Aun cuando yo hablase las lenguas

humanas y angélicas,

pero no tuviese amor,

soy como metal que resuena,

o címbalo que retiñe.

Y si tuviese el don de profecía

y entendiese todos los misterios

y toda ciencia,

y si tuviese toda la fe,

de tal manera que trasladase los montes,

pero no tuviese amor,

nada soy.

Y si repartiese todos mis bienes

para dar de comer a los pobres,

y si entregase mi cuerpo para ser quemado,

pero no tengo amor,

de nada me sirve.

El amor es sufrido, es benigno;

el amor no tiene envidia,

el amor no es jactancioso,

no se envanece;

no hace nada indebido,

no busca lo suyo,

no se irrita,

no guarda rencor;

no goza de la injusticia,

mas goza de la verdad.

Todo lo sufre, todo lo cree,

todo lo espera, todo lo soporta.

1 Cor 13 I

Yo soy aquel al que amo,

y aquel al que amo

es yo.

Al-Hallaj II

EL AMOR SUPERA CUALQUIER DUALIDAD

La estructura fundamental del universo es la unidad, la solidaridad y el amor. Cuando actuamos contra el amor, no actuamos sólo contra un mandamiento, sino que actuamos contra la estructura fundamental del universo, que está formada por el amor. Éste es el mandamiento esencial de todas las religiones. El maestro Eckhart dice: «En el amor en el que Dios se ama a sí mismo, también ama a todas las criaturas; no como criaturas, sino las criaturas como Dios. En el amor en el que Dios se ama a sí mismo, ama a todas las cosas» (Sermón 26). En otro lugar dice: «Suena extraño que el hombre de tal manera puede llegar a ser Dios en el amor; sin embargo, es verdad dentro de la verdad eterna. Nuestro Señor Jesucristo da testimonio de ello» (Sermón 5). El místico sufí Rumi dice: «El desinteresado [el que se ha olvidado a sí mismo] se ha convertido en un espejo: no hay nada más que el reflejo del rostro del otro. Si le escupes, estás escupiendo a tu cara; y si golpeas el espejo, te golpeas a ti mismo; y si ves en el espejo un rostro odioso, eres tú; y cuando ves a Jesús y a María, eres tú».

En la colección de koan Mumonkan, el maestro zen Tozan pregunta en el koan 45: «Incluso Shakyamuni y Maitreya sirven a Alguien. Decidme: ¿quién es ese Alguien?» Ese Alguien es el fundamento de todo ser. Nosotros somos una encarnación de ese fundamento, y nuestro deber es reconocer ese fundamento como nuestro ser y vivirlo en esta forma tan concreta que somos nosotros. En el poema que acompaña este koan se dice: «No uses el arco de otro. No montes el caballo de otro. No parlotees sobre los errores de otro, los asuntos de los demás no te interesan». Todos servimos al Uno. Todos usamos el arco de uno y montamos el caballo de uno. Sólo existe un arco, sólo un caballo, sólo una vida, que nos une a todos. Y cuando hablamos de los errores de los demás, hablamos de nosotros mismos.

Vivimos en una época de un egocentrismo pronunciado, que amenaza con aplastar a la humanidad como género. Los últimos estudios han demostrado que el 2% de las personas poseen el 50% de todos los bienes de la humanidad. Al mismo tiempo, mil millones de personas padecen hambre. Sólo la experiencia de la unidad existencial de toda la vida, a la que las personas hemos dado el nombre de amor, nos puede ayudar a superar este egocentrismo, que se ha introducido de forma tan destructiva en nuestra humanidad.

