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Carme Vilaginés

 

La otra cara de la adopción

 

Aspectos emocionales de los que no se habla

 

 

 

 

 

 

Xoroi Edicions

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Colección Caleidoscopio

Créditos

 

ISBN rústica: 978-84-9007-326-1

ISBN ebook: 978-84-9007-327-8

 

 

Sumario

Créditos

 

 

Prólogo de la autora

Agradecimientos

Introducción

Primera parte

Consideraciones psicológicas sobre fecundación, embarazo y parto

El cuerpo, la mente, el mundo interno inconsciente, la somatización

La ilusión de tener un hijo

El embarazo, las dificultades para conseguirlo y el parto

Nacimiento psicológico de la persona

La primera relación con el recién nacido

La necesidad de otra persona

Carencias de los niños desamparados

El vacío afectivo

Otras consecuencias del desamparo

Funciones familiares y dificultades «normales» de toda familia

Las funciones emocionales de la familia

Funciones que promueven el crecimiento mental

Funciones que dificultan el crecimiento mental

El sufrimiento mental

La familia y los conflictos

Dificultades inevitables en cualquier familia

Los cambios en la vida de familia

Segunda parte

La demanda de adopción

Unos pasos necesarios

Cuando no hay dudas o no se han aclarado

Lo que no se dice y lo que se dice cuando todavía no se está preparado para poder escucharlo

Por ley, nadie tiene derecho a adoptar

Hay un número importante de adopciones que no van bien

El problema es el abandono y el desamparo, no la adopción

No todos los niños abandonados son adoptables

Con el amor no es suficiente

Hay que facilitar y promover el interés por el pasado

La familia adoptiva no será nunca igual a una familia biológica

La adopción debe ser entendida como una tarea

La adaptación es un trabajo a dos bandas

No es mejor un niño muy pequeño que uno ya mayorcito

Hay niños con una recuperación más o menos difícil y niños irrecuperables para una vida normal

Adoptar no es comprar una criatura

Hay problemas emocionales que provocan infertilidad

La adopción no debe ser vivida como un acto altruista

Hay muchas más parejas en buenas condiciones para adoptar que criaturas en situación legal para ser adoptadas

Hay países donde se engaña

Tercera parte

Sistema actual de selección de los padres adoptivos

La selección de los padres adoptivos

El «recorrido»

Sobre el procedimiento de formación-selección

Sensibilización de la población en general

Buena preparación y formación de las parejas

Selección esmerada y rigurosa

Seguimiento auténtico, no simples trámites

Esbozo de proyecto para un procedimiento más útil y satisfactorio

Epílogo

Bibliografía

Anexo

Breves notas de actualización

ApéndicePsicoanálisis y salud mental

Sobre la autora

 

A la memoria de mis padres y hermano.

Dedicado a mi familia
que me ha animado a escribirlo
y me ha alentado en los momentos bajos.

 

Prólogo de la autora

 

Este libro ha sido escrito con dos propósitos muy claros. Por una parte, facilitar una información psicológica básica sobre las necesidades de un recién nacido para poder desarrollarse como persona, sobre los efectos que la desatención de dichas necesidades pueden producirle, sobre la influencia del psiquismo en la infertilidad y, finalmente, sobre los requisitos que los aspirantes a padres adoptivos deberían poseer para poder hacerse cargo de un niño con severas carencias emocionales y, a menudo, también físicas.

Por otra parte, el segundo y tal vez más significativo propósito de este libro —que puede sorprender a más de un lector— es informar adecuadamente sobre los aspectos más desconocidos de las adopciones. Es necesario llegar a asumir que ser padres adoptivos tiene aspectos muy distintos a ser padres biológicos y que, precisamente por ello, hay que poder contar, desde que aparece la idea de adoptar a un niño, con algún tipo de asesoramiento para ir comprendiendo las diferencias y el significado de determinados comportamientos de los niños, a veces muy sorprendentes, y poder construir en buenas condiciones las bases de la futura familia.

Agradecimientos

 

Desearía no olvidar a nadie, pero son tantos años de trabajo y de contactos profesionales con tantas personas cualificadas, que tal vez no lo consiga.

