cansado de ser el tercero, el quinto o incluso el noveno en discordia, dependiendo del tamaño de la reunión.

Y así era cómo había acabado por no enterarse de nada relacionado con la despedida de soltera de Darcy.

Al reconocer las voces femeninas procedentes del otro lado del murete que separaba las dos hileras de mesas, había pensado levantarse y marcharse sin que lo vieran, pues, sin ser un experto en despedidas de solteras, sabía que los hombres no eran bienvenidos.

Pero de pronto había oído algo que lo había dejado clavado al asiento:

«No diría que no a... una aventurilla. Con algún tipo misterioso que llegara inesperadamente al pueblo y me conquistara por sorpresa».

Lo que le había sorprendido no habían sido las palabras, sino el inesperado ataque de deseo que habían despertado en él.

Drew conocía a Debbie Mattson de toda la vida. El primer recuerdo que tenía de ella era verla de puntillas tras el mostrador de la pastelería de su madre, con esos enormes ojos azules que observaban a los clientes que entraban por la puerta. Siempre la había visto como la amiga encantadora de su hermana pequeña, sin embargo sus palabras le habían hecho darse cuenta de algo que llevaba meses sin querer ver.

Debbie había dejado de ser una chiquilla.

Tuvo que apretar los puños para no dejarse llevar por el impulso. No recordaba la última vez que le había costado tanto no hacer lo que le pedía el instinto. Pero el sentido común le decía que sería una enorme equivocación decirle a Debbie que las buenas chicas esperaban a que apareciera el hombre adecuado. Seguramente, Debbie le daría una bofetada que le estaría muy bien merecida.

Debbie Mattson era una mujer hecha y derecha. Y muy bella, añadió al pensar en la boda de Sophia, que había tenido lugar unos meses antes.

Había sido una fiesta pequeña, celebrada en el jardín de casa de sus padres. Su hermana, ya embarazada el día de la boda, había querido hacer algo tranquilo; probablemente porque Sophia aún había sentido cierta inseguridad después de haber vuelto al pueblo tras marcharse cinco años antes, después de que alguien entrara en The Hope Chest, la tienda de antigüedades en la que trabajaba ahora. Sophia no había tenido nada que ver con lo ocurrido, pero había cargado con la culpa y eso la había llevado a marcharse del pueblo y a no volver hasta la fiesta de aniversario de sus padres. Una celebración hasta la que la había seguido su entonces novio, Jake Cameron.

Como el resto de la familia, Drew se había alegrado profundamente de que su hermana se hubiese enamorado de un hombre que era evidente que también la amaba. El día de su boda, Sophia había estado tan preciosa con su vestido blanco roto y el pelo adornado con pequeñas rosas de color rosa que destacaban sobre el cabello oscuro, que su flamante esposo apenas había podido apartar los ojos de ella.

Sin embargo, la que a él le había llamado la atención había sido Debbie, la dama de honor de su hermana. Y ella debía de haberlo notado en el momento en que sus miradas se habían encontrado justo antes de que ella cruzara el jardín hacia él. El vestido rosa pálido se le ajustaba a las curvas, dejándole los hombros y los brazos al aire, y sus ojos azules brillaban a la luz de las guirnaldas blancas que iban de árbol a árbol.

—Quiero que sepas que yo he apostado por ti, Drew.

—¿Cómo dices?

—Hay una apuesta para saber quién va a ser el próximo en caer, si Sam o tú —le había explicado Debbie.

—¿En serio hay apuestas?

—Desde luego. Y yo apuesto por ti. Sam no es de los que sientan la cabeza. Sin embargo, tú eres el tipo más estable que conozco.

—Perdona, Debbie, pero no sé si eso es un insulto o un cumplido.