Bibliografía

I La ansiedad que no cesa

La ansiedad comienza no cesando en términos epidémicos. No importan las cifras ni las estadísticas, el lector sabe que eso es cierto, y que aburrir con los datos emanados de la política del obsesivo3, amante de las cifras, de los récords y de las listas4, no nos importa aquí. Pero se sabe que la ansiedad se multiplica en nuestra época, y que eso no para.

Efectivamente, no se dan las circunstancias de época para que la ansiedad cese, pues a la velocidad de los cambios sociales y económicos, a la demanda de instantaneidad de las comunicaciones, a la volatilidad de las relaciones de pareja o de trabajo, se suma ese conjunto de rasgos muy bien caracterizados por el sociólogo Bauman como «modernidad líquida»5, una sociedad moderna líquida, a la que le corresponde que los individuos lleven una «vida líquida», caracterizada por ser «una vida precaria y vivida en condiciones de incertidumbre constante»6. Todo ello, pues, en contraste con las solideces del pasado, muy bien reflejadas por Stefan Zweig en El mundo de ayer, cuando define al periodo anterior a la Primera Guerra Mundial como «la edad de oro de la seguridad»7.

Tras el convulso siglo XX8, ahora nos toca vivir un momento —en estas primeras décadas del siglo XXI—donde las transformaciones en los modos de vida, en el lazo social, en las comunicaciones, han sido tan profundas y radicales, que es muy difícil entrever por dónde van las líneas de futuro y muy pocos pueden intuir por dónde van a seguir los cambios que estamos viviendo y, sobre todo, qué consecuencias tendrán en la subjetividad.

Aquellos lectores interesados en las consecuencias de los avances de la ciencia y en reflexionar acerca de los síntomas de nuestra época no pueden dejar de leer El Otro que no existe y sus comités de ética, un curso de Éric Laurent y Jacques-Alain Miller, impartido en el Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de París VIII. Es decisivo partir de su definición de civilización, como sistema de distribución de goce a partir de semblantes9.

La ansiedad tampoco cesa en relación a las constantes consultas que con ese motivo se solicitan. Es raro encontrar a alguien que no comience su relato en la primera entrevista afirmando tener ansiedad, incluso cuando no es lo decisivo. Además, en la clasificación psiquiátrica dominante, el DSM, la ansiedad lejos de ser un síntoma más de un cuadro, aparece como un trastorno en sí mismo, el «trastorno de ansiedad» (generalizada, y otras). Veremos más adelante que elevar un síntoma a la categoría de enfermedad no deja de tener consecuencias en la cura.

La ansiedad es causa de un aumento importante de las bajas laborales, convirtiéndose en asunto de salud pública. Al combatirse con fármacos, no cesa tampoco el consumo de ansiolíticos. La industria farmacéutica lo sabe muy bien (¡de qué modo lo agradece su cuenta de resultados!), de hecho, basta con preguntar a los más cercanos si consumen ansiolíticos o lo han hecho en algún momento reciente, para percatarse de la magnitud del asunto. La respuesta es sorprendente, incluido el sector sanitario, que ve como algo natural la ingesta habitual y cotidiana de ansiolíticos. Un efecto de los tiempos que vivimos. Un efecto de los modos de resolución, aparentemente rápida, de las dificultades que aparecen en el horizonte.

Finalmente, la ansiedad no cesa en los cuadros o síndromes porque precisamente la ansiedad es una brújula, un termómetro, una señal, (por ejemplo en los llamados cuadros ansioso-depresivos es una llamada de atención de que existe lucha interna). Un aviso de que debajo hay algo más. Si hay malestar, si hay problemas, la ansiedad aparece.

Por otro lado, la ansiedad ha tomado el relevo de la angustia. Las confusiones entre unas y otras tienen que ver con la falta de precisión conceptual10.