Mi formación y los conocimientos que he ido adquiriendo a lo largo de los años debo agradecerlos, en primer lugar, a los psicoanalistas del Instituto de Psicoanálisis de Barcelona que decidieron dedicar una parte de su tiempo a la formación de psicoterapeutas psicoanalíticos. Estoy hablando del equipo que inició generosamente la docencia y la formación en Barcelona para una psicoterapia psicoanalítica en la Institución Pública y que estaba formado por Ramón Bassols, Josep Beà, Alberto Campo, Júlia Coromines, Terttu Eskelinen, Josep Oriol Esteve, Luis Feduchi, Pere Folch Mateu y Víctor Hernández. Sus cursos, de 1977 a 1986, se basaban en la asistencia directa a pacientes, en la enseñanza teórica y en la investigación. Tuve la gran suerte de poder participar en toda aquella tarea docente, sin exámenes ni puntuaciones, pero con muchos espacios de teoría y de trabajo práctico con supervisión en grupo pequeño que, en el caso que a mi me afecta, iba a cargo de la doctora Júlia Coromines y del Dr. Pere Folch Mateu. Pude disfrutar, además, de experiencias altamente estimulantes basadas en el gran interés colectivo que se respiraba en aquel aprendizaje y del trabajo realizado en diferentes hospitales de Barcelona (Hospital Clínic, Hospital de Nens, Hospital Sant Pere Claver).

Expreso mi especial reconocimiento al doctor Víctor Hernández, gracias al cual aprendí a vivir de una manera mejor.

Agradezco también haber podido formar parte, el año 1977, del equipo fundador del Centre Emili Mira, al que todavía pertenezco, y que me ha permitido formarme también como docente a partir de las tareas internas y externas que en él se realizaban con la colaboración de todos los compañeros: sesiones clínicas, seminarios, supervisiones, cursos.

Agradezco especialmente la maestría y las supervisiones de la doctora Júlia Coromines y del doctor Josep Oriol Esteve, durante tantos años, y las enseñanzas y supervisiones en cuestiones de terapia de familia y de trabajo con grupos y organizaciones a cargo del desaparecido y añorado doctor Jorge Thomas.

También debo agradecer lo que he aprendido a partir del contacto con compañeros, alumnos y pacientes. A lo largo de los años he ido asimilando como algo mío tantas influencias que, ahora, me sería muy difícil saber de qué se trata y de quién lo he recibido. Sólo sé que forma parte de mi bagaje de conocimientos y que, en buena parte, a todos ellos se lo debo.

En cuanto al tema de las adopciones, me ha sido muy útil todo lo que acabo de comentar así como las colaboraciones con otros profesionales, todos ellos expertos en dicha materia tan delicada, entre los cuales destacaría a Yolanda Galli, Josep Oriol Esteve, Carmen Amorós, Fabiola Dunyó, Teresa Ferret y Pere Jaume Serra.

Para terminar, debo agradecer la lectura que han hecho de este libro mi hija Rosa, mi marido Francesc Vallverdú, Rosa Boixaderes y Raimon Pavia. Las sugerencias que, con su generosidad, me han ofrecido todos ellos me han permitido pulir, completar y mejorar lo que me proponía transmitir.

Muchas gracias a todos.

 

Carme Vilaginés

 

Introducción

 

En primer lugar, me gustaría explicar por qué he decidido escribir sobre un tema tan candente y controvertido como el de las adopciones. Desearía dejar claro que, a mi entender, si hay niños abandonados y maltratados, hay que ayudarles y también que, en muchos casos, la adopción puede ser una vía muy buena para garantizar el bienestar y el progreso de los niños y que, además, puede producir goce y satisfacción a las distintas partes implicadas. Ahora bien, mi profesión me ha hecho entrar repetidamente en contacto, a lo largo de muchos años, con familias adoptivas que, por diferentes razones, sufrían mucho. Este es el motivo por el que no comentaré las cosas buenas y altamente satisfactorias que puede proporcionar, en muchos casos, la adopción de un menor. Hay suficientes libros en el mercado que hablan de ello. Este texto nace con la voluntad de tratar aquellos temas que, en general, son considerados tabú por una buena parte de nuestra sociedad, profesionales de la psicología incluidos y, especialmente, por los medios de comunicación. Creo que son temas que deberían ser divulgados y conocidos con el fin de evitar sufrimientos inútiles. Hablaré de cosas que tal vez a alguien puedan parecerle duras, pero mi experiencia profesional me ha demostrado, en muchas ocasiones, que la situación de muchas familias adoptivas puede llegar a ser durísima, precisamente a causa de no haber podido contar previamente con los conocimientos necesarios y de no haber sabido, antes de dar el paso definitivo hacia la adopción, el terreno en el que pensaban adentrarse y, en consecuencia, de no haber podido tomar las medidas de prevención adecuadas.

