Edición digital

Ana María Echevarría Gutiérrez
Gerente de Literatura Infantil y Juvenil de Ediciones SM

Olga Correa Inostroza
Coordinación editorial

Valeria Moreno Medal
Coordinación digital

Instrucciones para convertirse en pirata
© del texto: Erika Zepeda Montañez
© de las ilustraciones: Anuska Allepuz

1. Literatura infantil 2. Aventuras – Literatura infantil 3. Familia - Literatura infantil
Dewey 863 Z47

Primera edición digital, 2016
D. R. © SM de Ediciones, S. A. de C. V., 2016
Magdalena 211, Colonia del Valle,
03100, Ciudad de México
Tel.: (55) 1087 8400
www.ediciones-sm.com.mx

D. R. © Secretaría de Cultura, 2016
Dirección General de Publicaciones
Avenida Paseo de la Reforma 175, Colonia Cuauhtémoc
06500, Ciudad de México
www.cultura.gob.mx

ISBN 978-607-24-2408-1
ISBN 978-968-779-176-0 de la colección El Barco de Vapor

Miembros de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana
Registro número 2830

Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento informativo, o la transmisión por cualquier forma o por cualquier medio, ya se eléctrico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el premiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

La marca El Barco de Vapor® es propiedad de Fundación Santa María. Prohibida su reproducción total o parcial.

Conversión de eBook: Capture, S.A. de C.V.

Para mi mamá

quien nunca quiso ser pirata.

 

 

UNA CARTA SECRETA

RAY leía la carta como si se la quisiera comer. No podía creer que su papá se hubiera convertido en pirata. Con razón no había escuchado de él por tanto tiempo. Únicamente con un viaje de ese tipo se explicaba una ausencia tan prolongada. Pero, ¿qué pensaría su mamá de esta noticia?, ¿le prohibiría responderle o recibir nuevas cartas? No tuvo que pensarlo mucho, definitivamente no le contaría nada, mantendría el secreto.

Y es que Ray o Raymundo no era un niño extraordinario, no era genio ni mago ni buen deportista ni popular con las niñas de su salón. Tampoco era el más tonto o el más listo, ni el más rápido o el más divertido. Era un niño que con frecuencia pasaba desapercibido para todos. Pero aquello de tener un papá pirata, con sombrero chistoso y dientes de oro, definitivamente lo pondría en el mapa del mundo.

—¿Qué haces, menso?

La voz de su hermana Mariana lo sacó de la ensoñación, y con toda la rapidez de sus torpes manos, escondió como pudo la hoja con palabras alargadas que se formaron con la tinta al derramarse.

—Nada, qué voy a hacer. Es domingo y estoy aburrido.

—Te ves sospechoso, yo creo que estás tramando algo. Te estaré vigilando.

Ray suspiró aliviado al ver que su hermana se alejaba subiendo las escaleras, y le dio un gran escalofrío cuando vio el sobre encima de la mesa, anunciando la dirección de la que provenía:

Volvió a abrir el sobre y descubrió que contenía una segunda carta, al parecer la primera solo daba las instrucciones y la segunda se trataba de la verdadera carta formal. Tomándola con las manos temblorosas, leyó el contenido y descubrió que aquello era su otro golpe de suerte: sin problema, ahora sí podía asistir a la escuela al día siguiente.

Ray llegó tarde a la escuela, nada extraño a pesar de hacerlo a toda velocidad y dando tumbos en el asiento de la moto que conducía su mamá por toda la ciudad, que no se fijaba nunca en los letreros de ¡Alto! Al girar en la última esquina, se toparon con un camión de bomberos estacionado frente al despintado cancel que en un tiempo fue azul. Y por un momento tuvo un pensamiento del que luego se arrepintió: “¡La escuela se quemó, hoy no hay clases!”. Pero después de pensarlo otro segundo se asustó un poquito y reparó en las mil cosas que se pudieron haber quemado, cosas importantes como el área donde están los árboles de guamúchil con sus tiras de fruta como caramelos blancos y rosas, o la cooperativa con todo y las deliciosas tortas de pierna.