Porque apenas habíamos superado la unidad simbiótica de nuestro pasado prehomínido y podíamos decir “yo” y “tú”, cuando Caín mató a su hermano Abel. Este fratricidio mitológico se ha extendido de forma aterradora por la historia de la humanidad y amenaza la existencia de toda la especie. Con nuestro egocentrismo atentamos constantemente contra la estructura fundamental del universo, que está formada por la unidad y el amor. Desde la perspectiva de la unidad, luchan entre sí las ramas de un mismo árbol. Esto es un despropósito y es autodestructivo. La humanidad se encuentra en un turbulento proceso de transición. Sin embargo, la situación caótica en la que nos hemos colocado nosotros mismos, podría ofrecer una oportunidad y con ello una salida para construir algo nuevo. El desarrollo de nuestra especie sigue adelante y no permanece anclada en el terreno racional-personal. Si conseguimos alcanzar el siguiente escalón del desarrollo humano, entonces recibiremos el regalo de esta capacidad para romper las limitaciones del ego y con ello alcanzar la autotrascendencia. La autotrascendencia no es nada más que el amor, que comprende la experiencia existencial de la unidad con el cosmos, que es la razón de ser de la vida.

El maestro Eckhart dice: «En el amor que brinda un hombre no hay dos, sino (sólo) uno y unión, y en el amor, antes que hallarme en mí mismo, soy más bien Dios» (Sermón 6). La senda espiritual nos prepara para esta experiencia. Nos vacía y nos abre para que seamos receptivos al fundamento de todo ser. El mandamiento moral «amarás a tu prójimo» no nos ha llevado muy lejos. Sólo cuando experimentemos la unidad con todos los seres, cambiará algo en las personas. Sólo cuando experimentemos el amor como estructura fundamental de la evolución, podremos vivir juntos de forma digna.

El amor abre un espacio que nos puede ofrecer una salida al caos actual que ha establecido nuestro egocentrismo. El amor supera nuestra cultura de la autorrealización impulsada por el yo. De ella nace la preocupación por la variedad y la diversidad, y ésta es la base para cualquier vida en comunidad. En una experiencia mística profunda desaparece cualquier separación. Cambia la vida desde la raíz.

Una experiencia verdaderamente mística conduce a la unidad, a la no-dualidad. Se descubre claramente el ser individual como una ilusión. No se trata de una sensación, sino de un conocimiento interior, de que nada se puede separar, una experiencia profunda de la unidad de todos los seres. De ello surge lo que las religiones llaman el fundamento de todo ser. En el maestro Eckhart se llama Divinidad; en Johannes Tauler, Fundamento; Nada, 1 en Juan de la Cruz, y en el zen se designa este fundamento como Vacío. Este fundamento aún no tiene forma. Es como el océano, que aún no ha levantado ninguna ola, pero que une a todas las olas cuando aparecen.

La verdadera meta de la existencia,

no consiste en amar,


tampoco consiste

en dejarse amar,


consiste simple y llanamente

en convertirse en amor.

Thomas Schied III

EL AMOR AL YO VERDADERO

¿Qué debe conseguir realmente nuestra práctica espiritual? En el canon Pali, la colección de escritos más antigua que nos ha transmitido la enseñanza del Buda Shakyamuni, la palabra Bhavana designa todas las prácticas que en el lenguaje común podríamos considerar bajo el concepto de “meditación”. La mejor traducción de Bhavana sería “desarrollo de la verdadera esencia”. Precisamente de eso se trata en la senda espiritual: del desarrollo de nuestra verdadera esencia. Para ello nos encontramos de inmediato con muchos obstáculos, problemas y fenómenos desconcertantes. En los escritos antiguos se describen como demonios. En la actualidad hablamos en estos casos de emociones, de neurosis o de bloqueos psíquicos.