Algunos padres adoptivos llegan a la consulta clínica pidiendo ayuda porque, dicen, se dan cuenta de que no han conseguido ser una auténtica familia. Y eso lo dicen cuando ya llevan más de quince años de convivencia con los hijos adoptivos.

Una madre me decía, con lágrimas en los ojos, que ella, ante la actitud rechazadora y menospreciadora del hijo desde que lo adoptaron a los dos años de edad —y ya llevaban siete juntos— todavía no había podido sentirse madre de aquella criatura: sentía muy profundamente que el hijo no le dejaba ser más que una especie de monitora y, además, tenía el pleno convencimiento de que no salía muy airosa de dicho cometido. Las reacciones del hijo le daban a entender, constantemente, que no la quería como madre, que no era digna de ello. El niño, que había sido muy maltratado antes de quedar abandonado por las calles de una gran ciudad (era lo único que de él se sabía), con su modo de comportarse intentaba traspasar a la madre los sentimientos de rechazo que él no había podido digerir y lo cierto es que conseguía llevar muy bien a cabo dicho traspaso: la madre se sentía poco valiosa y rechazada… pero tampoco podía digerirlo porque no entendía el significado profundo del comportamiento del hijo.

Hay padres que se quejan de la poca satisfacción que les produce el hijo adoptivo o del mal trato que de él están recibiendo. Otros, se muestran muy decepcionados e impotentes ante las quejas, las demandas e, incluso, la violencia del hijo o de la hija hacia ellos. Los hay que se dan cuenta de que nunca han entendido a su hijo y son muchos los que se sienten tan culpables que no cesan de preguntarse qué es lo que han hecho mal. Los hay que están muy preocupados porque son conscientes de no saber tratar adecuadamente a su hijo: a menudo se sienten desbordados por el comportamiento del niño o del adolescente y, como tampoco entienden qué es lo que ocurre, en vez de poder reaccionar con madurez, reaccionan, contra su voluntad, con violencia verbal y, a veces, también física. Es muy dramático encontrarse ante unos padres que acaban de descubrir amargamente, después de dos o tres años de adopción, lo que los profesionales no habían podido detectar y advertir antes de que se hubiese llevado a cabo dicha adopción: que no estaban capacitados para hacerse cargo de una criatura con tantas necesidades, porque ellos mismos se sienten tanto o más necesitados que el hijo. Se dan cuenta del daño que le están infligiendo, del maltrato que le dispensan, pero no consiguen cambiar de actitud.

Las causas de la demanda de ayuda son muy diversas, pero hay un denominador común: todos los que consultan vienen con mucho sufrimiento a sus espaldas acumulado a lo largo de los años y con fuertes sentimientos de vergüenza, culpa y fracaso.

He podido observar que, si bien algunos de los problemas también los hallamos en la consulta con hijos propios, en el caso de las familias adoptivas hay unos factores específicos que dependen única y exclusivamente del hecho de haber incorporado en la familia, sin un asesoramiento especializado y continuado, sin una preparación adecuada, una criatura que, con su desamparo, había sufrido unos daños físicos o psíquicos, o ambos a la vez, las consecuencias de los cuales han ido enturbiando y complicando las relaciones de tal manera que, generalmente al llegar a la pubertad o a la adolescencia, el peso es tan abrumador que las familias ya no se sienten capaces de salir, por sus propios medios, del fondo del pozo en el que se encuentran.

El trabajo con estas familias pone de relieve las complicaciones psicológicas que conlleva el hecho de adoptar un niño del cual, a menudo, nada se sabe o muy poca cosa, las complicaciones de hacerse cargo de una criatura traída al mundo por unas personas absolutamente desconocidas, como acostumbra a ocurrir, y de no tener ni idea de lo que esta criatura ha vivido realmente y ha tenido que soportar y sufrir. Hay que tener muy en cuenta que, para todo el mundo, un abandono es siempre algo terrible. No hay nada peor que sentirse dejado, no deseado, rechazado. Es un sufrimiento muy profundo que afecta a las personas en su parte más sensible y que puede llegar a trastornarlas tanto que la recuperación requerirá un gran esfuerzo, tanto por parte de ellas mismas como por parte de quienes las rodean. Alguien que haya sido abandonado, aunque racionalmente pueda pensar y entender el porqué de lo ocurrido, no puede evitar sentirse, en un nivel muy íntimo, rechazado por indeseable y poca cosa, poco valioso y poco estimable. Sus vivencias, a partir de este hecho, suelen quedar enturbiadas, además, por el miedo a que se les repita algo parecido. Necesitará mucho tiempo para superarlo, mucha comprensión por parte de la familia y de los amigos y, a veces, asistencia especializada.