Estaba Ray evaluando los pros y contras de un posible desastre escolar, mientras su mamá seguía manejando sin fijarse en topes ni en baches y se ubicó exactamente detrás del camión de bomberos. Luego, de forma casi mecánica y a la vez que pensaba en el doble turno de trabajo que tendría que cumplir aquel día, bajó a su hijo de la moto. Primero le dio un beso, su lonchera (una bolsa de plástico utilizada por cuarta vez) y su mochila; después, se alejó entre brincos espectaculares y tocando muy fuerte el claxon a modo de despedida.

La escuela no estaba quemada, ni siquiera un poco ahumada, ni una nube negra se veía por ahí. Para decepción del niño, todo parecía normal.

—¡Otra vez tarde, Ray! —dijo la maestra, de pie en la puerta a punto de cerrarse.

—Sí, ya sé: “Ve a la dirección”. No hay nadie en la dirección, todos están en tu salón. Con los papás…

De pronto el niño comprendió por qué el camión de bomberos estaba ahí y no había ninguna emergencia por atender.

—Ahhhh, ya sé, ya sé, es por lo del día de: “¿En qué trabaja mi papá?”.

—Ándale pues. Allá están todos tus compañeros.

—Ya voy, ya voy.

Por más lento que caminó, el patio y luego el pasillo terminaron y cuando Ray entró en el salón escuchó a mucha gente hablando al mismo tiempo: papás, alumnos, maestros e incluso algunos perros contribuían al barullo. El Día del Padre se festejaba con cierta anticipación en la escuela, tal vez porque en junio estaban por terminar las clases y muchos ya no querían asistir, aun con la promesa solemne de que no se trataría del típico festejo en el que todos presenciaban con un poco de vergüenza ajena los bailecitos ridículos de sus hijos (cuando los alumnos eran obligados a disfrazarse de abejitas cursis o vaqueros poco convincentes). No, nada de eso. Y tampoco recibían regalos espantosos que acababan en la basura al menor descuido, como portarretratos de sopa o un lapicero forrado de recortes de revista.

No, no, no, nada de eso pasaba en la Escuela Urbana número 16, los papás eran invitados y presentados por sus hijos ante todos los compañeros del salón y debían ser entrevistados frente al resto del grupo. Digamos que padres e hijos compartían un poco el ridículo. Así que cada familia se había preparado muy bien. Los papás iban equipados con objetos que utilizaban en sus trabajos: maletines, computadoras, palas, serruchos, latas, llantas, libros o cascos.

—¡Ahora vamos a escuchar a Alondra Camacho y a su papá, él es científico!

Y ambos pasaron al frente con un aparato lleno de focos y alambres sueltos que causó mucho interes en el público. A las preguntas del grupo les respondieron con palabras extrañas como “electromagnético” o “tortas de jamón”, y todos hubieran querido que el tema continuara, pero debían dar paso a los siguientes participantes.

—Es hora de escuchar a Genaro Gómez y a su papá que es bombero.

Ahí estaba la explicación del camión de bomberos y la cara de creído que Genaro mostraba ante toda la clase.

—Dime, papá, ¿cómo es el día típico de una persona con tu oficio?

—Bueno, todo comienza muy temprano, debemos estar siempre listos y desayunados; y en cuanto escuchamos la chicharra salimos disparados al camión para salvar gatos o apagar incendios en los bosques.

Después de que Genaro entrevistó a su papá, uno a uno de los compañeros de clase fueron pasando acompañados por su respectivo papá. Doctores, albañiles, carpinteros, diseñadores gráficos, cantantes de ópera, chefs y hasta entrenadores de perros; todos muy sonrientes y hablando de lo maravillosa que era su labor en este mundo. El evento marchaba según lo esperado, hasta que llegó el turno de Ray y todos los presentes lo observaron sorprendidos, pues no veían a su papá por ninguna parte. Algunos miraban por la puerta esperando que el flamante papá del niño se presentara con una sorpresa. Pero nada, no apareció nadie vestido de payaso, de mago o de bailarín, nada de nada. Solo el niño, parado frente a toda la clase con una hoja de papel en la mano.

—Buenas tardes… ¡Digo, buenos días! Mi papá no pudo venir el día de hoy, pero tengo una carta suya explicando su trabajo.