La angustia se manifiesta mediante la ansiedad. Es su tarjeta de presentación. Ocurre que al ser su manifestación más exterior se puede llegar a tomar como la base del problema, cuando de lo que se trata es de indagar acerca de lo que angustia a un sujeto, y por qué en ese momento, y cuándo empezó, es decir, es de alto interés la coyuntura de ese primer encuentro con el objeto angustiante.

La manifestación exterior, el envoltorio, toma naturaleza de núcleo. Error. La ansiedad es tan solo una suerte de papel de envolver de algo escondido.

¿Qué es la ansiedad entonces?

De entrada, un envoltorio. La tarjeta de visita con que se presenta la angustia que nos visita de vez en cuando, precisamente en el momento en que perdemos nuestro GPS, nuestras certezas, las seguridades de que el Otro no desea nada pernicioso de nosotros y dudamos de sus intenciones, imaginándonos lo peor, o cuando perdemos el control de lo sabido, navegando en el mar de lo inquietante, de lo que no sabemos. La ansiedad es nuestra respuesta a la pregunta ¿qué soy para el Otro?

No sabemos qué desea el Otro11. No saber qué desea el Otro quiere decir que puede tomarnos como objeto parcial de su deseo, que puede tomar una pequeña muestra de nuestro cuerpo. En ocasiones puede desear nuestra mirada, la parte más externa de nuestro cuerpo, por otra parte. Eso orienta bastante la búsqueda de la causa de la angustia.

Por eso, la solución socorrida puede ser reducir y limitar los deseos del Otro a lo que pide, e intentar darle siempre todo lo que pide, sea justo o no lo sea. Esto lleva a muchos sujetos al agotamiento, pues pueden pasarse toda una vida tratando de complacer al de enfrente, solucionando todos sus problemas, atendiendo todas sus demandas y peticiones con el propósito de cerrar la pregunta por lo que desea, dejando lo que desea reducido a lo que pide. Con ese artificio el sujeto se tranquiliza y se desangustia.

En términos sociológicos, constatamos también que la ansiedad no cesa, a pesar del número creciente de objetos de consumo y de satisfacción que tenemos a nuestra disposición. Es el lamento de muchos quienes, desconcertados, no se explican cómo teniendo de todo en la vida, —y construyen la serie citando a familia, a dinero, a un buen trabajo, a una buena posición social, etc.—, a pesar de ello presentan ese cuadro ansioso; poniendo de manifiesto que les falta algo que los hace estar tan ansiosamente insatisfechos. Entonces la ansiedad no cesa porque la solución no es taponar la falta (más aún).

La angustia aparece cuando falta la falta, cuando donde debiera haber un agujero, hay un tapón, lo que saben muy bien quienes presentan dificultades para permanecer en recintos cerrados o para montar en un avión, allí donde no hay control sobre «abrir el tapón».

La ansiedad no cesa por sí misma porque las fórmulas de atajo alimentan aún más el síntoma, lo hacen más consistente.

Ora sea calmar la ansiedad con múltiples artilugios como veremos, incluido el ansiolítico, ora sea satisfacer los requerimientos familiares, laborales, sociales, siempre todo ello constituirá un atajo, una solución rápida que puede servir en los primeros momentos. Pero se inicia una senda que únicamente nos conduce a posponer el descubrimiento de lo que hay tras el cuadro ansioso; lo que subyace a nuestra ansiedad.

La ansiedad no cesa cuando no se desenvuelve. Acaso puede quedar hibernando, en un cese artificial, lo que nunca interesa ya que implica cerrar mal la cuestión, dejar la pregunta sin contestar.

Como quiera que no se puede vivir eternamente con angustia y con su manifestación corporal como ansiedad, vamos a tratar de leer las múltiples aristas desde las que podemos pasar, acompañando a los sujetos que sufren, de una ansiedad que no cesa a una ansiedad que acabe cesando, comenzando por analizar la figura de la ansiedad como envoltorio.