Cuando nos sentamos en unos cojines para meditar, se hace el silencio y se vacía lentamente el escenario de nuestras preocupaciones cotidianas, se presentan de verdad todos los demonios interiores y todos los ángeles traviesos que al fin han encontrado el lugar vacío para emprender su danza. Debemos reconocer que en el silencio desarrollamos permanentemente un diálogo interior, reaccionamos, valoramos y juzgamos de forma continua, de manera que en ningún caso somos señores en nuestra propia casa y no tenemos ningún control sobre nuestro yo. Surgen recuerdos, aparecen viejas heridas, nos abruman las emociones. Las emociones se pueden convertir en un obstáculo muy serio en la práctica espiritual. A través de ellas nos podemos sentir obligados a un comportamiento descontrolado y nos pueden tiranizar formalmente. En algunas terapias se incitan de forma consciente las emociones, y sus manifestaciones se consideran parte del camino hacia la curación. Sin embargo, psicoterapeutas como Roberto Assagioli, fundador de la psicosíntesis, o Victor Frankl, fundador de la logoterapia, subrayan que las emociones se pueden convertir y transformar, y que una persona que realmente quiere madurar y crecer lo primero que debería hacer es el esfuerzo para cambiar sus reacciones habituales antes las emociones. En la senda espiritual esta transformación es indispensable; porque quien se complica y permanece preso de sus emociones es muy difícil que pueda penetrar en el espacio transpersonal. Entonces, ¿qué se debe hacer? ¿Cómo podemos manejar en la senda espiritual emociones tan fuertes como la ira, el orgullo, la frustración, el enojo, el rencor y los celos? Durante las prácticas aprendemos a admitir y reconocer por primera vez estos sentimientos. Adquirimos práctica en convertirnos en testigos de estos procesos internos, sin valorarlos ni juzgarlos. Aprehendemos lo que ocurre con nosotros, a nuestro alrededor y en nuestro interior. Esta atención por sí misma ya es saludable, porque advertimos lo efímeras que son nuestras emociones, que ni siquiera existen de la forma que creíamos, sino que van y vienen. Así tenemos la posibilidad de conocer nuestras emociones, de reconocerlas, sin dejar que nos dominen. Y no sólo eso: aprendemos a aceptarnos tal como somos, con todas nuestras emociones, nuestros miedos, nuestras dificultades. De esta forma conseguimos manejar de una forma completamente nueva las situaciones difíciles y aclarar los sentimientos que se encuentran por debajo de las mismas. Las emociones pierden la fuerza con la que nos atenazan y dejan paso a sentimientos verdaderos. Quien se observe con atención podrá darse cuenta de que existe una diferencia entre emociones y sentimientos. Las emociones son reacciones afectivas y psíquicamente muy enraizadas que nos obligan a actuar. En cambio, los sentimientos son movimientos más serenos de la psique que no están sometidos a esa fuerte necesidad de reaccionar y actuar. Por eso en nuestras prácticas se trata de transformar las emociones sin que con ello se expulsen los sentimientos. Se trata de certificar, reconocer y asumir los sentimientos. Cuando hayamos reconocido nuestras emociones y los sentimientos que se encuentran bajo ellas, podremos decidir si es necesario actuar, es decir, si debemos expresar o no nuestros sentimientos. De esta forma recuperamos nuestra libertad interior y no seguimos expuestos a nuestras emociones. A través de la práctica de la atención y de la concentración en la respiración nos volveremos permeables y nos liberaremos de nuestras cadenas.

¿Cómo se desarrolla esto en un caso concreto? Cuando está furioso, sienta esa furia. Esté furioso completamente despierto. Sea consciente de su furia. La ira no debe ahogar su conciencia despierta. Incorpore esa ira a sus ejercicios. Inspire la ira y después espírela. Se dará cuenta cómo lentamente se va debilitando y se empieza a disolver. No intenta ahogar su ira, sino que se da cuenta de la misma y se convierte en testigo de lo efímera que es. Lo mismo sirve para el odio o la codicia. Practique a enfrentarse a estas emociones, a reconocerlas, sin dejar que le dominen, le abrumen y le ahoguen. Cuando haya adquirido práctica, se dará cuenta de que las emociones son fenómenos efímeros, que pasan como nubes sobre nuestra psique y que con ello oscurecen nuestro verdadero ser. Cuando no sigamos enredados en un conflicto continuo con nuestras emociones, encontraremos una fuerza nueva que podremos aplicar a nuestra obligación real: la búsqueda de nuestra esencia verdadera.

Reconciliación

Otra mañana

sin fantasmas,

en el rocío brilla el arco iris

como señal de reconciliación.

Te puedes alegrar

de la forma perfecta de la rosa,

en el verde laberinto te puedes

perder y reencontrar

en clara figura.

Puedes ser un hombre

confiado.

El ensueño matinal te explica

cuentos en los que puedes