Todo ello es más punzante y dramático en el caso de un niño: primero, porque cuando se produce el abandono, su mente es muy inmadura y no está capacitada para soportar un hecho de tal magnitud y, después, porque le es imposible saber cuáles han sido los motivos reales que han provocado que le abandonasen. Es fácil comprender, pues, que a un niño le sea mucho más difícil hacerse cargo de una situación como esta. En su mundo interno pueden aparecer las mismas dudas y los mismos miedos inconscientes que amenazan a los adultos. Ahora bien, puesto que, en general, psicológicamente es un ser todavía frágil, su situación emocional presenta un nivel de complejidad mucho más elevado. Aparte de sentirse íntimamente poco valioso y estimable, su miedo a ser abandonado por segunda vez puede llegar a ser tremendo. A ello se debe que unas situaciones de lo más normales del día a día, como por ejemplo el hecho de ir a la escuela o de tener que esperar que la madre regrese si ha salido para llevar a cabo alguna gestión, le desencadenen una congoja insoportable para él e incomprensible para los padres y demás familiares. También suele ocurrir que se vea llevado a provocar situaciones desagradables con la finalidad, oculta para sí mismo, de irse reasegurando a fuerza de comprobar que, haga lo que haga, no se le vuelve a abandonar.

Podemos pensar, pues, que para un niño que ha sido abandonado no hay nada peor que tener que sufrir un segundo abandono, cosa que, desgraciadamente, se produce entre algunos de los niños adoptados. Las cifras oficiales, en distintas comunidades autónomas, de retornos de niños son de un ocho a un nueve por ciento. Probablemente, las cifras reales sean más elevadas, porque a veces hay dificultades de conexión entre los distintos servicios de la Administración, de manera que pueden darse casos de niños que han ido pasando de institución en institución y de servicio en servicio y ya nadie sabe que habían sido adoptados y retornados, de modo que estadísticamente no están contabilizados.

Los retornos se producen por distintas causas, pero pueden resumirse en dos grandes apartados: por una parte, puede tratarse de unos padres mal seleccionados y no preparados para llevar a cabo una adopción los cuales, al ver las dificultades normales de una criatura que se ha visto desamparada, no son capaces de entenderla y mucho menos de hacerse cargo de la situación, y se vienen abajo. Por otra parte, hay los casos de aquellas criaturas que, por sus gravísimas deficiencias específicas, físicas y/o psíquicas y por las atenciones especializadas que necesitan, no deberían haber sido concedidas en adopción.

Hay también niños adoptados que, sin ser devueltos a la Administración pública, son llevados, a causa del malestar que se genera en la familia, a un internado de pago. Ello equivale, en la mente del niño, a sufrir una nueva situación de abandono que no le ayudará en absoluto a superar el trauma vivido en su más pequeña infancia.

Junto al sufrimiento de los niños, debemos considerar también el sufrimiento de las parejas que no han podido engendrar y que se han visto obligadas a transitar por un gran periplo de frustraciones continuadas. Han sufrido mucho y han vivido situaciones extremadamente dolorosas a causa de las dificultades para engendrar, y generalmente lo han sufrido sin ayuda psicológica de ninguna clase. Después de muchas experiencias cargadas de decepciones para convertirse en padres biológicos, y después de haber podido hacerse a la idea de recurrir a una adopción como único camino para conseguir la paternidad, suelen sentirse íntimamente merecedores de lo que piden, desean que los profesionales que les atienden también lo vean así y no pueden entender una respuesta negativa. Son personas que, en el fondo de si mismas, también se sienten abandonadas, en su caso por el hijo propio que creen no poder tener, y que se hallan en una situación emocional de fuerte hipersensibilidad. Desearían sentirse acogidas y valoradas muy positivamente para poder recuperarse de sus desengaños. Además, como no suelen ver la necesidad de llevar a cabo una exploración especializada, a menudo se quejan de haber recibido un trato frío y distante. No pueden hacerse cargo de que los profesionales, para poder entender el funcionamiento mental de las personas, deben mantener una actitud profesional, que debe ser amable y respetuosa, pero que nunca debería ser el tipo de contacto que ellos probablemente desearían: el que puede existir con una buena amistad.